La flor de fuego

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - elf-moon
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CAPÍTULO 5 PETICIÓN

Año 2176 de la Tercera Edad

-Si vuelves a hacer esa finta, te lanzo al Bruinen.
La amenaza de Glorfindel provocó una carcajada en su contrincante. El elfo de cabellos dorados agitó la mano arriba y abajo mientras recogía la espada, en un intento de mitigar el dolor por el golpe que había recibido.
-Al fin y al cabo, fuiste tú quien me la enseñó.
-Sí, pero no para que me rebanes la mano y me convierta en Glorfindel el Manco.
-Ya dije que no era buena idea enseñarle... -refunfuñó Mavrin sentada en un tocón de árbol, mientras observaba el combate.
-Llevas medio siglo diciéndolo, querida.
-Y me pasaré un milenio más haciéndolo -replicó burlona.
-Excusas... ponte en guardia como es debido y no te pasará nada -atajó Naurloth.
-Descarada -acusó Glorfindel.
-Quejica -replicó la elfa.
El elfo se puso en guardia. Naurloth lo imitó. Pero antes de que llegaran a entrechocar los aceros,  una voz los interrumpió.
-¿Otra vez a espadazos?
Los dos se volvieron. Arwen apareció junto a Mavrin.
-Siempre están igual.
-¿Quieres aprender, Mavrin? -ofreció Naurloth.
-No, gracias.
-La verdad, sería interesante ver a Mavrin empuñando una espada -empezó Glorfindel -. Podría ser divertido.
Arwen se río. Se acercó a Glorfindel y le tendió la mano para que le diera la espada. El elfo se la ofreció y la Estrella de la Tarde  la tomó, sopesándola.
-¿Por qué tanto empeño en aprender? -preguntó mirando a Naurloth mientras se apoyaba en ella.
-¿Y por qué no?
Glorfindel se sentó junto a Mavrin y estiró las piernas.
-No se te ocurra empuñar esa espada ante ella, Arwen -advirtió.
Lo miró.
-¿Por qué?
-Porque te vencería -declaró el elfo. Y hubo un ligero matiz en su voz que indicó que no era una baladronada. Arwen frunció el ceño.
Naurloth miró al elfo y envainó su espada.
-Gracias por el halago.
-Por cierto, Naurloth... mi padre quería verte -anunció Arwen mientras tendía de nuevo la espada a Glorfindel.
-Entonces os dejo -anunció saludando y alejándose para ir al encuentro de Elrond, seguida de Arwen.
Los dos contemplaron como se iban. Mavrin clavó entonces sus ojos sobre Glorfindel.
-¿Tan buena es? ¿Lo decías en serio?
-Sí. Lo decía muy en serio. Para ser tan joven, es muy buena -respondió mientras envainaba su espada.
-Me resulta desconcertante en muchas ocasiones.
-¿Desconcertante? ¿Estoy escuchando realmente a Mavrin Ellindalë o estoy soñando?
-No te burles de mi, Señor de la Flor Dorada -replicó con un mohín de burla a su vez en su rostro -. Por que creo que a ti te pasa lo mismo.
-Oh, creo que hoy toca sincerarse...
Pese al tono burlesco de sus voces, ambos se miraban atentos uno a la expresión del otro.
-¿Quién empieza primero? -lanzó Glorfindel.
-Creo que me toca a mi... ya que he empezado yo.
-Adelante, bella dama. ¿Desconcertante? ¿Por qué?
Mavrin alisó su falda.
-Te he observado muchas veces durante estos años... y aunque sé que la adoras, también veo en tu mirada, muchas, muchas veces, preguntas.
-Bueno... esas son cuestiones que no resolveremos ni tú ni yo, querida. Los únicos que saben las respuestas, son Elrond y Celebrían y nunca explicarán aquello que no quieran explicar.
-Puede ser, no lo voy a negar. Pero... -se detuvo, dubitativa.
-¿Pero qué? -remarcó Glorfindel interrogativo.
La elfa entrecerró los ojos.
-Me recuerda a alguien... una persona que conocí cuando vivía en Eregion.
-¿En Eregion?
-Sí... hace mucho tiempo. Su manera de ser, su manera de actuar, su orgullo...
