Wilwarin

29 de Mayo de 2005, a las 16:59 - Lisswen
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12. EREINION

La mañana resultaba tediosa. Plantados a pleno sol, enfundados en las rígidas ropas de gala, en la interminable espera de un barco que se retrasaba más y más.

El sol, paciente, recorría el camino de la mañana y las horas vacías empezaban a oler a aburrimiento y a impaciencia. La multitud que se había congregado para recibir al Rey distraía la espera tomando como objetivo de sus miradas la incipiente corte de Galadriel. Se esperaban figuras hieráticas e indolentes como estatuas.

Glorfindel decidió aprovechar el tiempo muerto para hacer prácticas de telepatía con Náredriel. Tema complicado porque ella estaba delante y solo de reojo se encontraban sus miradas, pero mejor, porque el nerviosismo que le producía su papel en la Bienvenida de Gil-galad se estaba instalando peligrosamente en su tripa y solo un esfuerzo como el de la transmisión de ideas podría acallar a sus temores:

"Celeborn lleva hoy 24 cruces en la trenza"

("¡Formidable! ¡¡¡Y ni un solo pelo fuera de sitio!!!")

"¡Pero no te lo pierdas¡ ¡He contado 27 en el oscuro cabello noldorin de Välwe!"

("Desmedido, como para todo...").

"19 en la de Aersul"

(" Y es del mismo color dorado de la arena de las playas... ¡Muy Falmari!")

"23 en Galathil"

("Superando en uno por su hermano Celeborn, que por algo es el mayor")

"¡¡Ohhh! Pero sólo 15 en el caballero Erengil,

(Ummm... ¡Minimalista! Pero es que el eficiente secretario no tiene tiempo para perder peinando inútiles trenzas)

"Pasemos a las Damas que son más imaginativas a la hora de peinarse"

(¡De aquí a que llegue el barco seguro que podrías contar los cruces de las trencitas de Galadriel!).

"Desisto. Prefiero extasiarme sin más contemplándolas. Es mejor no mezclar las matemáticas con el arte. Ayúdame a buscar adjetivos calificativos para la Dama Aurenar"

("Ummm")

"Sus cabellos caían sobre su cuerpo como ¿la niebla sobre el mar por las mañanas?"

("No. No se ajusta nada, la niebla carece de la fuerza de su melena. Di más bien: como las espumosas aguas de una cascada")

"Ummm... "

("¿Y la esposa de Aersul?")

"A ver... semejantes a pisadas de gaviotas n las playas... así eran las perlas negras que adornaban sus cabellos pálidos"

("¡Qué poco poético eres Glorfindel! Mira esta: Como si todos los términos se hubieran invertido y ahora la noche fuera clara y oscuras las estrella, así lucían las ristras de perlas, perfectamente negras en el cabello de Gaergil")

"¡Ciertamente no es una mala imagen!. Pero ¿y su hija? ¿La dulce Malitthe?"

("¿Esa te gusta a ti mucho eh?")

Glorfindel sonrió sin responder: Llevaba tiempo soñando con aquella niña suave y algo tímida que también a veces le miraba a él furtivamente. Esa mañana Malitthe se había peinado dos trenzas prietas y rodeaba su sien una fina cadena de plata de la que colgaba una concha.

El sol era inmisericorde en una primavera demasiado entrada en el invierno, pues faltaban aún algunos días para que la Meren Lótion (Fiesta de las Flores) la abriera oficialmente. Bajo los rayos de Anar las armaduras brillaban para fuera y quemaban para dentro. Ulmo, cruel, había retirado las brisas marinas y la espera se hacía insoportable, sudorosa, eterna.

En medio del silencio, Glorfindel luchó por no dejar escapar una risotada por que Náredriel acababa de enviarle una imagen mental: un Rey sin rostro que al bajar del barco tropezaba y caía. Un sonido a latón hueco multiplicaba sus ecos y una corona exageradamente voluminosa bajaba rodando hasta llegar a los pies de Celeborn. También la Dama Galadriel se volvió hacia ellos con expresión divertida, y luego lo hizo Aurenar, algo reprobatoria. Les estaba transmitiendo a las dos la misma imagen.

Náredriel estaba especialmente hermosa en aquella mañana. Poco tenía que ver con aquella niña asilvestrada que había llegado a los puertos años atrás, a medida que el tiempo afilaba sus rasgos su belleza recordaba cada vez más la de las grandes Damas noldorin: misteriosa y magnética y temible, como el resplandor del fuego en la noche. Los que habían conocido a su abuela se frotaban los ojos pues era a ella a quien veían aquella mañana enfundada en un vestido de un azul intenso que junto con su porte altivo y prepotente la distinguían como a una princesa y la pequeña diadema la adscribía a la casa de Finwë.

Y así, majestuosamente, sostenía en sus brazos un cojín de flores con una hermosa daga. Era el regalo de Caras Sirion a Ereinion. El filo era obra de los herreros noldorim, la cruz y la empuñadura tenían incrustadas las más bellas perlas de los Falmari y tanto la funda de cuero como el filo, habían sido decorados con motivos florales con el cuidado estilo de los Sindar. En días precedentes la discusión de quien debía entregarla se había elevado hasta el paroxismo. Finalmente Celeborn decidió unilateralmente que debía ser Náredriel: era un signo de la sumisión de los fëanorianos. Ella había captado la idea y no le hacía gracia: era la típica estratagema que le revolvía las tripas. Él y Salmarindil, el hijo del caballero Välwe debían seguirla en una pequeña comitiva. Entre los dos el Rey escogería a un escudero. Salmarindil tenía mucha ilusión por servir a Gil-galad pero Glorfindel sabía que el elegido sería él. Su madre insistía en que debía irse de Caras Sirion desde hacía tiempo, desde la gloriosa noche en que probó la libertad disfrazada de Carnië. Y su madre era influyente, y pesada. Con un soplido obligó a un mechón a retroceder y dejar libres sus ojos claros. Salmarindil lo miró con sarcasmo ¡Qué gesto tan poco elegante!.

