En el último año de la Tercera Edad

12 de Octubre de 2005, a las 22:51 - Inwë Tasârtir Tinúviel
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Capítulo 4: Manos milagrosas

“Negociaría mi alma por tenerte cerca y darte mi eternidad…”

Fausto – La Ley

Una semana después, Lothíriel se encontraba platicando con unas personas cuando regresó la Éored del rey.

- ¡Abran paso! ¡Rápido! ¡El Rey está herido!

Todo el mundo se conmocionó con la noticia. Éothain llevaba al rey en su caballo, inconsciente, con una flecha clavada en el costado. Lothíriel voló hacia el Salón de Oro detrás de los soldados que llevaban al herido a sus habitaciones.

- ¡Pronto, llamen a las sanadoras!  - Gritó el Mariscal.

Gandalf iba detrás de la princesa, cuando entraron a las habitaciones; ella se abrió paso entre todos abruptamente, sin importarle ninguna clase de propiedad ni protocolo. Ayudó a quitar la parte de armadura dañada y recostarlo de nuevo. Los soldados y las apuradas sanadoras miraban preocupados y un poco contrariados a la dama. Gandalf los tranquilizó un poco.

- Ella es sanadora, de las mejores que conozco, no teman.

Al revisar la herida, Lothíriel suspiró profundamente, con un dejo de alivio.

- No parece haber penetrado algo vital, pero hay que atenderlo rápidamente o podría empeorar.
 ¡Pronto! Agua caliente, tela… ¿Gandalf, el áthelas se da aquí? serviría de mucho.
- No lo sé, pero yo siempre tengo a la mano. Aquí tienes, pequeña.
- Gracias, también necesito otras hierbas.
- Sé de cuales hablas princesa; Forlea, acompáñame.
- Pero, señor, yo creo que…
- Vamos, vamos, tu rey está en buenas manos.
- ¿Que ha pasado? Preguntó Lothíriel mientras los caballeros retiraban el resto la armadura y las ropas de Éomer y ella se preparaba para la curación.
- Orcos, mi señora; aún no terminamos de sacarlos del reino. Nos tomaron por sorpresa en el folde este.
- ¡Rhaich! – gritó la princesa al mismo tiempo que retiró la flecha de un solo tiro, lo que arrancó un grito ahogado del joven rey.

Lothíriel sabía que hacer, pero estaba tan angustiada… la fiebre comenzaba a subir, y en cuanto llegó lo necesario, no reparó en la presencia de nadie, sólo en lo que debía hacer. Con gran esmero, limpió y curó la herida, aplicó las hierbas necesarias, y se mantuvo a su lado dos noches seguidas sin descanso, hasta que la fiebre bajó y comenzó a tomar mejor color en el rostro y en la herida. Ella lo miraba detenidamente, como si quisiera grabarse en la mente su rostro.

- Ha pasado lo peor… ahora estará mejor – susurró aliviada, mientras le retiraba algunos mechones de su dorado cabello de la cara.
- Ahora debes descansar tú, gran sanadora.  – Le dijo Gandalf paternalmente mientras la tomaba de los hombros – no te has movido de aquí ni para dormir un poco. Vamos, yo lo cuidaré por ti.
- No me quiero ir. Podría recaer.
- Bueno, al menos recuéstate aquí y descansa.
- Losto mae hír nín (duerme bien mi señor)… - Le dijo al rey en un susurro.

Se recostó en un mullido sillón que había cerca, y en pocos minutos se quedó dormida profundamente mientras contemplaba las estrellas y la luz de luna que entraba por la ventana.

A la mañana siguiente, Éomer despertó tranquilo y en franca recuperación, y la primera persona que vio fue a Lothíriel a su lado, durmiendo en lo que parecía un sueño plácido. Le parecía estar viendo una belleza sólo comparable con la de los altos elfos como la Reina Arwen. Realmente era tan hermosa como sus hermanos la habían descrito meses atrás, cuando estaban en la guerra. Sin duda tenía sangre élfica como Legolas lo había hecho notar acerca de su familia. Gandalf también estaba ahí observando la escena, sonriendo.
     - Buenos días, muchacho.
     - Gandalf… ¿cuánto tiempo he estado aquí?... ¿y ella…?
     - No se ha movido de tu lado en dos días y sus noches en las que estuviste inconsciente. Es muy   buena en el arte de la sanación, debo decirlo.
- ¿Ella me curó?, ja, yo pensé que estaba aquí como buitre velando mi muerte - añadió bromista - Creí que no le agradaba.
     - Lothíriel tiene un carácter muy especial, pero es buena niña.
     - A mi me exaspera sobremanera.  – le confesó el joven.
     - No fue exasperación lo que deshizo el conjuro de Saruman sobre ella – Le replicó Gandalf.
     - ¿Qué quieres decir con eso? – Inquirió Éomer.

El mago no contestó nada, y para su alivio, Amrothos entró a ver como seguía el rey. 

- Gwador nín, veo que te estás recuperando, qué bien… oh,--  - bajó la voz hasta un susurro al ver a Gandalf señalando hacia la princesa - ssshhh… mejor me la llevo a sus habitaciones, o de lo contrario tendremos un convaleciente más en esta habitación. - Y se la llevó en brazos.

