La flor de fuego

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - elf-moon
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CAPÍTULO  4. DESPEDIDA 

Año 2125 de la Tercera Edad

El invierno llegaba a su fin. Los árboles empezaban de nuevo a llenarse de brotes y los días se alargaba mientras la naturaleza volvía a la vida. En pocos días, una explosión de color llenaría los bosques de Rivendel y el invierno sólo sería un recuerdo para los corazones y las almas. Pero también llegaba el momento de la marcha y Arahael lo sabía. Aunque el dúnadan adoraba vivir en Rivendel, sabía que sus obligaciones lo empezaban a reclamar en el norte y aunque le pesara, era ya la hora.  
Respiró profundamente cuando salió de su habitación y se asomó a una de las terrazas, contemplando la vida que discurría a sus pies. No sabía cuando volvería a aquel lugar y la añoranza, cuando aún no había dejado la Última Morada empezaba a atenazar su alma. Oyó voces distantes de los elfos y una le llamó la atención: Elrohir, el menor de los gemelos, no andaba muy lejos, y a juzgar por el tono, tampoco debía estar muy lejos Naurloth. Sonrió para sí. Aquella pequeña elfa seguía revolucionando la vida de Rivendel y desde la marcha de Arwen, a principios del invierno, era como una sombra de los gemelos: allí donde estuviera uno de ellos, no estaba muy lejos ella.
-Buenos días, Arahael.
El dúnadan se volvió. Celebrían estaba tras él, sonriente.
-Mi señora Celebrían -saludó el dúnadan.
-Hermoso día, ¿verdad?
-Sí. Precioso.
-¿Preparado para la marcha?
-Nunca se está preparado para abandonar Rivendel. Pero la obligación manda sobre el deseo.
-Te echaremos en falta.
-Ya no podré hacer de niñera -añadió burlón.
-No te preocupes, para eso tengo a mis hijos y a Glorfindel -respondió riendo la Dama.
-Me encantaría quedarme una estación más... pero no puede ser.
-Lo sé. Pero esperamos volver a verte pronto. No sólo Naurloth te echará en falta. Los demás también.
Arahael asintió con la cabeza ante el comentario. Celebrían paró atención entonces a los ruidos que tañían el aire.
-Creo que voy a poner un poco de orden a ese pequeño barullo que se oye. ¿Me acompañas?
-Por supuesto.

