Wilwarin

29 de Mayo de 2005, a las 16:59 - Lisswen
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11. LA DAMA AURENAR

- No me pronunciaré sobre el tema hasta que no haya oído a todas las partes.

La voz de Galathil sonaba neutral, su rostro no expresaba emociones, ni siquiera la del fastidio por ser arrancado del descanso en el corazón de la noche.

Hacía frío en el salón de audiencias y el mármol blanco incrementaba la sensación de helor. Aersul. El representante de los Falmari en el consejo acababa de llegar, con la precipitación sentada en el rostro. Tomó asiento al lado del Caballero Välwe, que representaba los intereses de los Gondolidrim de Caras Sirion. Erengil, secretario de Celeborn, le lanzó una mirada de incomodidad: no soportaba las tardanzas.

Todo aquel asunto traía consigo el destemple y el dolor de cabeza de los madrugones intempestivos. Y los nervios a flor de piel mostraban que podía convertirse en un serio asunto político. Por eso Aurenar admiraba la ya conocida serenidad de su padre. Aersul la saludó con un gesto desde su sitio.

- Mae govannen Aersul, el asunto que nos reúne es dilucidar los hechos sucedidos esta madrugada. Herumor, el caballero que protege a la Princesa Náredriel ha herido a Rhisdorion. Y antes de que vos llegarais manifesté mi intención de escuchar la versión de los hechos de uno en uno.

Aersul asintió. En sus rasgos se leía el desagrado. Odiaba intensamente la violencia.

- Empezad vos, Náredriel.

Al sol aún le faltaban algunas horas para amanecer y sólo la pálida iluminación de unas lámparas mostraba los rostros severos de los asistentes al juicio. Náredriel afrontó sus miradas sintiéndose aún desnuda bajo la capa, a pesar de haberse vestido hacía rato. Estaba confusa. Le dolía la cabeza y necesitaba descansar. Las piernas le temblaban a pesar suyo.

- ¿Y bien? -Le importunó Galathil.

¡Y ella que pensaba que nadie podía ser más indiferente que Celeborn!

- No sé que sucedió entre ellos. -Dijo trayendo a su boca una voz que parecía proceder de lejos- Sé que Herumor es comedido y que si ha desenvainado su espada ha sido sólo por un motivo grave.

- Hechos, querida niña. -Le respondió Galathil- No quiero tus juicios sino la descripción de los hechos.

Ella le miró con odio en los ojos. ¡Sólo el parecido con Celeborn, su hermano, bastaba para sacarla de quicio!.

- Herumor me despertó y me llevó a ayudar a ese Elfo que estaba herido. -Dijo quedamente con los ojos fijos en el vaivén de la pluma de Erengil que susurraba el pergamino las palabras que escribía.- Glorfindel acudió también a la llamada de Herumor y viendo que Rhisdorion estaba grave fue a la Casa de Curación donde se encontró con la Dama Aurenar.

Välwe clavó en ella sus ojos grises. Eran como garfios. Un escalofrío recorrió la espalda de Náredriel. Su rostro denotaba un profundo cansancio, como si viniera de librar una dura batalla.

- ¿Y vos qué hicisteis? -Preguntó Galathil manteniendo la frialdad en el tono.

Ella vaciló. Aurenar estaba pendiente de sus palabras: era consciente de su valor de aquella noche. En los cinco años que llevaba entre ellos no había querido hablar de curar a nadie. Pero esa noche, confusa y aún dominada por los lazos del alcohol, temiendo quizá por Herumor, había dejado salir su espíritu tras el de Rhisdorion. Y ahora Náredriel se resistía a confesarlo.

¡Si Galadriel estuviera allí!

Los ojos de Galathil la escrutaban y ella se sentía muy débil.

- Yo entré a buscarle, sí...

- ¿Una sanción queréis decir? ¿Al modo Noldor? -Preguntó Välwe. Ella asintió con la cabeza- Que probablemente hicisteis mal, porque no sabéis hacerla, y os ha dejado en este penoso estado en que os encontráis, sin energías...

La antipática voz del Noldo arrancó de Náredriel una mirada de odio.

- No es cierto -terció Aurenar-. La curación fue correcta y prueba de ello es que Rhisdorion está aquí sentado.

- Bien Aurenar -cortó Galathil- pero dejemos que todo el mundo hable.

Los ojos del Sinda se dirigieron ahora hacia Glorfindel, que mostraba su nerviosismo abiertamente.

- Vos, Glorfindel de la Casa de la Flor Dorada, ¿tenéis algo que añadir?.

- No, mi Señor. -Dijo cabizbajo- Cuando la Doncella Náredriel se levantó yo me desperté y la seguí y luego, al ver herido al Señor Rhisdorion corrí a buscar ayuda a las casas de Curación y la Dama Aurenar me acompañó y acabó de atender al herido. Eso es todo

- ¿Y podríais decirme qué hacíais con la Doncella Náredriel en la playa de noche? -Interrogó Aersul asombrado por que dos jóvenes se tomaran tantas libertades. Pensaba en Malitthe, su hija, una niña de la edad de los muchachos y no concebía que saliera en plena noche con un joven elfo a las playas...

Glorfindel, apartándose los dorados cabellos que aún llevaba sueltos y que le resbalaban hacia el rostro ante el mínimo gesto que hiciera, respondió con aplomo una réplica que llevaba horas ensayando:

- Fuimos a contemplar las estrellas.

