Wilwarin

29 de Mayo de 2005, a las 16:59 - Lisswen
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16. I RIE NENESSE (La corona en las aguas)

“La diferencia entre los dos es que yo sueño mientras tú duermes”

*

Losrandir se despertó sobresaltado. Sentía a su lado el reencontrado cuerpo de su esposa y lo abrazó. Ella se movió levemente, pero siguió durmiendo. Los más madrugadores de los pájaros entonaban sus gorjeos como saludo al sol que, muy a lo lejos, empezaba a nacer.

¡Otra vez aquel sueño!

Se movió inquieto en el lecho. Sentía a su lado la placidez de la respiración de su esposa y se preguntaba por qué senderos de ensueños estaría caminando; tan presente y tan distante a la vez...

Losrandir se incorporó apoyando la espalda en el cabezal del lecho.

Tomó aire.

Contó los nudos de la madera de una viga del techo.

Volvió a tenderse.

*

Intentó buscar caminos nuevos, pero sus pasos lo conducían una y otra vez a los viejos senderos enlodados, a los pies siempre húmedos por el avance imparable de las aguas.

Losrandir se veía a sí mismo condenado la burlar la crecida del mar, tirando con todas sus fuerzas de un caballo que resoplaba cada vez que había de arrancar una de sus patas de las tumbas de lodo para dar otro paso.

Y lo estremeció la misma sensación de soledad que cuando vio erguirse ante él la alta y desierta torre de Tol Sirion.

Se paró a respirar, agotado tras la descomunal batalla con el barro. Aspiró profundamente y aguzó su fina vista de elfo.

A lo lejos distinguió una silueta tendida en el suelo de una especie de islote, que las aguas engullían paulatinas. Parecía una Elfa, y pensó que si estuviese viva, debía salir de allí en aquel momento o se hundiría para siempre. Losrandir dejó el caballo y se adentró en el agua. No podía descuidarse, porque su nivel subía constantemente y la coraza de cuero le impediría nadar.

¿No habrían sido también un sueño los ojos grises de la muchacha que lo miraron vacíos?

Llevaba hermosos vestidos, pero desgarrados y cubiertos de sangre y de lodo y de sal reseca. Rojos los cabellos en desorden y desencajada la expresión. Sus dedos jugueteaban con una diadema cubierta de barro.

Losrandir se vio por un momento siendo un niño perdido en la nieve, una inmensidad blanca e intachable. Recordó el frío, y que no podía mover los pies. El azul de su mano y el rojo de su sangre manchando la nieve eran los únicos colores. Azul como aquellas aguas, rojo como este cabello.

No estaba seguro de haber vivido aquello de la nieve. ¿Era real esto del agua?

- ¿Estás bien? –preguntó Losrandir apartándose unos mechones húmedos y dorados del rostro.

- Sí... –contestó ella, aún tumbada, indolente- Miraba las estrellas... pronto surcará el cielo Eärendil...

Su voz era bella, bien timbrada, sonora...

- ¡Tenemos que irnos de aquí enseguida! ¡Las aguas están subiendo! –Dijo él y la urgencia bailaba en el azul de su mirada pura.

La elfa se incorporó, miró a su alrededor y sonrió...

- ¿Las aguas...? Sí... primero lo ensucian, luego lo limpian... ¿Ya no existen, verdad?... Los Puertos ya no existen... Todo el Sirion desaparecerá con su soberbia de río caudaloso. Las olas chupan y el mar devora... Mejor así... ¿Crees que los recuerdos se borrarán también? –Dijo con una sonrisa desidiosa.

- Lo que creo mi Señora -dijo gravemente- es que debemos irnos ahora mismo.

Losrandir pensó que estaba ida. Tal vez hubiera recibido un golpe en la cabeza. O hubiese visto morir a sus padres...

Tomó a la chica en brazos y su contacto le trajo un antiguo recuerdo: los brazos de una elfa que lo alzaban a él rescatándolo de la nieve de Neldoreth. Pero ahora era al revés. Quién salvaba era él. La muchacha pesaba poco, era muy joven. A medida que avanzaban hacia la costa reía y salpicaba de agua a su rescatador.

- A tula eär!!!!... hylia nin...!!! (Ven mar.... sígueme...) –le gritaba al mar y silbaba como si el agua fuera un perro.

Definitivamente estaba loca.

*** *** ***

Nárendur hizo sonar el cuerno con la esperanza de congregar a los dispersos.

¡Aquella confusión!...

La sensación de impotencia era tan intensa como un sabor fijado en el paladar. A veces la tierra que iban a pisar se resquebrajaba escupiendo fuego, otras veces las aguas subían tan de repente que una ola los empapaba para retirarse con una sonrisa sarcástica de espuma y les obligaba a correr sobre el lodo, tan viscoso como aquella situación.

I verie híra cénisse kotimo henu. (El valor llega al mirar los ojos del enemigo)

Aquella era la consigna de su casa, la frase que siempre había conducido a Nárendur. Pero ahora el enemigo no tenía ojos a los que mirar, ni de nada valían con él las espadas. Se habían librado de Morgoth... ¿Se librarían de la injusta ira de los demás Valar?

- ¡Nárendur, parece que por el sur se divisa un grupo! –Le advirtió Elenhér.

El Noldo, esperanzado, volvió a hacer sonar el cuerno con toda la fuerza de sus pulmones. Los demás aguzaron el oído.

... el bramido del mar....

... el crujir de tierras que por doquier se desmembraban...

Pero tras unos interminables minutos, un quejido agudo se dejó sentir.

- ¡Es la señal de las sanadoras! –Exclamó Elenhér con un grito de dicha.

Y el cuerno de Nárendur sonó de nuevo con una desconocida intensidad, con la fuerza arrebatadora de la alegría.

El grupo los había detectado y se aproximaba, aunque su marcha era lenta. Los caminos improvisados suelen ser inciertos y difíciles.

Poco más tarde Elenhér empezó a distinguir el número de personas del grupo, la individualidad de sus siluetas y, por fin, el nombre de cada elfa.

“Anarsel” –dijo Elenhér.

Nárendur se turbó al oír ese nombre. Una punzada de felicidad le hirió las entrañas, iluminando con su contraste la negrura de su pena.

- ¿Y la Aranel? –Preguntó ansioso- ¿Viene con ellas?

- No hay ninguna de cabello rojo, Nárendur. –Dijo Elenhér apesadumbrado.

Nárendur tomó aire cansadamente y se dio cuenta de lo agotado que estaba.

La noche a la que había sobrevivido sólo podía compararse en tinieblas y dudas a la de Alqualondë.

¡Aquella tensión espesa! ¡La espera de los emisarios que habían llevado a Eönwë la exigencia de los Silmarilli!