Mavrin estaba riendo a mandíbula batiente mientras contemplaba como Elrohir jugueteaba con Naurloth. La elfa tenía el regazo lleno de pequeñas flores, las primeras que habían brotando en Rivendel y tejía una hermosa corona con dedos ágiles y expertos. Elrohir, con el cabello revuelto y la ropa más o menos revolucionada, se plantó en jarras delante de ella y dijo:
-Mucho reírte, Mavrin, pero tú no corres.
-Eso lo dejo para los jóvenes guerreros como tú, Elrohir. Yo me dedico a otros menesteres.
-Excusas, Mavrin...
Las manecillas de Naurloth tiraron de la ropa de Elrohir reclamando su atención.
-Juega conmigo -exigió.
-¿Ves? Te reclaman -se burló Mavrin.
Naurloth clavó sus ojos en la elfa.
-¿Sabes que Glorfindel me enseñará a manejar una espada, Mavrin? -anunció orgullosa.
La miró sorprendida.
-¿De verdad? No lo sabía.
Elrohir dio un resoplido.
-Esto será memorable y peligroso.
Naurloth lo miró indignada ante el comentario. Le sacó la lengua.
-Seré mejor espadachina que tú.
Mavrin empezó a reír. Recogió en un ramillete las flores que le quedaban, las dejó a un lado y levantándose, colocó la corona de flores sobre los negros cabellos de la pequeña, que la miraba con los ojos muy abiertos, sorprendida.
-De momento, creo que mejor que una espada te queda esta corona. ¿Verdad que le queda bien, Elrohir?
-Sí, te queda muy bien, Naurloth.
La pequeña se rió. Casi en el mismo instante, Arahael apareció en el claro, seguido de Celebrían y corrió hacia el dúnadan orgullosa de su corona.
-Mira Arahael, ¿te gusta? La ha hecho Mavrin para mí.
El dúnadan la tomó en brazos.
-Preciosa, como tú.
La miró fijamente. Una sonrisa nostálgica se aposentó en sus labios.
-Te echaré en falta. Pero recordaré tu sonrisa cuando esté lejos de Rivendel.
Ella sonrió. Sus ojos brillaron cálidos. Y por un instante, Arahael entrevió el fuego que ardía en el fondo de aquellos ojos. Y supo que consigo, se llevaría aquella imagen hasta el fin de sus días.
-Naurloth... cuan acertado fue el que te puso este nombre... -alabó.
-Silnarmírë6.
-¿Qué? -preguntó Arahael al oírla.
Tanto Mavrin como Elrohir la miraron extrañados. Sólo Celebrían, que sabía lo que era, abrió los ojos desmesuradamente, pero no dijo nada.
-Silnarmírë -repitió Naurloth.
E hizo un movimiento para que Arahael la soltara. Cosa que hizo inmediatamente intentado entender, mientras, lo que había dicho. La pequeña miró a Celebrían. Casi instantáneamente comprendió que la Dama sí sabía lo que significaba aquella palabra.
-Nada queda. Y todo se perdió...
Y salió corriendo. Elrohir hizo un amago de seguirla, pero Celebrían se lo impidió.
-No. Déjala. No dejará que te acerques cuando se pone así. Ni física ni espiritualmente.
-¿Qué ha sido eso? ¿Qué es eso que ha dicho? -preguntó Arahael.
-Quenya -respondió Mavrin por detrás, seria.
Celebrían respiró profundamente antes de responder.
-Es su nombre, su verdadero nombre, el que le dio su padre cuando nació, pero por el que nunca oirás que la llaman.
-¿En quenya? -se sorprendió Elrohir.
Mientras oía aquellas palabras, un escalofrío recorrió a Mavrin. Como si una brisa helada la azotara y un presagio la alcanzara y marcara el devenir de su existencia. Pero la voz de Celebrían rompió la sensación y la retornó a la realidad.
-Sí, en quenya. Pero no es ese el nombre con la que nosotros la conocemos ni el que se eligió para nombrarla. Considérate afortunado, Arahael, porque te ha otorgado la merced de oírlo de sus propios labios.
-Extraño nombre. Sospecho que vuestra pupila, esconde más de lo que parece...
-Tal vez -dejó en suspenso Celebrían.

Estaba atardeciendo. Mientras el cielo se teñía de colores carmesíes, morados y violetas, una nueva velada se preparaba en Rivendel. Elrond se acercó silencioso hasta Celebrían, que estaba envolviendo una caja con un hermoso paño de colores violáceos. Su esposa, concentrada en ello, sólo se dio cuenta de su presencia cuando su sombra se proyectó sobre ella. La Dama levantó la mirada y sonrió.
-No te he oído.
Elrond sonrió y dijo cruzando los brazos a su espada.
-¿Qué es?
-Un regalo para Naurloth.
-Ah, es lo que pediste a Arwen... Estoy intrigado por saber qué fue lo que te trajo el mensajero de Celeborn hace unos días -dijo mientras se sentaba.
Celebrían sonrió pícara
-¿El señor de Imladris quiere saberlo?
-Me muero por saberlo -se burló Elrond.
-No te lo diré. Es una sorpresa.
-¿Y cuando se lo darás?
-Hoy, por la noche.
-Por cierto -empezó el medio elfo jugueteando con el repulgo de su manga -. ¿Ya sabes que le ha pedido a Glorfindel que le enseñe a manejar una espada?
-Sí -respondió Celebrían frunciendo el ceño -. Y sé que tú estás de acuerdo.

El medio elfo miró a su esposa. Detectó un incipiente enfado en su esposa.
-No se quedará eternamente en Rivendel...

Ella respiró profundamente antes de responder.
-¿Acaso lo has augurado?
-No lo necesito... tarde o temprano, se irá. Que vuelva o no, es algo que deberá decidir ella en su momento.

Celebrían perdió la mirada un instante en el infinito. Pero casi inmediatamente, clavó la mirada de nuevo en su esposo.
-Así que deberá aprender... aunque sea doloroso.
-Deberá aprender muchas cosas... pero la primera será que ella es ella y que el pasado, aunque forme parte de su ser, no es ella.
-Nunca habla de lo que pasó... y eso me da miedo.
-Es muy pronto. Algún día lo hará.
-Sólo una vez he oído de sus labios nombrar a su padre... y me aterra que el dolor y la rabia la consuman.