Galathil arqueó una ceja valorativamente. El muchacho era mucho más vulnerable que Náredriel. Su mente se esforzaba en ocultar algo que le avergonzaba. El Sindar decidió darle una tregua antes de que los nervios le jugaran una mala pasada.

- Bien -dijo- Oigamos ahora a Herumor...

El Noldo se adelantó ceremonioso pero firme. Seguro de sí mismo. Las miradas de todos eran acusadoras, la suya segura.

- Yo custodiaba a la Princesa Náredriel. Ella y el Caballero Glorfindel habían venido a la playa a mirar las estrellas. Y él -dijo señalando a Rhisdorion- vio los restos de la hoguera que los Nobles Señores habían encendido y se dirigía a ellos. Yo le corté el paso y le dije de quien se trataba y que no les molestara. Él intentó apartarme y desoír mi advertencia. Yo no podía dejarle pasar. Tras intentar en vano discutir no pude más que desenvainar y presentar batalla

- ¿Por qué? -Preguntó Galathil- Rhisdorion es un guardián de Caras Sirion. Si deseaba comprobar que los Príncipes estaban allí no había problema ¿No es eso?

- ¡Te has excedido de tus funciones!- Exclamó Aersul- Una cosa es proteger a la princesa y otra impedir que un guardia cumpla con su trabajo. Me temo que has roto el débil equilibrio de esta ciudad.

Herumor hundió la cabeza en su pecho. Sabía que estaba sentenciado ya de antemano. Sus mandíbulas y puños se apretaron. Galathil se dirigió ahora hacia el soldado herido.

- Rhisdorion ¿Sucedió como lo ha contado Herumor? Quiero oír qué pasó de tus labios. ¿Tu salud lo permite?

- Si, mi Señor, lo permite... -dijo el soldado levantándose con dificultad- Ese hombre me impidió hacer mi ronda. Me contó que los príncipes estaban en la playa, pero yo no lo creí y quise comprobarlo y él arremetió salvajemente contra mí sin darme opción de defenderme. Piensa que está en Doriath todavía y que los fëanorianos pueden hacer aquello que les parece.

En los ojos de Rhisdorion lucía una chispa de venganza.

Galathil dijo "Bien" como si ya tuviera todos los elementos necesarios para emitir un juicio. La pluma de Erengil dejó de garabatear.

- Una cosa más -interrumpió Náredriel- Nadie lo ha mencionado pero Herumor si tenía una poderosa razón para cerrarle el paso a Rhisdorion.

Todos miraron a la muchacha con curiosidad.

- Tanto Glorfindel como yo estabamos borrachos... y desnudos. Por eso Herumor no podía permitir que Rhisdorion nos viera en aquel estado.

Contrariado Galathil tomó aliento. ¡Aquello era lo que Glorfindel ocultaba!. Miradas de reprobación fueron arrojadas contra la Princesa que las recibió sin rubor, al revés su figura se erguía majestuosa y digna en medio de los murmullos.

- ¡Honorable nieta del Elfo que desafió la prohibición de Manwë y entró a Tirion sin permiso!. -Dijo Välwe con sarcasmo.

Ella iba a contestrale pero se calló, sin duda pensando en Herumor. La tensión era densa,

- Está bien -dijo por fin Galathil- Vamos a considerar el asunto y os haré saber lo que he decidido. Entretanto Glorfindel y Náredriel permaneced cada uno en vuestras habitaciones, no quiero que os encontréis de nuevo a solas. En cuanto a Rhisdorion que sea llevado a las Casa de Curación y Herumor al calabozo.

***

Más que nunca su habitación le pareció una cárcel.

Más que nunca odió las vidrieras que la separaban del sol, que la protegían del viento, que la apartaban de frío y de la lluvia.

Se tumbó en su lecho con la añoranza de la Tierra que tantas noches la había acogido y contempló como un rayo de Anar atravesaba distraídamente una nube, y luego se disipaba, como si ser tan poderoso le avergonzara.

El tiempo de la espera es siempre largo y Náredriel aguardaba el veredicto de Galathil.

Tardaba. Como el jugador de ajedrez que valora cuidadosamente las repercusiones de su jugada intentando prever todas las posibilidades.

¿Y Glorfindel?.

Si al menos pudieran estar juntos ella le diría "¡Bah...! ¡No te harán nada! ¡Una regañina y listos!". A fin de cuentas no habían hecho nada malo. Ir a la playa y mirar las estrellas no era reprobable. Y beber un poco tampoco era un crimen... ni bañarse... Tampoco tenían nada que ocultar.

Lo malo sería cuando se enterara su madre, pero ya estaba bien. Quería reducir a Glorfindel a la nada, le estaba asesinando, intentando que fuera como otra persona, que también era él, pero que no era él. Algún día Glorfindel se lo tenía que explicar y liberarse del yugo ¿Por qué no ahora?

¿Y su padre?

Náredriel se imaginaba ante su padre. Pero no sentía ni temor ni vergüenza. Le haría una broma, le daría un beso y cuando intentara reprenderla sin ganas intervendría Nelyo abortando toda posible regañina.

Una llamada a la puerta la sacó de sus divagaciones.

Dijo "Adelante" incorporándose.

Hermosa y elegante la Dama Aurenar entró. Era como un cisne, blanca, majestuosa, deslizándose distante.

