Corazón de Hobbit

15 de Septiembre de 2003, a las 00:00 - Lily B. Bolsón
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3. La Elfa

"Era joven y al mismo tiempo no lo era, pues aunque la escarcha no había tocado las trenzas de pelo sombrío y los brazos blancos y el rostro claro eran tersos y sin defecto y la luz de las estrellas le brillara en los ojos, grises como una noche sin nubes, había en ella verdadera majestad, y la mirada revelaba conocimiento y sabiduría, como si hubiera visto todas las cosas que traen los años..."

J.R.R. Tolkien- El señor de los Anillos, "Muchos Encuentros"

**********

Merry corrió desesperado por toda la ribera, pero nadie le respondió. Nadie escuchaba sus súplicas, nadie había por aquellos alrededores, ni un solo hobbit, y maldijo la estúpida costumbre que tenían sus semejantes de ocuparse de sus propios asuntos y de no salir apenas del pueblo.
 - ¡Maldita sea, no hay nadie por aquí! ¡Ni tampoco una cuerda, o una pequeña rama!
 No tenía otra elección. Tenía que volver al río e intentar sacar a Pippin él mismo, no le importaba lo que pudiera pasarle. Aunque la corriente les arrastrara a los dos, quizá los dos juntos podrían desenvolverse mejor en el agua que uno solo. Y sin pensárselo dos veces, corrió hasta el río.
 "Pippin, por favor, dime que has aguantado, dime que sigues ahí..."
 Pero cuando llegó al río, Pippin no estaba allí. Solo vio la raíz donde el joven hobbit había estado agarrado, que era golpeada continuamente por el agua, como cada día desde que ese árbol había nacido. Y entonces Merry sintió que el mundo entero se derrumbaba, y sintiéndose desmayar, cayó a plomo de rodillas.
 -No, no puede ser... ¡Seguro que ha alcanzado la otra orilla...!
 Pero si era así, ¿dónde estaba? ¿Por qué no lo había esperado?
 No podía ser... Presa de un enorme terror, Merry se incorporó y corrió ribera abajo, golpeando el suelo con furia con sus fuertes pies de hobbit. Pensaba que la corriente debía de haberle arrastrado y que había logrado con algo de maña llegar hasta la orilla, y ahora le esperaba allí, con las ropas empapadas y quejándose de que le pesaban, de que no soportaba que la ropa mojada se le pegara al cuerpo, y de que estaba helado de frío.
 Se detuvo al borde de una pequeña cascada, jadeando con furia por el esfuerzo y el miedo, y allí no vio nada.
 No quería, no podía creerlo, pero su joven primo había desaparecido. Se había ahogado.
 -¡¡Pippin, idiota!! -exclamó al borde de las lágrimas- ¡¿Por qué tuviste que tener esa idea?! Y golpeó con furia el suelo con los puños, sollozando.
Entonces, tirado en la orilla, alcanzó a ver algo. Se enjugó las lágrimas con la manga de la camisa y se acercó.
Era la pequeña bolsa de viaje de Pippin, de un suave color canela y con un precioso bordado, curtida por su madre con cariño cuando cumplió los veinte años, para que cogiera todas las setas y frutos que quisiera en sus correrías por la Comarca.
Cogió la bolsa; los labios le temblaban. Estaba empapada. Rápidamente su vista se desvió al suelo. Unas leves y pequeñas manchas negruzcas se confundían en la tierra húmeda. Merry se estremeció; era sangre, y bastante reciente. También había unas huellas, poco nítidas pero evidentemente frescas, hundidas en el fino barro de la orilla. Eran demasiado grandes para un hobbit y parecía que los pies a las que pertenecían llevaban algún tipo de calzado, pero un rayo de esperanza iluminó el corazón de Merry.
¿Era posible que siguiera vivo, aunque quizás estuviera herido, y que algún tipo de gente grande, o quizá de elfo, le hubiera rescatado?
Se incorporó, decidido a buscarle. La esperanza era lo último que Meriadoc Brandigamo era capaz de perder.

