La flor de fuego

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - elf-moon
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CAPÍTULO 9. CURIOSOS ENCUENTROS

Año 2200 de la Tercera Edad

-¡Isengrim Tuk! ¡Si no vienes inmediatamente, te aseguro que no cenarás!
Incluso el caballo levantó la cabeza cuando el hobbit apareció por entre unos arbustos arramblando con todo a su paso y casi se lanzó en pos de la pequeña hoguera para sentarse. Naurloth lo miraba aguantando una carcajada que pugnaba por salir.
-Ya estoy aquí –anunció mientras olía su cena.
Dos conejos abiertos en canal aguardaban sobre las llamas. El hobbit los observaba hambriento, saboreándolos ya por el olor que desprendían, y miró a la elfa a la espera que le diera permiso para apoderarse de su ración.
-Adelante… creo que el tuyo está como te gusta, ni muy hecho ni poco. Es el grande.
El hobbit, entusiasmado, tomó la rama donde estaba ensartado su conejo. La elfa, que se había reservado el más pequeño, se medio tumbó en el suelo sobre su manta de viaje mientras recogía un cuenco del suelo. Isengrim la miró por encima de las llamas mientras hincaba el diente a una de las patas del conejo
-¿Qué comes?
-Diente de león, raíz de hinojo, achicoria… ya no es muy fresca, pero comestible. Por cierto, aún quedan cerezas.
-Luegooo –saltó intentando no quemarse mientras se pasaba de una mano a otra un pedazo del conejo.
-No seas tan glotón… que el conejo no saldrá corriendo de tus manos.
Isengrim empezó a reír con el conejo ensartado en una mano y una pata del mismo en la otra.
-Es que está buenísimo… esas hierbas raras que le pones me encantan.
-No son raras, seguro que tu madre las utiliza en tu casa, pero la proporción a veces hace que cambie el sabor. El romero, el tomillo y la salvia son hierbas corrientes.
-Digas lo que digas está buenísimo –alabó dando un mordisco a la pata de conejo. 
-Eres un exagerado.
Por respuesta, su compañero se río mientras devoraba su conejo. Naurloth miró hacia el cielo. Las nubes que habían cubierto el cielo al anochecer habían desaparecido para dar paso a una hermosa noche de finales de primavera.
-Aún estás a tiempo de volver a casa, Isengrim.
Había lanzado aquella pregunta varias veces en los dos últimos días. Temía que la familia de su joven amigo se preocupara por su ausencia.
-¿Y perderme una aventura? –respondió entre bocado y bocado -. No, gracias.
-¿Todos los hobbits sois tan…?
No llegó a acabar la pregunta. Isengrim ya negaba con la cabeza.
-Dicen en la Comarca que sólo los Tuks somos lo suficientemente extravagantes para salir de ella.
La elfa dejó el cuenco a un lado, se apoyó en su brazo y cerró los ojos.
-¿No tienes hambre?
-Deja mi conejo donde está, maese Isengrim. Tú tienes el tuyo y yo el mío.
Entreabrió un ojo; el hobbit se reía por lo bajo.
-Lo decía por si no querías… para no desperdiciarlo…
Los ojos de Isengrim se clavaron en el cuello de la elfa de repente. Un brillo había llamado su atención.
-¿Qué es eso?
-¿El qué?
-Lo que brilla en tu cuello.
La elfa se llevó la mano al cuello y sus dedos rozaron el medallón que le había entregado Elrond antes de partir de Rivendel. Lo sostuvo oculto a los ojos de Isengrim un buen rato, pero finalmente dejó que el hobbit lo viera. Éste se acercó para mirarlo detenidamente.
-¡¡¡Ooooohhhhh!!! ¡¡¡Es precioso!!! –exclamó entusiasmado.
-Gracias.
-¿No tienes otro para mí?
Naurloth parpadeó varias veces antes de contestar. Nunca había pensado que se encontraría con una criatura que no reconociera los símbolos en él grabados. Pero los hobbits no conocían la historia de los elfos y menos sus símbolos. Y si conocían alguna de sus historias, Isengrim estaba demostrando que no era su caso.
-Lo siento, pero me temo que no. Mi medallón es único.
-Lástima. Me hubiera gustado tener uno.
Se permitió media sonrisa al oírlo.
-No puedo ayudarte en ello.
