Corazón de Hobbit

15 de Septiembre de 2003, a las 00:00 - Lily B. Bolsón
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8. Un día lleno de preguntas

"- Pero me gustaría saber...- empezó a decir Pippin.
-¡Misericordia!- exclamó Gandalf-. Si para curar tu curiosidad hay que darte información, me pasaré el resto de mis días respondiendo a tus preguntas. ¿Qué más quieres saber?
- Los nombres de todas las estrellas y de todos los seres vivientes, y la historia toda de la Tierra Media, y de la Bóveda del Cielo y de los Mares que Separan- rió Pippin-.¡Por supuesto! ¿ Qué menos? Pero por esta noche no tengo prisa..."

J.R.R. Tolkien- Las Dos Torres, "El Palantir"

**********

 El noveno día se había marchado hacía horas, y todo el bosque descansaba en silencio. Tan solo los animales que vivían en la noche imponían su reinado en él.
 Mientras Merry pasaba la primera noche de su regreso en Bolsón Cerrado, Pippin, en la cabaña del bosque, despertaba de repente bañado en un sudor frío. Suspiró, molesto; parecía que nunca iban a dejarle aquellas terribles y febriles pesadillas. Aterido de frío, se acurrucó de lado en la oscuridad. Su mente flotaba de nuevo hacia el sueño cuando, de repente, se dio cuenta de que tenía quizá más hambre que nunca en su vida. Había tenido hambre muchas veces, casi continuamente, pero nunca una sensación tan intensa como aquella. En los últimos días, tan solo se había llenado el estómago con caldos calientes e infusiones de hierbas. Ni siquiera el delicioso caldo de setas y conejo de hacía dos días le había dejado satisfecho, pues al día siguiente le volvió la fiebre, y el apetito desapareció.
 Miró hacia la ventana. Distinguió la figura de la elfa en la oscuridad, echada en el asiento de mantos de seda. Y sintió frío, y se le revolvió el estómago.
 Despacio, apartó las cortinas y fue por la cama a gatas, hasta el borde, y bajó con cuidado. Haciendo un enorme esfuerzo, se mantuvo en pie finalmente; las piernas le temblaban, como a un niño que diera sus primeros pasos. Cegado por la oscuridad, tan solo guiado por el leve resplandor de la luna y la tenue luz de las velas ya casi consumidas del candelabro, logró llegar hasta la ventana, y ahí se quedó de pie, respirando pesadamente. Se sentía tan cansado como si hubiera atravesado un bosque entero. Mavrin se levantó sobresaltada cuando notó su presencia.
 - ¿Peregrin? ¿Por qué te has levantado?
 - Tengo hambre... -dijo, y se desmayó. 

Despertó al poco tiempo de nuevo en cama, con un aroma y un sabor muy dulces en los labios.
 - Tranquilo, bebe esto... -le dijo la suave voz de Mavrin. Aturdido, el hobbit obedeció y agarró el cuenco con manos temblorosas. El fuerte y dulce aroma de la bebida le reconfortó, y el vértigo desapareció.
 Mavrin estaba a su lado, y sonreía. Pippin, avergonzado, arrastraba las palabras, como quien habla por primera vez tras despertar de un largo sueño:
- Siento haberos asustado, Bella Señora... Pero tenía tanta hambre que... ni me di cuenta de que me levanté de la cama, os lo aseguro...
Mavrin rió y acarició el pelo rizado del hobbit.
- ¡Ay!, me alegra ver que te ha vuelto el apetito. Y ya te ves capaz de levantarte de la cama. Ahora mismo te prepararé algo. No creo que aguantases el hambre hasta mañana sin quejarte.
Y le preparó una sencilla pero nutritiva cena, consistente en un delicioso caldo, y algunas frutas. Esta vez no desapareció el voraz apetito del hobbit. Mientras la comía, Pippin pensó que era la primera vez que lo hacía a esas horas de la madrugada, tan respetadas por cualquier hobbit que se precie para dormir. En cuanto acabó, tendió el cuenco tímidamente a la elfa con ambas manos, apartando la mirada como su pidiera perdón humildemente.
- Siento haberos despertado a estas horas por mi capricho, Bella Dama...
- No es molestia alguna, joven Mediano -cogió el cuenco, y le besó en la frente-. Ahora deberías seguir durmiendo. Aún te quedan varias horas de sueño, y no te conviene perderlas.
Pippin volvió a echarse sobre la cama. Ella le arropó.
- Te traeré algo de agua -dijo.
Mavrin salió, y llenó una jarra con agua fresca. Pero cuando regresó, vio que el satisfecho hobbit por fin se había dormido, con expresión calmada y descansada. Se sentó junto a él, y le tocó las manos, y luego el cuello y las mejillas. En los últimos días, la fiebre había remitido poco a poco, y ahora ya no le quemaba si le tocaba. Incluso se podía decir que había desaparecido. Ya apenas tosía, ni roncaba al respirar. La herida de su pierna se había curado, dejando solo una pequeña cicatriz que desaparecería con el tiempo. Y el haberse podido levantar de la cama y sobre todo el que le volviera el apetito eran buenas señales. Se estaba recuperando.
Aun así, Mavrin era consciente de que si el hobbit recaía, quizá no sobreviviera. Y no sabía por qué, pero le horrorizaba esa idea. Había algo especial en ese mediano. Sabía que era ese del que hablaba la voz de sus premoniciones, ese al que se referían sus sueños. Y se preguntó qué podría hacer aquel pequeño por el destino de la Tierra Media.
Mavrin dejó el la jarra de agua en la mesilla, por si el pequeño hobbit se despertaba con sed. La elfa le acarició las pequeñas manos, que descansaban sobre su pecho. Pippin se agitó un momento, y luego se quedó muy quieto y sonrió levemente. Por fin, parecía sumido en sueños agradables. Mavrin veló su sueño toda la noche, pero ni la fiebre ni la tos volvieron.