Para desmentir a las gaviotas, que con su piar impertinente parecían reírse de la espera de todos, la campana de la Mindon replicó. Avisaba que los barcos ya se aproximaban. Un gran navío los precedía con un avance solemne. A medida que se aproximaba al puerto una figura se destacaba en la proa como un deslumbrante mascarón plateado, de brillos poderosos y magníficos. Estrella brillante le llamaban los Atani (hombres) y no era sin razón. También su embarcación parecía llamárselo, pues dejaba tras de sí una estela plateada de espuma, como la cola de un cometa

Los más rezagados de la ciudad, los comerciantes que mantenían el mercado aún abierto, se apresuraron a cerrar su actividad y corrieron al puerto sin querer perderse el acontecimiento del año: la llegada de Gil-galad. Todo Caras Sirion estaba allí ansiosos por volver a ver al Rey, que garantizaba su seguridad. Les gustaba saberse protegidos, que la flota de Círdan y la espada de Ereinion no permitirían que nada malo les sucediera. Los Gondolidrin aún tenían pesadillas en las que les aterrorizaba el furor de los dragones y los Doriathrin oían en sus malos sueños los gritos de furia de los Hijos de Fëanor.

Cuando el navío tomó puerto el Rey saludó arrancando un gran clamor de admiración entre los Elfos. Hasta Glorfindel sintió por vez primera el deseo de acompañarle en sus gestas. Luego, seguido por sus caballeros, empezó a bajar. ¡Era fantástico! La juventud de Ereinion sorprendía, contrastaba con su dignidad y con la magnificencia de su porte. La sangre Vanyar de su bisabuela aportaba un toque de serenidad a la severa nobleza de sus marcadas facciones noldorim. Su elevada estatura y la fuerza que se adivinaba en su cuerpo lo destacaba por encima de los otros caballeros de su séquito. No necesitaba ni de la armadura ni de la corona para decir que era un rey.

Apenas puso en el suelo el primero de sus pies varias decenas de cuernos lanzaron al viento acordes marciales y las doncellas lanzaron pétalos de rosas a sus pies.

Glorfindel tragó saliva: había llegado su momento. Náredriel le lanzó una sonrisa cómplice con la que iba otra vez aquella imagen del Rey rodando por el barco, pero esta vez tenía los nobles rasgos de Ereinion. Luego su oselle retomó la seriedad y empezó a caminar en dirección al rey.

El muchacho, que tenía que concentrarse para mover los pies, se preguntaba cómo podía ser que Náredriel estuviera tan relajada. Caminaba solemne pero graciosa, ajustado sus pasos al ritmo preciso para encontrarse frente al Rey justo en el centro. El y Salmarindil la seguían a cierta distancia, como escotándola. Exagerando un tanto el protocolo Sindar que Celeborn le había mostrado, Náredriel se puso frente al rey, se inclinó en una gentil reverencia y le ofreció la daga:

- Aran Meletyalda, ocólien sina pitya anna len. Emma cuile nár másselye. Nai Eru antalye ande yéni séro ar almo. (Majestad. Traigo este pequeño obsequio para ti. Nuestras vidas están en vuestras manos. Que Eru te otorgue largos años de paz y prosperidad).

Preciosa su voz, bien modulada, matizada en los tonos correctos. Glorfindel se extrañó. Actuaba con tanta naturalidad como cuando le daba a su caballo una palmada en el cuello. Parecía como si hubiera estado entregando regalos de bienvenida a un Rey supremo un día sí y otro también a lo largo de toda su vida. Los ojos de Gil-galad se encontraron largamente con los de Náredriel. Tomó la daga, la examinó con un gesto de satisfacción en la cara y la elevó como mostrándola a la multitud. Luego dijo, con una voz clara y potente:

- Hantalë. ¡Enyaluvan Caras Sirion oialë! (Gracias. Recordaré Caras Sirion siempre)

Luego encintó solemne su nueva daga y volvió a fijar sus ojos en Náredriel que esperaba una señal para hacerse a un lado, dejarle pasar y luego caminar tras el último de su séquito, según el ceremonial. Pero, saltándose el protocolo, el Rey tomó a la doncella de la mano y alzándola comenzó a caminar con ella hacia la Dama Galadriel. Glorfindel, confuso y descolocado por el nuevo orden del ceremonial, alcanzó sólo a oír al Rey preguntando:

- Quentuvalyë nin esselya? (Me dirás tu nombre)

- Inye ná Náredriel Canafinwërel, Herunya. (Yo soy Náredriel, hija de Canafinwë, mi señor)

- Ereiniones ná ónare vanima. Ná almarë Valarion, (Ereinion tiene una hermosa pariente. Es una bendición de los Valar)

*** *** ***

Gil-galad despidió al Caballero Arminas, que salió de la habitación con aspecto humillado tras preguntar lastimeramente:

- ¿Seguro que no quieres que te ayude, sobrino?

Rozando la crueldad él había contestado:

- Seguro que no, tío. Soy perfectamente capaz de desnudarme solo.

Pero tampoco lo había hecho.

Vestido y todo se dejó caer sobre la cama con todo su peso. Estaba demasiado cansado y exaltado como para dar importancia a los detalles.

Ereinion necesitaba verdaderamente quedarse sólo. Necesitaba que la puerta de su habitación se cerrara detrás de él, necesitaba ese pequeño espacio de libertad, como el aire tras una inmersión. Era el poco tiempo en que podía ser el mismo, quitarse sus ropajes, su corona, y sentirse pequeño y solo y entrar en sí mismo y conversar con aquel niño abandonado que habitaba en su alma. Allí juntos, en la trastienda de todas las victorias, reflexionaban entre las pilas de los caídos en las guerras: cadáveres semiolvidados, parcialmente devorados por el tiempo, apenas sepultados por cientos de excusas vertidas en grandilocuentes discursos: el honor, la libertad, el bien y la belleza.

Pero, de entre todos los muertos, destacaba Findacáno, su padre, al que nunca habían podido enterrar entre los dos. Su imagen, deshecha, dolorosamente deteriorada, regresaba periódicamente a su lado desde aquel lejano día en que una pesadilla desgarradora le rompió la noche y la infancia y el pequeño Ereinion gritó:

"¡Círdan! ¡Círdan! ¡Atarinya ná kwalin! ¡Erye ná kwalin!" (¡Mi padre está muerto! ¡Él está muerto!)

Desde entonces eran tantas las veces en las que volvía a ver los rubios cabellos que amaba desparramados por el polvo de Hithlum, apelmazados por los cuajarones de su propia sangre bajo el yelmo hundido por un mazazo de Gothmog... entonces, aturdido por el clamor de la batalla tenía que apartar al niño que se aferraba a las ropas de su padre, pisoteadas y vejadas, mezcladas de modo inmundo con sus propias vísceras. Mientras los caballos histéricos piafaban y los cuernos suplicaban la retirada imposible del cerco de la muerte y la sombra... y todo quedaba en un fúnebre lamento de mutilación y de abandono en un festín de lágrimas, de lágrimas innumerables.53

¿Por qué aquella noche venían a él tan vívidas esas imágenes?. ¿Por qué los malos sueños le atacaban?

