La flor de fuego

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - elf-moon
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CAPT. 13 ACEPTANDO LA VERDAD

Año 2200 de la Tercera Edad

Naurloth sonrió mientras Isengrim seguía asomado por la terraza.
-¿Tu hogar es tan bonito como los Puertos, Naurloth?
-Rivendel es diferente, hermoso, muy hermoso, pero diferente a Mithlond.
-¿Lo echas en falta?
La elfa entrecerró los ojos. Se levantó y se acercó hasta el hobbit. Puso su mano sobre su hombro.
-¿Echas en falta la Comarca?
-Sí y no.
-Entonces te pasa como a mí, Isengrim.
-Pero me gusta estar aquí, nunca pensé viajar tan lejos de casa y ver tantas cosas y conocer a tantos elfos y…
Su voz murió de repente. Naurloth volvió la cabeza para mirarlo.
-¿Y?
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Adelante.
-El elfo que ayer viste… volviste extraña.
-Faron. Se llama Faron, Isengrim.
-Es muy importante para ti, ¿verdad?
-Sí, lo es. Él sobrevivió como yo al ataque de mi antiguo hogar.
-Pero parece muy… muy… serio.
La elfa respiró profundamente antes de contestar.
-Lo es. Faron se ha vuelto sombrío por el dolor.
-Estelion dijo que no era amigo de nadie pero que todos lo respetaban.
-Faron ha sufrido mucho… Y no acepta muchas cosas aún. Pero él es bueno, en el fondo. Áspero si es necesario, pero bueno.
-Te llamó una cosa rara.
-Aranelinya… significa mi princesa.
-¿Lo eres?
-Para él, sí.
Los golpes en la puerta los interrumpieron. Estelion apareció en el umbral, pero vestido de verde, apartadas sus ropas de guardia y vestido como un señor elfo.
-Buenos días.
-Buenos días, Estelion –saludó el hobbit acercándose a él -. Caramba, pareces otro con esas ropas.
Por detrás, Naurloth escuchaba la conversación sonriendo. Estelion levantó la mirada un instante hacia ella, pero casi inmediatamente la bajó de nuevo hacia el hobbit.
-No siempre hago de guardián, Isengrim.
-¿Y dónde iremos hoy?
-A los muelles.
-¡Fantástico! ¡Veré el mar de cerca! ¡Lo tocaré! ¡Vamos, Naurloth!
-No, Isengrim. No os acompañaré. Estelion te hará de guía.
El hobbit frunció el ceño un instante; pero comprendió al instante.
-Entonces te veré luego.
Y guiñó el ojo, se volvió hacia Estelion y lo rebasó encaminándose hacia la puerta.
-Estelion.
El sinda levantó la cabeza y la miró.
-¿Si?
-Espero que no te importe que no os acompañe.
-No me importa, mi señora.
Saludó con la cabeza y salió tan rápidamente como pudo sin arrollar al hobbit. Naurloth se volvió hacia la terraza. Pero no tuvo tiempo para salir a ella. Una voz la asaltó por detrás.
-¿Te han dejado sola, mi princesa?
Sonrió para sí sin mirar al recién llegado.
-No, he dejado que Isengrim se fuera con Estelion.
-Un perian muy curioso. Y joven.
-¿Cómo sabes que es joven, Faron?
El ruido apenas perceptible de Faron acercándose la informó de que estaba tras ella.
-Porque he recorrido los caminos de la Tierra Media y sé cuando un perian es joven y cuando es viejo.
-¿La Batalla de Fornost?
-Sí.
-Deberías hablar con Isengrim y explicársela. Así entendería porqué algunos le han dicho que conocían a su gente a consecuencia de esa batalla.
-Tal vez en otro momento.
La elfa se volvió. Faron sonreía tras ella. Le tendió la mano.
-¿Me concedes un paseo, mi princesa?
-Por supuesto.