A la mañana del décimo día, desde que los primeros rayos de sol asomaron por las gélidas cortinas de seda, Pippin despertó con una renovada energía. Lejos de allí, Merry partía de Bolsón Cerrado con su pequeña expedición de búsqueda. Y consigo, llevaba la pequeña bolsa de color canela con una "P" bordada en hilo dorado.
En la cama, Pippin se desperezó y miró hacia la ventana. Mavrin estaba sentada allí, y le miraba con una leve sonrisa. Iluminada por los rayos de sol que se filtraban por las cortinas azules, su altiva figura parecía resplandecer más que nunca, y el hobbit sintió un extraño escalofrío.
- Buenos días, Bella Señora... -dijo Pippin; se puso a gatas en la cama un momento y luego se sentó- Creo que me siento mucho mejor hoy...
Mavrin se sentó junto a él. Tocó su frente, y luego cogió sus manos, y todo estaba tibio. Pippin se llevó las manos al pecho y respiró profundamente.
- Ya no siento nada, no me duele el pecho... Tan solo siento una ligera fatiga, pero no me molesta mucho.
- Parece que estás mejorando muy deprisa. Sois una raza impresionante; ni el más fuerte de los Hombres habría aguantado tanto como tú... -sonriéndole y con suavidad, Mavrin le levantó la cara por la barbilla-. Pero aún estás débil, y una simple corriente de aire frío podría ser fatal para tí, así que no hagas locuras... ¿de acuerdo?
Luego se levantó y  preparó un ligero desayuno para los dos. Después, hirvió unas hierbas para la medicina de Pippin. Se sentó a su lado mientras la tomaba.  El hobbit estaba muy callado, pero muchas preguntas rondaban por su cabecita. Por fin, se atrevió a hablar, agarrando con fuerza el cuenco entre las manos.
-Bella Dama, me estaba preguntando... si vivís aquí sola... Si no tenéis algún compañero, o algún familiar...
Ella le miró; no parecía sorprendida por la pregunta. Y Pippin vio algo extraño en sus ojos. Nunca supo describirlo, pero era como si estos se hubieran llenado de una triste oscuridad.
- Vivo sola, joven Peregrin. Desde hace muchos años. Dejé mi familia muy lejos de aquí, y algunos estan en un lugar que no puedo alcanzar.
El hobbit comprendió, y bajó la cabeza en silencio.
- ¿Te ocurre algo, pequeño?
- No, todo está bien... Es solo... que es muy triste -dijo, y sintió que se le encogía el corazón al pensar en verse a sí mismo en una situación parecida.
- Yo vivía en Rivendel; ese hermoso valle bajo las colinas, la ciudad de la sabiduría de los elfos. Imladris... -comenzó Mavrin, y sus ojos parecieron perderse en el recuerdo- Es posible que algún día llegues a verlo, pues mi corazón me dice que harás grandes viajes, joven Tuk.
>>Tenía familia, desde luego. Mis padres. Y un esposo. Le llamaban Sibrethil, y su pelo era como la plata. Nuestro amor fue como una bendición. Concebí un hijo, cuyos ojos brillaban como una noche estrellada de Luna Llena. Le llamaron Ithladin... Luna Estrellada. Pero mi esposo murió en una emboscada, antes de que naciera, y no pude hacer nada para salvarle. Yo sólo quería vivir para poder cuidar de Ithladin. Crié a mi hijo, y los elfos más sabios me ayudaron. Pero el día volvió a oscurecerse para mí, pues ocurrió una desgracia que hizo que mi corazón se llenase de una noche eterna. Ithladin también murió.
>>Ocurrió una noche sin Luna, cuando la nieve cubría las montañas. Volvíamos de un viaje, ya de regreso al hogar, cuando nos sorprendió una emboscada. Eran orcos de las montañas. Una vez más atacaron a mi pueblo. Los más valientes del grupo lucharon, y muchos perecieron, pero los más inocentes siempre acaban pagando, y mi pequeño Ithladin resultó gravemente herido. Regresamos a casa envueltos en una terrible angustia. Le cuidé durante días y noches, mientras las fiebres le consumían ante mis ojos. Pero nada podía curar esa herida envenenada. Su vida acabó; tuvo el mismo destino de su padre. Día a día su resplandor parecía apagarse, hasta que toda la vida se le extinguió.