Elrond se levantó, tomó sus manos y las apretó contra sí.
-No lo hará... aunque el camino no será fácil.
-Espero que estés en lo cierto.
-Y ahora, mi Dama, alegra esa cara. Hoy es la última noche de Arahael y no le agradará verte triste.
-Ni a ti, lo sé -concedió ella con una débil sonrisa en los labios.

El medio elfo la miró intensamente.
-Daría gustoso mi vida, mi Dama, con ver tus labios y tu rostro siempre alegres.
-Yo daría la mía, señor de Imladris, porque hasta el fin de las edades, la tristeza no nos hiera de nuevo.
 
El salón estaba dispuesto, decorado y preparado para la cena de despedida de Arahael y sus hombres. Naurloth entró y dio una rápida ojeada al mismo, observando como muchos de los habitantes de Rivendel ya estaban tomando posiciones y disponiéndose para la cena. Aún llevaba la corona de flores que aquella misma tarde Mavrin le había hecho y despertaba sonrisas entre los elfos verla corretear como si fuera el espíritu de la primavera. Localizó a Mavrin, que conversaba con dos elfas más y cuando estaba a punto de ir a su encuentro, unas manos la levantaron en el aire.
-Te atrapé.
Elladan, que era quién la había cogido en brazos, sonreía divertido.
-¿Dónde me siento?
-Conmigo, por supuesto. Ya está preparado. Venga, vamos a sentarnos -acabó dejándola en el suelo y dirigiéndose hacia la mesa que dominaba la sala, sobre un estrado.
Ella lo siguió. Cuando estaba a punto de llegar, Mavrin los alcanzó.
-Buenas noches, Elladan. Hola, Naurloth.
-Buenas noches, Mavrin -saludó Elladan.
La pequeña sonrió y se fue directa hacia una silla donde se acomodaban un buen número de almohadones... sin duda alguna, era la suya. Elladan la siguió, mientras Mavrin daba la vuelta a la mesa. Cuando Naurloth estuvo sentada y Elladan la acompañó, la voz de la elfa reclamó su atención.
-¿Dónde has estado toda la tarde? Mavrin me ha hecho esta corona -señaló.
El medio elfo asintió.
-Bonita, te sienta bien. Estuve paseando con Glorfindel.
Naurloth lo miró fijamente.
-No me habéis avisado... -susurró molesta.
Su expresión fue suficientemente cómica para que Elladan ahogara una carcajada.
-No siempre podrás venir con nosotros, Naurloth.
La elfa hizo un mohín de fastidio.
-Entonces, no siempre podrás venir tú conmigo -y le sacó la lengua.
-¡Naurloth! -llamó la atención Mavrin.
La pequeña la miró con mohín cariacontecido. Elladan se rió.
-Déjala o se enfadará más.
-La mimáis demasiado -advirtió.
-Porque nos encanta mimarla -guiñó el ojo Elladan.
La conversación se interrumpió cuando Elrond y Celebrían, seguidos de Elrohir, aparecieron en el salón y se dirigieron hacia la mesa, sentándose en sus sitios. Elrond miró a Naurloth y su expresión.
-¿Qué te ocurre?
-Nada -replicó lacónicamente.
-No lo parece... -dejó en suspenso.
-Pequeñas asperezas... -empezó Elladan.
La elfa murmuró algunas palabras entre dientes ininteligibles. Celebrían la miró fijamente y a su hijo. Pero fue Mavrin quien contestó.
-No le gusta que le lleven la contraria ni que le llamen la atención.
-No siempre podrás hacer lo que quieras, Naurloth -aleccionó Elrond.
-¿Por qué no?
Los cinco la miraron sorprendidos ante el tono serio y orgulloso. Sus ojos estaban fijos en Elrond.
-Porque no siempre se puede ni debe hacerse. En muchas ocasiones, harás lo que debes, no lo que quieres... y deberías escuchar a tus mayores más.
-No me gusta eso.
La declaración arrancó sonrisas. El Señor de Imladris cabeceó aquilatando las palabras.
-Mucho tienes que aprender aún. Paciencia, pequeña.
-¿Y si no quiero tener paciencia?
-Esto empieza a ponerse interesante... -se burló Elladan.
Ella lo ignoró. Siguió con la mirada fija en Elrond.
-Tarde o temprano aprenderás, y es una lección que todos aceptamos, nos guste o no.
No pareció que la respuesta le agradará demasiado, pero la llegada de Arahael,  Glorfindel y unos cuantos elfos más, así como los dos compañeros de Arahael, volvió a interrumpir la conversación. En cuanto se sentaron a la mesa y Elrond dio la orden para el inicio de la cena, las conversaciones se desviaron hacia otros temas mientras Naurloth seguía con ánimo más o menos enfurruñado. De vez en cuando, echaba ojeadas hacia Mavrin o hacia Elrond, sin dejar de escuchar por ello la conversación de los mayores, pero apenas comía y sus ojos se concentraban más en el plato que en lo que la rodeaba.
De repente, Elladan tiró de su manga. Lo miró inmediatamente.
-¿No  comes? -susurró atento.
-No tengo hambre -respondió ella en otro susurro.
-¿Me perdonarás si te dejo venir mañana conmigo para despedir a Arahael?
-Tal vez -replicó ella.
-Oh... ¿no se te pasará el enfado entonces?
Levantó la barbilla con orgullo, aunque una chispa de burla se pintaba en sus ojos.
-Lo consultaré con la almohada.
Semejante respuesta hizo sonreír a Elladan. Había alguien más en la mesa, que no perdía detalle de la conversación. Glorfindel sonrió al oír de trasquilón la respuesta de la pequeña.