Tal vez la cicatriz del brazo de Narwa le hubiera despertado con fuerza aquel recuerdo. La huella indeleble del asesino de su padre le había impresionado. El derecho, igual que Maedrhos.

"Eres el primero que la llama Narwa 54, igual que tu padre fue el primero que llamó Russandol a su tío" Había dicho Galadriel.

Ereinion había sonreído al recordar el relato preferido de su infancia, cuando su padre le narraba el rescate del alto Maedrhos y al llegar al episodio del águila lo sentaba sobre su cuello y con los brazos abiertos imitaba el vuelo majestuoso de Thorondor y corría por la habitación y todo lo demás quedaba tan abajo y tan lejano...

El Rey se levantó de la cama y abrió los brazos agitándolos de arriba a bajo y corrió haciendo eses por el cuarto, esquivando los muebles. Un espejo le devolvió su imagen grotesca. En sus rasgos reconocía los de su padre y por un momento se imaginó a sí mismo con Narwa herida, dulcemente tronchada en sus brazos, y notó sus ropas húmedas de la sangre de la doncella, princesa real de la clase de Finwë. El viento, aliado con el aleteo del águila enredaba los cabellos de ambos, ígneas llamaradas surcando la noche. De nuevo la realidad quedaba muy abajo y si estiraban los brazos podían atrapar las nubes, blancas y dulces.

"¡Basta ya!" Se dijo a sí mismo tratando de vaciar su mente de imágenes absurdas. Se volvió a tirar en la cama y allí dio varias vueltas, sintiendo la agilidad de su cuerpo. Trataba de relajar sus músculos en busca del reposo.

"- Ereinion, es absolutamente necesario que vayamos a hablar con Eärendil -argumentaba Celeborn- Elwing necesita nuestra ayuda, ese esposo suyo se ha empecinado en un absurdo... ya ha emprendido varios viajes en el "Vingilot" y eso hace que descuide todo lo demás. Los refugiados llevan allí casi treinta años y viven aún con la precariedad con que vivían al principio. Todo parece provisional, no acaban de crear un hogar, de formar un pueblo... ¡Es como si no creyeran ya en el futuro!

Galadriel, que no en vano era noldo interrumpió bruscamente a Celeborn, que odiaba aquella forma intempestiva de actuar:

- Te equivocas, melmenya (amor mío). El proyecto de Eärendil no es absurdo. Es nuestra única salida. Ereinion nos ha hablado del Norte: deTahur-en-Faroth para arriba los orcos campan a sus anchas...no podremos contenerlos ahí indefinidamente. ¿Qué haremos cuando lleguen a los Puertos? ¿Huir a Balar? ¿Y cuando también lleguen allí?. Necesitamos el perdón y la ayuda de los Valar.

-Ulmo nos ayuda, nos protege, ha cuidado de todos los Reinos e los Elfos, nos ha advertido del peligro... -alegó Galathil.

- Pero su ayuda no bastará contra Melkor, ha crecido, es poderoso... - había dicho él mismo...- creo que Galadriel tiene razón, como casi siempre... necesitamos el Perdón y la ayuda de los Valar, pero... ¿Quién viajará? ¿Quién osará penetrar más allá de la magia de las Islas Encantadas? ¿Quién atravesará las sombras de los Mares Sombríos hasta llegar a la bahía de Eldamar? ¿Podrá Eärendil? ¿Habría podido llegar Beren a Morgoth sin Lhutien?. Además tiene a los niños, tan pequeños aún... necesitan un padre al lado.

Ereinion no conocía a los niños, pero no era mucho mayor que ellos cuando la guerra lo había separado de su propio padre. Todos desde entonces cuidaban de él, pero... ¡Nadie había sido su padre! Círdan, siempre pendiente, formó a un rey, pero ¿Y el niño?. Melendur, Arminas, Elian, Lómendil... todos ellos eran caballeros cumpliendo con su deber, ayudando al Príncipe primero, luego al Rey, pero ¿Y Ereinion?

Hacía calor y se desabotonó la camisa, aunque desde que se había quitado la armadura aquella mañana había recuperado ya la sensación de volver a respirar, de sentir que su corazón se esponjaba, como si recuperara algo de espacio. Y en efecto, algo dentro de Ereinion iba creciendo, al tiempo que el Caballero Arminas, ayudante del Rey, tío del Rey, pesadilla del Rey... iba armando sobre una percha el mithril del peto, de las perneras, de los brazales y los durísimos anillos de la cota hasta formar un guerrero imponente y brillante, pero fantasmagórico y sin alma. Vacío.

Su tío le exasperaba.

Era un moscardón, la prolongación anormal del brazo de Berianis, su madre. Un mal sustituto de Fingon: Cuando de niño buscaba su fuerza, su seguridad, el brazo protector sobre los hombros, encontraba siempre el dedo en la llaga, la brizna en el ojo, el reproche absurdo por una arruga en la capa...

Ahora el frío hombre de mithril le miraba desde la percha con un brillito burlón.

- Alguien tiene que viajar al Oeste, lo sabes, nosotros solos no podemos... pero ¿Eärendil?

Ereinion lo recordaba de algunos años atrás, cuando desposó a Elwing. La luz de su cara era sobrecogedora y ambigua, pues aunaba la sabiduría de los Eldar y la fuerza de los hombres. Las muchachas suspiraban por él y miraban a Elwing con envidia... Pero Eärendil no tenía madera de rey. Era un soñador, un visionario que se embelesaba con el rumor de las aves y el vuelo de las aves marinas. No le extrañaba que muchos Gondolidrim siguieran viviendo en tiendas, asumiendo cada día con la provisionalidad de un viajero que mañana estará en otro lugar. Y también Elwing era una mística... pero ni los sueños ni las premoniciones ni los altos destinos hacen empedrados públicos, construyen casas o crean comercio.

Ereinion se incorporó de nuevo. No acababa de entrar en el sueño a pesar del cansancio. Atraído por la Hijas de Elentari se acercó al ventanal.

