El último de los Noldor

14 de Julio de 2006, a las 08:34 - Entaguas
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CAPITULO 10: LA PRINCESA DE MORDOR

Una figura gigantesca, descendía en un desfiladero afilado. La figura era apenas visible en la oscuridad, pero era un gigantesco monstruo que emitía repugnantes gorgoteos. Sus ojos inspiraban un terror inaudito, que llenaba de temor a cualquiera que osara enfrentarse a ella. Siguió descendiendo en el desfiladero, viendo los escombros de donde antes se levantaba la torre de Barad-dûr. El monte del destino escupía lava, a una velocidad vertiginosa, y amenazaba desafiante a su reino. En el Nurn, esclavos mudos, mudos de terror, de un terror que ni si quiera el más valiente es capaz de afrontar. Sus señoras criaban a los esclavos como quien cría a cerdos para comer. En ese momento, otro de esos seres terroríficos dijo a la figura negra que ya había bajado del desfiladero:
- Oh, dama y reina de Mordor, Ungoliant, que casi devoras al señor oscuro, el ejército estará listo para marchar en 2 días, y con armaduras de calidad considerable. Irán arañas de todo tipo; venenosas, negras, pardas, de los bosques; Mordor quedará vacío.
- Perfecto… pronto podré disfrutar mi venganza. Cuanto me reiré cuando Morgoth, ese cobarde, se humille delante mía pidiendo perdón; mi respuesta será que no sufrirá, que lo engulliré sin masticar ni degustarlo, aunque de todos modos, un ser tan malvado no creo que sepa bien.
- ¡Si, señora! ¡Tiene que estar podrido! ¡Ja ja ja!
- TU CALLA.
- Si señora...- dijo la araña inclinándose y acongojada.
- Bien, pronto el mundo entero estará a mis pies… y nada podrá detenerme.
- ¿Y que dice de la última alianza, señora?
Ungoliant pegó un enorme bufido y un repugnante rugido, y engulló a la araña velozmente. Se la tragó, y entonces dijo:
- Pues respondiendo, creo que estos son lo suficientes sabios para saber que no tendrían que provocarme. Aunque de todos modos, me los comeré a todos igual. Era muy preguntona y muy chica la araña, la próxima vez que me pase con otra del mismo tamaño la envió de comer a la princesa de Mordor.

