Corazón de Hobbit

15 de Septiembre de 2003, a las 00:00 - Lily B. Bolsón
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9. La profecía
 

"Idril tenía el don de atravesar con su pensamiento
la sombra de los corazones de los Elfos y los Hombres y de
saber la triste suerte que correrían ... y en eso superaba
el don que tenían todos los del linaje de los Eldalië."

J.R.R. Tolkien, Cuentos Perdidos "La Caída de Gondolin"


Casi al atardecer del décimo día, el día de su partida, Merry, Frodo y Sam llegaron a los límites de la Comarca, al mismo lugar en que había ocurrido la desgracia. Los tres hobbits estaban en la orilla del río. Frodo y Sam seguián a Merry en silencio; el hobbit caminaba deprisa sin apartar la vista del suelo, como buscando algo perdido. Sólo se escuchaba el suave gorgoteo del agua.
- Fue aquí... Aquí encontré la bolsa -dijo. Se agachó, y con sus manos tanteó la tierra húmeda- ¿Las veis? Las huellas... Ya casi no se ven... Se dirigían hacia el bosque. Intenté seguirlas, pero de repente fue como si hubieran desaparecido.
     Frodo se agachó al lado de su primo.
     - Veo las huellas... El rastro de sangre sí se ha borrado. Como a tí, Merry, algo me dice que se trataba del pobre Pip. Lo que ni tu ni yo sabemos es a dónde ha ido y por qué no ha regresado. Y vaya que nos gustaría, mi querido primo.
     - Quizá este perdido... -dijo, mientras las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas- A lo mejor nos está buscando. O puede que... -apartó la mirada- No, no quiero ni pensarlo.
     - O también puede que esté a salvo, Merry. ¡No pierdas la esperanza! Ayer eras tú el que más la albergaba de todos nosotros, y ahora no consentiré que la hagas desaparecer. Puede que sea más joven que nosotros, solo un niño a ojos de muchos, pero sabe lo que se hace. Después de todo, es un Tuk; y Bilbo no era ni la pequeña parte de Tuk que él, y consiguió salir airoso de muchas aventuras. ¿Entonces, qué cosas podría hacer Pippin con ese espíritu? ¡Ya no llores! Vamos a seguir. Al menos le habremos buscado hasta el final. Estaría orgulloso solo por eso.
 Merry no dijo nada. Se sentía como una escoria por haber perdido la esperanza, cuando él solo se había enfrentado a media Comarca por ser el único que la tenía.
     - Es muy posible que haya sido un elfo -continuó Frodo-  Si es así, está en buenas manos, confía en mi. Pues los elfos saben muchas cosas; si está herido, sabrán curarle, y si está enfermo, cuidarle.
     No dijo más. El silencio encogió los corazones de los tres hobbits. Sam parecía apesadumbrado, pero en sus ojos había un brillo especial.
     - ¿Cree que veremos algún elfo, señor Frodo?... -preguntó de repente.
     - Quién sabe, Sam...
    
Después de un día lleno de preguntas y curiosidades, y de alegría y tristeza para el joven Pippin, el sol del onceavo día surgió entre los árboles profundos del bosque. Mavrin había salido esa mañana a por provisiones, y mientras Pippin acababa de despertar y yacía boca arriba en la cama, pensativo. Le hubiera gustado salir, pero el aire de la mañana era demasiado frío. No quería volver a caer enfermo. No solo por su propio miedo, sino porque lo último que quería en esos momentos era volver a preocupar a la elfa, pues se había dado cuenta de que ella sufría mucho si él se encontraba mal.
 <>
 Echaba de menos tantas cosas... Añoraba a su familia, y las historias de su padre, y correr por la pradera con sus hermanas, y protegerlas de no caer por traicioneros senderos, pues después de todo seguía siendo el único varón, aunque sus hermanas eran mayores, y a veces eran ellas las que lo protegían a él. Y echaba de menos a sus amigos, a Frodo, y sobre todo a Merry. Echaba de menos sus largos paseos por la Comarca, y sus bromas, y fumar en pipa con él al atardecer. Pero no tenía ni su pipa, ni nada de hierba, y además, tuvo la impresión de hacerlo no le convenía nada en esos momentos dado su estado; si ya el aire frió en sí era perjudicial, cuanto más no podía serlo llenarlo todo de humo...
