La flor de fuego

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - elf-moon
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CAPÍTULO 11. LOS PUERTOS GRISES

Año 2200 de la Tercera Edad

-Despierta, Isengrim.
El hobbit entreabrió los ojos somnoliento. Bostezó ruidosamente y se restregó los ojos. No contestó enseguida. Se había quedado dormido en brazos de la elfa en su viaje de vuelta. Su sorpresa lo dejó paralizado un buen rato.
-Contempla, Isengrim, algo que ningún hobbit ha visto y muy pocos hombres en esta edad pueden alardear de haber contemplado.
-¿Es lo que creo que es, Naurloth?
-Sí, Isengrim. Mithlond. Los Puertos Grises.
A sus pies, dominando la desembocadura del río Lune, se extendía en las dos orillas del mismo, los Puertos Grises, brillantes y blanquecinos con la luz del mediodía y a la vez sombríos. Vio lejanos barcos fondeados en sus muelles y pequeñas embarcaciones navegando por el golfo
-¿Me vas a llevar a los Puertos?
-¿No los querías ver? Pues a ellos vamos.
Espoleó el caballo, que inició el descenso por la colina a buen paso. Los Bosques ya no eran tan frondosos como los de Forlindon, pero aún así, Isengrim los consideraba igualmente insondables. Y cuando estaban a punto de llegar a las faldas de la colina, una voz los detuvo.
-Daro26!
Naurloth detuvo su corcel, y miró hacia un punto del bosque.
-Ya tardaban demasiado –murmuró más para sí que para el hobbit.
Isengrim se volvió como pudo.
-¿Sabes quienes son? –preguntó con el mismo tono de voz.
-Sí, llevan unas cuantas horas siguiéndonos. Son elfos de los Puertos.
En aquel momento, dos elfos salieron de entre la espesura. Armados con arcos y flechas, vestían de colores pardos. Uno de ellos, el más lejano a la pareja, era un sinda de cabellos dorados que los miraba con curiosidad. El más cercano, sin embargo, era un noldo, a  juzgar por sus cabellos oscuros.
Lo único que pudo hacer el hobbit en aquel momento fue intentar no volverse loco cuando el elfo noldo y su compañera empezaron a hablar muy rápidamente en sindarin. No supo a ciencia cierta si la conversación era buena o mala, porque la elfa a veces parecía dar respuestas cortantes y otras veces parecía que la conversación era amigable. Mientras, el elfo de cabellos rubios, se acercó casi furtivamente, miró atentamente al hobbit y de repente, lo saludó.
-Aiya, eres un hobbit, ¿verdad?
-Sí.
El elfo sonrió.
-Hacía mucho que no veía uno de tu gente. Desde la Batalla de Fornost.
El nombre dejó a Isengrim dubitativo. Después de todas las historias que le había explicado Naurloth desde que se conocían, con todos los nombres que llegaban a bailar en su mente, en aquel momento no sabía si Fornost era algo glorioso, triste o simplemente uno de tantos nombres.
-Hace… mucho tiempo de ello para nosotros.
Lo dijo con aplomo aunque interiormente no tenía ni idea de cuantos años habían pasado de aquella batalla.
-Sí, lo entiendo. Doscientos veinticinco años. Mucho incluso para un hobbit. Pero soy un maleducado. Mi nombre es Estelion –y saludó con una leve reverencia.
-Isengrim Tuk.
El elfo se acercó aún más y murmuró por lo bajo.
-No hagas caso de mi compañero… es un cascarrabias.
El noldo lo miró de repente frunciendo el ceño.
-Te he oído.
Estelion sonrió por respuesta. Naurloth retiró levemente su capucha en aquel momento y miró lo atentamente.
-Estelion Aglarion27. Ahora te he reconocido.
El sinda parpadeó varias veces al oírla.
-¿Nos conocemos?
-Sí. Hace setenta y cinco años, tú mismo me despediste cerca de las Colinas de la Torre cuando viajaba hacia Rivendel.
La sorpresa asomó por su rostro.
-¿Naurloth?
Pronunció su nombre con cierta sorpresa. El noldo levantó la cabeza con fuerza.
-¿Por qué no me habéis dicho antes vuestro nombre?
Isengrim se dio cuenta que los dos elfos la miraba con sorpresa y con cierta reverencia. Naurloth sonrió levemente.
-¿Me habrías dejado pasar aún llevando un hobbit conmigo si te lo hubiera dicho después de seguirme durante tanto tiempo?
-No hubiera discutido tanto –reconoció el noldo con una sonrisa.
Estelion hizo una reverencia y dijo:
-Seré vuestro guía. Así no volverán a deteneros.
Naurloth asintió. El noldo se apartó del camino y la elfa espoleó su caballo, mientras Estelion caminaba a su lado. Isengrim, atacado por la curiosidad, interrogó a su escolta.
-¿Hay muchos guardias?
-Más de los que crees. Guardamos los Puertos Grises y muy pocas criaturas que no son eldar llegan hasta ellos.
-¿Por qué?
-Porque los elfos protegen el lugar desde el que parten hacia Occidente, Isengrim –contestó Naurloth.
Estelion asintió con la cabeza.
-Así es, mi señora.
-¿Y todos os iréis algún día?
Ninguno de los dos elfos contestó inmediatamente. El hobbit observó concienzudamente al sinda, que después de un buen rato, lo miró, sonrió levemente y dijo:
-Eso fue lo que se dictaminó hace mucho tiempo. Que abandonaremos la Tierra Media.
El hobbit se entristeció.
-Pues resultará extraña sin vosotros… y será muy triste.
-Algo de nosotros quedará cuando partamos, Isengrim, aunque sólo sean leyendas –contestó Estelion guiñándole el ojo -. Pero eso ocurrirá en un tiempo lejano para ti. Te lo aseguro. Y puede que no todos decidan irse. Nunca se sabe lo que podemos llegar a hacer ni decidir cuando llegue el momento.
-Ojalá nunca os fuerais.
-Puede que en el fondo, nunca nos marchemos del todo, Isengrim –susurró Naurloth dulcemente.
           
