El último de los Noldor

14 de Julio de 2006, a las 08:34 - Entaguas
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CAPÍTULO 8: EL CAER DE UNA RAZA, Y EL NACER DE OTRA

Umndâk lo había conseguido. En un trozo de una lanza rota, tenía empalada la cabeza de Finfuingil Entaguas, uno de los Noldor. O al menos eso pensaba él. ¡No se podía haber equivocado! Cierto era que los hermanos eran muy parecidos, pero él había matado al alto que era Finfuingil ... ¿O Finfuingil era el bajito? La duda le inquietaba mucho, y todavía no se había recuperado del encuentro con Morgoth, al igual de su escuadrón(el cuál estaba por cierto muy reducido, ya solo eran unos 8 de los 20 iniciales). Umndâk observó que desde el cielo veía a los orcos huir en masa, siguiendo la misma trayectoria que ellos: Utumno. ¿Pero por qué tal huida en masa hacia la fortaleza? Umndâk empezaba a olerse lo peor. Observó que el dragón le decía a la gran masa orca de abajo:
- ¡No huyáis! Bueno... ¡Sí! ¡Huid ratas cobardes... huid hacia Utumno ...! ¡Repliegue el enemigo es demasiado numeroso ja...!
La risa del dragón a Umndâk no le agradaba ni le calmaba, todo lo contrario. Cuando llegaron a Utumno la observó desde arriba en llamas; ¡No podía ser! ¡No puede ser! Una rebelión orca... ¡Increíble!.
Los orcos luchaban contra los Olog-hai y balrogs en las calles. Los orcos entraban enfurecidos y caían en la gigantesca fortaleza negra. Umndâk observó que ya desde el palacio del señor oscuro, su figura observaba todo esto desde una ventana, con curiosidad y alegría. El caos era total. Orcos contra dragones, balrogs y Olog-hai. También de unas mazmorras y de unas cuadras oscuras salieron millones de lobos descontrolados atacando a todo ser que se le cruzase en el camino. El dragón le abandonó con su pelotón en la entrada del palacio oscuro. Umndâk observó que ya un montón de orcos fuertes se acercaban al palacio, a los gritos de ¡Rebelión, rebelión!, en la antigua lengua negra. Además, las catapultas lanzaban sus proyectiles impactando contra los dragones alados, y estos caían moribundos. Umndâk y su pelotón entraron tímidamente, y observaron que en el palacio del mismísimo Melkor también había signos de rebelión; los fuertes orcos que formaban parte de la guardia del palacio, estaban muertos atravesados por multitudes de flechas y espadas curvísimas y muy afiladas. Entonces Umndâk vio al señor oscuro sentado en su trono oscuro, ya no estaba mirando a la ventana, y parecía estar como indiferente a los hechos, como si no tuvieran importancia para él. Algo raro tramaba, y Umndâk ya lo notaba en su sonrisa macabra.
- ¿Tienes algo para mí, si creo mal no recordad no, orco pálido?
- Sí... pero antes... ¿Que está pasando ahí fuera señor?- dijo tartamudeando un orco de su compañía.
- ¡Ja! Una rebelión orca. No se los motivos, creo que es el desprecio que les tengo, piden unos derechos...- Las muecas de risas de Morgoth se convirtieron ahora en una de seriedad y furia- Ahora, quiero mi presente.
Umndâk le tiró la cabeza del elfo, y Morgoth la cogió en un acto reflejo. Umndâk tragó aire y Morgoth le miró seriamente.
- ¡Este no es Finfuingil Entaguas, ineptos! ¡Es su hermano Ferleth!
Todos se miraron llenos de temor y supieron lo que les esperaba, Morgoth se levantó del asiento y les dijo:
- Les aré la tortura que ustedes vieron y les prometí. Pero antes, tendrán un último honor. No será el honor de que yo les mate, no será el honor de contemplar... ¡El nacer de una nueva raza, la raza que sustituirá a los orcos!
Los vapores de la sala desaparecieron y aparecieron unas figuras pertrechadas, unas bestias extrañas...
- Hombres lagarto- Dijo Morgoth- Acabad con ellos. Y luego acabad con todo los orcos, no quiero que la raza del orco, desde el Uruk-hai hasta el snaga, vea el amanecer.
