La flor de fuego

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - elf-moon
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

CAPÍTULO 7 REVELACIÓN

Año 2200 de la Tercera Edad

Arwen Undómiel levantó la cabeza del bastidor y prestó atención al ruido que oía amortiguado por la lejanía y las vaporosas cortinas desde su habitación. Además del trinar de los pájaros y el viento entre las hojas de los árboles, rumores de conversaciones flotaban a su alrededor.
-¿Conoces la voz?
La Estrella de la Tarde miró a su compañera. Naurloth estaba concentrada sobre un bastidor enorme, más que la propia elfa, largo y estrecho. Con habilidad, volvió a pasar la aguja de un lado a otro y sin mirar a su compañera, respondió con una especie de gruñido.
La hija de Elrond la observó sorprendida. En condiciones normales, cualquier novedad hacia que la elfa se levantara rauda y veloz y antes de que alguien pudiera detenerla, ya estaba curioseando. Pero en aquel momento, estaba tan concentrada sobre el bastidor, que hubiera jurado que aunque hubiera tenido un orco a su lado, no se hubiera inmutado. Arwen se levantó y se acercó hasta ella. Naurloth pareció que ni siquiera se había dado cuenta de su movimiento.
-Casi está acabado -declaró impresionada Arwen.
Aquello que tenía tan concentrada a la elfa era un impresionante tapiz que día tras día, desde hacia casi tres años llevaba tejiendo y que representaba una hermosa imagen de Rivendel desde orillas del Bruinen. Cientos de hilos de colores habían sido maravillosamente dispuestos y parecía realmente que contemplara su hogar en aquel pedazo de tela. Naurloth dio una nueva puntada, clavó la aguja en la tela y miró a Arwen.
-Sí, casi. Queda poco.
Pasó su mano por el tapiz y sonrió.
-Precioso.
-¿Qué has dicho de una voz?
-No me escuchabas -recriminó Arwen-. Te he preguntado si conocías la voz que se oía.
Naurloth prestó atención en aquel momento.
-Pues... no.
-Últimamente no haces caso de nada. ¿Te ocurre algo?
-No.
La elfa retomó la aguja y dio una nueva puntada desviando su atención de nuevo hacia su tapiz.
En aquel instante, unos golpes suaves en los nudillos reclamaron la atención de Arwen.
-Adelante.
La puerta se abrió. El siempre risueño Glorfindel entró en la habitación.
-Buenos días, mis bellas damas.
-Ah, Glorfindel, te necesito.
Naurloth levantó la cabeza de golpe y sonrió al oír la voz de su amigo.
-Dime pues, mi bella Arwen.
-Saca a Naurloth de aquí. Parece que se ha obsesionado con ese tapiz.
La elfa la miró sorprendida.
-Es que quiero acabarlo antes de...
Se calló de repente y volvió a dar una puntada al bordado. Glorfindel y Arwen la miraron extrañados.
-¿Antes de qué? -se interesó Glorfindel.
-Nada... lo sabrás en su momento -contestó sin mirarlos, dando nuevas puntadas a su tapiz.
-Ah, estas misteriosa, por lo que veo.
-Yo diría que más: extraña -sentenció Arwen volviendo hacia su propio bastidor y recogiendo una madeja de hilo caída en el suelo.
-Dejadme acabar, por favor.
-Si ese es tu deseo, entonces será a Arwen a quien pida que me acompañe un rato.
Ni siquiera así, la elfa reaccionó. Arwen suspiró. Cambió de tema.
-Glorfindel, ¿quién ha llegado antes? He oído voces.
-Sibrethil 20. Ha traído un mensaje desde Lothlórien para tu padre.
-¿Algo importante?
-Lo ignoro. Aunque no parecía muy grave. Celeborn habrá aprovechado su vuelta a casa.
Mientras hablaban, ambos observaban a Naurloth esperando que reaccionara ante las noticias. Pero la elfa no daba muestras de escucharlos.
-Lothlórien... pronto volveré a Caras Galadhon.
Un casi imperceptible fruncido de ceño informó a ambos que la elfa los escuchaba, aunque aparentemente no les hiciera caso.
-Ah, tal vez te acompañe esta vez...
Naurloth se mordió el labio pero no dijo nada.
-¿Por qué no vienes conmigo, Naurloth? Nunca has estado en Lothlórien y te gustaría, seguro.
La elfa dejó la aguja quieta. Aunque miraba el tapiz, no lo veía.
-Tal vez más adelante.
Clavó de nuevo la aguja. Glorfindel arrugó el ceño al ver su actitud. Arwen suspiró. Unos golpes en la puerta los interrumpió.
-Adelante.
Un elfo de cabellos claros, plateados y ojos grises apareció en la puerta con capa de viaje. Hizo una reverencia.
-Dama Arwen...
-¡Sibrethil! Cuanto me alegro de verte -saludó encaminando sus pasos hacia el recién llegado. El elfo sonrió, aunque mantuvo su actitud de respeto y reverencia.
-Mi señora, es un placer volver a casa.
-¿Tu viaje fue tranquilo?
-Mucho. Mi señor Celeborn y mi señora Galadriel os envían saludos y me pidieron os entregara una carta -alargó hacia ella un rollo sellado. Arwen lo tomó, pero no lo abrió. Sibrethil saludó de nuevo con una reverencia -. Si me permitís, vuestro padre me espera.
Se dio la vuelta y se marchó. Naurloth, que lo había observado en silencio, intentó recordar donde había visto a aquel elfo... y el recuerdo fue tan poco halagüeño que un escalofrío le recorrió la espalda y volvió a concentrarse en su tapiz. Glorfindel, que ya no la miraba, se dirigió hacia Arwen.
-¿Nos vamos?
-Ya que no quieres venir, Naurloth... -tentó por última vez.
-Iros, iros, estoy ocupada.
Los dos la dejaron por imposible y salieron de la estancia. La elfa se concentró de nuevo en el tapiz y volvió a dar puntadas en él ferozmente.

