Derufod El Mensajero de Boromir

14 de Julio de 2006, a las 08:20 - Eolywyn Dama de Rohan
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Un grupo de aldeanos partió hacia la espesura del bosque aquella noche,  encabezados por Wihelm y Boromir,   llevaban numerosas antorchas y avanzaban rápidos y silenciosos.
Wihelm,  a pesar de su edad conservaba muy bien la vista y seguía el rastro de las huellas del grupo de Derufod.
Pero,  nada más llegar a la choza del bosque,  hogar del joven Arod,  supieron lo que allí había acontecido.

Las trampas ocultas alrededor de la choza habían saltado cuando la bestia pisó sobre ellas y a pesar de que algunas tenían señales de haber cumplido su objetivo,  el licántropo consiguió llegar hasta el interior.   El humilde hogar estaba salpicado de sangre y el cuerpo de aquella desafortunada mujer,  se encontraba desmembrado e irreconocible.
Los hombres quedaron silenciosos y sus rostros reflejaban una onda preocupación.
Uno de aquellos rohirrim que portaba como arma una hoz bien afilada miró el silencioso grupo:

-No creo que nuestras armas puedan con ese ser maldito.,  es posible -dijo casi en un susurro- que los otros estén igual.
Los hombres se miraron unos a otros cabizbajos y Wihelm apretó las mandíbulas con rabia,  pero fue Boromir quién habló y su voz sonó con claridad y firmeza:
-Derufod y los otros siguen en la espesura del bosque,  seguiremos adelante hasta encontrarlos.  Esté la bestia viva o no,  no voy a abandonar a mi amigo. -dejó un instante que sus palabras calara en los corazones de aquellos aldeanos y el viejo Wihelm fue el primero en seguir el oscuro y húmedo camino que llevaba hasta lo profundo de los árboles:
-¡Seguidme hombres de Rohan,  demostremos una vez más nuestro arrojo ante situaciones adversas! -gritaba animando a sus compañeros.

La noche avanzaba tan rápido como si el grupo,  poco quedaba para la llegada del alba cuando Wihelm hizo un gesto y todos pararon en seco,  el caballero de Gondor se acercó sigiloso al valiente,  granjero,  su espada desenvainada preparada para la lucha.
Algo  se movía torpemente en la espesura,  se acercaba hacia ellos y era más que evidente que no tomaba ningún tipo de precaución,  pues el ruido que hacía podía oírse desde muy lejos.
Wihelm miró a Boromir:

-Es un hombre. viene hacia nosotros corriendo.
Los demás escucharon las palabras y no supieron que hacer.
Varios avanzaron hacia  Wihelm y otros se quedaron atrás.   Boromir sin pensárselo se lanzó hacia el camino con paso rápido hasta dislumbrar la confusa silueta de un hombre:

-¿Quién va? -gritó y el asustado extraño se paró de inmediato.
Uno de los aldeanos reconoció al hombre:
-¡Es mi hermano. mi hermano.! -gritó acercándose al otro que calló de rodillas.

El aldeano hablaba rápido y confusamente,  parecía trastornado,  lloraba y reía al mismo tiempo y aunque Boromir no hablaba rohírrico,  Wihelm se encargó de traducir el balbuceo,  prestaba atención a las palabras y comprendió  lo que el hombre  crecía,  Derufod había matado a la bestia,  estaba herido,  pero vivo.
Aquello era más que suficiente para él.

Siguieron avanzando y tomaron el camino más corto que llevaba a la quebrada,  el bosque comenzó a tomar vida después de aquella noche de sangre y fuego,  algunos pajarillos comenzaron su canturreo vespertino,  el cielo empezó a clarear hacia el este y una ligera brisa agitaba las copas de los árboles.  Se encontraba cerca de la entrada de la quebrada cuando la voz del muchacho los llamó.
Vieron la figura desgarbada y flacucha de Arod que sonrió aliviado al ver el grupo acercarse con las antorchas.