Nunca olvidaría los Puertos Grises, se repetía una y otra vez Isengrim boquiabierto. Nunca hubiera pensado ver tantos elfos. Nunca hubiera pensado sentirse tan maravillado por algo que no fuera comestible. Porque la ciudad era magnífica a sus ojos, bella e irreal. Hermosas casas de gráciles arcos de piedra grisácea aquí y allí; jardines de mil y una flores desconocidas y fragantes; calles empedradas con una precisión increíble; y elfos, muchos elfos que observaban con curiosidad a un hobbit montado junto a una elfa de cabellos oscuros. A cada paso, el hobbit daba un codazo a su compañera señalando algo que le llamaba la atención. A cada paso su asombro era mayor y una fragancia nueva y desconocida lo asaltó: el olor del mar, el olor penetrante a salitre del mar.
Llegaron a una hermosa casa, enmarcada por frondosas hiedras de hojas brillantes que cubrían prácticamente toda su fachada. Más que una casa, era un palacio, aunque lejos de ser una construcción escandalosamente llamativa, sólo sus dimensiones, mayores que la media, informaban que lo era. Naurloth desmontó, ayudando luego a Isengrim y dejó que uno de los elfos tomara las riendas de su corcel.
-Esta es la casa de Círdan, Señor de los Puertos Grises, Isengrim –anunció Estelion.
-¡Es enorme!
El sinda se rió. Naurloth únicamente sonrió y se encaminó hacia la escalera de entrada, seguida su compañero y su escolta, que no hizo intención alguna de indicarle el camino. La resolución con la que ella caminaba le había indicado que sabía perfectamente donde iba.
Podía ser que hubieran pasado setenta y cinco años desde que pisara por última vez aquellos suelos y de que fuera una niña cuando lo había hecho, pero la elfa recordaba perfectamente cada lugar por el que había pasado años atrás. La mayoría con los que se cruzaba la miraban con curiosidad. No la conocían y sus vestiduras indicaban que venía de lejos, de Rivendel; pero los últimos emisarios de Elrond no hacía tanto tiempo que habían partido hacia la Imladris y muchos se preguntaban quién era.
Llegaron a una sala decorada con hermosos tapices y varias puertas. Naurloth se volvió, miró al hobbit y dijo:
-Escucha, Isengrim, debo dejarte un rato. Pero estoy segura que Estelion estará encantado de acompañarte.
-De acuerdo. Exploraré el lugar.
Por detrás, el sinda asintió con la cabeza. Naurloth correspondió de igual forma y espero a que ambos se marcharan para volverse y acercarse a una puerta ricamente trabajada. Suavemente, llamó a la puerta y una voz la conminó a entrar.
     