Finfuingil veía con intranquilidad Mordor. Se estaban acercando a la ruinosa puerta principal. Era de noche. Todo estaba en un silencio sepulcral. Había multitud de escombros por lo que había visto, y las montañas estaban llenas de túneles. Telarañas gigantescas plagaban los lugares, y un fétido olor le asfixiaba. Simplemente, era terrorífico. Su caballo, el de Elrohir, Yholer y Albantas, retrocedieron y relincharon de terror. Albantas logró controlar a su caballo(los famosos caballos albanteses tenían cuernos, así que enloquecidos podían causar muchas bajas entre los suyos) al igual que los demás. Incluso los caballos de Alatar y Pallando se acongojaban. Los magos le obligaron a ir más adelante y cuando estuvieron a una distancia ya prudencial, Alatar les dijo:
- Quedaos aquí y no pronunciéis ninguna palabra.
Espolearon a sus caballos y se acercaron a la destruida puerta. El silencio seguía reinando, rompido por los trotes de los caballos de los magos.
- ¡Venimos a convocar a la señora de la Tierra Negra, y a parlamentar con ella, si su majestad lo permite!
Unas risas femeninas, burlescas y malévolas que hacían eco fueron la respuesta. Una voz más grave pero igualmente femenina, parecida a la de una señora mayor se oyó:
- ¡Nuestra señora no admite a señores viejos de almuerzo! ¡Son correosos y malsanos! ¡Iros viejos azules! ¡Ja ja ja!
Alatar y Pallando tragaron aire, pero entonces se oyó un chillido más agudo y una voz, nada parecida a la voz grotesca de las arañas, si no que era una voz dulce y melancólica:
- Dejadles pasar. Vienen a hablar con la Reina. Yo la Princesa de Mordor les dejo pasar. Tú y tú, acompañarles a la sala de la reina. Tú y tú id a avisar a la reina de que tiene visita.
Finfuingil, al igual que los demás, no alcanzó a ver al ser de la melancólica voz. Las arañas entonces dijeron todas a coro:
- podéis pasar.
Todos entraron y los caballos estaban acongojados, tiesos y andando atemorizados. Todo seguía en silencio, y solo se veían a las 2 arañas que perseguían. El interior de Mordor era una ruina, escombros, telarañas y multitudes de túneles en las laderas. A Finfuingil le parecía escuchar la dulce voz de aquella que dijo ser la Princesa de Mordor diciéndole:
- No tengas miedo. Nada malo te va a pasar. Os podéis fiar de la poderosa reina de Mordor.
Finfuingil intentó dejar de oír esa voz pero le embalsamaba. De repente, un gigantesco abismo negro por el cual andaban, del que no sabían ni las dimensiones. Entonces, en la oscuridad, las arañas desaparecieron de su vista diciendo:
- Ella sabrá que hacer con ustedes.
Finfuingil fue a sacar su espada pero Pallando y Alatar le miraron muy serios. Millones de voces malévolas y burlescas, cuáles arpías cobardes contentas por un gran botín. Se oían tambores. Entonces, todos escucharon el sonido de un ser gigantesco descendiendo del abismo.
- ¿Quién osa entrar en mis dominios, sois lo bastantes valientes como para HABLARME?
A Finfuingil le recorrió un escalofrío. No venía ni a quién tenía al lado ni nada. Un gorgoteo de la gigantesca y misteriosa criatura, que sin duda era Ungoliant, y los caballos enloquecieron, hicieron caer a sus amos. Albantas se perdió galopando con su caballo, al igual que Elrohir y Yholer. Intentaban controlar a sus caballos, pero estos corrían con tan rapidez que enseguida dejaron de oír sus pisadas. La figura volvió a gorgotear y entonces oyó como decía:
- ¡Sé perfectamente para lo que habéis venido! ¡Para proponerme una alianza! ¡Pero solo yo, Ungoliant, la poderosa diosa de las arañas, puedo proponer tal cosa! ¡Esto es un acto de arrogancia que merece ser castigado!
En ese momento Alatar encendió su vara, que iluminó toda la gigantesca sala. Millones de arañas gritaron y aullaron ante el resplandor de la luz. Finfuingil no alcanzó a ver nada más, ni si quiera vio a Ungoliant. Solo vio como una estampida de seres se lanzaban contra ellos entre patadas y griterío. Unos cuerpos inmensos les daban empujones y otro gigantesco cayó en el suelo haciendo que este temblase. La luz se apagó y Finfuingil cayó a uno de los túneles, descendiendo brutalmente, hasta que consiguió parar. En la oscuridad, oyó la dulce voz:
- Intenta escapar… pero no podrás… mi reina te cogerá…
Finfuingil oyó un grito. Alatar, había caído.

Albantas, Yholer y Elrohir escapaban del lugar gracias a sus caballos. Dejaban atrás a sus amigos, viendo como una luz azul, la luz de la esperanza, se apagaba. Consiguieron escapar en una estampida de confusión, sin ninguna intervención más que la de los arcos. Escaparon de Mordor como alma que está endemoniada.  Cuando estuvieron en la puerta, suspiraron y no supieron si volver a sus ciudades avergonzados y deshonraros, o ir a buscar la muerte y a sus amigos en Mordor.

