Corazón de Hobbit

15 de Septiembre de 2003, a las 00:00 - Lily B. Bolsón
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4. La imprudencia del joven Pippin

"Pippin se sentía curiosamente atraído por el pozo. Mientras los otros desenrollaban mantas y preparaban camas contra las paredes del recinto, se arrastró hasta el borde y se asomó. Un aire helado pareció pegarle en la cara, como subiendo de profundidades invisibles. Movido por un súbito impulso repentino, tanteó alrededor buscando una piedra suelta y la dejó caer. Sintió que el corazón le latía muchas veces antes que hubiera algún sonido. Luego, muy abajo, como si la piedra hubiera caído en las aguas profundas de algún lugar cavernoso, se oyó un pluf, muy distante, pero amplificado y repetido en el hueco del pozo.
-¿Qué es eso? -exclamó Gandalf. Se mostró un instante aliviado cuando Pippin confesó lo que había hecho, pero en seguida montó en cólera y Pippin pudo ver que le relampagueaban los ojos-. ¡Tuk estúpido! -gruñó el mago-. Este es un viaje serio y no una excursión hobbit. Tírate tú mismo la próxima vez y no molestarás más.
¡Ahora quédate quieto!"
J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos, "Un Viaje en la Oscuridad".

**********

 El joven Merry se detuvo a recuperar el aliento. Había amanecido; la suave brisa de la mañana golpeó su cara sudorosa, y se sintió mejor.
 Habían pasado casi cuatro días desde que su primo desapareciera en el río. Cuatro días en que le había buscado sin descanso, pero no le había encontrado. Sin embargo, mantenía la esperanza de que siguiera con vida, de que alguien le había rescatado. Creía firmemente en ello. No pensaba regresar al pueblo si no era con Pippin, sano y salvo.
 Se sentó bajo el tronco de un árbol, y se quitó el gorro. Tenía tanta hambre... En estos cuatro días había podido comer lo poco que se había llevado consigo, y algunas frutas, pero poca cosa más. Ni siquiera se había atrevido a coger las jugosas setas, no lo haría ni aunque fuera lo único que podría comer. Cerró los ojos con fuerza. Deseó ardientemente que Pippin estuviera bien, que no estuviera en peligro, o peor aún, enfermo.
El joven Peregrin Tuk siempre había sido un hobbit muy alegre y vivaracho, que siempre tenía una sonrisa que mostrar... y que siempre traía quebraderos de cabeza a los más viejos del lugar con sus travesuras. Después de todo, era un Tuk, y los Tuk llevaban el regocijo en las venas. Pero eso era lo que más le gustaba de él, su alegría, sus ganas de vivir. Habían pasado muchos momentos juntos, y eran inseparables desde aquel día en que vino al mundo, y le vio en los brazos de su tía Eglantina, tan pequeño y frágil, una cosita de mejillas sonrosadas y ojos vivos que aún hoy día no habían perdido ese brillo que los hacía tan especiales. El primer hijo de la familia, destinado por tanto a ser el futuro Thain de la comarca, y el único varón de cuatro hermanos.
Merry recordaba, y por su mente pasaron muchos recuerdos, unos agradables y otros no tanto, que le hacían sonreír o que hacían asomar las lágrimas a sus ojos.
 Recordó una ocasión, cuando no eran más que unos chiquillos, incluso más  que ahora; habían jugado hasta muy tarde, y había empezado a llover, y habían cantado y saltado bajo la lluvia, sintiendo su despiadada pero agradable y helada fuerza por todo el cuerpo, corriendo por sus caras, chorreando en sus rizados cabellos y helando sus desnudos pies. Y recordó que entonces el pequeño Pippin se había puesto muy enfermo, y que durante varios días había estado casi a las puertas de la muerte. Y recordaba el enfado de los mayores por cometer semejante imprudencia, pese a que para ellos había sido solo una inofensiva travesura. Y recordaba la angustia de sus tíos, el olor de las hierbas curativas, la tenue luz de las velas. Y sobre todo recordaba al joven Pippin, tan pequeño y desvalido; el calor intenso que sentía cuando tocaba su piel, sus heladas manos, su cuerpo tembloroso. Y había temido y llorado por él, tanto que temía que se secasen todas sus lágrimas. Aquellos momentos que ahora permanecían en el recuerdo sólo como un buen susto, aún acudían a su mente en situaciones como aquella, cuando alguna inocente travesura se convertía en toda una odisea para ellos. Y esa era una de esas ocasiones.
Merry suspiró, y los recuerdos volaron lejos, perdiéndose en su memoria. Se preguntó cómo estarían su familia y amigos. Estaba seguro de que sus padres estarían muy preocupados, y que los más viejos estarían poniendo el grito en el cielo, diciendo cuánto de irresponsables eran los jóvenes, que no era posible dejar que hicieran lo que quisieran. Pero, ¿y si hubiera acudido al pueblo a pedir ayuda en vez de buscar a Pippin él solo? Entonces le darían todos por desaparecido, o en el peor de los casos, por muerto, y él no podría soportar esa idea. Y menos aún podría mirar a la joven Dalia a la cara.
 - ¡Oh, qué cruel e irónico puede llegar a ser el destino! -exclamó de repente- Ella ha sido la causa indirecta de toda esta odisea, y ya casi la había olvidado por completo... Pobre joven Dalia, mejor que nunca sepa que su belleza nos ha trastornado de tal manera que uno de los dos ha acabado desaparecido, y quizá esté herido y en peligro...
 Pero el joven Meriadoc sabía que, tarde o temprano, tendría que regresar, con o sin Pippin, pues quizás iba a necesitar ayuda para encontrarle. Porque su primo seguía vivo, eso nadie podría quitárselo de la cabeza.
 Cerró los ojos. Estaba tan agotado, que se quedó dormido de inmediato.