Estos colocaron unas flechas en sus arcos y Umndâk observó que una multitud de estos seres salían de puertas puestas en las habitaciones. Vio la puerta del palacio abierta y con desesperación, saltó y salió corriendo hacia afuera. Detrás suya, se oyó el gemido de su pelotón. Corrió con desesperación, mientras escuchaba a los hombres-lagarto gritar de furia a la vez que más pisadas se concentraban a sus lados. Umndâk vio en las negras calles, como los balrogs tiraban por los aires a los orcos, como caían bajo los Olog-hai y huargos, y como eran quemados por los dragones. Estaban atrapados. Vio un pelotón gigantesco de orcos, que se mantenía firme, un escuadrón entero de veteranos. Los dirigió hacia el palacio, y vieron como salían como una marabunta los hombres lagarto. Los orcos lucharon ferozmente, pero en aquellos seres Morgoth había conseguido la perfección; luchaban ferozmente, no huían ni gemían de dolor, mataban a placer y no sentían dolor cuando le daban tajos. Umndâk huyó en la confusión de la batalla, cual fugitivo con una multitud de orcos a la vez que por las calles la confusión de la rebelión seguía.
- ¡Hacia la puerta este! ¡Deprisa! ¡Es la única que permanece abierta!
Umndâk y varios orcos dispersados llegaron a la zona de la puerta este. Pero allí dragones, Olog-hai que cerraban y protegían la puerta, y balrogs patrullaban. En el centro de la fortaleza, todavía los orcos luchaban contra los hombres lagartos. En un caos de confusión, Umndâk consiguió escurrirse entre los balrogs y trolls, y conseguir escapar de la fortaleza, justo a tiempo. Cuando salió él vio como esas nuevas bestias se colocaban en las murallas y le lanzaban descargas de flechas. Finalmente, a base de un increíble jadeo consiguieron llegar a un bosque donde descansó con un grupo de orcos y orcas. Unos cuantos treparon a los árboles atemorizados, otros se quedaron con él abajo. Eran los últimos orcos que quedaban, los últimos de su raza. Una orca que estaba suspirando le dijo:
- Nunca pensé que este fuera el final de nuestra raza. Nosotros, que tantas victorias le hemos dado a nuestro... a ese pedazo de zopenco.
- Y para colmo nos ha condenado al destierro y desagrado de las demás razas, nadie nos va admitir- Dijo un uruk que estaba al lado de Umndâk.
- Todavía estamos a punto de recuperar nuestro honor. Este es el fin, pero al menos caeremos con honor. Hagamos que cuando las demás razas se acuerden de nosotros, lo haga de diferente manera.
- ¿Pero como podemos recuperar ese honor? 2 minutos de lucha no van a cambiar sus opiniones- Dijo un orco que tenía clavadas varias flechas y que jadeaba.
Umndâk desenvainó su espada, pues olía el peligro en el ambiente. La orca dijo:
- Está amaneciendo...
Entonces, un aullido de los lobos se elevó, y luego más, muchos más. Era el sonido de la muerte, el sonido del caer de una raza.
- ¡Orcos! Caigamos con honor. Luchando ahora, recuperaremos nuestro honor en la otra vida, Morgoth no nos ha hecho crueles por naturaleza, si no que nos educó. ¡Pero Morgoth, jamás nos arrebatará la libertad por la que tanto luchamos!
Los que estaban en el suelo desenvainaron las espadas, y los que estaban en los árboles trepaban todavía más alto. Los lobos cayeron sobre los orcos, y treparon a los árboles, cayendo también los de arriba. Y Umndâk se fue tranquilo a la otra vida, sabiendo que por fin, había conseguido la libertad.

