El último de los Noldor

14 de Julio de 2006, a las 08:34 - Entaguas
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CAPITULO 5: ¡GHASH, GHASH!

- ¡Ghash, Ghash!- Gritaban los orcos por la ruinosa M. Tirith en la lengua negra, que significaba ``fuego``. Los orcos corrían de allí para allá, frenéticos y terriblemente nerviosos. Por el aire rugían las grandes bestias aladas, además de vampiros de igual tamaño y poder. El jinete de un gran murciélago negro, era un terrible espectro tapado por una gran capa negra. Sus gritos de él y de sus bestias aterrorizaban a sus enemigos, y también a los suyos con la intención de que no abandonasen. Hace varios días que habían arrasado Gondor entera, y M. Tirith era una la prueba. Saqueada a más no poder, apenas guardaba riquezas. Todos los edificios estaban ahora en ruinas, y las murallas estaban en un estado lamentable. Ahora, las arañas de Mordor estaban atacando M. Tirith, y trepaban por los muros de las murallas. Los orcos y las demás bestias las repelían con dificultad, pues las arañas gigantes eran una plaga, y lanzaban sus telarañas sobre los atemorizados orcos. Con unas largas patas y un mortal veneno, eran la herramienta perfecta para matar. Ahora, si que no había posibilidades de que los gondorianos recuperaban M. Tirith. Las arañas se empezaron a extender por las angostas calles en llamas, pero unas explosiones derrumbando las murallas antaño gloriosas, de M. Tirith, matando a un gran número de arañas. Entonces, el espectro del gigantesco murciélago se quito la capucha mostrando su cuerpo; un gran casco del que sobresalían 2 cuernos totalmente retorcidos, una boca llena de afilados dientes que esbozaba una sonrisa malévola, totalmente acorazado y de un color rojizo. Entonces, las arañas se extendieron como una marea de diversos colores sobre la ciudad, arrasando con todo a su paso. Los orcos y unos grandes gusanos negros huían por un gran túnel que ellos habían hecho para huir, y las bestias aladas al igual que los demás seres alados huían del lugar. Al amanecer, solo unas cuantas ruinas y una gran llanura quemada en el lugar donde se levantaba antes M. Tirith. Las pocas ruinas que quedaban, estaban llenas de telarañas y estaban rodeadas de un olor bastante fétido que inundaba toda el Anórien.
Alfénix había contemplado toda esa escena, desde su puesto escondido de vigía. Cuando contemplo como las arañas rugían con sus voces roncas estuvo apunto de huir, pero resistió la tentación. Su señor Barahir, uno de los pocos supervivientes, le había encomendado la misión de vigía e informarle. Ahora estaba aterrorizado, y todavía estaba furioso por todo lo que los orcos le habían arrebatado. Alfénix era un joven en plena juventud, ya mayor de edad, pero el enemigo le había arrebatado toda su vida. Para él, hacía poco que estaba corriendo feliz y jugando con los suyos por las bellas calles de su ciudad. Pero pronto, en un solo instante, su vida cambió; un guerrero veterano le obligó a ponerse la armadura y tuvo que empuñar una espada, cosa que no había hecho nunca. Pronto vio como sus seres queridos morían a base de los sanguinarios atacantes, de como la ciudad entera estallaba en llamas, de como era colocado tras una muralla que apenas se sostenía. Vio como un terrible ser, un gigante negro, descargaba su gran martillo sobre los indefensos soldados. Él no sabía quien era, pero aparentaba ser un rey oscuro y era el responsable de toda aquella matanza. Vio como la sombra se extendía en su ciudad y por toda Gondor, y como los campos eran quemados y se volvían negros. A una orden, unas bestias endemoniadas entraron por la puerta, blandiendo unos látigos y espadas en llamas, y con un gran rugido, todos los de su lado temblaron. Arrasaban sin piedad, y detrás de ellos iban una gigantesca serpiente negra, que escupía fuego por la boca. También estaban terribles trolls,espectros montados en bestias aladas y murciélagos gigantes, además de dragones alados. La ciudad no aguantó más de un día. En un momento su furia se apagó en un gran golpe que le propinó un soldado veterano que le dijo:
- Larguémonos de aquí antes de que esto empeore.
El guerrero le arrastró por los pasillos y se fueron con una gran compañía de soldados y de ciudadanos. Todos tenían grabado en su memoria lo sucedido aquel día. Alfénix miraba ahora con resignación al mismo guerrero veterano, que había regresado de improviso y le decía:
- El señor Barahir quiere verte, pues necesita guerreros fuertes para hacer de su guardia personal para ir a un concilio con Eldarion, aunque creo que se habrá confundido- Bromeo el veterano- Me llamo Aldar, y seremos compañeros por ahora, bueno, monta en tu caballo y sígueme.
Alfénix no le hizo gracia la broma, y acepto con resignación su nueva misión. A ver que había hecho él. Montó en su caballo y siguió al veloz corcel de Aldar, pero antes, echó una mirada rápida a la ruinas de Gondor.