 Se sentó en la cama, mirando a su alrededor. Era la primera vez desde el día de su recaída que despertaba y la elfa no se encontraba en la cabaña. Y esta vez, por nada del mundo, por muy aburrido que estuviera, pensaba salir fuera. Se quedaría ahí muy quieto, esperando. Pero esperar y quedarse quieto era algo demasiado duro para un hobbit, y se bajó de la cama.
 Con paso torpe, echó una pequeña ojeada por la cabaña, como hiciera el día de su recaída. Tenía pocas habitaciones, como había podido comprobar antes, y siempre pensaría que era mucho más pequeña que los smials de Alforzada. Pero aún así, era acogedora. Tan solo tenía un dormitorio, y era ese que él acababa de dejar y en donde había pasado las últimas semanas. Entonces, le vino a la cabeza la historia que la elfa le contó, del valiente elfo Veryion y su esposa Isariel, que murió dando a luz a su hijo. Y recordó que también había dicho que el suyo era un amor maldito, y se preguntó por qué. Pero aunque su curiosidad podía ser mucha, también lo eran sus ganas de paz, y prefirió no llenarse la cabeza de preguntas sin sentido. Justo cuando pensaba eso, la luz del pasillo se oscureció, y la hermosa silueta de la elfa apareció ante sus ojos.
 - Buenos días, joven Peregrin... -dijo ella sonriendo- Veo que no has podido aguantar en la cama.
 - Pero os aseguro que no he salido de la cabaña, si me disculpáis... -se apresuró a decir.
 - No pasa nada, ya no corres peligro, mi pequeño hobbit -dijo ella, agachándose a su lado- Vamos, debes de estar hambriento.
 Los dos entraron. Después del desayuno, Mavrin abrió un pequeño armario que había en la habitación, y tendió a Pippin unas ropas dobladas; eran sus ropas, las que llevaba el día en que le encontró en el río. Estaban impecables, sin rastro de suciedad.
 - ¡Son mis ropas...! -dijo el hobbit con alegría- La verdad es que ya las echaba de menos... No me interpretéis mal... Este camisón élfico es precioso, pero apenas puedo caminar con él. No se han hecho ropas tan hermosas para gente tan humilde como los hobbits...
 Riendo ante el desparpajo del hobbit, Mavrin abrió las cortinas, y la luz del sol penetró con todo su esplendor en la habitación.
 - ¿Saldremos hoy? - preguntó de repente; fue como si la luz del sol despertara un gran deseo en el corazón del hobbit.
 - Claro pequeño, por eso  te doy tu ropa ya. Para que estés más comodo fuera. Es un buen día para  comer en el bosque -dijo ella.
 El rostro de Pippin pareció iluminarse.
 Cuando esa mañana el sol salió entre las montañas, tiñendo todo de un precioso color carmesí, y mientras Pippin despertaba en su cama, Merry y sus compañeros de expedición despertaron bajo los árboles. Habían pasado su primera noche en el bosque desde que empezaran la búsqueda. Y de momento, como parecía lógico, no habían encontrado a Pippin.
 Sam se ofreció a preparar el desayuno ese día, y mientras sacaba los enseres, Merry había ido a buscar leña, y Frodo recogía algunas frutas. Y ocurrió que de repente Merry llegó corriendo, y daba tales gritos que a Sam casi se le caen las cacerolas. "¡Frodo, Sam, rápido, rápido!" gritaba.
 - Merry, ¿a qué vienen esos gritos? -preguntó Sam.
 - ¡Venid, rápido! -exclamó mientras se detenía a recobrar el aliento- ¡He visto a una mujer...! ¡En el arroyo! ¿Y Frodo?
 - No ha vuelto aún, pero ¡calmate!, ¿qué dices que has visto?
 - ¡Ven conmigo, rápido...!
 Los dos hobbits corrieron bosque adentro, y llegaron a un precioso arroyo, quizá un afluente del propio río. Y en la orilla, una mujer de pelo dorado y que vestía de verde entonaba una dulce melodía mientras lavaba su rostro.
  - ¿Creéis que esa mujer ha rescatado a Pippin?-susurró Sam- No se por qué, pero lo veo muy posible, pues ¿quién más iba a estar viviendo por aquí?