Morgoth había exterminado a la raza de los orcos, aquellos que le habrían seguido hasta el final. Pero no pudo permitir la pérdida de Gondor, y un error así era lo que estaba esperando para darle su merecido a aquella detestable raza. Había tenido noticias de que unos pocos habían conseguido huir de Utumno, pero que les habían dado caza. Ahora los orcos, serían para él, una página a pasar. A pesar de haber hecho tal atrocidad, Morgoth no esbozaba ningún signo de lamentarse por lo que había hecho. Y es que había eliminado a los orcos, por que simplemente, tenían sentimientos, huían, temían y amaban, y a pesar de que les había condenado, lucharon con valor. Pero los hombres lagartos eran perfectos, no sentían dolor, no tenían sentimientos, eran como una masa de animales inteligentes que cumplían las misiones de su señor sin titubear. Morgoth espiró fuertemente y dijo a troll que estaba en la sala:
- Quiero los hornos trabajando día y noche. Quiero que sigáis trabajando y fabricando a los hombres lagartos a todas horas. El enemigo pronto tendrá noticia, e intentará atacarme. ¡Grandiosa será sorpresa! Nadie de ellos vivirá para ver el amanecer...

Ghurtang era un orco como otro cualquiera. Obedecía a su señor sin rechistar y con odio interno que le ennegrecía el alma y el corazón. Como cualquier orco, sería mandado a luchar con unos 14 años humanos y luego moriría en un campo de batalla, en una mazmorra de tortura, o de cualquier forma, alrededor de los 30. Esa era la esperanza de vida orca. Aunque Ghurtang había visto orcos que superaban esa edad con creces y el pelo se les llenaba de canas. Estos orcos eran unos privilegiados, y como habían conseguido sobrevivir, lo ignoraba. Sin embargo, para Ghurtang ahora todo había cambiado. Su oscuro señor, aquel al respetaban por temor, había encargado que su raza desapareciese. ¿Por qué, después de tantos años de servicios? Y lo peor es que estarían condenados al juicio de otras razas, y ahora se había dado cuenta de que su señor les había exprimido como una naranja, y ahora, se deshacían de ellos. Al parecer otra raza les iba a sustituir, temibles hombres lagartos, cuyo aspecto no había visto. Ghurtang estaba encerrado en un arsenal, escondido en una esquina, mientras que oía la batalla de arriba. Gritos de orcos que morían. Sin embargo, después de una intensa lucha, predijo que ya estaba amaneciendo. Entonces oyó que un balrog que estaba cerca de él decía:
- Adiós a esas ratas apestosas... a partir de ahora mano de obra cualificada ¡Sí señor!, esos hombres lagartos son la perfección que nuestro señor no pudo conseguir con los orcos. Ahora esas bestias repugnantes no existen, se lo merecían...
Ghurtang seguía escuchando con cautela desde su rincón a los balrogs, y entonces les escuchó decir:
- Dentro de poco llegará nuevas armaduras para los nuevos soldados. El enemigo no puede saber que estamos tan debilitados... Pero estas bestias se reproducen rápido, no sienten cansancio y la única forma de matarles es degollándoles o por la pérdida de sangre.
- ¿Y el corazón?- Pregunto el balrog de al lado.
- No tienen corazón- Dijo el balrog- No tienen sentimientos. Son como máquinas.
Ghurtang se estremeció al oír lo dijo por el balrog. Pero no había tiempo que perder. Con cautela y mucha paciencia, consiguió una armadura de esas nuevas bestias, se la puso y montado en un huargo(él cual le miraba extrañado) huyó del arsenal. El lobo no andaba muy deprisa y no continuaba de mirarle a la cara:
- ¡Vamos... que no me delaté el olor... ojala esas criaturas no tengan olfato!
Pero pronto un silbido respondió a su pregunta. Una flecha impactó contra todo el centro de su espalda. No le dio tiempo a ver su agresor. Lo único que supo es que otra flecha le dio en la nuca, y cayó del lobo, el cual cogiéndole por el brazo, le arrojó a un foso del arsenal.
Y así cayeron los orcos de Morgoth; desdichados y tristes, arrepintiéndose de sus decisiones en tiempos anteriores, sufriendo un destino, que no se merecían...

Albantas estaba muy pálido. En la alegría de la fiesta, un emisario oscuro y negro había entrado. Todo fue silencio, y a todos se les quitaron las ganas de beber cerveza. Llevaba un paquete negro y oscuro, y a todos le dio mala espina. Pero Albantas y todos los albanteses se pusieron muy pálidos, tragando aire. El emisario iba encapuchado y era difícil saber lo que era. Con su voz oscura y tosca dijo:
- ¿Hay aquí alguien de los Albanteses con suficiente autoridad para recoger este paquete que mi señor les envía? Mira, si viene con una tarjeta para que la leáis y todo... Oh, que detalle.