Con delicadeza cerró la puerta tras de sí y caminó despacio hasta ponerse a la altura de Náredriel. Aurenar era muy alta, para ser Sinda y sus ojos quedaban justo enfrente de los de Náredriel a quien aún le faltaban unos centímetros para acabar de crecer.

La expresión de su mirada era severa.

- El Consejo ha tomado una decisión -dijo tendiéndole un pergamino con un lacre sellado con el Pavo Real escudo de la Casa Real de Doriath- Herumor será expulsado de Caras Sirion mañana, en cuanto amanezca. Llevará un mensaje para Maglor explicándole qué lo desterramos y por qué. Yo misma lo he escrito y no le he ahorrado ningún detalle a tu padre. Se le ofrece la posibilidad de que te envíe a otro guardaespaldas de entre sus hombres, que será sometido, obviamente a nuestra aprobación y le informo de que entre tanto viene y no viene Minastir te custodiará.

- ¡Minastir no es un guardaespaldas, es un carcelero! -Protestó

Era extraño que el rostro de Náredriel no expresara ninguna emoción, pero en aquel momento era una máscara.

La Dama Aurenar haciendo caso omiso del comentario, añadió:

- Como ves, tu insensatez involucra a gente inocente.

- No es mi insensatez, sino vuestra intransigencia la que daña a inocentes, la que convierte momentos de dulzura en asquerosas pesadillas. En realidad lo que sucede es que no os gusta ver a Herumor por Caras Sirion y habéis encontrado la excusa perfecta para echarlo. No hace falta más que veros las caras...

Aurenar se negó a entrar en la discusión sobre Herumor y Minastir. Quería llegar al fondo de muchas cosas aunque costara tiempo y energías, aunque la discusión se insinuaba larga y violenta. Galadriel no estaba en Caras Sirion y le correspondía a ella dejarle las cosas claras. Era una tarea difícil por que en el fondo ambas se parecían. Sus caracteres cabalgaban el potro enfurecido de la rebeldía, las dársenas de los tópicos no bastaban para contener el oleaje de ideas que bullían en sus inquietas mentes y el deseo de conocer palpitaba con fuerza en su espíritu. Pero Aurenar había respetado siempre a sus maestros, Náredriel era demasiado orgullosa como para aceptar alguno. Era de ese tipo de Elfos que aprenden arriesgándose y perdiendo.

- Tu linaje te ciega. -le dijo-. Has de aprender a ser humilde, o de lo contrario te llevarás muchas vidas por delante. Tu conducta de esta noche ha provocado que un Elfo sea herido de gravedad y otro deba vivir la amargura y la humillación del exilio por no hablar de Glorfindel, a quien has empujado a cometer acciones rastreras de las que se avergonzará toda su vida.

Un gesto de contrariedad cruzó los ojos de Náredriel con la intensa rapidez de un relámpago en un cielo tempestuoso.

- Glorfindel sabe lo que hace y yo no le he empujado a nada. Sois vosotros los que le obligáis a vivir la vida de otro, a repetir las heroicidades de otro, los que no le veis por mucho que lo miréis. Habéis conseguido que se sienta como un animal enjaulado que debe hacer monerías sólo para que le arrojéis una golosina de cariño. Lo que ha hecho esta noche es lo más auténtico de todo cuanto ha vivido y no hay nada de lo que debamos avergonzarnos.

Una sonrisa sarcástica atravesó el rostro de la niña que se bebía a tragos la más leve expresión de sentimientos que Aurenar hiciera.

- Y en cuanto a mi linaje -respondió desafiante- Mi linaje son dos Elfos que persiguen un sueño por el que lo han perdido todo, que caminan en tierra de nadie con un juramento por detrás y una maldición por delante.

Aurenar endureció su expresión:

- ¡Eres una Princesa Real, descendiente de Finwë! ¡ Y ahora estas en boca de todas las gentes de la ciudad! ¡Los padres de Glorfindel se enterarán de esto tarde o temprano y montarán un escándalo!

Aurenar hizo una pausa tratando de elegir sus palabras con el mismo cuidado que ponía en elegir los instrumentos quirúrgicos a la hora de curar una herida:

- La sangre de Fëanáro corre por tus venas y eso marca quien eres, lo que siempre serás. ¡Tu no puedes hacer lo que quieras!- El tono de la Dama Aurenar se desvió hacia la exigencia- Tu estás libre del juramento, una de las razones por las que estás aquí es por que tu padre quiere alejarte de él, y si no quieres que la maldición te alcance has de cambiar.

Náredriel no daba crédito a lo que oía. ¿Cambiar? ¿Qué era lo que debía cambiar en Gondolin cuando apenas contaba con tres años solares de vida? ¿Qué cuando la muerte le arrebató a Avaquenti? ¿Qué cuando Lothluin se fue?

- ¿Qué cambie? -Dijo gritando sin advertir que lo hacía- Desde que nací y aún antes, la maldición me ha perseguido, me ha desposeído de todo, me ha llevado sin rumbo de un lugar a otro, me ha acosado como una bestia salvaje y ¿dices que debo cambiar para que no me alcance?

La Dama Aurenar entornó los ojos reconociendo la rebeldía, la rabia que corroe el ser de los que no se conforman. Su propia adolescencia volvió sobre ella con una nitidez casi material.

- Es cierto, la maldición te perseguirá siempre, pero eres tú la que decide la incidencia que tiene sobre ti - Y endureciendo más su tono, recalcando las palabras, agregó: - y no vas por el camino adecuado. Una descendiente de Finwë no se emborracha en la playa, no arrastra tras de sí a un príncipe, no se baña desnuda...

