Corazón de Hobbit

15 de Septiembre de 2003, a las 00:00 - Lily B. Bolsón
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6. Pippin y Mavrin

"- Es realmente maravilloso -dijeron-. Tres hobbits en un bosque, de noche. No hemos visto nada semejante desde que Bilbo se fue. ¿Qué significa?
-Esto sólo significa, Hermosa Gente -dijo Frodo-, que seguimos el mismo camino que vosotros, parece. Me gusta caminar
a la luz  de las estrellas y quisiera acompañamos.
-Pero no necesitamos ninguna compañía y además los hobbits son muy aburridos -rieron-. ¿Cómo sabes que vamos en la
misma dirección, si no sabes a dónde vamos?
-¿Y cómo sabes tú mi nombre? -preguntó Frodo.
-Sabemos muchas cosas -dijeron los elfos-.  Te vimos a menudo
con Bilbo, aunque tú no nos vieras."

J.R.R. Tolkien, El Señor de Los Anillos, "Tres es compañía"

**********

Los primeros rayos del sol del quinto día de convalecencia del joven Pippin penetraron por la ventana de la cabaña. Los verdes ojos de Mavrin se abrieron despacio, y refulgieron con intensidad cuando el sol iluminó su bello rostro. La elfa miró a su alrededor y entonces se incorporó sobresaltada; se había quedado como dormida, inmersa en su propia mente y sumida en sus pensamientos y recuerdos, sobre el banco que tenía al lado de la ventana.
Apartó el manto élfico, de suave y brillante satén, y miró hacia la cama. Las cortinas que la rodeaban ocultaban casi completamente a Pippin, que dormía profundamente desde la tarde anterior. Las rodó con cuidado y se sentó a su lado, intentando no perturbar su plácido sueño. El joven mediano tenía el rostro muy pálido, casi plomizo. Le toco la frente y las mejillas, notando bajo su mano un calor tenaz; el hobbit gimió y se apartó del contacto de su mano. Sus párpados se movieron un instante. Estaba febril, y probablemente no había dejado de estarlo toda la noche, pues su rostro y su cuerpo estaban bañados en un sudor frío, y sus pies y manos estaban ateridos. El pequeño hobbit tosió levemente, pero no se despertó. Ella se inclinó sobre él; y apoyó la cabeza en su boca y su pecho, y las manos luego, atenta al estado de su respiración. Esta era ahora más profunda, menos costosa que el día anterior. La mejoría era evidente, pero la enfermedad aún atenazaba la frágil pero a la vez férrea salud del hobbit.
La dama elfa salió fuera, saludando a la recién levantada mañana con un destello de sus verdes ojos. Se agachó al lado del lago, y lavó su cara con el agua fresca. Luego llenó el cuenco, lavándolo varias veces primero, y volvió adentro.
 Algo parecía perturbar el profundo sueño del mediano, porque cuando ella entró, vio que se agitaba lánguidamente entre las sábanas. En un primer momento se alarmó y se acercó rauda hacia él, pero cuando estuvo a su lado, dejó de moverse. Se sentó en la cama, arrugando las suaves sábanas de lino, y se apresuró a mojar paños de agua fría y aliviarle la fiebre con ellos. Frotaba suavemente su rostro y su cuello, perlándose estos de finas gotas de agua que se confundían con el sudor. Pero nada surgía efecto, le parecía que la fiebre era cada vez mayor, y entonces le destapó para que no se acalorara demasiado y fue a la habitación contigua, dispuesta a preparar la tina con el agua más fría que pudiera encontrar. Luego le cogió en brazos y le sacó de la cama con cuidado; esperaría a que se despertara y entonces le daría un baño de agua fría, como había hecho la primera vez que había tenido una fiebre como aquella. Pero Pippin no se despertó, sino que se agitó entre sus brazos gimiendo; movió la cabeza primero, y las manos después. Y unas débiles palabras surgieron de sus labios, secos y agrietados como la arena...
- Merry... Merry... ayúdame...
Ella dudó un momento, pero ante la persistente intranquilidad del hobbit, quien cada vez se revolvía más, decidió volver a acostarle sobre la cama hasta que se calmara.
-Tranquilo, todo está bien... Es sólo un sueño... -le susurró mientras acariciaba su pelo rizado y húmedo por el sudor, y empezó a cantarle una dulce canción; pero Pippin parecía insensible a cualquier voz.
El hobbit se debatía fieramente en una sombría pesadilla. Oía su propia voz, acallada por el fuerte rumor de unas aguas furiosas, y un terrible frió que le helaba los huesos, y en medio de todo ello, la voz de Merry, llamándole, "¡Aguanta, Pippin, aguanta!"; y él gritaba, "¡Merry, Merry, ayúdame, me arrastra, no puedo salir...!"
Y Merry marchó corriendo; iba a pedir ayuda, lo sabía, pero él no quería quedarse solo, no aguantaría hasta que volviera, se ahogaría, iba a morir en el río... Las aguas se cernían sobre él como horribles monstruos transparentes, no le dejaban ver, y era presa de un frío casi mortal, y las fuerzas se le iban...
Mientras el hobbit temblaba de frío y terror, sollozando ligeramente, Mavrin, la bella elfa de pelo azabache, estaba sentada a su lado, y le miraba y acariciaba como si intentara calmarle, pero lo único que se veía capaz de hacer era infundirle palabras amables, cantarle una suave canción, y tratar de bajarle la fiebre con los paños fríos, pues sabía que no debía despertarle de repente. Mas el agua del cuenco perdió pronto su frescor, viéndose la elfa obligada a levantarse para ir a por más. Y entonces, cuando lo hizo, Pippin alzó una mano pequeña y temblorosa, como si pidiese ayuda; ahora leves lágrimas mojaban sus rojas mejillas, y balbució desde lo más profundo de sus sueños:
- ¡Por favor... hace mucho frío... no... no te vayas...! ¡Merry!...
Y de repente, Mavrin se quedó muy quieta y se giró hacia el pequeño hobbit. La expresión de la bella elfa había cambiado. Ahora el terror y la desesperación se fundían en su bello rostro etéreo. Y desde la enorme cama de suaves cortinas de seda violeta, un pequeño elfo de pelo plateado clamaba su ayuda.
En un fugaz instante, la ansiedad del recuerdo penetró sin piedad en el corazón de la elfa, como una flecha envenenada. Cerró fuertemente los ojos; intentaba despejar aquellas visiones, pero el recuerdo de un elfo era imposible de erradicar. Y volvió a escuchar aquella suave voz, que siempre parecía cantar más que hablaba, y que ahora era apagada y distante, como las últimas notas entonadas por un ruiseñor moribundo.
Por favor, madre, hace mucho frío, no te vayas... Madre...
Y la elfa empezó a gritar.
- ¡No, Ithladin!... ¡Ithladin!... No te vayas, no te rindas... ¡¡¡Ithladin!!!...
Y entonces Pippin abrió los ojos de golpe, y despertó bruscamente con un grito que se ahogó a medio camino en su garganta.
- ¡Ithladin, Ithladin!... -repetía la elfa como en medio de la más oscura desesperación; esos eran los gritos que Pippin había oído, y que le habían sacado de su profundo sueño pero también de su terrible pesadilla. Y aturdido y sin darse cuenta de lo que pasaba, tan solo se vio capaz de decir:
- Yo... me llamo Pippin... Pero si gustáis de llamarme así, mi Señora...
Y en ese momento, ella pareció salir de ese extraño trance en que estaba sumida. Estaba de nuevo sentada en la cama, al lado del impresionado Pippin, a quien el corazón parecía querer salírsele del pecho debido al repentino sobresalto. Ella miró un instante al hobbit, y Pippin sintió un extraño escalofrío al mirarle a los ojos, que eran verdes como las hojas, pero grises como el mar en un día nublado; y de repente, la elfa volvió a llorar. Era un sonido tan desesperado, tan espeluznante, que le ponía los pelos de punta, y hasta un hobbit como él notaba la profunda melancolía que había en ese llanto. Todo parecía haber perdido la luz, la belleza; todo era oscuro y triste, como si un soleado día de verano se hubiera cubierto de repente con negras nubes de tormenta. Hasta los pájaros parecían haber dejado de cantar. Y sin poder evitarlo ni saber por qué, él también lloró, pero lo hizo en silencio, acostado de espaldas sobre la cama, con la manta cubriéndole hasta el pecho, y la cabeza ladeada sobre la almohada. Y cuando la elfa dejó de llorar, él se cubrió con la manta y lloró más fuerte, y hasta ella llegó el apagado sonido de sus sollozos.
La voz desapareció, y también la angustia y la sombra que parecía cubrir la habitación. Todo se desvaneció tal como llegó, y de nuevo los pájaros cantaban.
- Eh, por favor... No... No llores, pequeño... Siento haberte asustado, no pasa nada... -decía con la misma suavidad con que le hablaba para sacarle de sus pesadillas. Y el pequeño hobbit dejó de sollozar y su respiración se calmó, y dijo:
- No... No os angustiéis, bella Dama... mi Señora... yo solo... Es que no he podido controlarlo, noté tanta tristeza en vuestras lágrimas, que no pude evitar pensar en cosas tristes... De repente todo pareció tan gris...
 Y sintió un escalofrío que le hizo callar y se arrebujó más en la manta; su vista se oscureció y cayó de nuevo en un sueño ligero y febril. La elfa le puso la mano en la frente y le cogió en brazos, notando el leve peso de su cuerpo yerto.
- No ocurre nada, pequeño hobbit... Todo pasó ya... ¡Ay!, creo que era más la angustia de la pesadilla que otra cosa.
Le llevó hasta la tina, le desnudó y le dio un agradable baño con agua fresca, que desprendía un suave y dulce aroma a flores, y con el baño el hobbit se despejó, saliendo de la gran somnolencia en que se encontraba. Le volvió a poner la túnica, le cubrió con la capa y le volvió a acostar en la cama, y le cogió de las manos, que ahora estaban tibias.
- Parece que la fiebre te ha bajado, aunque temería que te volviera a subir -dijo ella- Deberías descansar más aún, mientras te preparo algo para comer... Seguro que estás hambriento, pues estos días no has comido más que suaves caldos e infusiones de hierbas, y los de tu gente sois famosos por el amor que tenéis a una buena comida, creo saber...
Y toda el hambre que había tenido Pippin pareció despertar de repente, haciendo sonar sus tripas. La miró, con la cara colorada de la vergüenza. Ella le arropó mientras le sonreía, y el hobbit sintió una gran calidez en su corazón.
- Gracias, Bella Dama... por todo lo que habéis hecho por mí...
Ella se limitó a sonreírle, acariciándole el pelo. Luego Pippin vio cómo dejaba la habitación, y mientras esperaba, se sumergió de nuevo en un sueño inquieto.