Boromir entró en aquel recinto detrás del muchacho,  buscaba con la vista a su amigo pero no lo localizaba,  veía la fogata casi consumida que destruía la entrada a la cueva y como toda Larica se había teñido de negro por el fuego,  un poco más adelante la zanja que había sido la trampa mortal para el licántropo,  entonces un la mirada.   Derufod, al ver entrar a su señor,  intentó ponerse de pie,  pero el intenso dolor del hombro,  el agotamiento y algo de fiebre le impedían levantarse:
-Mi.señor.
-¡No Derufod,  no te levantes! -dijo acercándose a él y sujetándolo.
Los demás habían entrado,  algunos miraban la bestia muerta fascinados y aliviados,  mientras que Wihelm tanteaba el cuerpo de Déorwine,  tenía un apierna rota y al parecer varias costillas dañadas,  tenía moratones en el rostro y la garganta y lanzaba quejidos cada vez que Wihelm lo tocaba,  pero estaba vivo.  Menos suerte había corrido el otro aldeano cuyo cuerpo estaba siendo cubierto con una capa por un amigo.
Arod miró a Boromir sin saber quién era,  había tristeza en sus ojos y confusión:
-Derufod mató a la bestia,  él nos salvó. -decía mientras Wihelm lo abrigó con su capa.
-Tú me ayudaste. la gloria también es tuya -dijo Derufod débilmente.
El muchacho negó con la cabeza y se echó a llorar.

***

Derufod se sentía cómodamente tumbado sobre un lecho blando,  sentía la suavidez de una cálida manta sobre su cuerpo y sentía una sensación de aplomo relajado que le impedía moverse,  pero tampoco lo deseaba.   Con los ojos cerrados su conciencia,  perezosamente,  volvía a la realidad,  podía oír el ladrido de un perro lejano,  risas de niños,  una voz femenina entonando una canción cuya letra no entendía e incluso,  distinguió el tintineo de un martillo al caer sobre un yunque.

¿Dónde estaba?,  se preguntaba,  su mente parecía aturdida y cansada,  no deseaba despertar,  entonces oyó un sonido muy próximo,  alguien se movía a su lado y una imagen horrible se dibujó en su mente,  la bestia merodeaba cerca.
Derufod abrió los ojos y dio un respingo para incorporarse,  sintió de nuevo la punzada en el brazo dañado y cayó sobre el sencillo pero mullido catre donde se encontraba.

-Tranquilo Derufod,  nada has de temer -dijo una voz grave que reconoció al momento,  Boromir estaba de pie cerca de él.
Ambos hombre estuvieron hablando durante un buen rato,  según le contó Boromir,  tenía un fuerte desgarro muscular en el hombro y la hija mayor de Aldor le había tratado con un ungüento y vendado nuevamente.   Por la tarde le dio fiebre y estuvo balbuceando,  pero Derufod no recordaba nada.   Después de pasar la noche tranquilo,  a Boromir le alegró que despertara,  aunque cansado,  pero consciente:
-Debo marcharme  Derufod,  -le dijo acercándole una jarra con agua fresca y de sabor dulce-  pronto llegaran a la aldea jinetes de la casa de la dama Éolywyn,  puede que alguno me reconozca y no debo arriesgarme.
Derufod se incorporó:
-Estaré listo enseguida.
-No te preocupes amigo,  quédate cuanto te haga falta,  esta gente te considera un campeón,  eres su héroe y debes recuperarte totalmente.
Derufod asintió con un gesto y se dejó caer sobre el lecho,  de pronto recordó algo vivido en los días pasados:
-Debes saber algo mi señor,  es algo que vi en el bosque,  al parecer una partida de orcos siguió desde el norte a la bestia.,  estaban armados y portaban una insignia,  una mano blanca y una S.
Boromir frunció el ceño y se quedó pensativo:
-Una mano blanca dices. esto debe saberlo mi  padre,  partiré antes del medio día y sólo deseo que te recuperes pronto y bien,  te necesito fuerte y sano Derufod y no convaleciente -decía mientras abría la puerta -¡ah!,  debes saber que esta noche los aldeanos celebrará una fiesta en tu honor,  ¡diviértete!
Derufod volvió a estar sólo en aquella casa que sería el futuro hogar de Déorwine y Alwyn,  entonces recordó al presuntuoso rohirrim,  ¿dónde estaría?,  se preguntó medio adormilado,  y el joven Arod,  ¿Qué sería de él?,  pero el sueño volvió a invadirlo y é se dejó vencer sin oponer ninguna resistencia.