Elrond se levantó en aquel momento, reclamando la atención de todos y acallando las conversaciones. El Señor de Rivendel levantó su copa y dijo solemnemente:
-Amigos, como bien sabéis, mañana nuestro amado Arahael nos deja. Siempre es grata su compañía y nos llena de pesar su marcha, aunque sabemos que sus obligaciones lo reclaman en el Norte. Es por ello, que os insto a elevar vuestras copas y desear que su viaje sea favorable y que los peligros se aparten de su camino.

Todos se levantaron de sus sitios y elevaron sus copas, Arahael hizo una leve reverencia a Elrond y todos corearon a la vez:
-Almare!7
-Elladan -llamó susurrando Naurloth.
Él se agachó para estar a su altura.
-¿Por qué se va Arahael?
-Porque debe irse. Su destino no es quedarse en Rivendel. Su destino está en los caminos del Norte. Es un dúnadan y debe seguir su camino.
Naurloth miró fijamente al dúnadan.
-¿Y volverá?
-Tal vez.
Naurloth bajó la cabeza apesadumbrada. La voz de Elrond volvió a elevarse, pero la elfa no le hizo caso. El Señor de Rivendel hizo una seña y un elfo apareció con varios regalos. Arahael los agradeció encarecidamente y de repente, un paquete de colores violáceos fue a para a manos de la elfa. Naurloth lo miró con sorpresa y levantó la mirada. Celebrían, a su lado, sonrió.
-Para ti, pequeña.
Por un instante, Naurloth no supo que hacer, pero finalmente, empezó a desenvolverlo.
-Veremos que es este secreto -dijo Elrond curioso.
Con los ojos de todos puestos sobre ella, Naurloth consiguió abrirlo finalmente y se quedó sin habla al ver lo que era. Apareció ante sus ojos una caja. Su madera era de mallorn y estaba decorada lujosamente con delicadas filigranas de pan de oro incrustadas.
-Ábrelo -conminó Elladan.
Naurloth, que no levantaba la mirada de la caja, acarició la tapa y la filigrana. Sus manecillas manipularon el cierre y finalmente, abrió la caja. En su interior, había un anillo, una pequeña joya de arte, hecha con una minuciosidad impresionante, labrado en oro. Representaba unas pequeñas y hermosas hojas de acebo que se superponían levemente unas sobre otras. Naurloth lo tomó y lo levantó.
-Es precioso -alabó Elladan, el más cercano y el que podía ver mejor el detalle del anillo.
Naurloth miró  a Celebrían.
-Gracias -murmuró enrojeciendo.
Mavrin clavó sus ojos en el anillo. Miró a Celebrían primero y luego a Elrond. El Señor de Rivendel la observaba fijamente. Podía leer en sus ojos que estaba esperando su reacción. Pero no fue Mavrin quien dijo algo sobre el anillo. Fue Glorfindel, que miraba fijamente el anillo.
-Ost-in-Edhil... Eregion.
Todos lo miraron a él y al anillo consecutivamente.
-Sí, fue forjado en Ost-in-Edhil -afirmó Celebrían -. Lo creó Celebrimbor.
La pequeña elfa escuchaba sin levantar la mirada del anillo. De repente, cerró su mano sobre él y lo ocultó a la vista de todos.
-Aunque es inofensivo... por si quieres saberlo -acabó la Dama alejando posibles suspicacias de las mentes de los presentes.
-Hermoso regalo para tan hermosa dama -dijo Arahael sonriendo y mirando a la elfa.
-A veces, por muy hermoso que sea el regalo, realmente lo que lo embellece es quien lo lleva -saltó de repente Glorfindel.
-Gran verdad -certificó Elrond.
Naurloth volvió a abrir la mano y volvió a examinar el anillo. Aún era demasiado grande para ella, pero en unos años, podría lucirlo.
-Lo llevaré conmigo -dijo mirando a Celebrían -. Y cuando lo mire, me acordaré siempre de ti, mi señora.
-Con que recuerdes este momento al mirarlo, me contento -respondió la Dama.