El brillante sol de un nuevo día apareció entre las montañas. El suave y melódico trinar de los pájaros despertó al joven Meriadoc Brandigamo de su profundo sueño, y se incorporó bostezando.
Llevaba ya casi una semana de búsqueda, a menos de otra del cumpleaños de Bilbo y Frodo. La esperanza de encontrar a su primo con vida se agotaba día a día, de amanecer a atardecer. Cuanto más tiempo pasaba, mayor era su angustia. Había tenido un sueño espantoso; aún tenía escalofríos. Soñó con el río, y vio como la corriente se llevaba a Pippin, y cuando intentó salvarle, su mano se soltó de la suya. Y entonces despertó llorando. Le costó algún tiempo darse cuenta de que no había sido más que un sueño. Tras un desayuno muy sencillo, con la poca comida que ya le quedaba, emprendió de nuevo la marcha; durante la mañana caminó al menos varias millas, hasta que, agotado y a punto de caer desplomado por el calor y el hambre, se sentó a la sombra de un gran árbol.
Pero, ¿quién iba a creer que Pippin aún seguía con vida? Seguro que amigos como Frodo o Sam le creían, y le ayudarían. Algo de esperanza se filtró en su corazón, pero era tan poca, que desapareció en cuanto pensó de nuevo que iba a tener que volver.
Se quitó el sombrero, enjugándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. Y dijo:
 - No temas, querido Pippin, pues voy a encontrarte. Aunque tenga que batallar con media Comarca.
Suspiró, y una lágrima se deslizó por una de sus sonrosadas mejillas. Y emprendió el camino.