     - Quién sabe, mi querido Sam -suspiró Merry- Este bosque entraña secretos y peligros que ni los Brandigamo conocemos, y  ni siquiera nosotros, que vivimos en sus lindes, nos atrevemos a desafiarlo penetrando en él. ¡No!, desde luego que no. Pero yo lo hice, y casi perezco en el intento, y aún no se como conseguí salir. No veo porqué la suerte no pueda sonreírme de nuevo...
 - Deberíamos hablar con ella...
 - Sí... pero... -balbució Merry; de pronto se sentía como fascinado, y a la vez temeroso- No sé por qué, pero no puedo moverme...
 De pronto, oyeron algo. Había sonado como una extraña risotada, alegre y llena de jovialidad.
 - ¿Qué... ha sido ese ruido? -susurró Sam, asustado.
 - No lo sé...
 De repente, oyeron una voz, y un sombrero de plumas amarillas apareció entre los árboles. Fuera como fuera, estaba cantando.
 Y con un grito, los hobbits salieron corriendo despavoridos. La voz rió, y el sombrero de plumas amarillas desapareció entre la maleza.
 Esa tarde, Mavrin llevó a Pippin a un precioso claro del bosque, a varios kilómetros de la cabaña, afortunadamente no demasiado lejos. El aroma de las hojas y las flores era tan refrescante, que Pippin se sintió mejor que nunca en los últimos días. Allí tomaron una deliciosa comida, y algunas frutas silvestres, y contaron grandes historias. Pippin sintió un gran cariño hacia la bella elfa, y supo que tenía que agradecerle todo lo que había hecho por él, y tan solo se le ocurría una forma.  Así que sigilosamente, como era común en su gente, se agazapó entre los árboles cuando la elfa se alejó un momento para aplacar su sed en un pequeño arroyo cercano.
 - ¿Peregrin? ¿Dónde estás? -le llamaba, mientras la inquietud y el miedo entraban en su corazón como un frío cristal de hielo. Pero el hobbit no contestaba.
 Y entonces le encontró en un pequeño barranco, de rodillas sobre la hierba, rodeado de flores. Estaba cogiendo algunas, como si pretendiera hacer un ramo.
 - ¡Peregrin! -exclamó ella.
 Pippin se sobresaltó. Los dos se miraron un momento, y de pronto Pippin sintió un escalofrío, y las flores se le cayeron al suelo. Mavrin parecía, más que enfadada, terriblemente asustada, como si acabara de pasar por algo horrible,  y el hobbit la miraba como un niño que acaba de recibir una injusta reprimenda por parte de su madre. Entonces se puso en pie, cogió las flores atropelladamente y extendió un pequeño ramo con las manos temblorosas.
 - Solo... quería agradeceros todo lo que habéis hecho por mí, Bella Dama... -dijo- Vi estas flores de camino hacia aquí, y me parecieron tan hermosas... Si no llega a ser por vos, hubiera muerto consumido entre esas horribles fiebres. Aunque me hubiera encontrado otro a la orilla de ese río, creo que no hubiera sobrevivido de igual manera...
 Mavrin sonrió enternecida y arrodillándose besó la frente de Pippin, quien pareció ruborizarse hasta las orejas. Y acarició sus rizos.
 - No tienes nada que agradecerme, pues tu me has dado algo muy valioso, joven Peregrin... -le dijo.
 Cogió las flores, sonriendo con melancolía. Pippin suspiró aliviado. Y de pronto, Mavrin sintió que sus pensamientos se disipaban, y vio fuego y oscuridad, y vio como una gran nube negra se cernía sobre la ciudad más blanca y llena de luz que jamás había visto. Y unas palabras que parecían venir de muy lejos penetraron en su mente:
Imprescindible entre la oscuridad será
el coraje de un corazón inocente;
el mediano que llegó desde las aguas
y avivó tus memorias olvidadas...
 A Mavrin se le cayó el ramo de flores de las manos, y algunas se destrozaron al caer contra el suelo, sembrándolo con sus pétalos. Asustado, Pippin intentó retroceder, pero se había quedado como paralizado, incapaz de moverse. Se sentía como si un gran témpano de hielo lleno de angustia se le hubiera atravesado en el corazón. Entonces los labios de la elfa empezaron a moverse, y de ellos surgieron unas palabras graves, guturales.
 - Corazón inocente... memorias olvidadas... -dijo.