-¡Qué barcos más hermosos! 
La voz del hobbit se oyó en el muelle limpia y clara. Estelion, tras él, sonreía mientras se acercaban a los barcos amarrados en él, de blanco velamen y maderas inmaculadas.
-¿Quieres acaso subir a uno?
-¿Puedo, puedo?
-Bueno… ya veremos.
El hobbit sonrió y siguió admirando y dando exclamaciones aquí y allí al ver cualquier cosa que le llamara la atención. Algunos de los habitantes de los Puertos Grises saludaban al sinda y la mayoría con los que se cruzaban sonreían. Un par de veces, Estelion tuvo que tirar de él para que no acabara dándose un chapuzón en las aguas del Golfo de Lune y finalmente, accedió a que el hobbit subiera a uno de los bajeles amarrados que los elfos utilizaban para navegar por el Golfo.
Sólo poner un pie en el bajel, Isengrim tuvo la impresión de que no era tan buena idea como le había parecido al principio. Aquello se movía más de lo que pensaba y mareaba más de lo que creía. Se agarró como si le fuera la vida en ello a una de las jarcias mientras Estelion lo observaba detenidamente con una sonrisa en los labios, manteniendo el equilibrio como si estuviera en tierra.
-¿Te mareas?
-No preguntes –contestó el hobbit con voz quebrada.
-Tranquilo, respira hondo. Cuando te acostumbres, verás que no es tan grave.
-Los hobbits no estamos hechos para navegar, me temo.
El sinda sonrió.
-Te acostumbrarías si a menudo viajaras en barco, te lo aseguro.
Isengrim miró por un instante el Golfo de Lune y dijo:
-Demasiada agua para tan poca carne.
Estelion se rió al oírlo, se apoyó en la borda del bajel y se cruzó de brazos mientras el hobbit seguía agarrado a la jarcia.
-El mar, amado mar para los elfos de la Tierra Media, amado por aquellos que cantamos a su vera, porque incluso nosotros, los que vivimos bajo la sombra de los árboles y la luz de las estrellas, amamos su canción y soñamos con surcar sus azules aguas, sus espumosas olas.
-Naurloth me explicó que los elfos esperan algún día cruzar el mar hacia occidente.
-Sí, así es. Desde este puerto parten los barcos hacia occidente. Desde aquí dejamos atrás nuestra amada Tierra Media en busca de las Tierras Imperecederas.
-¿Cuántos años tienes, Estelion?
-¿Años? –se extrañó el sinda al oír la pregunta.
-Sí, años.
-Dos mil quinientos treinta y siete.
El hobbit resopló al oír la cifra.
-¿Y tú también te irás algún día?
-Sí. Algún día.
-¿Y Naurloth se irá?
Estelion tardó en responder.
-Supongo que sí se irá, Isengrim. O al menos, es lo que se supone haría.
-Yo no quiero que os vayáis. Me gustáis y me sentiría apenado si os fuérais.
-No lo haremos ni hoy, ni mañana, ni pasado, Isengrim. A su debido tiempo, los elfos nos iremos porque nuestro tiempo se acaba en la Tierra Media y corresponderá a otros ocupar nuestro lugar.