Pippin mejoró notablemente a lo largo de la mañana. El baño que la elfa le procuró le bajó la fiebre, y lo que era mejor, le había devuelto las fuerzas y el apetito. Y por fin, cuando la mañana casi se iba ya, Pippin se llevó algo al estómago. Le había vuelto el apetito. Ella le había preparado un delicioso caldo de conejo y setas, y  se lo daba en cucharadas mientras hablaban, porque aunque el hobbit había mejorado y su fiebre casi desaparecido, aún estaba demasiado débil, hasta para comer.
El hobbit yacía en la cama, medio incorporado con varias almohadas y bien abrigado con la manta. Por mucho que el baño le hubiera bajado la fiebre, también le había helado hasta los huesos, pero le había reconfortado.
-  Si no creo recordar mal, antes dijiste que Pippin era tu nombre.
Pippin tragó el delicioso caldo ruidosamente y con un sobresalto, como quien recuerda algo repentino.
- ¡Oh! Siento no haberme presentado como es debido, mi bella Señora... -e incorporándose carraspeó, como si pretendiera decir algo importante- Mi nombre es Peregrin Tuk, de los respetados Tuk de los Grandes Smials, aunque es cierto que todos me llaman Pippin... Soy hijo del Thain de la Comarca... Bueno, el thain es algo así como el señor del lugar de donde vivo -se apresuró a añadir -. El Jefe de la Asamblea de la Comarca y capitán del acantonamiento y la tropa, aunque esto sólo se convoca en casos de emergencia, muy raros en la Comarca, pues mi pueblo goza de una tranquilidad tal que a veces nos preguntamos si existe vida más allá de nuestras fronteras... -paró un momento y tomó otra cucharada de caldo; la notó caliente y reconfortante, y se sintió mejor que en todos los últimos días- Según me cuenta mi padre, Isumbras I fue el primer Thain de los Tuk, pasando así a ser un cargo hereditario en nuestra familia. Así que cuando mi padre abandoné me tocará a mí... Pero por ahora no pienso en ello, aún soy un hobbit muy joven... -y cuando dijo esto, a Mavrin le pareció que los ojos del hobbit se perdían en el vacío.
- No te angusties, neth perian... Sé que aún te queda mucho por recorrer, muchas aventuras y diversión que vivir con los tuyos, antes de que tu destino de heredero se cumpla...-le dijo para alentarle, pese a que las palabras de la profecía llegaron a su mente, y supo que aquel pequeño mediano no encontraría solo diversión, sino también muchas dificultades.
Indispensable será el valor de su corazón...
- ¡Oh! Bella dama. Los hobbits como yo adoramos la diversión. Aunque muchas veces me he visto metido en grandes líos por culpa de mi curiosidad... Aunque si os contara la razón por la que me caí al río, estoy seguro de que me tomaríais por un jovenzuelo alocado... Aunque no niego que me gustaría saber tantas cosas... sobre nosotros mismos, pero también sobre vosotros, los elfos... Nunca tuve uno tan de cerca como ahora, y he de decir por mucha vergüenza que me de, que me infundís tanto respeto como miedo y fascinación...
- ¡Oh! Mi pequeño hobbit, veo que tu corazón rebosa curiosidad. No serás el primero que añore saber cosas sobre nosotros, los elfos... -dijo, y le colocó mejor la manta- Quisiera contarte la historia del origen de los elfos más antiguos, y estos son llamados Quendi, los Primeros Elfos de la Tierra. Ninguno de nosotros, el pueblo de los elfos, sabemos si es una mera leyenda o si es el modo en que acontecieron las cosas, pero es igualmente bella, y se la contamos a nuestros hijos en sus años más tempranos...
 - Agradecería esa historia, mi señora. Si hay algo que un hobbit echa de menos pronto, aunque solo esté dos horas fuera de su casa, son las buenas historias. Nosotros los hobbits amamos las buenas historias, y ya el viejo Bilbo me contaba muchas cuando no era más que un chiquillo, más aún que lo que soy ahora...
 Y la elfa cerró los ojos, y comenzó, con su voz limpia y clara...
