Dagor Dagorath

02 de Septiembre de 2007, a las 21:32 - El_Nigromante
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Capítulo IX: Gigantes y pequeños:

Vanimeldë buscaba algún elfo que la pudiera ayudar, pero sólo vio a uno que estaba muerto. Hace rato había notado que la batalla estaba yendo de mal en peor, y cuando perdió su caballo por un dardo enemigo recién se dio cuenta de la situación: el campamento estaba casi tomado por el enemigo. Un Dragón pasó por encima de ella, y voló hacia el Este, donde un ejército de Balrogs avanzaba aplastando a los Enanos de Bóin, que comenzaban a retirarse. Los gondorianos pasaban corriendo a su lado, todos hacia el Sur, y en ese momento Vanimeldë vio a Radagast al galope.
-¡Radagast!- gritó, pero el ruido de la batalla era más fuerte, y el Mago no escuchó a la elfa, que se alejó hacia el Este gritando “¡Al bosque!”.
“Al bosque” pensó Vanimeldë, y recordó las palabras de Radagast: “…y tu Glorfindel, lleva a los Elfos por el sur bordeando el Bosque.”
Fue de inmediato hacia el Bosque Cerrado, en busca de algún elfo que la ayudara con sus flechas, y a ver si encontraba a Glorfindel. Pasó un rato, y de pronto un chillido la hizo mirar al cielo: una docena de Águilas habían llegado, y la más grande aterrizaba un poco más la Sur, cerca de donde ella estaba. Hacia allá iba cuando se cruzó con Boromir.
-¡Boromir! ¿Dónde vas?
-Hay que encontrar a Bombaruth. Lo dejaron sólo en una tienda.- dijo Boromir sin detenerse. Vanimeldë lo agarró del brazo.
-Pero allá está lleno de enemigos, tenemos que ir al Bosque.
Un aleteo y un chillido distrajeron a Vanimeldë que sin querer soltó a Boromir, que se fue hacia el Norte: Gwaihir y el Rey Brujo luchaban en el aire, y una figura humana caía de las garras del Águila, sólo para ser atrapado por el Espectro. La Bestia Alada se fue hacia el Norte, con el prisionero en sus garras, y lejos, cerca de las colinas, lo dejó caer y aterrizó. La horrible visión de la crueldad del Espectro la espantó, pero Radagast la distrajo inmediatamente.
-¡Vanimeldë!- dijo el Mago mientras pasaba a su lado cabalgando, con Balin en la grupa.- ¡Ve al Bosque! ¡Busca a Círdan!
-¿¡Qué sucede!?- gritó Vani, pero Radagast y Balin ya se alejaban hacia el norte. Gwaihir y otras Águilas iban respaldándolos desde el aire, y todos los orcos habrían paso asustados, para luego volver a cerrarse, rodeando a los jinetes. Ya se acercaban los orcos, y no tenía cómo defenderse, así que se volteó y se dirigió al Bosque, entre los heridos y las tiendas quemadas.
Ya casi llegaba al bosque cuando tropezó con algo; se volteó y vio una pierna que salía de debajo de una tienda caída. Un quejido se oyó desde abajo, y Vanimeldë atinó a sacar al herido. Levantó la tienda y la cara de Bombaruth apareció ante ella, con una herida en la frente y el estomago ensangrentado; en el brazo tenía unas vendas.
-Tú…suéltame…- farfulló Bombaruth: había reconocido a Vanimeldë, y recordó el único encuentro que habían tenido, donde había maldecido a Morthion y los demás. Vanimeldë no le hizo caso, y lo levantó de a poco. Bombaruth lanzó un grito de dolor mientras Vanimeldë trataba de levantarlo, hasta que lo logró. Partió hacia el Bosque, con Bombaruth sobre su hombro derecho, pero este apenas caminaba; Vanimeldë tenía que arrastrarlo, y Bombaruth luchaba por soltarse. El peso del gondoriano le estaba rompiendo la espalda, y la sangre le manaba justo en su mejilla.
Quedaban alrededor de cien metros para llegar al bosque; sólo había que bajar la colina. Reuniendo todas sus fuerzas Vanimeldë comenzó a correr, arrastrando los pies de Bombaruth. De pronto el gondoriano dio un grito, pues una flecha le atravesó la pierna.