Las olas acariciaban sus pies y empapaban el repulgo de su vestido mientras paseaba a la orilla del mar. Faron la acompañaba.
-¿Te gusta la compañía del hobbit?
-Isengrim es adorable, Faron. Tiene la inocencia de un niño, una curiosidad insaciable y ninguno de los prejuicios de los que mucho saben.
-¿Por qué un hobbit como compañero de viaje?
La elfa miró el mar. Acariciaba la orilla mansamente, humedeciendo la arena a su paso.
-No lo sé. Creo que fue su manera de ser, tan alejada de lo que conozco. O que necesitaba a alguien a quien no temiera si le explicaba ciertas cosas.
-¿Temes explicar quién eres?
-Temo explicar de donde vengo a veces.
-No creo que debas temer a nadie. Eres lo que eres.
Recogió una caracola de brillantes colores marrones y dorados. La contempló mientras la arena y el agua caían de su interior.
-¿Por qué te quedaste en la Tierra Media?
La pregunta fue lanzada sin previo aviso. Pero Faron la esperaba, se dijo ella, al comprobar como respondía rápidamente.
-Por amor a tu padre, mi princesa. Todos nos quedamos por él. Cuando llegó el momento de partir, tras el hundimiento de Beleriand, Glînmallen fue incapaz de dejar la tierra que lo vio nacer como tantos otros. Amaba demasiado la Tierra Media. Muchos te dirían que era un exilio, pero para él era su hogar y como muchos otros, decidió demorar su partida hasta que se hubiera cansado de ella.
Colocó la caracola en su oreja y escuchó los extraños y maravillosos ruidos que surgían de ella. Pero apartó la caracola de su cabeza y dijo:
-¿También tú la consideras tu hogar?
-Sí y no. Sí mientras aún continúe en ella, pero me temo que dejó de ser mi hogar hace mucho.
-No lo entiendo –declaró mirándolo.
Faron sonrió levemente y acarició la mejilla de la elfa. Acababa de hablar con el mismo tono que utilizaba Isengrim cuando reclamaba una explicación.
-Mi princesa, aún eres muy joven, para todos nosotros demasiado. Pero mi mirada ya apunta hacia el Oeste, más allá de Mithlond. Mi corazón anhela cruzar el mar y siento el canto de las gaviotas como la más dulce de las melodías. ¿Cuánto más demoraré mi viaje? Puede que unos años o puede que toda una edad más. Pero llegará un momento, y lo sé muy bien, que mi anhelo será más fuerte que los recuerdos, que mi amor por la Tierra Media. Somos elfos, mi princesa, y nuestro corazón mira hacia Occidente, queramos o no.
Naurloth bajó la cabeza, miró la caracola y la lanzó al mar, contemplando como se hundía. Pero Faron tomó con delicadeza su barbilla y la obligó a mirarlo.
-¿Y yo podré ir, Faron?
-Mi princesa, aquello que ocurrió cuando ni tu padre ni tú misma habíais nacido, ¿cómo podría afectaros? ¿Podría afectarme a mí, que tampoco estaba presente? Recuerda que eres la última de la Casa de Fëanor, para bien y para mal. Pero lo eres. Porque atrás quedó la maldición que hizo que tu familia quedará marcada. Porque tu sangre es la de Fëanor, el más grande de los noldor y tal vez, para muchos, de los eldar. Porque hizo cosas maravillosas y cosas terribles, eso no lo podemos negar, pero incluso en estos tiempos, se pronuncia su nombre con reverencia. Porque en tus venas corre la sangre de Maglor, el segundo de sus hijos, que intentó renunciar al juramento… y aunque falló, aún recordamos su nombre y como era. ¿Nunca te has preguntado porque tu padre vivía en Forlindon alejado de muchos pero al alcance de todos?
-No… nunca me lo he preguntado.
-Porque cuando tu abuelo Maglor y Maedhros el alto, su hermano, reclamaron los silmarils tras la Gran Batalla, tu padre no quiso acompañarlos. Por supuesto que lo podría haber hecho, pero nunca deseó aquellas joyas malditas a tu estirpe. Porque tu padre decidió que no seguiría el paso de sus mayores y como Celebrimbor, deseó romper de una vez por todas con aquella maldición. Aún con todo el dolor de su corazón, prefirió alejarse de los suyos y no seguirlos en aquella loca empresa. Tu padre sirvió siempre a Gil-Galad y hasta su fin, fue fiel a su casa; pero nunca olvidó quién era y prefirió durante mucho tiempo vivir alejado de aquellos que recordarían siempre de quién era hijo. Mucho viajamos por la Tierra Media, siempre atentos a todo lo que ocurría; vivimos en muchos sitios, pero Glînmallen siempre amó Lindon, y de Lindon, siempre amó Forlindon, porque fue este el lugar donde nació. Porque desde allí, podría acudir cuando Gil-Galad lo reclamara a su servicio, que no fue pocas veces y tras la destrucción de Ost-in-Edhil, mil veces llorada, acudió a su llamada cuando lo necesitó en la Última Alianza. Y cuando el último gran rey de los noldor sucumbió a los pies del Monte del Destino, tu padre volvió a Forlindon, el lugar que más amaba, el lugar que consideraba su hogar.
-¿Y él se hubiera ido?
-Cuando hubiera llegado el momento, mi princesa, sí. Lo hubiera hecho.
La elfa no volvió a hablar en un buen rato. Dejó que las palabras de Faron la envolvieran una a una.
-Apenas me quedan preguntas… o al menos, las que creía tener se han evaporado. 
-Siempre tendrás preguntas, mi princesa. Es inevitable. Ni siquiera nosotros, que vivimos siglos y siglos, tenemos todas las respuestas. Pero no debes sentirte culpable por lo que pasó.
-¿Crees que me siento culpable?
-Sí.
-¿Por qué lo crees?
-Porque yo mismo tengo ese sentimiento. Porque sobreviví.