En la mente de todos estaban Doriath y Caras Sirion... ¡Cada vez costaba más! ¡Cada vez era el dolor más agudo y descarnado! Un nuevo enfrentamiento sería soportable sólo si fuera el último...

Y el rostro de los emisarios presagiaba lo peor.

No bien se oyó el galope de los caballos, Nelyafinwë había salido apresurado de su tienda y Macalaurë había dejado bruscamente el arpa en las manos de su hija.

- El Heraldo de Manwë ha sido claro, mi Señor –había dicho abatido el mensajero- Afirma que no tenéis ningún derecho a los Silmarilli. Alega en contra vuestra la Matanza de Hermanos, el asesinato de Dior, los hechos de los Puertos. Dice que él no tiene autoridad para discernir un asunto así y que si de verdad queréis recuperar los Silmarilli debéis regresar a Valinor y someteros al juicio de los Valar.

La ira se adueñó del rostro de Nelyafinwë que miró a su hermano y sin mediar palabra se dirigió hacia su tienda dando grandes zancadas. Macalaurë corrió tras él.

- ¡Atto! (Papá) -Le dijo Míriel con ansiedad.

- Enquentuvalme yendenya. (Hablaremos luego, hija mía) –La detuvo desapareciendo en la tienda tras su hermano.

Nárendur había puesto entonces su mano en el hombro de la princesa.

- Karuvarante i nati máre (Harán las cosas bien) –le aseguró.

Ella lo miró largamente, como el caminante que en una encrucijada duda entre la izquierda o la derecha.

A su alrededor las tierras empezaban a resquebrajarse, insinuando con grietas zigzagueantes la proximidad de grandes desastres.

Ya nada sería igual; nunca.

¿No sería ya hora de volver a un hogar asentado en unas Tierras Imperecederas?

Tal vez era el tiempo propicio para recobrar los recuerdos, abrazar a los parientes que se habían quedado; pisar la colina verde de Túna, asombrarse ante la altivez de la Mindon Eldaliéva... bañarse en las playas de Eldamar...

Incontables preguntas se formaban en la mente de Míriel:

- Nárendur, ¿mánen ná Valinor? (Nárendur, ¿cómo es Valinor?)

- Valinor nárie varda, vanima nórion. (Valinor era sublime, la más hermosa de las tierras) –Evocó soñador- Ilkwa nárie ontaie kaleo... (Todo estaba creado de luz...) –Pero luego miró fijamente a Míriel y le dijo- Ananta i rilma Aldaron firie ar si er Anar kalya ve sinome (Sin embargo el resplandor de los Árboles ha muerto y ahora sólo el sol brilla, como aquí).

Míriel negaba con la cabeza, como si deseara oír otra cosa:

- I Valar Máhanaxassen karuvar failie. I Silmarilli nár elma... Mahtariente ara elme... kéniente i kotimo ná Morgoth... –Aseguró. (los Valar en Máhanaxar harán justicia. Los Silmarilli son nuestros. Ellos han luchado a nuestro lado... han visto que el enemigo es Morgoth)

Nárendur bajó la cabeza. ¡Ojalá lo que ella decía fuera cierto! ¡Ojalá pudiera creer en la Justicia de los Valar!

- Lá herinya, úistanye mán autuva, nan apakwenta i úlelyaelme Valinoresse kuilenen (No mi señora, no sé qué pasará, pero predigo que no iremos a Valinor con vida). –Respondió el noldo muy seriamente.

En la tienda se oían las voces acaloradas de Maedhros y Maglor. No se entendían sus palabras pero todos sabían que aquellos sonidos ásperos torcerían el rumbo de sus vidas a derecha o a izquierda.

Muchos de los Noldor miraban a Míriel, que se hundió en un silencio reflexivo, como si analizara minuciosamente muchas posibilidades.

Nárendur sonrió amargamente. Quería mucho a esa princesa que de niña se escabullía de Antenis, su abuela, y se escondía en sus forjas. Miraba trabajar a los Herreros horas enteras y una pasión ilimitada brillaba en sus ojos si alguna vez le permitían golpear el hierro o hacer soplar los fuelles... El noldo quiso tranquilizarla, acallar sus dudas, aunque fuese con un hermoso cuento, un relato imposible...

- Herinya, i Cundur Maitimo ar Macalaurë metyaruvar si i vanda Fëanáro ar Silmallirinen sinome envyniataruvar Arda (Mi Señora, los Príncipes Maitimo y Macalaurë terminarán ahora con el juramento de Fëanor y con los Silmarilli aquí restaurarán Arda).

Míriel lo miraba entre el escepticismo y el deseo de creerle.

Nárendur continuó:

- Elme, ar elme, náruvar Héri Kála Alahasta ar turi alma ar vanie Ardo (Nosotros, y sólo nosotros, seremos los Señores de la Luz Inmaculada y amos de la beatitud y la belleza de Arda).

Eran las palabras pronunciadas por Fëanor al salir de Amán. Aquellas que habían enardecido el joven corazón de Nárendur y que él esperaba que ahora animaran a Míriel.

Ya hacía rato que había oscurecido, pero todos los Noldor seguían frenéticamente activos. La noche se poblaba de rugidos extraños y el murmullo de las aguas en crecida empezaba a aproximarse.

- Nai autuvarye ve quentatye, lala estelarya me i Nuru ar pandar Námova (Ojalá suceda como dices, de lo contrario nos esperan la muerte y los recintos de Námo) –Había respondido ella secamente.

*

Una voz conocida lo arrancó de sus meditaciones:

- ¡Nárendur!

- ¡Por Aulë! ¡Anarsel! –Dijo Nárendur sin poder contener la alegría.

La noldo corrió hacia él. Tenía la ropa desgarrada y el rostro surcado por el dolor.

- Cuando la tierra se abrió y las aguas empezaron a brotar con fuerza corrimos a la desbandada... no sé que ha sido de las otras. Cuando nos dimos cuenta os habíamos perdido de vista a todos los demás...

- ¿Y la Aranel? ¿Estaba con vosotras? –Le preguntó el Herrero.

Anarsel negó con la cabeza.

- Ella hablaba con mi madre... Se la había llevado a un lugar algo reservado, cuando Elenhér trajo las noticias de los Cundur Maitimo y Macalaurë... Míriel estaba tan afectada...

Anarsel temblaba.

Sollozaba en silencio y temblaba.

Nárendur la abrazó en un impulso, y luego se lo reprochó. Llevaba largos años queriéndola en silencio, admirándola en la lejanía... Tantas veces había soñado con estrecharla entre sus brazos que ardía de rabia al tenerla así, y ahora, refugiándose en él.

- Anarsel... –le dijo separándola de sí- ¿Estás segura de que Míriel estaba con Antenis?

La sanadora asintió.

Nárendur cerró los ojos y suspiró.