Un brillo sarcástico, que Aurenar ya conocía bien, bailó en los ojos grises de Náredriel. Una gran carcajada pareció rebotar por toda la habitación.

- No. Eso es cierto. Los descendientes de Finwë se emborrachan con la luz de los Silmarilis, arrastran tras de sí a un pueblo entero y en las playas sólo desnudan sus espadas para saciarlas de sangre.

Aurenar empezaba a desesperarse ante tanto cinismo y comprendió de pronto a Celeborn que la trataba a diario. El silencio imperó por unos segundos. Como si tomaran aire para un nuevo combate.

- Escúchame bien, -dijo Aurenar- nadie te está encarcelando aquí. Así que si quieres puedes irte. Nada te retiene. Puedes hacer el camino de vuelta con Herumor.

- ¿Sí? ¿Puedo irme? -Respondió burlona- Sabes bien que no. Tu padre no permitiría que me fuera en ausencia de Galadriel, ni ella autorizaría algo así y mucho menos Celeborn... Todos temeríais si lo hiciera, porque hay algo en vosotros que... además ¡ni siquiera sabéis dónde está!

Aurenar conocía el juego de Náredriel. Pese a su corta edad la maestría en el arte de manipular era notable. Dentro de su ser latía un ansia de dominar semejante a la de Galadriel. Ella no podía entrar en la mente de nadie, pero suplía con su astucia esa carencia. Dejaba escapar una insinuación y contemplaba la respuesta del otro. Su mirada tenía ahora el matiz temerario que tantas veces le recordaba a Narringe, su primer maestro:

- Creo, pequeña, que subestimas a los Sindar: ¿De veras crees que nadie sabe exactamente donde está tu padre?

Aquellas palabras despertaron en Náredriel un súbito interés, como si vinieran a arrojarle luz sobre oscuros presagios:

- ¿Le tenéis localizado? ¿Por qué? ¿Os preocupa? ¿Le teméis?... dijo como si hablara consigo misma

El sol se había abierto paso por los densos nubarrones y una pálida luz dorada llenaba ahora la habitación. En el ambiente quedaban flotando los ecos de aquellas preguntas.

Sobre la siempre imperturbable Aurenar saltaron recuerdos de gritos y de acero ardiente, y el rostro fiero y la voz potente de Maglor se materializaron ante ella.

- Yo no le temo -dijo con aplomo- enfrenté la fuerza de su mirada en Menegroth y no hizo mella en mi.

"La fuerza de su mirada". Náredriel podía imaginar la intensidad de su odio por que conocía el poder de su ternura. Una imagen fugaz de su padre en batalla acudió a ella para desvanecerse.

- Yo también he estado en Menegroth, -dijo- conozco su horror. He visto los restos de la batalla. Sé lo que hizo mi padre.

La mirada de Aurenar se tornó helada, penetrante como una daga.

- No, no lo sabes. -Dijo oscuramente- Tú no estabas allí. ¿Te crees que puedes vivirlo solo por que has visto unos cuantos huesos corroídos?. Estas muy equivocada. No has contemplado la sangre bañando las losas, los cuerpos mutilados salvajemente, cadáveres mancillados, amigos muertos. ¡No sabes nada. !

- Ahora eres tu quien me subestima -Repuso Náredriel seriamente entornando los ojos.

Aurenar sabía de qué hablaba, o de qué no quería hablar.

- Sé lo que fue Gondolin. Y no te subestimo. Pero una niña tan pequeña no puede recordar exactamente todo

Náredriel la miró con una mezcla de furia y de tristeza. Notaba una opresión en su pecho, la misma que volvía a ella cada vez que se hablaba de Gondolin.

¿Pequeña?

Con nitidez veía a su madre qritándole "¡¡¡¡ HEKA, NÁREDRIEL!!!! ¡¡¡¡ HEKA YENDENYA!!!! ¡¡¡HEKA!!" (¡Fuera Náredriel¡ ¡Fuera, hija mía! ¡Fuera! ) Con nitidez volvían sus rodillas a resbalar en los adoquines viscosos de sangre, ardientes de fuego, le dolían las manos de gatear por debajo de negras piernas, y la nariz olía aún el azufre y la ceniza y el olor a chamuscado de su propio brazo.

- No. -respondió secamente- No puede. Ni quiere

- Pues debería. -Respondió rápida Aurenar- Si quiere afrontar su presente y su futuro esa niña debe empezar por el pasado y no solo el suyo, sino también el de aquellos que la precedieron

El orgullo volvió a reemplazar a la tristeza y dijo:

- Eso me lo ponéis fácil entre todos. Los Doriathrin me gritan los nombres de sus muertos, los Falmari me miran con miedo y los Gondolidrin con vergüenza

Aurenar suspiró tratando de entenderla. En cierto modo tenía razón. Aquel no debía ser el mejor lugar del mundo para ella.

- Pero es que tú no haces nada para remediarlo. Tu comportamiento les recuerda en cada pauta a aquellos que asesinaron a los suyos. Esta mañana mismo...tu actitud en el juicio...