-Bueno, si alguna vez te cansas de él, estaré en encantado de recibirlo.
La elfa se incorporó y tomó su conejo. Hábilmente, partió la pieza y le ofreció al hobbit una mitad.
-Bueno, por ahora, lo único que puedo darte, es esto.
-¡Gracias!
Antes de que ella llegara a darle un bocado a su mitad, el hobbit ya estaba dando buena cuenta de su nueva adquisición.
-¿Qué camino tomaremos mañana?
-Queda ya poco para llegar a las Emyn Beraid.
-¿Las qué?
-Las Colinas de la Torre. Su nombre elfo es Emyn Beraid.
-¿Y después?
-Atravesaremos el Lhûn y…
-¿El qué?
-El Lhûn… el río Lune en Oestron.
-¿Oestron? ¿Y eso qué es?
-La lengua que estamos hablando tú y yo ahora. Así se llama en realidad.
-¿Y luego?
-Luego, si no tenemos contratiempo alguno, nos dirigiremos a…
La elfa se calló. El hobbit la miraba fijamente, incluso movió la cabeza esperando a que ella continuara, como si sus gestos la incitaran a ello. Pero una seña de la elfa, indicando que guardara silencio, lo intrigó. Primero, se oyó un murmullo lejano. Por un momento creyó que soñaba. Pero cuando el murmullo fue creciendo, empezó a distinguir voces, lejanas pero claras, aunque desconocía el lenguaje. Naurloth se levantó, dejó el conejo cerca del fuego y silenciosa, se deslizó a través de la oscuridad y el bosque. Isengrim la siguió casi pegado a sus talones hasta que ella se detuvo y se agazapó. El hobbit la imitó.
-¿Qué pasa? –susurró nervioso.
-No estamos solos –respondió con un hilo de voz.
-¿Eso es bueno o malo?
Naurloth selló los labios de Isengrin poniendo un dedo sobre ellos. El hobbit, excitado ante lo que pudiera ocurrir, apenas se estaba quieto. Pero la elfa lo agarró de la muñeca y lo detuvo.
Las voces se fueron elevando más y más. Pero lejos de ser amenazadoras, entonaban una canción.
-Es triste –susurró el hobbit.
Casi inmediatamente se tapó la boca con las dos manos al romper el silencio. Pero Naurloth no dijo nada más. La elfa se levantó de su provisional escondite. Una comitiva se acercaba por el desdibujado camino. Llevaban fanales que producían una luz espectral pero clara, lo suficiente para que Isengrim los reconociera. Se levantó y se quedó al lado de su compañera. Ahora sabía quienes eran, pero se sorprendió que ella no se moviera. Intentó escrutar su rostro, pero la oscuridad era demasiado cerrada. Tiró de la manga de la elfa, pero esta lo ignoró aparentemente.
Eran elfos. Envueltos en capas grises, algunos a caballo y otros a pie, recorrían el camino hacia el Oeste mientras iban elevando sus canciones a las estrellas.
-Son sindar de Lothlórien –murmuró Naurloth.
-¿Sinda qué de Lot qué? –repitió Isengrim.
Oírlo provocó una sonrisa en la elfa que su compañero no vio.
-Son elfos sindar. Entre mi gente, hay diferentes… podría decirse familias de elfos. Yo soy noldo. Ellos son sindar, los llamados elfos grises.
Isengrim los volvió a mirar a lo lejos.
-Si su nombre es por el color de su capa, acertaron. ¿Os ponen nombres por el color de la capa? ¿Noldo significa elfo con capa de sombra y oro? ¿Y si llevas la capa roja? ¿Sois entonces elfos rojos? ¿Y si es amarilla? ¿Elfos amarillos?
Naurloth estuvo a punto de estallar en una carcajada al oírlo.
-No exactamente, maese Isengrim, aunque su nombre original tiene algo que ver con un manto gris… algún día te explicaré su historia.
-¿Y de dónde decías que vienen?
-De Lothlórien. Es un reino más allá de las Hithaeglir.
-¿Las qué?
-Las Montañas Nubladas… creo que tú y yo tenemos un pequeño problema de comunicación… tendré que acostumbrarme a llamar las cosas en Oestron o nos pasaremos todo el rato yo diciendo nombres en sindarin y tú preguntando qué significan.
Los elfos ya habían desaparecido de su vista. Naurloth se volvió. Isengrim echó una última mirada al camino antes de seguirla y se preguntó interiormente porqué su compañera no se había acercado a sus congéneres.