Después de la partida de Boromir pasaron varias noches,  la primera fue la fiesta para celebra la muerte de aquel ser maligno por el valiente caballero de Gondor,  fue amena y muy alegre,  aquellas gentes lo necesitaban,  hubo comida,  bebidas y bailes,  pero Derufod se sentía demasiado cansado para aguantar toda la noche y se retiró pronto.   El adorno principal de aquella fiesta era la cabeza del licántropo,  la habían hervido para que se desprendiera la carne y lucia lustroso el cráneo,  que aunque inquietante,  ya no provocaba pavor.   Arod vino a visitarlo antes de comenzar la fiesta,  Derufod lo encontró distinto,  iba vestido mejor que antes,  más limpio y calzaba unas buenas botas,  pero seguía existiendo en lo profunda su mirada una cierta tristeza que tardaría años en desaparecer,  le dijo entusiasmado que la familia que perdió a su hijo por culpa de la bestia,  lo había acogido en su casa y lo trataban bien.   Aquello alegró al gondoriano,  pues el chico era más que evidente que había llevado una vida muy pobre y después de la muerte de su madre.,  todo sería incierto para él.

En la fiesta ocurrió otro hecho que  le alegró en cierta manera.   Nada más comenzar el festín,  después de un corto discurso del mayoral que resaltaba las hazañas de Derufod,  Déorwine hizo acto de presencia,  se acercó al hombre de Gondor ayudado por dos muletas de madera,  tenía aún la cara algo hinchada,  pero en general su aspecto era bueno.
Se sentó a su lado sin quitarle los ojos de encima,  con su mirada desafiante se mantuvo un momento en silencio.  Alwyn,  su futura esposa,  dejó dos jarras de espumosa cerveza frente a los hombres,  miró divertida a Déorwine después a Derufod y se marchó.

Déorwine tenía el pelo recogido en una trenza y su rostro permanecía despejado y serio:
-Estamos en paz gondoriano,  yo te salvé la vida y tú me salvaste la mía.
-Hicimos lo que debíamos hacer,  eso es todo -respondió Derufod dirigiendo la mirada distraído hacia otro lugar,  no tenía ganas de peleas dialécticas con aquel tipo.
-Enhorabuena,  amigo -dijo Déorwine tomando su jarra -has demostrado que eres capaz de arriesgar tu vida por un asunto que no te ataña,  otros se habrían marchado sin más,  ¿a quién le importa unos pobres aldeanos de Rohan?
Derufod miró al rohir extrañado,  no esperaba que le hablara de aquella forma,  tomó la jarra y ambos la chocaron en el aire bebiendo un largo trago.
-Derufod,  siempre serás bienvenido a esta aldea,  y en el Folde Este  todos sabrán de tu nombre y de tu historia.
Y eso es cierto,  porque hasta la corte de Meduseld llegaron las historias de la horrible y maligna bestia nacida de oscuros y lejanos días y de cómo el valiente caballero Derufod de Gondor acabó con el licántropo de Thû.

