Wilwarin

29 de Mayo de 2005, a las 16:59 - Lisswen
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

13. VINGILOT (Flor De Espuma)

Aerandir se sentía feliz. Gracias a Náredriel y al joven Glorfindel estaba ahora al lado de Eärendil, a punto de cumplir uno de sus sueños: surcar las entrañas azules de los mares dejando atrás las tierras conocidas, la aplastante realidad de las arenas ásperas y la dura cerrazón de las ostras.

Aquella tarde, viéndola correr llorosa y empapada, muerta de frío, despeinada... no podía dar crédito a sus ojos: parecía tan vulnerable, tan desvalida... Pero ahora, las ropas y los cabellos de la muchacha se habían ido secando y su propio manto la protegía del frío de la recién estrenada noche, y volvía a ver la princesa orgullosa y apasionada que él había conocido en las Bocas del Sirion tres años atrás.

Habría querido preguntarle qué le había pasado, pero no se atrevía.

Contento, como el sol en las tardes de verano, le había enseñado el Vingilot y todos los pormenores. Los hermosos ojos de Náredriel, parecían acariciar el navío; ciertamente era un barco fantástico. El mar apenas lo mecía, como si quisiera acunarlo; las troneras dejaban ver unos remos dorados y las velas brillaban aún bajo la luz de las estrellas con pálidos destellos lunares.

- ¡En verdad es hermoso! –Dijo ella tocando la madera plateada de los bosques de Nimbrethil.

- Mañana partiremos... creo que viajaremos hacia el Oeste... creo que mi señor Eärendil busca las Tierras Imperecederas... Mi Señor Eärendil dice que pretende encontrar a sus padres...

- Eärendil está loco. –Dijo Náredriel como todo comentario.- Va a emprender un viaje hacia la nada. Es necio si cree que Eldar y Atani les importamos algo a los Valar... egoísta... Pues sólo un ser narcisista dejaría tras de sí a una esposa y a dos niños tan pequeños. ¿Por qué los hijos hemos de pagar siempre las ambiciones y necedades de nuestros padres?

Aerandir la miró con asombro. Aquella chica tenía la virtud de dejarlo vacío de palabras, seco de argumentos. No sabía nunca como comportarse en su presencia; la veía superior y lejana, arrogante como las nubes que osan tapar el brillo de Anar los días tormentosos. ¿Había lanzado una pregunta retórica o esperaba una respuesta?. La voz grave y profunda de Eärendil lo sacó de su ensimismamiento:

- Aerandir, muchacho, ve hasta casa y encárgate de avisar al Rey que la Dama Náredriel está bien, que yo la acompaño. – Con los ojos fijos en la chica añadió- Dile que pueden parar de buscarla por todos lados...

La expresión del rostro de Náredriel decía a Eärendil “Ahórrate el discursito sobre lo correcto y lo incorrecto”. Parecía haberse situado por encima del bien y del mal. Sus ojos algo burlones frenaban cualquier tentativa de sermón.

Eärendil no era más de cuatro o cinco años mayor que ella, pero su sangre atan pautaba el tiempo de modo diferente. Él era un hombre hecho y derecho, ella apenas una adolescente que se remansaba en las aguas de la infancia. Sus rasgos conservaban las redondeces cándidas de las niñas pequeñas y las curvas femeninas de su cuerpo apenas se esbozaban. Las manos del medio Elfo se posaron en la madera plateada del navío, como buscando la fuerza del viento y así poder decirle:

- Me alegra encontrarte a solas, prima.

Su voz vibraba, como si se acercara a ella cabalgando en la vacilante yegua de la duda.

- Quería pedirte perdón... Te recuerdo, ¿sabes?.

Los ojos de Náredriel parecían un espejo: ¿Qué habría más allá de ellos? Eärendil tenía la sensación de hablar consigo mismo, de mirarse a sí mismo. Era desagradable... La tentación de no seguir era grande, pero el Medio Elfo se forzó:

- Recuerdo tu cuerpo de bebé, desmadejado e inconsciente, pasando de brazo en brazo... lo mismo que recuerdo a Glorfindel cayendo en el abismo. Yo sé que él es él... se nota en sus ojos. De niño me paseaba a caballito por el palacio de mi abuelo, en las tardes de verano, cuando yo aún creía que la felicidad era posible...

Náredriel alzó una ceja como preguntando ¿A donde quieres ir a parar?