- ¿Por qué pones esa cara? –Le preguntó ella.

- Vanima –le dijo apretando su brazo y acariciándolo lentamente con el pulgar- Un golpe de mar embistió a Antenis furiosamente...

- ¡No puede ser! –Gritó ella  entre sollozos.

Una mano dibujó en el vacío un brusco gesto de rechazo y la otra le tapó los ojos. Los dientes mordieron el labio inferior, temblaban las piernas y una sensación de naúsea se le asentó en el vientre. Luego apartó la mano de los ojos, como si buscara una lucidez que no llegaba a alcanzar.

- ¿Entonces Míriel? -El rostro de Anarsel era puro terror...

- No lo sé... no encontramos su cuerpo... –Le contestó Nárendur mirándola a los ojos.

Anarsel rompió a llorar amargamente. Se había quedado sola... Luego, entre sollozos, gritó:

- ¡No es justo! ¡Acababan de contarle el final de su tío y cómo su padre había arrojado el Silmaril! No sabía si llorar o empezar a destrozarlo todo a espadazos... –Se quedó en silencio unos segundos, y siguió, como tratando de comprender- La ira, la impotencia, el dolor, la tristeza... Estaba como enloquecida... Por eso mi madre quiso hablarle...

- A ella no la vimos, pero sí hallamos el arpa que sostenía. ¡Tal vez su cuerpo cayó a una de las grietas! –apuntó Elenhér.

Nárendur lo miró severamente.

- Ella vive –Afirmó Nárendur- Y la encontraremos.

Los labios de Anarsel temblaban. Nárendur deseaba con todo su ser besarlos... pero no era el momento, ni el lugar. ¿En qué guerra había perdido todas las palabras de amor? Su boca esbozó una sonrisa tenue y su mano acarició levemente la mejilla de Anarsel.

*** *** ***

En la lejanía cantó un gallo. ¿Cuánto tiempo daría vueltas aquella mañana sin conseguir dormirse?

- ¡Ya para, Losrandir! –Ordenó entre dientes su esposa dando un tirón a la manta que él en su giro se había llevado.
 
¿No habría sido aquella elfa sólo un sueño de esa misma noche? ¿Un producto de su imaginación sin consistencia ni realidad? 

No.

Porque ahora, bien abiertos los ojos e invadidos por la clara luz del amanecer, volvió a dejarla en el suelo y a mirarla bien: era una elfa muy extraña. Sin duda Noldor; lo decían así sus ojos brillantes y su altura, impensables en una Silvana. Su quenya fluido... sin embargo era tan extraño el color de sus cabellos...

- ¿Cómo te llamas? –le preguntó.

Ella lo miró a los ojos, como si estuviera muy lejos y necesitara fijarse, y al cabo de unos instantes dijo:

- Wilwarin... -dudando, como si sacara aquel nombre de un antiguo arcón en el que hubiese estado plegado por largo tiempo y ahora al abrirlo oliese a humedad y a olvido.

- Bien, Wilwarin... mi nombre es Losrandir y te ayudaré. ¿Tienes familia? –Preguntó él mientras la ayudaba a subir al caballo, montando él mismo detrás de ella.

No respondió.

Él sólo veía su nuca rojiza, pero imaginaba que sus ojos se llenaban de lágrimas. Era evidente que le molestaba mucho que la vieran llorar. Hizo un gesto nervioso, para limpiarse las lágrimas con la manga del vestido, y siguió callada, jugueteando con la embarrada diadema.

- Bien... –prosiguió Losrandir, como si cambiar el tema de la conversación sirviese para desviar el curso de los amargos pensamientos de su compañera.- Rodearemos las Crissaegrim y luego cruzaremos Dorthonion, camino del Este... a las tierras de Ossiriand en donde me espera mi esposa con todos los supervivientes... dicen que Gil-galad congrega allí a todo su pueblo. Allí también tú podrás empezar una nueva vida.

Wilwarin se encogió de hombros con un gesto indiferente. Luego empezó a canturrear entre dientes como si de pronto estuviera muy contenta, o borracha. Le había hecho gracia el empeño que el elfo ponía en pronunciar aquellas palabras, como si el nombrar los parajes bastara para materializarlos.

La noldo era un misterio. No habló ni una palabra en los dos días que tardaron en rodear los montes que antaño dieran refugio a la escondida Gondolin. Ni siquiera se lamentaba por el ritmo del viaje, aunque cualquier doncella se habría quejado de las interminables horas encima del caballo. A veces, un movimiento brusco de cabeza parecía delatar que ahuyentaba recuerdos, como el animal hacía en verano con las moscas molestas y pesadas... Más de una vez se cubría con la mano izquierda el antebrazo derecho, como si deseara calmar el dolor de una herida.

Al final del segundo día llegaron a las laderas de Taur-nu-fuin.

- Jamás cruzaría el “Bosque bajo la Sombra de la Noche” si no fuera por estas aguas insaciables... –Dijo Losrandir con temor- Melkor lo ha llenado de encantamientos y horrores.

- ¡No pronuncies ese nombre! –repuso ella con ira- ¡Morgoth ha sido llamado para siempre! ¡Y ha caído! ¡Es lo único bueno de todo esto! ¡El mal ha muerto para siempre!

Losrandir la miró sorprendido. Era la primera vez que hablaba en los días que llevaban juntos, a pesar de que él parloteaba constantemente.

El corazón de Losrandir temía mientras se adentraban en la noche; lo sobrecogía cada sombra que proyectaba un árbol iluminado por la distante luz de las estrellas, cada murmullo producido por la carrera de un pequeño animal.

- Es un búho que persigue ratones –lo tranquilizaba.

O decía indiferente:

- Aullidos de lobos, pero lejanos.

Parecía acostumbrada a deambular de noche, a identificar ululares y gritos, carreras y susurros...

De día Losrandir evocaba en voz alta las historias de Barahir y Beren, y las de Turambar, Beleg y Gwindor que Wilwarin escuchaba sin ningún interés, sumida en otras meditaciones y diciendo “¿Qué?” cuando la interpelaba directamente. Y así era con todas las demás cosas: cuando él le daba de comer ella comía, cuando paraban a descansar se plegaba sobre sí misma y se entregaba a las ensoñaciones de los Elfos. A veces lloraba silenciosamente, otras sonreía a los árboles o les hablaba a los pequeños animalitos del bosque en un quenya fluido y rico. Pero por la noche, era ella quien tranquilizaba los estremecimientos del sinda; parecía acostumbrada a no dudar al caminar en medio de las tinieblas.

Así viajaron muchos días seguidos, muchas noches, siempre hacia el este, siempre sabiendo que el agua iba tras de ellos, siempre pisando una tierra desconocida, temida, herida por los oscuros pensamientos del Enemigo hoy ausente.