Pippin gimió débilmente. Todo era oscuridad a su alrededor. Oscuridad y silencio... Frío y calor... Estaba atrapado entre oscuras pesadillas, entre los ardientes abismos de la fiebre. 
Sólo de vez en cuando, parecía que la negra oscuridad se convertía en algo más claro, en una niebla densa y gris, que luego parecía desvanecerse en una luz cegadora y reconfortante. Y en esas breves venidas de la luz, notaba como unas manos, cálidas y suaves, acariciando su cara. Y también creía ver un bello rostro inclinado sobre él; y a veces, oía como muy lejana una suave voz que cantaba, cantaba en una lengua que desconocía, pero que era mágica y poderosa, y sentía que llenaba todo su cuerpo, y escuchando ese dulce canto, volvía a sumergirse en un reconfortante y tranquilo sueño...

Ni nai yana lende ho Aman
Ni nai yana kena inya waana ve waiwa
Ni nai yana yaluumesse i silme
Yana veela eel querna taule,
Taule querna lumbule
Lumbule querna ulka
Ulka querna yallume laiso

Lavicale i lauka Laurelina pusta an lyaa hoon
Lavpelerion anta seere an lyaa kaar
Lavsilme yana kallasilya poika
Kanuva i tarna ho lyaa manu ana lyaa sarkuva
Lavnullauur na kalmindon mi lumbule
Karne nuuruhuine tara
Koiva titta seldo... 1

Poco a poco, la oscuridad empezaba a disiparse, y la luz se hacía más fuerte. La niebla helada desaparecía, y en su lugar, su cuerpo se llenaba de un reconfortante calor, su fatigada respiración se sosegaba, y la fiebre y las pesadillas desaparecían.
Y así estuvo durante varios días, luchando entre luz y oscuridad.

