Dagor Dagorath

02 de Septiembre de 2007, a las 21:32 - El_Nigromante
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Capitulo VII: La misión de Balin y una reunión precipitada.

Lentamente, Balin abrió los ojos. La habitación estaba terriblemente calurosa y sofocante. Le dolía la cabeza, como si le hubieran dado un hachazo. Luego recordó que algo lo había golpeado, cuando el techo se derrumbó sobre ellos. Volteó y vio la enorme cabeza de un Dragón, que yacía muerto entre los escombros. Había cadáveres de orcos y un elfo muerto. Las llamas se extendían de a poco por el suelo, y el humo lo sofocaba. No supo que hacer; estaba solo, en una casa en llamas, y los ruidos de la batalla estaban demasiado cerca. De pronto una voz lo llamó:
-¡Enano! Ven por acá.
Balin, desconcertado, buscó el lugar de donde provenía la voz. Venía del exterior, y hacia allá se dirigió. Cuando salió, vio todo oscuridad, y la luz de los incendios iluminaba las negras nubes con tonos rojos. Parecía un completo infierno. Entre algunos escombros vio un elfo con arco en mano, y un carcaj en la espalda, lleno de flechas orcas. Con un gesto lo llamó. El enano fue hacia allá rápidamente.
-¿Eres el que venia con Radagast? Soy Haldir. Tú eres Balin, ¿no?
-Si. ¿Donde están todos?
-Si te refieres a tus amigos, unas Águilas se los llevaron, sin el Mago.- Susurró el Elfo. Miró a los alrededores, y luego continuo.- Los orcos ya casi han tomado la ciudad, pero hay una resistencia en los muelles. Si tenemos suerte podremos llegar a salvo. Solo sígueme, y mantén el hacha preparada.
El elfo comenzó a correr entre los escombros y el desconcertado enano lo siguió. Mientras corrían, Balin miro hacia el cielo. Las nubes negras teñidas de rojo por el fuego se expandían hacia el Oeste, cada vez más. Dos Águilas se batían contra el inmenso Dragón que seguía vivo. Otra llego desde el Norte y comenzó a atacar al inmenso Gusano Alado, que escupía fuego a sus agresoras. De pronto Balin tropezó por ir distraído.
-Cuidado, Balin.- Haldir se dirigió al enano y lo levantó. De pronto se detuvo, con una mirada atenta.- ¡Rápido! Escóndete. Vienen orcos.
Entraron en la primera puerta que vieron, y la cerraron con una mesa que había. Balin, agotado, se sentó en la primera silla que encontró. Haldir escuchaba atento afuera, mientras una patrulla de orcos marchaba por la calle.
-¿Eres el mismo Haldir que guardaba Lórien? Tengo entendido que murió en el Abismo de Helm.- dijo el Enano con curiosidad.
-¿En Cuernavilla? No. Ningún elfo fue a Rohan durante la Guerra del Anillo. Quizás un enano gordo, barbudo y descalzo te contó la historia a su modo. Pero soy el Haldir al que te refieres.
El elfo comenzó a contarle su primer encuentro con la Comunidad del Anillo, cuando los ruidos de marcha se detuvieron. El elfo miró por un pequeño orificio en la puerta. Había alrededor de veinte orcos husmeando el aire.
-Que hueles, Bôrdug.- dijo un orco al que estaba más cerca de la puerta; parecía ser el jefe. El orco miró alrededor.
-Carne de elfo. Muy cerca.
Haldir reaccionó de inmediato. Tomó de un brazo al enano y lo arrastró a las habitaciones de atrás, mientras la puerta se derrumbaba con un estrepitoso ruido.
-¡A ellos!- grito Bôrdug, encolerizado. Haldir se volteó y disparó una de las flechas orcas que llevaba en su carcaj; le dio a Bôrdug justo entre los ojos. Los orcos se enfurecieron, y comenzaron a seguir a Haldir y a Balin, entre los pasillos y corredores de la casa élfica. Llegaron al patio de la casa, y al fondo había un gran portón destrozado. Lo cruzaron y comenzaron a correr por la calle. Los orcos venían siguiéndolos a unos diez metros, y pronto se les unieron algunos mas, que decidieron interrumpir el saqueo de la ciudad para matar un poco. Las flechas comenzaron a volar, y una casi le da a Balin en la cabeza, si no fuera por el casco que llevaba. El chillido de un Águila hizo detenerse a los orcos y Haldir aprovechó para esconderse detrás de una esquina. Estaban cerca de los muelles, pero los orcos estaban en todas partes.