- Y mientras los primeros cuerpos de nuestro pueblo se formaron a partir de la "carne de Arda", los Quendi durmieron "en el seno de la Tierra", bajo la hierba verde, y despertaron cuando hubieron alcanzado su desarrollo. Pero los Primeros Elfos, también llamados los No Engendrados, o los Engendrados de Eru, conocido por los nacidos en la Tierra como Ilúvatar, no despertaron todos juntos. Eru el Grande había dispuesto que cada uno yaciera junto a su esposo o esposa destinado. Tres Elfos despertaron primero que todos, y eran hombres elfos, porque los hombres elfos son más fuertes en cuerpo y más ansiosos y aventureros en los lugares extraños. En las antiguas historias estos tres Padres de los Elfos son llamados Imin, Tata y Enel. Despertaron en ese orden, pero con poco tiempo de diferencia; y de ellos, dicen los Eldar, proceden las palabras unos, dos y tres, los más antiguos de los numerales.
               >>Imin, Tata y Enel despertaron antes que sus esposas, y lo primero que vieron fueron las estrellas, pues abrieron los ojos en la penumbra de antes del alba. Y lo siguiente que vieron fueron sus esposas destinadas durmiendo en la hierba verde, a su lado. Tanto se enamoraron entonces de su belleza que inmediatamente sintieron un gran deseo por el habla, y empezaron a pensar palabras para hablar y cantar con ellas. E impacientes como estaban no pudieron aguardar y despertaron a sus esposas. Así, pues, dicen los Eldar, lo primero que vio cada mujer elfo fue su esposo, y su amor por él fue su primer amor; y el amor y reverencia por las maravillas de Arda vino después.
             >>Ahora bien, al cabo de un tiempo, cuando hubieron vivido juntos un poco e inventado muchas palabras, Imin e Iminyë, Tata y Tatië, Enel y Enelyë caminaron juntos y abandonaron el valle verde de su despertar, y pronto llegaron a otro valle más grande y encontraron allí a seis parejas de Quendi, y las estrellas brillaban de nuevo en la penumbra de la mañana, y los hombres elfos acababan de despertar.
Entonces Imin afirmó que era el mayor y que tenía el derecho a elegir primero; y dijo: "Escojo a estos doce para que sean mis compañeros". Y los hombres elfos despertaron a sus esposas, y cuando los dieciocho Elfos hubieron vivido juntos un poco y aprendido muchas palabras e inventado más, caminaron juntos, y pronto en otra concavidad más profunda y más amplia encontraron nueve parejas de Quendi, y los hombres elfos acababan de despertar a la luz de las estrellas.
           >>Entonces Tata reclamó el derecho a elegir en segundo lugar, y dijo: "Escojo a estos dieciocho para que sean mis compañeros". De nuevo los hombres elfos despertaron a sus esposas, y vivieron y hablaron juntos, e inventaron muchos sonidos nuevos y palabras más largas; entonces los treinta y seis partieron juntos, hasta que llegaron a una arboleda de hayas junto a un arroyo, y allí encontraron doce parejas de Quendi, y asimismo los hombres elfos acababan de levantarse, y miraban las estrellas a través de las ramas de las hayas.
>>Entonces Enel reclamó el derecho a elegir en tercer lugar, y dijo: "Escojo a estos veinticuatro para que sean mis compañeros" Otra vez los hombres elfos despertaron a sus esposas; y durante muchos días los sesenta Elfos vivieron junto al arroyo, y pronto comenzaron a componer poemas y a cantar a la música del agua.
Al cabo partieron todos de nuevo. Pero Imin advirtió que cada vez habían encontrado más Quendi que antes, y pensó para sí: "Sólo tengo doce compañeros (aunque soy el mayor); ahora seré el último en escoger". No tardaron el llegar a un bosque de abetos de dulce fragancia en la ladera de una colina, y allí encontraron dieciocho parejas de Quendi, y todos dormían aún. Era todavía de noche y las nubes cubrían el cielo. Pero antes del alba se levantó un viento, y despertó a los hombres elfos, que abrieron los ojos y miraron con asombro las estrellas; porque todas las nubes habían desaparecido, y las estrellas brillaban de este a oeste. Y durante mucho tiempo los dieciocho nuevos Quendi no prestaron atención a los otros, sino que contemplaban las luces de Menel. Pero cuando al fin volvieron los ojos a la tierra vieron a sus esposas y las despertaron para que contemplaran las estrellas, gritándoles ¡elen, elen! Y así recibieron nombre las estrellas.
              >>Ahora bien, Imin dijo: "No escogeré todavía" y Tata, por tanto escogió a los treinta y seis para que fueran sus compañeros; y eran altos y de cabellos oscuros, y fuertes como los abetos, y de ellos descendieron la mayoría de los Noldor, a los que yo, pequeño hobbit, pertenezco.