- Pero tú... A ti te dejamos por miedo, por temor a que la maldición de Mandos se materializara aún más sobre nosotros si tú nos acompañabas; por temor a que Ulmo nos quitara su favor... tú eras la nieta del Elfo que ordenó la Matanza de Hermanos, la Quema de los Barcos... ¡Fuimos injustos contigo! ¡Pero sin duda una Valië te bendijo, porque todos creíamos que ibas a morir!

Náredriel sonrió:

- ¿Una Valië? ¡Todos los Valar me adoran, en especial Mandos... ! –Respondió con una cortante ironía.- Y en cuanto al perdón guárdatelo, es una palabra hueca y agujereada, y las horas de inconciencia y de dolor se escurren por ella. Además, ya te perdonarán los Valar si alcanzas el Oeste.

Ella sostenía su mirada. La arrogancia de sus ojos asustó al Medio Elfo.

- El perdón cura muchas heridas, Náredriel. –Respondió muy seriamente, mirando ansioso hacia Occidente- El perdón es la única salida, la única solución. Endor necesita del poder de los Valar... Morgoth es invencible... ¿Recuerdas el horror de Gondolin?... Todos los reinos noldorin han caído a sus pies...

- ¡No es verdad! ¡Los Elfos podemos vencer a Morgoth! ¡Quizá perdamos hasta el último de nuestros reinos! ¡Hasta la última gota de nuestra sangre! ¡Puede que necesitemos que Eru mismo pise Endor en la Dagor Dagorad, pero no necesitamos nada de los Valar, ni queremos nada de ellos!

Eärendil acariciaba el casco del Vingilot como si fuera el cuello dócil de un poderoso corcel...

- ¡Orgullosa chiquilla! –Susurró- ¡Te oigo y me reafirmo en mi idea! ¡Fëanor no ha muerto, ciertamente!. Las ideas descabelladas y blasfemas persisten en su descendencia!.

Rápida y letal, como la mordedura de un áspid, fue su respuesta. Una sonrisa cruel se perfiló en sus labios y sus palabras traspasaron el alma del Medio Elfo tan incisivas como los colmillos:

- Tampoco la estirpe de Tuor ha dejado atrás su herencia de malicia: Aquellos que disfrazados de piedad abandonaron a una niña herida a su suerte en un bosque no dudarán en dejar solos a otros dos niños en los Puertos. Claro que los Valar los protegerán....

*** *** ***

Galadriel se mordió el labio. El largo abrazo de los niños la llevó a pensar en su propio hermano, Artafinde55 , y en la desolación que su separación primera le había causado.

Tranquilo estaba el jardín al que las primeras flores de la primavera llenaban de aromas y colores alegres; pero llena, globulosa y teñida de rojo brillaba la luna en un cielo que dudaba entre el azul y el negro.

La nostalgia de las despedidas pesaba sobre todos ellos. Los instrumentos se habían callado y las conversaciones encontraban un lento final en el silencio del inminente adiós. El agua del surtidor cantaba bulliciosa y dulce, llenando el ambiente de murmullos y susurros. La intimidad grata del jardín, la suave calidez del vino y cientos de recuerdos los retenían a todos. Eran instantes así los que daban sentido a la intemporalidad, aquellos que la memoria retenía gustosa y servían de consuelo en los tiempos más duros.

- Enyaluvanye oiale, oselle –susurraba Glorfindel al oído de Náredriel, su amiga, su hermana... (Te recordaré siempre, hermana)

- Oiale, otorno, oiale ósanwenya náruva Glorfindelnen... Úalasse ná indonya lúmesse...–respondía ella apenas con susurros (Siempre, hermano, siempre... mis pensamientos estarán con Glorfindel... Triste está mi corazón en esta hora...).

Ereinion los miraba desde un rincón, semioculto por las hiedras.

Tampoco era una despedida fácil para él. Demoraba el momento de irse a dormir, el triste instante en que debía enfrentarse a sí mismo de nuevo. Tenía la certeza de que iba a perder a la pequeña Narwa; de que aunque el destino los reuniera de nuevo en las encrucijadas de los momentos que aún estaban por venir, jamás recuperaría a esa niña intensa y contundente. Al mismo tiempo habría querido detener el tiempo, congelar un instante, tener siempre ante sí su mirada; el coraje de su cuerpo palpitante... y hacerlo avanzar, acelerarlo, llegar de golpe a un día en el que la encontraría de nuevo y entonces...