Mientras, Isengrim correteaba por el resto del palacio con Estelion pisándole los talones, arrancando sonrisas con aquellos que se cruzaban con él. Pero cuando llegaba a una terraza, estuvo a punto de chocar con elfo de cabellos negros vestido con una hermosa túnica esmeralda y que tuvo que agarrarlo por los hombros para no arrollarlo.
-¡Caramba! ¡Un mediano en Mithlond! ¿De dónde has salido tú?
-¡Perdón! –saltó el hobbit y con una reverencia se presentó -: Isengrim Tuk a su servicio.
-Perdonad, mi señor, no os había visto –se excusó por detrás Estelion.
El elfo, de ojos grises de mirada profunda y sabia sonrió.
-Disculpado estáis los dos, señor Isengrim Tuk de la Comarca, si no me equivoco y Estelion Aglarion.
-Sí, soy de la Comarca –anunció vehemente el hobbit-, de los Tuk de toda la vida.
-¿Y que hace un Tuk de los de toda la vida en los Puertos Grises?
-Viajar.
-Nunca oí que los hobbits viajaran… al menos, no lo hacen normalmente y los que yo he conocido no lo hacían frecuentemente ni se alejaban tanto de la Comarca.
Isengrim se rascó la cabeza y sonrió.
-No lo hacemos… pero los Tuk somos algo extravagantes. ¿Habéis conocido a más hobbits como yo?
-Sí, señor Isengrim. Hace muchos años para tu gente. En la Batalla de Fornost.
Interiormente, el hobbit se dijo que debería pedir a Naurloth que le explicara de nuevo que había pasado en esa batalla. Le intrigaba que dos elfos ya le hubieran hablado de ella y de hobbits.
-Ah, pero soy un maleducado. Mi nombre es Nolwe, Nolwe Mithgail28.
 
-Elrond me avisó que tal vez vendrías a Mithlond.
-Supongo que pensó que lo haría. Siempre tan agudo.
Círdan sonrió. Naurloth sentía la mirada del Señor de Mithlond sobre sí. Era extraño tener ante los ojos a uno elfo que había nacido en las orillas de Cuiviénen. A los elfos se les llamaba por antonomasia los Primeros Nacidos; pero Cirdán era sin duda un auténtico Primer Nacido, un elfo que había vivido toda la historia de los elfos y que aún permanecía en la Tierra Media. Un elfo tan anciano, que ostentaba una larga barba gris, símbolo indiscutible de su edad.
-¿Y encontraste lo que buscabas?
-Lo que sabía que encontraría, sí.
-¿Y has acallado los fantasmas?
Lo miró seria.
-¿Te ha hablado Elrond de mí?
-No, no lo ha hecho.
Tardó en responder. Cuando lo hizo, su voz se había relajado.
-Sí.
El Señor de Mithlond sonrió satisfecho.
-No necesito las palabras de Elrond para saber a qué has venido a Lindon sin pasar antes por Mithlond y viajando directamente hacia Forlindon. Muchos años hace que paseo por la Tierra Media.
Su tono era a la vez aleccionador, de reproche y burlón. Naurloth sonrió aceptando la reprimenda implícita que captaba en aquellas palabras.
-¿Acaso ordenaste que me siguieran tus guardianes?
-Ah... entonces sí sabías que te seguían. Aunque no debían dejarse ver; veo que los hijos de Elrond te han enseñado a vivir en un bosque.
-Mi compañero de viaje creía que eran imaginaciones suyas. Pero yo sabía que me seguían desde que entré en Lindon. Aunque han tardado mucho en dejarse ver abiertamente.
-Mi orden fue dejarte el camino libre. Al menos hasta que llegaras a las faldas de las Ered Luin en Forlindon.
-Te agradezco el detalle, mi señor.
Círdan se levantó de su sitial y se acercó a ella, que lo imitó. La contempló concienzudamente con sus penetrantes ojos y finalmente, dijo:
-Sï, veo en tus ojos el mismo fuego que ardía en los de tu padre. No erraron en adjudicarte el nombre. Pero la pregunta es que harás ahora.
-Volver a casa.
Ni siquiera pensó las palabras. Las pronunció casi sin darse cuenta.
-¿Consideras Imladris tu casa, Naurloth?
-Sí. Lo es.
-Me alegro que sea así. Pero ahora, ¿eres tan amable de acompañar a un anciano elfo? Siento curiosidad por conocer al mediano que ha viajado contigo... cuando a ningún elfo has concedido semejante honor, me consta.
Naurloth sonrió. Sus ojos se entrecerraron. Conocía más de un elfo y un par de medio elfos que hubieran hecho el viaje si ella les hubiera permitido hacerlo.
-Los medianos son criaturas curiosas, mi señor... muy curiosas.
           