-Es noldo, querida, como nosotros, ¿qué esperabas? ¿un corderito? No lo es, porque no lo lleva en la sangre.
-Glînmallen era muy noldo como tú, pero en orgullo no lo ganaba ni Celebrimbor y eso era mucho.
-¿Glînmallen? ¿Es el nombre del elfo al que te refieres? ¿El elfo que ella te recuerda?
-Sí. ¿Lo conocías?
-No... pero su nombre no me resulta desconocido... aunque no sé por qué -admitió pensativo -. Cuéntame más de él.
-¿Más? Poco hay que explicar de él. Pero debía ser de cierta importancia, dada la deferencia con que lo trataba Celebrimbor. Coincidimos pocas veces. Su mirada era...
Se quedó pensativa. Glorfindel la escuchaba atento.
-... su mirada era triste... muy triste. Como si una pena y un dolor muy grande pesaran sobre su alma, pese a que una eterna sonrisa surcaba su rostro. Pero apenas se le veía por Osth-in-Edhil.
-Glînmallen... -repitió Glorfindel pensativo.
-Ojalá mi padre, Nolwe, estuviera aquí, él tal vez nos diría más -dijo suspirando. Y miró al elfo de cabellos dorados -. Y ahora tú.
Glorfindel la miró de reojo.
-¿Yo?-emitió una carcajada por lo bajo -. Tus palabras no han hecho más que aumentar mis preguntas, Mavrin.
Ella lo miró con sorpresa.
-¿Mis palabras?
-Nuestra pequeña Naurloth resulta enigmática en muchos aspectos. Porque no siempre me recuerda cosas agradables... a veces, la miro a los ojos y recuerdo todo lo desgraciado que nos ha ocurrido a los noldor... y lo más extraño es que no entiendo por qué tengo esas sensaciones. Si aún hubiera escuchado de sus propios labios lo que ocurrió en Forlindon, podría llegar entender que su relato me recordara viejas heridas. Pero nunca de sus labios salió explicación alguna. Es tan joven... y ya ha sufrido tanto...
De repente, Mavrin frunció el ceño. Glorfindel no dejó de notarlo.
-¿Qué te ocurre?
-Ahora lo he recordado...
-¿El qué?
-Ya sé porqué me recuerda tanto a Glînmallen.
-¿Por qué?
-Porque él cantaba como muy pocos elfos de la Tierra Media he oído cantar... y tenía el mismo tono que hace que tu alma se estremezca. Porque cuando cantaba, la tristeza podía arrasarte y envolverte y podías sentir el dolor de los que ya no están y de los que quedan, de la misma manera que ella puede hacerlo.

Habían pasado ya cincuenta años desde que Naurloth había llegado a Rivendel desde Forlindon. Durante aquel tiempo, la pequeña elfa se había transformado en una esplendorosa belleza noldo y aunque aún conservaba alguna pincelada de travesura, las palabras de Glorfindel y de Arahael se habían cumplido: el orgullo de los noldo se había impuesto sobre buena parte de su carácter y sus ojos se habían vuelto más serios, más acerados e incluso, más tristes. Pocas doncellas podían rivalizar con su belleza, e incluso se decía, entre los habitantes de la Última Morada, que tras Arwen Undómiel y Celebrían, Naurloth era una de las más bellas elfas de Rivendel. Pero su carácter no era ni mucho menos fácil ni sus maneras dóciles y hacia ya tiempo que la misma Celebrían había dejado por imposible intentar dulcificarla. Así que cuando Naurloth fruncía el ceño y sus ojos se volvían glaciales, casi todos los habitantes de Rivendel preferían dejarla en paz. Pero los sesgos de carácter de la elfa, no impedían que el aprecio por su persona fuera grande. Todos adoraban cuando cantaba, cuando su voz se elevaba espléndida y maravillosa y llenaba las noches de la Última Morada con los cantos de los eldar. Podía hacer estremecer hasta las piedras, decían admirados sus amigos. Cuando Mavrin Ellindalë y ella unían sus voces, los elfos quedaban hechizados por las canciones y por sus voces. Se había vuelto una asidua compañera de Elladan y Elrohir y con el paso de los años, incluso los había acompañado, pese a su corta edad, en alguno de sus viajes por el Norte, y aunque a Celebrían, principalmente, le desagradaba la idea de verla seguir a los gemelos en sus peligrosos viajes, Elrond se lo había permitido. En aquel momento, el Señor de Rivendel sabía perfectamente que lo que estaba a punto de ofrecer a la joven elfa no agradaría de ninguna manera a su esposa, pero en su interior albergaba la esperanza de que lo comprendiera, aunque le acarreara un enfado de su consorte y había enviado a Arwen, recién llegada de Lothlórien, en busca de la elfa. Mientras se dirigían al encuentro de su progenitor, Arwen miraba a su compañera y se reía por lo bajo. Naurloth frunció el ceño y la miró de reojo.
