En el último año de la Tercera Edad

12 de Octubre de 2005, a las 22:51 - Inwë Tasârtir Tinúviel
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Capítulo 9: Rohan es libre

“No hay clavo tan fuerte que pueda detener la rueda de la fortuna."

- Miguel de Cervantes Saavedra

Gandalf se había retirado de Edoras una vez más al día siguiente de la fiesta. Nadie sabía a donde iba y venía. El torneó comenzó con las pruebas para novatos, en las diversas armas. Pasados dos días, Lothíriel tuvo su oportunidad al probar en tiro con arco, donde nadie, excepto Legolas, pudo superarla. Éomer iba de aquí para allá, era juez en los encuentros principales, aunque también participaría en algunos enfrentamientos más adelante. No había tenido contacto alguno con Lothíriel desde la noche de inauguración, lo que tenía a la dama sumamente frustrada. No sabía cómo tomar aquella aparente indiferencia de su parte. Enfocaba toda su ira en las justas, haciendo de ella un rival difícil de vencer.

Dos días después, Gamelin volvía al palacio apresuradamente; parecía que había tenido un encuentro muy desagradable. En la cena, todos los hombres se levantaron apresuradamente, dejando a las damas en total desconcierto. Una hora después, los hombres regresaban envueltos en sus armaduras, dispuestos a la batalla. Los orcos que enfrentaron Éomer y Lothíriel eran tan solo una avanzada que estaba recorriendo los lindes de Edoras para preparar un ataque sorpresa, tal como el joven rey profetizó. Ahora, los sorprenderían, ya que encontraron el escondite del enemigo no muy lejos, camino a Erech, al sur de Edoras, en las montañas.

- ¿Faramir?  Faramir, voy contigo – le dijo Éowyn a su esposo.
- Yo también voy, se apresuraba Lothíriel hacia las habitaciones a buscar sus armas y cambiarse.
- NO, ustedes se quedan aquí  - Se escuchó la voz de Éomer totalmente seria.
- Pero…  - decían las dos damas – ¡no podemos quedarnos aquí sin hacer nada! – exclamó la dama blanca.
- Yo voy, no me importa.   – Dijo Lothíriel.
- ¡Ah, no! – dijo Éomer ahora en tono más molesto.  – Faramir, encárgate de tu mujer; y tú, ven acá – Y la tomó del brazo casi haciéndole daño llevándola aparte. Sus hermanos y su padre ya se encontraban fuera del palacio, así que no había modo de librarse de él.
- Suéltame, me haces daño – e intentaba liberarse, pero fue inútil porque Éomer la tomaba ahora de los dos brazos fuertemente.
- Escúchame bien, y hazlo con atención, porque no lo diré dos veces – Le salía fuego por los ojos, pensaba ella asustada – Tú te quedas aquí  - -
- ¿Pero porqué no puedo pelear por ustedes? – interrumpió ella insistentemente.
- ¡Porque no podría soportar la idea de que algo te sucediera, por eso!… ¡¿quedó claro?! – le gritó.

Antes de darse tiempo para arrepentirse, la soltó y se dio media vuelta sin decir nada más, dirigiéndose a la puerta, dando órdenes a sus mariscales. Lothíriel se quedó más pasmada que nunca; no comprendía  - o temía comprender – la idea de lo que acababa de escuchar. El Rey Elessar se acercó a ella poniéndole una mano en el hombro intentando calmarla.

- Aragorn, por favor, haz que regrese sano y salvo… cuídalo… por mí. – le susurró ella.
- Está bien pequeña, él estará bien, te lo prometo.  – le dijo él dulcemente mientras la colocó de frente a él y juntaba la frente con la de ella, y acto seguido desapareció por la puerta principal para reunirse con los demás y entonces partieron a la batalla. Legolas y Gimli también le hicieron guiños solidarios mientras partían junto a Elessar.
- Ná Elbereth veria le, ná elenath dín síla erin rád lín (Que Elbereth los proteja, que sus estrellas iluminen su camino) – dijo la Reina Arwen acercándose a las damas, viendo partir a los guerreros.
- No puedo… no soporto estar aquí sin hacer nada – recriminó para sí la dama.
- Lothíriel, mi hermano sólo quiere protegerte… mira, yo también me he quedado.  – le dijo Éowyn tratando de calmarla.
- Protegerme, ¡bah! Él sabe perfectamente que sé pelear.
- Hay muchas maneras de pelear por lo que uno quiere.
- ¿Y me lo dices tú precisamente? – le reprochó la princesa – Tú, quien mató al Rey Brujo con todo el valor o mejor que el de un hombre. Tu viviste su daño brevemente, pero yo…. Yo… ¡no sé en lo que me convertí bajo el yugo de Saruman sin opción de redimirme! - gritó Lothíriel al tiempo que se retiraba apresuradamente, dejando asombrada a la dama de Ithilien y a la reina; su tono era de desesperación descontrolada. Sentía que el corazón se le estrujaba por dentro haciéndole daño.

Pasó la noche en vela como todos, pero ella lloraba en el silencio de su habitación. En ese momento, entendió que lo que sentía por Éomer era muy fuerte, y lloró amargamente. A la mañana siguiente, los monarcas guerreros retornaron haciendo sonar los cuernos de Rohan y Gondor. Cansados, desaliñados, pero victoriosos, algunos habían caído, pero fueron los menos. Todos en el Salón de Oro corrieron a las afueras a recibirlos como los héroes que eran. Al fin Rohan estaba libre de amenazas.
Todas las damas abrazaban a sus hombres,  a sus familias, mientras los ayudaban a ponerse cómodos en la medida de lo posible. Lothíriel corrió a abrazar a su padre y hermanos.
 