-Que hacemos.- dijo Balin, demasiado preocupado para pensar por si mismo. Haldir asomó la cabeza cuidadosamente por la esquina, y vio a los orcos buscándolos por cada rincón de la calle. Cada vez se acercaban más; los descubrirían. De pronto un grito hizo detenerse a los orcos:
-¡Elbereth!- dijo una silueta que se acerco hacia los orcos. De todas partes aparecieron más elfos, todos armados. Los orcos desconcertados trataban de huir, pero estaban completamente rodeados. Haldir salió del escondite, y comenzó a disparar flechas. Balin lo siguió, pero se mantuvo alejado, mirando como un montón de elfos exterminaban a los orcos que estaban cerca.
-Hannon le, Glorfindel.*- dijo Haldir al elfo que tenia mas cerca.
-No te preocupes, amigo. Vengan. Círdan me mandó a buscarlos, y no los encontré en su casa.
Glorfindel los guió por un callejón, que al parecer iba hacia el Sureste. Los gritos de guerra fueron desapareciendo: el Dragón ya había muerto, y las Águilas volaban entre las Sombras mientras otras atacaban a grupos de orcos y trolls. Pero la batalla seguía en la parte Oeste de la ciudad, donde la mayor parte de los ejércitos orcos se batían contra los últimos elfos que quedaban en pie. El número era muy desigual: quedaban alrededor de ochocientos orcos y trolls, mientras que los elfos eran apenas trescientos. Pero el pelotón de Glorfindel era de alrededor de cincuenta elfos, totalmente armados y fieros como los antiguos Noldor. Pensaban llegar desde el Sur a los muelles, donde estaba la menor parte del Ejercito Negro, y desbaratar sus filas llegando por detrás. Si lo lograban, tendrían el camino libre para llegar a los barcos. Dieron un gran rodeo por el borde de la ciudad, y en una esquina, en la parte Sur, torcieron mas al Norte. Trataban de avanzar lo más calladamente posible, para llegar por sorpresa. Algunos elfos se unían al grupo, y cuando estaban a doscientos metros de las primeras filas orcas, ya eran alrededor de cien. Balin seguía a Haldir, que iba cerca de Glorfindel, en las primeras filas. El enano miró desconsolado al cielo, buscando a las Águilas. Al parecer ellas habían notado la estrategia de Glorfindel, y comenzaron a hostigar al Ejército Negro, atrayéndolo hacia la parte Norte. Fue cuando algunos orcos comenzaron a moverse, hacia la parte septentrional de los muelles, para atacar de alguna forma a la Águilas. El grupo de Glorfindel, a diez metros de las filas orcas se acercaba sigilosamente. Balin, angustiado, preparó su hacha, dispuesto a morir luchando. Los orcos más cercanos se movían inquietos y aburridos.
-¿Qué sucede? Quiero matar a esos malditos elfos y luego...- dijo uno, pero no pudo terminar la frase, pues un grito de Glorfindel cortó el aire.
-¡Herio!*
El pequeño ejercito arrasó contra las filas orcas, tomándolas completamente por sorpresa. Las horrendas criaturas comenzaron a caer por las espadas de los fieros elfos. Balin, ahí en medio, daba estacazos con su hacha de Erebor. Haldir juntó a un grupo de arqueros, y los guió, siempre avanzado hacia los muelles.
-¡Hado i philinn!*- gritó, y los elfos lanzaron sus flechas contra un troll, que cayó muerto al suelo. De a poco fueron avanzando, pero los orcos eran más numerosos. Un grupo de elfos llego desde los muelles a apoyar a Glorfindel y los suyos, pero estos ya estaban rodeados. Justo en ese momento llegaron dos trolls a reforzar las filas del Sur, y uno se abalanzó contra el grupo de Glorfindel. Este no reparó en las criaturas, y el troll alzó su martillo, dispuesto a aplastar al elfo. Pero Balin intervino, y juntando valor hundió su hacha en la pierna de la bestia. El troll dio un grito, y Glorfindel volteó para ver lo que ocurría; alcanzo a ver como el troll soltaba su martillo justo encima de su cabeza, para luego verlo caer muerto. Balin salió de entre el cadáver, con el hacha manchada de sangre negra.