Mavrin dejó de hablar. Pippin se estremeció; se le había hecho un nudo en la garganta. Sentía la mayor tristeza que jamás recordaba, y que tardaría años en volver a sentir.
- Lo siento... Yo... No quería recordaros algo tan horrible... -balbució.
- No, Peregrin. No me has recordado nada, porque es algo que ya recordaba. Lo recuerdo cada día de mi vida y nunca lo he olvidado.
>> La vida siguió, aunque yo sentía que algo se había roto dentro de mí. Muchos me decían que no tenía motivos para irme de mi hogar. Pero mi sabio padre sabía que tenía que hacerlo. Y ahora no puedo volver. No todavía. Alguien o algo me ha designado para un cometido que ni yo misma conozco. Y mi corazón no descansará en paz hasta que no lo vea cumplido. Por eso me he retirado del mundo, viviendo la soledad, esperando que ella me de respuestas. Y tu llegada ha sido como una bendición, pues ha contestado a muchas de mis preguntas...
- ¿Yo...? ¿Qué he podido hacer yo para ayudaros?...
- No puedo decírtelo... No aún.
Pippin se estremeció.
- ¡Ay! No tengo ganas de pensar en extraños asuntos de elfos, y mucho menos verme involucrado en ellos... - y cuando se dio cuenta de lo que había dicho, se llevó las manos a la boca, como un niño que hubiera dicho algo malo.
Mavrin rió, y fue la risa más pura y sincera que Pippin había oido desde que la conocía. Y sintió que la alegría cubría todo.
- No te asustes, pequeño... no tienes nada que temer. Es cierto que no debes saberlo, no de momento. Lo sabrás algún día. Pero no; no temas... -añadió al ver la mirada desconcertada del hobbit- Solo te puede ser revelado cuando estes listo. Hasta que ese momento llegue, vive como siempre lo has hecho, y no preocupes tu corazón con ese asunto.
Pippin la miraba con curiosidad; sus vivaces ojos trigueños estaban abiertos de par en par. Era como si aún esperara una respuesta por parte de la elfa.
- Solo sé que parte de la congoja ha desaparecido en mi corazón desde que te rescaté -siguió ella-.  Es como si mi pequeño Ithladin hubiera vuelto... Pues me recuerdas a él, pequeño hobbit. Puede que tú tengas el pelo rizado y castaño, aunque con furtivos destellos dorados, y él, plateado y brillante como nácar. Pero tienes ese mismo brillo especial en los ojos, joven Peregrin, aunque tampoco estos sean del mismo color- dijo, y acarició la cara del hobbit con las puntas de los dedos-. Esas mismas ganas de vivir, y de descubrir todas las cosas que trae el mundo antes de que lleguen...
 La elfa apartó sus manos del hobbit. Pippin vio que estaba llorando en silencio, y volvió a sentir esa sensación de vacío en su corazón. Se acercó a la elfa, y le apartó las lágrimas de plata con sus pequeños dedos.
- No, mi señora... No lloréis... Por favor, si lloráis me pongo triste, y no se por qué...
Ella cogió sus manos.
- Los recuerdos de nuestro pueblo son muy profundos; siempre permanecen en nuestros corazones, y jamás se van...
Ambos estuvieron en silencio un buen rato. Pippin no se veía capaz de hablar, y Mavrin había sido enmudecida por la tristeza. Pero por otra parte el hobbit parecía fascinado de encontrar tantas respuestas; sus mejillas estaban rojas de expectación. Fuera, el sol se alzaba alto, anunciando la llegada del mediodía. Un pájaro canto. Y se hizo de nuevo un leve silencio.