              >>Y los noventa y seis Quendi hablaron ahora todos juntos, y los que acababan de despertar inventaron muchas palabras nuevas y hermosas, y muchos recursos ingeniosos para el habla; y rieron y bailaron en la ladera de la colina, hasta que al fin desearon encontrar más compañeros. Entonces todos partieron juntos de nuevo, hasta que llegaron a un lago oscuro en el crepúsculo; y había un gran precipicio en el lado este, y una cascada bajaba de las alturas, y las estrellas brillaban en la espuma. Pero los elfos hombres ya estaban bañándose en la cascada, y habían despertado a sus esposas. Había veinticuatro parejas; pero todavía no habían inventado el habla, aunque cantaban dulcemente y sus voces resonaban en la piedra, mezclándose con el rumor de las cascadas.
                   >>Pero de nuevo Imin postergó su elección, pensando "la próxima vez será una gran compañía". Por tanto Enel dijo: "Es mi turno, y escojo a estos cuarenta y ocho para que sean mis compañeros". Y los ciento cuarenta y cuatro Quendi vivieron largo tiempo junto al lago, hasta que al fin todos se pusieron de acuerdo y hablaron, y se sintieron complacidos.
                  >>Al cabo Imin dijo: "Es hora de que partamos y busquemos más compañeros". Pero la mayoría de los otros estaban satisfechos. Así que Imin e Iminyë y sus doce compañeros emprendieron la marcha, y caminaron mucho tiempo durante el día y el crepúsculo por el país en torno al lago, cerca de donde habían despertado todos los Quendi: por esa razón se le denomina Cuiviénen. Pero nunca encontraron más compañeros, porque la cuenta de los Primeros Elfos estaba completa.
                  >>Y sucedió así que en adelante los Quendi siempre contaron en docenas, y que durante mucho tiempo 144 fue su número más alto, de modo que en ninguna de las lenguas posteriores había un nombre común para un número mayor. Y así sucedió también que los "Compañeros de Imin" o la Compañía Mayor (de la que provienen los Vanyar) sumaba sin embargo, sólo catorce en total, y era la compañía más pequeña; y los "Compañeros de Tata" (de quienes provienen los Noldor) eran cincuenta y seis en total; pero los "Compañeros de Enel", a pesar de se la Compañía Menor, eran los más numerosos; de ellos provienen los Teleri (o Lindar), y en un principio eran setenta y cuatro en total.
Ahora bien, los Quendi amaban todo lo que habían visto en Arda, y se deleitaban con las cosas verdes que crecen y en el sol del verano; no obstante, lo que siempre cautivó más su corazón eran las Estrellas, y las horas del crepúsculo en tiempo claro, en "la penumbra de la mañana" y en "la penumbra de la noche", eran sus momentos de mayor alegría. Porque en ese entonces, en la primavera del año, habían despertado a la vida en Arda. Pero los Lindar, más todos los demás Quendi, amaron desde el principio el agua sobre todas las cosas, y cantaron antes de poder hablar...
Pippin notó nostalgia en los ojos de la elfa cuando dijo esto último, y vio que brillaban como las estrellas, o como si realmente hubieran estrellas en ellos.
 - Realmente hay mucho misterio en vuestros ojos, mi bella señora... -se aventuró a decir- Y en la historia de vuestro noble pueblo también... Oh, ¡qué poco sabemos nosotros, los hobbits, del mundo exterior!... Solo amamos la vida tranquila, la buena comida y las canciones divertidas... Y a los más jóvenes como yo, parece que lo que más nos gusta es meternos en líos...  - y esto último pareció decirlo con un tono lleno de culpabilidad interior.
- Conozco muchas canciones y poemas, algunos de ellos me los decía el viejo Bilbo cuando era más pequeño que ahora, casi un bebé; recuerdo que sólo le llegaba a él por la rodilla...
- El viejo Bilbo... Antes también le nombraste, ¿no es así? Muchas veces vino por aquí en sus largos paseos más allá de vuestra Comarca -dijo ella- Le recibía con hospitalidad, y sabía tantas historias de nuestro pueblo y tantas bonitas canciones como nosotros mismos. Como sabrás, era un gran amigo de nuestra raza. No era un hobbit nada ordinario, y muchos decían que tenía alma de elfo. ¿Dónde está ahora?
-Bueno... hace unos años desapareció de repente... -explicó Pippin- Y mi primo Frodo, su amado sobrino, dice que partió en busca de aventuras para no volver. Aunque se dicen tantas cosas... ¡Ay! Pobre Frodo, la que le espera... Los Bolsón están ganando aún más mala fama de la que ya tenían... Y pensar que hay quien dice que es por culpa de la sangre de mis parientes...
 Ella sonrió. Fuera, la tarde ya estaba cayendo con su manto rojizo sobre el bosque.
 Y de improviso, Pippin empezó a cantar.