De pronto un cuerno sonó. Los orcos y elfos detuvieron la batalla, y todas las cabezas se voltearon al Oeste. Una flota de naves con la enseña del Reino Unificado se dirigía hacia los muelles. Las primeras naves comenzaron a desembarcar, y los soldados gondorianos comenzaban a formar líneas, listos para luchar. El miedo invadió a los orcos, y el júbilo a los elfos. El pelotón de Glorfindel se lanzó a la carga con un rayo de esperanza, desbaratando las líneas enemigas, mientras los elfos que quedaban en los muelles se unían a los hombres en un intento de desarmar las filas orcas. Un jinete guiaba a los gondorianos, y los orcos huían bajo su espada. Así fue como Aglarid, Príncipe de Dol Amroth, llegó a Mithlond, y guió a Hombres y Elfos a la victoria. Las estrategias de Glorfindel, las mortíferas flechas de Haldir, la habilidad de Aglarid y sus hombres y la furia de los Elfos no dejaron a ningún orco con vida. Larga fue la batalla, pero pocos orcos opusieron resistencia, y los trolls caían rápido con las lluvias de flechas. Las últimas Águilas rodearon a los pocos orcos que trataban de huir hacia el Este, exterminándolos por completo. Una hora después, cuando la ciudad estuvo segura, y los elfos y humanos podían caminar libremente por las calles, Círdan, Glorfindel y el joven Aglarid se encontraron frente a frente.
-Te estamos muy agradecidos, gondoriano. Tu ayuda nos fue muy útil, pero deseo saber ¿Cómo llegaron aquí? Vienen por alguna razón, ¿No?- dijo Glorfindel.
-Saludos.- dijo Aglarid con una reverencia.- Ustedes son los primeros elfos que veo, y no se como expresarme ante tan sabias figuras, pero lo intentaré. Hace diecisiete días exactos hubo un ataque a Minas Tirith. La ciudad fue completamente arruinada, y los sobrevivientes huyeron a Pélargir. El Senescal Boromir decidió huir a Arnor, y enviar a mujeres y niños a Rohan por el paso de Erech. La flota partió el nueve de Septiembre, y otra flota se unió junto a mí en Dol Amroth. El viaje nos fue muy provechoso, pero una tormenta nos separo de algunos barcos, uno de los cuales llevaba al señor Boromir. Yo tomé el mando, y decidí continuar hasta aquí, para luego viajar hacia Annuminas, pero veo que los problemas llegaron también al Norte.
-Eso es lo que vez, Aglarid.- Círdan habló, al fin tranquilo desde que había llegado aquel Águila, hacia solo horas.- El Enemigo se mueve con rapidez, y nadie esta a salvo de su maldad. Pero ahora debemos preocuparnos de la situación. El enemigo puede atacar en cualquier momento.
-No estamos preparados para otro ataque.- dijo Glorfindel.- Estimo que habrá unos cuatrocientos elfos con vida.
-En mis naves hay seiscientos hombres listos para pelear. Es todo lo que queda del Ejercito Gondoriano, después del ataque a Minas Tirith. Traíamos quinientos más, pero nos separamos de ellos hace unos días. Novecientos soldados no son suficientes.
-Cuando nos atacaron eran alrededor de dos mil orcos.- dijo Círdan.- Supongo que era solo una parte de los ejércitos enemigos. Pero mas vale estar preparados a cualquier problema, o lo lamentaremos.
Balin, que había estado escuchando ahí cerca, junto a Haldir y otros elfos, tuvo una idea.
-Perdonen mi imprudencia, respetables señores, pero este Enano quiere dar su grano de arena.
Los tres se miraron, sorprendidos, pero no enojados. Haldir miró a Balin con una pequeña sonrisa de complicidad.
-Habla, Balin.- dijo Círdan. El enano se inclino ante el elfo, antes de hablar.
-Como bien deben saber, al Sur, en las Montañas Azules, se encuentra el reino Enano de Belegost II. Se que son famosos por su desprecio hacia los elfos, pero Drór es mi primo. Él es el consejero del Rey de Belegost II. Si me permitieran ir, con una comitiva de elfos y hombres en representación de cada raza, quizás podríamos conseguir ayuda.
-Lo que propones es una alianza con los Enanos.- reflexionó Círdan. Lo que Balin temía era que no aceptara la idea, y al parecer así era. Pero Glorfindel habló, para sorpresa de Balin.
-El enano tiene razón. Quizás valga la pena intentarlo; los Enanos de Belegost II no tienen relaciones con los elfos, pero son grandes guerreros, y puede que entiendan nuestras necesidades. Yo me ofrezco para acompañar a Balin.
-Confiaré en ti, Glorfindel.- dijo Círdan.- Eres sabio, y nunca tomas decisiones a la ligera. Entonces así será.
Así se decidió: Enviarían A Glorfindel y Balin, junto a Aglarid, con veinticinco hombres y veinticinco elfos, todos bien armados y repuestos. El viaje era estimado de dos a tres días, si mantenían un ritmo regular. Haldir se ocuparía de las defensas de la ciudad, en la ausencia de Glorfindel.