-Así que Estelion te hace de guía.
-Sí, pero hay tantas cosas que ver aquí que creo que nunca lo veré todo.
-Tranquilo, señor Isengrim. La prisa no es buena cuando se quiere admirar belleza. Y los Puertos no se irán corriendo.
Estelion se rió por detrás. Aunque apenas decía nada en la conversación que mantenían el hobbit y el noldo, se estaba divirtiendo oyéndolos. Intuía que el hobbit hubiera actuado de diferente manera si hubiera sabido realmente quién era su interlocutor.
El hobbit se balanceó hacia los lados momentáneamente.
-Es que no sé cuando me marcharé, por lo que debo aprovechar el momento.
-Isengrim.
La voz de Naurloth captó su atención. Se volvió y la vio junto a un elfo vestido con unos hermosos ropajes grises. Pero no era un elfo corriente. Su larga barba gris, sus cabellos del mismo color y su aspecto de anciano lo sorprendió. Creía que los elfos no envejecían. Ambos se acercaron. Estelion dio un paso hacia atrás con una reverencia y Nolwe esperó hasta que estuvieron a su altura, dedicándoles un pequeño gesto de cortesía.
-Así que tú eres el mediano, Isengrim Tuk, por lo que me han dicho –lo interpeló el elfo de gris.
Asintió mecánicamente, incapaz de hablar.
-Isengrim, te presento al Señor de los Puertos Grises, Círdan.
Hizo la reverencia más grande de su vida y para sí, pensó que la más torpe.
-En-can-ta-do –tartamudeó.
-No hagas tantas reverencias, jovencito. No las necesitas en mi casa cuando eres mi invitado –y mirando a Nolwe, añadió -. Ah, viejo amigo. No conoces a nuestra invitada. Naurloth, Nolwe Mythgail.
Ambos se saludaron. La elfa miró atentamente a aquel elfo de ojos grises. Aunque Círdan no hubiera aventurado su nombre, su rostro le recordaba demasiado a alguien muy querido como para no reconocerlo.
-Sé quién sois. El padre de Mavrin Ellindalë.
Nolwe sonrió.
-Así es. También yo sé quién es nuestra invitada. Conocía a tu padre.
Naurloth no mostró sentimiento alguno ante aquella declaración. Simplemente se limitó a mantener la sonrisa que aparecía en sus labios y que era totalmente indefinida.
-¿Y cómo está mi pequeña? Hace mucho que no la veo.
-Maravillando con su voz a los habitantes de Imladris.
-Nuestra Mavrin siempre deleitando a aquellos que la escuchan con su voz. Sin duda alguna, Nolwe, es una lástima no tenerla en Mithlond para oírla. Aunque me han dicho que tú también cantas muy bien, Naurloth –observó Círdan.
-Sí que lo hace, sí –saltó de repente el hobbit.
Todos lo miraron. Por un instante, se sintió fuera de lugar. Pero su compañera lo socorrió rápidamente.
-Eso dicen, mi señor. Pero muchas veces mi voz no resulta agradable a muchos. No siempre mis canciones son alegres y no siempre recuerdan hechos agradables.
-¿Dónde está nuestra bella Lirian, Nolwe? Tal vez así esta noche nuestra invitada nos podría deleitar con su voz y la de tu esposa.
-Si no me equivoco, mi esposa debe estar en recorriendo alguna de las playas. Ya sabéis cuanto adora el mar.
-Sí, tanto como yo. Pero no seamos acaparadores, y dejemos que nuestros invitados descansen… siempre que el señor Isengrim se avenga a dejar su exploración de los Puertos Grises para un poco más tarde.
El hobbit dio un respingo y asintió mecánicamente. Círdan sonrió, se volvió hacia Estelion y añadió:
-Estelion, ¿serás tan amable de ser su guía?
El sinda asintió y con un gesto, indicó a los recién llegados el camino, encabezando la marcha. Naurloth e Isengrim lo siguieron.
           