-¡Oh no!- gritó Vanimeldë al notar la herida de Bombaruth. Frenó justo en el momento en que tres orcos se acercaban, y con un golpe la elfa cayó. El cuerpo del gondoriano la aplastó, al ser este mucho más robusto que ella. Trató de sacárselo de encima, pero era muy pesado; pero no era sólo Bombaruth el que estaba encima, pues los orcos empezaron a amontonar cadáveres, y un montón de muertos aplastaban a la elfa. “Hasta aquí llegué” pensó desesperada. De un momento a otro quemarían los cadáveres, o los dejarían ahí abandonados, y ella no podría escapar. Estaba sofocada, pues el aire se acababa, y el peso de tres cuerpos la presionaba contra el suelo, inexorablemente. De a poco perdió el conocimiento, entre el silencio del campo de batalla y los quejidos del moribundo Bombaruth.

Vanimeldë abrió un ojo, atenta. Recordaba su estado antes de caer desmayada, y para sorpresa suya ya estaba libre. A su alrededor había un montón de cadáveres, que formaban verdaderos cerros, entre los que había enanos, elfos, hombres y orcos. Un orco muerto estaba encima de sus piernas, y con un empujón cayó inerte entre los demás cuerpos. Levantó la cabeza de a poco, sobre las pilas de cadáveres, y no vio a ningún ser con vida. El cielo estaba soleado de nuevo; las nubes negras ya no estaban, y los dragones tampoco. Al mirar alrededor Vanimeldë no encontró rastro de Bombaruth. Lo más probable es que haya muerto, pero su cuerpo no estaba en los alrededores. Decidió deslizarse entre los cadáveres para acercarse al bosque, con su arco en mano, y con un cuchillo élfico en el cinto, que le había sacado a un elfo muerto.
Apenas llegó al bosque comenzó a correr. Había muchas cenizas, y árboles quemados y caídos, pero a medida que se internaba la vegetación era más abundante. Los riachuelos aparecían por doquier, y los árboles eran cada vez más grandes. El espesor del bosque aumentó de un momento a otro, y al fin del día, cuando oscureció, la noche sin luna desorientó a Vanimeldë; perdió toda referencia a su ubicación. Se durmió bajo las raíces de un árbol especialmente grande, pensando que la luz del día le traería más esperanzas.
Una voz de orco despertó a Vanimeldë. Alcanzó a ver a un par de orcos gritando entre el follaje, pero se acercó para oír mejor. Había diez orcos, más o menos, pero solo dos estaban discutiendo. Los demás parecían desinteresados.
-Sigo pensando que es mejor ir por el Norte. Hacia allá está el campamento, y debemos volver rápido.- dijo el más pequeño.
-No, estúpido. Si volvemos con las manos vacías nos matarán los Nazgûl. Tenemos que llevar por lo menos alguna pista. Vamos al Este o al Sur, da igual. Debemos internarnos más al bosque.
-¿Y que aparezcan los gigantes? No, yo me voy al campamento.
-¿De qué gigantes hablas?- preguntó el otro, más grande pero al parecer más tonto.
-No lo sé, no los he visto.- Vanimeldë vio la expresión del orco, y notó que éste se aprovechaba de la curiosidad del otro orco.- hoy temprano en la mañana me encontré con otra patrulla antes de encontrarte a ti. Dicen que perdieron a la mitad de la tropa porque en la mitad de la noche se les apareció una figura gigante que aplastó a todos. Los que escaparon decidieron volver al campamento. Preferían decirle a los Nazgûl que había gigantes en el bosque a morir aplastados por ellos.
El otro orco se quedó mirándolo dudoso. Los otros también habían oído el relato de su compañero atentamente, y comenzaban a murmurar temerosos.
-Y, que dices.- preguntó triunfante el orco pequeño.
-Está bien, vamos al Norte. Pero si algo nos dicen los Nazgûl es tú culpa. Recibí ordenes de traer cualquier Elfo, Hombre, Enano, o Mago que encontrara, y no me gusta la idea de volver con las manos vacías…
De apoco la patrulla se alejó hacia el Norte, a espaldas de Vanimeldë. Logró ubicarse, y decidió viajar hacia su derecha, al Este, a pesar de que el relato del orco también la había asustado; nunca había oído de gigantes, y le parecía extraño, aunque últimamente había visto de todo: desde Águilas milenarias a Dragones resucitados.