Poco quedaba de los antiguos pinares, patéticas columnas desoladas que alzaban sus dedos de madera hacia un cielo sin nubes.

*** *** ***

En la espesura de la noche, en la desnudez del páramo, entre el gorgoteo de unas aguas que venían oleando y arrasando y otras que aún se permitían el lujo de llamarse Sirion, una hoguera se atrevía a iluminar las sombras de las Ered Wetrin.

Iluminaba rostros serios, deliberantes. La desesperanza y el desconcierto mojaban más que el mar creciente.

- No hay que olvidar que puede haber caído en una grieta... –Decía Fendomë. O estar vagando por ahí en busca de su padre...

- Algo me dice que ha ido hacia el norte... –Opinó Nárendur mirando hacia las Crissaegrim- No sé por qué, no es razonable...

Se hizo un largo silencio. El crepitar de las llamas era la única voz, querida para un pueblo de Herreros, inspiradora, materna. Nárotir lo azuzaba con ternura, con maestría... se notaba que su profesión, que lo que él amaba realmente en la vida, era vigilar la temperatura de los fuegos, controlar su potencia, alimentar su voracidad.

- Yo creo que será eso. –Opinaba- Si vive seguirá a su padre... la Aranel irá al sur... temo que se encuentre con las aguas, que se deje arrastrar...

Las dudas revoloteaban como aves carroñeras. Todo parecía perdido, todo absurdo... Una lucha de tanto tiempo... ¿Inútil? ¿Qué iban a hacer ahora? ¿Pararían las aguas de crecer? ¿Quedaría algo de tierra? Algo debían de dejar, al menos para que vivieran los Seguidores... ¿Qué harían ahora? ¿Dónde? ¿Cómo?

- Creo que debemos olvidarnos de ella –opinó Fëndome.- Todo está perdido... Fëanáro murió, Maitimo murió, nada sabremos ya de Macalaurë, los Silmarilli se han perdido para siempre...

Nárotir volvió a atizar las brasas.

- Fendomë tiene razón... todo se ha perdido; pero tampoco podemos regresar, así que hay que huir de las aguas... En el Este hay tierras nuevas... Tal vez Telperinquar nos acoja...

- ¿Telperinquar? –Preguntó Fendomë arqueando una ceja.

Tras un largo silencio Nárendur se levantó.

- Algo me dice que la Aranel vive. ¡Iremos al sur! Si, como yo creo, ha ido al Norte, tarde o temprano la encontraremos; si es verdad que ha muerto, hagamos lo que hagamos dará igual; pero si va al encuentro de las aguas podremos... pararla...

- Entonces levantemos el campamento -sugirió Nárotir disponiéndose a apagar el fuego- Las aguas no tendrán misericordia con los rezagados. ¿Por dónde vamos, Nárendur?

El noldo pronunció nombres: Brithiach, Dimbar, Neldoreth...

- No creo que podamos bajar más al sur... Beleriand se hunde...

***   ***   ***

Losrandir optó por levantarse y envolverse en una manta, sentado en un diván, cerca de la chimenea. Todo a su alrededor era justamente como él quería: confortable, cómodo, fácil...

Aunque la primavera estaba avanzada, todavía era agradable dormir con un tronco ardiendo en el hogar Losrandir tomó el atizador y revolvió las cenizas, avivando su fuerza.

No recordaba qué extraño sueño le había llevado aquella noche a pensar en Wilwarin, pero ahora no podía quitársela de la cabeza.

Las brasas recuperándose le recordaron su mirada al llegar al paso de Aglon. Aquel desfiladero, cuyas fortificaciones en ruinas los acogían fríamente, hizo que la expresión de ella cambiara: dejó la indiferencia para entrar en una especie de ansiedad inquieta.

Pero al mismo tiempo Wilwarin parecía mucho más segura ahora. Como si conociera los caminos, como quien regresa a casa. Losrandir quería atravesar Himlad sin más, pero ella insistió en subir a Himring. Era la primera cosa que le pedía. Debía de ser importante, sin la menor duda.

Losrandir miró a su compañera. No entendía el por qué de la insistencia en entrar en aquel montón de ruinas heladas de lo que antaño fuera una fortaleza.

Sentada al pie de un muro abatido escribía en el suelo frases que él no alcanzaba a leer. Pero la tarea de dibujar tengwar cuidadosamente con una ramita en la mano requería toda su atención.

¡No podía haber vivido allí!...

¿Quién era?

¿Lo sabía y lo ocultaba haciéndose la loca?

¿O verdaderamente había olvidado su identidad?

Aun en el estado en que se encontraban algo en ella hablaba de grandeza: un gesto elegante, su mirada a veces, la forma en que hablaba, aquella diadema enlodada con la que constantemente jugueteaban sus dedos...

Losrandir giró el asado que se estaba haciendo encima de las brasas.

- ¿Qué recuerdas de ti misma? –Le preguntó.

Ella le clavó los ojos, agudos como las puntas de las flechas y sonrió sarcástica.

- Ilkwa ná avasanda... (Todo es mentira...) ¿Qué gano con recordar? Seguro que el olvido es una bendición, un largo beso de Nienna... ¿Qué recuerdas tú de ti mismo?

Losrandir se escalofrió al ver como toda su vida pasaba ante sus ojos. Tal vez ella tuviera razón y olvidar fuera una bendición.

- Mi historia, como la tuya, esta marcada por la guerra y el dolor... ¿Para qué te la voy a contar? Debemos mirar hacia delante. Yo encontraré a mi esposa y junto a ella a disfrutaré de la paz... en cuanto a ti... te ayudaré a buscar a los tuyos... -le dijo, intentando persuadirla con la esperanza de un futuro prometedor para que recordara.

- ¿Los míos?... –dijo con la mirada perdida entre las copas de los árboles.- No tengo “míos”. 

Losrandir le pasó un trozo de asado y ella comió con hambre. “Yo ya no tengo míos” era una frase que en otro tiempo, siendo muy niño, a él le había tocado decir con la misma desolación.

No sabía si debía abrazarla o no.

De pronto un gran cansancio se abatió sobre él. Caía la tarde y habían caminado días y noches sin descanso. No había signos de peligro: desde que se habían quebrado las torres de Thangorondrim no habían visto ni un solo orco y todas las espadas parecían dispuestas a guardar silencio. La paz entraba en los pulmones tan pura como el aire. Tal vez ella necesitara también descansar un tiempo.

- Me parece, pequeña, que esta noche podremos permitirnos el lujo de descansar. –Le dijo paternalmente, alentador- Llevamos ventaja al mar, pero no al cansancio.

Ella lo miró sin verlo. Y él le sonrió y bostezó, y se enroscó allí mismo, cerca de las brasas que se apresuraban a consumirse; por almohada el zurrón, por manta la capa. Acechaba una temprana primavera y lo único desagradable de aquella forzada intemperie era la sensación de humedad.

