Derufod El Mensajero de Boromir

14 de Julio de 2006, a las 08:20 - Eolywyn Dama de Rohan
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9. Un jinete rápido.

El caballo llegó malherido a la aldea,  sangraba abundantemente por una de sus patas traseras,  los ollares abiertos tomando con dificultad el húmedo y frío aire de aquella plomiza mañana y sus ojos poseían una mirada desencajada por el miedo.   Sudoroso,  casi cubierto por la espuma allí donde le rozaba los arreos,  el animal fue atendido inmediatamente por los aldeanos.

Aldor miró,  profundamente preocupado,  hacia el camino por el que se marcharon los hombres esa oscura madrugada y pensaba temeroso que la bestia los debió atacar,  posiblemente debían estar muertos o moribundos en el peor de los casos,  porque estaba seguro de que ninguno de ellos tendrían el valor de adentrarse en el camino del bosque para ayudarlos y traerlos de vuelta.

Todo parecía un caos en la aldea,  las mujeres se apresuraban a encerrar a sus animales y apremiaban a sus hijos en la tarea,  los maridos hacían corrillo alrededor del mayora,  gritaban o murmuraban,  pero todos estaban asustados,  muy asustados,  habían depositado la esperanza de acabar con la bestia en aquello valientes,  y que serían capaz de derrotarla y volver a la aldea con el cuerpo muerto de aquel ser como si de un trofeo se tratar;  triunfantes y alegres algunos incluso emperezaron a pensar en el festín que celebrarían y en los regalos que entregarían a los cuatro.

Pero ahora,  al ver regresar al caballo en aquellas condiciones,  todos pensaron lo peor y Aldor se encontraba confuso y bloqueado,  ¿qué iba a hacer?, ¿quién les ayudaría?,  la casa de su señor se encontraba a cinco día de viaje,  por caminos que se aproximaban al linde del maldito y peligroso bosque,  él no se atrevía a mandar un mensajero por allí;  por el Gran Camino del Oeste,  que era seguro,  se tardaría mucho más y lo único que se le ocurría en aquellos angustiosos momentos era que un joven y decidido jinete llegara a la casa de postas de Wihelm y desde allí dirigirse al Mariscal del Folde Este.   Aldor miró confuso a su alrededor y se limpió al sudor de la frente con la manga del blusón,  tenía calor,  a pesar del aire fresco y la ligera lluvia.

- ¡Calmaos todos! –gritaba intentando hacerse sir entre la multitud congregada a su alrededor.

-¿Pero que vamos a hacer ahora? –preguntó un hombre cercano a él.   Aldor le miró sin saber  que responder,  entonces un anciano,  bastante fuerte para su edad,   empujó a otro y se acercó al mayoral:

- ¡Aldor,  los arreos del caballo...!

El anciano parecía comprender la preocupación del mayoral,  e intentaba acalar un poco la confusa mente de Aldor.

- ¿Te has fijado en ellos? –volvió a insistir.

Aldor negó desorientado,  no comprendiendo que quería comunicarle el otro.  El anciano le tomó del brazo atrayéndolo hacía él,  los demás se acercaron aún más para oírlos hablar:

- Los arreos... –repitió nuevamente- el caballo está herido,  pero... los arreos están intactos,  no están dañados ni forzados,  faltan las herramientas y los sacos que llevaban...

Mientras aquel hombre hablaba,  Aldor fue comprendiendo,  era cierto  que el cuero,  cuerdas y hebillas estaban intactos.  Faltaban lo que cuatro hombres eran capaces de acarrear,  aquello abrió un atisbo de esperanza en el mayoral,  miró directamente al anciano amigo haciéndole un gesto de agradecimiento y procedió a calmar a todos,  pero esta vez con más convencimiento,  era posible que no todo estuviera perdido.

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Algo más tarde,  Aldo consiguió organizar a los hombres,  jóvenes y ancianos de la aldea,  para que montaran guardia con todos sus pertrechos,  lo que incluía las armas de caza y alguna que otra espada herrumbrosa.  Seguía lloviznando,  no era una lluvia fuerte que no dejara ver el paisaje,  pero persistía y los empapaba todo.   El mayoral,  su amigo el anciano y varios hombres más,  se encontraban en su casa,  hablaban y discutían sobre qué hacer y quién lo haría.  Alwyn,  la hija mayor,  lloraba desconsolada repitiendo el nombre de su prometido,  mientras que Dorwyn intentaba consolarla como podía,  había oído la historia de su padre y eso la calmó un poco.