Durante toda la mañana se topaba con patrullas de orcos que cruzaban el bosque de un lado a otro. Por suerte logró que no la descubrieran, y por lo que escuchó a uno de los jefes que le decía a otro, pudo deducir la situación: al parecer había sobrevivido más de la mitad del Ejército del Oeste, pues la estrategia de Radagast, de separar a las tropas, había dificultado la estrategia enemiga, de rodear a los Elfos, Hombres y Enanos. El Rey Brujo había enviado a centenares de tropas orcas a buscar rastros que indicaran el lugar donde se escondían Radagast y los demás: su objetivo era encontrar a los líderes del Ejército, pues, como dijeron los orcos, uno ya había caído, y al parecer era el más poderoso. El problema del Enemigo era que el Ejercito del Oeste estaba disperso, y mientras siguieran separados, el Enemigos llevaba la desventaja.
Poco tiempo después de que los orcos se alejaran, y Vanimeldë siguiera su solitario y furtivo viaje, notó una inmensa columna de humo que venía del oeste; los orcos estaban quemando los cadáveres o quemando el bosque.
Mientras oscurecía Vanimeldë se topó con otra tropa; los orcos iban caminando hacia el norte, e iban un poco asustados. La Elfa los siguió, a ve si se enteraba de algo importante.
-Ya está oscureciendo.- dijo el orco de la última fila, el que iba más cerca de Vanimeldë. Su compañero lo miró y echó un vistazo alrededor. Luego le susurró al orco que le había hablado.
-¿Oíste sobre los gigantes?- dijo con un tono preocupado.
-Sí. Han desaparecido tres tropas por ellos, dicen. Espero no toparnos con ninguno.
Dicho esto el orco miró hacia el cielo, y para sorpresa de Vanimeldë, un árbol se le cayó encima, o eso pareció. Un pánico tremendo se apoderó de la tropa, y todos gritaban “¡Gigantes! ¡Vinieron los gigantes!”. Vanimeldë miró al supuesto gigante, pero en vez de eso vio a la criatura más maravillosa y sorprendente que hallan visto sus ojos aquí y en las otras costas: primero distinguió los pies, y subió la vista hasta el inmenso busto, a quince metros del suelo, rodeado de musgo y hojas cuyas siluetas se dibujaban contra la luna nueva. Inmediatamente después de eso, sintió como si todo el bosque comenzara a moverse, y una inmensidad de gigantes apareció alrededor, aplastando a los orcos. Habrá sido el hecho de ser Elfa, o sólo suerte, pero ninguno de los gigantes la vio, ni la aplastó sin querer. Ella se quedó mirando el espectáculo anonada, hasta que los gigantes se alejaban. Fue en ese momento cuando el último en alejarse notó la presencia de la Elfa, y se quedó mirándola al igual que ella a él. Estuvieron mirándose uno al otro sorprendidos hasta que el gigante preguntó con una voz resonante y grave.
-¿Eres una Elfa?
La Elfa logró mover el cuello asintiendo, y costosamente pronunció su pregunta.
-Tu eres un Ent, ¿Cierto?
-Eso creo. Así dicen que nos llamaban antaño. Ahora los Pequeños nos llaman “Pastores de Árboles”.
Vanimeldë sonrió, pues en su país se hablaba de los Ents como una leyenda de la Tercera Edad.
-Mi nombre es Vanimeldë. ¿Cómo te llamas?
El Ent pensó antes de responder. Luego dijo con su voz grave y lentamente que su nombre era Ramaviva.
-Pero, que hacen aquí los Ents. Es decir, los Ents vivían en Fangorn, como dicen las historias, pero estamos a miles de millas de ese Bosque.
-Es una historia muy larga.- El Ent se tomó su tiempo antes de hablar, sólo para decir:- Si quieres te llevo a nuestro escondite y te explico en el camino.
Vanimeldë trepó al cuerpo de Ramaviva con su agilidad característica de los Elfos de su estirpe. El Ent tomó rumbo este y relató su historia.
-Fangorn era el nombre del líder de los Ents, después de la Guerra del Anillo. Vivíamos en el Bosque de Fangorn, pero algunos nos asentamos en Isengard, para vigilar el lugar, pues Mithrandir se lo pidió así a Fangorn. Pasaron los años y nuestros corazones seguían afligidos por la ausencia de lo que ustedes llamarían “Ents-Mujeres”. Ellas nos dejaron mucho tiempo atrás, y por eso nosotros no hemos podido seguir creciendo. Cada vez mueren más Ents, pero ninguno nacía en ese entonces. Durante mil quinientos años vivimos así, cuidando de Isengard, cuidando el bosque. Y logramos restaurar lo que Saruman destruyó, y el Valle del Isen, y el Paso de Rohan se transformaron en un bosque que forma parte de el bosque de Fangorn. Pero hace cuatro meses vinieron los orcos y después de duras batallas que luchamos solos nos expulsaron del Bosque y de Isengard. Fangorn, nuestro líder, nos aconsejó viajar al norte, en busca del país de los Hobbits, pues todavía recordábamos a Meriadoc y Peregrin, los medianos que nos visitaron en la Guerra del Anillo. Fangorn decidió quedarse en Isengard, y morir con el bosque, pues toda su vida había estado ahí, y no quiso dejarlo: nunca más supimos de él.