Caras Sirion: Contrariamente al Asentamiento de los Gondolidrim
El humilde campamento que había visitado años atrás, sí que había crecido. Apenas si eran unas pobres construcciones cuando el resto de Gondolin llegó vencido y amargado y ahora se había convertido en una preciosa ciudad, en un puerto colorido y lleno de actividad. Ereinion abrió la ventana y la fresca brisa de la noche le trajo ecos de músicas provenientes de la ciudad, juguetona a sus pies como un cachorro. A pesar de lo avanzado de la noche la actividad en el puerto era frenética. El buen tiempo empujaba a muchos Elfos a mirar las estrellas, a beber en las tabernas o a juntarse en corros alrededor de fogatas en la arena de las playas para contarse historias y cantar bajo la luna. Unas ganas terribles de mezclarse con la multitud se apoderaron de él. ¡Era irónico!. ¡Gil-galad podía decidir con solo dar una orden el futuro de los Eldar y de los Atani y sin embargo no era libre para abrir la puerta, salir a la calle y tomarse una cerveza en la taberna del puerto!

Como buscando aire se sentó informalmente en el alféizar de la ventana y oyó unos acordes, esta vez más cercanos y el viento le trajo la voz aterciopelada y cálida de su onónelle (primita) a quien vio sentada en el jardín blanca sobre el blanco mármol. Sus manos, como palomas, acariciaban las cuerdas del arpa, su rostro entregando a la música gestos inconscientes, emociones intensas que se materializaron sobre él dulces y melancólicas. Ereinion se concentró y entornó los ojos y trató de recordar la letra de aquel canto:

I áre cenutye (La luz de tus ojos)
Harnanien melio (Me ha herido de amor)
Cenuotye tereve (tus ojos penetrantes)
Kirie indossenya (se han clavado en mi alma)
Aike náro eleni (puntiagudas estrellas de fuego)
Sikil helko naikie (dolorosas dagas de hielo)
Harna áreo úestel (herido de luz sin esperanzas)

Ereinion no se cansaría jamás de aquella voz bien timbrada y suave pero fuerte como el viento en las velas de un barco. En la última frase ella levantó la cabeza y abrió los ojos: entonces descubrió a su primo contemplándola.

- ¿Quién ha escrito esta canción Narwa? ¿Es de tu padre? -Preguntó.

- ¿Qué? ¡No te oigo! ¿Por qué no bajas?

Él le había sonreído. ¿Bajar? ¡¿Por qué no?!. Ereinion se encaramó por la ventana y bajó ágilmente ayudado por la hiedra. Luego se sentó frente a ella.

- Es una canción muy bella, Te preguntaba si era de tu padre. -le dijo.

- Bueno, no, esta es mía... -respondió ella como avergonzándose- Eres el primero que la oye...

- Escribes canciones muy tristes... ¿En quién pensabas cuando la escribías?

- En nadie en concreto... -contestó ella algo distante- supongo que simplemente estaba triste...

- Sigue cantando... -le suplicó el rey.

Makwentani nai aure (Me pregunto si algún día)
Hiruvanye i hopasse antova (encontraré el refugio de tu boca)
Laive aire naikean (ungüento sagrado para mi dolor)
Ananta ar cenanye (pero sólo veo)
I huani yaiweotye (a los perros de tu desdén)
Lapsaie yárnye (lamiendo mi sangre)
Ar elye lala mahalmassetye háya (y tu ríes desde tu trono lejano)
I lanta melindotya harna (la caída de tu amante herido)

Ereinion la miraba sorprendido.

- ¿No pensabas en nadie? -Preguntó disimulando mal su emoción.

- Tal vez en Miriel, y en Finwë... -contestó Narwa

- ¿Míriel? ¿Ese es también tu nombre, no?

- Sí. -afirmó ella-. Así me llama mi padre. Náredriel es mi amilesse.

Un escalofrío recorrió la columna de Ereinion que sintió como si su espíritu y de Narwa se hubiesen rozado un momento. Indis lloraba en silencio por que Finwë, al abrazarla, susurraba otro nombre. Definitivamente la pequeña Narwa tenía alma de artista, como casi todos los de su casa.

- ¡Daría lo que fuera por tener un bardo como, tu, pitya! -dijo Ereinion.

Narwa dejó escapar una estruendosa carcajada:

- ¡Nai quetatye sine nati antaruvatye intiar atarynya, ar nar atta Silmarilis riesse Morgotho! (Si dices estas cosas darás ideas a mi padre y hay dos Silmarilis en la corona de Morgoth)

Una sonrisa entre sarcástica y tierna cruzó el rostro de Ereinion.

*** *** ***

Malitthe observó con temor al caballo. Salvo escasos paseos por la playa nunca había montado.

- Es un palafrén, pequeña, una yegua dócil y suave. Aunque te propusieras caerte no lo lograrías. -Dijo Lómendil.

Pero aquel noldo también la asustaba. Su cuerpo alto y fibroso hablaba de fuerza por sí mismo. No hacía falta tampoco que contara viejos recuerdos de batallas ganadas o perdidas para saber que había peleado en casi todas las guerras de Beleriand.

Sin embargo Lómendil tenía bien poco de temible. Sus facciones, de rasgos marcados, asumían con frecuencia la sonrisa, y no era de esas que se quedan simplemente en los labios como un rictus sino de aquellas otras que inundan el resto del rostro y salen al fin por los ojos, contagiando su alegría.

Las manos grandes y recias de Lómendil, avezadas a empuñar espadas y lanzas, tomaron con inusitada delicadeza el talle de la niña ayudándola a montar. La yegua acogió su carga con un relincho amable.

Ereinion miró a la pequeña, vacilante en su caballo. Estaba excitada por el viaje, probablemente el primero que hacía. Cuando se planteó la idea de ir a visitar a Elwing pensó en un rápido viaje con Galadriel y Celeborn, a lo sumo con Galathil y Aurenar cuyos deseos de ver a su nieta y sobrina eran comprensibles, pero la cosa se había desmadrado y ahora parecían un escuadrón de un ejército: Malitthe, sus padres, Glorfindel y Salmarindil, entre los cuales debía elegir un "escudero", Náredriel ¿Por qué Náredriel? Tal vez dejarla sola era un peligro...