Círdan envió a dos Águilas a vigilar las fronteras del Este, mientras reordenaban los ejércitos y limpiaban los escombros. Los incendios fueron apagados pro completo, y las nubes negras se comenzaron a disipar. Al atardecer volvieron las naves que habían logrado escapar de la ciudad; las pocas elfas y niños elfos que quedaban, más cincuenta elfos que podían luchar.
Las defensas de la ciudad quedaron completas, se ubicaron vigías en las colinas cercanas y se envió una tropa de elfos que siguieran el río Rhun, y llegaran a Annuminas por el Oeste, para ver como estaban las cosas por Arnor; tardarían mínimo diez días en volver.

Balin estaba empacando sus cosas. Partirían a la mañana siguiente, lo mas temprano posible. Habían armado un campamento mientras la ciudad era re construida. Los muelles y las calles estaban repletos de tiendas. Pero eran tantas las personas, y tan poco el espacio, que la mayoría estaba en los barcos.
Durante toda la tarde Balin había ayudado a limpiar la ciudad, siempre junto a Haldir. Sentía que era su único amigo en un lugar desconocido, y efectivamente, se hicieron buenos amigos, mientras conversaban. Pero de todos modos Balin extrañaba a Morthion y Vani. Con ellos había pasado por mucho en tan poco tiempo. Desde batallas a cenas, voló junto a ellos, cabalgó con ellos, navegó con ellos. Extrañaba las lecciones de Sindarin de Vanimeldë, y las tardes de entrenamiento con Morthion. Pero tenia que adaptarse al momento. Su plan había resultado, y quizás hiciera algo útil. Si lograba juntar un ejército de Enanos que viniera a ayudar estaría dando su aporte en la guerra; de veras se sentía inútil en ese lugar. ¿Qué estarían haciendo Morthion y Vanimeldë? “De seguro algo útil” se respondió. Pero estaba equivocado; en ese momento Maglor, Morthion y Vanimeldë dormían apaciblemente sobre una colina al sur de Emyn Beraid.
-Permiso, Balin.- dijo la voz de Glorfindel mientras entraba en la tienda.
-Buenas Noches, Señor.- dijo el Enano con una reverencia, tomado totalmente por sorpresa.
-No tienes porque llamarme Señor, Balin.- dijo el elfo mientras se sentaba en un banco de madera. Miro al Enano y comenzó a hablar- ¿Qué edad tienes?
-Sesenta y ocho años.
-Eres muy joven.- Dijo el elfo. Miro al Enano a los ojos, como buscando algo. Luego continuó.- ¿Habías estado alguna vez en una batalla?
-Solo en dos.- respondió el Enano.- Hace unos meses en Erebor, y hace dos semanas en Gondor. Pero mi participación nunca ha sido tan importante.
-Pues lo que hiciste hoy me impresiono mucho. Arriesgaste tu vida para salvarme de ese troll. Hazañas así no las hace cualquiera. Te lo agradezco, Balin.
El Enano hizo una reverencia, y murmuró avergonzado algo como “A vuestro servicio”, pero el balbuceo fue tal que Glorfindel no entendió lo que quiso decir. Prefirió pasarlo por alto.
-Mañana partiremos temprano.- dijo.- El viaje lo haremos lo mas rápido posible. No debemos tardarnos más de dos días en llegar a Belegost II. Bueno, mejor será que nos acostemos todos. Buenas noches Balin.
-Buenas noches.- dijo el Enano. Glorfindel salió de la tienda y dejó a Balin solo. De inmediato se acostó, y se internó en una noche sin sueños.

El canto de un gallo despertó a Balin, justo cuando el Sol estaba saliendo. Rápidamente se vistió, y salio de su tienda para buscar a Glorfindel. Lo encontró de inmediato, y estaba listo para partir. Balin tomó su mochila y su hacha y acompaño al elfo a buscar a Aglarid. Ya estaba listo, con veinticinco soldados vestidos con la armadura gondoriana. Círdan estaba allí, para despedir a los embajadores; tenía las riendas de dos caballos y un poney.
