En el último año de la Tercera Edad

12 de Octubre de 2005, a las 22:51 - Inwë Tasârtir Tinúviel
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Capítulo 2: Los rivales

“Lucha de gigantes convierte,
el aire en gas natural
un duelo salvaje advierte,
lo cerca que ando de entrar
En un mundo descomunal
siento mi fragilidad.”

Lucha de gigantes – Nacha Pop


Al despertar, el mago se encontraba sentado al lado del lecho de la dama, esperando despertara de un momento a otro. Ella abrió los ojos, y como si creyera que todo había sido un sueño, se llevó la mano a los labios recordando aquel beso que le salvó la vida…aún podía sentirlo. Gandalf la observaba y le dijo con una sonrisa:
     - No, no fue un sueño, pequeña.
     - ¡Mithandir! Volteó hacia él despacio, ya que todo le daba vueltas. ¿Qué es este lugar? Tú… ¡estás vestido de blanco! Y su mente se revolvía provocándole un dolor punzante en la cabeza.
     - Calma, calma. Estamos en las habitaciones del Salón de Oro, en Edoras.
     - ¡¿ Edoras?!... ¿cuánto tiempo ha pasado?

El mago narró todo lo que sabía a la princesa, incluyendo la razón por la que ahora él era Gandalf el Blanco. Ella escuchó atentamente todo el largo relato y se entristeció mucho por las muertes acaecidas durante la guerra del Anillo.

- …Y bien, ahora estamos en la casa del ahora Rey Éomer de Rohan.
- ¿Y esta habitación….?
- Es la antigua habitación de la Dama Éowyn, ahora esposa de tu primo Faramir.
- ¿Faramir qué? … Boromir… Tío Denethor….  - agachó la cabeza tristemente - Tego le i Melian le na mar (que los Valar guíen sus almas hacia la luz)…Esta habitación…es hermosa… Me siento tan mal viejo amigo, ¿Por qué tengo esta sensación de culpa?
- Porque estuviste bajo un conjuro en el que no tuviste plena conciencia de ti misma, y seguramente en alguna ocasión no debes haber distinguido a los amigos de los enemigos, como te sucedió al llegar aquí. Ya estoy investigando al respecto.
- Melkor nauta (lazos de Melkor)… todo lo alcanzan hasta ahora.  – Y comenzaba a llorar.
- Calma, calma, niña, todas las heridas sanarán… con el tiempo… tiempo y reposo es lo que debes tener para recuperar fuerzas. Tu padre ha sido notificado y apenas termine algunos asuntos en Dol Amroth, vendrá en tu busca. Lo hemos estado haciendo desde hace mucho, y mucha gente se ha movilizado.
- ¿Quienes?
- De principio todo Gondor, guiados por el Rey Elessar y tus hermanos.
- ¿Aragorn?
- Si, y también aquí en Rohan, donde te encontramos; y también la gente de Rivendell y Lórien. Yo me encontraba arreglando algunos asuntos en el Bosque Viejo y fui llamado para colaborar en tu búsqueda. En resumen, tal pareciera que toda la Tierra Media estuviese pendiente de encontrarte.
- Me siento mal por causar tantas penas viejo amigo. Ada…mis hermanos, ansío verlos.
- Ya hemos avisado a todos, y al menos Amrothos está en camino. Tu padre regresará en cuanto termine su campaña de limpia de los corsarios de Umbar. No te preocupes, todos estamos contentos de que estés sana y salva.
- Sana y salva…gracias a ti…
- Y Éomer.
- ¿El Rey? Él fue quien….
- Si… y si no fuera por eso, mi niña, no estaríamos platicando aquí. Él ha estado muy al pendiente de tí, de saber como has evolucionado.
- Oh… - replicó ruborizada.

La muchacha sentía tantas emociones encontradas: sentía agradecimiento, emoción, pena… y algo más; el miedo de la incertidumbre, de no tener memoria de lo que le había sucedido.