Albantas tragó aire, se levantó de la barra y dijo:
- Yo- dijo, aunque le costó bastante trabajo decirlo, y el emisario le entregó el paquete y se fue con un:
- ¡Adiós! Espero que les guste el regalo... ja...
Y con un portazo se alejo. Todo estaba silencioso y Albantas sostenía el paquete entre sus manos. Fue a abrirlo, pero Alatar y Pallando le detuvieron diciéndole:
- ¡NO! ¡PUEDE SER UNA TRAMPA! ¡ALBANTAS NO LO ABRAS! ¡NO!
Los líderes albanteses se reunieron alrededor de Albantas y este les dijo:
- Esto... huele a muerto...
A Finfuingil le relampaguearon los ojos y se levantó bruscamente, creyendo que era la cabeza de su hermano muerto. Albantas leyó en voz alta la tarjeta:
- Para los albanteses, sureños, orientales y antiguos siervos de Morgoth. Estúpidos desleales, allá vosotros. Pero que sepáis, que esto es lo que os deparará el destino para vosotros y los enemigos de Melkor.
Entonces, Albantas abrió el paquete. Su cara se horrorizó, y los albanteses elaboraron un grito de asombro y terror. Los demás estaban impacientes, pero cuando Albantas sacó lo que había del paquete, todos se aterraron. Albantas sujetaba en sus manos lo que les había regalado Morgoth; una cabeza de un orco.
- Los orcos han desaparecido de la Tierra Media. Han sido exterminados. Ahora, los Uyar-tandûn, ocuparán su lugar. Eso pone con sangre en el casco orco- Dijo Albantas horrorizado.
Todos callaron, y entonces, Pallando dijo amargado:
- Uyar-tandûn significa hombres-lagarto en la lengua negra- recorrió a todos con la mirada- Ahora, esas nuevas bestias, han suplantado a los orcos. No se que es lo que planea Morgoth ni que lo que demonios está pasando... pero ahora que los orcos han desaparecido, Morgoth estará débil y sin su gigantesco ejército; debemos atacar, ¡Ahora!.
- Mi querido Pallando- dijo Finfuingil- ¿No te das cuenta de que algo raro pasa? ¿Por que Morgoth se iba a deshacer de los orcos? ¿Por que les iba a hacer desaparecer? No... yo creo que es una trampa...
- Estoy de acuerdo- Dijo Albos de los albanteses- pero nosotros sabemos más sobre este asunto que vosotros, sobre todo algunos de los cuáles rescatamos en la recuperación de Gondor. Morgoth ya planeaba desde hace tiempo eliminar a los orcos y suplantarlos por otras bestias más fuertes, sin sentimientos, unas máquinas de guerra. Son temibles en el campo de la batalla y no sufren dolor, la única manera de matarles es degollándolos o por la pérdida de sangre.
- Y aunque les atravesarais con una lanza o espada el pecho, no sentirían nada, pues... no tienen corazón- Dijo Arveno- Lo que Morgoth pretendía conseguir cuando hizo los orcos, lo ha conseguido con estas criaturas; seres temidos y fieles servidores que no huirán en la batalla.
El silencio se volvió a hacer en la sala. Alatar, con voz serena y grave dijo:
- La fiesta ha terminado. A partir de ahora, quiero vigilancia y ejércitos patrullando por nuestras fronteras, debemos estar preparados para cualquier ataque enemigo. Un nuevo terror se acerca... y no debemos subestimar al enemigo.
- Pero una cosa sigo sin entender... ¿Como los ents y ucornos han dejado pasar a ese emisario? ¡Un ejército enemigo podría haber entrado y matarnos a placer!- Dijo Pallando.
Finfuingil tosió y Alatar dijo mirándole:
- Creo que nuestro amigo Finfuingil sabe algo más sobre por qué los ents no están pendientes de la vigilancia... ¿No es cierto?
- Ejem...- y volvió a toser- los ents ... andan ocupados...
- ¡En qué! ¿Que puede ser más importante que...?
- Han encontrado por fin a las ents mujeres- dijo Finfuingil, y todos, como si la respuesta le agradara, esbozaron una sonrisa de felicidad.
