Derufod El Mensajero de Boromir

14 de Julio de 2006, a las 08:20 - Eolywyn Dama de Rohan
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10. La bestia acecha

Los dos rohirrim dieron un salto al escuchar el largo y temido aullido de la bestia,  apoyaron espaldas contra la húmeda corteza de los viejos árboles y tensaron las mandíbulas mientras miraban asustados de un lado para otro. Derufod cerró los pulos sobre el asta de la mortífera pica de filo oscuro y serrado,  dirigiéndola amenazante hacia el lugar por donde el eco del siniestro grito ascendía entre la neblinosa atmósfera del bosque.

Otro grito ascendía entre la neblinosa atmósfera del bosque.

Arod,  el muchacho desgarbado miró asustado al gondoriano,   con una expresión de terror acentuada por la cicatriz que le surcaba el rostro,  abrió la boca,  pero ningún sonido escapó de su garganta,  no importaba,  porque para Derufod estaba claro.   El profundo y oscuro aullido que atravesó la quietud del bosque dormido y frío,  provenía de cruce de senderos,  donde Arod y su madre tenían la humilde choza.

El licántropo debía haber atacado el lugar.

El muchacho quiso gritar,  pero el miedo le retuvo,  temblaba de frío y de desesperación,  podía imaginar lo que había ocurrido y un dolor espantoso estalló en su corazón;  su madre,  enferma e indefensa,  habían sido víctima del monstruo.  Cerro con fuerza los ojos,  intentado no ver nada y las lágrimas que le caían se confundieron con las gotas del lluvia le cubría el rostro.

Había silencio,  demasiado silencio en el bosque y todos estabas asustados,  los dos hombres se encontraban muy cerca de Déorwine y Derufod aproximó al chico a su lado,  le apretó el huesudo hombro sin dejar de observar el grisáceo bosque,  casi imposible de determinar los detalles debido a la lluvia.

Déorwine se separó un poco,  avanzando hacia delante sin alterase demasiado,  con  la pica en guardia preparado para clavarle sobre lo primero que se moviera entre los árboles y fuera más grande que él,  tenía el pelo chorreando y pegado a la cara,  las largas trenzas goteaban intensamente sobre su ropa empapada,  sin volverse hacia el grupo habló en alto:

- Quebrada de la Cueva,  queda cerca... ¿verdad?

No obtuvo repuesta.

Derufod los miró a todos y supo que debían ponerse en marcha de inmediato,  habían venido a acabar con el licántropo y debían hacerlo ahora o nunca,  las estrategias preparadas la noche anterior  de nada servirían,  pues la situación había cambiado.

Aquel ser se encontraba de caza por el bosque,  quizás los estuviera observando en aquellos momentos,  al acecho escondido para acabar con ellos,  lo mismo que hizo con los orcos.

Derufod cerró los ojos y negó con la cabeza,  debía deshacerse de esos pensamientos que no le ayudarían en nada.  Tomó aire y lo dejó escapar con fuerza:

- ¡Procurar que la yesca no se moje y,  proteged las teas! –su voz sonó firme y segura.

Los dos hombres se sobresaltaron al escucharle y el joven  Arod  no pareció inmutarse.

-¡Arod, Arod!,  ¡La Quebrada!,  ¿está cerca!

El chico reaccionó,  se giró lentamente y afirmó con un movimiento lánguido.

Derufod pensó que era el momento de partir,  cuanto antes se marchasen de allí lejos,

si estaban en movimientos no pensarían tanto en las posibilidades de ser atacados.

Pero entonces,  una idea cruzó su mente,  se volvió hacia los otros dos rohirrim y les preguntó:
- ¿Sabéis ir a la Quebrada dando un rodeo?

El que parecía menos asustado respondió:

- Sí,  es más corto aunque no hay sendero,  pero puede llegarse

- Bien entonces,  iremos nosotros tres –dijo Derufod en un susurro.

La voz de Déorwine se oyó desde atrás.

- ¿Qué te propones? -.quiso saber.

Derufod lo miró de reojo:
-Nosotros –dijo señalando a los dos rohirrim –iremos a la guarida dando un rodeo,  pero tú y el chico iréis por la cañada...

- ¡De eso nada!,  no nos separaremos – objetó visiblemente enfadado Déorwine,  se acercó al gondoriano con un par de zancadas sin soltar su lanza mortífera.

-Es lo mejor – dijo Derufod.

- ¿Por qué?,  si atacamos juntos...

-¡Atacar!,  no seas necio... –Derufod se lanzó hacia delante con furia – el monstruo ya se habrá percatado de nuestro rastro y nos habrá seguido,  si permanecemos juntos,  será él quien nos ataque y acabe con nosotros igual que con los orcos...

Déorwine apretó los labios lleno de furia:

-Entonces iremos tú y yo,  ellos tres que sigan...

-¡No!,  ¡atiende estúpido! –Derufod   estaba a punto de perder la paciencia,  tiró su pica con brusquedad y acercó al arrogante rohirrim hacia él con un rápido movimiento.