¿Entonces?

¿Habría un entonces?

El corazón se le encogía en el pecho. ¡Cómo le gustaría ser Glorfindel! Oír de los labios de Narwa “Ereinion naruva ósanwenessenya” (Ereinion estará en mis pensamientos)...

Sin embargo ella no le hablaba. Desde aquel día en la playa lo evitaba minuciosamente. Podía contar las veces que la había sorprendido dirigiéndole miradas furtivas y evaluadoras, que le helaban la sangre y le hacían sentirse observado con un interés casi científico.

*** *** ***

El tintineo regular del acero pautaba los pasos de los guerreros pisando con vigor los mármoles de Caras Sirion.

De nuevo todos los Elfos se habían congregado en el Puerto llenando las dársenas. El día apenas clareaba y la despedida era menos solemne de lo que había sido la llegada. El frío del amanecer se calaba entre la piel y los huesos.

Ereinion esta vez cerraba la marcha. Llevaba puesta de nuevo su brillante armadura de mithril; y de nuevo la pose noble revestía sus facciones mientras caminaba solemne pero triste hacia su destino. Una sensación de agobio se apoderó de él.

- No te vayas muy lejos, Otorno –se despidió Galadriel- Y mantén los barcos en estado de alerta...

- Exageras, Oselle, ya lo hemos hablado y estoy seguro de que no hay peligro alguno... -dijo conciliador.

Luego saludó a Celeborn y miró protector a Glorfindel, que vestido ya como su escudero caminaba junto a él.

- Onónelle –dijo suplicante, perdiendo sus ojos en los de Narwa - ¿Quentanyem Namarië? (Primita: ¿Me dirás adiós?)

Náredriel sostuvo la mirada del Rey con expresión severa. La esperanza y la desolación parecían bailar una danza frenética en los ojos de Ereinion. En medio de un leve escalofrío, la Princesa sacó un pergamino de su manga. Una cinta azul ceñía sus pliegues que protegían palabras secretas, cuidadosamente caligrafiadas.

- Vandaneyet ar karuva i lírie, sinome ná. Nai i hrive ar i miste utyalar helmatya (Te prometí que haría una canción para ti, aquí está. Ojalá el invierno y la lluvia no toquen tu piel). –Dijo con aquella voz de seda y terciopelo que Ereinion amaba.

Ereinion se abismó por vez última en el iris grisáceo de Narwa. No había suficientes palabras en todos los idiomas que él conocía para describir el torrente de sentimientos que el simple tacto de un pergamino despertaba en su ser. Puso en los hombros de Náredriel sus grandes manos y con la voz menos segura de lo que habría querido dijo.

- Narwa... tulavanye lairesse fána kiryanen ar liruvatyem nún eleni... (Narwa, vendré con el verano, con un barco blanco y cantarás para mí bajo las estrellas)

Y aferrando el pergamino Ereinion subió al barco. El deseo de un beso le quemaba los labios.

No quiso mirar atrás.

Se negó a ver cómo la cabellera roja de Narwa se iba empequeñeciendo hasta convertirse en un pequeño punto y desaparecer.

Tenía la certeza de que el mar le traería constante el recuerdo de la mirada gris y desafiante de Narwa y que Anar le hará añorar la roja aureola de sus cabellos suaves, despeinándose en rizos de luz y de fuego; y cada vez que viera una gaviota recordaría sus pies descalzos sobre la arena mojada.

“Di que te rindes, onónelle. Di que te rindes...” susurraron sus labios.

- ¿Decíais algo Herunya? -Preguntó Glorfindel

Ereinion meneó la cabeza y sonrió...

- A veces pienso en voz alta, Glorfindel; ya te acostumbrarás a mis rarezas...

Sus manos, tan hábiles con la lanza y la espada, temblaban al desatar una cinta celeste, que ciñó en su muñeca antes de descubrir el valioso tesoro de papel garabateado.

*** *** ***

Galadriel miró las montañas de pergaminos extendidos ante Phaire.

La luz mortecina de un sol otoñal se filtraba a través de los vidrios de la sala sacando brillos castaños a los cabellos de la curadora, modestamente recogidos en una baja coleta.