- ¡Ghash, y más Ghash! Apagad el fuego bestias inmundas- Decía un gran orco calvo, con un tatuaje de una mano negra en la calva, con unos grandes brazos que tocaban el suelo. Sus ojos eran de un color rojo, y andaba gritando órdenes a los soldados, pues era el capitán. Un grupo de orcos bajos, llenos de arañazos se le acercaron y le dijeron:
- ¡Las arañas son incontenibles señor!- Dijo el jefe de aquel extraño grupo, que tenía las manos llenas de un líquido verdoso- ¡Las murallas han caído!
Un orco se acercó y chasqueó su látigo en señal de amenaza contra el pequeño grupo. El orco de la calva le paro y les dijo:
- Quitaos esas telarañas y limpiarse el veneno de las arañas o moriréis- Dijo con su sonrisa malévola- Ahora, quitaos de mi vista y seguir luchando, pronto enviaré refuerzos.
Los pequeños orcos se fueron jadeantes y algunos maldijeron entre dientes. Mientras avanzaba con el orco del látigo, mientras observaba como batallones de orcos intentaban resistid ante la marea de arañas.
- ¿Tu que piensas de esto, Umndâk?- Le dijo el orco de la calva al del látigo.
- Que tendremos que huir de aquí- Dijo Umndâk- Oye, Hush, en caso de emergencias Karlery el espectro endemoniado nos dijo que activásemos las bombas.
- No creo que la situación este tan mal...- Dijo el Hush, pero calló al ver como las arañas se abalanzaban sobre los orcos y habían entrado por las calles. Entonces, alzo su oscura voz y le dijo a Umndâk:
- Guía un batallón de orcos y activa las bombas en las murallas, una vez activadas, la muralla caerá y podremos huir.
- ¿Podremos? ¡Yo moriré en el intento, calvo patizambo!
- ¡Es una orden!- Gritó Hush, y el orco del látigo se fue con un batallón maldiciendo por lo alto.
Hush siguió avanzando por la ruinosa ciudad, pero pronto sintió como la idea de rebelión le invadía la cabeza. No, él era un orco fiel a su señor, aquel señor que había condenado a su raza y que le había llevado a la perdición. Había recibido noticias de los lejanos Albanteses, orcos aliados de los enanos, y luchaban libres y sin un dueño que les azotará. Hizo sonar su cuerno y dijo en voz alta una sola palabra:
- ¡Rebelión, rebelión! ¡La mano que nos esclaviza no nos esclavizará durante más tiempo! ¡Rebelión, Rebelión!
Los demás orcos también clamaron su grito, pero el grito de las bombas hicieron cesar el grito; y también que en ese momento de confusión, Karlery el espectro endemoniado montado en un murciélago le arroyó provocándole la muerte. Los orcos callaron y obedecieron a su señor, una vez más, pero... ¿Cuanto más serían capaz de aguantar los orcos a la esclavitud y a las penurias? Gracias a Hush, aunque murió, la idea de los orcos de dejar la guerra se hizo más fuerte, y pronto, llegaría el momento en que los orcos abandonarían a su señor.
Pero Melkor, Morgoth Blaugir, tenía un as guardado en la manga pues sospechaba de la traición de sus orcos; los hombres-lagarto y demás bestias deformes, algunos eran incluso licántropos de los que apenas se tenían rumores, eran seres malévolos creados por él, y si los orcos le abandonaban, los hombres lagartos y otras bestias, ocuparían sus filas de infantería; pues eran incansables, siempre sedientos de sangre, sin miedo y no sufrían dolor alguno. Ya llegaría la hora de que eso sucediera, mientras, los orcos seguían gritando:
- ¡Ghash, Ghash!

