Relatos de la Segunda Gymkana de Elfenomeno

4.

Cuando Úrsulo Sarna despertó, se había convertido en un Nazgûl. En realidad, lo era desde hacía mucho, pero apenas lo recordaba. Y peor aún, los recuerdos que guardaba acerca de su vida resultaban demasiado borrosos. Además, todo parecía dar vueltas en torno a un Vado élfico y una ríada de emergentes caballos blancos montados por veloces jinetes. Veía, asimismo, ocho figuras amenazantes envueltas en atuendos negros, que tratando de huir
de una una presencia relampagueante, allá en la orilla, quedaban atrapadas por el desatado cauce del Sonorona. De tal forma, aquellos pensamientos se amontaban junto a otros, más tenebrosos todavía. En estos, creía estar como en un sueño distante, en el que se observaba a sí mismo, un niño de Númenor (o como un pequeño yrch, no podía asegurarlo) intentando ayudar a un muchacho orco que se ahogaba en el Anduin. O tal vez, todo lo contrario.

Viéndole desesperado, Úrsulo, temeroso de los rápidos, tomaba un arco y disparaba a aquel orquito para paliar su agonía. Era, no obstante, un pésimo arquero y erró en el intento. Ofuscado, malgastó todas las flechas de su carcaj, y pronto reparó en que el orco yacía bocabajo, siendo arrastrado el cadáver río abajo por la corriente. Suponía una visión desconcertante: el orco estaba atravesado por múltiples dardos empenachados, y tirada allí en la orilla, aquella forma cadavérica parecía más bien un surtidor.

Sin embargo, no ubicaba en ninguna época aquél recuerdo, aunque creía saber algo:  aquella imagen del Bruinen emergiendo contra la Sombra del Este era el punto de partida sobre la que giraba en torno su pesadilla. ¿Era el agua el problema? ¿Aquello provocaba lagunas en su memoria? Por supuesto, tampoco comprendía un pensamiento disparatado: durante largos años, o así creía él, había discutido junto a Annatar, la gata de éste, y Saruman el Blanco sobre un nombre para su grupo musical. Pocos proponían The Sauron Bros (pocos no, solamente Sauron) y los demás, variados nombres un tanto egocéntricos que iban desde Black Shelob, Led Saruman, a alguna que otra rareza como Mordor Priest, Orcpultura, y el memorable los Cuatro Elementos (¡y vaya que sí, qué cuatro elementos!) hasta un largo etcétera que omitiremos para no sobreinformar indebidamente al lector.

Por eso, en el fragor de una multitudinaria disputa, se vio de pronto titubeando, dudando en sí era un orco anónimo o uno de los Ulari. ¿Había soñado todo aquello? ¿No sería esto mismo un sueño también? ¿En verdad había despertado? Aquel segundo de recapitulación había resultado fatídico: vio, a un lado, al anciano y gran capitán de los jinetes agonizante junto a su blanco córcel, y entonces recordó por qué motivo estaba allí. Sin tener tiempo a reparar en nada más, sentía un agudo punzamiento en la caña, y recordó, ahora sí, quién era. Pero por entonces era ya demasiado tarde, pues Derhelm de Rohan clavaba su afilada hoja entre el manto negro que vestía y su corona. Con esto, apenas llegó a soltar un colérico alarido, como reclamando ser el Señor de los Nazgûl.