 Pippin la miraba con los ojos desorbitados, jadeando como un animal asustado,  sin poder moverse. Y de repente sintió que desaparecía la horrible sensación de opresión, y cayó de espaldas, luchando por recobrar la calma. Pero Mavrin se había quedado pálida, como sin vida, y sus ojos estaban fijos en la nada.
 - ¿Estáis bien? ¿He dicho algo malo? ¿Mi señora?...
 Inquieto, el hobbit se inclinó hacia la elfa, y con sus manos tocó sus hombros. Entonces ella sacudió la cabeza con un súbito grito, que se ahogó antes de poder escapar de su garganta. Pippin se sobresaltó. Ella le miró como si acabara de salir de una pesadilla. El hobbit la miraba todavía asustado, respirando con agitación.
 -  ¿Qué os ha pasado...? -preguntó.
 - No... -balbució- No ocurre nada, pequeño Peregrin...
 Le sonrió y acarició su cara, intentando parecer calmada, pese a que sentía aun el gran terror de la repentina visión. Y un escalofrío recorrió su cuerpo cuando tocó el pálido rostro el hobbit. Apartó la mano, sobresaltada, y recogió las flores del suelo.
 -  Tienes un corazón de oro, joven Peregrin... -dijo, besándole otra vez en la frente, y se puso en pie.
 Pippin prefirió no preguntar, pues la razón le decía que no era conveniente meterse en los asuntos de los elfos. Pero aún sentía una extraña inquetud en el corazón.
 Pronto, empezó a atardecer. Mavrin y Pippin partieron antes de que empezara a hacer frío. Pippin se sentía con fuerzas para caminar, por lo que Mavrin no le llevó en brazos en ningún momento, pues ninguna vez se sintió cansado o mareado. Afortunadamente la cabaña no quedaba nada lejos, y ella se sintió aliviada de verle capaz de andar, pues supo que sus días con el hobbit estaban llegando a su fin y muy pronto tendría que volver a su hogar.
 De regreso en la cabaña, Mavrin contó preciosas historias a Pippin a la luz de las velas mientras cenaban. El hobbit se durmió temprano esa noche. Estaba agotado, pues después de tantos días de convalecencia, había pasado las dos últimas tardes jugando bajo la luz del sol. Mavrin siempre estaba a su lado, vigilando que no se cansara en exceso, y cuidando de que el aire no se volviera frío. Le gustaba ver al hobbit alegre y activo, pues eso significaba que se estaba recuperando, y a veces, cuando le encontraba callado y pensativo, sabía que era porque echaba de menos a su familia y amigos.
 - Oyeme bien, pequeño hobbit -le dijo esa noche tras una deliciosa cena mientras esperaba que se durmiera- Ya casi te has recuperado, me atrevería a decir que del todo, y estoy segura de que te echan mucho de menos. Mañana, si el día amanece cálido, iremos en busca de tu casa. Este bosque es demasiado peligroso para que lo recorras solo.
 - ¿De verdad? -exclamó Pippin alegremente, y sonrojado, se controló- Quiero decir... Muchas gracias... No merezco tanta bondad por vuestra parte, mi Señora...
 - No digas eso, joven hobbit. Tanta modestia no va contigo... -rió- Vamos, duérmete ya... Tienes que descansar bien, pues partiremos temprano.
 Así que una vez se durmió el hobbit y tras tomar su medicina, Mavrin se sentó a la luz de las velas, y empezó a bordar. Los elfos eran grandes en las artes, y entre las mujeres era normal hacer preciosos bordados. La elfa tenía entre las manos una pequeña bolsa, de una preciosa tela brillante y suave, que parecía terciopelo, y bordaba unas letras que aún no tenían forma definida. Quería que el pequeño hobbit tuviera un obsequio, pues al día siguiente era muy probable que partieran en busca de su gente.
 Entonces, invadida por una extraña inquietud que no sabía de dónde venía ni por qué, los ojos de Mavrin se cerraron, y se dejó caer sobre las telas que cubrían el diván. Pronto sus pensamientos se alejaron de ella, y se sumió en el más profundo de los trances. Estaba sola en una gran pradera, y ante ella, en el cielo, vio el rojo fuego de la muerte, y el fuego era intenso y parecía extenderse por todo el cielo, cubriendo todo de cenizas y veneno. Una ciudad que resplandecía como luz blanca estaba siendo devorada por los ardientes vapores que venían de la oscuridad. Y sintió que entre ambos se entablaba una lucha. Entonces una voz, su propia voz, empezó a hablar; la oía en todas partes, en todos los rincones, en el cielo y en el mar, en la tierra y el viento, y en su corazón.