- Me sorprende lo que dices de Náredriel. Desde que volvisteis de ese viaje ha mejorado tanto... Ha madurado tanto... Ahora colabora, se interesa, está loca por aprender. Turussë está contentísimo con ella; no hace más que presumir de ayudante con los otros sanadores.

Galadriel escuchaba atentamente a Phaire. Náredriel era su mayor preocupación en aquellos días. Desde que había llegado a su lado le había complicado la vida a conciencia. Recibir alguna noticia positiva de ella le alegraba el corazón.

- Mira, precisamente estas notas son de Náredriel... –Explicaba la Sanadora entusiasmada- ¡Quemaduras! Se ha pasado los últimos dos meses metida en las forjas, observando el trabajo diario de los herreros y, junto a Aurenár, ha elaborado una pócima para las quemaduras. Falta probarla y quizá se puede mejorar mucho, pero el trabajo que ha hecho es excelente... Tiene una mente brillante.

Galadriel sonrió.

- Tal vez demasiado brillante... –susurró en un suspiro.- ¿Dónde está ahora?

- En la biblioteca. Le he dado unos documentos sobre enfermedades de los Atani que debe resumir. –Contestó Phaire satisfecha.

- No. –Repuso Galadriel- No está en la biblioteca, yo vengo de allí y no había nadie.

Entonces Phaire apartó las cortinillas y ambas vieron la figura de Náredriel sentada sobre las rocas del suave acantilado que rodeaba la pequeña cala de la Casa de Curación. Miraba obstinadamente el mar, como si quisiera contar todas las olas, atrapando las pantorrillas con sus brazos y dejando que la brisa jugueteara con sus cabellos.

- Tal vez añora a Glorfindel –dijo Phaire con intención. Una tierna sonrisa afloraba a sus labios. ¡Habían corrido tantos rumores sobre ellos!

Galadriel sonrió:

- No, querida Phaire, no añora a Glorfindel como tú piensas; y aunque su ausencia la ha dejado taciturna y solitaria, no es la causa de sus males: está así por que ha olisqueado el aroma viciado del Silmaril.

La Dama calló mirando la inmóvil figura de Náredriel.

- De momento he conseguido que no sepa nada, pero tonta no es, y es inevitable que lo sospeche todo. Y eso me preocupa mucho. – Galadriel dejó escapar un largo suspiro- ¡Ojalá fueran penas de amor por Glorfindel!

Phaire se hundió en el silencio. Miles de interrogantes se abrieron en su cerebro. ¿Sabía que Elwing tenía la joya? ¿Intentaría quitársela? ¿Tenía algún medio para comunicarse con su padre?

- ¿Piensas que debería preparar las casas de sanación? –Preguntó con una sonrisa gélida.

En el perfecto rostro de Galadriel se perfiló un grave gesto.

- ¡Sí! ¡Y lo mejor que puedas!

En la mirada de Phaire la preocupación desfilaba como los ejércitos antes de la batalla.

- Los hijos de Fëanor saben desde hace tiempo que Elwing no murió en el ataque a Doriath y que tiene el Silmaril. De hecho ya han empezado a reclamarlo hace meses...

- No me gusta lo que dices, Galadriel...

- Ni a mí... -la Dama suspiró otra vez- Hace tres semanas ha venido Valglin, el consejero de Maedhros, con un ultimátum... exigen la entrega del Silmaril... ¡Seguro que Náredriel lo sabe ... seguro que, sin saberlo, lo sabe!.

El silencio se impuso. En los ojos de Phaire se reprodujo el horror de Doriath, la sangre de hermanos, Noldor o Sindar, tiñendo los mármoles soberbios de Menegroth. Los gritos de los niños llenaron su cabeza de desesperanza y temor, y una especie de premonición se clavó en ella.

- ¿Has hecho venir a Elwing por eso?

- Por eso y porque quiero hacer un esfuerzo final para convencerla. Todo esto se arreglaría si le colgamos a Náredriel el dichoso Nauglamir en el cuello, la montamos en Nandelle y se la enviamos a esos cuatro locos asesinos.

Galadriel tomó aire... Náredriel seguía en la playa, quieta y solitaria, ajena a aquella realidad que la envolvía con el agobio pegajoso de las telarañas. Si apareciera ante su tío con el Silmaril las cosas cambiarían radicalmente para ella y para todo Endor. Maedhros se uniría a Ereinion y lo que ahora era una amenaza se transformaría en una defensa. Galadriel sabía que el arrojo de los hijos de Fëanor se volvería contra Morgoth en toda su furia, en su potencia que con uno de los Silmarilis en las manos se acrecentaría hasta extremos impensables.