- Y... ¿cómo encontrásteis esta cabaña? ¿La construísteis? -preguntó Pippin de repente.
- No, no la he hecho yo, de hecho desconozco exactamente al que la construyó, pues quien me habló de ella no me lo dijo... Un día, un elfo forastero apareció en los bosques de Rivendel. Trabamos una gran amistad, y él tenía además un pasado similar al mío, por lo que nuestros corazones estuvieron muy unidos. Me dijo un día que en el bosque encontraría esta cabaña, un lugar donde pudiera estar sola, y pensar... Pensar en tantas cosas... Demasiado complicadas para que pudieras entenderlas, pequeño Peregrin, pues ni siquiera yo puedo hacerlo.
>>También me contó algo sobre su pasado que no te podría decir, pues me lo confió solo a mi. Pero si puedo contarte la historia de esta cabaña, algo que muchos consideran una hermosa leyenda,  y otros la más pura realidad... Hace muchos años, hubo un elfo llamado Veryion, que quedó atrapado en el amor de la bella Isariel. Pero muchos consideraban este un amor maldito, y dicen que se casaron en secreto, y  se refugiaron en el bosque y construyeron una acogedora casa en él, donde  vivir felices para siempre. E Isariel concibió un hijo. Y mientras la nueva vida crecía dentro de ella, ocurrió que cada noche tenía unos extraños sueños que la inquietaban, pero que apenas alcanzaba a recordar. Fue un alumbramiento difícil, y cuando el pequeño nació, ella simplemente murió. Dicen que fue como si la vida se le hubiera ido de repente. Algo así solo se había visto una vez, hacía miles de años, en una era lejana, perdida en la historia, pero que muchos de mi pueblo aún recuerdan.
>>Y Veryion crió solo a su hijo, buscando refugio en su pueblo. Dicen que ese pequeño acabó con la maldición que destrozaba a ambas familias, pero nada más se supo de ellos...
Pippin no dijo nada. Volvió a hacerse el silencio. Pero de repente, habló.
- Era él, ¿verdad?...
Mavrin le miró.
- ¿Qué quieres decir, pequeño?
- El elfo de esa historia. Veryion. Era vuestro amigo, el que os dijo donde estaba esta cabaña. ¿Verdad?
Mavrin sonrió.
- Así es. Pero prefiero no contarte nada más... Me sorprende que lo hayas averiguado. Eres muy perspicaz, mi pequeño hobbit.
Volvieron a hacer una pausa. Pippin bebió un sorbo de su infusión de hierbas, que aún estaba caliente.
- Llevo aquí largos años, tantos, que dejé de contarlos... -continuó Mavrin- Pero no todo ha sido soledad aquí. El corazón de un elfo pertenece al bosque, al igual que el del hobbit pertenece a la vida tranquila, y el mío no siempre he estado en esta cabaña. He vagado aquí y allá, y recorrido muchos lugares en los años que llevo aquí, siempre en busca de alguna respuesta. Pero siempre acabo volviendo, pues sé que solo aquí las hallaré...
La elfa dejó de hablar, y el silencio volvió a llenar la estancia. Pippin solo podía sentir el latir de su corazón, y el canto de los pájaros fuera, a la luz del sol. Hasta que la voz clara del hobbit volvió a hablar:
- Solo una cosa más...
Ella rió de nuevo.
- Eres una fuente inagotable de preguntas, mi pequeño hobbit... Vamos, pregunta lo que quieras.
- Los mayores de la Comarca dicen que los elfos están dejando la Tierra Media... ¿Vos haréis eso, Bella Dama? ¿Os marcharéis?
La elfa sonrió levemente y le acarició el pelo, viendo en sus pequeños ojos una expresión a medio camino entre la resignación y la tristeza.
- Eso es algo que no se puede evitar, y que ni el futuro conoce, mi joven Peregrin. Aún no he encontrado esa respuesta...
- No sé por qué, pero me entristece... -dijo él.
Y el silencio que se hizo no se volvió a romper.