- ¿Y que debo hacer? ¿Iluminar con sonrisas a mis semejantes? ¿Pedirles perdón cada vez que me miran? ¿Mostrar mis hoyuelos encantadores como Glorfindel? -Preguntó con un marcado cinismo

- Eso es hipocresía y eso no es lo que esperamos de tí. Esperamos humildad. Que reconozcas de una vez que tu no tienes nada de lo que enorgullecerte

Aquellas palabras la hicieran pensar. Era cierto. No tenía nada de que enorgullecerse. Nada salvo sobrevivir había hecho en su vida. Sus manos estaban vacías. Su vida había sido una cadena de pérdidas incesantes y allí estaba aquella mañana afrontando la última. Se sentía de nuevo sola y perdida.

- En eso tienes razón. No tengo nada.

Aurenar se acercó más a ella y con tono dulce le dijo:

- ¿Entonces? ¿Qué ganas con ausentarte de las clases, con desobedecer, con saltarte las normas constantemente?

Menos crispada pero aún retorciéndose las manos Náredriel le respondió:

- Sois vosotros los que queréis que sea una sanadora, yo no lo he pedido. Y si no voy a clase es por que la vida es mucho más interesante que una Casa de Sanación. Y si desobedezco es por que no soporto esa vida de flor de invernadero que queréis para mí y si me salto las normas es por que me niego a aceptar los absurdos protocolos de un palacio.

- Entonces -dijo Aurenar serenamente- hablaré con la Dama Galadriel en cuanto vuelva para que te devuelva a tu padre. ¡Basta ya de juegos y de caprichos! Si no deseas ser sanadora, no lo serás. Pero recuerda que eres una Princesa de la Casa de Finwë y que los Reyes de los Elfos no decidimos nuestra vida; esta ya está escrita antes de que los Valar entraran en Ea. Y tu destino, querida, es la sanción, así que hagas lo que hagas, desembocarás en eso. Tanto tu como yo nos debemos a un linaje y hemos de cumplir con aquello que se espera de nosotras. Nos debemos a un pueblo que confía en nosotros, que pone su vida en nuestras manos. La libertad es un don que no nos ha sido dado.

- Pues entonces me niego. -Dijo mirando a Aurenar a los ojos con una intensidad inquietante-. ¡No quiero vivir una existencia determinada por un Dios injusto.! Yo no le he pedido a Eru nacer, ni he elegido ser una Princesa, ni pertenecer a mi Casa... ¡Yo no le he pedido vivir!. Si me ha dado una vida sin libertad so obsequio es algo despreciable y sin valor. Además ¿Cómo puedes estar tan segura de que mi destino es la sanación?

- Lo he visto, al igual que Galadriel. -Respondió Aurenar dejando escapar un suspiro.

Náredriel miró hacia delante. Su destino, su futuro...eran palabras tan arcanas. Jamás había tenido una visión de su porvenir. ¡Ni siquiera un sueño de cómo quería que fuese! ¡Pero lo que sí tenía claro es que no iba a aceptar nada por la única razón de que Ilúvatar lo hubiese incluido en sus partituras!

- ¿Y la libertad? ¿Dónde está la libertad? -preguntaba insistentemente

Y las preguntas no eran necias. Sobrevolaban el ambiente y rebotaban por las paredes como pájaros equivocados. Aurenar clavó sus ojos en Náredriel. Estaba pensando. Aquello le daba un pequeño margen, una incipiente victoria. Podía ser impulsiva y rebelde, vehemente y alocada, pero no era necia. Algo de la proverbial sabiduría de su abuela palpitaba en su corazón.

- Pero no te das cuenta, -protestó aún- no os dais cuenta ninguno de que yo no puedo curar que cada vez que lo intento...

- No, mientes -le atajó Aurenar sosteniéndole los hombros y obligándole a mirarla- tú puedes curar y no quieres aceptarlo. De hecho has curado ya... Esta misma noche, si no fuera por ti ese soldado estaría muerto...

En los grandes ojos de Náredriel vivía ese miedo que se alimenta de los malos recuerdos, de experiencias nefastas que pesan y aplastan.

- Es que ni te imaginas lo que es, no sabes del horror... -murmuró luchando contra su emoción.

- Lo sé. Lo conozco. -Respondió Aurenar firme y fríamente

- No, -Dijo con firmeza, como se proclaman las certezas de las cosas- Si lo conocieras no podrías volver a repetirlo

Aurenar soltó una carcajada. Era la primera vez que Náredriel la oía reír abiertamente y esa reacción la sorprendió.

- Se nota tu juventud y tu inexperiencia.- Le comentó con un tono que recordaba a la ternura-. Yo puedo hacer una sanación noldo sin ninguna consecuencia negativa sobre mí. Y tú también podrás. Todo es practica. Tú en ellas solo eres una ayuda, no te mezclas con el dolor pasado. Pero no quieres aprender. Te ciegas. Y eso no te hace ningún bien

Aurenar presionó con más fuerza sus hombros.

- Mira conmigo -le ordenó con determinación

Náredriel intentó soltarse, pero Aurenar la sostenía con firmeza. Nadie podría suponer una fuerza semejante en un ser en apariencia tan frágil.

- ¡HEKA! ¡HEKA! -Le gritó, revolviéndose como un gato rabioso.

- ¡Mírame! -Le dijo calmadamente Aurenar, luchando con ella denodadamente. Náredriel era una rival temible, de esos que prefieren morir a darse por vencidos. El forcejeo fue largo y Aurenar tuvo que aprovechar a fondo el vigor adquirido en las fraguas para dominarla, acorralándola contra una pared.