- Pero Elwing se niega. –Dijo tristemente Galadriel-. No quiere ni oír hablar del tema. Se cierra en la creencia de que el hecho de que esté Náredriel aquí detendrá a los hijos de Fëanor. Eärendil no está y los Gondolindrim dicen que ellos también dejaron Valinor en pos de Morgoth y del Silmaril. Y por su parte los Sindar evocan el sacrificio de Lúthien y Beren... ¡Esas malditas joyas!

Phaire se movió por la habitación nerviosamente:

- Pues yo estoy con Elwing... –dijo- El Silmaril ha sido bien ganado con el sacrificio de Lúthien y de Beren... ¿Por qué Maedhros no se enfrenta con Morgoth y nos deja en paz a nosotros?. Además tiene razón: con Náredriel entre nosotros no atacarán. Maglor no consentirá algo así...

Y Galadriel, casi en un trance, recitó:

- “ilar thanye, ilar melme, ilar malkazon samme,( ni ley, ni amor, ni alianza de espadas)
osta ilar harwe, lau Ambar tana, (temor ni peligro, ni el destino mismo)
só-thauruvá Feanárollo, ar Feanáró nossello, (lo defenderán de Fëanor, y de la prole de Fëanor)
iman askalyá ar charyá, ar mi kambe mapá,(a quien ocultase o atesorase, o en su mano tomase,)
herá hirala ar haiya hatá Silmarille. (encontrando vigilado o lejos arrojado un Silmaril.)” 56

Nuevamente el silencio se adueñó de las dos Elfas.

En el jardín delantero cantaban los pájaros, indiferentes al temor, y el otoño vestía con una luz anaranjada las postrimerías del temprano atardecer. En la retaguardia la playa seguía susurrando a Náredriel un canto monótono y gris. La soledad no era buena compañía para ella.

- ¿Cómo se llega a esa cala? –Preguntó Galadriel.

- Saliendo y rodeando la casa o por una pequeña puerta desde el almacén. Pocos la conocen, pero Náredriel la descubrió al principio mismo de estar aquí. Y ya ves que aún suele salir por ahí cuando está rebelde. Turussë la llama en broma “la puerta de la libertad”.

*** *** ***

Un líquido entre azul y violáceo se agitó en la maroma movida por las manos de Aurenár. Leves hilillos de luz atrajeron la mirada de Náredriel, ocupada hasta entonces en la copia de un libro.

- ¡Lo tengo! –Exclamó Aurenár.

Los escasos rayos de sol que penetraban por el espeso cortinaje de la ventana proyectaban los vívidos colores de la mezcla en los cabellos claros de Aurenár. Pero su preocupación no era aquella costosa aleación que hasta entonces no había conseguido dominar, sino cómo decir a Náredriel que no podría volver al laboratorio por un tiempo... Todos sus pensamientos estaban concentrados en su alumna y en el mal que le sobrevendría si Galadriel no era capaz de dominar la situación.

La pluma de Náredriel dejó de garabatear runas. Estaba extasiada con aquella mezcla que tanto tiempo se le había resistido a su maestra. Llevaba ya algún tiempo aprendiendo alquimia con ella y con los herreros de Caras Sirion, a quienes trataba por quemaduras y con quienes descubría en silencio las claves básicas de la forja. En aquel momento ya dominaba casi todos los temas de la alquimia menor: sabía purificar hasta las aguas más corrompidas, elaborar desde cosméticos a medicinas como ungüentos y elixires, polvos curativos y venenos. Pero lo que ansiaba era conocer los arcanos de la alta alquimia, el imbuir objetos de propiedades mágicas. Era algo que anhelaba desde el fondo de su ser; casi una necesidad...

Aurenár llevó la maroma hasta el pozo de aleaciones y la vertió cuidadosamente en el molde de un bisturí. Pero su mente estaba totalmente ocupada por Náredriel: conocía la profundidad que había en su alma, sabía que era como un hueco que había que llenar como fuera, una voracidad de conocimientos que la quemaba. Algo así había visto en su primer maestro y en su propio interior. Curiosidad famélica, antepuesta a tantas otras cosas...