La siguiente noche al atardecer llegaron los caballeros jinetes comandados por el hermano de Éolywyn,  Éokem,  llevaban escudos con los símbolos del reino d erogan,  vestidos de verde oscuro y sus yelmos con penachos blancos,  todo un espectáculo para los aldeanos que los recibieron con algarabía.
Derufod fue presentado aunque ellos ya se conocían,  pues Boromir visitaba Edoras por asuntos de estado y el hogar de la dama Éolywyn era utilizado como punto de descanso,  y algo más,  en su itinerario.
El joven Arod se encargó de enseñar a Éokem y sus hombres el lugar de la quebrada donde dieron muerte al licántropo y después de quemar los restos de aquel ser y comprobar que no existían orcos y otras criaturas amenazantes por aquellos lugares, decidieron regresar y  Éokem invitó a Derufod a  que los acompañara.
En su casa descansaría mejor,  le había dicho aquel rohir con sincera amabilidad.

Derufod se sentía cada vez mejor,  y tomó un caballo prestado para realizar el viaje en el que no hubo ni sobresaltos ni aventuras.
La estancia en aquel apacible hogar fue corta,  pues Derufod no deseaba demorarse demasiado allí,  vio en dos ocasiones a la dama y se sintió extraño al tenerla tan cerca de él sin la inminente presencia de su señor Boromir.
La mujer lo saludó a su llegada,  y se mostró complacida de que se hallase en su casa vivo y sano.   Quiso oír el relato de su hazaña por el mismo contado y fue la propia Éolywyn quien llenaba su copa de vino aquella noche que a Derufod le pareció mágica y perfecta;  se encontraba a solas con la dama,  el hogar encendido,  una mesa dispuesta con manjares,  los dos en aquella estancia.,  ella enteramente para él y sintió que aquella situación no era un sueño ni un anhelo,  sino un atisbo de un posible futuro.

La segunda vez que volvió a verla fue el día de su partida,  ella salió al patio con su joven doncella a su lado,  ceca de la fuente había un hermoso corcel de pelaje castaño y crines oscuras,  un caballo de formidable presencia,  elegante,  de aspecto resistente y fuerte.
Éolywyn se acercó al animal que estaba ensillado,  tomó las  riendas y lo acercó a Derufod:
-Aquí tienes a tu nuevo caballo,  es orgulloso pero dócil y te servirá bien.
-Mi señora. -dijo Derufod algo confuso-  es un caballo magnífico digno de n gran señor.
Éolywyn le sonrió:
-¿Acaso no lo eres? -le dijo mientras le entregaba las riendas,  sus manos se rozaron por un momento y Derufod carraspeó:
-Os lo agradezco. esta montura me llevará veloz hasta donde tenga que ir.
-Eso espero. -dijo Éolywyn  mientras su doncella le entregaba un sobre cerrado - Derufod,  ¿le llevarías ésta carta a Boromir?,  nuestra despedida fue muy rápida,  a penas si pudimos hablar.
El gondoriano tomó la misiva y notó el perfume que impregnaba el papel,  aroma a flores nocturnas.
-Mi señora,  cumpliré con vuestros deseos,  siempre.

***

Derufod,  el mensajero de Boromir dejó atrás Rohan con cierta amargura,  era extraño que surgiera ese sentimiento,  pues nunca sentía apego por los lugares que su labor le hacía visitar,   analizó todos los hechos vividos y se dio cuenta que una parte de él estaba ahora en el país de los Eorlingas.
Volvía a Minas Tirith,  la Ciudad de los Reyes,  donde sin duda le esperaban y tendría trabajo,  pero albergaba la esperanza de volver pronto a La Marca y poder verla a ella de nuevo.

Fin.


Notas de la autora:
Sobre los nombres de los protagonistas de este relato,  he de decir que están inspirados en aquellos que creó Tolkien.   Algunos están transformados y otros copiados directamente.
Derufod provine del nombre Derufin,  un hombre de Gondor,  pero al cambiarle las dos últimas letras me sonó mejor,  menos élfico,  pero serio y digno de un valeroso héroe.

Pronto volverá Derufod con nuevas aventuras.
Gracias por leer mi historia.



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