-Suerte.- le dijo a Balin.- Que la luz de Aüle te guíe a ti y a tu gente.- Luego se dirigió donde Glorfindel, y hablaron en privado. Al rato Glorfindel volvió con los soldados. Monto en uno de los caballos, Aglarid en el otro, y Balin monto en su nuevo poney. Así la caravana partió de Mithlond, por el camino del Sur. Balin miro hacia el Oeste; las Montañas Azules se extendían hacia el Sur, imponentes y majestuosas: el hogar de sus Padres, donde su raza se había refugiado durante siglos. El camino bordeaba las montañas, y mas al Sur se dividía en dos; uno iba a Belegost II. El otro seguía hacia el Oeste, al sur de Emyn Beraid, hasta llegar al Baranduin, y al Vado de Sarn. Allá en el Sur el Enano alcanzo a ver el gran valle que se extendía entre la cordillera y las Colinas de las Torres, Emyn Beraid. Justo en ese momento Morthion se decidía entre ir a Arnor o a Belegost II. Si el destino lo hubiera querido, Balin y Morthion se hubieran vuelto a ver, pero eso no estaba preparado para ese momento.
A mediodía la caravana se detuvo para descansar. Al parecer tardarían mucho menos; si seguían a ese ritmo llegarían al anochecer. Mas al Sur había una estribación, proveniente de las Montañas Azules. Las cumbres se anteponían a la vista de Balin, y el Enano pudo observar el gran valle que se formaba. Los hombres y elfos se prepararon para almorzar al aire libre, pero Aglarid montó una tienda improvisada, para deliberar con Glorfindel. Y Balin también fue invitado.
Largo rato hablaron, sobre como los recibirían allá, y Balin les explico como era la gente en Belegost II. En sus años de infancia el Enano había hecho un viaje con Gralin, su padre. Vivió diez años en Belegost II, pero de eso ya habían pasado cuatro décadas. Drór, el primo de Balin, era el consejero del rey; tenía trescientos cuatro años, y había prestado un tercio de su vida a Bóin, el Monarca de Belegost II. Este anciano Enano era descendiente de uno de los Padres de los Enanos, y Belegost II había sido el hogar de su pueblo durante milenios. Pero desde los Días Antiguos estos Enanos habían rechazado el contacto con los Elfos, y el rencor duró hasta los días de Morthion. Pero a pesar de eso eran orgullosos y dignos; Balin confiaba en eso para cumplir su cometido.

Retomaron el viaje, y la marcha continuó normalmente. El viento comenzó a soplar hacia el Este, y cuando Balin volteó al Norte vio a lo lejos los Puertos Grises, ya sin nubes negras que los acosaran. Glorfindel miró al cielo.
-Las Águilas nos protegen. Manwë esta con nosotros.
Balin recordó tristemente a Vanimeldë, su amiga Vani, y las largas charlas que había tenido con ella. Ambos parientes lejanos de un celebre Enano y un famoso Elfo. El destino los había ligado como grandes amigos, y era triste para el Enano perderla. Recordó el primer encuentro que tuvo con ella, una semana antes de conocer a Morthion. ¡Morthion! Como extrañaba a su amigo. Si le hubieran dado a elegir entre su vida y sus dos amigos, los hubiera elegido a ellos primero. Pero el asar quiso separarlos, y eso no se podía evitar. En esos melancólicos minutos necesitaba algún sabio consejero, y lo primero que le vino a la mente fue Radagast. De algún modo también lo extrañaba, pero todavía no se quitaba el asombro de ver al Mago con una expresión que denotaba una mezcla de preocupación, miedo y rabia. La cara de enojo contenido durante años fue lo último que Balin vio de Radagast antes de que subiera a la Torre. Pero después no lo volvió a ver. Haldir dijo que el Mago estaba sin Morthion, pero no se imaginaba que podía haberle ocurrido. De pronto la voz de Aglarid lo saco de sus cavilaciones.
-Mira, Balin. Hemos llegado. Nos tardamos menos de lo esperado, afortunadamente.
El Enano miró hacia el Sur, y a menos de cien metros estaba el cruce de caminos. Torcieron a la derecha, hacia el Oeste, y vieron que le camino continuaba un poco mas de una milla, y se internaba en las Montañas Azules. El camino serpenteaba a través de una gran montaña, y en la parte norte de esta había una pequeña meseta, como un valle rodeado de acantilados. En la ladera de la montaña estaba la Puerta de Belegost II, custodiada por una guardia de Enanos. Otro camino seguía hacia el Oeste, cruzando la cordillera; el antiguo camino que iba a la anegada Beleriand, y las tierras actualmente llamadas Lindon.
Una hora tardaron en llegar, y cuando los guardias los vieron, uno se acerco receloso.
-Quienes son y a que vienen.- dijo con un tono que obviamente quería decir “Largo de aquí”.
-Venimos en busca de ayuda.- dijo Aglarid.- Nos gustaría hablar con Bóin, tu Rey.
-Traen elfos.- dijo el desconfiado enano, mientras miraba la caravana minuciosamente.- enviaré un mensajero al Rey. Tendrán que esperar fuera de la ciudad.- Dicho esto se volteo, pero frenó al ver a Balin.