La grotesca comitiva no tardó en partir. Les aguardaba un placentero viaje a través de la costa y a través de los designios secretos que el destino iba trenzando cuidadosamente para cada uno de ellos

Ereinion cabalgaba en silencio. Intentaba capturar los instantes vividos en algún lugar de la memoria. Cada trocito de suelo pisado por el caballo, cada jirón de nube, los matices del verde en las hojas... Galadriel se le acercó a la carrera contenta de cabalgar al aire libre, de mezclarse con la vida de Beleriand

- Oselle, cada momento es sagrado, es único e irrepetible. Jamás volverás a mirarme con esa mirada ni tendrás precisamente ese tono dorado en el pelo. Diré a Narwa que haga una canción sobre eso.

La Dama dejaba que el levante jugara con sus hermosos cabellos y era sobrecogedoramente bella como el paisaje que se extendía ante sus pies. El mediodía arrancaba brillos plateados a un mar en reposo y el terreno descendía hacia playas de arena fina, bordeadas por un caminito que serpeaba a la sobra de los abedules con la dulzura de los niños dormidos. A su derecha quedaban los plateados bosques de Nimbrethil.

- Has crecido, otorno, y estás mucho más reservado... -comentó Galadriel.

- Estoy mucho más cansado, Galadriel... siento que sobre mis hombros hay una carga demasiado grande. Cuando era niño pensaba que al crecer disminuiría, pero a medida que me he hecho mayor pesa cada día más...

La sonrisa de Galadriel se posó en sus ojos como un pájaro gentil que visita una rama.

- Por eso necesito estar solo, pensar... ¿Es la soledad el precio del poder?. -Ereinion dejó escapar un suspiro-

- El poder, otorno, supone ser el último de los esclavos -respondió con tristeza- pero no estar solo... Yo no lo estoy... Ni tu padre lo estuvo...

Galadriel le lanzó una mirada pícara.

- ¡No empieces ahora tú oselle! ¡Arminas solo piensa en casarme!

- Ya has pasado de los cincuenta años ampliamente, y eres el rey, casarte forma parte de tus obligaciones! ¡No dejes que tu alcoba se transforme en un asunto de estado! ¡No te dejes engañar, concédete el privilegio de enamorarte!
Ereinion dejó escapar una gran sonrisa...

- ¿Enamorarme? ¡Veo a tantas muchachas de mirada ambiciosa deslumbradas por un brillo que no tengo! ¡No saben lo que ambicionan! ¡No lo saben!

- Bueno Ereinion el corazón no suele pedirnos permiso para ciertas cosas -respondió la Dama.- y algo me han dicho de cierta noble doncella Sindar...

Ereinion rió.

- ¿Arien? Ella es un encanto y haría feliz a cualquier hombre...

Galadriel de pronto se hundió en el mutismo.

- ¿Qué has visto? -preguntó Ereinion.

- Nada -respondió ella tiernamente- Es que esta conversación me recordó a una que tuve con mi hermano Finrond...

- ¿Sobre que nadie lo heredaría?. Tal vez sea profético también para mí. Cada vez que me pongo la armadura me digo: "Tal vez esta vez te sirva de mortaja". Además casarme con una Elfa equivaldría a hacerla infeliz y desde luego no pienso dejar tras de mí a ningún niño que llore mi muerte noche tras noche frente a un cadáver soñado.

- ¡Ereinion! ¡Ereinion! ¡No hables así! Presiento que el tiempo de tus amores te ronda y que vendrá a ti con una fuerza que no esperas... que ni siquiera tus sueños más locos pueden sospechar... Y, sin embargo...

- ¿Sin embargo...?

Los ojos de Galadriel se posaron en los de Ereinion diáfanos y penetrantes.

- No veo a tu lado a ninguna reina, ni a niños...

Algo más iba a preguntar Gil-galad, pero Salmarindil se les acercaba con una sonrisa:

- ¿Os molesto? -Preguntó cortés

Galadriel y Ereinion se miraron.

- No -respondió Ereinion

- El Caballero Celeborn cree oportuno que aprovechemos la sombra de los abedules para descansar.

El Rey buscó cortés la aprobación de Galadriel y luego asintió descabalgando. Salmarindil seguía allí, plantado, sin atreverse a hablar.
- Y también -se arrancó al cabo de un rato- ¡Quería proponeros una carrera! ¡Glorfindel y las doncellas ya están preparados y nos gustaría que vos compitierais contra nosotros!

- ¿Sí? Pues... ¡A correr! -Dijo el Rey como si aquello le diera ocasión de huir de sí mismo.

Los cinco jóvenes Elfos se alinearon en la arena, tocando la marca húmeda a la que sólo llegan las más atrevidas de las olas. Melendur marcó el inicio de la carrera con un pañuelo y Ereinion dejó que los cuatro chavales avanzaran unos metros antes de arrancar él mismo a correr. La arena dificultaba la carrera de los que estaban más a la izquierda y el agua mojaba los pies de los que corrían más a la derecha. Pero todos eran ágiles y la vitalidad les invadía.

- ¡Hasta el final de la playa! -Retó Ereinion.

- ¡Nisselle ná i métima! ("Mujercita el último) - bromeó Salmarindil

Ereinion corrió y volvió a sentir la grata sensación del aire en la cara y el masaje áspero de la arena en la planta de los pies y la tensión en las pantorrillas, jadeante la respiración, fuerte el corazón demasiado grande para un pecho tan pequeño... "¡Ereinion, no os alejéis!" -Le gritaba Círdan preocupado. "Más rápido, más lejos", decía él intentando creerse la sensación falsa de libertad que le daba la carrera, que le daba el mar incontenible, que le daba el levante despeinándolo travieso....

Malitthe quedó atrás, y Glorfindel... Narwa era la próxima en ser alcanzada y Salmarindil, en vanguardia llevaba muchísima ventaja...

- ¡Onónelle! ¡Monta! -dijo tomándola a caballito

- ¿Qué haces onóro? -Preguntó ella.

- Vencer a Salmarindil libre de peso no tiene gracia -dijo corriendo con ella encima.- ¡Compartamos la gloria! ¡La victoria para los hijos de Finwë!

La pequeña divertida se aferró ágilmente al cuerpo del rey, como si quisiera desvanecer su peso desafiando las leyes de la física, y le gritaba

- ¡Rápido Ereinion! ¡Hasta el viento envidia tus veloces piernas!

- ¡Si me haces reír no podré correr Narwa y si dices esas tonterías me reiré!

- ¡Pues son las que le digo a Nandelle y a ella le encantan!