Refugiado en casa de la bella elfa, en alguna parte del bosque, Pippin despertó de un reparador y largo sueño. Estaba muy aturdido, y durante unos segundos, no supo dónde se encontraba. Entonces todo acudió a su aletargada mente de pronto, y el corazón le dio un súbito vuelco en el pecho, tan intenso que se asustó. Recordó el río, sus heladas aguas, el frío que helaba todo su cuerpo. Recordó a la bella elfa de pelo azabache y ojos verdemar, que le había salvado y atendido en esa cabaña en donde ahora se encontraba. Y recordó que había tenido fiebre, pero ahora su frente estaba tibia.
 - ¿Bella Dama? ¿Estáis ahí? -dijo.
 Nadie contestó. Tan solo el silencio, roto por el canto de un pájaro, pobló sus agudos oídos de hobbit.
 Sintió un leve aguijonazo de temor. ¿Acaso se había quedado solo? De pronto se estremeció en un inoportuno ataque de tos; tal fue la intensidad de esta, que tuvo que incorporarse y quedarse sentado. Cuando se recuperó, gateó de rodillas hasta el borde de la cama, corrió con cuidado la cortina y miró afuera.
 - ¿Hola? -repitió, y el silencio le contestó una vez más con su vacío.
 En ese momento tosió de nuevo. No podía parar. Era como si se le clavaran en el pecho unas dagas ardientes cada vez que intentaba respirar. Las medicinas de la bella elfa lo habían aliviado y hecho pasar una noche tranquila, pero ahora, volvía a sentirse peor. Apenas recordaba la última vez que se había puesto así de enfermo, aunque se la habían contado muchas veces. Solo pequeños fragmentos llegaban a su mente, como desde muy lejos en el tiempo. Recordaba a sus padres y hermanas, cuidándole; a su niñera dándole baños de agua fría, y caldos muy calientes. Y sobre todo recordaba a Merry, y su infantil rostro, que siempre estaba a su lado. Se preguntó si estaría bien; una ligera sensación de angustia, como un nudo, se asentó en su estómago. Sintiendo un escalofrío, se cubrió con la manta desde los hombros, como si de una capa se tratase. Espero unos momentos ahí quieto, sin saber qué hacer, escuchando, abrazándose las rodillas. Otro escalofrío le hizo arrebolarse más en la manta.
 Miró a su alrededor una vez más, observándolo todo con la curiosidad propia de su gente. Al lado de la cama, había una pequeña ventana, cuyas cortinas de seda celeste se movían con suavidad. La luz que entraba dibujaba colores suaves y azulados; por la que entraba en la estancia, supuso que debía ser mediodía. Bajo la ventana, había algo parecido a un asiento bajo y alargado, en el que uno se podía echar cómodamente. La suave tela que lo cubría caía hasta el suelo. Tenía dos almohadones de terciopelo, uno a cada lado, con borlas en las esquinas
Finalmente no pudo más; la impaciencia y la curiosidad parecían devorarle por dentro, y además, tenía hambre. Se levantó. Cuando intentó dar un paso, se agarró a la cama; sentía las piernas tan flojas como si fueran de mantequilla. Procurando no tropezar con la vestimenta élfica que llevaba, que para él era como una enorme túnica, (dado su tamaño, pues el joven hobbit apenas llegaba a los cuatro pies de altura) salió de la habitación.
- ¿Hola? Por favor, si me oís, decid algo, bella Dama...
Nada. Empezó a andar y salió de la habitación. Llegó a un pequeño pasillo, atravesado sólo por dos habitaciones más. Realmente era una cabaña muy pequeña... Era muy curioso: incluso su agujero hobbit, aunque fuera el del Thain de la Comarca, era más grande que una cabaña de la Gente Grande, o en este caso, de una elfa. Pensó en todo ello y sonrió; esperaba volver pronto con su familia y amigos. ¿Y Merry? Seguro que estaba buscándole, y estaría muy preocupado además. Volvió a sentir esa pesadez en el estómago, como si tuviera un nudo. Ya el pobre hobbit no sabía si era a causa del hambre o de la inquietud.
Al fondo estaba la puerta que llevaba afuera, entreabierta; la luz se colaba por ella levemente. El hobbit llegó hasta ella. Suspiró, y dio unos pasos más; la suave y aromática brisa acarició su infantil rostro como unas finas y frescas manos. Pero no veía a la elfa, y el temor creció dentro de él.
- ¿Bella Dama? ¿Dónde estáis?
Dio unos pasos más. Sentía el frescor de la hierba bajo sus pies desnudos. Se frotó los brazos como dándose calor, pues el frío empezaba a hacerle tiritar. Los pájaros cantaban alegres, volando de rama en rama, danzando en el aire. Sintiéndose muy débil y cansado de repente, Pippin se apoyó en el tronco de un árbol y se dejó caer hasta el suelo. No supo cuánto tiempo pasó hasta que oyó un ruido, un agitar de arbustos, como si alguien se estuviera acercando. Se levantó y se acercó hacia donde el ruido, de repente, dejó de escucharse.