Míriel también se enfundó en su capa. Hasta ese momento no se había fijado en lo desgastada que estaba. El color azul se había degradado hasta un violáceo indefinido y sucio y la noche penetraba abiertamente por las zonas más agujereadas y con algo más de esfuerzo por las raídas. También los zapatos estaban muy usados y rotos, rasgados por el fango de los pantanos, y los vestidos andrajosos. No pudo dejar de recordar que años antes había visto por primera vez aquellas ruinas compartiendo grupa con Nelyafinwë ni la tristeza inmensa de los ojos grises de su tío. "Vas vestida acorde con este lugar, Aranel. -Se dijo- Elegantes vestidos para los restos de un Reino condenado". No quería siquiera pensar en el aspecto que tendrían sus cabellos o su rostro... pero se miró las manos, que estaban ennegrecidas y surcadas de pequeñas heridas.

Mientras Losrandir descansaba profundamente como un niño, Míriel se perdía en extrañas meditaciones sobre cada uno de sus dedos, que movía despacio, haciendo girar sus muñecas... creación y destrucción estaban puestas ante ella y sus dedos optaban a veces por una, a veces por la otra...

Un chasquido apenas perceptible la sobresaltó.

No es nada.

Nada.

Pero para alguien acostumbrado a la intemperie, a los murmullos nocturnos y al peligro, nada es mucho.

Se levanta, da unos pasos mirando a su alrededor.

Una sensación de irrealidad la envuelve. Las adustas piedras de Himring ni siquiera se adivinan. No hay malas hierbas. Algunos sauces plateados se dejan peinar dócilmente por la brisa y a sus pies se extienden las más bellas de las flores en una armonía idílica.

Aguza el oído...

Lo acarician dulces murmullos de agua naciendo. No es aquella marea salobre que sin tregua la persigue: ésta se huele clara, fresca y alegre. Obedeciendo a sus sentidos se levanta, sigue un pequeño sendero y llega a un estanque en el que ya ha estado con anterioridad. Todo le es familiar, aunque falta la Dama del traje gris  .

Se acerca al lago, alarga la mano, mueve los dedos, estremece el agua... mientras se asienta su temblor se contempla: esta vez no ve su poder, sólo sus ojos, penetrantes, apasionados. También le sorprende su ropa, limpia y nueva, y sus cabellos, primorosamente peinados.

Mueve de nuevo los dedos, se mueve de nuevo el agua y espera a que se aquiete en un juego infantil, sin sentido... Y cuando para, ve, con sobresalto, el brillo de otros ojos grises. Profundidad que contesta a su propia profundidad, luz que domina sobre su luz, intensidad que la asusta.

Se levanta, se da vuelta. Un estremecimiento la recorre. Sueño y Muerte son hermanos. Allí aparece él. Frente a frente, se encuentran, se ven. Se reconocen.

Él es más alto que Macalaurë, mucho más robusto. Aún se leen en sus brazos las horas pasadas en las forjas.

Ella viene de sufrir, y se le nota. Se diría igual a su esposa, sino fuera por la mirada, apasionada pero perdida.

- Bienvenida a Lórien  –Saluda él- ¿Sabes quién soy?

Asiente con la cabeza y en sus labios se dibuja un mohín, algo que no llega a ser una sonrisa. Es un gesto heredado, un gesto de Nerdanel, pero Fëanor no se deja salpicar por la melancolía: sabe que tienen muy poco tiempo y muchísimas cosas que decirse.

- Estaba seguro de que te encontraría aquí... mi nieta... –Se escrutan unos segundos en silencio- ... la hija que nunca tuve... Por algún oscuro designio... lo sabía.

Fëanor da un paso al frente, alarga una mano y se la acerca a la cara, rozándole la mejilla con el dorso en una caricia suave, tenue, larga. Ella cierra los ojos concentrándose en sentir la verdad de aquella mano. Es la que acarició a su padre siendo niño, la que lo corrigió cuando fue necesario, la que empuñó espadas y antorchas, la que forjó destinos... ¡la que hizo los Silmarilli!

- Tu mente es transparente para mí... –Dice su abuelo- ¡Has visto un Silmaril! –Sus ojos se encienden, y luego de unos instantes habla con calma- Entenderás entonces algo de mí... mi amor por ellos, mi ira...

El rostro de Míriel se entristece. Finalmente dice:

- Lo entiendo, sí. Es más; he sentido ambas cosas y he sucumbido a ellas...

Tiene una hermosa voz, como Cáno.

- Lo sé... y veo que para ti no he sido más que un pesado lastre, el nombre que ha sellado una injusticia... Sé muchas cosas de ti, te conozco bien... Vairë teje recuerdos de lo que pasa en el tiempo, dibuja tapices que me atormentan... tú estás en ellos... Te he visto nacer, te he visto sufrir, en Gondolin... hubo un tiempo en que creí que morirías... ¿Me dejas ver tu brazo?

Míriel estira el brazo, sube su manga y descubre todo el negro horror de la marca de Gothmog, como una burla insultante. Los ojos de Fëanáro centellean de furia. Acerca dos de sus dedos y los desliza muy suavemente por la cicatriz, y por su expresión se diría que el doloroso recuerdo de sus heridas mortales está avivando un fuego inextinguible.

- ¡Si pudiera volver atrás! –Dice Fëanor; y Míriel cree percibir, en su mirada, que su abuelo se reprocha, como cada instante desde aquel día, el momento de la batalla en el que dejó atrás a sus tropas y fue rodeado, pensando que si hubiese esperado a sus hijos y el grueso de su ejército, otra habría sido su suerte.

- ¡Ven! –Murmura, y la estrecha entre sus brazos. Ella se refugia en ellos, lo abraza también, con vehemencia, como si temiera que él se disipara en cualquier momento. Desearía atrapar para siempre aquel instante, encerrarlo en una sustancia irrompible y bella.

- Quise hacer silima, pero ¡No pude! -le confiesa su nieta como buscando ayuda a una vieja duda, remedio a un fracaso no olvidado.

Fëanáro sonríe. Es la primera vez que lo hace.

- ¡Lo sé, niña mía! –Suspira- ¡Si tuviéramos tiempo te enseñaría! ¡Me gustaría tanto! Pero no puede ser... Me temo que este encuentro será breve. No soy huesped habitual. De hecho estoy aquí sólo por... –Fëanor se interrumpe, sopesando sus palabras; dándose cuenta de que estaba a punto de decir que Námo le permitió cruzar el límite que separa Vê  de Murmuran_por unos minutos, a cambio de su futura buena voluntad en el asunto de... incluso deja de pensar en ello y cambia de tema. - Pero ven, paseemos, déjame disfrutar Lórien contigo.