Pasaron un par de días, mismos en los que Lothíriel no se había atrevido a acercarse a los aposentos reales; sin embargo, Forlea la interceptó en uno de los pasillos.
 
- Mi señora, el rey la llama.
- ¿A mí?
- Si, la espera en este momento. Acaba de terminar de asearse.
- ¿Cómo han ido sus curaciones?
- Hoy no ha querido que yo lo atienda, por eso ha pedido que usted vaya personalmente.
- Está bien, voy a prepararme y voy para allá.  – Finalizó ella extrañada.
- Como usted diga mi lady.

Al entrar, Éomer se encontraba sentado sobre su cama, con todo el equipo de curación listo para cambiar los vendajes de su herida.

- Garo aur vaer (Buen día), me alegra verte en pie de nuevo.
- No en pie todavía, pero esperaba que la gran sanadora que estuvo junto a mi cama durante dos días pudiera ayudarme en las curaciones, y para agradecerle sus atenciones. No es una tarea común de una princesa.
- No es nada, de verdad. Es algo que aprendí en mi hogar, y lo hago con agrado.  – Respondió ella tímidamente.
- Lo sé… ¿me ayudarás con esto? Realmente soy muy mal paciente.
- Eh, está bien… veamos…  - y comenzó a retirar los vendajes.
- No es nada, de hecho ya me quiero ir a mis labores.
- ¡¿Qué?! Apenas has salido de la fiebre, esa herida no es superficial, de modo que debes reposar algunos días si no quieres que se vuelva a abrir.
- Ni pensarlo, tengo mucho que hacer – E intentó levantarse sin mucho éxito por el dolor que le provocó la herida, y porque Lothíriel lo empujó de nuevo hacia su cama.
- ¿Ya lo ves?, ahora, quédate quieto.
- Para ser una sanadora, tienes muy mal carácter.
- Y puedo tenerlo peor si insistes en salir de aquí.  – terminó ella dando media vuelta.

Éomer no pudo más que reprimir la risa que le provocaba ver aquella pequeña figura insinuando que podía impedirle salir de su habitación. O era muy valiente, o muy inconsciente. Pero la prudencia entró en él y prefirió hacer caso.

Lothíriel tomó los ungüentos hechos a base de hierbas, las telas y el agua tibia, y se acercó al rey cuidadosamente, para limpiar la herida. Había curado muchas veces a hombres y mujeres, pero esta vez extrañamente le producía bochorno el estar en presencia de aquel hombre a medio vestir. Así tan tranquilo, no parecía tan exasperante, al contrario, estaba tan quieto y apacible como un cordero, excepto cuando la curación provocaba algo de dolor.

- ¡mmhhrrrff…!  - escapó un gruñido de dolor de los labios del rey  con los dientes apretados.
- Perdón, debí avisarte que esto podía arder – replicó la princesa sin levantar la mirada.
- ¿Disfrutando de mi dolor?
- Un poco, si, pero la verdad es que quiero que estés entero para el torneo y poderte ganar. – Y levantó la mirada sonriendo burlona,  pero no había reparado en lo cerca que estaban el rostro uno del otro. Por unos segundos mantuvieron la mirada, pero Lothíriel apuradamente retrocedió en silencio para tomar las vendas nuevas. ¿Por qué estaba tan nerviosa?, se reprochaba a sí misma.

De regreso a él, comenzó a vendar de nuevo la herida, dando vueltas firmemente alrededor de la cintura y el torso de Éomer; cualquiera que los viera a cierta distancia difícilmente podría decir que eso no era un abrazo. Lothíriel no podía escapar al aroma personal del rey estando tan pero tan cerca, eso hizo que le temblaran las manos un poco, pero lo peor vino a la cuarta vuelta de la venda, cuando ella tenía los brazos alrededor de él pasando el rollo de venda por la espalda, y de pronto, él la abrazó uniéndola más a él. Ella se quedó inmóvil, incapaz de hacer ningún movimiento, no sabía que hacer. No sabía qué era exactamente lo que estaba sintiendo. Era algo totalmente nuevo para ella. Su cabeza estaba exactamente del lado izquierdo del pecho de él, donde se podían escuchar perfectamente los latidos más acelerados que había oído, pero no podía discernir si eran los de él o los suyos. Él podía oler su cabello, el aroma de flores que tanto le llamaba la atención de ella. Con los ojos cerrados intentó incorporarse lentamente, como si temiera lo que pudiera pasar; poco a poco, tocando rostro con rostro al perfil, despacio, apenas rosando uno con el otro, tiernamente, suavemente, hasta que de pronto sintió el roce de sus labios casi en los suyos y las vendas cayeron de sus manos; intentó retroceder, solo lográndolo con la cabeza, ya que Éomer no cedió al abrazo. Sentía que la respiración le faltaba y las rodillas amenazaban con dejar de responderle.

- De…déjame ir…

Pero él solo la miraba con sus ojos verdes penetrantes, como si quisiera llegar a lo más profundo de su alma.

- Por favor…  - suplicó Lothíriel en un susurro ahogado.

Y forcejeó hasta que Éomer la liberó y ella salió corriendo de la habitación.



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