Derufod El Mensajero de Boromir

14 de Julio de 2006, a las 08:20 - Eolywyn Dama de Rohan
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5. Mineltar, la Bruja Azul.

Esparcido por el llano hondo, había varios cuerpos mutilados de orcos en avanzado estado de putrefacción, los miembros: cabezas, piernas, brazos, estaban desparramados y los cuerpos sufrían brutales heridas.  La bestia había acabado con ellos con sus colmillos y garras de acero y su brutal fuerza sobrenatural, los orcos iban pertrechados con sus armaduras de combate,  pero el licántropo había sido superior a ellos, partiendo yelmos y petos, rasgando las gruesas cotas de aros.

Derufod quedó momentáneamente desolado, ¿cómo iban a destruir a aquel ser venido de otros tiempos, unos pocos granjeros desarmados? Derufod descendió a medias la pendiente, algo le llamó la atención, se cubrió la nariz y la boca  con la mano izquierda, sentía que le sobrevenían arcadas con aquella pestilencia, pero uno de los orcos llevaba una insignia en la armadura o lo que quedaba de ella y Derufod no conseguía reconocerla.  Cuando estuvo lo suficientemente cerca, tomó una gruesa rama y movió los restos del orco,  la armadura quedó despejada y pudo ver un dibujo muy rústico, una Mano Blanca y quizás una letra a un lado,  parecía un símbolo Sindar,  Derufod no estaba seguro, se acercó más para identificar la letra y creyó reconocer la S.

Entonces alguien habló tras él:

-Extraños tiempos corren, pero lo peor está por venir.

La voz sonó profunda y suave, femenina y sabia; le tomó por sorpresa y Derufod rápido se giró y desenvainó su espada, el movimiento brusco que realizó, hizo que los músculos de su brazo lesionado se estiraran sintiendo una profunda punzada de dolor.

Delante suya había una extraña mujer, de mediana edad, alta y majestuosa, llevaba un vestido sencillo pero de un azul cielo brillante, sus cabellos eran largos y oscuros como la noche y dos gruesos mechones blancos enmarcaban su rostro de sonrisa sincera y ojos serenos que le miraban, como si parte del cielo hubiesen sido depositados en ellos. Derufod la apuntaba con su espada, si la mujer daba un paso o movimiento sospechoso, la ensartaría con su arma inmediatamente, pero la postura de la extraña no evidenciaba ni amenaza ni defensa; estaba relajada, altiva y Derufod percibió en ella sabiduría y vejez.  No la había oído llegar, simplemente apareció de pronto tras él y eso no le gustó nada al  gondoriano, ya de por si el lugar le producía escalofríos y sólo pensar en que la bestia podía estar rondando lo llenaba de terror sobre todo después de verlo tan cerca. Ahora se le aparecía esa mujer que ni era joven ni vieja y a pesar de estar alerta, no había oído sus pasos por la foresta.

-¿Quién eres, cómo has llegado hasta aquí?

-Me llamo Mineltar, pero los rohirrim me conocen como la Bruja Azul, a ellos no les gusto, pero me necesitan. Llegué a este lugar igual que tú, por el camino –respondió la mujer tocando con cuidado la hoja de la espada y apartándola hacia un lado. Se giró hacia la armadura que Derufod había estado estudiando mientras se mecía uno de los mechones blancos y asintió pensativa.

El hombre la observaba extrañado, sabía que aquel nombre “Mineltar” no era de origen rohir, pero si antiguo, élfico eldarín quizás.

-¿De dónde vienes? –preguntó con la espada aún en la mano.

-eso, no es lo qué realmente te preocupa, sino estos… -dijo señalando con un movimiento de su mano los orcos muertos.

Derufod la miraba serio y sorprendido, enfundó su espada y se tocó el brazo dolorido, la mujer siguió hablándole:

-Los orcos no son de Mordor, vienen del norte… -la bruja quedó silenciosa y pensativa, y cuando volvió a hablar, sus palabras eran un susurro - ¡Él está creando un ejército!