“Yo tomé el liderazgo de los Ents como consejo de Fangorn. Continuamos el viaje hasta la Comarca, y cuando llegamos estaba desolado. Nos internamos en este bosque, y mantuvimos refugio por días, hasta que hicimos el hallazgo más sorprendente para nosotros: en este bosque estaban escondidas las Ents-Mujeres. La alegría fue inmensa, pues ellas se habían arrepentido de dejarnos, y buscaron el camino, pero nunca lo encontraron. Durante siglos se quedaron en la Comarca, escondidas, y por pocos eran vistas.
Ellas habían protegido a los Medianos, y los tenían escondidos en el bosque, en un lugar donde difícilmente los encontrarían. Ahora vamos hacia allá.”

Caminaron hasta el anochecer. El ya sol se había puesto a espaldas de Vanimeldë cuando Ramaviva se detuvo frente a un montículo de roca de unos treinta metros, que sobresalía del bosque. Ramaviva se acercó al borde y con sus inmensas manos levantó una roca que se apoyaba en la enorme piedra; una entrada de diez metros apareció debajo de la roca, y por ahí entró Ramaviva, agachándose.
-Hay una gran cueva aquí, pero los Ents no podemos estar mucho tiempo. Necesitamos la luz del sol. Nos quedamos en la noche, pero no podemos evitar salir durante el día.
Vanimeldë no veía nada, pero sentía que la cueva crecía en altura, y notó que el piso estaba inclinado hacia abajo.
-¿Estamos bajo tierra?- preguntó.
-Sí, claro. La cueva crece más en la profundidad. Hay varios túneles también, pero los Ents no podemos entrar a todos, pues son muy pequeños.
Siguieron avanzando en silencio. Llevaban unos diez minutos y Vanimeldë vio a lo lejos el resplandor del fuego. Cuando llegaron vio un sitio enorme, como el Comedor del Rey, en el Bosque Verde, sólo que sin paredes relucientes ni alfombras lujosas. Al centro había una fogata que iluminaba el recinto, y dos Ents estaban quietos a algunos metros. Los demás Ents estaban dispersos por el lugar, todos quietos, como durmiendo; parecían árboles, y eran alrededor de treinta: era como un pequeño bosque en una cueva. Pero Vanimeldë dejó de fijarse en los Ents, pues notó a presencia de unos seres más pequeños: unos diez Hobbits estaban alrededor de la fogata, conversando y tomando alegremente, y más allá había más, todos ocupados en sus asuntos, como buscar comida, dormir, leer a la luz de las antorchas y velas, conversar, jugar y bailar, con la música que tocaban un par de Medianos con una flauta y un violín pequeños. Un hobbit especialmente relleno, con su libro en mano, se acercó a Vanimeldë y a Ramaviva.
-¡Hola!- dijo con una sonrisa en la cara. Vanimeldë sonrió también; la alegría de esa criatura era contagiosa. No podía entender como podía estar tan feliz en esas condiciones, lejos de su hogar, el cual fue destruido, y después de vivir horrores causados por el Enemigo… pero el hobbit mantenía su sonrisa.- Mi nombre es Meriadoc Moss.
-Hola, Meriadoc. Soy Vanimeldë.- la Elfa se presentó. Al parecer el hobbit notó que era una elfa, y no le hizo ninguna pregunta.
-Meriadoc es el líder de los Hobbits que lograron refugiarse.-dijo Ramaviva.- Es uno de los pocos que no ha perdido el ánimo.
-Viene de la familia.- intervino el hobbit antes de que Ramaviva pudiese continuar.- Mi madre era Sacovilla, pero su abuela era Tuk de sangre, y al parecer mi actitud se debe a eso. Hay que tomar en cuenta que los Tuk descendían de Peregrin el Viajero, que fue el hobbit que más caminos recorrió, más ciudades visitó, y más gente conoció, según dicen las historias. Aunque hay otros que dicen que cruzaron el mar…
-Ejemm.- interrumpió Ramaviva con su tono grave y retumbante.