“Así que también viene un Enano. Esto lo tendrá que saber el Rey.”
Aglarid miro desconcertado a Balin, quien le devolvió una preocupada mirada. Esperaron alrededor de media hora, hasta que el mismo Enano volvió y los llevo a la ciudad.
Cruzaron las grandes puertas y entraron en una gran habitación, que se separaba en tres anchos corredores; uno al Oeste, otro al Este y el otro hacia el Sur.
-La comitiva debe quedarse aquí.- dijo el Enano.- Solo podrán seguirme el Enano y los dos Señores presentes.
Balin, Glorfindel y Aglarid siguieron al Enano por el corredor del Sur. Caminaron durante diez minutos y al final del corredor llegaron a un gran Portón vigilado por dos guardias, con brillantes espadas. Al cruzar la Puerta, Balin vio el único lugar de Belegost II que no conocía; el Salón del Rey. Era una gran habitación, sostenida por grandes pilares tallados en la roca, e iluminada por un agujero que salía a la superficie; pero ya oscurecía en la Tierra Media, y el Salón estaba iluminado por antorchas en las paredes. Había una larga alfombra verdosa que llegaba hasta el trono, donde un anciano Enano estaba sentado, observando a los recién llegados. Glorfindel se adelantó, y con su sabia voz habló:
-Saludos, Bóin, Rey de Belegost II. Venimos en nombre de Elfos y Hombres a pedir su ayuda. La guerra nos ha alcanzado, y pronto la Sombra cubrirá toda la Tierra Media. Si no actuamos rápido, seremos completamente exterminados. Es por eso que venimos a pedir su ayuda y su apoyo, para crear una alianza entre las tres Razas, y enfrentar a la Oscuridad.
Las palabras que el Elfo pronunció fueron de tal fuerza que Balin creyó que el Rey no se negaría. Pero el silencio que siguió al discurso de Glorfindel fue demasiado profundo. El Rey examinó a los viajeros uno por uno, fijándose sobre todo en Balin. Este, para no dar a notar preocupación, comenzó a inspeccionar alrededor. Había pocos guardias, y solo dos o tres Enanos que atendían al anciano Monarca. Para desconsuelo de Balin, su primo no estaba en la habitación. Pero había otra persona, que el Enano no había notado; un desconocido, con una larga capa que lo cubría completamente. La cara no se veía, oculta en las sombras, pero notó que no era muy alto, y andaba medio agachado. Al parecer estaba mirando fijamente al Rey, sin prestar atención al trío de viajeros. El monarca tardo un poco en dar su opinión.
-Extraño es el grupo que se presenta hoy en mi Salón. Nunca había visto aquí a un Hombre un Elfo y un Enano juntos. Y ahora me dices que la Sombra los ha atacado. Los días han cambiado. Ya no son como antes. Hace milenios no entraba un Elfo a esta ciudad, y contigo he hecho una excepción, pues me han dicho y compruebo que eres un Elfo muy importante. Se nota a leguas. Graves deben ser sus problemas si vienen a pedir mi ayuda. Pero yo no tengo la obligación de solucionar sus problemas siendo que los Elfos nunca han solucionado los nuestros.
Aglarid miró tenso a Balin, pero Glorfindel no se amilanó; dio dos pasos y comenzó a hablar.
-Sea cual sea la razón de su rencor hacia mi Raza, Señor, esta guerra lo afectara a usted y a su gente, tarde o temprano. Por eso hemos venido, a advertirle y a darle un consejo: si recapacita, y su une a nosotros, las probabilidades de ser derrotados serán menos. Debemos actuar rápido y sin demora. Por eso…- Glorfindel no alcanzo a terminar la frase, pues el Gran Portón se volvió a abrir y por el entró corriendo un Enano herido. Balin reconoció a su primo Drór. Todas las cabezas se volvieron hacia él, solo para ver como caía desmayado frente al Rey. Pero los murmullos y griteríos no alcanzaron a salir, pues por la puerta apareció una figura negra, encapuchada. Balin sintió como si le helaran la sangre de su cuerpo. La habitación pareció oscurecerse. La figura comenzó a avanzar y emitió un grito tan helante como el hielo cuando pasa por la garganta, pero se detuvo al ver a Glorfindel. Balin, que se había arrojado al suelo con las manos en los oídos, quiso mirar, pero parecía que su fuerza de voluntad no respondía. La figura miró fijamente al Elfo, que sacó la espada rápidamente.
-¡Quien eres!- grito Glorfindel. La criatura comenzó a reír malvadamente, y se dispuso a responderle al Elfo.