Derufod pudo oírla, la bruja se mostró tan sorprendida como él, sin embargo, parecía saber la procedencia de aquellos seres, cuando volvió su rostro hacia Derufod, su mirada parecía triste y su voz sonó apesadumbrada, como si una pena repentina la embargara:

-Derufod, eres valiente y leal, tu señor te aprecia y confía en ti más que en otros, pero debes ganarte el aprecio y admiración de los éorlingas, eso te será de gran valor cuando él ya no esté y tus hazañas te precedan entre las gentes de este pueblo –le sonrió mientras avanzaba para ascender un poco, Derufod la miraba perplejo y sin dar crédito a sus palabras,  ¿de qué hablaba?, la bruja parecía profetizar algo, pero él no creía en esas cosas, intentaba confundirlo hablándole de heroicidades futuras; la siguió y notó como una brisa fresca y perfumada despejaba la ladera del olor pestilente. Mineltar parecía muy ágil ascendiendo la empinada ladera hasta llegar al sendero, el gondoriano pensaba en lo imposible que le resultaba todo aquello, la bruja parecía conocerlo, hablándole de él y su señor, quizás los había observado en más de una ocasión cuando iban al encuentro de Éolywyn.

Volvió a hablarle y Derufod observó su rostro sincero y agradable:

-Esto representa una prueba para ti, nadie más debe intervenir, ya sabes a quienes me refiero… -dijo la bruja tocándole el brazo vendado y comenzó a inspeccionarlo, asintió nuevamente, parecía complacida - … la chica lo ha hecho bien.

Derufod no sabía que pensar, se dejó llevar por aquella extraña mujer, la desconocida parecía saber más que él, y, sin embargo, no le aclaraba nada, al contrario, ahora estaba más confuso que antes; le había dicho que los orcos provenían del norte, pero de las Montañas Nubladas hasta allí había mucho camino y aquel emblema le era totalmente desconocido. Mineltar parecía saber su procedencia, había hecho vaga referencia a alguien.

La mente de Derufod seguía divagando, ¿qué tenía que ver todo  aquello con la bestia?, sin duda debía haber una conexión entre el licántropo, los orcos y procedencia del emblema, pero aquella bruja sabía mucho y él estaba dispuesto a sacarle toda la información posible.

La Bruja Azul miraba a Derufod, parecía percatarse de sus dudas, el hombre permanecía con el rostro serio y preocupado y comenzó a hablarles:

-¿Quién comanda estos orcos?

-Sobre eso nada puedes hacer tú –respondió Mineltar de manera brusca y cortante – los orcos venían a buscar a la bestia y ella se encargó de eliminarlos. Tú sabes qué es esa criatura, sabes cómo destruirla, ¿verdad?

Derufod tenía la ligera sospecha de que aquella bruja, o lo que fuera se había presentado allí para algo más que profetizar su destino. Mineltar le sonreía de manera sincera y sus azules ojos brillaban bajo sus espesas y oscuras pestañas:

-Me gusta que me hagan las preguntas adecuadas –la mujer tomó aire, cerró los ojos y a su mente acudieron imágenes del pasado.

-Esta criatura es un ser maligno nacido de la corrupción de Morgoth. Sauron utilizó a los licántropos para dominar la primera ciudad de Minas Tirith, en la perdida Beleriand, pero eso es otra historia. Sea como fuere, este gaurhoth de Thû ha llegado hasta nuestros días oculto a la vista de todos, quizás aletargado en un sueño del que jamás debió ser despertado. Este ser es poderoso, tú ya lo has comprobado –dijo mirando al atento y serio Derufod –pero aún no ha alcanzado su máxima plenitud, puede decirse que se siente perdido, incompleto, no sabe qué es ni qué debe hacer. No recuerda a su amo ni obedece ordenes de otro.