-Naurloth… ¿los elfos tienen barba?
-¿Lo dices por Círdan?
-Sí.
La elfa se rió por lo bajo y asomó la cabeza al balcón desde donde Isengrim contemplaba el Golfo de Lune.
-Los elfos pueden tener barba, Isengrim, cuando son muy ancianos y Círdan, lo es.
-Creía que no envejecíais –afirmó volviéndose hacia el interior.
-Lo hacemos, pero muy, muy, muy lentamente. ¿Te acuerdas que te expliqué que los elfos despertaron hace mucho, mucho tiempo en un lugar llamado Cuiviénen?
-Sí. Me acuerdo.
-Pues Círdan es uno de esos elfos. Él ha vivido toda la historia de la Tierra Media.
-¡Toda! –exclamó asombrado -. Entonces sí que es anciano.
-Así es.
De repente, el hobbit la miró sorprendido.
-¿Qué te has puesto?
La elfa sonrió. Acostumbrado a verla vestida con sus ropas de viaje, acababa de darse cuenta de que había mudado su atuendo por un vestido violáceo de seda de largas mangas que resaltaba toda su belleza.
-¿Acaso creías que las elfas siempre vestimos con colores oscuros? Pocas veces lo hacemos.
Isengrim la miraba embobado. A la luz de los candiles que alumbraban la habitación que compartían –la elfa se había negado a dejar solo a su compañero-, sus cabellos negros brillaban con luz propia. Le había parecido hermosa desde que la había visto por primera vez. Pero en aquel momento, sentía como nunca más, en ningún otro momento de su vida, volvería a tener ante sus ojos ninguna otra criatura que le pareciera más hermosa. Tal vez fuera que se hallaba en una ciudad enteramente elfa o que la luz contribuía al efecto que estaba experimentando, pero sentía como pese a que había recorrido los caminos con ella y le había demostrado sobradamente que cualquier lugar era para ella bueno para vivir, Naurloth pertenecía a su gente.
-No… no sabría decirte como pensaba que vestíais los elfos hasta que te conocí. De hecho no sabía ni como erais en realidad. Ver figuras lejanas de noche no te dan una idea clara de cómo sois.
-Ahora supongo que sí la tienes.
-Por lo menos, sé un poco más  –acabó sonriendo.
Unos toques en la puerta captaron su atención.
-Adelante –ordenó la elfa.
Estelion apareció en el umbral. El sinda contuvo un instante la respiración al ver a la elfa, pero supo moderar su sorpresa.
-¿Preparados para sufrirme como guía?
-Sí, Estelion. Te acompañamos.
Cuando estaban a punto de salir, Isengrim tiró de su manga y susurró para que no lo oyera el sinda.
-Por cierto… cuando puedas, ¿volverás a explicarme que pasó en la Batalla de Fornost?
     


26 Daro!: ¡Alto!

27 Estelion Aglarion: Estelion, Hijo de la Esperanza; Aglarion, Hijo de la Gloria.

28 Nolwe Mithgail (Nolwe significa “Sabiduría” y Mithgail,  “Destello Gris” ) es un personaje creado por Lily Bleeckler-Bolsón para su relato Corazón de Hobbit. Muchas gracias por prestármelo, Lily ;-).



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