Relatos de la Segunda Gymkana de Elfenomeno

9. Decisiones

El Mar lo llamaba con voz susurrante. Quedaba poco para partir, el sol ya bajaba sobre el horizonte coloreando las aguas. Estaban terminando de aparejar el barco. Él los contemplaba pensativo, ajeno a casi todo. No podía posponerlo indefinidamente, el momento había llegado. Sería un viaje de ida solamente.  Y otra vez volvió a él esa voz interior que lo retenía y le hacía dudar.

Antes no había querido planteárselo.Era un guerrero, no le había inquietado la idea de morir. Hasta ahora. Desde el Campo de Celebrant había vivido muchas batallas, y perseguido a las viles criaturas de Sauron por tanto tiempo que no recordaba haber hecho otra cosa. Sauron ya no existía, había vuelto la paz. Y deseaba ver como florecía la tierra que amaba, en la que había crecido. Conocía cada árbol, cada piedra, cada río de aquellas tierras. Empezaba a verlo todo de un modo diferente. Había nacido allí, al igual que sus padres, y allí había vivido largos años. Muchos elfos habían partido ya hacia Poniente, como sus padres, a los que echaba de menos, pero otros tantos habían decidido quedarse. Y él entendía porqué, se sentía unido a esta tierra. Amaba todo lo que había descubierto en ella, los bosques, las criaturas; se maravillaba de la raza de los Hombres, de la intensidad con que vivían. Había peleado junto a ellos y los conocía bien. ¿Realmente estaba decidido a abandonar la Tierra Media? De más allá del Mar no sabía sino lo que le habían contado los que de allí vinieron tiempo atrás. El hogar de los elfos, el lugar más hermoso que hay, un feliz paraíso. Pero no veía felicidad a su alrededor, sólo tristeza. No veía en los que partían la alegría que mostraban los ojos de su hermana. Ella había decidido quedarse, renunciando a partir con los suyos. Y él se quedaría, decidió por fin.

El barco estaba listo para zarpar. Vió que su hermano le hacía señas. Al acercarse a él, sintió que él adivinaba la decisión que acababa de tomar. Le cogió de las manos, y mirándole a los ojos, le dijo:

-No voy a ir, Elrohir. No puedo. Dile a nuestros padres que mi corazón estará con ellos y les recordaré con amor lo que me quede de vida. Deseaba ver a madre otra vez, pero siento que mi lugar está aquí.

Elrohir pensó entonces en quedarse con él, siempre habían estado juntos. Mas él lo convenció para que partiera, ahora veía claro que sus destinos eran diferentes. Ninguno de los dos sería totalmente feliz con el destino del otro: era la hora de separarse. El dolor sería muy grande pero se diluiría con el tiempo.

Se quedó contemplando cómo el barco se alejaba hacia el sol, con las velas henchidas por el viento, ya casi en el horizonte. Una vez ido, las sombras de la noche se cerraron, las estrellas titilaron. El murmullo de las olas al romper era suave, acompasado, hipnotizador. Pero el Mar ya no le decía nada...