Mavrin volvió a la cabaña cuando el sol del mediodía brillaba con toda su fuerza. Había ido a por provisiones. Se encontró a Pippin sentado al lado de la ventana, asomando levemente la cabeza afuera; el mentón apoyado sobre sus brazos cruzados. Las cortinas se mecían con suavidad.
- ¿Peregrin...?
Él se giró sobresaltado y se separó de la ventana; casi se cae del asiento.
- ¡Bella Dama...! Yo... Es que me aburría en la cama... Y... me sentía con fuerzas de levantarme, lo siento...
- No, no te disculpes... no pasa nada.
Se sentó a su lado.
- Hoy no hace nada de frío. Estoy segura de que te vendrá muy bien respirar aire puro. ¿Te gustaría salir? -le dijo.
Los ojos del hobbit parecieron iluminarse.
 - ¡Oh, eso sería estupendo!... Echo tanto de menos el aire y el sol... He pasado una semana aquí, si logro llevar la cuenta, pero para mí ha sido como un largo año... ¡Vamos, pues! No puedo esperar...
 
Pippin pasó largo rato tumbado en la hierba, dejando que el agradable sol del mediodía le cayera sobre la cara. Era como si lo viera por primera vez. A veces intentaba perseguir las mariposas, pero se fatigaba enseguida y caía a la hierba rendido y jadeante, dando a la elfa más de un sobresalto. Pero las energías del hobbit parecían no acabarse nunca, y pronto estaba corriendo otra vez. Hasta que la elfa le paró los pies, y no tuvo más remedio que quedarse tumbado en la hierba, muy a su pesar. Con sus resoplidos y sus mejillas arreboladas, parecía un chiquillo enfurruñado tras una reprimenda.
 También hablaron de muchas cosas. Hablaron sobre los elfos y los hobbits, sobre ese bosque y sus criaturas. Pippin formuló muchas preguntas, y Mavrin contestaba las que podía. Ella sintió gran admiración y cariño por el hobbit, por su curiosidad y su frescura. A veces no podía evitar ver en él a su hijo Ithadin. También él tenia esas ansias por aprender y conocerlo todo.
 Sentada gracilmente sobre la hierba, con los ropajes sedosos meciéndose al viento, Mavrin acariciaba las flores. Arrodillado a su lado, Pippin le hablaba de su familia. De su padre, y su madre; de sus hermanas, y sobre todo de sus primos, en especial de Merry. Le habló de su vida en los Grandes Smials, le contó todas las curiosidades que recordaba, y todo lo que habían vivido juntos, e incluso lo que pudo recordar de la vez en que enfermó. Muchas de las anécdotas hacían reír a la elfa, y Pippin se sintió feliz. El suave sonido de su risa, el canto de los pájaros y la calidez del sol, caían sobre él como unas agradables manos, y no se dio cuenta de que se estaba quedando dormido hasta que estuvo a punto de caer sobre la hierba. Abrió los ojos. Vio  a Merry, y a Frodo, y luego a sus padres y hermanas. Estaban allí con él, junto al arroyo; reían felices, pero parecían no verle. Se fueron, dejándole solo, abandonándole; gritando sus nombres corría tras ellos... Y entonces despertó con una sacudida, sobresaltado y jadeante. Mavrin estaba a su lado.
 - Peregrin... ¿te encuentras bien, pequeño?... Te has quedado dormido...
 - Les echo de menos... - dijo él de repente, y su voz perdió la alegría por unos momentos- Me refiero a mi familia, y mis amigos. Espero poder recobrarme pronto, para poder volver... Pero después sé que os echaré de menos a vos, mi Bella Señora... -dijo, y bostezó. Sus ojos parecían cerrarse solos.
 - Pobre pequeño, estás agotado... -dijo, y le levantó con delicadeza y le cogió en brazos- Has gastado muchas energías hoy. Ahora debemos entrar. Va a oscurecer, y el aire se hará más frío. No te conviene respirar sino aire templado.
  - ¡Vaya! -suspiró el mediano- Ojalá mañana podamos salir otra vez. ¡Echaba tanto de menos el sol y el aire puro!
 Mavrin sonrió, y se quedó largo rato mirando el horizonte con Pippin en brazos, y su pelo azabache meciéndose al viento. No decía nada; incluso el hobbit se había quedado en silencio. Pronto, Mavrin notó que algo caía en su brazo, y vio que la cabeza del joven Pippin descansaba sobre él. Se había quedado profundamente dormido, de puro agotamiento. La elfa sonrió, y acarició su rostro con ternura; notaba el suave aliento del hobbit rozando sus dedos. Le apartó de la cara los rizos castaños, que a la luz del sol parecían brillar con tintes dorados, y le miró. Los cercos bajo los ojos y la palidez casi mortal habían desaparecido; tan solo los labios aparecían agrietados de tantas fiebres. Ya no era aquel pequeño hobbit desvalido y tembloroso, que luchaba por respirar y sobrevivir. Ahora era lo que siempre había sido: un pequeño y saludable hobbit de mejillas sonrosadas y suaves rizos trigueños.
El sol desaparecía, y el horizonte se teñía de rojo y violeta. Mavrin volvió a la cabaña.



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