- Así... que era eso... Bueno me alegro por ellos- dijo Pallando recobrando el humor- Bueno, ya habéis oído a Alatar.
Y así todos los presentes, se fueron de la sala, preparados para lo que se les avecinaba.

Morgoth  contemplaba desde su palacio como sus nuevos y fieles servidores, desde su palacio de pesadilla. Pronto, el número de esas criaturas y su poder militar volvería a triplicar a su enemigo. Solo necesitaba tiempo, y él sabía como conseguirlo. Con un gesto despectivo de su mano, ordenó a los hombres lagartos que mandaran legiones enteras de lobos a hostigar las fronteras del enemigo. Morgoth no mandó atacar a ninguna legión de hombres lagartos, pues les prefería mantenerlos en su fortaleza. Quería que cuando los elfos, hombres, enanos y demás enemigos suyos, marchasen a su fortaleza, viesen con temor a sus nuevos servidores, y que atacasen sin saber a lo que se enfrentaban. El corazón podrido de Morgoth rebosaba odio, y todavía no olvidaba el dolor que les había hecho los Noldor. Temía que Finfuingil descubriese su poder interno, el poder que tenía oculto todo Noldor. Un poder que era más devastador que cualquier máquina de guerra. También odiaba a los enanos, pues al ofrecerles oro y joyas, se las arrojaron a la cara, negándoles su alianza. ¡Y más a los orientales y sureños!, esos hombres que habían resistido sus asedios y no se habían rendido, y tampoco olvidaba a los albanteses, sus orcos-esclavos que ahora eran sus enemigos. Pero Morgoth se contuvo, y mientras recibía noticias de que los Valar no podían romper el asedio, su felicidad aumentaba. Pronto, levantaría el puño en señal de victoria, pues su plan, estaba cerca, muy pronto... pero mientras, debilitaría a su enemigo de otra forma. Aún tenía un fiel espía sureño a su servicio. Le ordenó a un hombre lagarto que le llamara. Pronto, una figura encapuchada, apareció.
- Shagrat, eres el único espía que tengo a mi servicio, se que me eres muy fiel, que eres de fiar, y que tanto tus métodos como tus resultados son efectivos. Tú me ayudaste con el asunto de Ferleth, haciéndole ver que su hermano estaba con su esposa, y además mataste a Arzanôn. Así que te voy a encargar una nueva misión.
- ¡Será todo un honor, mi amo!- respondió el sureño, arrodillándose, lo que le produjo a Morgoth una sonrisa.
- ¿Te acuerdas de la mujer de Ferleth, de la que Finfuingil estaba enamorado, no?
- Sí, mi amo.
- ¿La ama mucho, con locura, o solo es un desliz amoroso?
- Mi amo, la ama con locura, ella es una luz que le ilumina en la más oscura cueva, el volver a verla es quizás lo que le de fuerzas en la batalla, creo que, hasta le ha dejado embarazada...
Al oír todo eso, el cuerpo de Morgoth rebosaba alegría y maldad, su cara se contrajo en una malvada y feliz sonrisa, como si estuviera a punto de ponerse a bailar de la alegría.
- ¡Bien, bien! ¡Estoy más que contento con tus noticias, Shagrat! No sabes la alegría que me da oír eso...
El sureño, al ver la alegría de su amo, sonrió malévolamente y dijo:
- ¿Quieres que la mate, mi amo?
Morgoth asintió con su sonrisa malévola y dijo:
- Apuñálala, dególlala, envenénala, tráeme su cabeza, ahógala, me da igual como lo hagas... pero quiero que muera... y asegúrate de que muere.
- Y así será mi amo- dijo Shagrat el sureño, y se fue alabando a su amo.
- ¿Cómo lo vas a hacer?- dijo Morgoth integrado.
- Supongo que soy muy clásico. 2 puñales clavados, uno en el corazón y otro en la cabeza. Luego, desapareceré silenciosamente, me aseguraré de que está muerta. Si sigue viva o la curan, la degollaré, aunque estén todos los presentes delante mi amo, todo por cumplir tu voluntad.
Para Morgoth había sido un buen día, pero él sabía que ya tendría días aun mejores.



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