-Mira, Estelion, allí está Naurloth con ese elfo de anoche –señaló Isengrim.
El sinda siguió sus indicaciones y localizó a la pareja en la orilla de la playa. Su mirada estuvo largo rato sobre la elfa. El hobbit lo miró al no obtener respuesta y vio como sus ojos estaban fijos en su amiga.
-¿Estelion? Parece como si nunca te cansaras de mirar a Naurloth…
Sintió como sus mejillas enrojecían y evitó bajar la cabeza hacia el hobbit.
-¿Quieres que te explique las partes de un barco, Isengrim? –saltó cambiando de tema.
-¿Y si nos acercamos hasta ellos?
Dudó un instante en acceder a su sugerencia, pero finalmente, Estelion claudicó, asintió con la cabeza y ayudó al hobbit a volver al muelle, siguiéndolo. No tardaron demasiado en llegar a la playa y en cuanto pusieron los pies en ella, Isengrim echó a correr hacia Naurloth y Faron, llamando a la primera, que se volvió al oírlo. Llegó jadeando y saludó a la elfa alegremente.
-¡Naurloth, he subido a un barco!
-¿De veras? ¿No te has mareado?
-Un poco.
En aquel momento, Isengrim se encontró cara a cara con Faron. Los ojos verdes del noldo lo escrutaron mientras su rostro seguía serio y circunspecto. Por un instante, el hobbit sintió como si pudiera leer su alma.
-Isengrim, este es Faron. Un buen amigo mío.
-Mae govannen, Isengrim.
La voz de Faron sonó grave. Pero aún cuando su aspecto le había parecido muy severo, algo en su mirada hizo que el hobbit cambiara de parecer casi inmediatamente.
-¿Cómo se corresponde a esa frase, Naurloth en sincla… lo que sea lo que habláis? –dijo aturrullado.
-Sindarin, Isengrim y conque contestes Hannon le o Hennaid que quiere decir gracias, me considero satisfecho –respondió Faron antes de que ella respondiera.
-Pues eso, Hannon le.
Faron sonrió.
-Así que tú eres el hobbit que ha acompañado a mi princesa hasta Mithlond.
-Sí, ha sido divertido hacerlo.
-¿Y qué te impulsó a salir de la Comarca, joven Isengrim?
-La curiosidad.
-Interesante –se permitió decir Faron.
En aquel momento, Estelion los alcanzó. Silencioso, como siempre, se deslizó hasta la espalda del hobbit. El noldo lo miró y cabeceó levemente a modo de saludo, siendo correspondido de igual manera por el sinda. En cambio, Naurloth, al verlo, sonrió un instante y lo interpeló:
-Espero que controlar a Isengrim no te resulte pesado, Estelion.
-No lo es, mi señora –se precipitó a responder rehuyendo su mirada casi inmediatamente.
-Pobre Estelion… te ha tocado hacer de guía cuando te encanta andar por los bosques.
-No me importa cambiar de ocupación de vez en cuando, Faron –respondió con una sonrisa.
Y entonces miró a Naurloth. La elfa escuchaba la conversación aunque tenía un aire ausente y extraño. Estelion perdió la sonrisa al ver los ojos de la elfa. Lejanos, fríos. Pero no tenían la misma expresión de siempre. ¿Era la misma dama de aquellos últimos días la que ahora estaba a su lado escuchando sin escuchar y con la mirada fija en el hobbit pero sin verlo?
La voz de Faron reclamó de nuevo su atención.
-Ah, Isengrim, no te fies de Estelion, es un sinda y aunque ahora vista ropas elegantes y camine tranquilo por las calles de Mithlond, en cualquier momento suspirara y volverá a los bosques cantando.
El aludido sonrió un instante al oír las palabras de Faron.
-Así somos los sindar… aunque puedo decir, Isengrim, que Faron también actúa como yo y desaparece de Mithlond cuando menos te lo esperas.
El hobbit miraba fascinado a ambos elfos, al que le había hecho de guía aquellos últimos días y el que sonreía pese a que sus ojos seguía relampagueando distantes.
-Los Tuk también hacemos las cosas a veces sin pensar y cuando menos te lo esperas.
Las últimas palabras del hobbit parecieron despertar a Naurloth, que parpadeó varias veces, dio un respingo y se concentró en su amigo.
-¿Ya te ha llevado a navegar por el Golfo?
La idea no pareció emocionar a Isengrim. Por un instante, pensó en el mareo que había experimentado cuando había puesto sus pies en el bajel. Pero la curiosidad empezó a carcomerlo. Tan malo no debía ser.
-No.
Naurloth miró entonces a Estelion. El elfo no retiró la mirada como había hecho unas cuantas veces desde que la conocía. La sostuvo e incluso, escudriñó aquellos ojos de hielo.
-¿Qué te parece, Estelion? ¿Sobrevivirá a la experiencia?
El sinda tardó en responder. Pero cuando lo hizo, bajó de nuevo la mirada.
-Podemos probarlo, mi señora.
Las miradas recayeron en Isengrim.
-¿Qué te parece la idea?
-Bueno… mientras no me caiga al agua…
-Entonces vámonos, Isengrim, después explicarás si te gusta o no el mar –invitó Estelion a seguirlo alejándose unos pasos.
El hobbit lo siguió. Naurloth y Faron los miraron mientras se alejaban. Cuando ya estaban lejos, Naurloth se volvió hacia el noldo.
-Sí, me siento culpable porque sobreviví, Faron. Porque cada día de mi vida me pregunto por qué yo sobreviví y mis padres no. ¿Podré algún día superar ese sentimiento?
-No tengo la respuesta, mi princesa. La mía es que sobreviví porque debía ponerte a salvo. Tú deberás encontrar la tuya.