Las sombras plateadas de los sauces se alargan sobre un pequeño camino filtrando la dorada luz de Anar. El rojo intenso de las fumellar hace palidecer a otras espléndidas flores que adornan los recodos. Sus aromas se mezclan creando efluvios embriagadores. Los ruiseñores entonan cantos. Se está bien allí. Se percibe la presencia de numerosos espíritus que habitan el bosque. Los sentidos se ensanchan, se regocijan.

- ¿Cómo es Mandos? –Se atreve a preguntar ella.

Fëanáro la mira. Aquella pregunta encierra otras muchas que no necesitan ser pronunciadas; así lo delata la devoradora curiosidad que brilla en sus ojos... ¿Por qué Eru le había negado una hija así? Por un breve instante se imagina caminando con ella por Túna, como hacían ahora... pero libres... ¡Le habría enseñado tantísimas cosas!

- No me es permitido hablar de ciertas cosas... –dice Fëanor- pero sí puedo decirte que el sitio en el que me encuentro no es precisamente un valle de ensueño. No. Es lóbrego, cavernoso y frío. De todos modos, el ambiente es lo de menos cuando estás despojado de tu hröa. Eso es lo más terrible. Este que ves, oyes y sientes... es sólo una ilusión, como debes saber. Ven, sigamos caminando por estos hermosos parajes. No sabes cuánto necesitaba ver estos colores, respirar este aire...

Caminan. Bellos son los senderos. Gozoso pasear. Los pulmones se llenan de un aire fresco pero levemente perfumado de flores de azahar. El canto de las fuentes y de las aves acaricia suavemente los oídos. ¡Se está tan bien...! Pero de pronto se detienen en un claro muy diferente: terroso, reseco, desértico. Ni siquiera las malas hierbas se atreven a crecer allí. El brazo de Fëanáro cae de los hombros de Míriel, como si de golpe se volviese irremediablemente pesado. Ella comprende:

- ¿Éste es el sitio en que Míriel... -pregunta. Fëanor la interrumpe.

- Sí... aquí estaba su hröa. Lo vi una vez, siendo niño. Una forma hermosa pero vacía, un cuerpo inerte. –En el tono de su voz hay un dejo de rencor, pero ensombrecido por la necesidad fundamental y básica de un abrazo materno- soy el que no tuvo madre... así como no tuve hija; y tú tienes algo de ambas.

En un impulso los brazos de Míriel rodean el cuello de su abuelo que esboza una sonrisa de costado ante el infantil gesto de consuelo. Luego sigue hablándole mientras su mano le acaricia los rojos cabellos.

- Pero aquel caparazón vacío no era Míriel, mi madre...

- ¿Y no la has visto en Mandos? ¿No has visto... a Nelyo? -La voz de la muchacha tiembla al pronunciar el nombre de su tío.

- No, a ella no la he visto. Ni la recuerdo tampoco. Hasta donde tengo memoria, Finwë ha sido mi padre y mi madre, y es a él a quien más extraño, ya que no estamos juntos. Ni tampoco esta a mi lado Nelyo... ni... –Sus mandíbulas aprietan un gesto ahogado, y luego cierra los ojos, respira lenta y profundamente, y reprime, con esfuerzo, su ira. Suavemente toma a su nieta de los hombros y la aparta de sí, mirándola a los ojos- No puedo seguir, tengo un trato con Námo que estoy a punto de quebrar... -sus ojos permiten adivinar que querría decir unas cuantas cosas contra el juez, pero que se contiene previendo un regreso anticipado a su morada- ... así que vamos a lo nuestro, que nos queda poco tiempo.

Los ojos de su nieta se agrandan. Protesta:

- ¿Poco tiempo? ¡No! Yo no quiero dejarte... me quedaré contigo.

- ¡Narédriel! –Ella se sobresalta al oír su amilessë- ¡Pronto despertarás! ¡Esto no es más que un sueño...! Deberás afrontar tu destino. Escúchame: hay una razón para que estemos aquí.

Ella lo mira con total atención. Fëanáro prosigue.

- No te engañes creyendo que Valinor sería esto para ti y para nuestras gentes... ¡No os dejarían quedar aquí! ¡No! ¡Humillación y penitencia imperecederas es cuanto recibiréis si volvéis a las Tierras Imperecederas! ¡Debéis permanecer en Endore! ¿Entiendes?

Ella asiente. Los ojos de su abuelo intensifican la mirada: apasionados, poderosos.

- Los Noldor han de recuperar el honor y la sabiduría, el dominio de las ciencias y las artes, la alegría de vivir. Es el lugar que les corresponde. Tú puedes crear, tienes el don. Puedes trascender... Tu fuego interior, tus manos, son capaces de hacer maravillas. Sé que toda tu vida estuviste atada a un juramento que ha devenido abstracto, ahora que los Silmarilli son inalcanzables... Debes empezar de nuevo.

- Pero... abuelo... –balbucea Míriel, consciente de que es la primera vez que lo llama así- Ya no queda nada por lo que luchar. Ya no queda esperanza... Nuestra gente se ha dispersado ¿Cómo reunirlos? ¿Qué esperas de mí? ¿Que busque a mi padre? ¿Que lo haga volver? ¿Que se ponga de nuevo al frente de nuestro pueblo?

Fëanor niega con la cabeza, pone un dedo en los labios de Míriel.

- No, no, pequeña... escucha... Tu padre... él ha elegido, y ya nada puedes hacer. Pero te equivocas en una cosa. No todo ha terminado... quizá sí en cuanto a los Silmarilli, y sólo por el momento. Pero no todo ha terminado...

Míriel insiste:

- Pero... pero abuelo... no soy tu única nieta, ¿Lo sabes, no? Dicen de Telperinquar que es como tú. Todos alaban su habilidad en las forjas. Los Noldor lo seguirán. ¿Quién hará caso de una chiquilla que no llega a los cien años?

El la toma de los hombros, con firmeza. Se miran directamente a los ojos.

- ¡Ay Náredriel! ¡No eres una chiquilla...! Yo te digo: tú eres mi heredera. Estoy seguro de que Telperinquar logrará grandes cosas, sí... pero, mi sangre corre por tus venas más que por las de ninguno de mis vástagos. Es tu destino, tu legado. Y los Noldor te seguirán.

Un escalofrío recorre la espalda de Míriel. La confianza de su abuelo la liga. Advierte que el vuelo del destino planea por encima de su cabeza.

- Pero... no sé qué hacer... ni por dónde empezar... tengo miedo... –Balbucea.