-¿Qué te hace tanta gracia?
-Tú.
-¿Yo?
-¿No te cansas de chinchar a Glorfindel continuamente?
Naurloth empezó a reírse. La enorme sonrisa se plasmó en su rostro.
-Sinceramente, no. Él también lo hace. Es nuestro juego particular.
-Muchos no lo aprueban. Consideran que no deberías comportarte de esa manera.
-¿Y tú qué piensas? ¿Lo apruebas? -interrogó suspicaz.
La Estrella de la Tarde sonrió.
-No me corresponde a mí juzgar tu manera de tratar a Glorfindel. Al fin y al cabo, a él le gusta que lo hagas, lo sé perfectamente. Le recuerdas tiempos más amables por tu juventud.
Por un instante, el ceño de Naurloth se arrugó. Arwen no dejó de notarlo.
-Esto de ser una de las elfas más jóvenes de Rivendel resulta molesto.
-¿Molesto? Esto es nuevo... molesto... ¿desde cuando resulta molesto ser joven?
-Todo el mundo parece abocado a decirte lo que debes y no debes hacer.
Arwen empezó a reír.
-Querida, casi rozo los dos milenios de existencia, y eso, toda tu vida lo oirás, te lo digo por experiencia. Paciencia, te lo recomiendo, ¿cuántos años tienes? ¿casi setenta? Ah, mucho te queda, sí, te lo aseguro.
-No me hace gracia -rezongó por lo bajo.
Su compañera no puedo evitar seguir riendo ante su expresión de enfado. Naurloth se abstuvo de replicar. Arwen la adelantó al llegar a su destino y dio un par de golpes suavemente con los nudillos. La voz de Elrond dando paso se oyó desde dentro y abriendo la puerta, ambas entraron.
El Señor de Rivendel estaba sentado en su sitial, mirando hacia la puerta. Ante él, en un sitial gemelo, alguien lo acompañaba. Las dos se acercaron. Elrond las miró y su voz las saludó:
-Pensaba que tardaríais más.
-La encontré enseguida, estaba con Glorfindel, como supuse -anunció Arwen.
La figura desconocida se levantó del sitial. La joven elfa clavó sus ojos acerados en el desconocido. Vestía una larga túnica gris, vestida en innumerables ocasiones, de apariencia vieja, tanto o más que su portador, pensó por un instante ella, pero la túnica y su aspecto se difuminaba ante la presencia y el rostro del desconocido. Una larga barba blanca, tan larga que sobrepasaba la cintura de su propietario y unas espesas cejas blancas, enmarcaban unos ojos vivos y sabios, en aquel momento con una pizca de diversión destellando en ellos.
-Vaya, vaya, así que tú eres Naurloth... has crecido mucho desde que nos vimos por última vez -dijo el desconocido con voz profunda.
-¿Perdón?
La expresión de sorpresa que aparecía en el rostro de la elfa no podía resultar más cómica, tanto que Arwen empezó a reírse por lo bajo y Elrond exhibía una sonrisa cómplice.
-No le tomes el pelo, Gandalf. Es imposible que te recuerde.
-Naurloth, te presento a Gandalf el Gris -anunció Arwen.
-¡Mithrandir! -saltó de repente la elfa -. El Peregrino Gris.
-Así me llaman, en efecto, los eldar -admitió Gandalf.
-¿Y cuando nos hemos conocido? -interrogó Naurloth empezando a dominar la situación.
Los ojos de Gandalf quedaron prácticamente ocultos por sus arrugas y sus espesas cejas cuando los entrecerró y su rostro adquirió una expresión de travesura infinita.