-Hermosa mañana, sí señor –se dijo a sí mismo Isengrim mientras se desperezaba. Dio una rápida ojeada a su alrededor. Estaba en la habitación que compartía con Naurloth. Pero no había rastro de la elfa y a juzgar por como estaba la cama, no había dormido en ella… aunque él mismo no recordaba como había llegado a la suya y menos como había acabado durmiendo vestido. Dio un salto para bajar de la cama y se acercó a la pequeña terraza que había en su habitación, apartó la cortina que filtraba la luz del sol y contempló el panorama. Se volvió y localizó su pequeña mochila y a su lado, dobladas primorosamente, unas ropas desconocidas. Se acercó, las tomó entre sus manos y las miró. Eran de su talla sin duda, una hermosa camisola gris del mismo corte que utilizaban los elfos con sus correspondientes pantalones del mismo color, un fajín granate y una larga túnica también granate. El hobbit sonrió. Seguro que eran para que se vistiera con ellas y casi sin pensárselo, empezó a desvestirse para ponérselas. Cuando acabó, se miró y remiró y sonrió satisfecho. Entonces se dio cuenta que en la mesa de la habitación, había una bandeja con comida y casi sin pensárselo, se dirigió a ella para desayunar hasta que unos golpes en la puerta reclamaron su atención.
-¡Adelante!
Estelion apareció en la puerta. El sinda sonrió al ver como bajaba de la silla y se acercaba vestido con aquellos ropajes.
-Pareces un señor elfo, Isengrim.
-¿De verdad? –preguntó entusiasmado.
-Sí, de verdad –dio una rápida ojeada a la habitación -. ¿No está Naurloth?
-No. Creo que no ha dormido aquí… aunque yo no recuerdo haber llegado a la cama.
-Te quedaste dormido. Te traje yo. Parecías agotado. Demasiadas emociones en el mar, creo.
-Creo que sí estaba cansado… ¿Y hoy qué me enseñarás?
-Aún te quedan muchas cosas por ver, Isengrim. ¿Nos vamos?
-De acuerdo –asintió pasando por delante.
El sinda lo siguió cerrando la puerta a su paso. Con aquellos que se cruzaban, sonreían al ver al hobbit vestido con aquellas ropas y éste, sonreía a su vez orgulloso.
-Una pregunta –Isengrim reclamó la atención de su compañero.
-Dime.
El hobbit empezó a reír por lo bajo. El sinda se sintió incómodo y lo miró de repente.
-¿Por qué te ríes ahora?
-A ti te gusta Naurloth, ¿verdad?
El sinda no contestó inmediatamente. Desvió la mirada hacia otro lado.
-Seré muy joven, incluso para mi gente, pero sé ver según que cosas. Puedo ser curioso, impertinente, algo despistado, metepatas y algo bocazas… pero sé cuando alguien le gusta otro alguien y a ti te gusta ella.
Estelion por un momento deseó que la tierra se abriera bajo sus pies.
-¿Por qué crees eso?
-Por como la miras. Cada vez que estás delante de ella, rehuyes su mirada… pero en cambio, cuando ella no te mira, siempre te quedas ensimismado mirándola.
-Y aunque así fuera, nada podría hacer.
-¿Por qué no? Díselo, a lo mejor a ella también le gustas.
-Puse mis ojos en un pico demasiado alto, Isengrim, en una estrella demasiado brillante y un fuego demasiado cegador. Ella es inalcanzable para mí y lo será hasta el fin de las edades, esa es la verdad.
-No lo has intentado.
Estelion sonrió.
-Mi buen amigo, digamos que en el fondo de mi corazón, sé que ella no es para mí. Me contentó con mirar su belleza y poco más. Mi señora es demasiado lejana para mí.
-Pues es una lástima. Me hubiera gustado veros juntos –concluyó fastidiado.
-¿De veras? A mí también, la verdad –dijo el sinda guiñándole el ojo -. Venga, vamos, los Puertos nos esperan.