La noche había caído en Rivendel totalmente. Elrond respiró profundamente y se sentó en un sitial mientras oía las canciones que aún se elevaban en la oscuridad. Celebrían sonrió mientras lo observaba sentada en un sitial gemelo al suyo.
-Ha sido una sorpresa ver ese anillo... creo que para todos y me incluyo en el lote.
-No sé quien ha sido el más sorprendido de todos.
-Mavrin... porque ya lo había visto antes y lo creía perdido, recuerda que ella vivió en Eregion. Glorfindel ya lo había visto en tu mano, querida. ¿Por qué se lo has regalado?
-Es una forma de decirle que debe recordar el pasado... pero que debe mirar al futuro.
-Tal vez no lo entienda de ese modo por su procedencia. Te arriesgas mucho.
Celebrían se encogió de hombros.
-Me arriesgo a ello, lo sé. Pero creo que a la larga, lo entenderá. Lo que me ha sorprendido son las palabras de Glorfindel y su mirada. Creo que anda en guardia con Naurloth. ¿Crees que sospecha algo?
-Si lo sospecha, lo guarda muy bien. Aún no me ha dicho nada.
-Silnarmírë... -pronunció Celebrían -. Un nombre precioso. Hoy se lo ha dicho a
Arahael... hasta Elrohir se ha sorprendido al oírlo, como Mavrin.
Elrond cruzó sus manos sobre su regazo.
-Una auténtica joya...  eso es lo que representaba para Glînmallen8.
-Nunca hablas de él.
-¿De verás? Glînmallen siempre fue un buen amigo... pese a la distancia y todo lo que pasó. Fue un gran compañero de juegos. Ojalá estuviera vivo.
-¿Se le parece?
-¿Quién? ¿Naurloth?
-Sí, ella.
El medio elfo pensó la respuesta. Una sonrisa leve asomó por sus labios.
-Mucho más de lo que parece a simple vista. Es tan tozuda como él. Incluso en el aspecto físico... aunque el tiempo nos demostrará si también ha heredado su sensatez.

Todo estaba preparado para la marcha de Arahael y sus compañeros. Muchos elfos se habían congregado para despedirlos y esperaban  a que los viajeros montaran en sus caballos e iniciaran la marcha. Elrohir y Elladan esperaban junto a sus corceles, porque despedirían ya a las afueras de Rivendel a los dúnedain. Elrond apareció acompañando a Arahael, con el que mantenía una última conversación. Celebrían ya se había personado acompañada de varias doncellas y los corrillos de elfos se acercaron aún más a los viajeros.
-¿Quién falta? -preguntó Elrond echando una rápida mirada a su alrededor.
-Glorfindel -observó Arahael.
Mientras hablaba el dúnadan, el señor de la Flor Dorada apareció con Naurloth sobre sus hombros. La bajó al llegar a la altura de Elrond y Arahael, y ella corrió hasta Elladan, que la tomó en brazos.
-¿Preparado? -dijo ajustándose los guantes y mirando a Arahael.
-Sí -y mirando a Elrond, sonrió y añadió:- Que los Valar te permitan un viaje rápido y tranquilo, Arahael, hijo de Aranarth. Imladris siempre te estará esperando.
-Hannon le, mi señor Elrond -agradeció Arahael haciendo una leve reverencia.
Se volvió y se encaminó hacia su corcel. Mientras, Elladan había subido a Naurloth en su caballo y ya montaba tras ella.
-¿Tú también vendrás, pequeña? -dijo en dúnadan mirándola.
-Sí -respondió.
Por detrás, Elrond, que se había acercado hasta ellos, sonrió y explicó:
-Tendrás una escolta especial, Arahael.
El dúnadan sonrió.
-Muy especial, mi señor Elrond.
Una vez todos estuvieron montados en los caballos y tras las cumplidas despedidas, Arahael echó una última mirada a Rivendel y sin dilación alguna, emprendió la marcha, seguido de los suyos y su comité de despedida mientras los elfos observaban como se marchaban. Y mientras lo hacían, la voz de Mavrin Ellindalë se elevó a modo de adiós, desgranando en sus oídos su maravillosa voz, y llenando de luz sus corazones:
-A! Elbereth Gilthoniel
silivren penna míriel
o menel aglar elenath,
Gilthoniel, A! Elbereth!9