-Tú sabes quien soy. Tú sabes que soy.- dijo con una voz fría y siseante. Desenvainó la espada y se acercó a Glorfindel. La tensión de ese momento parecía eterna. Glorfindel miraba atento a la capucha vacía, y Aglarid desenvaino también, sin ceder al miedo. El Nazgûl se dispuso a atacar, pero una voz resonó en el Salón.
-¡Alto! Detente, Nazgûl. Tu lugar no es aquí, sino en los Abismos preparados para la Sombra. ¡Vete!
El Nazgûl frenó en seco, y volteó para ver al encapuchado alzando una mano contra el. De pronto, sin que nadie alcanzara a ver, el encapuchado sacó una larga vara, y de ella broto una luz que iluminó el Salón. El Nazgûl dio un chillido y se alejo corriendo por la salida. El aire y el ambiente volvieron de a poco a la normalidad. Balin levanto la cabeza y vio como el encapuchado se acercaba al Rey. Se sacó la capucha y apareció nada menos que Radagast.
-Ahora lo vez, Bóin. Glorfindel tiene razón. Yo te recomendaría aliarte con ellos. Creo que puedes aceptar mi consejo, ahora que tu consejero esta inconsciente.- dicho esto dos de los guardias reaccionaron. Tomaron el cuerpo del Enano y se lo llevaron.
El Rey miro a Radagast, pero Glorfindel estaba aireado.
-Un Nazgûl.- dijo en voz baja. Luego miró al Rey y con odio avanzó hacia el trono.- ¡Que hacia un Nazgûl aquí! No me digas que te uniste a ellos.
El Rey dio un grito de miedo al ver al enfurecido Noldor dirigirse hacia el, pero Radagast se interpuso.
-Basta, Glorfindel. Cálmate. El Nazgûl vino como mensajero de Morgoth. Llegó esta tarde, para pedir una alianza con estos Enanos. Lastima que estos Enanos son tan tercos, y no me dejaron hablar con el.
Radagast miró secamente a Bóin, quien estaba más asustado incluso que Balin. Todas las caras se volvieron al Monarca, y de inmediato supo que la decisión caía sobre él. Intimidado por la mirada de Radagast, decidió apoyar al Mago.
-Creo que lo mejor será seguir tu consejo. Den la orden de evacuación de la ciudad.- le dijo a un guardia que estaba cerca.- Partiremos al amanecer. ¡Que se preparen los ejércitos!
Parecía que el miedo había abandonado a Bóin, que se levantó de su sitial y se fue con los guardias, llevándose a Balin y los demás. La misión había sido un éxito.

Atardecía en los Puertos Grises cuando el ejército de Belegost II fue avistado. Ochocientos Enanos, provistos de las mejores armas y armaduras que se pudieran encontrar al Oeste de las Montañas Nubladas, llegaron a Mithlond, con Bóin, Balin, Glorfindel, Aglarid y Radagast a la cabeza. Círdan y algunos elfos los recibieron.
-Bienvenido seas, Bóin, Rey de los Enanos. Te agradezco tu ayuda.
-Ojalá esta alianza nos sea provechosa, Círdan de los Puertos.
-Más provechosa será si nos dejamos de saludos y nos centramos en la situación.- dijo Radagast, impaciente.- Vamos, síganme todos.
Radagast los llevó a una tienda cerca de los Muelles. Ahí los llamó a deliberar, después de mandar a Haldir a preparar los ejércitos.
-Estamos frente a la amenaza de un nuevo Señor Oscuro. No podemos hacerle frente, pero tampoco podemos echarnos para atrás. Estamos en una situación crítica, pero si mi plan continúa como espero, quizás tengamos algunas oportunidades. Ayer hubo un ataque a esta ciudad, y afortunadamente obtuvimos la victoria. Yo mismo hablé con un guardia orco ayer por la tarde.
Todos miraron sorprendidos al Mago; obviamente no entendía que había querido decir. Radagast continuó.
-Me disfrace, y como pueden comprobar ahora, puedo modificar mi voz a mi antojo.- dijo con una desagradable voz que sin duda recordaba a los inmundos orcos. Balin estaba sorprendido de las habilidades escondidas del Mago; sólo lo había visto hacer pequeñas explosiones y nada más extraordinario. Radagast continuó hablando, ahora con su voz común.- Le dije al orco que el ataque a Mithlond había sido exitoso, para ellos, y el imbécil fue de inmediato a dar aviso. Al rato volvió para decirme que las tropas retrocederían hasta Bree. Eso nos da una noticia mala y otra buena, aparte de mucha información. La mala es que Bree ya ha sido tomada, y eso quiere decir que Annuminas y Fornost también. Pero La Comarca quedará vacía de Enemigos durante estos días. Luego de la charla con el orco, fui directo a Belegost II, porque el orco me dijo que un Nazgûl había ido hacia allá. Gracias a Gwaihir llegué antes que el Espectro, pero Bóin no quiso hacerme caso. Dejó entrar al Rey Brujo, pero cuando intervine nos libramos de un impensable desenlace.