Pasados los días, la princesa se sintió mejor, y una mañana salió de sus habitaciones. Trataba de buscar una salida para tomar el aire fresco, pero al no encontrar la salida de las habitaciones que parecían un pequeño laberinto, comenzó a correr con algo de desesperación cuando…

¡Thuf!
- ¡Oh!, perdón…

Volteó hacia arriba para ver con quien había tenido el choque, y quién la había sujetado por los brazos hábilmente para que no cayera de espaldas. Alzó la mirada y se encontró con una mirada profunda de ojos verde olivo, un rostro perfectamente bronceado y masculino, y unos labios… esos labios que la hicieron recordar…
- ¿Se encuentra bien, mi dama?
- Yo… lo siento, es que no encontraba la salida...
- Veo que ya se encuentra mejor…
- Si, gracias – replicó nerviosamente. No se atrevía siquiera a sostenerle la mirada al joven rey.

Era la segunda vez que se encontraba súbitamente en sus brazos. Él parecía también un poco nervioso. Se produjo un breve silencio que les pareció eterno hasta que Éomer reaccionó tratando de disimular el embelesamiento para ofrecerle su brazo.

- Si me acepta como guía la llevaré fuera del palacio para disfrutar del paisaje de nuestra tierra y que la naturaleza alegre vuestro espíritu.
- Gra… gracias – terminó ella tímidamente sin saber que más decir.  - ¿he sido yo la culpable de eso?– dijo señalando la mejilla de él.
- Si, pero no es nada. Sanará pronto.
- Le debo una disculpa. No estaba consciente de mí.
- Entiendo.  – replicó él cortésmente.

Lothíriel estaba más apenada que nunca. Juntos, pasearon  por los alrededores del palacio, observando la maravilla de la naturaleza ante ellos Edoras era, sin duda, uno de los lugares más bellos que conocía. Ella permanecía en silencio,  sin poder quitarse de encima la idea de lo que le habrá pasado en todo este tiempo…. La atormentaba… no sabía siquiera donde había estado, que había hecho, o… que le habían hecho a ella…  y a la vez…. Estar junto a aquel hombre que la salvó… y de qué manera, y él, no tenía la menor idea de cómo tratarla… la miraba ahí, tan frágil, tan triste, tan hermosa; su piel de alabastro, su cabello rizado, negro como la noche ondeaba al viento y esos enorme ojos grises... “Grises”, pensaba él recordando la duda que tenía la noche que la encontraron. Le recordó mucho a su hermana en los tiempos oscuros de Gríma. El cortejo no era algo con lo que él estuviera familiarizado; su vida de militar y de servicio al reino lo mantuvo alejado de las cortes y las ceremonias… y el trato con las pocas mujeres que llegó a tener era distinto. Ella era la hija de su buen amigo Imrahil de Dol Amroth, quien le salvó la vida en la batalla de Pelennor. Seguramente una dama de las grandes cortes de Gondor.

Pasaron los días, y Lothíriel se sintió con ánimos de estar entre los majestuosos Mearas, con quienes entabló gran entendimiento… Los encargados de los establos, los oficiales y entrenadores le festejaban la gran obediencia y agrado con el que los magníficos animales trataban a la dama y de la gran habilidad y cariño con la que ella es correspondía; era una natural en ello, no cabía duda. El rey no pasaba mucho tiempo en la ciudad propiamente, si no que continuaban asegurando los caminos, estrechando las  relaciones comerciales y diplomáticas con los reinos vecinos de Gondor y el norte, luchando con lo que quedaba de los guerreros de Dunland que tanto los odiaban, y las bandadas de Orcos que rondaban aún por ahí, dispersas, sin líderes, sobreviviendo como podían. Además, tenían ya el invierno encima y debían repartir lo que habían conseguido de provisiones entre la gente. Gondor e Ithilien respaldaron a Rohan sin titubear, y viceversa cuando terminó la guerra. En verdad el trabajo de un rey era difícil, pero Éomer lo hacía con gran entrega, como aprendió de su tío. Ser un buen rey no era ser bien atendido, si no servir bien a su gente.