Resultaba curioso y hasta cierto punto divertido ver andar a Isengrim con aquellas vestiduras élficas. A Estelion le había costado bastante explicarle que no necesitaba andar con los brazos en alto para que las largas bocamangas de su túnica no se arrastraran y el hobbit parecía entusiasmado con los brillos que adquiría su túnica granate cuando el sol incidía en ella. Justo antes de salir de la Casa de Cirdán, Nolwe los interceptó y contempló al hobbit sonriente.
-Señor Isengrim Tuk, me gustan tus ropas. Tendrás que darme el nombre de tu sastre.
El hobbit sonrió al oír al noldo.
-Buenos días, señor Nolwe.
-Ayer te quedaste dormido muy rápido. Estelion debió agotarte.
-Me enseñó los muelles… y también navegamos.
-¿Y cómo fue la experiencia?
-Al principio… aterradora. Luego fue divertido. El bajel surcaba el mar rápido rompiendo las olas y parecía que volábamos.
-Me alegro que te gustara. Y dime, ¿dónde está Naurloth?
-No lo sé. Cuando he despertado, ya no estaba.
-Debe andar con Faron.
En aquel preciso instante, el noldo entraba solitario por la puerta. Al ver al trío, se acercó silencioso hasta ellos.
-Buenos días –saludó.
-Buenos días, Faron. Creíamos que Naurloth estaba contigo –saludó Nolwe.
-No. Está con Cirdán.
Nolwe asintió con la cabeza al oírlo.
-Cierto, dijo que quería hablar con ella.
-Entonces nos la encontraremos luego, Estelion.
El silencioso sinda asintió al oír al hobbit.
-Si nos disculpáis, nos iremos a dar un largo paseo por los Puertos –anunció.
Faron y Nolwe asintieron silenciosos. El hobbit vestido de elfo y el sinda se alejaron, dejándolos solos. Nolwe, entonces, miró a su interlocutor.
-Tu princesa no deja de sorprenderme.
-¿Por qué?
-Por como se comporta con el hobbit.
-¿A qué te refieres?
-Debe apreciarlo mucho para consentir su compañía y viajar con él hasta Mithlond.
Los ojos de Faron se entrecerraron.
-No todo fue malo en la Casa de Fëanor, te guste o no.
Nolwe sonrió para sí.
-Tal vez tengas razón… y puede que todo lo bueno que quedaba en ella, se derramó en su alma. El tiempo lo dirá.

-El verano empieza a declinar. Ya es hora de volver a casa.
Isengrim miró a la elfa.
-Casa… ah… cierto es… tengo ganas de volver a casa. Ver a mis padres, mis hermanos, mis primos, mis tíos…
-¿Te lo has pasado bien?
-Sí. Ha sido divertido. He aprendido muchas cosas estas últimas semanas, aunque me parece que fue ayer que llegué a los puertos Grises. ¿Vendrá Faron con nosotros?
La elfa tardó en responder.
-No, Faron no vendrá. Se quedará en Mithlond.
-¿Te gustaría que viniera con nosotros?
-Sí. Pero él decidió hace mucho tiempo que los Puertos Grises serían su hogar… al menos, su hogar provisional.
-Te apena, ¿verdad?
Naurloth sonrió.
-Sí. Pero es su decisión.
Isengrim se acercó a la balaustrada de piedra de la terraza y se miró.
-Me encantaría vestir así siempre –declaró moviendo sus brazos, produciendo un destello gris y granate con sus ropas de elfo.
-La verdad, no te imagino encaramándote a un cerezo con esas ropas.
Los dos empezaron a reír.
-Si me vieran en la Comarca vestido así, dirían que soy un excéntrico Tuk que anda haciendo de las suyas.
-No. Eres un Tuk maravilloso, Isengrim –dijo Naurloth acercándose hasta él. Se inclinó y besó su frente -. Y espero que los tuyos, siempre sigan siendo así.

