Derufod El Mensajero de Boromir

14 de Julio de 2006, a las 08:20 - Eolywyn Dama de Rohan
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13. Valor y coraje

La pica,  forjada con metales oscuros y juegos creados en las secretas armerías de aquel que se hacía llamar la Mano Blanca,  se introdujo en el costado de la bestia cortando piel y músculo,  pero el hueso duro de aquel monstruo legendario necesitaba más empuje del que el agotado gondoriano podía proporcionarle en aquel momento;  la afilada cuchilla chocó con brusquedad contra las costillas y Derufod la saltó cayendo hacia atrás.

El licántropo se giró con brusquedad y con su enorme, zarpa se arrancó el metal que lo hería y lo debilitaba,  emanando sangre descostado.   Lanzó la pica lejos y miró ciego de furia hacia Derufod,  que tirado en el suelo se sentía incapaz de incorporarse,  el desgarro muscular del brazo izquierdo le producía n dolor insoportable y le nublaba la vista,  luchaba por no desmayarse e intentaba desenvainar su espada.   El otro hombre volvió a disparar una flecha,  el licántropo la sintió y gritando de nuevo más de rabia que de dolor,  se volvió con tremenda facilidad mirando con furia ciega su nuevo objetivo.

La bestia avanzaba hacia el arquero,  sin importarle la profunda herida que le produjo la pica,  abierta y sangrante,  se podía ver el hueso,  más el dolor que pudiera sentir aquel ser,  no parecía restarle ni fuerza ni destreza.

Derufod apoyó las rodillas firmemente en el suelo embarrado y sacó con furia la espada,  pero algo que él no esperaba y le sobresaltó,  cruzó como un relámpago su campo de visión.   Una luz como un rayo de esperanza iluminó aquel siniestro lugar,  el gondoriano entrecerró los ojos algo deslumbrado,  siguiendo aquella antorcha que veloz e dirigía hacia el licántropo.  Entonces, su mente aturdida comprendió,  pues aquella luminaria no era de origen mágico,  su portador no era otro que aquel insolente y orgulloso rohirrim de la aldea.

Déorwine parecía estar más allá de cualquier razonamiento,  entró en la quebrada veloz como un poseído cuya única energía de empuje era el ataque contra aquel ser que había mantenido en vilo  a su gente.   No vio al gondoriano a su izquierda, ni al otro hombre que yacía muerto,  ni siquiera al que intentaba tensar nuevamente el arco con una flecha,  su visión estaba fijada en el gaurhoth que no advirtió su presencia y le daba la espalda dirigiendo sus terribles zancadas hacía su próxima victima.

El rubio rohirrim gritó algo e su propio idioma que retumbó en las paredes rocosas del lugar,  lanzó la antorcha hacia un lado que cayó al suelo lanzando chispas,  dándole de esta manera un aspecto más fiero a Déorwine,  apretó con fuerza la lanza con las dos manos y atravesó a la bestia.

***

El grito y la luz de la antorcha llamó la atención del monstruo,  se giró al mismo tiempo que notaba como el frío acero se introducía en su cuerpo,  de su horrible garganta brotó un sonido espantoso que aturdió a Déorwine y aflojó el empuje de la lanza,  sus manos resbalaron del asta cuando el demonio lo rimó con sus ojos llenos de fuego.  La lanza lo había atravesado,  pero no estaba muerto,  pues era un servidor del Señor de los Lobos,  el Nigromante lo había creado y un espíritu maligno alentaba su ser.

Desde las profundidades oscuras y,  frías,  cerca de las raíces de la Tierra Media,  él,  un licántropo de Thû,  había oído la llamada del Señor Oscuro,  alimentado por su maldad ascendió a la superficie y caminó por senderos secretos,  su señor lo llamaba y él deseaba volver bajo su Sombra.   La Bestia sintió la sangre en su boca,  nada le impediría llegar hasta Mordor y mucho menos unos pocos hombres débiles y de huesos frágiles.

Con un rápido movimiento tomó el brazo derecho de Déorwine y sin que el rohirrim pudiera evitarlo dio un poderoso tiró de él acercándolo hacía sí.   La bestia lo tomó por la garganta levantándolo y lo acercó hacia su enorme y oscura faz;  Déorwine quedó suspendido en el aire,  sujeto por las poderosas garras del monstruo que estrujaba su cuello,  intentaba liberarse golpeando y clavándole las uñas,  pero era inútil su acción,  notaba como el aire le faltaba en sus ardiente pulmones y como su visión comenzaba a tornarse borrosa,  la bestia lo estaba asfixiando y pensó que todo acabaría allí.

Derufod,  ya en pie,  vio como el joven Arod entraba justo detrás del impetuoso Déorwine.   Sujetaba con fuerza su tea ardiente,  pero su rostro reflejaba un terror imposible de describir.  Ese miedo que reflejan los niños cuando saben que nadie podrá salvarlos de un terrible destino.
Derufod dio un paso hacia él para llamar su atención,  pero el joven miraba horrorizado lo que sucedía ante sus ojos y la imponente imagen de la bestia y su poderoso aullido lo paralizó.
El gondoriano lo zarandeó y Arod se giró asustado:

-¡Préndele fuego a la yesca! -gritó para que le pudiera comprender y señaló hacia la entrada de la cueva.
El chico parecía no reconocer a Derufod:
-¡Corre pegado a la pared,  nada te hará el licántropo,  yo te protejo!