Una tarde, regresaba de un patrullaje que afortunadamente para él, lo alejaba un poco de las rutinarias labores reales. El campo, los caballos y los espacios abiertos era lo que él más amaba. Al entrar a los establos, se detuvo al ver a Lothíriel acariciando a Hasufel, el caballo que el rey Elessar le devolvió a Éomer después de la guerra del Anillo. Se le venían a la mente como destellos, imágenes donde estaba ella envuelta en batallas, imágenes terribles de matanzas de gente de cabellos de oro, gente de Rohan, ahora podía verlo; eran campesinos probablemente. Ya no quería pensar más. Lloraba calladamente, pero no sin que él lo notara.

- Aníron gwanna (Desearía poder irme) – susurraba ella.

- ¿Mi dama?

Ella brincó al escuchar la voz de Éomer, golpeando una de sus manos contra la puerta de la cuadrilla. Se enjugó las lágrimas lo más rápido que pudo con la otra.

- Perdón, no lo escuché llegar.
- ¿Qué pasa? ¿Se siente mal? ¿Qué puedo hacer por usted?

Lothíriel no sabia que decir, pero instintivamente reaccionó a la defensiva. Lo miró con aquella altivez que la caracterizaba cuando no quería mostrar emoción alguna.

- Nada,  Estoy bien.
- No lo parece.
- Prefiero que me hable de tú si no le importa. – dijo ella tratando de desviar la conversación.
- Está bien, pero a cambio pido lo mismo.
- Es difícil hablarle de tú a un rey – dijo ella alzando una ceja en tono sarcástico.
- Mi nombre es Éomer, si eso te facilita las cosas.  – Estaba un poco extrañado del tono que ella tomaba. Miró la mano de la princesa, que comenzaba a hincharse, pero ella no hacía ni un gesto de dolor, lo que lo intrigó más. Tomó la mano golpeada, y empezó a darle un pequeño masaje para aliviar el dolor. Esto tomó por sorpresa a la dama, que no sabía cómo reaccionar. El tacto de aquellas manos la estaba alterando.
- Estoy bien – dijo ella en tono impaciente, retirando la mano.
- Como gustes.  – dijo él ya un poco desesperado con su actitud defensiva. 
- Mi lo…Éomer, quiero hacerte una solicitud.
- Adelante. – Dijo él secamente, cruzándose de brazos.
- He escuchado que se preparan para un festival a la llegada de la primavera, con juegos, y demostraciones de entrenamiento de los caballos.
- Si. Se hacía muchos años atrás, como medio de comercio y relaciones con los otros pueblos. Este próximo año esperamos poder recuperarnos económicamente de tantas pérdidas.
- Bien, pues quiero participar. No deseo estar aquí sin hacer nada, inútil.
- Requiere de mucha habilidad y conocimiento tanto de caballos como de armas - Comentó el rey un poco incrédulo.
- No tengo problema con ello – respondió Lothíriel desafiante, señalando la ahora cicatriz en la mejilla derecha de él.  – No creas que por usar un vestido no puedo salir victoriosa.
- Tú eres una mujer de la costa, me pregunto si no es mayor tu habilidad en la navegación que la ecuestre.
- No en realidad. Además, creo recordar que también existen caballos en mi tierra.  – respondió ella utilizando de nuevo ese tono sarcástico y molesto.
- Muchos de ellos descienden de nuestros ejemplares, por cierto. Está bien, ordenaré que se te facilite todo lo necesario.  – respondió él de igual manera.
- Gracias, Rey Éomer.  – finalizó ella en una reverencia de despedida.

El rey hizo una respetuosa reverencia y se marchó en silencio. ¿Cómo podía una dama tan pequeña y aparentemente delicada entrar a los juegos? ¡Con aquella altivez y orgullo con el que le hablaba! Era irritante. Pareciera impenetrable, intrigante. Le provocaba una curiosidad irresistible. ¡Qué valor de mujer al correrlo a él de sus propios establos reales!; no sabía si reír o molestarse con ella.



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