La luz del sol se filtró por la ventana, iluminando el aniñado rostro de Pippin. Su cabeza rodó sobre la mullida almohada. Los sedosos rizos castaños cayeron sobre sus ojos. Una suave mano los apartó con delicadeza. Y una voz susurraba:
- Lasto Beth nîn...
Pippin dejó escapar un suave suspiro.
- Lasto beth nîn, tithen a neth Perian... 2
 El pequeño hobbit volvió a gemir, y sus labios empezaron a moverse.
 - ¿Madre...? ¿Eres tú?... -preguntó en apenas un susurro tembloroso- Oh, madre... He tenido una pesadilla horrible... El agua me arrastraba... No podía salir... Tenía tanto miedo...
Y sintió un agradable frescor en su rostro, y entonces, Pippin abrió los ojos, muy despacio. Parpadeó, dos veces. Al principio todo era muy confuso, pero pronto alcanzó a ver con claridad. Estaba acostado boca arriba en una cama que le pareció enorme, arropado con una manta de color canela claro, y unas suaves y puras sábanas de seda. No hubo nada más en su campo de visión, pues la cama estaba rodeada por unas cortinas violáceas. Se llevó la mano a la cabeza. Tenía un paño frío sobre la frente. Y pronto reparó en que llevaba unas extrañas ropas, como una larga túnica, de una tela suave y brillante, que por suerte no le era nada incómoda; aunque le quedaba enorme, pues sus pequeñas manos ni siquiera asomaban por las mangas. Tenía una pequeña venda en la pierna izquierda; notaba un leve dolor en ella, pero nada que le alarmara.
Entonces vio que, al lado suyo, había alguien sentado, en la única parte que no cubrían las cortinas. Era una mujer, joven en apariencia, que, a primera vista, parecía de la Gente Grande. El pelo, largo, negro y brillante, le caía por los hombros y la espalda. Una cinta del color de las hojas coronaba su frente. Llevaba ropajes simples pero elegantes, de colores verdes y rojizos, que parecían adaptados a la vida en el bosque, y a Pippin le recordó a los elfos que Frodo tantas veces describía cuando volvía de sus correrías por el oeste de la Comarca. Y Pippin comprendió enseguida que se trataba de una elfa, y tuvo un sobresalto tan repentino que casi se cae de la cama.
- Tranquilo, neth Perian...
El hobbit volvió a acostarse, ahogó un grito y se cubrió con la manta hasta dejar sólo a la vista sus ojos, que miraban a la elfa muy abiertos y asustados. Ella rió alegremente ante la inesperada reacción del hobbit. Se acercó más a él y le acarició los rizos castaños.
 - Tranquilo... No te asustes, todo ha pasado ya, neth Perian...
 - ¿Dónde... dónde estoy?... -preguntó a la vez que apartaba despacio la manta de su cara- ¿Quién sois?... ¿Sois una elfa?...
 - No te asustes, joven hobbit -dijo la elfa, y Pippin vio que tenía la voz clara y límpida como el rocío de la mañana- Estás en mi refugio. Todo ha pasado ya.
 Pippin suspiró, intentando poner en orden sus ideas. Se sentía débil y enfermo, y estaba aterido de frío. Y entonces lo recordó todo. El puente roto, las aguas del río, y Merry corriendo tras él, antes de que la oscuridad cayera de repente.
 - Un momento... Ya... Ya lo recuerdo... Me caí al río. No podía escapar de la corriente. Creí que había sido un mal sueño... -se sobresaltó- ¡Merry! Seguro que me está buscando... Debe estar muy preocupado. Quizá cree que yo... - no siguió, se le hizo un nudo en la garganta y empezó a toser con violencia. Se incorporó, y el paño cayó de su cabeza. A los pocos minutos la tos se le alivió. Luego volvió a echarse con un suspiro. Sentía como si un continuo fuego ardiera en sus pulmones.
 - Tómatelo con calma, pequeño. Necesitas reposo. Estas enfermo, muy enfermo. Hace tres días que te encontré, en el río, y entonces temí por tu vida.
 Pippin se incorporó sobre los codos. Fue a coger el paño, pero a la vez, la bella elfa alargó la mano, y las dos se tocaron, y Pippin sintió ese tacto suave y casi etéreo de los elfos.
- Creo haberos visto antes... Quizá aún estoy confuso, pero vuestra voz, y vuestro rostro... me resultan familiares... -dijo con todo el respeto que pudo sacar de la sencillez propia de su raza.
- Es normal. He estado tres días a tu lado, tres días que has pasado en duermevela, entre fiebres y pesadillas, oyendo mi voz -respondió ella- Y muchas veces me mirabas, pero parecías no verme. Y a veces hablabas en sueños.
Pippin suspiró. Le invadió un escalofrío. La cabeza le ardía, y cada vez que respiraba, sentía un abrasador dolor en su pecho, por lo que se veía obligado a hacerlo entre breves resoplidos y débiles gemidos ocasionales. Ella se inclinó sobre él.
- Dime, ¿no puedes respirar bien?
- Yo... -le interrumpió una leve tos- Siento... como si algo me quemara, aquí... -se llevó la mano al pecho un instante; sus rizos cayeron sobre sus ojos y se los apartó con la mano en un simpático gesto- Me duele cuando respiro, y no puedo ni hablar sin fatigarme...
- Túmbate un momento, pequeño - le dijo ella tras un breve silencio.