Era la hora de las despedidas. A Isengrim se le partía el corazón de dejar los Puertos Grises, pero Naurloth había abierto la caja de la añoranza en su pecho y la Comarca empezaba a reclamarlo de nuevo.
Vestido de muevo con sus ropas hobbits, Isengrim correteó por última vez por los pasillos la Casa de Cirdán hasta la entrada, donde esperaba su comité de despedida. El Señor de Mithlond estaba presente, junto a Nolwe y su esposa Liran. Vio a Estelion, vestido de nuevo con sus ropas de cazador y a Faron, acariciando las largas crines del caballo de Naurloth. Su amiga, apareció por detrás y se dirigió hacia Cirdán y sus acompañantes. Él la siguió.
-Bien, Naurloth. Estelion ha insistido en acompañaros. No nos despedimos de ti. Sólo esperamos volver a verte cuando quieras dejar una temporada las sombras de Imladris.
-Muchas gracias, mi señor. Fuiste muy amable aceptando mi presencia en tu casa.
Cirdán sonrió.
-Siempre estará abierta para ti, aranelinya.
El título la sorprendió. Sólo Faron la había llamado así. Oír aquel título de labios de Cirdán resultaba chocante. Hizo una reverencia y miró entonces a Nolwe y a su esposa Lirian. El noldo saludó con una reverencia. Lirian sonrió y mientras, Cirdán miró al hobbit.
-Señor Isengrim, espero que los Puertos finalmente te resultaran curiosos, dado que los has recorrido por entero.
-Maravillosos, son maravillosos.
Todos sonrieron.
-Si alguna vez deseas volver, sólo debes decir tu nombre a cualquiera de mis guardianes y te traerán aquí.
-Gracias, mi señor. No sé si alguna vez volveré a venir hasta vuestra casa, pero como mínimo, recordaré eternamente su belleza.
Naurloth sonrió al oírlo y se volvió hacia Faron, acercándose hasta él. El noldo le tendió las riendas de su corcel.
-Recuerda que aún te quedarán preguntas… porque es inevitable.
-Lo sé, Faron. Ahora lo sé.
-¿Y has aceptado la verdad, mi princesa?
-Sí. Aunque sea sólo mía –dijo enigmática.
Sus ojos chispearon.
-Hanyan35. Tenn´ omentielva ento, aranelinya36.
-Hantalë37, Faron, meldonya38. Tenn´ omentielva ento.
La elfa sonrió. Faron la correspondió de igual modo. Tomó las riendas de su corcel y siguió a Estelion y  Isengrim, alejándose de Faron y de los Puertos Grises. Ni una vez miró hacia atrás.
-Me hubiera gustado verla en la Valinor.
El comentario de Nolwe provocó que todos lo miraran. El noldo clavó sus ojos en Faron.
-¿Por qué?
-Porque tal vez el único juramento que se hubiera lanzado hubiera sido que aquel que la pretendiera, debería demostrar realmente que la merecía.

-Hasta aquí llega mi camino –anunció Estelion.
Isengrim se volvió hacia el sinda, que se acuclilló y lo abrazó.
-Si alguna vez pasas por la Comarca, puedes visitarme. Así podría hacerte de guía como lo has hecho tú conmigo.
-Si alguna vez lo hago, descuida que te visitaré.
Se levantó y se encaró a Naurloth.
-Mi señora.
-Gracias por todo, Estelion. Has sido un gran compañero.
El sinda sintió un enorme nudo en la garganta. Pese a que había reconocido días antes ante Isengrim que amaba a la elfa y que reconocía que ella jamás le correspondería, aún no podía enfrentar su mirada sin sentir un escalofrío en su cuerpo.
-Fue un placer serviros, mi señora –consiguió articular.
Naurloth sonrió. Se volvió, montó a Isengrim en su corcel y montó tras él, tomando las riendas. Dio una última mirada al sinda.
-Hasta que nuestros caminos vuelvan a unirnos.
-Que Varda os guarde, mi señora.
Espoleó su corcel y se alejó por el camino serpenteante. Estelion la contempló alejarse hasta que su penetrante vista de elfo la perdió.
-Afortunado será el que un día consiga vuestro corazón de fuego, mi señora.