¡Ho! Por el bosque encontré una patata
y le dije a dos amigos
¡traerme tres cebollas,
que en cuatro minutitos
nos las comemos con cinco coles
sentados sobre seis tronquitos
y con siete tenedores
pinchando ocho setas!
¡Ho! Nos dormimos nueve siestas
hasta las diez de la noche
y vimos once estrellas
mientras doce lindas damas
bailaban a trece pasos
¡Ho! Si la quieres repetir, canta así...


Mavrin no pudo evitar reír ante una canción tan sencilla, tan diferente de las de su pueblo. Admiró la vida de los hobbits, tan alejada de la suya, tan llena de alegría y vacía de preocupaciones. Él rió repentinamente con su voz clara, que ya empezaba a recobrar su vivacidad, y de repente se cubrió la boca con las manos en un divertido gesto, como un niño que se da cuenta de que ha dicho algo malo.
- Disculpadme, mi Señora Dama... quiero decir... Bella Dama... -balbució, aún intentando contener la risa- Es que me gusta veros sonreír. No se por qué, pero cuando estáis triste, noto algo muy extraño aquí, en mi pecho... -dijo, y se llevó las manos a este, pensativo- Y no creo que sea de la enfermedad que aún me azota. Esto es algo diferente... Simplemente me da ganas de estar triste...
 Ella sonrió conmovida ante las ocurrencias del hobbit, y vio en sus ojos un vivaz resplandor no muy distinto al de los elfos. Y supo que, después de todo, sus razas y caminos no eran tan diferentes.

------------

1 Nota importante: el texto citado pertenece a La Guerra de las Joyas, "Los Quendi y los Eldar" y es propiedad exclusiva de su autor, J.R.R. Tolkien. Me he limitado a transcribirlo. Reproducido sin ánimo de lucro, y espero no haber causado molestias... Hantalë.



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