- ¿Miedo? ¡No! ¡No tienes miedo!. Es sólo la convicción que han inculcado en ti de que debes tener miedo. Míriel, es hora de enfrentar a tus oponentes; es hora de convocar a tu pueblo, de exigir lealtad y coraje. Tú eres su esperanza, la tierra de la fidelidad en la que plantarán sus raíces. En tus manos está el destino del pueblo Noldor. ¡Y si te dejas caer, todos caerán!

Una lágrima, frágil pero ardiente, resbala por la mejilla de Míriel. Bajo las manos de Fëanáro tiembla su cuerpo, pero al mismo tiempo, bajo las lágrimas, bajo el temblor, hay más poder y más fuerza que fragilidad.

- Sólo te diré una cosa más. Busca la luz.

Sus ojos, que no han dejado de mirarse, hablan tanto como los labios. Los dedos de Fëanor aprietan sus hombros con firmeza.

- ¿Me oyes? ¡Busca la luz!

Ella asiente.

- No he venido en vano. –Dice Fëanor orgulloso, y sonríe por tercera vez, estrechando de nuevo el cuerpo de Míriel en un abrazo.

De pronto una niebla espesa se levanta disipando las cosas. La balanza se va inclinando hacia la irrealidad, hacia el sueño. Lórien se desdibuja.

- ¡Abuelo! –Grita Míriel.

La mano de Fëanáro ahora sólo sostiene su barbilla con cariño. Sus labios le dejan un beso en la frente.

- Mi tiempo se acaba –Suspira- Se tú misma, Náredriel; sigue tu destino, conduce a nuestro pueblo: para llegar a donde no sabes, camina con valor por donde no conoces.

Su contacto era cada vez más débil, cada vez más lejano.

- ¡No te vayas! ¡Abuelo! ¿Te volveré a ver?

Ya no estaba.

Otra vez el olor a humedad y la sensación de frío... y ante los ojos de nuevo se alzaban grises piedras recubiertas de musgo y de olvido.

***   ***   ***

- ¿Ya te levantas? – Preguntó la esposa de Losrandir adormilada.

- Es que no puedo dormir, suspiró él envolviéndose en una manta y sentándose al lado de la ventana. Aquella mañana tenía un extraño despertar, pero no tanto como aquel otro... el más raro que Losrandir hubiera tenido nunca.

*

La calidez de una respiración, demasiado pesada para ser de un Elfo y el frío de su propio acero en el cuello:

- ¡Wilwarin! –Pronunciaron somnolientos sus labios mientras sus ojos apenas si se entreabrían y el caballo le humedecía el rostro con su aliento.

- ¡Me voy Losrandir! Tomo prestados tu caballo y tu espada. Cuando encuentre algún grupo de Elfos te los enviaré para que te ayuden. Perdona que te deje así, pero tengo algo importante que hacer y ya he perdido bastante el tiempo.

Ahora los ojos de Losrandir estaban bien abiertos. Se incorporó al tiempo que ella montaba. Estaba cambiada: ya no tenía el aire indefenso y frágil que lo había conmovido. Se había lavado la cara, se había peinado y ceñía su sien la diadema que, libre del barro, mostraba su realeza descarada. Ahora un orgullo casi hiriente brillaba en los ojos de la muchacha y un aura de majestad la rodeaba.

- ¡No entiendo nada! ¿Que ha pasado? ¡Nos hemos quedado los dos dormidos!

Una sonrisa sarcástica surcó el rostro de la Noldor.

- No Losrandir; mientras tú dormías, yo soñaba. Esa es la diferencia entre los dos.

El sol asomaba pero sólo daba luz a la fría Himring. La posibilidad de quedarse solo en aquellas ruinas desoladas lo estremeció.

- ¡Wilwarin! ¡Yo te he ayudado! ¡No irás a dejarme aquí! ¡Yo no lo haría!

- Por eso en tus manos no estará nunca el destino de un pueblo. –Cortó ella con mayor frialdad que la lejanísima Anar.

Una mueca de desolación cruzó el rostro de Losrandir; la palidez lo cubrió como una máscara de duelo.

- No entiendes... es verdad... –Dijo ella- Tú buscas a una esposa, tienes un futuro... Yo debo congregar a un pueblo disperso, exiliados, desposeídos que necesitan esperanzas; inventar un futuro, construir algo nuevo, grande... algo de lo que se hable en las edades futuras; cumplir las promesas que mi abuelo hizo un día lejano, tal vez funesto, pero hermoso: desde el dolor buscaremos la alegría, o al menos la libertad.

Losrandir tembló de arriba a abajo al escuchar la voz de Wilwarin: fuerte, segura. Sus ojos ardían de una desconocida pasión.

- Te he dicho que mi nombre es Wilwarin, y no te he mentido; así me llamaba en un tiempo remoto, en el que también estaba perdida. Entonces me encontró mi padre y me dio un nombre nuevo, Míriel. Esta vez, que ha sido mi abuelo quien me ha encontrado, ha llegado el momento en el que debo hacer un tardío Essecilmë: el nombre que me doy es Náriel , hija de Macalaurë -y su voz se tornó solemne, casi reverencial al decir, por primera vez en su vida:- nieta de Fëanor.

El frío del amanecer azotaba con extraordinaria violencia las piedras lamidas por el tiempo y por el fragor de las batallas. De pronto Losrandir creyó oír los gritos de los Elfos que habían perdido su vida defendiendo aquellas ruinas y la desesperación de los que huyeron, dejando atrás la efímera paz que Maedhros había edificado. Y la imagen del odiado Noldo manco se presentó nítida ante él: recordó sus ojos escrutando, sus gritos de mando, la furia de su caballo, que no podía ser más que el reflejo del propio fuego que lo abrasaba a él. La roja melena flagelando el viento orgullosa y altiva. ¿Cómo no había caído antes? ¡Wilwarin era muy parecida a él! Tan alta, y con aquel color de pelo tan raro y llamativo...

Losrandir suplicó: no soportaba la idea de quedarse solo allí, de esperar indefinidamente en aquella prisión fría y desértica...

- ¡Escúchame...! -le dijo- Te he tratado bien, he cuidado de ti... Entiendo que ahora tengas algo importante qué hacer... pero... no me dejes aquí... no me dejes solo... Llévame contigo, te ayudaré...

Ella lo miró altiva. El caballo, siempre tan tranquilo, se impacientaba, como si leyera la angustia de su nueva ama.

- Quiero tan sólo tu palabra de que no tratarás de detenerme ni de torcer mi rumbo.

- La tienes –declaró Losrandir.

“Sin duda está loca”, pensó, y rezó a Elbereth por que pronto pusiera en su camino algún Elfo con el que pudiera proseguir su marcha hacia el Este.

- Yo a mi vez te doy la mía de que si faltas a tu palabra te mataré. ¡Monta! –ordenó ella.

Y Losrandir se encaramó a su propio caballo -que ya no era suyo- y_miró cómo Wilwarin –que ya no era Wilwarin- envainaba la espada que antaño le había pertenecido.