- ¡HEKA! ¡HEKA! -Seguía gritándole aunque un matiz de súplica teñía sus palabras.

- ¡No! Náredriel, tienes que acompañarme. Tienes que ver por ti misma.

Náredriel parecía ceder, pero sólo para reunir una fuerza nueva, venida más del coraje y del furor que de los músculos y de nuevo intentó liberase de Aurenar desesperadamente. Pese a todo la Dama se impuso a la niña. Su mano férrea le sostuvo la barbilla.

- ¡MÍRAME! - Gritó esta vez bloqueando su cabeza contra la pared.

Náredriel no pudo resistir el dolor en el mentón y abrió finalmente los ojos, velados de lágrimas de rabia y de impotencia. Se daba por vencida.

O al menos parcialmente, por que al entrar en los brillos poderosos de los oceánicos ojos de Aurenar no dejaba de ser una chiquilla arrastrada a la fuerza como un niño que se niega a ir a la escuela. A través de las lágrimas se veía a sí misma aún esforzándose en liberarse de Aurenar. Los destellos de los ojos de Aurenar la herían como aristas. Imágenes de sí misma venían a su encuentro recordándole la niña que fue y que quedó perdida entre el espacio y el tiempo. Vio cada momento como una obra irrepetible y entendió por fin la profunda tristeza de su abuelo cuando perdió los Silmarilis. Un sabor de muerte le amargó la lengua. Tal vez jamás llegara a Mandos, hasta que la Dagor Dagorath52 acabase con todo, pero el no poder recuperar los momentos vividos, el saberlos desaparecidos en la nada, era también una forma sutil de morir.

- ¡Heka! -decían sus labios, ya sin fuerza con una voz que sonaba lejana.

- A hilya nin (Sígueme) -contestaba imperturbable Aurenar tirando de ella.

Y de pronto entraron en un jardín frondoso y tranquilo, en el que cantaban algunos pájaros y el sol se filtraba por entre las dulces sombras de los árboles creando un juego de penumbras acogedor y cálido. El aroma de las flores perfumaba el aire y una mujer bellísima las esperaba sentada al pie de un arroyo. En su rostro había plenitud y paz y su sonrisa proyectaba sobre la niña una luz que hablaba de un inmenso poder.

- Cenye sa Aurenar tukiet, pytia Náredriel. A tulat, A cenat, sínome ná vala. (Veo que Aurenar te ha traído, pequeña Náredriel. Ven, mira, aquí esta el poder)

Aurenar la empujó hacia dónde aquella hermosa Dama la acogía: era alta como una torre, delicada como un pétalo, de una blancura casi transparente. Náredriel entendió que estaba frente a una Valië.

La Dama estaba sentada ante un manantial que formaba un pequeño estanque y era imposible decidir dónde terminaban sus grises ropajes y dónde empezaban las débiles ondas de las aguas.

Delicadamente la Valië indicó a Náredriel que se sentara a su lado y tomó su mano y la introdujo en las aguas, transparentes y frías, que le devolvieron su propia imagen.

La mirada de sí misma la buscaba desde el estanque y sus propios ojos se clavaron como alfileres en sus ojos, que Náredriel cerró, como cuando de niña quería atrapar en el sol el brillo imaginado de los Silmarilis.

Y allí, en el fondo de sí misma, notó en su ser la fuerza de un torrente desbordado, de un caballo a la carrera, del mar embravecido, el vigor de un tornado deforestando un bosque, el crepitar ansioso de una llamarada, el estremecimiento con el que el terremoto desgaja la tierra como si fuera una naranja, el clamor de miles de gargantas profiriendo gritos... Como cuando tienes la cabeza bajo el agua y necesitas aire dio un tirón para no ver más aquello.

- ¿Mana sina vala? ¿Ná Estëo vala?-Preguntó asustada y confundida. (¿Qué es este poder? ¿Es el poder de Estë?)

La risa de la Dama espantó los pájaros y quebró en ondas concéntricas la quietud de las aguas.

- Úme Estëo vala. Inye ná Estë ar Náredriel firuvane nai inye tanat nin valanya. (No es el poder de Estë. Yo soy Estë y Náredriel moriría si yo le mostrara mi poder)

La pequeña Noldo sintió miedo: tenía los ojos enrojecidos, ardientes, cuajados de preguntas y de dudas, cansados los brazos de intentar zafarse de las manos de Aurenar, los pies de resistirse clavándose en el suelo. ¿Era aquel el camino que buscaba ? ¿Era allí a donde debía haber ido cuando era pequeña y estaba herida, cuando las fuerzas se le morían antes de nacer?

- Sine vala, selde, ná vala Náredrielva. Rilma i tana i men kuilo. I nolwe ná máutye. (Este poder, niña, es el poder de Náredriel. Ilumina el camino de la visa. El conocimiento está en tus manos)

La Valië le sacó con delicadeza la mano del estanque y la visión se disipó completamente. Una repentina compasión por la niña parecía invadir a la Ainur y sus labios se inclinaron para besar la oscura cicatriz del antebrazo y borrarla, pero Náredriel la apartó bruscamente de su alcance.

- Sína naike karien, ulauvat i elye envinyan ealanya (Este dolor me ha hecho, no permitiré que Vos me cureis de mi ser). Míriel umela i miqueli i lalanet Míriel (Míriel no quiere los besos que le negaste a Míriel)

Los ojos de la Valië, como estrellas poderosas, dejaron parcialmente de titilar, como ocultos por los negros nubarrones de un presagio.