-Ya lo has terminado.
Levantó la cabeza y vio a Celebrían a su lado. La Dama de Rivendel había entrado silenciosa y contemplaba el tapiz. Naurloth se apartó mientras lo miraba. Su mano derecha acarició levemente el borde del bastidor. Celebrían no dejó de darse cuenta que su dedo corazón lucía el anillo de oro de hojas de acebo que años atrás había hecho traer de Lothlórien expresamente para ella. Nunca se lo había visto puesto.
-Me ha costado más de lo que esperaba.
-Pero ha quedado muy hermoso. Tienes buenas manos de bordadora.
-Debe venirme de familia -se permitió decir.
-No lo dudo.
Levantó la mirada. Celebrían exhibía una sonrisa cómplice. La Dama apartó un mechón rebelde de su rostro.
-¿Lo decís por algo en especial? -indagó.
-Ya sabes por quién lo digo.
Tardó en responder.
-Sí, lo sé -claudicó finalmente.
-Nunca hablas de tu familia.
-Creo que aún no estoy preparada para hacerlo -reconoció.
-¿Y lo estarás algún día?
-Tal vez antes de lo que piensan muchos.
Celebrían entrecerró los ojos. Se sentó junto a ella. El silencio se impuso entre ambas un buen rato.
-¿Cuándo? -preguntó finalmente.
Naurloth acarició el tapiz.
-Mañana.
-Será duro.
-Lo sé. Pero debo hacerlo. Puede que así acalle muchos de los fantasmas que me acompañan.
-Hay alguien que te esperara cuando vuelvas... está dispuesto a hablar contigo de muchas cosas. Sólo espera que se lo pidas.
-Lo sé. Elrond esperará paciente a que llame a su puerta en busca de muchas respuestas. Pero primero deberé encontrar las que acallen a los fantasmas.
La Dama se levantó y besó su frente.
-¿Nunca has pensado que en realidad tú y yo somos parientes, Naurloth?
Sonrió.
-Lo sé, mi señora... pero para mí sois como una madre y no un pariente lejano.
Ambas se abrazaron, dejando que el tiempo y la memoria, grabara en su corazón aquel momento.