Arod afirmó con un gesto imperceptible,  e hizo lo que le dijo el hombre de Gondor.   Se encaminó rápido hacía la entrada de la cueva intentando no mirar hacia lo que estaba sucediendo a su derecha.

La bestia estrangulaba a Déorwine y éste a penas si se movía,  Derufod observó que el monstruo estaba muy cerca de la fosa,  con un paso en falso y caería en aquel agujero atestado de estacas;  Derufod corrió con la espada en alto,  el dolor del brazo izquierdo era casi insoportable,  pero dejó caer la espada con fuerza suficiente como para que la filada hoja cortara la articulación del codo del monstruo.  La presión sobre la garganta de Déorwine cesó,  pero no soltó al hombre,  con la única mano que le quedaba seguía sujetándolo.  La bestia volvió a gritar,  pero el sonido quedó ahogado por rugido del fuego que estalló en la entrada de la cueva.

Aquella luz lo iluminó todo como si los rayos del sol brotaran del interior de la cueva y Derufod vio con claridad todo lo que acontecía.   Vio a su enemigo enrome e impresionante,  con varias flechas clavadas,  la larga lanza que lo atravesaba,  la brecha sangrante en el costado,  el brazo cortado a sus pies y como aún mantenía prisionero al desmayado Déorwine que lo zarandeaba como si se tratara de un muñeco.

A pesar de todas las heridas,  el licántropo parecía estar dispuesto a hacerle frente,  se movió despacio y con dificultad,  porque la pica le impedía el avance y el peso del rohirrim lo desequilibraba,  miró a Derufod que se apartaba de su lado con la espada sujeta y en guardia,  interponiendo entre él y la bestia la fosa oculta.

El fuego de la entrada de la cueva  quedaba a la espalda del monstruo muy cerca de él y hasta Derufod llegó cierto olor a pelo chamuscado,  la bestia dio un paso y Derufod lo incitó:
-¡Vamos maldito,  acércate y te cortaré el otro brazo!.

El monstruo le enseñó los dientes ensangrentados mientras dejaba escapar un gruñido gutural y parecía preparase para saltar sobre el gondoriano.  Se agachó levemente para tomar impulso sobre una de sus patas y avanzar una zancada larga con la otra. Déorwine aún seguía prisionero de la zarpa y no parecía reaccionar en ningún momento,  Derufod empezó a temer lo peor,  el rohir podía estar ya muerto o terminar bajo el cuerpo del licántropo al caer da a la fosa.

La bestia herida y rabiosa,  se lanzó sobre el gondoriano que con la mano derecha sujetaba la espada dispuesta a clavársela,  pero entonces el suelo cedió bajo los pies del monstruo y éste no pudo evitar la caída.  El asta de la lanza que lo atravesaba se partió y la bestia dio un último grito cuyo eco se perdió en la oscura noche mientras rasgaba el silencio entre los viejos troncos de los árboles,  y no lejos de allí,  una mujer anciana pero hermosa,  vestida de un azul brillante,  cerraba sus ojos descansando,  pues aquel lamento le trajo una visión tan deseada como esperanzadora.   Mineltar supo que aquel ser no llegaría hasta el Señor del Anillo y así no podría volver a multiplicar a los gaurhoth.   El Enemigo había pedido una batalla,  quizás pequeña,  pero importante y su victoria se la debía a los Hombres cuyo valor y coraje aún seguían intactos.

***

Arod vio como la bestia desaparecía engullida por la tierra,  escuchó el grito del gondoriano y el reflejo rojizo del fuego en la hoja de su espada.   No supo muy bien lo que sucedió,  seguía como atontado,  paralizado por el miedo,  se quedó mirando boquiabierto el lugar donde había estado el monstruo y como Derufod se acercaba al agujero.
El muchacho vio al hombre de Gondor hacer un gesto con la mano derecha hacia las sombras de la pared:

-¡Ven ayúdame! -decía a algo que comenzó a moverse.

El otro rohir se acercó a trompicones,  temblando y pálido,  miró al agotado Derufod y después bajo los ojos hacia la fosa.

La bestia se encontraba atravesada por las estacas,  una de ellas le sobresalía de la garganta y la otra del corazón,  estaba quieta pero sus ojos abiertos parecían mirar hacia los dos.   El hombre titubeó y Derufod que estaba al filo de su resistencia le volvió a gritar:

-¡Está muerta!,  ¡la bestia está muerta!,  hay que sacar a Déorwine.

Arod se había acercado al lugar y vio la escena horrible de aquel cuerpo atravesado por las estacas y cubierto de sangre,  pero el hombre de la aldea yacía sobre el monstruo,  no parecía haber sido dañado por ninguna estaca,  sin embargo un apierna queda aprisionada por el cuerpo de la bestia.
Derufod de rodillas se apoyó en el muchacho y l o miró a los ojos:

-Busca la cuerda. sacad a Déorwine. aún respira.

Arod asintió y Derufod se dejó caer sobre los talones,  se sentía incapaz de hacer esfuerzo alguno,  ni si quiera podía mover el brazo izquierdo y el calor y dolor que sentía en el hombro y el codo le nublaba lamente y la visión.



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