- Fëanáro nosello... -susurró-. I umbar Namova atalta ten, ananta etye ava almarënya. (Descendiente de Fëanor. El Hado de Namo cae sobre ti y sin embargo tu rechazas mi bendición). . A hortatye sí (Retírate ahora) -añadió la Valië con gesto mayestático.- Ar a mahta eressea umbartye mittal (y lucha solitaria contra tu destino)

Y súbitamente la visión se disipó y las cosas volvieron a tener los contornos acostumbrados, como si se vistieran de sus formas de siempre dejando de existir para ser simplemente.

Las manos cansadas, los hombros doloridos, la garganta rota...

Aurenar retiró las manos de Náredriel, pálida y exhausta buscando energías para llegar hasta la cama y no caer al suelo. La lucha había sido feroz, violenta. Voluntades encontradas que no cedían fácilmente... Ni siquiera para hablar le quedaban fuerzas.

Náredriel, a su vez, se dejó caer en el suelo, permitiendo a la pared que diera apoyo a su espalda, estaba confusa, abatida, sudorosa. No podía negar lo que había visto, la magnitud del poder que había contemplado aún palpitaba en ella como lo hace el corazón tras de una carrera. Pensar que aquella fuerza vivía en ella la llevaba hasta la náusea. Todo daba vueltas a su alrededor.

- Yo te ayudaré si lo deseas -le ofreció Aurenar con un hilo de voz.

- Si, lo deseo, pero tengo mucho miedo -respondió la chica, mientras en sus ojos las lagrimas imitaban los quietos manantiales de Estë y sus brazos cansados la acurrucaban.

- El miedo es un sentimiento del que sólo se puede escapar si lo afrontas. Reúne el valor de dejar de correr, de girarte, de conjurar los fantasmas que te acosan. - Dijo Aurenar con una breve sonrisa- Por ahí es por donde se empieza, por donde acabamos de empezar tu y yo.

El silencio se impuso y por primera vez las Princesas se miraron sin enfrentarse. Una corriente extraña fluía entre ellas y sintieron con claridad que los lazos de la amistad acabarían por unirlas. Finalmente Aurenar, algo más recuperada, se levantó y le tendió la mano a Náredriel.

- Ahora levántate, vamos a que te despidas de Herumor. ¿Tienes algún mensaje para tu padre o algo?

Náredriel reflexionó un instante:

- Solo dile que todo es culpa mía, que no castiguen a Herumor y.... dile también que sé que todo lo que el más quiere está aquí y que no volveré a avergonzarle porque estudiaré y seré sanadora...y... ¿Puedo pedirte algo?

- ¿Qué quieres?

- Una gracia para Herumor: permitidle que se despida de alguien

- Entiende que no nos queda otro camino que expulsarlo: el ha roto la precaria estabilidad en la que vivimos... Pero si, podrá despedirse de quien desee, lo veo justo

- Pero no le llevéis custodiado, él dará su palabra de no huir

- Es un noldo, su palabra es más que valida.

*** *** ***

Herumor caminaba por la playa con el aire cansino de un perro apaleado. Los pies se hundían en la fina arena de la playa como si dudaran de los pasos que estaban dando.

Por primera vez desde hacía larguísimos años iba desarmado.

Lothluin lo reconoció en la lejanía y se sorprendió de que llegara solo, en medio de la tarde. La Elfa, que temía malas nuevas, envió a los niños a jugar y esperó la llegada del Noldo.

- Almarë -la saludó el reverencioso.

Desconcertada Lothluin apenas atinó a mover la cabeza.

¿Le enviaría Náredriel con algún mensaje? Intuía que algo grave estaba sucediendo.

Quiso hablar pero parecía haber extraviado todas las palabras.

La expresión impenetrable de aquel Elfo misterioso sembraba en ella presentimientos oscuros, como las nubes que ocultan el sol a media tarde. Entonces se dio cuenta de las muchas veces en que él la seguía con la mirada retirando los ojos avergonzado cuando ella lo notaba. Y supo que era él aquel que en ocasiones la perseguía oculto y silencioso, como la sombra de su sombra

- He venido a despedirme de vos. -le dijo al fin Herumor bajando la cabeza

- ¿...Cómo decís? -preguntó ella inquieta

Con la desesperación gravada a fuego en sus rasgos el Elfo contestó:

- Esta madrugada he tenido un desagradable incidente con uno de los guardias de Celeborn...y... bueno, Náredriel os contará los detalles, he sido juzgado y sentenciado: me expulsan de Caras Sirion

Un aire de niño castigado le envolvía. La Elfa ya no pudo evitar conmoverse y casi imperceptible negaba con la cabeza como si no quisiera enterarse de más. Un incidente con Herumor era algo serio.

- Pero yo... no podía irme sin... sin...

El noldo se interrumpió. Luchaba contra sus palabras, contra sus sentimientos, contra todos sus impulsos. Un escalofrío recorrió la espalda de Lothluin: Le parecía extraño ver a un Elfo como él hablar pausado y nervioso al mismo tiempo.

- Yo no podía partir sin veros -concluyó bajando los ojos.

