Corazón de Hobbit

15 de Septiembre de 2003, a las 00:00 - Lily B. Bolsón
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12. El regreso de Pippin


Gandalf reapareció justamente entonces, al cabo de una larga ausencia. 
Había estado fuera tres años, luego del banquete;
después visitó brevemente a Frodo y partió una vez más. 
Durante uno o dos años había vuelto bastante a menudo;
llegaba inesperadamente de noche y partía sin aviso antes del alba. 
No hablaba de sus viajes y ocupaciones y le interesaban sobre todo los pequeños acontecimientos relacionados con la salud y las actividades de Frodo.
De pronto las visitas se interrumpieron y hacía ya casi nueve años
que Frodo no veía ni oía a Gandalf.  Comenzaba a pensar que el mago
no volvería y que habría perdido todo interés por los hobbits. 
Pero aquella tarde, mientras Sam regresaba caminando y la luz
del crepúsculo se apagaba poco a poco, Frodo oyó
 en la ventana del estudio un golpe familiar.

J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos "La Sombra del Pasado"

*********

 El regreso del joven Tuk fue como un enorme milagro para toda la Comarca. Todos parecían no creerselo, asombrados de verles llegar completamente ilesos, y felices, como si solo hubieran ido a dar un pequeño paseo que se hubiera alrgado demasiado.
 A los pocos minutos de su regreso, ya había una gran concentración de gente a su alrededor. Se encontraron con el cariño de los familiares, y con las risas de los amigos. Pero con lo que más disfrutaba Merry era con la cara de la vieja Lobelia, que tuvo que tragarse sus palabras y su orgullo en silencio. Y curiosamente, entre esas personas del comite de bienvenida estaba la jovecita Dalia Zarzal, que sonrió y les hizo una reverencia al verles.
 - Mira Pippin, es Dalia Zarzal -dijo Merry, dando una palmada en el hombro a su primo.
 Pippin abrió unos ojos como platos, y se dio una palmada en la frente.
 - ¡La había olvidado completamente!
 Y los dos hobbits rieron tanto que hasta se les saltaron las lágrimas. Nadie de entre los mayores pudo entender cómo podían los jóvenes adaptarse tan facilmente a cualquier situación. ¡Acababan de escapar de quién sabe cuantas penurias y ya estaban riendo! Por su parte, los Tuk sentían una alegría inmensa, la misma que la que sintió Pippin al ver de nuevo a sus padres y hermanas. Fue un reencuentro muy emotivo, y una vez más todos lloraron, pero de alegría. Ese día, el Alcalde y el Thain mandaron a celebrar una gran fiesta en honor del regreso de los caminantes perdidos, y de la "vuelta a la vida", como lo llamaban algunos, del joven Tuk. Incluso recibieron varios regalos, algo que esta gente hacía con gran entusiasmo. Y como tan cercano estaba ya el día de la fiesta de cumpleaños de Bilbo y Frodo, esa fue una semana llena de festejos para los hobbits.  
 Esa noche, pasada ya toda expectación, los cuatro compañeros se reunieron en Bolsón Cerrado, en una deliciosa e íntima cena. Pippin echaba de menos los baños calientes, y una comida como aquella, y parecía encontrarse en el paraíso. Y allí hablaron de todo lo ocurrido, entre risas y lágrimas. Pippin casi se muere de la risa cuando Merry le contó la orden de su padre de no hablar de los Tuk mientras durase el duelo. Luego fue Pippin el que contó su historia. Y aunque la mayoría de las cosas se las guardó para sí, les contó lo de su enfermedad, y que había estado bajo el amparo de una bella docella elfo (a la que, añadió, pertenecía la capa). También les enseñó las hierbas medicinales, y eso además le recordó que debía tomarlas aún durante un tiempo. Y mientras calentaba el agua, Sam pareció salir del asombro en que se había sumido desde que Pippin comenzara su relato.
 - ¡Una mujer elfo! -exclamó- ¡Cielo santo, tenía razón, señor Frodo! Ha sido la Hermosa Gente los que han cuidado del joven Pippin. ¡Lástima no haber estado allí para verlos!
 - Y yo siento mucho haber dejado de verla -dijo Pippin; el ver a sus amigos le había hecho recuperar la alegría, y la tristeza y la nostalgia que sentía por la Bella Dama ya escapaban de su corazón. Su vida había regresado.

 A la semana de su regreso, y en plena celebración del cumpleaños de Bilbo y Frodo, todo había parecido volver a la normalidad. Finalmente, ninguno de los dos había conseguido sacar a bailar a la joven Zarzal, pues durante su ausencia, el hijo más joven de los Tejonera se había fijado en ella. Pero a los jóvenes hobbits apenas les había importado. Frodo tenía razón: era un encaprichamiento de los dos, algo más durarero que los otros, cierto, pero lo era al fin y al cabo. Esa fue una de las fiestas más tranquilas y provechosas que habían tenido en mucho tiempo. Pero muchos hobbits se preguntaban cómo era posible que Frodo, pese a estar ya cerca de los cincuenta, se conservara como si tuviera aún los treinta y tres, que había cumplido el día que Bilbo partió.
 Las gentes de la comarca olvidaron pronto todo lo acontecido, que pasó a formar parte de la gran cantidad de anécdotas de los hobbits. Aunque aún entre las familias implicadas se comentaba de vez en cuando, y cuando alguien desaparecía unos días, se decía que pronto aparecería riendo y contando historias de elfos.
 Llegó finalmente el invierno, y ese año, la nieve cubrió todo con su manto blanco. Fue también un inverno especialmente frío, que aunque no llegó a los límites de ser desastroso para la cosecha, sí supuso que más de la mitad de la Comarca cayera enferma con alguno de esos males del invierno, como los llamaban. Pero sin embargo, Pippin no enfermó, ni siquiera se resfrió, aunque fuera ligeramente, y los niños decían que había adquirido extraños poderes durante su viaje. Pippin sonreía ante estas ideas, y pensaba que, de algún modo, los pequeños no estaban del todo equivocados. Achacó su fortaleza a la medicina de los elfos, que además de curarle completamente, le dio una gran salud durante muchos años.
 Llegada la primavera y el nuevo año, la vida había vuelto a ser lo que era para el joven Tuk. Habían vuelto los días de juego y responsabilidad, como antes de su pequeña aventura, y de pequeñas correrías por la Comarca con sus primos y amigos. Pero a veces, se le veía pensativo, mirando al cielo, como esperando algo que no acababa de llegar. Por la noche, acostado en su cama y con todo en silencio, recordaba las palabras de la elfa, y se quedaba dormido con su dulce canto. Y muchas noches, soñaba que estaba en una gran pradera,  llena de flores y con el sol muy alto en el cielo; y en muchos de esos sueños, le parecía ver a su lado a una bella figura, altiva y resplandeciente, de cabellos azabache y largos vestidos, con los ojos del color de los bosques, pero con la frialdad y sabiduría de un mar gris.
 Y así, los años pasaron como siempre lo han hecho en el mundo, veloces y casi sin ser vistos, y la normalidad reinó en la apacible vida de los hobbits. Hasta que un día, Gandalf el Gris regresó a la Comarca.



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