Mineltar hizo una pausa, se encontraba en lo alto de la colina, Derufod escuchaba muy pensativo, todo parecía muy interesante, pero nada de lo que le contaba podía servirle para liberar a la aldea del licántropo. La bruja prosiguió con su relato, su voz apenas era un susurro aunque Derufod podía oírla con claridad, parecía que era un susurro, aunque Derufod podía oírla con claridad, parecía que sus palabras únicamente podían ser escuchadas por él, sentía como si todo se hubiera detenido, la misma realidad estaba centrada en aquel punto donde se hallaban y a la vez, Derufod se sentía aislado y lejano, él no era muy dado a creer en sortilegios y supercherías brujiles, pero allí se estaba obrando algún tipo de encantamiento.

Recordaba haber sentido algo parecido en una ocasión, era muy joven entonces y se encontraba con Faramir, el hermano de su señor, en una sala de los viejos archivos de la ciudadela, Faramir  le enseñaba a leer y escribir en adûnaico, pasaban horas en aquellos rincones rodeados de viejos documentos y legajos históricos. Aquella tarde los sorprendió el viejo mago Gandalf, el Peregrino Gris, a Derufod aquel viejo le producía cierto terror y prefería no mirarle a los ojos, pues sentía que podía ver a través de ellos y descubrir sus pensamientos.

Gandalf se sentó junto a ellos y Faramir lo recibió con alegría y admiración, mientras que él se quedó silencioso y expectante, el Peregrino Gris comenzó a contarles antiguas historias a petición de Faramir y toda su atención se centró en el mago y su voz, como si se hallara hechizado y nada pudiera distraerlo, todo parecía estar concentrado allí.

Así se sentía en aquel momento y de pronto, la bruja Mineltar le recordó al mago Gandalf, en cierto modo.

La mujer sabia que Derufod le prestaba toda su atención y prosiguió con la historia:

-Pero, a pesar de su fuerza, no es tan poderoso como antaño, le falta la maldad que lo alimenta y lo hace invencible, por eso, parece dirigirse hacia el Este, como si lo atrajese el Mal que existe en Mordor. Tú, Derufod, debes impedir que eso ocurra.

Derufod dio un paso atrás y pareció que el encantamiento se rompió, volvió a notar la brisa perfumada y a sentir el suelo bajo sus pis.

-Pero, ¿qué estas diciendo?, yo no tengo armas para combatir a la bestia, nunca me he enfrentado a algo así, ¿cómo voy a matarlo?, ¡acaso tú, bruja, tienes una solución! –Derufod soltó las palabras con brusquedad, se sentía furioso y perdido con aquella historia del  que se alimentaba del Mal e iba camino de Mordor, quizás lo que debía hacer era avisar a Boromir y que los Montaraces de Gondor se prepararan para dar caza y muerte al licántropo antes de que cruzara las fronteras de Gondor y se internara en Mordor, bastantes enemigos tenía ya en aquel sinistro país para tener que combatir con otro más que provenía de edades pasadas.

La bruja lo instigó una vez más con sus palabras.

-¡Piensa Derufod!, la bestia sólo actúa de noche y nunca se aleja demasiado del bosque, el sol le da miedo y el fuego lo daña… su guarida es su debilidad, si no tiene donde esconderse y protegerse de la luz del sol, se sentirá más vulnerable y será más fácil derrotarlo.

Derufod miraba muy serio y silencioso a Mineltar, calibrada sus palabras y comenzaba a trazar posibles planes:

-¿Cómo encontraré su guarida?, yo no conozco estos bosques y los hombres de la aldea están demasiado asustados como pare…

-¡Pregúntale a Arod, el muchacho sabe mucho!, es valiente y sabe muy bien dónde poner los pies dónde poner la vista.

Mineltar dirigió su mirada hacia el recoveco del camino y después volvió  a observar el atribulado rostro del gondoriano, le sonrió con algo de malicia mientras un eco de su voz sonaba en la mente del hombre, “piensa Derufod, piensa”.



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