La realidad acababa de dar un sorprendente giro.

No le gustaba.

Prefería la niña asustada a la princesa temeraria.

Prefería la dulce mirada perdida en los sueños a la orgullosa clavada en la realidad.

¿Por qué aquello era real?

*** ***  ***

Cabalgaron desde el alba sin más descanso que el que el caballo reclamaba. Seguían el curso del Celon, en contra de la opinión de Losrandir, que habría seguido el Gelion hacia el Este. Náriel escrutaba el suelo buscando huellas y olfateaba el aire como los lobos que llaman a su manada. A media noche obtuvieron su primer triunfo: se acercaba un elfo.

Náriel tomó la espada y gritó con su hermosa y potente voz:

- ¡A nuhtatye! (¡Detente!)

- ¿Aranel? –Interrogó una voz masculina, áspera.- ¡Inye ná Elenhér! ¡Aranel, Nárendur mahta i Eldalië sa harya kwuilenen! Tularuvarente atta lumesse. (¿Princesa? ¡Soy Elenhér! ¡Princesa, Nárendur conduce a los Elfos que aún tienen vida! Llegarán en dos horas)

- ¡Aiya Elenhér, elen síla lúmenn’ omentielvo! –Contestó ella. (¡Hola, Elenhér, una estrella brilla sobre nuestro encuentro!)

La luz del fuego le daba un aire místico, onírico, que contrastaba con sus preguntas concretas: ¿Cuántos eran? ¿En qué estado venían? ¿Quiénes se habían salvado?

Losrandir la vio alegrase al oír pronunciar nombres como Anarsel, Nárotir, Femdomë, Elenwen... Le tembló la voz al preguntar por Antenis y su rostro se ensombreció al escuchar su suerte.

El Sinda seguía sin entenderla.

- ¿Qué harás ahora? –Le preguntó.

Náriel fijó su vista en las llamas. Miró la espada que aferraba y la guardó. Luego se desprendió de la vaina y devolvió el arma a Losrandir. Cada instante que pasaba tenía más autoridad en los gestos, más majestad. 

- Iré al encuentro de mi gente –Respondió- Y marcharemos al Este. En cuanto a ti... –añadió mirándolo a los ojos- me has rescatado de las aguas, has cuidado de mí en mi debilidad, has sido fiel en tu promesa y mi deseo es compensarte por todo ello. Si decides unirte a nosotros serás tratado con el respeto y la dignidad que mereces. Pero por encima de todo bien pongo tu libertad, que te devuelvo ahora. Si quieres seguir adelante tú solo, toma el caballo y vete.

Losrandir mantuvo la mirada. Era irónico: toda su vida había odiado a los Hijos de Fëanor y el destino quería que rescatara a su nieta y ésta ahora le ofrecía honores. El Sinda meneó la cabeza.

- Te acompañaré hasta que te encuentres con tu gente. Entonces partiré. Si cuando te vi tirada a punto de hundirte en el agua hubiese sabido quién eras, tal vez no te habría rescatado.

- Lo sé, Losrandir, pero aun así, mi Casa no olvidará tu nombre.

Ahora la Aranel montó el caballo de Elenhér, que compartió grupa con ella. Partieron apresurados. Losrandir los siguió pensando en la frase que aquella mañana le había dicho Náriel:
 
“La diferencia entre nosotros dos es que mientras tú duermes yo sueño”

Mientras dejaba atrás el polvo del camino Losrandir pensaba en el Este: encontrar a su esposa, tener hijos y verlos crecer, disfrutar de los bosques, compartir con sus amigos la alegría de vivir esta flamante paz... Se escuchaba, en el silencio de la noche, el murmullo de las aguas del Celon. Esta vez Náriel no lo tranquilizaba y la oscuridad era más oscura, y la espesura de la noche casi material. Pronto se encontrarían con los Noldor Exiliados. Sombras de sus pesadillas, guerreros que volvían sus espadas contra carnes hermanas. “Los conduciré del dolor a la alegría”. ¡Si era una niña!

- ¿Kenalye ten, Aranelinya? (¿Los veis, mi Princesa?).

Los caballos se detuvieron. La voz de Náriel sonó alegre.

- ¡Kenanye! –Exclamó. (¡Los veo!)

Elenhér bajó del caballo antes de que ella se lo pidiera.

Faltaban todavía muchas horas para el amanecer. Losrandir veía cercano ya el final. ¿Cuántos días de caballo quedarían hasta Ossiriand? No sabía, pero aquello acababa...

Náriel espoleó el ijar del caballo que galopó frenético en busca de su gente. Desde atrás la oyeron arengar:

- Noldolie, i aure tula. Úmer lómelie. Elme nár lie kálion. Sinar náruvar elmar métime níri. Lelyuvalme naikello alassesse. Si Estelarye men lissa neni, menel_úlumbo,_nóri úvear... ¡A vantaelme ve lie mírima!

(Pueblo de los Noldor, el día llega. No somos un pueblo de sombras. Somos un pueblo de la luz. Estas serán nuestras últimas lágrimas. Iremos del dolor a la alegría. Ahora nos esperan dulces aguas, cielos sin nubes, tierras inmensas... ¡Caminemos como un pueblo libre!).

Mientras hablaba cabalgaba al lo largo de la fila de Noldor, mirándolos a los ojos, firme, llena de majestad y de fuego. Se parecía a Maitimo cabalgando con el rojo cabello al viento, a Macalaurë, por la hermosura de la voz y de las palabras, pero sobre todo a Fëanáro, porque el fuego salía de ella con una fuerza que hacía largos años que ninguno de los Noldor sentía.

- Habla igual que su abuelo –Dijo Elenhér extasiado.

- Espero que no obre como él... -Respondió Losrandir entre dientes.

***   ***   ***

- ¿Cómo es que te has levantado tan temprano? –Le preguntó su esposa trayéndole un vaso con leche tibia.

- No podía dormirme... –Respondió el Sinda.

- Será que has soñado con algo... –Le dijo ella acariciándole el cabello.

La miró con una sonrisa... ¿De felicidad? Durante los largos años de la guerra la había soñado cada día, en cada hora, en cada instante, convencido de que en ella encontraría la felicidad, la paz... Ahora la tenía allí, suya, dulce, sonriente... La hermosa silvana descorrió las cortinas y el sol entró con toda su potencia naciente.

- ¿Soñar...? No... nosotros no soñamos; creo que nos limitamos a dormir...


Doy las gracias a Fëanor666 por su interés y  la colaboración en todo el relato. Especialmente  quiero remarcar su participación en este capítulo que no sería igual sin él. Si en este relato ha participado y aportado mucha gente su ayuda ha sido intensa y desinteresada.

Un beso abuelo.



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