-Arriba dormilón, ya ha amanecido.
Isengrim se desperezó ruidosamente, se quedó sentado y se restregó los ojos intentando aclarar sus ideas. Naurloth lo miraba desde el otro lado de los restos de su hoguera.
-¿Has dormido bien?
-No… se me clava todo –se quejó lastimoso.
La elfa sonrió.
-Te acostumbrarás. ¿Aún quieres venir conmigo?
El hobbit sonrió.
-Sí… aunque sea el suelo duro, te acompañaré.
-Está bien. No te lo volveré a preguntar… y por si quieres desayunar, aún queda un cuarto de conejo.
Aquello bastó para que el hobbit se levantara como una centella mientras la elfa sonreía. Ella se levantó, se dirigió a su caballo, que la saludó con un suave relincho y empujones con su enorme testuz y empezó a asegurar las cinchas de la silla.
-Naurloth.
La voz de Isengrim llamándola hizo que volviera la cabeza sin dejar de hacer lo que hacia.
-Dime.
-¿Por qué no te acercaste a los elfos de anoche? ¿Es por que no son como tú?
-No es eso. Los elfos de la Tercera Edad ya no tienen tan en cuenta de qué familia de elfos eres. Eso se dejó para otros tiempos, cuando muchos no podían abandonar la Tierra Media. Pero ellos llevaban un camino diferente al mío.
Notó que la voz de la elfa se teñía de un matiz de tristeza. Sus palabras ocultaban mucho, se había dado perfecta cuenta y lo último que deseaba era que ella cambiara de humor. Se acercó  silencioso y tiró de la capa de su compañera. Se volvió.
-¿Nos vamos?
-Cuando quieras –respondió ella con una sonrisa.
       