- ¿Sois vos, bella Dama?...
Y al acercase a los arbustos, un conejo saltó como impulsado con un resorte, y el hobbit retrocedió con un grito. Se quedó mirando al arbusto, sintiéndose algo estúpido.
- ¡Vaya! Menudo susto, pequeño, mira que confundirte con una elfa... -se echó a reír, pero pronto empezó a toser, y entonces notó como si se asfixiara.
El mundo se desvanecía a su alrededor mientras su leve conciencia luchaba por mantenerse despierta. Una bruma gris parecía extenderse ante sus ojos, cada vez más densa. Se apoyó en el tronco de un árbol, notando su tacto áspero, y húmedo por el rocío de la mañana. Seguía sintiendo la horrible sensación de no poder respirar, de estar ahogándose. Y sentía el cuerpo tan pesado como si una fuerza invisible le empujara cada vez más hacia abajo, y le oprimiera las sienes con unas manos ardientes. Se resbaló por el tronco sin poder evitarlo, y cayó de rodillas, respirando con dificultad.
- Algo me dice que no debí salir... -se dijo, y su voz fue apenas un susurro estrangulado. Tosió. Sintió un violento escalofrío que le hizo tiritar, y se abrazó como pudo, intentando darse calor, maldiciendo su inoportuna curiosidad. Una extraña sensación de angustia se acentuó en su estómago. Y cada vez tenía más frío...
- ¡Oh! por favor, acude en mi ayuda, bella Dama... -susurró, con la voz cada vez más apagada; cada vez le costaba más respirar- Tengo frío... Ayúdame.. Todo se desvanece...
Suspiró, y se abandonó al gran sopor que nublaba sus sentidos. La oscuridad lo cubrió todo. Cayó hacia adelante, desmayado, sobre la hierba húmeda y fresca, como una hoja otoñal que meciera el viento a su antojo. Y así le encontró la elfa cuando regresó de cazar unas horas después, con dos conejos colgados a un lado de su cinturón y unas hierbas aromáticas en la bolsa. Se precipitó sobre él y le agarró entre sus brazos. Notó que tenía el cuerpo helado y tembloroso. Y le habló, pero él no le contestaba.
- ¡Ay! ¡Maldita imprudencia ha cometido al salir, aún no repuesto del todo! ¿Por qué lo has hecho, pequeño? ¡Por qué! -dijo ella, y le llevó adentro lo más rápido que pudo.
La bella elfa acostó al joven Pippin en la cama y le arropó. Se inclinó sobre él. El hobbit respiraba con dificultad, con breves y ásperos jadeos. Ella cogió el cuenco de agua, un gran trabajo de hermosa artesanía élfica, y salió fuera y lo llenó con el agua del lago. Cuando volvió, se sentó al lado del joven Pippin. Tenía los ojos cerrados y la cara lívida, pero sus mejillas estaban encendidas, calientes como el fuego, y la elfa comprobó que volvía a arder de fiebre. Mojó paños de agua fría y se los puso en la cara y el pecho, esperando que aquello bajara su temperatura cuanto antes. Tosía tanto que llegó a temer que se asfixiara, y al buscar a tientas su pulso, lo notó muy desigual. Empezó a hervir unas hierbas curativas; el dulce aroma llenó toda la estancia. Y le obligó a beberlo. Su respiración pareció hacerse más profunda, pero daba la impresión de que el aire aún se resistía a entrar en sus pulmones, como un animal atemorizado que oliese una trampa en su madriguera. Y seguía ardiendo de fiebre.
 La elfa fue a por más agua. Fuera, el cielo empezaba a tiznarse de violeta, mientras soplaba una brisa que cada vez era más fría. Y en tanto el joven Pippin yacía en la cama con los ojos cerrados, tiritando. Los labios le temblaban en la boca entreabierta, y su pecho subía y bajaba agitado bajo la suave manta canela. La elfa le cogió de la mano, que notó fría como el hielo, y le habló con voz dulce y potente.
- Lasto beth nin, tithen Perian. Dartho...
Pippin abrió los ojos, pero estos estaban vidriosos e inexpresivos, y la miraban como si no existiera. Ella se estremeció; supo sin duda que el joven mediano era presa del delirio. Intentó hablar, o eso le pareció a la bella elfa, pero de su garganta sólo surgió un gemido grave, y sus ojos se quedaron en blanco antes de cerrarse de nuevo. La elfa le cruzó las manos sobre el pecho y se las agarró con fuerza, como si le estuviera reteniendo. Le dio una sola sacudida, breve y enérgica.
- ¡¡Dartho!! ¡¡Lasto beth nin, dartho, tithen Perian!! 1
El hobbit gimió. Todo su cuerpo se estremecía en continuas oleadas de escalofríos. Sus ojos se cerraron con fuerza. La elfa también cerró los suyos, y empezó a recitar de nuevo.