-Cuando aún no caminabas, jovencita... estabas en brazos de tu madre, en los Puertos Grises, poco después de tu nacimiento.
La sorpresa se pintó de nuevo en el rostro de la elfa.
-Ahora que te miro bien, sí que te pareces a Nimwen13, tienes su mismo rostro.
La mención de aquel nombre tuvo el mismo efecto que si una barra de hierro la golpeara. La palidez se apropió de su rostro repentinamente.
-Gracias... -acertó a decir.
Gandalf, que estaba observándola concienzudamente y se había dado perfecta cuenta del cambio operado en ella, añadió:
-Pero tienes los ojos de Glînmallen, sin duda alguna.
Aquello acabó de desmontar la compostura de la elfa. Pálida, con los ojos muy abiertos, no acertó a responder ante semejante observación. Por un instante, le pareció que la habitación daba vueltas. Tal fue su expresión, que Elrond frunció el ceño y Arwen la agarró del brazo.
-¿Te encuentras bien? -preguntó la Estrella de la Tarde.
-Sí.
La voz de la elfa sonó contenida.
-¿No te gusta que pronuncien sus nombres? Curioso.
El comentario de Gandalf tuvo un efecto chispazo. Los ojos de la elfa se entrecerraron fríos y el color volvió de repente a su rostro.
-Tú mismo te has contestado, Mithrandir.
-¡Naurloth!
La voz de Elrond se impuso reconvinatoria. Pero la elfa no lo miró, sino que con la mirada clavada en Gandalf, replicó:
-Él ha preguntado y yo he respondido, mi señor.
-Y me has contestado más cosas de las que parece a simple vista, jovencita -observó Gandalf sonriente, que miró a Elrond, dándole a entender que no se había molestado por el tono de la elfa -. Como por ejemplo, que para ser tan joven, tienes mucho genio... demasiado dirían algunos, pero muy digno de los tuyos, dirían otros.
-Juegas con ventaja, Mithrandir. Porque estás demostrando que sabes más de mí de lo que la mayoría en Imladris y tal vez, en toda la Tierra Media. Muchos en este lugar darían mucho por saber la mitad de lo que tú demuestras que sabes. Sin ir más lejos, Arwen acaba de oír por primera vez el nombre de mi madre. Y la respuesta es sí, no me gusta que nadie pronuncie su nombre ni el de mi padre.
Arwen miró a su padre. Elrond estaba atento tanto a las palabras de la elfa como a su expresión. Se estaba poniendo en guardia y el medio elfo sabía por experiencia, que Naurloth no cuidaba sus modales del todo cuando se encrespaba. Pero Gandalf, en cambio, parecía divertido ante la situación, y ante Arwen, que le podía ver el rostro, exhibía una sonrisa cómplice.
-Bien, visto que lo que decían Elladan y Elrohir era totalmente cierto y que tu genio es proverbial, me permito darte entonces su mensaje -cortó de repente el mago, que miró de reojo a Elrond -. Se requiere tu presencia en el Norte, jovencita, Arahael, capitán de los dúnedain, quiere verte.
La elfa frunció el ceño y Arwen se quedó boquiabierta. Elrond, en cambio, cruzando los brazos, dijo:
-Gandalf se irá hacia el Norte de aquí a unos días. Si quieres, puedes ir con él y llegar hasta Arahael... siempre que no os matéis por el camino...
-No te preocupes, Elrond... será interesante viajar con tan hermosa dama... siempre que acceda a acompañar a un anciano.
Un extraño presentimiento asaltó a Naurloth. Ignorando las últimas palabras del medio elfo y el mago, inquirió de repente:
-¿Le ocurre algo malo a Arahael?
Elrond respiró profundamente antes de contestar.
-Nada malo, Naurloth, pero quiere verte. ¿Irás?
La elfa miró fijamente a su mentor. Sabía que Elrond le ocultaba algo, lo presentía. Una sensación aciaga se había apoderado de ella. Pero al clavar su mirada en los ojos del medio elfo, supo que no se lo diría.
-Iré. Si Arahael me lo pide, iré.

-Así que te vas con Gandalf.
-¿Por qué no vienes conmigo, Glorfindel?
El elfo de cabellos dorados estiró los brazos para desentumecer su espalda y casi inmediatamente, los cruzó sobre su pecho.