Y Ereinion relinchó como un caballo y estremeció sus labios fingiendo un piafido y Náredriel rió. Sonoras carcajadas emprendieron el vuelo, como palomas que son liberas de golpe y la alegría se condensó en gotitas traviesas que anegaron los ojos y provocaron que les diera igual que Salmarindil ganara la carrera y que Glorfindel, gentil, permitiera que Malitthe le venciera...todo era lo mismo mientras en el vientre les fluyera aquel reír tonto, aquel arañar como gatitos ese extraño sentimiento que algunos llaman felicidad.

- Atrapa este instante onónelle y haz con él un canto que me acompañe cuando el invierno sea largo y la lluvia me castigue y tu estés lejos...

*** *** ***

El ultimo tramo del camino lo hizo con Narwa. Le gustaba su compañía porque sabía hablar y era ingeniosa en su charla y también conocía el arte callar y hacer profundo y sabio su silencio.

En sus ojos pudo ver Ereinion la sorpresa al ver el Asentimiento de los Gondolidrin. Quizá en su mente vivieran las ideas de calles empedradas de mármol, de altas torres y de la plaza del Rey con sus árboles soberbios y esas maravillas cuadraban bien poco con las escasas construcciones de sobria roca y de madera y con las innumerables tiendas de gruesos tejidos monocromáticos.

- Esta gente no ve Arvernien como su hogar.- dijo a su primo.- Deben presentir que no vale la pena edificar mejor, crear un Reino... O tal vez sea un efecto del Hado de los Noldor.

- Tal vez simplemente han elegido un estilo de vida sencillo

- ¿Noldor viviendo como silvanos o como Falmari? ¡Eso es imposible! ¿Es que tu no sientes en tus venas el deseo incontrolable de crear y ver crecer, la pasión de aprender cosas nuevas y descubrir todo lo oculto? -Preguntó ella con pasión.

- ¡No conoces a Telperinquar, tu primo, pero hablas como él! ¡Verdaderamente la fuerza de la familia es innegable! ¡Sois artistas hasta la médula de vuestros huesos¡

Elwing y Eärendil vivían en la construcción más grande del asentamiento, en la más noble. Pero a pesar de su sobria elegancia, había en ella un aire de decadencia y de tristeza que contrastaba con la felicidad de la pareja y las risas de sus pequeños.

Los invitados fueron acogidos entre honores y cariños. Galathil dejó que la frialdad de sus ojos se empapara de ternura al ver a los niños y Aurenar rodeó con los brazos a Elwing, su sobrina y ambas se fundieron en un largo abrazo que consolaba sus añoranzas. También hubo abrazos afectuosos para Celeborn y para Galadriel así como cumplidos y agradecimientos, sobre todo de Eärendil para Aersul y su familia. Ereinion esperó paciente el turno de saludar y de ser saludado contento por no afrontar otra acogida protocolaria y larga. Finalmente los ojos de Elwing se volvieron a Narwa. Galadriel se la presentó.

- No puedo decir que sea un placer conocerte ni tampoco dar la bienvenida a mi casa a la hija del elfo que asesinó a mi padre y masacró a mi pueblo. Tolero tu presencia en atención a Finwë, antepasado también de Mi esposo, de la Dama Galadriel a quien tanto respeto, y de mi Rey

Náredriel vaciló. Una sensación extraña la invadía desde que sus pies habían tocado el suelo de la casa. Elwing le aguantaba la mirada, segura y desafiante. También ella clavó los ojos en la dama y su mirada era torva. Por un momento todos temieron sus palabras pero Narwa dijo sólo:

- Y en atención a Finwë os lo agradezco.

Tras esto se abrazó a un silencio oscuro y reflexivo. Galadriel se alegró que no pudiera traspasar las mentes, por que descubriría en aquel momento secretos ocultos e inquietantes, pero aún así sabía que una sospecha estaba entrando en el corazón de su pupila y que su mente inquisitiva no tardaría en atar cabos y..

Más peligroso era su silencio que la respuesta sarcástica que todos esperaban de sus labios libertarios.

No se hería impunemente el orgullo de un descendiente de Fëanor. Y aunque tanto ella como Ereinion, como el mismo Eärendil intentaban quitar hierro al comentario, sabían los tres que aunque basta un tonto para lanzar una piedra a un pozo ni mil sabios son capaces de sacarla luego.

"¡Mala idea tenerla de enemiga! ¡Mala! ¡Mala idea!. Sobre todo -pensaba Galadriel, con un Silmaril tan cercano..."

*** *** ***

El ambiente era festivo. Ante la casa de Eärendil y de Elwing se habían instalado bellos tapices y un entarimado con un palio, en el que Ereinion daría comienzo a la Fiesta. Realmente, enfundado en su armadura, erguida la cabeza y firme la mirada, su figura imponía, suscitaba ansia de seguirle a la guerra, a la paz, de cruzar con él el mar si ello era preciso.

Y el Rey les habló: les instó a olvidar el pasado y a reconquistar en nuevas tierras el esplendor que Turgon había logrado para Gondolin. Dijo que el Rey no era nada más que el reflejo de la gente a la que servía y que esperaba grandes cosas de ellos.

- El enemigo se agita en el Norte, pero sus pies serán frenados, frenados para siempre y el mal encontrará su tumba en el vacío. Una esperanza está puesta en vosotras, algo de lo que hablan antiguas profecías. Melkor se estremece ante vuestro nombre, porque sabe que mientras haya en pie un solo Gondolidrin no podrá decir que la ciudad ha sido reducida al anatema. Y Gondolin ha sido herida, pero no muerta y renacerá, como Glorfindel lo ha hecho, parar traer la esperanza a los Eldar y a los Atani.

Los corazones de las gentes palpitaron con fuerza en sus pechos, y cientos de gargantas corearon el nombre de su rey y el de su ciudad perdida. Una luz deslumbrante brilló en los ojos de Eärendil y Elwing palideció. Gil-galad, ya callado, miraba a las gentes y con un gesto reclamó silencio. Luego dio la fiesta por abierta. Las gentes se agruparon para dejar lugar a las competiciones: de arco, carreras, lucha a espada... Los guerreros se exhibían y las doncellas mostraban el esplendor de su belleza con vestidos nuevos. Elros y Elrond, los pequeños príncipes de la Casa Real ofrecían a los vencedores coronas de laurel y las muchachas vitoreaban a los vencedores a quien también Gil-galad saludaba solemne.

Acabadas las justas la multitud se entremezcló. Los muchachos regalaban a las chicas coronas de flores para sus cabellos y estas arrojaban sobre ellos pétalos de rosas.