Lavicale i lauka Laurelina pusta an lyaa hoon
Lavpelerion anta seere an lyaa kaar
Lavsilme yana kallasilya poika
Kanuva i tarna ho lyaa manu ana lyaa sarkuva
Lavnullauur na kalmindon mi lumbule
Karne nuuruhuine tara...
Koiva titta seldo

 Pippin volvió a gemir. Era como si estuviera habiendo una encarnizada lucha entre él y su enfermedad, entre las palabras de la elfa y la fiebre ardiente. Parecía luchar por respirar; su pecho subía y bajaba rápidamente con breves sacudidas.

Karne nuuruhuine tara...

 La elfa abrió los ojos y le miró, pero ya no era un joven mediano, frágil y desvalido como un niño enfermo, el que estaba allí ante ella, sino que parecía ver a un hermoso elfo de tez pálida y pelo del color de la plata, que estaba a las puertas de la muerte; era su tormento, la sombra de un horrible pasado que no quería recordar... Sus ojos se llenaron de lágrimas, y el pánico y la tristeza se apoderaron de ella con su fría crueldad como hacía años, cuando lo que ahora era una pesadilla que la atenazaba ocurrió de verdad. Gritó.

Karne nuuruhuine tara... Karne nuuruhuine tara...
¡¡Koiva titta seldo...!!