Finfuingil se levantó del suelo. Estaba lleno de magulladuras. Había perdido el conocimiento con el grito de desesperación de Alatar. Ahora estaba atrapado en la oscuridad de Mordor. Estaba en un túnel que el suelo, las paredes e incluso el suelo estaba lleno de telas de arañas. Le fue muy difícil avanzar en tal terreno. No sabía que hacer. ¿Habría encontrado ya la muerte? ¿Así sería como moriría? A Finfuingil ya no le importaba nada. Solo quería encontrar ahora la muerte, de la manera mas digna. Se cargaría a media Mordor si fuese necesario. Entonces al final del pasillo vio a un ser que jamás había visto. Este se le acercó, dijo una palabra con la dulce voz; era la princesa de Mordor. Un ser híbrido entre araña y mujer, con la parte del ombligo para arriba de mujer, mientras que tenía el aguijón y las 8 patas características de las arañas. Era de cara terriblemente bella, aquel ser ahora híbrido y deforme, había sido una mujer esclava muy bella, a la que Ungoliant castigó de esa forma mediante brujería.
- Vete. Corre. La reina te está buscando.
- ¿Quién eres? ¿Por qué me ayudas…?
- Ungoliant me hizo mucho daño a mí. Y ahora yo se lo devolveré- tosió y dijo- date prisa. Sigue avanzando y tuerce a la derecha. Allí en un riachuelo, encontraras a un caballo extrañísimo, a rayas negras y blancas. Es rapidísimo, utilízalo para escapar de aquí y encontrarte con tus amigos.
Y dicho esto, el misterioso ser se fue igual de rápido que había venido. Finfuingil se quedó pensativo, pensando en la princesa de Mordor. Estaba claro que querría usurparle el trono a Ungoliant o algo del destino. Aún a pesar de la desconfianza, hizo lo que le dijo y al girar a la derecha encontró a un fuerte y esbelto caballo único. Era a rayas negras y blancas, y era más alto y grande que los demás. Relinchó pero se dejó coger por Finfuingil. Este observó que sin indicación alguna el maravilloso caballo echó a correr. Era como si fuese un meara; resplandecía y brillaba de majeustosidad. Avanzó silencioso y salió de Mordor sin más improvisos. No se lo podía creer; ese día, la suerte le brillaba. Para mayor alegría vio a Albantas, Mordaz y Yholer enfrente de la puerta con su caballo. Estos se alegraron al verle, y entonces vio como una luz azul, a poca distancia de detrás suya, era perseguida por una estampida de las arañas. Antes de decir palabra, vieron que el jinete Pallando, y tanto corcel como jinete iban envueltos en un líquido verde repugnante.
- ¡CORRED! ¡NO HA TENIDO ÉXITO! ¡VÁMONOSO!
Todos espolearon sus caballos mientras que veían a las arañas gritaban de su puerta enfurecidas y diciendo:
- ¡Asqueroso viejo azul! ¡Tú y tus amigos recibiréis vuestro merecido! ¡Sabed que no habrá piedad!- acompañado de unos tambores de sonido macabro.
La barba de Pallando estaba llena de sangre verde, y Finfuingil para intentar romper el hielo dijo jadeante:
- Bueno, supongo que tendrás que ducharte.
Nadie rió el comentario, pero se lo agradecieron.
- ¡Agradecemos tu comentarios Finfuingil! Ah… ¿Sabéis lo que le pasó a Alatar?- dijo Pallando jadeando- lo perdí.
- Yo sí- le dijo Finfuingil- le oí gritar en las tinieblas. Cayó.

Los hombres lagartos rugían feroces y daban saltos cuál ritual de guerra, totalmente eufóricos. Pero lo más terrorífico no era ellos, si no lo que en el cielo se elevaba. El cielo estaba taponado por la cantidad de dragones. Una figura negra se asomó a un balcón y la multitud clamó su nombre:
- ¡Morgoth! ¡Morgoth! ¡Morgoth!
- ¡HOY EL REINO DE LAS ARAÑAS CAERÁ! ¡DEMASIADO TIEMPO HAN RESISTIDO ESTAS TRAIDORAS! ¡TODOS LOS DRAGONES, PREPARADOS! ¡MARCHAD POR AIRE HACIA MORDOR! ¡QUE LA ÚLTIMA ALIANZA NO OS DETECTE! ¡QUIERO QUE ME TRAIGÁIS LAS PATAS DE UNGOLIANT PARA HACERME UNA SOPA CON ELLAS! ¡MUERTEEEEEE!
La multitud gimió, y Morgoth sonrió. La traidora de Ungoliant, no viviría en el momento que llegaran los dragones.