Ereinion buscó en su túnica una corona de flores azules. Su papel en la fiesta había concluido y albergaba la esperanza de poder disfrutar el resto del día de cierta libertad. Sin embargo, antes de que encontrara a Narwa fue rodeado por los vencedores de los juegos y por doncellas que le lanzaban pétalos y le ofrecían frutas y Gondolidrin que le reiteraban las gracias por la ayuda prestada apenas treinta años atrás... y entre la jaula humana que lo retenía pudo ver a Glorfindel y Salmarindil ofrecer sus guirnaldas a Malitthe y a Narwa y a los cuatro salir juntos y perderse entre la multitud. La guirnalda de flores azules se le cayó de las manos y la multitud pisoteó las corolas mortecinas y fragantes.

Empujado, interpelado, vapuleado... Ereinion entendió que la libertad le había vuelto a ser arrebatada. Y el día transcurrió en una amarga soledad en medio de una constante multitud.

Poco después de la media tarde Elwing y Eärendil lo rescataron por fin y se adelantaron con él y los gemelos a la pequeña cala. Allí jugó con los niños y habló con Eärendil sobre Vingilot, único tema que últimamente merecía su atención. La cabeza de Ereinion iba llenándose de quillas y de nudos y de estribores y proas y del mistral y el levante la bajamar y las corrientes marinas...

Poco antes del atardecer, cuando el sol era una enorme naranja adosada en la lejanía del cielo todos fueron llegando. Galathil, Aurenar y Celeborn precedían a Galadriel con Melendur. Más retrasados Aersul y su esposa escrutaban a la multitud buscando a Malitthe.

- Los cuatro niños iban juntos, no creo que corran ningún peligro -dijo Ereinion.

- No. Por ahí vienen -dijo Gaergil ya más tranquila.

Cuatro figuras hermosas y ágiles avanzaban por la arena. Glorfindel y Malitthe tenían el aspecto de haber disfrutado de la fiesta, Narwa y Salmarindil el de haberla padecido. No bien llegaron Salmarindil fue a sentarse al lado de Lómendil y Narwa en el otro extremo, con Aurenar.

Todos parecían cansados y agradecidos de disfrutar de la relativa soledad de la cala. Un airecillo rebelde empezó a soplar y el mar movía las olas inquieto y juguetón como si Ulmo le hiciera cosquillas.

Solo los gemelos parecían libres del cansancio y del sopor, afanados en hacer una fortificación con la arena. Pero la Mindon principal se les resistía y tras el quinto intento frustrado Elros desistió. Fue corriendo hasta su padre y empezó a explicarle miles de cosas haciendo gestos allí donde las palabras no parecían expresarse lo suficientemente bien. Eärendil sonrió con ternura y salió de su ensimismamiento para escuchar al niño. Tras un ratito de conversación secreta el medio elfo se levantó con una dulce sonrisa para satisfacer al niño. No tardaron en aparecer cargados con varios palos tallados en forma de espada:

- Meletyalda -dijo Eärendil ceremonioso- mi Hijo el noble Elros os reta a singular combate a vos y a vuestros caballeros...

- ¡En guardia Gil-galad! -Dijo el pequeño saliendo desde detrás de las piernas de su padre blandiendo el palo.

Muy divertido ante la propuesta del niño Ereinion tomó otra de las espadas y le hizo frente. Después de un día de compromisos jugar a las espadas era lo mejor que podía pasarle.

El pequeño atacaba con coraje imitando los gestos que sin duda había observado cientos de veces cuando los jóvenes en edad de esgrimir una espada eran instruidos militarmente. Ereinion le contestaba teatralmente, exagerando esos mismos gestos ante la risa de Elrond, que no dejaba su Mindon, pero tampoco se perdía ni un detalle de la escena.

- Salmarindil! ¡A mí noble caballero! -Gritó Ereinion

- ¡A mí, Glorfindel!. -convocó Elros

- ¡Más refuerzos! ¡Dama Aurenar! -clamó Gil-galad

- ¿Una Dama? ¡Galadriel! -llamó Elros

La risa de Galadriel estalló con fuerza

- Delego, mi joven príncipe, en mi campeona, la Princesa Náredriel

Los ojos de Galadriel se encontraron con los de Elwing, llenos de reproches y luego con los de su pupila, quien, aunque no parecía muy dispuesta a jugar, al captar el gesto de desagrado de la dama Elwing le entraron las ganas de golpe. Con toda la rabia de la jornada creciendo dentro de su pecho aferró la "espada" de madera con la mano izquierda.

- ¡A por el Rey! - Le ordenó Elros como capitán.

Náredriel se dispuso a atacara a Ereinion, pero Salmarindil se interpuso en su camino. Diestramente la Princesa hizo frente al joven caballero a quien desarmó en poco más de dos envites.

- ¡Buena campeona has elegido Galadriel! -Dijo Elros mientras "caía" bajo la espada de Ereinion.

- ¡Contra mí, Náredriel! -Retó Aurenar riendo contenta por poder pelear con su "alumna". Ambas se miraron, pero de Náredriel habían desaparecido las sonrisas.

Fieramente atacó a su amiga. La supremacía esta vez era de Aurenar, más experimentada, más fría y mucho más técnica que Náredriel. Pero Narwa era una difícil rival. Luchaba denodadamente y parecía crecerse ante la dificultad. Suplía con una ciega pasión las carencias técnicas y era temeraria frente al enemigo. Así, pese a la indiscutible maestría de Aurenar, Narwa asestó un par de buenos golpes.

El caballero Lómendil se levantó: no daba crédito a sus ojos. Que la pequeña Náredriel manejara una espada entraba dentro de la lógica, pero jamás hubiera pensado que La Dama Aurenar, distante, delicada, frágil... fuera capaz de esgrimirla con aquella impecable soltura que ya querría él para algunos de sus hombres. En sus ojos brillaba un interés nuevo por aquella Sindar elegante y misteriosa...

- ¡Aurenar, déjamela a mí! -Pidió Ereinion.

Los ojos de Náredriel se posaron en él peligrosos e indómitos. Los últimos golpes contra Aurenar no habían sido ya de bromas. Su furor se había desatado y ya no podía ser devuelto a los silos siniestros del alma.

Descargado desde el orgullo herido, desde el sarcasmo obligado a morir antes de atravesar la barrera carnosa de los labios, desde la dignidad violentada y desde la duda más radical de todo, el primer golpe partió en dos la espada-palo de Ereinion.