Alfénix seguía el corcel del veterano Aldar, con gran rapidez. Pronto, formó la guardia personal de Barahir y Eldarion, vio a su lado el brillante y temido por los orcos Eldarion; rey de Gondor, a pesar de que había perdido su reino, los orcos temieron su nombre en el asedio y en las batallas, y al lado de Aldar estaba Barahir, nieto de Faramir y muy diestro en la espada. Ahora se dirigían hacia el castillo dorado de Medusel, en los cuales había de realizarse un gran concilio, en el que hombres del oeste y del este, enanos, elfos y al parecer algunos orcos, deberían decidir el futuro y que hacer frente al poder de Melkor. Los ojos de Eldarion le relampaguearon al recordad la sangrienta batalla y el daño que Morgoth les había infligido.  Barahir, tocaba su melena indomable al tiempo que sujetaba su espada en alto, todavía furioso por una llamarada de un dragón que le alcanzó la pierna, aunque ahora estaba recuperado, y el dragón no vivió para contarlo. Aldar también tendría sus motivos personales por los cuales no le hacía gracia eso de los orcos aliados, de lo que tampoco ni elfos ni hombres del este habían visto. Alfénix todavía recordaba con pena la caída de su ciudad, y como con ella, todo sus seres queridos. Ahora estaban atravesando el Folde Este, y solo unos cuantos rohirrim habían salido curiosos al ver los últimos gondorianos. No serían más de unos 500; unos 500 guerreros valientes dispuestos a infligir el máximo dolor al enemigo.
Alfénix, portaba el estandarte del árbol blanco; de todos modos, que importaría, ya el árbol blanco había sido quemado y su ciudad había caído como un castillo de naipes, y sus supervivientes era un reducido pueblo de valientes guerreros, pero muy pocos. Alfénix, miró con curiosidad a los habitantes del Folde Este, donde parecían que estaban casi todos los refugiados. Miró con curiosidad a una pálida elfa de cabellos negros, pero pronto dirigió su mirada al frente sonrojado por la belleza de la elfa.
``El tiempo de que yo y toda la gente de los pueblos libres de la tierra media, pueda vengarse de Morgoth, llegará`` Pensaba esperanzado Alfénix.
Aldar le sacó de sus pensamientos, pues colocándose a su lado le dijo:
- ¿Qué opinas de todo esto Alfénix?
- En general... que ahora estaría muerto si no me hubieses sacado de aquella matanza, y como sabrás no se si estarte agradecido, pues muerto estaría más tranquilo que ahora.
- ¡Huir es lo único que podíamos hacer Alfénix! Yo soy un veterano y mi consejo te tendría que bastar. Todavía recuerdo cuando Eldarion salió hace años de campaña y un traidor intentó hacerse con M. Tirith. Afortunadamente, gracias a valientes y leales como yo, el reino a perdurado durante siglos de decadencia.
- Aldar, calla- le dijo Alfénix, aunque terminó diciendo- Huir fue la mejor alternativa, tienes razón, pero...
- No somos unos cobardes, si es eso lo que piensas. Entonces, quizás hasta Barahir y Eldarion fuesen unos cobardes- Le susurró.
- Enga, desahógate ¡Adelante!- Alfénix ya parecía más molesto.
- ¡Pues que no me parece bien esa alianza con orcos albanteses! ¡Ni con los antaños traidores del sur y del este! Sigo siendo un hombre antiguo, y incluso me husmeo cosas raras entre los elfos y enanos.
- Lo que tu digas Aldar- Dijo Alfénix, que a pesar que todavía guardaba odio por haberle salvado de manera tan brusca, estaba empezando a depositar confianza en Aldar.



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