- Náredriel, faltan grados ¿Podrías bajar a atizar un poco el fuego? –le dijo

La Noldo asintió. Se levantó a la carrera y desapareció escaleras abajo. Aurenár la contempló con cierta congoja. ¡Aún era una chiquilla!.

Reflexiva se acercó al libro que estaba copiando. No tenía más remedio que suspender las clases, pero ¿Cómo anunciárselo? Y sobre todo ¿Cómo hacerlo para que no sospechara?.

Sabía que lo tomaría mal. Pero no era posible que se encontrara con Elwing, ni siquiera que imaginara que Elwing estaba en los Puertos; y Elwing estaba a punto de llegar y alojarse en su casa.

El libro de su primer maestro estaba completamente copiado. Le quedaban dos páginas. Una idea empezó a perfilarse en la mente de Aurenár... Le haría estudiar el Conjuro del Silima. Esa sustancia le atraía, sobre todo porque nadie después de Fëanor había logrado concluir su fórmula... Por mucha memoria que tuviera tardaría incluso meses en aprenderlo con precisión. Y entre tanto haría que Phaire, Turussë y hasta Galadriel la sobrecargaran de trabajo. No podían dejarle ni un minuto ocioso. De lo contrario...

Aurenár se estremeció con un escalofrío al pensar en qué sentiría ella si supiera que su padre iba a entrar a sangre y fuego aun con el riesgo de matarla a ella... ¡Era injusto! ¡Ahora que podía avanzar! ¡Ahora que empezaba a aprender cosas que le apasionaban y tenía proyectos y sueños!. Aurenár se escandalizaba siempre por la forma que tenía de blasfemar de los Valar, pero lo cierto es que algo de razón no le faltaba.

Un viejo trozo de pergamino sobresalía del libro de Alta Alquimia que Náredriel copiaba marcando la página por la que iba. Aurenár dejó caer su mirada sobre el manuscrito. Estaba muy emborronado, con tachones y rectificaciones abundantes y en los márgenes dibujos de estrellas de todo tipo que formaban extrañas constelaciones... una sonrisa se dibujó en el rostro de la Dama al descubrir que formaban tengwar. Poniendo atención se leía “Ereinion”. Los renglones torcidos y emborronados componían un poema:

Indotya ná pitya seldo (Tu corazón es un niño pequeño)
Salquentar líreion (Pastor de canciones)
Tucuvatyen nandeletye (Te traeré los acordes de tu arpa)
Ar náuvatye quentaro (Y serás narrador)
Vanye nyaro elenen (De bellos cuentos para las estrellas)
Salquentar líreion (Pastor de canciones)
A mirilya, nan mirima (Destella, pero libre)
A háka i ráma amba i nór (Abre las alas por encima de la tierra)
Nai na i menel erya mandotya (Que el cielo sea tu única prisión)

¿Ereinion?

Bueno, Náredriel no dejaba de ser una adolescente...

- ¡Ya está! –Anunció apareciendo de nuevo a la carrera.

- Muy buenos los versos –le dijo con una sonrisa pícara.

Náredriel sonrió y sin turbarse explicó.

- Eran un encargo.

Sí. Un encargo, pero hacía ya meses que Gil-galad había partido y ella llevaba aquel borrador a todas partes. Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de Aurenár que no siguió insistiendo en el tema por que sabía que no sacaría más de ella. Elfos profundos, abismos insondables.

Aurenár se acercó de nuevo al fuego y llamó a su lado a Náredriel. “Ahora o nunca”, se dijo:

- Veo que has acabado de copiar el libro... mientras me ayudas voy a hacerte algunas preguntas...

*** *** ***

Sus brazos abrazaban el libro que acababa de copiar y su mente a una idea fija: aprender rápidamente aquel conjuro. Aurenár la había confundido ¿Por qué suspender ahora todas las clases? ¿Por qué aprender el conjuro más difícil sin conocer los fáciles primero?.

Y de pronto aterrizó en su cara.

Viscoso, despectivo, repelente.

Un escupitajo le golpeó la mejilla con la fuerza de un troll.

Y tras él descubrió Náredriel los ojos verdes y enrojecidos de ira de un Sindar. Un chasquido le delató que Minastir, su guardaespaldas, se apresuraba a desenvainar la espada para defenderla . Un gesto de la Noldo lo detuvo:

- ¿Qué razón tienes para hacer esto? –Preguntó a su agresor con voz tranquila, algo desdeñosa.

