En el último año de la Tercera Edad

“Si quieres que las cosas se hagan bien, hazlas tú mismo”

 Zorg - El Quinto Elemento

El día de las demostraciones de entrenamiento, Lothíriel se encontraba más concentrada que nunca, trayendo caballos de aquí para allá. Los gemelos Elladan y Elrohir la ayudaron de muy buena gana; querían que todo saliera perfecto. Cuando estaba ensillando a Shadownight, una mano en el hombro la interrumpió sacándola completamente de concentración.

- No lo lleves a él, quiero que te lleves a Firefoot.  – Le dijo Éomer con toda tranquilidad.
- ¿Cómo? – ¿Firefoot?, ¿pero porqué? – Dijo ella contrariada.
- Shadownight es joven y aún no ha completado su entrenamiento. No he tenido el tiempo suficiente para hacerlo.
- ¿Tú lo entrenaste?
- Si, pero como te digo, aun no está listo para cosas como ésta. Por favor, dame ese gusto.
- Mmmm…. Está bien.  – Dijo ella extrañada, tomando las riendas de Firefoot que ya estaba ensillado elegantemente, y acto seguido se encaminó hacia los campos. Iba muy seria, aún estaba molesta por lo sucedido con la persecución de orcos y por haberse dejado ganar él en el torneo de espadas.
- ¡Buena suerte! – exclamó Éomer. No pudo evitar sonreír ampliamente mientras ella se alejaba.

Al comenzar las exhibiciones de caballos, cada entrenador iba a la cabeza de sus pupilos de cuatro patas, y sus ayudantes. Lothíriel había reclutado a los jóvenes Héorl y Haleth, quienes eran también grandes amigos entre ellos. Fueron pasando todos los contendientes; aunque no era competencia, si no sólo una demostración. Al llegar el turno de la dama de Dol Amroth, entró en la arena con todo orgullo, a la cabeza de su grupo. Se veía hermosa montada en Firefoot, enfundada en un traje color vino que hacía perfecto juego con la silla del corcel, pero lo que más sorprendió a los asistentes fue el hecho mismo de que ella fuera montada en el caballo del Rey. Todos hicieron un silencio que se hizo sentir, mismo que llamó la atención de Lothíriel, quien de pronto titubeó al ver también que todos murmuraban entre sí. Pasados unos instantes que le parecieron eternos, la gente comenzó a vitorearla, lo cual le dio más seguridad para ejecutar las suertes que había enseñado a sus caballos asignados. Los saltos, los saludos, la obediencia, la velocidad, el control; todo salió a pedir de boca; la gente estaba feliz, extrañamente feliz. Al terminar las exhibiciones, mucha gente se le acercó a felicitarla, más de lo que ella esperaba, pensó, hasta que al fin pudo retirarse con sus animales a los establos y agradecer a los dos jóvenes su ayuda.

- Mae carnen, Firefoot, mellon nín. (Bien hecho, Firefoot, amigo mío) – Se dirigía ahora al gran animal al tiempo que lo acariciaba y le daba una manzana para comer. Lo dirigió hasta donde se encontraba Éomer.
- Gracias por dejarme montarlo, es magnífico. – Le dijo al rey mientras le entregaba las riendas – Pero tengo una pregunta, ¿Por qué todo el mundo pareció extrañarse cuando entré a la arena? ¿Acaso les pareció mal que yo participara?
- Eso, pequeño demonio, es algo que responderé a su debido tiempo, no ahora.
- ¿Qué?, ¿Por qué no? – inquirió ella.
- No seas impaciente.  – Le contestó él con toda paciencia y una sonrisa de niño, al tiempo que se retiraba con su corcel, dejándola de nuevo con la palabra en la boca.
- Dôl lost… (cabeza hueca) – Refunfuñó ella con ganas de patearlo. Pero es que esa sonrisa la dejaba casi siempre sin habla, por lo que se reprochaba más a sí misma que a él.

Cuando más tarde se dirigía al Salón de Oro, su padre la interceptó y comenzaron a caminar juntos.

- ¿Estás más tranquila, sell nín? – Le decía Imrahil amorosamente, acariciando sus rizos que tanto le recordaban a su amada y difunta esposa.
- Lau, Ada, no puedo estar tranquila mientras mi memoria no regrese por completo.  – le dijo ella tristemente.
- Calma, todas las cosas pasan, y las heridas sanan.
- No éstas.
- Ya, ya, mejor platícame de Éomer, ¿cómo te llevas con él?
- Terrible, no hay persona más antipática que yo conozca.
- ¿De verdad? – Decía el príncipe un poco incrédulo.
- Es que no sabes, parece que sólo espera el momento para molestarme.
- Bueno, entonces tal vez sería mejor que regresemos a casa lo antes posible. Hay mucho que hacer allá y supongo que debes estar extrañando el mar.
- Erm….  – dudó ella.
- ¿No?
- Si Ada, extraño mucho el mar, nuestra casa, todo.
- ¿Entonces? Yo te he visto muy contenta aquí.
- Lo estoy.  – respondió tímidamente.
- ¿Ay hija, que será de ti?, tal vez lo mejor sería que ya sientes cabeza y encontremos un buen marido para ti.
- ¡¿Que?! ¿Un marido? … ¡en el nombre de los Valar!, ¿de dónde sacas esas ideas?
- Vilwerin, ya tienes 21 años…
- ¿Y?
- Medítalo. Y esta noche me dices lo que piensas al respecto.
- Ada, sabes que esa tradición de arreglar los matrimonios no va conmigo. Buscarme un marido…Tú lo has dicho, soy excelente diplomática y he servido bien a mi pueblo cuando se ha requerido, pero no llegaría a ese extremo. Mejor ya me voy porque si no, no tendré tiempo de arreglarme y no querrás que me presente en la fiesta de cierre en traje de montar.  – terminó ella posando un beso en el cabello gris y dando media vuelta para dirigirse a las habitaciones.
- ¡Elbereth no lo quiera! – exclamó el príncipe airadamente – ¡Anda, ve!