-Espera un momento.- dijo Círdan. Las cuatro cabezas giraron para ver al elfo.- Si ese Nazgûl vio a Glorfindel, sabrá que Mithlond no cayó.
Todos miraron a Radagast, esperando que diera la solución al problema, y así lo hizo.
-Lo que vio al escapar fue a un montón de Elfos y Hombres sentados en el Gran Vestíbulo de Belegost II. De seguro creerá que son los refugiados que lograron escapar de la matanza de los Puertos Grises.- dijo riendo. Pero eso no les parecía gracioso a los demás; estaba diciendo, literalmente, que dejaría todo a la suerte.
-Ahora, tenemos suficiente información como para continuar con mi plan.
-Que propones.- dijo Bóin.
-Atacar al enemigo. Recuperar La Comarca para nosotros. Para eso necesitaríamos de todas las fuerzas de las que dispongamos.
Un silencio quedo en el aire. Todos miraban atónitos a Radagast.
-¿Estas loco?- dijo Aglarid. Todos los demás lo afirmaron; de verdad creían que Radagast, el Sabio mago que los había guiado hasta ese momento había perdido la cordura.
-Si lo hacemos rápido, lo podemos lograr. Un ejército partió desde Erebor hace dos semanas y se unió al ejército de los Elfos del Bosque Negro. Llegaron a Kazad Dûm hace nueve días, donde se unieron al ejército de esa ciudad. Partieron de inmediato, y vienen por el Camino del Este. Solo dos días más y llegarán aquí; pero Gwaihir envió a dos de sus Águilas, y le avisarán a Durin que nos espere en la frontera Oeste de La Comarca. Y si no es suficiente, un ejército de Rohirrim viene pisándole los talones al ejército de Enanos y Elfos.
-¿Como sabes todo eso? ¿Como puedes estar tan seguro?- dijo Bóin, mirando suspicaz e Radagast.
-Para eso tengo un palantir.- dijo sacando una piedra de su bolso. La Piedra brilló misteriosamente.- Lo vi todo cuando veníamos en el barco. Pero no me he atrevido a usar la Piedra desde hace días. Temo que con la caída de Minas Tirith y de Gondor, el Enemigo se halla apropiado de los Palantir del Reino.
-Entonces está decidido.- dijo Glorfindel mirando a todos.- partiremos mañana al alba. Bóin, prepara a tus Enanos. Aglarid, da el aviso a los ejércitos.
Todos tardaron en acatar, pero al cabo cada uno fue a lo suyo. Círdan también salió, pero Balin se quedo, para poder hablar con el Mago.
-Gracias.- le susurró Radagast a Glorfindel, con un guiño. El elfo le sonrió, y volteó para salir de la tienda, pero Radagast lo detuvo.
-Hazme un favor. Tú eres un gran Noldor, con mucha fuerza de voluntad. Haz pasado por los más duros momentos, y tienes un poder sorprendente. Yo no me atrevo a mirar en la Piedra, pues nunca he estado tan cerca de la Sombra, pero en cambio tu si.
-Entiendo. ¿Que quieres que mire?- dijo Glorfindel con el rostro serio.
-Quiero que busques en La Comarca a Morthion, Maglor y Vanimeldë, por favor. ¡Pero rápidamente! Quizás el Enemigo esté observando. No lo sabemos.
Balin no pudo evitar contener una sonrisa. Le pareció que Radagast le guiñaba un ojo, como si hubiera adivinado sus pensamientos. Glorfindel se acercó a la mesa y puso ahí la Piedra. Radagast y Balin se acercaron para ver que mostraba el palantir. Apareció un grupo de colinas, y tres siluetas pequeñas se alejaban de ellas hacia el Este, cruzando un gran campo desierto. Morthion había cruzado las Quebradas Blancas. Glorfindel soltó de inmediato la Piedra, y miró a Radagast.
-Ellos están bien.- dijo el Mago.- Con Maglor estarán bien.
Balin miró a Radagast, y este le hizo una seña para que saliera. Fueron a ver los ejércitos, pero Balin se fue directo a su tienda, para descansar y estar preparado para la larga marcha que le esperaba al día siguiente.


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