- ¡¿No habéis tenido bastante?! ¡Perros! ¡Vampiros! ¡Vivís de la sangre de vuestros hermanos! ¡Pero no os lo cederemos!. Ulmo esta vez está a favor nuestro y Gil-galad traerá sus flotas, y Círdan... Jamás vuestras manos corruptas lo tocarán.

- ¡Cállate! –Le gritó Minastir- ¿Tienes idea de con quién estás hablando?

- ¡Lo sé! ¡Demasiado bien que lo sé! ¡Con una perra, hija y nieta de perros! ¡En cuanto tenga ocasión hundirá sus afilados dientes en nuestras gargantas! ¡Ojos fríos de mithril! ¡Cabellos rojos como la sangre! Pero yo también sé jurar y por lo más sagrado te prometo que el día en que tu padre entre en los Puertos blandiendo una espada, te buscaré donde quieras que te escondas y te rebanaré la cabeza y se la lanzaré de una patada al regazo.

La mano de Minastir aferró el brazo de la muchacha.

- Aranel, ven, este Elfo está loco...

- Pero ¿De qué hablas? –interpeló ella al Elfo sin vacilar, el entrecejo algo fruncido por la sorpresa.

- Del Silmaril, bruja, perra, asesina de hermanos!!!

- ¡Desvaría Aranel! ¡Está loco! ¡Loco! ¡Apresuraos! –le instó pálido Minastir.

Náredriel se dejó arrastrar por el guerrero movida por la idea de no aumentar el tumulto que se estaba formando. Si en vez de Minastir la hubiese custodiado Herumor, muchas cabezas estarían ya rodando por el suelo. Pero, mientras se dejaba conducir con una docilidad que asombraba al propio Minastir, sus ojos seguían mirando al Elfo que aún la insultaba y amenazaba en la lejanía.

A su mente afluían los recuerdos como fragmentos de un texto que se recomponía pero que ella no quería leer. La mirada de Elwing, la dureza de sus palabras, los oscuros silencios de Galadriel, los recelos solapados en el gris helado de los ojos de Celeborn... ¡Ven a despertarme Losille! –Suplicó. Y sus ojos se abrieron hasta sus límites confirmándole dolorosamente que no despertaba de un mal sueño; real era la mano de Minastir rodeando con fuerza su muñeca, real el empedrado que sonaba bajo sus pies y reales las nubes que oscurecían el sol anunciando la inminente llegada del invierno.

Ya en el palacio, se libró bruscamente de Minastir y corrió a buscar a Galadriel.

- Yestanye lelyanie atarinya, Nerwen. –Clamó con voz exigente. Brillaba en sus ojos el miedo, la duda y una rabia ciega. (Quiero ir con mi padre Nerwen)

Por vez primera en todos los años que llevaban juntas, la mente de Náredriel estaba abierta, y en ella resonó la voz de la Dama.

- Hehtauvanyet Fëanáro vanda, seldenya. Sina ná quettanya ar nárye vórima. (Te apartaré del juramento de Fëanor, mi niña. Esta es mi palabra y es firme).

Lágrimas que no eran sino la impotencia y el furor licuados brotaron de sus ojos y su rostro se descompuso en una mueca. ¡No podía luchar contra su destino y éste hablaba a su mente con la voz de Galadriel! Camino de su alcoba, todas las puertas fueron testigo y víctima de la ira desatada de la Princesa, que aquella noche buscó entre sus cosas la espada que hacía tanto tiempo no empuñaba, y abrazada a la cual se durmió. En su filo brillaban las palabras que Nárendur, el mejor herrero noldorin, había grabado para ella: ela yaiwenen turcan (Mira con desprecio a los poderosos).



55 Artafinde es el nombre quenya del hermano mayor de Galadriel, Finrod Felagund (en Sindar). Se separaron por vez primera cuando ella fue confiada al rey Thingol para ser educada por Melian.
56 Fragmento del juramento de Fëanor.


Quisiera agradecer a mucha gente personajes, ideas y sugerencias que he usado en este capítulo, pero sobre todo a Aurenár, que me facilitó módulos de Alquimia y me dio ideas para “terminar” a la fuerza mis clases.

Igualmente quiero agradecer de un modo muy especial (con muchísimo cariño) las correcciones hechas por Fëanor666, mi abuelo, de cuya paciencia y tiempo abuso descaradamente (Todos los nietos lo hacemos).



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