Celeborn, nervioso, se puso en pie, dispuesto a cortar el juego, que bien veía estaba dejando de serlo. Pero entendió que la situación había escapado ya de las manos de todos cuando Glorfindel le pasó otra "arma" al rey y Ereinion lanzó un ataque más en serio. Ella lo aguantó con firmeza. "Con un arma en las manos esta niña puede ser temible" -pensó con preocupación. Un escalofrío recorrió la espalda de Galadriel que empalideció ¿Una visión?

Un viento helado del Oeste se había llevado la guirnalda de flores y el cabello de Narwa se agitaba en todas direcciones como látigos de fuego, levantando en Elwing recuerdos antiguos de otra cruel batalla.

- ¡Basta ya! -Gritó la soberana, retorciéndose las manos.

Pero no le hicieron caso.

Por que los dos rivales sostenían un combate cósmico que tocaba su esencia, un pulso de poder y de fuerza que ya no podía interrumpirse.

- Le hará daño a la chica -dijo Arminas dispuesto a detenerlo.

Pero la mano de Melendur le paró.

- Tal vez a ella le venga bien una paliza, Arminas, deja de meterte en todo.

Náredriel afinaba cada vez más lo ataques y preveía cada vez mejor las defensas de Ereinion. Sin ser conscientes se habían aproximado al agua y las olas empezaron a lamerles los pies con fruición.

El viento se encarnizó con las melenas transformando el propio cabello en un enemigo feroz que les estorbaba en los ojos o se les metía en la boca, como si en vez de estar a favor estuviera en contra.

Cada vez estaban más cerca del mar, cada vez las olas se apropiaban de un centímetro más de su piel y de sus ropas. El borde de la falda del vestido de Náredriel se fue empapando y haciéndose pesado hasta entorpecer sus movimientos haciéndolos más lentos y largos. Pero eso no le impidió embestir nuevamente. Ereinion paró el golpe de su "espada" y aprovechando la ceguera de su furia le puso una zancadilla que la hizo caer boca abajo en la arena. Como compinchado el mar le lanzó una ola embravecida que le empapó el resto de su ropa y se llevó flotando su espada caída.

- ¡Te rindes onónelle! -Le preguntó recuperando la sonrisa y tendiéndole amistoso una mano.

- ¡Jamás! -Respondió ella con rabia escupiendo arena y orgullo, desdeñando la mano de Ereinion al tiempo que se abalanzaba sobre él en un desesperado cuerpo a cuerpo.

El Rey, sorprendido, cayó de espaldas sobre la arena.

Ella le golpeó con una fuerza inusitada, como un animal azuzado que pone su vida en el ataque.

Ereinion no quería hacerle daño, pero aquello había dejado de ser un juego ya hacía rato. Así le apresó las manos forzándolas a parar de golpearle y le dijo:

- Narwa, ya basta!.

Pero ella, como respuesta cerró sus dientes sobre el lóbulo derecho de Ereinion hasta hacerlo sangrar. El Rey gimió ante un dolor inesperado e instintivamente apretó los brazos de Narwa con toda su fuerza y dándose la vuelta quedó encima de ella aprisionándola con su robusto cuerpo.

- ¡He dicho basta! -ordenó enfadado. ¡Basta!, ¡Ya basta! ¡Es suficiente!

Narwa se retorcía torpemente bajo el cuerpo de Ereinion, bajo la recia espesura de su falda empapada. Era como un pez que baila su última danza frenética en el anzuelo del pescador. Las grandes manos del guerrero sostenían sus brazos por encima de la cabeza, y sus piernas inmovilizaban a las de ella, enloquecidas por dar patadas.

Tuvo que reconocer que estaba vencida.

- ¡Di que te rindes! ¡Dilo! ¡Dilo de una vez y no me obligues a hacerte daño!

Ulmo lanzó contra ellos feroces olas de espuma enardecida que les dejaron en los labios un sabor salobre y amargo. La arena se hundió bajo el peso de sus cuerpos palpitantes, formando un lecho húmedo y algo viscoso. Las gaviotas volaban arrojando a la tierra unos graznidos odiosos que parecían burlonas carcajadas.

Y Narwa, agotada y dolorida, dejó de forcejear.

Ereinion contempló desde su supremacía el rostro de su prima a muy pocos centímetros del suyo: en sus ojos enfurecidos ardían llamas de fuego y en su boca entreabierta promesas de delicias. Como una estrella de mar varada y solitaria se extendía sobre la arena su cabello, rojo y mojado. A los labios de Ereinion llegaba cálido el vaho de su aliento entrecortado mientras notaba como sus pequeños pechos se agitaban en el aleteo de una respiración jadeante y violenta.

Y el destino cayó sobre él y lo desarmó, atrapando en un hechizo a su corazón, que quedó malherido por un deseo tan violento y súbito como la pleamar.

Sus brazos aflojaron la presa que sostenía a Narwa e, incorporándose entre asustado y avergonzado, se le quitó de encima.

Ella veloz como las gacelas, emprendió la fuga herida también, pero aún altiva, esquivando la ayuda que le tendía Galadriel, el manto que le ofrecía Glorfindel, surcando la arena de la playa con huellas pequeñas que el mar se encargaba de llenar de agua: brillantes charquitos que parecían las lágrimas de alguna estrella fugaz.

Con la cabeza entre las manos y el mar golpeándole, Ereinion Gil-galad, Rey supremo de los Noldor, contempló entre callados sollozos la radicalidad absoluta de su soledad. Pondría su corazón en una vitrina y lo regaría a diario con el recuerdo de Narwa, corriendo así descalza por sus sueños. "Di "Me rindo"... Dilo..."

Súbitamente un gélido viento del Oeste sopló trayendo la sonrisa irónica de la figura oscura de un juez que profetizaba en los confines septentrionales del Reino Guardado, en los bordes del desierto baldío de Araman. "Lágrimas innumerables derramareis y ni siquiera los ecos de vuestros lamentos pasará por sobre las montañas..."

- Dilo onónelle... Di ¡Me rindo, me rindo. ! ¡Me rindo!



53 Fingon (Findácano en quenya) el padre de Ereinion Gil-galad murió en la Quinta Batalla de las guerras de Beleriand, llamada la Nirnaeth Arnoediad, traducida por "Lágrimas Innumerables".

54 Narwa es una palabra quenya que puede traducirse por el color rojo intenso de la llama. Russandol significa "cobrizo". Fingón, en solitario rescató a Maedrhos de las torres de Thangorondrim



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