Dorwyn se encontraba en el exterior de la casa enfrascada en su tarea matutina,  cuando llegó el caballo herido y se formó todo el revuelo.  La gente gritaba asustada que la bestia había atacado en pleno día a los cuatro hombres y que,  posiblemente,  se dirigía hacia la aldea.   Dorwyn sintió de pronto un gran desconsuelo,  no tenía miedo de que aquel ser siniestro rondara los alrededores,  pero en su mente pudo ver al gondoriano muerto,  con el rostro cubierto de sangre a su lado el joven Arod:

-¡Derufod muerto,  Arod muerto! –dijo sin que nadie pudiera oírla.   Después oyó que sólo el caballo había sido atacado,  los arreos no tenían destrozos ni salpicadura de sangre y las herramientas y demás pertrechos no estaban;   su padre subido en el murete que se encontraba en el centro de la plaza,  gritaba para hacerse oír:

-...posiblemente dejaron el caballo atrás para tomar un sendero por el bosque,  por donde el animal no podía continuar,  sin duda alguna lo dejaron indefenso sin sospechar lo que iba a sucederle...

Otro hombre corroboró lo que el mayoral decía:
-Si bajaron por la cañada,  tuvieron que hacerlo ellos solos...

-Pero, ¿y si los atacó antes? –dijo otro,  se formó un silencio y todos miraron al mayora:

-Entonces,  estoy seguro de que la bestia mataría muerta,  el señor de Gondor sabe como utilizar las picas,  él ha luchado contra los orcos y otros seres similares en las fronteras de Mordor...

Aquello no era verdad,  al menos,  no del todo,  como sabía Dorwyn,  pero con aquellas palabras,  su padre supo contentar a la mayoría e infundarles algo de valor.

En la casa,  el mayoral y los demás tomaron la decisión de salir hacia la casa de postas,  un jinete tomaría el caballo más rápido para avisar al Mariscal del Folde Este y que enviara ayuda lo antes posible,  pero ¿quién sería ese jinete?

Voluntarios no faltaban,  pero eran pesados,  grandes y viejos.  Necesitaban a alguien ligero para que le caballo fuera lo más rápido posible y que conociera el camino.

Aldor discutía con uno de los hombre:

- Tu hijo pude ir...

-No Aldor,  sólo tiene doce años y es muy torpe,  a demás no ha viajado nunca tan lejos.

El anciano miró al mayoral y negó con la cabeza:

-Lástima que mi joven nieto se marchara,  él sabe muy bien cabalgar y conoce muchos caminos.

Se produjo un silencio,  otro de los hombres, alto y algo rollizo se adelantó mirando a los demás:

- Yo iré,  aunque tarde días,  yo lo haré.

- ¡Yo puedo hacerlo...! –interrumpió la voz de fondo de Dorwyn.

Todos la miraron de repente,  extrañados y silenciosos,  Aldor le miró furioso:

- ¡Dorwyn,  cállate!

- Pero yo se ir a la casa del Mariscal... –volvió a interrumpir la chica acercándose al grupo de hombres- ... y se cabalgar muy bien... iría veloz en uno de los caballos de la casa de postas.

Todos la miraban silencioso,  sin poner reparos,  pensando que aquella muchachita representaba una oportunidad.  Su hermana dejó de sollozar y la contemplaba con los ojos llenos de lágrimas,  era cierto que Dorwyn sabía llegar a la casa del Mariscal,  cuando su madre enfermó,  la trasladaron al burgo que rodeaba el caserío del señor del Folde Este,  pensaban que allí,  con los cuidados del sanador se curaría,  Dorwyn la acompañó durante el viaje de ida y más tarde el triste viaje de regreso.

También era cierto que sabía montar,  acompañaba a su padre siempre que podía a casa de Wihelm y allí,  con permiso del granjero,  solía ensillar algún caballo y cabalgar,  lo que más le gustaba,  a veces se quedaba algunos días allí con ellos y después volvía contando todas las cosas que había visto.

Aldor se puso en pie mientras contemplaba a su hija,  con semblante triste y cansado:

-Eres muy atrevida y demasiado joven... tú no puedes ir.

- ¿Por qué no?,  querías mandar a mi hijo que es bastante torpe y tu hija..., -el hombre cayó al ver la mirada que le dirigió Aldor.

- Padre, yo iré,  no tengo miedo.

---------

Dorwyn partió lo más rápido posible,  se vistió con ropas de chico,  una gruesa capa para el viaje y el caballo más rápido y resistente de la aldea.   Su padre la contempló hasta que su diminuta figura se perdió en una curva del camino,  al menos había dejado de llover,  pero nubes más oscuras amenazaban con tormentas y aguaceros fuertes.



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