Y con un último estremecimiento, el joven mediano suspiró profundamente; la elfa notó casi de inmediato que dejaba de estremecerse, y que los violentos latidos del corazón se serenaban bajo las manos que le agarraba con fuerza. Y así la bella dama suspiró, y se echó a llorar más fuertemente sin poder evitarlo, ya no de pánico, sino de puro alivio. Las lágrimas corrían por sus mejillas como ríos de plata. Y entonces, Pippin abrió los ojos muy levemente, y como entre una bruma cada vez menos densa, vio a la elfa, y vio que lloraba.
- Bella Dama... ¿por qué estáis llorando?... No estéis triste... -su voz apenas fue un apagado suspiro. Parecía más débil y frágil que nunca, más que ese pequeño bebé que Merry había visto por primera vez, y sus cansados ojos volvieron a cerrarse despacio.
Y entonces ella le abrazó, y empezó a llorar con más fuerza. Atónito, Pippin la miró, tan aturdido que le costó horriblemente darse cuenta de lo que pasaba.
- Ay, bella dama, ¿qué ha pasado? ... -logró decir, y lo recordó todo; tantas cosas se agolparon en su mente a la vez, que su gran aturdimiento no hizo más que empeorar- ¡Oh! Creo que no debí salir... Pero estaba preocupado, y tenía tanto miedo de quedarme solo... - descansó un momento; hasta respirar era duro para él- Ruego que perdonéis mi imprudencia... No quería asustaros. Creo que no debí hacerlo... -dijo, y la voz se le quebró en otro fuerte ataque de tos.
- No te angusties, pequeño Perian... -dijo ella, y le miró con dulzura, como una madre que cuida a su hijo enfermo- Ya ha pasado todo, una vez más te encontraste de cara a la muerte, y una vez más la has burlado. Mis conocimientos solo te han dado valor, las medicinas y tu misma fortaleza son los que te están curando. Y tienes mucha fuerza, créeme. Sois una raza impresionante. Pensaba que no resistirías... -y luego, añadió- Ten esto, te bajará la fiebre.
Y apoyó el cuenco que contenía la infusión de hierbas en sus agrietados labios, y se la hizo beber lentamente.
- Gracias, noble dama... -dijo, y empezó a toser de nuevo. Ella le miró preocupada hasta que paró, le incorporó para ayudarle a respirar, y el joven hobbit recobró el aliento- Ay, creo que mi imprudencia ha sido muy grave, pero también creo que tengo lo que me merezco... -continuó, sonriendo tímidamente- Mis travesuras siempre se vuelven contra mí...
La elfa rió enternecida ante las palabras del hobbit. Él sonrió. Pero pudo aguantar poco más; sentía como si tuviera fuego en los ojos, y estaba tan cansado... La elfa le tendió sobre la cama y le arropó.
- Descansa, pequeño. Te pondrás bien pronto. Sólo descansa.
Y acarició sus rizos y le besó en la frente. Pippin cerró los ojos.
Recitando algo en baja voz, la elfa se acercó a la ventana entreabierta. El atardecer estaba cayendo ya. La suave brisa movió las cortinas de seda, y trajo consigo olvidados recuerdos, cantos de otro tiempo. Y los ojos de la elfa se llenaron de lágrimas, y entonces, empezó a cantar...

A Elbereth... Gilthoniel...
silivren penna míriel
o menel aglar elenath!
Na-chaered palan-díriel
o galadhremmin ennorath,
Fanuilos, le linnathon
nef aear, sí nef aearon!

Miró al hobbit, que se había quedado profundamente dormido, respirando rápida pero más regularmente. Sus lívidos párpados se movían de vez en cuando, y la elfa supo que estaba soñando, y deseó que fuera algo agradable. Puso las manos en su cabeza; su frente seguía caliente, pero ya no ardía como fuego. Sólo quemaba como un caluroso día de verano.
La brisa soplaba, golpeando la ventana. Y recordó el día en que le contó a su padre un sueño, que se le repetía algunas noches desde hacía mucho tiempo, en el que una voz, quizá la suya propia, hablándole desde lo más profundo, le decía siempre las mismas palabras...

Rescatarás a un mediano de las aguas,
le salvarás de la oscuridad y la muerte,
indispensable será el valor de su corazón,
cuando la oscuridad reine sobre la Tierra...

Un mediano... Rescatado de las aguas...
Sintió un escalofrío. Parte de las proféticas palabras de ese sueño se estaban cumpliendo, y una sensación de angustia, pero a la vez de curiosidad, penetro en su corazón. Miró al joven Pippin, que seguía dormido, pero ya ningún sueño perturbaba su descanso. La elfa le volvió a besar en la frente. El hobbit se movió ligeramente; al tiempo su respiración se normalizó, volviéndose más pausada, aunque aún costosa.
Y el silencio reinó en la pequeña habitación.

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1 (sindarín):  Oye mi voz, pequeño hobbit, aguanta. ¡¡Aguanta!! ¡¡Oye mi voz, aguanta, pequeño hobbit!!



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