En el último año de la Tercera Edad

12 de Octubre de 2005, a las 22:51 - Inwë Tasârtir Tinúviel
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Capítulo 3: Del odio al amor…

“Tengo cara de ángel, pero espera a ver lo que el diablo me enseñó”

 - Perséfone, una amiga.

En una ocasión, como muchas que se presentaron de la misma manera durante el invierno, Lothíriel y Éomer compartían el campo de entrenamiento, tanto de los caballos como en de las armas. El arco y las dagas eran las que más se le facilitaban a la dama, y el rey, mostraba mejor habilidad con la espada y la lanza. Sin embargo, parecían querer rivalizar en todo, y se había convertido en todo un entretenimiento verlos cuando coincidían de vez en cuando. Mientras se encontraban en el campo de entrenamiento de espada, Amrothos, quien había llegado a Rohan poco antes de que Lothíriel se recuperara por completo, los veía discutir y pelear al mismo tiempo con cierta diversión.

- No está mal para ser mujer. – Espetó el joven rey.
- ¿Y crees que eso me hace menos fuerte o menos hábil? – respondía ella molesta mientras asestaba un movimiento de su espada sobre él.
- No, pero creo que necesitas prever más – Y con un ágil movimiento de su espada, Éomer hizo caer de espaldas a Lothíriel, quien se levantó rápidamente y en guardia.
- Creo que es mejor dejarlo aquí.
- ¡No! – Y se lanzó a la carga, pero el rey la atrapó haciéndola soltar su arma y quedando muy, muy cerca de ella aprisionándola por el brazo que tenia la espada, cara a cara. El tiempo parecía detenerse, ella lo miraba furiosa, y él, fascinado e intrigado a la vez. Lothíriel sintió cómo una emoción superior al enojo la recorría haciéndola sentir…irritablemente cómoda.
- Creo…. que es suficiente por hoy.  – Agregó el rey con cierto nerviosismo, pero con firmeza.
- ¡Gwanno ereb nin! (¡déjame en paz!) - respondió, y empujó a Éomer lejos de ella, alejándose a grandes zancadas; estaba más que furiosa…confundida.
- Hermanita, creo que se les está pasando la mano con sus entrenamientos.
- No me molestes, Amrothos.  – decía ella mientras caminaba a paso fuerte.
- Espera – el joven príncipe la tomó del brazo y la volteó frente a él.
- ¿Qué quieres?  - Respondió la princesa impaciente.
- Umh…. Ver en tus ojos, Vilwerin.
- ¿Ver qué? ¡Y no me llames así cuando estoy enojada!
- Si, creo que una mariposa es lo último que pareces cuando estás así; más bien te pareces a Glaurung -  Dijo riendo - Pero respondiendo a tu pregunta, sólo te diré algo: el odio y el amor son sentimientos que se pueden fundir fácilmente.
- ¿Qué?
- Te lo dejo de tarea.  – Y se alejó hacia los establos.
- Mmmmrrfff…  - gruñó la princesa dando media vuelta, pero se detuvo al ver a Gandalf frente a ella.
- Mithrandir…
- Pequeña, creo que tu hermano tiene algo de razón – dijo el mago con un ligero tono de paternidad, pero sonriendo pícaramente.
- Daro i, Gandalf, me siento terrible.
- ¿Sigues con tus dudas?
- Si, no sé qué hacer…
- ¿Es por eso que riñes tanto con Éomer? Quieres alejarlo inconscientemente.
- ¿Inconscientemente? Ese hombre es desesperante, será rey y un gran guerrero y todo lo que quieras, pero es desesperante, arrogante, engreído… ¡es un bruto!
- Si, claro…
- ¡Deja de mirarme así, Gandalf! No es broma.
- Yo sólo me remito a lo último que dijo tu hermano –comentó con una mirada de inocencia.
- No puedo fijarme en nadie hasta no saber que me pasó. Y en él menos que en nadie.  – dijo desdeñosa.
- Está bien, yo te ayudaré. Mientras, por favor, trata de no ser el terremoto que eres siempre. La gente aquí te ha tomado gran estima, pero si azotas a su rey, creo que eso va a cambiar.
- Trataré de no dejarlo muy maltrecho para que pueda seguir reinando – replicó ella burlonamente, y los dos rieron.

Después de dos pleitos más por el estilo, Éomer optó por no pasar tanto tiempo en los campos de entrenamiento, o al menos no coincidir mucho con la princesa para no provocar más altercados. Sin embargo, se sentía extraño, no dejaba de pensar en ella, riendo divertido para sí mismo recordando sus encuentros, sus desplantes, pero a la vez preocupado por el dejo de tristeza que parecía tener en su mirada. Lo fascinaba, se le notaba al verla de lejos entrenando a los caballos con gran destreza y practicando tiro con arco y dagas. Amrothos se acercó a él mientras él estaba absorto.

- No la quisieras tener de enemiga, te lo aseguro.
- No, nunca lo he pensado, pero es algo desesperante. ¿Te puedo hacer una pregunta?
- Ya sé por donde vas. Nia tithen siler.
- Así es, sobre tu pequeña y ruda hermana.
-  Jajajajaja… es ruda, pero en el fondo es la más dulce de las mariposas. Vilwerin, así la llamamos en casa.
- Creo que no le agrado nada, ¿verdad?
- ¡Jajajajajajajaja!  - rió más fuerte Amrothos – Meld gwador nîn (querido amigo y compañero de batallas), tu conocimiento de las mujeres es un poco escaso, creo. Aunque mi hermana por supuesto, no es como el promedio de las mujeres. Se crió entre hombres, y temo que la hemos criado como uno.
- ¿Qué quieres decir?
- Que mi pequeña hermana piensa y actúa como un hombre a veces. Pero no deja de ser una mujer en el fondo. Trátala como la dama que es en el fondo, a lo mejor la desesperas más, pero como a todas, les encanta que las consientan, pero no te dejes mucho porque también es muy astuta.
- Es como un potro salvaje.
- Exacto mi querido Rey de la Marca, no es muy propio de mi parte decirlo, pero ella debe ser conquistada, o debo decir, domada como el mejor de tus majestuosos Mearas.
- No estoy tratando de conquistarla, solo de… llevar una buena relación… es tan difícil con ella. Tu padre me mataría si supiera cómo nos llevamos y que se me ocurrió la locura de dejarla entrar a los juegos.
- Y él me mataría si me escucha compararla con un caballo salvaje. No te preocupes buen amigo, Ada está acostumbrado y resignado a que mi hermana difícilmente se comporte como una dama de las grandes cortes de Gondor. Hasta duda que un día se case.  – Pero esta última frase dejó pensando a Amrothos, mientras volteaba a ver a Éomer con gran perspicacia.
- ¿Qué? – le preguntó Éomer al verlo de pronto tan pensativo y mirándolo de esa manera.
- No, nada – Y volvía a tener la expresión jovial y juguetona de siempre.
- Mejor sígueme dando lecciones de élfico, porque eso de escuchar a tu hermana decir y maldecir cosas en otra lengua sin entenderlo es un poco embarazoso.
- Jajajaja, está bien, te enseñaré lo que necesites. Lo que sea por tenerte como hermano un día.
- ¿Cómo qué?... No sé en qué estés pensando, mi lord, pero te aseguro que yo no…
- Si sí, claro… - y lo palmeó en la espalda mientras se alejaban de los campos.



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