-¡Tú y Arod iréis con teas encendidas hasta la quebrada...! –lo soltó con violencia y siguió hablando- no se os acercará porque teme al fuego igual que a la luz del sol,  pero por desgracia,  los Valar nos ha concedido un día gris y terrible.. –se produjo un silencio y el gondoriano se volvió hacia los otros tomando la lanza. – Nosotros... –siguió diciendo-  llegaremos antes y seremos el cebo –sus propias palabras hicieron un eco en sus pensamientos,  “el cebo”,  “¿y después... qué?”.

---

La lluvia parecía intensificarse y un fuerte viento mecía las altas copas de los árboles,  produciendo un sonido que parecía semejante a los rápidos de un furioso río.   Nada de aquello le gustaba a Derufod,  el día avanzaba y todo parecía complicarse.   El camino que tomaron los tres hombres era muy tortuoso y difícil,  estaban cansados y con toda la ropa chorreando,  las bota cubiertas de barro y las pesadas capas dificultándoles los movimientos.

Pararon un momento para tomar aliento y un frugal bocado,  pero no quisieron demorarse demasiado.   Derufod comenzó a sentir cierta sensación de apremio,  deseaba llegar a un lugar en concreto,  porque aquel camino no parecía tener fin,  estaba muy fatigado y aterido de frío,  el equipo y la pica de los orcos le pesaba enormemente y lo peor,  el brazo herido le estaba molestando mucho.

Notaba punzadas de un dolor ardiente que le recorría el hombro y la espalda.   Alwyn,  la hija mayor del mayoral,  le recomendó que no hiciera movimientos  bruscos,  pero había estado haciendo de todo menos reposar el brazo.

Cuando se separaron de Arod y Déorwine no estaba muy seguro de que el plan de dividirse para evitar ser atacados por la bestia,  funcionara,  ni de que atraerlo hacía la guarida y rodearlo para matarlo,  fuera un acierto.   Pero,  qué podía hacer,  allí nadie pensaba,  los dos rohirrim ya tenían bastante con estar allí,  eran granjeros y no guerreros;  Arod estaba bloqueado,  era normal,  sabiendo que su madre,  con toda probabilidad,  estaría muerta.

Y después estaba Déorwine, que solo hablaba para increparlo y desafiarlo;  a Derufod le daba la sensación de que aquel hombre estaba viviendo una especie de contienda contra él,  como una especie de lucha competente en un torneo por conseguir un premio.

---

Mientras caminaba con dificultad, detrás de los dos rohirrim,  el gondoriano se preguntó si realmente había hecho lo correcto,  quizás debía haber mandado llamar a su señor Boromir y no hacerle caso a aquella bruja extraña.    Pero allí estaban enfrentándose a un destino incierto,  a una legendaria bestia sacada de cuentos antiguos,  que hecha realidad,  vagaba por lo alrededores,  silenciosa y a la espera de poder cazar a todas sus presas y quizás divertirse un poco con ellos antes de darles el golpe final.

Derufod sentía miedo,  pero lo ocultaba tras su expresión seria y su silencio.

Le vino a la memoria las terribles historias que su madre le contaba cuando era muy pequeño,  ella no quería que abandonara la humilde vivienda,  que tenían por hogar,  al atardecer y solía narrarle historias de fantasmas que,  a la caída del sol,  descendían de las montañas,  se movían por campos y ladera como un terrible ejército de espectros y se llevaban a los niños desamparados que se encontraban por le camino.

Años después,  cuando ya era un hombre, supo que aquellas historias no eran del todo inciertas,  aunque sí exageradas;  los Muertos del Sagrario se movían en ocasiones por el exterior de las Montañas Blancas y pocos eran los campesinos o pastores que llegaron a ver a esos fantasmales seres penitentes.  Sin embargo,  todos los habitantes de aquellas regiones situadas al sur de la montaña temían al encuentro y evitaban exponerse a la intemperie.  

Sus pensamientos eran cada vez más fúnebres y con cada paso,   más miedo sentían;   en su mente sólo aparecían las imágenes de las luchas vividas contra los orcos de Mordor,   oscuros y odiosos,   servidores del Gran Ojo,  infestos orcos que se movían a placer por las serradas y siniestras laderas rocosa de los Montes de la Sombra....

Derufod paró en seco y se sobresaltó al notar el tacto de uno de los rohirrim,  no lo había visto pararse,  ni si quiera sabía donde estaba,  sólo notaba que la sombra de un poderoso miedo crecía en su interior.   El hombre lo miró atentamente,  parecía luchar contra sus propios temores,  después desvió su mirada hacia lo profundo de la quebrada:

- Hemos llegado... –dijo en un susurro.

Derufod siguió la dirección indicada por el hombre,  mientras recordaba las palabras del mayoral la noche anterior,  “...pero la sensación de miedo,  odio y terror,  nunca se han borrado del lugar...”



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