- Amrothos, ¿dónde está él?  - le inquirió la princesa apresuradamente.
- Ahí, entre sus mariscales. Está bien, Vilwerin, no te preocupes.
Y ella volteó hacia donde le indicó su hermano, y efectivamente, Éomer se encontraba bien como todos. Sonriendo aliviada, admiró cómo su gente lo vitoreaba y le daba muestras de cariño. Cuando él se encontró con sus ojos, ella le sostuvo la mirada un instante; era una mirada de alivio y admiración. Luego, bajó la cabeza y se retiró con su familia para ayudarlos a asearse y curar sus heridas leves.

Pasados los días que sucedieron a los funerales de los caídos en la última batalla contra los orcos y se tuvo cuidado de los heridos, los juegos se reanudaron. Llegó el momento en que el joven rey de Rohan entró a las pruebas del torneo; todos lo ovacionaban, aplaudiendo su gran destreza con la espada y la lanza. En una o dos ocasiones, se encontraron él y la princesa en los campos, pero ellos volvían a ser los mismos rivales de siempre, peleando por todo. Pareciera que nunca iban a llegar a una tregua. En las últimas peleas de espadas, después que Éomer venciera a su hermana y Lothíriel a Éothain, se enfrentaron ellos dos. Todos estaban pendientes de los grandes rivales de armas… Nadie dudaba que únicamente fueran rivales en eso.

- … ¿Man carel le? ¿mera linya? (¿que pasa, quieres retirarte?) – Dijo Éomer orgulloso de su correcto sindarín.
- … ¡avam! (¡no lo haré!) – Gritó la princesa – Y continuaron el duelo hasta que llegó en ese momento el Príncipe Imrahil con sus hijos y observaba la pelea admirado de las habilidades bélicas de su hija. No le agradaba mucho que una dama como ella estuviera en esos menesteres, pero le daba cierta tranquilidad saber que podía defenderse, aun a pesar de lo que había pasado. Éomer prefirió fingir una derrota a enfrentar la ira de su amigo si lastimaba a su única hija. Estaban trenzados como un nudo con las espadas al frente, pero él cedió levemente, permitiendo que ella bajara su espada con la suya. Se le acercó incrédula al rey. 

- No es justo. Lo haces porque mi padre está aquí.
- Estoy cansado, era sólo cuestión de tiempo. Tengo algo para tí. Y le hizo una seña a Gamelin quien de inmediato se acercó con unas riendas; llevaba un majestuoso Mearas, negro como la noche, de gran musculatura, brioso y manso a la vez, y lo llevó hasta el centro de la arena. A Lothíriel le dio un vuelco el corazón al recordar a Dubíthril, y la asombrosa semejanza entre su finado corcel y el maravilloso ejemplar que tenía enfrente. Se acercó al caballo y lo acarició sin titubear, recibiendo una amable respuesta por parte del animal que parecía gustar de las caricias de la dama.
- Este es Shadownight, hijo de Shadowfax; sorprende ver lo fácil que se ha dejado acariciar por tí. Te ha elegido, no cabe duda.  – Le dijo Éomer – es tuyo, por ganarle al Rey.  – terminó él dándole las riendas del caballo.
- No lo merezco y tú lo sabes.  – le respondió la princesa en tono molesto.
- Pero él te quiere a tí. Míralo, le agradas mucho – Y se volvió al público asistente – ¡Tenemos una ganadora, esperemos que la suerte la acompañe también en la muestra de entrenamiento de caballos! – Todos vitorearon y el joven rey se retiró con una reverencia hacia afuera de la arena, dejando a la princesa casi con la palabra en la boca.
- ¡Uchenion edain, U’istannen le! (¡No entiendo a los hombres, no te entiendo a ti!) – refunfuñó ella por lo bajo mientras acariciaba la crin de Shadownight.

Éomer se acercó entonces al Príncipe Imrahil, quien se había quedado solo cuando sus hijos fueron a felicitar a su hermana.
    
- Deseo tener una plática contigo, Imrahil.
- Yo también, mellon nín. Vamos a tu estudio.

Una vez que estuvieron en privado, los dos hombres se acomodaron con una copa de vino cada quien. Fue Imrahil quien rompió el silencio.

- Tuve un enfrentamiento con mi hija al saber que la habías dejado entrar a los torneos. Tuve el impulso de exigir una satisfacción de tu parte, pero al verla a ella tan decidida, me di cuenta que tú eres casi una víctima en todo esto. Dime, ¿Cómo has aguantado el mal carácter de mi voluntariosa hija en todo este tiempo?
- No me has visto a mí enojado, Gwador nín. – Le contestó el rey un poco aliviado por el tono amable que tomaba el príncipe. Los dos rieron. Pasaron otros instantes en silencio mientras bebían.
- ¿Cómo es tu relación con ella, Éomer? – Le inquirió Imrahil en un tono más ceremonioso.
- De eso precisamente quiero hablarte, amigo mío.  – Respondió él en el mismo tono.
- Tú dirás.



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