-Porque tengo otras cosas que hacer.
Desde las sombras que proyectaban los cortinajes de su habitación, Naurloth observaba concienzudamente a su compañero, sentado sobre la ancha balaustrada de piedra, casi con las piernas colgando al vacío.
-Tu respuesta no me convence.
Glorfindel empezó a reírse sin mirarla.
-Dí mejor que no te apetece viajar con Gandalf, pequeña. Ya me han explicado tu pequeño encontronazo.
-¿Arwen?
-No, Elrond.
Naurloth frunció el ceño.
-¿Ningún secreto puede guardarse en este lugar?
-Pequeña, ¿te parece bastante secreto que ya dura mucho tiempo y que no hay manera de desentrañar saber quién eres tú?
La pregunta fue directa. Glorfindel miró de reojo esta vez. Y de repente, de entre las sombras cada vez más largas y oscuras, apareció el rostro de la elfa, marmóreo, sin expresión.
-No me corresponde a mí revelártelo.
-¿De verás? -replicó burlón pero a la vez algo molesto y se levantó para encararse a ella:-. ¿Por qué tanto secreto, Naurloth?
De repente, los labios de la elfa se torcieron en una sonrisa.
-Vaya, Mavrin y tú habéis estado hablando de mí.
Arqueó sorprendido una ceja.
-¿Cómo lo sabes?
-Fácil -dijo empezando a reír-. Muchos se preguntan en Rivendel quién soy pero sólo ella y tú os atrevéis a especular abiertamente.
-Tal vez deba preguntar a Gandalf qué sabe él de ti.
-Pruébalo, dudo que saques mucho más en claro.
La elfa empezó a reír, pero una observadora mirada a sus ojos, informó a Glorfindel que una preocupación se alzaba en su mente pese al tono que exhibía su voz. Algo en su interior le informó que no era el tema del que trataban.
-No te preocupes, te lo pasarás bien con Gandalf -atajó el tema intentando reconducir la conversación.
Se dio cuenta de sus intenciones inmediatamente. Sonrió levemente.
-Bueno, alégrate, te librarás de mí durante un tiempo.
El elfo empezó a reír. Unos golpes en la puerta lo interrumpieron.
-Adelante -ordenó Naurloth.
La puerta se abrió. Arwen entró con un manto en sus manos, flotando a su alrededor una sensación de paz y serenidad increíble.
-No sabía que estabas aquí, Glorfindel.
-Estaba tranquilizando a la fiera.
Naurloth lo fulminó con la mirada, pero sólo un instante. Su atención volvió a concentrarse en Arwen.
-Siempre tan burlón. Gandalf te buscaba.
-Ah, entonces os dejo, bellas damas -anunció con una reverencia entre cortés y traviesa y salió rápidamente de la habitación. Arwen sonreía mientras observaba como se iba. Naurloth se acercó a la Estrella de la Tarde.
-Te he traído un regalo -anunció.
-¿Un regalo? ¿Para mí?
Arwen extendió con un movimiento grácil y elegante el manto que llevaba en sus manos y envolvió a su compañera en él. Oscuro como la noche, de suave y delicado tacto, un finísimo y delicado dibujo de hojas de hilos de oro lo decoraba por entero. La elfa acarició la tela y admiró el trabajo. La Estrella de la Tarde lo ajustó a su nueva portadora y le caló la capucha.
-Sí, te queda bien.
-Gra... gracias -titubeó impresionada por el regalo.
-No hay porqué darlas. Lo hice para ti.
-La llevaré muy orgullosa -declaró sonriente la elfa mientras apartaba la capucha de su rostro.
La Estrella de la Tarde la miraba fijamente. Retiró un mechón rebelde del rostro de su compañera.
-Sé que lo harás.
Un silencio extraño se impuso entre ambas de repente. Extraño e incómodo.
-Sé que no le  has dicho a Glorfindel nada de lo que oíste antes...
Arwen sonrió.
-No me corresponde a mi levantar el velo de lo oculto. Supongo que algún día, lo levantarás para todos... pero sólo quiero pedirte una cosa.
-¿Qué?
-Que no seas tan arisca con Gandalf. Supongo que fue su manera de ponerte a prueba, pero no quería herirte.
-Parece que todos os habéis puesto de acuerdo para que no me enfurezca con él.