Lágrimas innumerables derramaréis;
y los Valar cercarán Valinor contra vosotros y os dejarán fuera,
de modo que ni siquiera el eco de vuestro lamento
pasará por sobre las montañas...
Habéis vertido la sangre de vuestros parientes con injusticia
y habéis manchado la tierra de Aman.
Por la sangre devolveréis sangre
y más allá de Aman moraréis a la sombra de la Muerte...
Y a aquellos que resistan en la Tierra Media
y no comparezcan ante Mandos,
el mundo los fatigará como si los agobiara un gran peso,
y serán como sombras de arrepentimiento
antes que aparezca la raza más joven.
Los Valar han hablado...
 El corazón de Mavrin se encogió de terror y angustia, pues sabía lo que significaban esas palabras. Un frío tal penetró en ella que se dejó caer en el suelo de rodillas, y cedió toda voluntad, y abrió el corazón a aquellas palabras.
Mavrin Lindelënion,
aquella en quien brillan las estrellas,
y en quien canta la música en su brillo.
Escucha ahora  tu cometido, hija del Sabio...
La oscuridad ha de llegar,
y ante ella el mundo perecerá.
El destino dependerá de un pueblo olvidado,
que no conoce la guerra ni la maldad.
Imprescindible entre la oscuridad será
el coraje de un corazón inocente;
el mediano que llegó desde las aguas
y avivó tus memorias olvidadas.
Ante el poder de la luz que aún brilla
en medio de la oscuridad y el terror,
su valor salvará al moribundo
de las llamas de la locura y la muerte.
El fuego un ojo tendrá
y ante él, el vacío cruzará;
y entre abismos de fuego y maldad
el mal le atraerá y le verá.
Siete estrellas blancas portará
entre azabache y plata;
y en la pérdida y la desesperación,
hallará el valor oculto en su corazón.
Entre luz y oscuridad luchará,
y en la negra oscuridad se encuentra su destino;
la hazaña con su vida pagará
sin el Hijo de la Roca y la Piedra del Elfo.
Y en ese momento, la oscuridad devoraba a la luz, y ambas se fundían en una sola cosa, entre fuego y ceniza, y todo lo que fuera verde y hermoso desaparecía. Solo quedaba la desesperación. Y la muerte.
Con la luz agonizante presente aun en sus ojos, Mavrin se incorporó como quien despierta de una horrible pesadilla. Las misteriosas palabras de su visión aún resonaban en su mente. Como una madre que supiera que algo terrible le ha pasado a su hijo, corrió hacia la cama y se arrodilló a su lado, pero el hobbit dormía plácidamente, ajeno a la muerte y a los terribles augurios de la elfa. Las palabras de la profecía daban vueltas y vueltas en su cabeza. No podía, ni quería creer que fueran ciertas, pero algo en su corazón le decía que así era. Era la segunda premonición que tenía, y la primera se había cumplido: había rescatado un mediano de las aguas, y le había salvado de la muerte. Y ya sus gentes sabían desde hacía mucho tiempo, que la oscuridad volvería a la Tierra tarde o temprano, y que no dependía de ellos el destino del mundo. Eso era lo que faltaba por cumplirse.
 Pero había algo en las palabras de sus visiones que la inquietaban, y le provocaban un frío indescriptible en el corazón. ¿Qué significaban, y por qué tenía que ser ella la que las hallara? ¿Qué había unido su destino al del joven hobbit? Fuera como fuera, algo le deparaba el destino, y estaba relacionado con el regreso de la maldad a la Tierra. Sabía que tarde o temprano, el mediano tendría que entregar muchas cosas, y sacrificar y dejar atrás otras, y entre ellas, quizá se encontraba su vida. Y de repente, sintió que no podría soportarlo.
Mavrin acarició el rostro del hobbit, y cogió sus manos. Pippin no se movió.
     - No sé qué puede significar esa visión... Pero te aseguro que no dejaré que te ocurra nada, mi pequeño hobbit... -le susurró.
Y besó sus pequeñas manos. 
Fuera, un buhó ululó. Mavrin se puso en pie y salió a la oscuridad de la noche, perdiéndose en ella y sus memorias como una sombra más.


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