-¡Oh! Perdón, es que a veces me sobrepaso. A los Moss siempre nos ha gustado hablar de nuestras familias. Algunos dicen que es fanfarronear, pero mi padre siempre me dijo “Sólo es un tema de conversación”. Aunque me han dicho que últimamente estoy perdiendo ese defecto, o cualidad, como le llamaba mi padre.- El hobbit dejó de hablar cuando vio la expresión de Ramaviva. Vanimeldë rió.
-Será mejor que le enseñes a la invitada el lugar. Yo iré a tomar un descanso.
El Ent se alejó hacia donde estaban algunos de los suyos, y Vanimeldë miró a Meriadoc.
-¿Prefieres descansar o ir a las demás cuevas?- preguntó el Mediano. Hasta ese momento la Elfa no había notado el cansancio.
-¿No te importa si duermo? Mañana podemos recorrer las cuevas más descansados.
-¡No hay problema! Vamos a mi tienda; allá puedo instalar algo para ti.
El hobbit la llevó a un grupo de tiendas en el borde de la cueva. Había una hilera grande de tiendas parecidas, algunas con fogatas y otras en silencio. Meriadoc preparó unas mantas sobre un colchón de plumas pequeño, y diez minutos después Vanimeldë dormía al fin en paz después de días de miedo y soledad.

Vanimeldë despertó temprano en la mañana, y el único despierto era Ramaviva. El Ent llevó a Vanimeldë afuera de la cueva.
-Todos los días salgo, para ver como está la situación aquí afuera. A veces veo Dragones a lo lejos, sobrevolando el bosque, en el Norte. Ellos tienen una increíble vista, como la de los elfos, pero a los Ents no nos pueden reconocer en medio del bosque.
Ya afuera Ramaviva comenzó a subir la colina escarpada, hasta la cima. Quedaron por encima de todos los demás árboles, y podían apreciar los alrededores a millas de distancia.
-Tú tienes mejor vista que yo, Vanimeldë.
La elfa trepó hasta el punto más alto del Ent, y observó hacia el Norte; sólo vio humo, pero muy lejos, en las colinas fuera del bosque. Se giró hacia el sur y no muy lejos, a unas dos millas, había un camino, en medio del bosque. Lo siguió hacia el Este, y lo perdió de vista en el horizonte. Hacia el Oeste el camino se veía, y salía del bosque; un ejército de orcos iba por otro camino, hacia el Sur, por el borde del bosque. Era un ejército inmenso, de las mismas proporciones que el de la batalla que tuvo días antes. Vanimeldë miró u poco hacia el Norte, y a una milla de distancia, o menos, iba un ejército del mismo tamaño que el anterior, en la misma dirección. Y horrorizada vio como un tercer ejército los seguía. Sobre las tropas iban cinco Dragones, y más adelante nueve figuras aladas, como las que el Rey Brujo montaba en la batalla.
-Un ejército enorme va hacia el Sur. Son miles.
-Sí.- dijo el Ent.- Lo más probable es que sigan el rastro de los que escaparon en la batalla anterior. Era de esperar que hicieran eso. El Enemigo quiere destruir a todo el que se le oponga, a toda costa.
-Pero hay que hacer algo. No podemos quedarnos aquí viendo como los demás mueren, esperando nuestro turno.- dijo la elfa desesperada.
-¿Quién cuidaría a los Medianos?- respondió el Ent mientras bajaba la colina de vuelta al refugio.

Esa tarde Meriadoc le enseñó la cueva (en realidad, las cuevas), con todos sus túneles y salidas. Los Hobbits lo llamaron Unquetaurë (Hueco del bosque), pues en efecto, el bosque mismo había cavado los corredores bajo tierra, con sus fuertes raíces en lo profundo, cavando como un topo gigantesco en busca de espacio. El lugar era un verdadero laberinto subterráneo, que los Hobbits no tardaron en recorrerlo y memorizarlo. Marcaron cada pasillo y cueva con un nombre, y a cada caverna la denominaron “estancia”, usando la herencia de sus antepasados y reorganizando una sociedad ordenada, como la era la de la Comarca, con sus casas bajo la colina, sus calles y sus pueblos ordenados.
En cada estancia habían dividido a la cantidad de Hobbits de acuerdo a las familias (como siempre), y alrededor de dos docenas de Ents se quedaron por estancia. Vanimeldë contó cinco estancias, pero Meriadoc le dijo que había una más hacia el sur.