-Porque te conocemos -acabó Arwen riendo.
Naurloth dio un resoplido.
-De acuerdo, procuraré tener paciencia.

El sol se levantaba esplendoroso. Naurloth se envolvió en su nuevo manto y ajustó las cinchas de su corcel. A su lado, Mavrin observaba sus evoluciones. Gandalf apareció llevando de las riendas montura y apoyándose en su cayado. El mago observó a su compañera de viaje, que sujetaba en aquel momento su carcaj y su arco a la silla de su montura y saludó:
-Buenos días. Hermoso día para iniciar un viaje.
La elfa miró el cielo.
-Sí, lo es.
-Si todo el viaje nos luce semejante sol, llegaremos pronto.
Por un instante, Naurloth estuvo a punto de replicar algo no muy bien sonante sobre la correlación del tiempo y la duración del viaje, pero se abstuvo. Simplemente, lanzó una mezcla de gruñido y resoplido que hizo sonreír al mago y montó su caballo. Arwen se acercó hasta los dos viajeros y acarició el cuello del corcel de Naurloth mientras Gandalf subía a su montura. Desde una galería próxima, Glorfindel, Celebrían y Elrond observaban los preparativos de la marcha.
-Tened cuidado. Y haz caso a Gandalf.
La elfa murmuró algo ininteligible pero le guiñó el ojo a su amiga.
-Ten paciencia con ella, Gandalf... en el fondo es un trozo de pan -advirtió Mavrin riendo
-Ah, mi bella Ellindalë, no te preocupes, sobreviviremos ambos.
-Te he oído -se oyó a Naurloth por detrás.
Mavrin y Arwen empezaron a reír. Gandalf las imitó por lo bajo.
-Bien, es hora de marcharnos -anunció el mago.
Desde la galería, Elrond inclinó la cabeza dando su aprobación. Gandalf sonrió y asintió.
-Celio galad Belain lend lîn14 -dijo Arwen.
-Que así sea, Dama Undómiel -contestó el mago.
Naurloth no contestó, sólo asintió con la cabeza y espoleó su corcel, emprendiendo el camino seguida de Gandalf.  

-¿Seguro que es buena idea que vaya con Gandalf, Elrond?
El Señor de Imladris se llevó la mano de su esposa a los labios y la besó.
-No te preocupes, estará bien.
-No me preocupo por ella, Elrond, lo hago por Gandalf -dijo sonriendo Celebrían -. Creo que Gandalf nunca ha tenido compañero de viaje tan difícil.
Glorfindel empezó a reírse a su lado.
-Deberías haberme dejado ir, Elrond. Al menos, las barbas de Gandalf estarían a salvo.
Las risas de Celebrían y Elrond se elevaron en la galería. Glorfindel, con su sonrisa burlona flotando en sus labios, se apoyó en la balaustrada de piedra.
-No, mi querido amigo, debes dejarla marchar y debes dejar que aprenda. Sé que la aprecias mucho pero llegará un día en el que volará sola y ni tú, ni yo, ni nadie podrá retenerla. Este viaje le servirá mucho... no tardará demasiado en recorrer los caminos sola.
El elfo de cabellos dorados lo miró de reojo.
-Algún día deberás decirme quién es en realidad, Elrond.
El aludido exhibió una sonrisa cómplice. Celebrían besó la mejilla de su esposo y mirando a Glorfindel, dijo:
-Todo a su debido tiempo, amigo mío.
Ambos contemplaron como se alejaba. Elrond se recostó en la balaustrada junto a su compañero.
-El día que llegue el momento, te aseguro que serás el primero en saberlo.
Glorfindel suspiró.
-Paciencia entonces. Sólo me resta ser paciente. ¿Cómo se ha tomado Celebrían el viaje?
Elrond sonrió.
-Mejor de lo que esperaba. Supongo que la presencia de Gandalf acalló sus temores.
El elfo de cabellos dorados tamborileó sus dedos sobre la balaustrada.
-¿Por qué no le has dicho a qué se debe la petición de Arahael?
-Porque en el fondo de su corazón, ya lo sabe, amigo mío.
 


13 Nimwen: Doncella Blanca

14 Celio galad Belain lend lîn: Que la luz de los Valar ilumine tu camino



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