Finfuingil se sentía apenado por la muerte de Alatar. Le había tratado muy bien, le había dado consejo, y era alguien a quién tenía mucha confianza. Cuando llegaron al lugar en que los líderes les esperaban, todos supieron lo que había pasado. El aspecto de Finfuingil lleno de magulladuras, de Pallando bañado en sangre de araña, y la tétrica apariencia de Albantas, Elrohir y Yholer, hablaba por sí sola. Algunos indignados se quejaron, sabiendo que no deberían de haber hecho caso a Belfo. Finfuingil les dejó otra vez a todos con sus conversaciones. Estaba amaneciendo y todavía no había dormido. Estaba realmente cansado. Vio como el caballo que la misteriosa mujer araña le había dado, de cómo se puso al lado suya y le lamió la cara de un lengüetazo, para luego seguir pastando.
- ¡Vete con tus ama, esa mujer araña! ¡No estoy de humor bestia salvaje!
El caballo relinchó fuertemente y a punto estuvo de arrollarle. Finfuingil se enfadó pero el caballo ahora parecía indomable. A Finfuingil le parecía increíble la luz que irradiaba el caballo, parecía un meara; no extraño su piel a rayas era muy rara. Vio como la luna se ocultaba y como el sol se teñía de rojo, ya estaba amaneciendo. El caballo se le volvió a acercar y esta vez le dejó tranquilo. Entonces, una mano se posó en su hombro y una celestial voz que había olvidado le hablo:
-Finfuingil.
Se levantó se dio la vuelta y vio a Galadriel. Finfuingil la abrazó con ternura, pero enseguida se sonrojó, vio a Galadriel que también se había sonrojado. La mística elfa, que tantas edades había visto pasar, se había sonrojado con un abrazo de compañeros.
- Así que has sobrevivido. ¿Cómo lo conseguiste, Finfuingil? Cuentan que esas magulladuras eran las heridas que las arañas negras te habían propiciado. ¿Y ese majestuoso a la par que extraño corcel?
- Es algo muy extraño, mi señora. Por favor, déjeme solo, necesito recapacitar.
- Finfuingil. Encontraste algo en Mordor que te desconcertó ¿No es así? ¿Viste a la princesa de Mordor?
- ¿Cómo lo sabes…?
- Finfuingil, ya soy muy anciana. He visto pasar millones de edades y soy muy sabia. Con solo mirarte la mirada se todo lo que piensas.
Finfuingil en ese momento se sintió como espiado y molesto.
- Tranquilo. Conozco a la dama de Mordor por puros rumores. Ella te ayudó porque solo quiere infligir daño a Ungoliant por el daño que le hizo al transformarla en tal monstruo.
- Gracias, mi señora. Gracias por iluminarme de nuevo en la oscuridad- dijo Finfuingil, y la besó- ¿Y con ese caballo, que hago?
- La princesa de Mordor te lo dio por alguna razón. No es un caballo cualquiera, así que móntalo bien. Ahora Finfuingil, ¿hay algo más de lo que quieras que te aconseje?
Finfuingil se calló y vio la perfección de la antigua dama de Lórien, esa inquietante y seductora mirada. Pero se apartó sus ocurrencias de su mente y disimuló su mirada. Aunque a él le pareció que ella había intuido algo, se lo había callado. Finfuingil miró al cielo, intentando encontrar una luz que le diera esperanza. Galadriel puso la mano en su hombro y le dijo:
- Finfuingil, la esperanza surgirá en el momento que menos te lo esperes. Mientras que un solo campesino quede vivo, quedará esperanza.
- No es solo eso lo que me preocupa mi señora Galadriel.
- Entonces ¿Él qué es lo que le preocupa a un guerrero elfo? ¿Qué un nuevo amor surja en el momento más inesperado y con quién menos te lo imagines? ¿Qué las espadas y estandartes élficos no brillen como antaño? ¿Qué el coraje de los hombres desaparezca? ¿Qué las sombras tapen cualquier salida? ¿Qué…?
Galadriel se le acercó y por un momento estuvieron muy cerca el uno del otro. Finfuingil le puso la mano en el pecho y sintió como sus latidos se conectaban y como se aceleraban. La miró a los ojos. Entonces se alejó instantáneamente, le dio la espalda y dijo:
- Mi señora, como cualquier guerrero valiente debo enfrentarme a mi destino. Tengo que saldar cuentas con Morgoth, pero para eso, tendré que pedir ayuda a alguien. Voy al encuentro de los Valar.
Se montó en el caballo y Galadriel le dijo:
- Monta sin descanso hasta la bahía de Belfalas. Allí te estarán esperando el desdichado y dos miembros de una antigua compañía. Que los Valar te protejan, Finfuingil Entaguas, hijo de Ëönwe, el último de los Noldor.
Finfuingil la miró nostálgicamente, espoleó a su caballo y corrió hacia el horizonte. Iría al Belfalas. Mientras le susurraba a su caballo:
- Te llamaré rayas negras. ¿Muy original, verdad?



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