Los caballos se detuvieron justo en la orilla del vado del Bruinen. Arahael miró a los elfos.

-Bien, hasta aquí hemos llegado. Más allá, seguiremos nosotros -anunció el dúnadan.
Glorfindel adelantó su corcel hasta la orilla del río.
-Espero que vuestro viaje sea tranquilo.
-Lo será, no te preocupes. Hasta pronto, Glorfindel.
-Namarië, Arahael -se despidió.
Arahael miró a Elrohir, saludó con la cabeza y el medio elfo le correspondió de igual manera. Finalmente, se dirigió a Elladan y su joven acompañante.
-Hasta pronto, Elladan.
-Que así sea, Arahael.
-Nai cala hendelyato caluva oialë 10-dijo mirando a Naurloth.
La elfa sonrió al oír las palabras en quenya.
-Nai Eru varyuva len11, Arahael. Mára mesta12.
El dúnadan se rió.
-Algún día deberé averiguar donde aprendiste a hablar tan bien el quenya, pequeña.
Ella asintió con la cabeza.
Arahael sonrió, le guiñó el ojo y encaminó su corcel hacia el vado, seguido de sus compañeros. Bajo la atenta mirada de los elfos, lo traspasaron y desaparecieron en el bosque.

Naurloth echó a correr casi en el mismo instante en el que Elladan la dejó en el suelo, que la miró sorprendido. Cual centella, la pequeña se dirigió directamente hacia los aposentos de Elrond, en los que entró cual huracán. El medio elfo apenas tuvo tiempo de volverse que la vio casi encima de él y merced a sus reflejos, la tomó en brazos en un instante. Ella se colgó a su cuello.
-¿Ya has vuelto?
-Sí. Ya nos despedimos de Arahael. ¿Volverá pronto?
-Nadie lo sabe.
La pequeña pareció pensar la respuesta.
-Lo echaré en falta.
-Todos lo haremos.
Elrond la dejó en el suelo y se sentó ante ella, esperando que hablara. Naurloth jugueteó con el anillo que le regalara Celebrían, que ahora llevaba colgado al cuello con una fina cadena de oro y finalmente, se las arregló para subirse a las rodillas de Elrond, que dejó que se acomodara sobre ellas.
-Atto tenía uno igual.
La confesión dejó un tanto perplejo a Elrond, más cuando la noche anterior Celebrían había hecho mención a su padre y ahora ella hacia referencia, la primera vez ante él desde que llegara de los puertos Grises. Ella lo miró directamente a los ojos.
-No lo sabía...
-No lo hizo Celebrimbor.
-¿No?
-No... lo hizo Atto.
El medio elfo miró fijamente el anillo.
-¿Y cómo lo sabes?
La elfa rebuscó entre sus ropas. Sacó su manecilla y la abrió. Un anillo idéntico, pero de mithril, apareció en su mano. Elrond se quedó boquiabierto.
-Este fue el que hizo Celebrimbor.
Se lo tendió. Elrond lo tomó y lo examinó. Eran idénticos. Sólo el material era diferente.
-Tampoco tiene poder -anunció.
-¿Por qué dos? -se permitió preguntar.
-Porque eran los únicos que quedaban.



6 Silnarmírë: Joya del brillo de fuego.

7 Almare: Salud.

8 Glînmallen: Resplandor Dorado.

9 Aún recordamos, nosotros que vivimos / bajo los árboles en esta tierra lejana, / la luz de las estrellas / sobre los Mares de Occidente.

10 Nai cala hendelyato caluva oialë: Ojalá la luz de tus ojos brille por siempre.

11 Nai Eru varyuva len: Que Eru te guarde.

12 Mára mesta: Buen viaje.



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