-… y entonces, mi primo Largo se subió a la higuera y ¡¡¡plofff!!!… higos cogió, pero no tuvo en cuenta las palabras de tía Margarita y acabó en el suelo, con la boca llena de higos, un morado en las posaderas y la rama encima de la cabeza. Y nosotros, nos empezamos a reír… lo que nos costó parar, porque cuando tía Margarita salió de su agujero hobbit, se acercó a Largo y en vez de preguntarle como estaba, lo persiguió por media Comarca enarbolando la rama de la higuera y gritando que si no se había hecho suficiente daño con la caída, ella lo arreglaría. Largo tuvo suerte de correr más que tía Margarita… aunque el espectáculo valió la pena, así como el chichón que le quedó. Como consecuencia, tía Margarita nos prohibió entrar en su huerto, pero aún volvemos de vez en cuando… a hurtadillas, aunque Largo nunca se ha vuelto a subir a la higuera y cuando ve higos, dice que le duele la cabeza.
La elfa sonreía mientras escuchaba a su compañero explicando sus batallitas y sus travesuras. Parecía que el hobbit no se cansaba, a excepción de cuando tenía hambre.
Paró de repente su caballo.
-Mira, las Colinas de la Torre.
No eran tan imponentes como las Montañas Nubladas, pero las Colinas de las Torres no dejaban indiferentes a nadie.
-¿Por qué se llaman así?
-Porque Gil-Galad, el último gran rey de los elfos, construyó tres torres en ellas, las Torres Blancas. La mayor de ellas se llama Elostirion, que significa vigía de las estrellas y es tan alta, que desde ella puedes ver el mar.
-¿Por qué no vamos?
-Porque ese no es nuestro camino.
-¿Son hermosas las torres? ¿Las has visto?
Tardó en responder. Pero finalmente lo hizo.
-Sí, muy hermosas, blancas como las nieves, altas y gráciles. Dignas de reyes.
Espoleó el caballo mientras el hobbit volvía a hablar.
-Me hubiera gustado verlas.
-Otras cosas verás más hermosas, te lo prometo.
Pero el caballo, de repente, agitó la cabeza. Isengrim y Naurloth lo miraron extrañados y acto seguido, relinchó. Pero lo que más sorprendió a ambos es que el relincho fue contestado por otro. Y casi sin dejar tiempo a más, una voz los interpeló.
-Lejos la flor de fuego está de su casa –y una risa alegre y despreocupada acompañó a las palabras.
Naurloth frunció el ceño primero y luego sonrió al reconocer la voz. Aunque la sorpresa no dejó de envolverla, ningún temor la asaltó. Isengrim se volvió hacia ella y al ver su sonrisa, se tranquilizó.
-Lejos está también aquel que errante se denomina y a las estrellas canta–contestó.
Del bosque apareció un elfo montado a caballo. Envuelto en una capa verde, saludó con una leve reverencia y se acercó sonriendo hasta los dos compañeros.
-Aiya, brennil nin23, extraño lugar para encontrarnos. Oh, caramba y sola no estás –añadió fijándose en el hobbit –Salud, joven perian. Gildor Inglorion de la Casa de Finrod a tu servicio.
-Isengrim Tuk al tuyo –respondió jovialmente.
-No esperaba encontrarte por estos lares, Gildor, y menos solo. ¿Dónde está tu gente?
-No muy lejos de aquí, esperando a que vuelva. Pero menos esperado sería encontrarte a ti, mi dama, lejos de Rivendel, sin más compañía que un hobbit y sin los hijos de Elrond o Glorfindel cerca. ¿Acaso vienen detrás de ti y sólo te has adelantado un poco?
-No, Gildor. Mi único compañero es este que ves, Isengrim.
El hobbit, atento a lo que ambos decían, exhibió una ancha sonrisa al oír como la elfa lo consideraba su compañero.
-Ah, curiosa compañía… nunca vi a uno de los eldar y a un hobbit cabalgar juntos.
-¿Elda qué? –saltó.
-Eldar, Isengrim, significa elfos. Gildor y yo somos eldar, es decir, elfos –explicó.
Gildor los observó mientras. La elfa hablaba como un maestro paciente lo hace ante un alumno.
-Al final aprenderé sindac… sindal… lo que sea.
-Sindarin, Isengrim –volvió a corregir la elfa.
El elfo sonrió al oírlos.
-¿Dónde vais? Si no es mucho preguntar, claro.
-De aventura –saltó el hobbit.
Los dos elfos se rieron.
-Vamos hacia Forlindon.
Un extraño silencio se impuso entre los dos. Isengrim los miraba, ahora a uno, ahora a otra. Se daba cuenta que aquel nombre tenía algún misterio oculto que a él se le escapaba, pero que a los dos elfos no.
-Nunca pensé oír esas palabras de tus labios, mi dama –rompió el incómodo silencio.
-Nunca es demasiado tiempo, incluso para nosotros.
Gildor acabó sonriendo al oírla.
-Por lo tanto vamos en dirección contraria, mi dama.
-Así es.
Algo captó la atención de Gildor que entrecerró los ojos para fijarlos en Naurloth.
-Laurelin y Teleperion, los dos árboles de Valinor… hermosos eran y se perdieron desgraciadamente. Hermoso es tu medallón, mi dama, jamás lo había visto.
-¿A qué sí? Yo ya se lo he dicho y por la otra…
Isengrim se calló al notar un suave golpe por parte de su compañera.
-Sí, hermosos eran, dicen aquellos que los vieron.
-Así era –la voz de Gildor sonó nostálgica. Pero cambió casi inmediatamente -. Bien, mi dama, si vuestro destino es Forlindon, pasaréis cerca de los Puertos Grises… ¿alguna intención tienes de visitarlos?
-De visitarlos, tal vez –y una sonrisa pícara se plasmó en sus labios-. Pero Rivendel me esperará antes del invierno.
El elfo captó el mensaje y sonrió. No era intención de Naurloth embarcar rumbo hacia las Tierras Imperecederas como por un momento se había temido.
-En ese caso, mi dama, me despido. Mi camino sigue hacia mi gente y el tuyo hacia occidente. Ha sido un placer conocerte, Isengrim Tuk.
-Lo mismo digo –saltó alegremente el hobbit.
-Que la luz de los Valar te guíe en el camino, Gildor Inglorion.
-Que la luz de los Valar no te abandone jamás, mi dama.
Gildor sonrió, guiñó un ojo y espoleó su corcel, que se alejó por el camino que anteriormente recorrido por ellos. Ambos lo observaron mientras se alejaba.
-¡Si me viera primo Largo estaría entusiasmado! ¡Dos elfos juntos y hablando conmigo! ¡No se lo creería!
-Tal vez veas más elfos en este viaje, Isengrim.
-¿Más? ¿Más? ¡Sí, me encantaría! ¿Puedo preguntarte algo?
-Dime.
-¿Por qué Gildor te llamó flor de fuego?
-Porque eso es lo que significa mi nombre, Isengrim, Naurloth significa flor de fuego.
-Pues es un nombre bonito… ¿y puedo hacer otra?
-Adelante.
-¿Por qué me has golpeado cuando hablaba de tu medallón?
La elfa espoleó a su corcel antes de hablar.
-Porque no todos los elfos de la Tierra Media aceptarían lo que implica.
-¿Tan malo es?
-Ahora ya no.
Su voz se apagó. Isengrim la miró de reojo y vio como tenía la mirada no en el camino, sino más allá de él, perdida en su memoria.
-Naurloth…
-¿Si?
-¿Forlindon está muy lejos?
-Más allá de las Ered Luin, las Montañas Azules. Aún queda mucho camino, para ti y para mí. Y tal vez aún más encuentros.
El hobbit se quedó pensativo un rato. Finalmente, volvió a hablar.
-¿Sabes lo que es más curioso, Naurloth?
-Dime.
-Que con lo misteriosos que sois los elfos, yo en pocos días te he conocido a ti, a Gildor y he vistos elfos... elfos... elfos... sinc lo que sea. Es muy curioso.
Ella se rió por lo bajo.
-Elfos sindar, Isengrim, se llaman elfos sindar...


23 Aiya, brennil nin: Hola, mi dama



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