Pippin volvió a echarse hacia atrás sobre la cama, sintiéndose muy cansado. Ella machacó unas hierbas, cuyo agradable olor hizo sonreír ligeramente al hobbit, como si se encontrara en un campo de flores frescas en medio de la primavera. Luego las suaves manos de la elfa se posaron en su pecho, extendiendo una suave pasta por él, y empezaron a friccionar suavemente. El hobbit se limitó a quedarse muy quieto, entre intimidado y sorprendido; ella notó que el corazón le palpitaba con fuerza, y le sonrió con dulzura.
- No te asustes, pequeño, sólo intento aliviar... -quedó callada un momento, luego añadió- Vamos, intenta respirar hondo...
Pippin respiró profundamente, pero de repente volvió a toser con fuerza, como si se asfixiara, incorporándose de golpe. Ella se apartó bruscamente y rió sorprendida, mientras él se sonrojaba de la vergüenza, poniéndose su cara aún más roja si cabe. Volvió a tumbarse, arrebolándose en la manta. Parecía tan abochornado que ella rió con más ganas, y el sonido fue tan puro como el agua cristalina del río.
 - ¡Ay!, pequeño, no te angusties, no es culpa tuya... -le dijo con dulzura, aún entre risas.  Y puso la mano sobre su frente afiebrada, y Pippin volvió a sentir esa sensación de familiaridad. Como si realmente esas suaves manos le hubieran acompañado y alentado en sus oscuros sueños.
-¿Cómo me encontrasteis, si no es molestia preguntarlo, bella dama? -preguntó tímidamente, sintiendo que un súbito calor subía de nuevo a sus mejillas.
 La elfa sonrió. Abrió la ventana un poco más, y dejó entrar la luz, que se reflejaba en sus oscuros cabellos. Luego volvió a sentarse en la cama, y tomó el paño, para volverlo a empapar en el cuenco de agua fresca.
 - Claro que no es molestia -comenzó, poniéndole el paño sobre la frente- Te encontré en la orilla del río, no muy lejos de aquí. Yo daba uno de mis acostumbrados paseos, meditando sobre diversos asuntos. Me acerqué a la orilla, para aplacar mi sed con el agua fresca, y entonces te vi.
>>Al principio no distinguí bien de qué se trataba. Pero cuando me acerqué, vi que eras un hobbit, y muy joven, además. Me agaché a tu lado. Estabas tendido a la orilla del río, más fuera que dentro del agua, inmóvil. Te moví con cuidado, esperando que despertaras, pero no fue así. Llegué a temer que no hubieras sobrevivido, pero al acercarme más a ti, sentí a duras penas el leve calor de tu aliento. Aun había vida en ti. Sabía que no aguantarías mucho más tiempo en esas condiciones, y además estabas herido -el hobbit reparó en la venda de su pierna izquierda-  Así que te traje aquí lo antes posible.
La elfa volvió a empapar el paño y refrescó la cara del ahora atento hobbit, que tosió de nuevo; sus vivaces ojos la miraban con ansia.
- Al principio estabas muy conmocionado por tu lucha contra las fuertes aguas. Pero al siguiente día, enfermaste por culpa del helado frío. Llegué a temer por tu vida muchas veces, pues casi todo el tiempo ardías de fiebre -continuó- Las aguas de un río son traicioneras. Te pusiste muy enfermo. Hice todo lo que estuvo en mis manos. Curé tus heridas, puse mis limitados conocimientos de medicina élfica en ti. Pero en realidad... lo que has tenido ha sido mucha suerte, pequeño hobbit. Es verdad eso que se dice, de que estáis hechos de un material más fuerte de lo que a simple vista parece -le sonrió, y Pippin sintió otro escalofrío- Ahora deberías descansar un poco más, hasta que desaparezcan de ti esas fiebres. Aun no te has repuesto, estás muy debilitado.
Y luego de decir esto, terminó de friccionar las hierbas con suavidad, dejándole un suave pero potente aroma; incluso a Pippin le parecía poder respirar más profundamente sin fatigarse. Ella se levantó, y a los pocos minutos volvió con un humeante cuenco.
- Ten, bebe esto. Te bajará la fiebre.
Lo acercó a sus labios y Pippin bebió lentamente; sabía muy dulce. Y eso le hizo recordar esa ocasión en que se había puesto enfermo, por haber pasado demasiado tiempo jugando al fresco de la noche en pleno invierno y bajo la lluvia, y su madre le aliviaba la fiebre con paños fríos, y le daba reconfortantes infusiones con miel. Y a veces, le cantaba dulces canciones, como la que pronto empezó a escuchar de boca de la bella elfa. Poco a poco, una fuerte pero agradable modorra se apoderaba de él. Parecía flotar entre sueños.
- Nunca podré agradecéroslo lo suficiente... gentil dama de la raza de la Hermosa Gente, y, he de añadir, mi salvadora... -murmuró el hobbit muy bajito, con las suaves palabras de la elfa resonándole en los oídos, cada vez más lejanas.
Y oyéndola, se sumió en un pacífico sueño.

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1 (Quenya) Yo que vine de las Tierras Imperecederas
Yo que veo los años pasar como el viento
Yo que una vez vi la luz de las estrellas
Que vi las estrellas volverse árboles
Los Árboles en oscuridad
La oscuridad en maldad
Y la maldad finalmente en vida

Que la luz del resplandor de Laurelin insufle calor a tu corazón
Que Pelerión de paz a tu mente
Que las estrellas que brillan claras aun
Guíen el camino de tu espíritu hasta tu cuerpo
Que el fuego secreto sea tu guía en la oscuridad
Que haga que la sombra de la muerte huya.
Despierta, pequeño.
(Gracias a Lord Raul por el texto)

2 (Sindarín) Oye mi voz, pequeño y joven hobbit...



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