La Comarca se extendía ante sus ojos bajo las últimas luces del atardecer. Isengrim estaba exultante viendo su hogar después de su viaje. Tenía ganas de volver a casa y ver a los suyos. Naurloth bajó del caballo y lo ayudó. El hobbit respiró profundamente, sonrió y se volvió hacia la elfa. Naurloth dejó caer su capucha.
-Bien, Isengrim, creo que nos separamos aquí.
-Ha sido un placer viajar contigo, Naurloth. Ha sido divertido.
El comentario arrancó una risilla de la elfa.
-Pese a todo, lo ha sido.
-¿Nos volveremos a encontrar, Naurloth?
-Quién sabe. Nunca se puede decir donde volverá a cruzarse el camino de dos amigos.
La elfa rebuscó entre sus ropas. Isengrim la miró.
-¿Qué haces?
-Quería darte una cosa para que me recordaras.
-Espera un momento –la detuvo-. ¿Puedo pedirte algo?
-Adelante.
Isengrim se balanceó un instante hacia los lados.
-Cuando estuve en los Puertos, Estelion me explicó que los elfos se van desde allí hacia Occidente. Prométeme que no te irás antes de que yo me vaya.
-¿Qué no me vaya antes de que tú te vayas? –repitió intrigada.
-Sí… a los Puertos Grises y al mar.
El asombro se aposentó en su rostro. Pero fue substituido por una sonrisa afectuosa.
-Te lo prometo. No me iré… al menos no tan pronto… aunque no sé si me iré algún día.
-Seguro que te irás… pero me consideraré feliz mientras no lo hagas estando yo aquí. Con tu promesa tengo suficiente. No quiero ningún presente tuyo, tu promesa es mi presente, y además, todo lo que me has enseñado ya ha sido mucho.
Él sonrió satisfecho. Levantó la mano y se la tendió. La elfa la estrechó y la retuvo un instante.
-Hasta que nuestros caminos se vuelvan a encontrar, que tengas una larga y próspera vida.
-Vuelve cuando quieras, Naurloth. Te estaré esperando y aunque simplemente sea para compartir una noche bajo las estrellas escuchando tus canciones, me encantará volver a verte.
Ella se acercó un instante y besó sus cabellos.
-Que la gracia de los Valar descienda sobre ti y los que te sucedan, Isengrim Tuk.
Se separó de él sonriendo, montó sobre su caballo y guiñándole un ojo, se volvió a calar la capucha y emprendió la marcha mientras el sol desaparecía del cielo de la Comarca. Y cuando no había recorrido mucho camino, las voces de varios hobbits resonaron en sus oídos.
-Isengrim… ¿dónde has estado? –oyó en primer lugar.
-De viaje.
-¿De viaje? ¿Fuera de la comarca? Vosotros los Tuk, siempre tan excéntricos… -saltó una segunda voz
-¿Y te fuiste solo? –preguntó de nuevo la primera.
-No, no fui solo. Fui con una criatura maravillosa.
-¿Maravillosa? ¿Quién?
-Una amiga.
Naurloth se volvió en aquel momento. Vio a Isengrim junto a dos hobbits más. Aún la miraba. Los hobbits siguieron su mirada y vieron a una figura, ya bastante lejana, que los contemplaba montada en un caballo de presencia espléndida, mientras las sombras la envolvían. La figura hizo caracolear un instante a su corcel y luego, internándose en las sombras cada vez más y más largas de los árboles, fue desapareciendo de su vista. Y justo cuando desapareció, como si no hubiera existido jamás, una voz que a los dos hobbits que jamás la habían oído les pareció maravillosa, se elevó clara y limpia, y a la vez lejana y oyeron, sorprendidos, una canción en una lengua extraña y bella. Sólo una estrofa comprendieron, la única que tal vez importaba al hobbit que aún miraba las sombras con una mezcla de alegría, añoranza y tristeza.

En las frondas y en los bosques,
cuando susurre el viento entre las hojas,
recuerda mi nombre, buen amigo,
y sabrás que tu imagen
siempre irá conmigo.

Isengrim sonrió y notó como una lágrima recorría su mejilla. Y casi en el mismo momento, sus dos compañeros saltaron entusiasmados.
-¿Qué era eso? ¿Dónde se ha ido?
-¿Era una hada? ¡¡¡Seguro que lo era!!! Isengrim, ¿has viajado con un hada?
-¿Era hermosa? ¿Y hacia magia?
El hobbit empezó a reír.
-Era y es muy hermosa, la criatura más hermosa que he visto en mi vida. Y tiene magia, como todos los de su raza.
Sus dos compañeros lo miraban atónitos.
-Isengrim, que suerte tienes, has viajado con un hada.
Y mientras la noche caía, Isengrim siguió riendo de los comentarios de sus compañeros… y nunca explicó ni su viaje ni quién era realmente su compañera.


35 Hanyan: Entiendo ( Quenya ).

36 Tenn´ omentielva ento, aranelinya: Hasta nuestro próximo encuentro, mi princesa ( Quenya ).

37 Hantale: Gracias ( Quenya ).

38Meldonya: Mi amigo ( Quenya ).



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