La brisa de la tarde les revolvía los cabellos y las ropas. El mar estaba bruñido como un espejo y tranquilas las olas mostraban quietas sonrisas de plata. Tras una pensada pausa el noldo la miró de frente y prosiguió:

- No podía partir sin confesaros que... -el Elfo se mordió el labio. sus sentimientos, lo que sus palabras no querían expresar, salían por el resto de su cuerpo gritando - Sin confesaros que os amo

Ante los asombrados ojos de la Silavana aquel severo Elfo siguió hablando, ahora precipitadamente, como un adolescente que confiesa su primer amor. Pero ella no pudo aguantarle la mirada, apenas un segundo

- Ya sé que no soy digno ni de que me miréis, -prosiguió él- ya sé que vuestro corazón arde de odio hacia mí y que todo lo que he hecho en mi vida es imperdonable... pero no podía irme sin deciros que sólo vuestro recuerdo será mi felicidad para el resto de mis días...

La respiración de Lothluin se agitó sin que ella lo advirtiera. En su interior se libraba una terrible batalla en la que el rostro asesino del Herumor que recordaba se confundía con el de este que empezaba justo ahora a conocer. La expresión de su padre, asesinado a sus pies la retenía pero las ganas de golpearle empezaban a ser sustituidas por las ganas de abrazarle.

Herumor se sintió mal al ver la agitación de la Elfa y al mismo tiempo una esperanza salvaje le arrebató el corazón: no era la indiferencia ni el asco lo que su rostro reflejaba. El tiempo le apremiaba y Herumor rodeó el talle de Lothluin imprevistamente. Ella sintió su fuerza descomunal y sus ojos que aún conservaban la hermosa luz de los Árboles, le atrajeron como un imán. Se sentía perdida. Dulcemente indefensa, como una hoja con la que juega el vendaval

- Melanyet.... (Te quiero)

... susurró tiernamente Herumor en su oído antes de que sus labios tomaran de la boca sorprendida de la Elfa el primero de sus besos

Las fuerzas abandonaron el cuerpo de Lothluin, frágil como una flor tronchada en los brazos de Herumor

- No tengo tiempo de cortejarte -le volvió a susurrar mientras ella permanecía quieta en la dulce presa de los brazos del guerrero.- Ni tiempo que ofrecerte para que reflexiones, para que conozcas la fuerza de mi amor por ti. Cuando amanezca partiré lejos.

- No...-protestó ella-. Ahora no puedes irte...

Un dedo de Herumor se paró amoroso sobre sus labios pidiéndoles silencio.

- Pero te suplico que me esperes -dijo el noldo cerrando la mano de la Elfa en torno a una circunferencia - Acéptalo como un compromiso que yo asumo ante ti. Acéptalo pero no te sientas tú comprometida. Si el día que vuelva a ti lo llevas puesto en tu dedo sabré que también tu me amas.

Entonces Lothluin tomó posesión de sus dudas y de sus instintos y cerró la mano alrededor del sencillo anillo plateado. Poniéndose de puntillas rozó con sus labios la boca del Elfo dejándolos heridos de ternura.

Sorprendido por el gesto, Herumor apretó más el abrazo como si quisiera apurar hasta el fondo la copa de dulces besos que nacían ya destinados a ser recuerdos, recuerdos que serían esperanzas. Aquello estaba por encima de sus sueños, colmaba todas sus esperanzas. Si pudiera volver a ver la luz de los árboles o tomar entre sus manos un Silmaril no estaría tan abrumado, tan indescriptiblemente feliz. Y ese era un sentimiento tan extraño y tan grato para aquel Noldor, que pensó que el corazón le reventaría si se acabara de golpe. La campana de la Mindon era ahora su peor enemiga y el tiempo agotándose veneno que se incrustaba en sus carnes letal y frío. Cuando encontraba el amor, este nacía bajo el signo de la separación. La risa de Mandos parecía resonar en sus oídos tan nítida como aquella noche interminable de mar y de sangre.

Lothluin sintió que su alma se desgarraba: Herumor iría disminuyendo a los ojos de los demás a medida que se alejara, pero aquella tarde permanecería por todas las edades en las cámaras más secretas de su corazón

- Mi Señora -dijo Herumor acariciándole la nuca- deja que tu cabello crezca como un regalo para mí, déjale que señale con su largura la duración de las horas que debemos vivir separados y así el día que retorne te compensaré por la soledad de la ausencia.

Ella sonrió tristemente mientras el abrazo se deshacía y sus cuerpos debían separase sin remedio. Herumor se quedó con sus manos que llevó hasta su corazón y hasta sus labios.

- Namar... -empezó a decir con la emoción temblando en su voz

- Shhh -le interrumpió ella- No me digas adiós, porque regresarás cada noche a mis sueños, como las mareas, como los cuentos de la infancia.

- No te lo diré entonces y en vez de verte inalcanzable como el horizonte sabré que me acompañarás como la luna al caminante por las noches.


Nota de la autora: Bueno, me ha quedado un capítulo largo y un poco "Teatral", pero era necesario que Náredriel tuviera una pequeña charla.

La autoría de este capítulo es compartida. No podría haber hecho el diálogo con Aurenar sin ella (Y te agradezco de paso toda la ayuda que me das por msn, sin la cual todo quedaría muchísimo más pobre). Igualmente Lothluin ha colaborado en la escena final con Herumor. Por tanto, en el lugar de "Autor" hay que poner Aurenar-Lothluin-Lisswen. ¡Qué fácil es escribir con colaboradoras de ese calibre!


52 Se trata de la batalla final, una especie de confrontación escatológica en la que el mundo concluirá para que Eru pueda entonar un nuevo canto sin desafinos.



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