-Pero allá en el sur están los Sacovilla-Bolsón y los Ganapié. No quisieron que mi familia administrara y dirigiera a los Hobbits, pero la mayoría lo pidió, y terminaron alejándose. Solo vienen algunos para saber como están las cosas, pero se van rápidamente.
Meriadoc le mostró toda la parte Norte del lugar, las cinco estancias y 2 salidas más; una que daba a un riachuelo, en una vertiente (quizás el arroyo de Cepeda), y otra que estaba tapada por las raíces de un árbol, pero suficientemente grande para que un niño hobbit pudiera salir.
Cada estancia tenía su fogata, que alimentaban con leña, recolectada por los Ents; ellos mismos se preocuparon de buscar ramas secas, para asegurarse de que los árboles vivos nos fueran dañados. También los Ents buscaban comida, como frutas o bayas, para alimentar a los hobbits.
-Algún día se les acabará el alimento.- dijo Vanimeldë cuando llegaron a la estancia principal, donde estaba Ramaviva.
-Lo sabemos. No podemos estar mucho tiempo aquí, pero tampoco podemos salir. Todo depende de cómo estén las cosas allá afuera.
-Para los hobbits es difícil esta situación. Ellos no pueden luchar. Si salen correrán peligro.- dijo Ramaviva acercándose a ellos.
-Pero a mí una vez Radagast me contó que los hobbits habían luchado para defender su país. Derrotaron a los hombres de Saruman, al final de la Guerra del Anillo. Y los Ents también lucharon; atacaron Isengard, y la desolaron completamente. Ambos pueblos derrotaron a Saruman. Si se unen ahora pueden lograr más de lo que lograrían si se quedan aquí.
-Peor los hobbits no quieren.- dijo Meriadoc.- Ya les planteé la idea, y se negaron. Tenemos armas, pero son muy rústicas como para luchar con los orcos. Además no hay disposición, por el miedo.
-Los Ents tampoco queremos luchar. Somos muy pocos, a pesar de que a comienzos de esta Edad despertamos a muchos árboles. Y desde que Fangorn murió los Ents no estamos para nada excitados. Necesitamos un incentivo fuerte para expulsar nuestra fuerza.
-Pues para mi ver como mis amigos y todos los demás elfos, enanos y hombres mueren mientras yo me quedo escondida aquí es una motivación suficiente para hacer al menos el intento de luchar. Si pudieron hacerlo antes, podrán ahora; no están solos en esta lucha, y no son los únicos seres en peligro. ¿Van a esperar que otros luchen por su libertad? ¿Y luego saldrán de estas cuevas a felicitar a los demás por su lucha, por su sacrificio, mientras ustedes sólo esperaron? Pues yo no.
Vanimeldë se dio media vuelta a buscar sus cosas.
-Si te vas a ir, puedes llevar un poco de alimento.- dijo Ferry con tristeza, mientras Vani se dirigía hacia la salida de aquella lóbrega caverna.
-Me vendría bien. No sé donde están mis amigos, pero iré hacia el sur.
-Hacia el Sur sólo hay tierras muertas.- dijo Ramaviva. El Ent se alejó sin despedirse, y se perdió entre los demás. Vanimeldë lo miró con tristeza, pues en el fondo comprendía la preocupación de Ramaviva. Era una responsabilidad muy grande dirigir a un pueblo casi extinto, y más en una situación como esta. Se acordó de Mortiño, y su mente volvió a la realidad. Se despidió de Meriadoc y de los hobbits, y partió decidida. Salió al bosque y enfiló hacia el Sur.
Después de dos días caminando a través del bosque llegó al borde de este. Un desierto se extendía hacia el frente, y Vanimeldë, aún con su vista élfica, no vio más que tierra seca. Se quedó pensando si había tomado la decisión correcta cuando sintió un ruido a sus espaldas: el bosque se movía.
-Hacia el Sur sólo hay tierras muertas.- dijo la voz retumbante de Ramaviva.- Pero más allá están las montañas, Moria y los enanos.
La esperanza de Vanimeldë se infló después de muchos días; en la espalda de Ramaviva estaba Meriadoc, con su sonrisa de hobbit, y luego aparecieron todos los Ents, cargando a los hobbits; iban a acompañarla.
-Entones vamos hacia allá.- dijo Vanimeldë subiéndose por el brazo del Ent.- En Moria encontraremos a aliados.
Y así partieron al Sur, a la guerra, y buscando esperanzas.



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