Elrond suspiró y cerró el libro que estaba leyendo. Cerró los ojos unos instantes y se levantó de su sitial, dejando el libro en el sitio que le correspondía a en una de sus estanterías. Se volvió hacia la puerta y se encontró con Naurloth ante él. Aunque ya no lo hacía con tanta frecuencia, la elfa aún acostumbraba a aparecer de improviso a su alrededor, pero una sonrisa siempre adornaba su rostro. Aquel día, la sonrisa había desaparecido. Los ojos acerados se habían vuelto aún más duros. Y su expresión se había agudizado.
-Mi señor. Vengo a anunciaros algo.
La estudió escrutador.
-¿Cúando te vas? -preguntó de repente.
-Mañana.
El medio elfo pareció pensar en la perspectiva de que la elfa partiera sola. Era algo que había sabido toda su vida, que ella se iría algún día.
-Sabes que será duro...
-Sí... pero es mi camino. Y debo hacerlo.
-Puede que no encuentres las respuestas que buscas...
-Es una posibilidad... pero ambos sabemos que es necesario.
Elrond se levantó y se acercó hasta un estante. En él había una pequeña arca de madera trabajada. La abrió y extrajo algo de ella. Se volvió de nuevo hacia Naurloth.
-Debo darte dos cosas antes de irte. La primera, ya sabes lo que es. La segunda, tal vez ignores que también me fue entregada.
Naurloth entrecerró los ojos. Elrond le tendió la mano y al abrirla, apareció un hermoso y delicado medallón hecho de oro y plata. Los ojos de la elfa brillaron un instante al reconocerlo. Tomó el medallón y lo miró con suma atención. Sus ojos se humedecieron.
-El símbolo de mi desgracia...
-No, te equivocas. Porque no fue tu desgracia, sino la de ellos. A ti en nada te afecta. Ni siquiera habías nacido y por ello no serás juzgada como ellos.
-Cuando era pequeña -empezó a explicar mirando el medallón -, me fascinaba mirar sus reflejos. Y aprendí su significado de labios de mi propio padre -Elrond sintió un escalofrío. Naurloth nunca hacía mención de sus padres, y oírla, lo estremeció -. Y también fue de sus propios labios que aprendí la historia de mi casa, su ascenso y caída -sonrió de repente -. Y sé que siempre a Celebrían, le ha dado miedo la manera en la que miraba una forja. Quizás, en otro lugar, en otro tiempo, mi camino me hubiera conducido hacia otros derroteros, acercándome a los suyos. Pero lo que fue no volverá a ser. Y aunque sea mi herencia, nada hay ya que me acerque a ella.
-Algunos rebatirían que fuera tu herencia, como ya se le rebatió a tu abuelo en su momento... -contestó enigmático Elrond -. Ya están más allá de todas nuestras posibilidades. Y no debes culparte por algo que sucedió antes que nacieras, te repito.
-Extraña carga la que te encomendaron, mi señor -dijo enigmática.
El medio elfo sonrió.
-No has sido nunca una carga, Naurloth. Siempre ha sido un placer tenerte en Rivendel. Y siempre lo será. Esta es tu casa.
-Lo sé -respondió sonriendo.
Acarició su mejilla con cariño.
-Cuando llegaste aquí, recuerdo como tus ojos lo miraban todo con tristeza y miedo. Hace mucho que el miedo desapareció de ellos, pero no la tristeza. Aún queda mucha en tu interior, pero ni siquiera mi poder puede desterrarla. Deberás ser tú quien la abandone, Naurloth. Y si este viaje sirve para que la abandones, me sentiré feliz si vuelves sin ella.
-No te puedo prometer nada, mi señor. Únicamente que volveré.
-Entonces, ve hasta la armería y toma lo que sabes que es tuyo. Y vuelve cuando quieras, porque te estaremos esperando.
Naurloth sonrió. Se volvió y se alejó.

Llegó hasta la armería de Rivendel solitaria y silenciosa. Se encontraba justo al lado de la forja y de los establos y sabía perfectamente que no era muy frecuentada por los habitantes de Rivendel a excepción de los guardias de la Última Morada. Sus ojos se adaptaron a la oscuridad y tomó un candil que permanecía encendido al lado de la puerta Observó aquel lugar que tan bien conocía y se deslizó hasta un rincón donde había una puerta de roble macizo. La abrió y contempló las armas allí depositadas. A través de ellas, un experto hubiera podido hacer un recorrido en la historia de los elfos en la Tierra Media. Pero aunque otras veces las había contemplado fascinada, esta vez ni siquiera les prestó atención. Dejó el candil a un lado y se adentró hasta el final de la estancia, hasta llegar a un arcón decorado con motivos florales y lo abrió. Tomó un fardo allí depositado y lo sopesó. Apartó la tela que lo cubría y ante sus ojos apareció una espada. Delicadas cenefas en espiral doradas con forma de parra decoraban su empuñadura y la guarda se curvaba grácil hacia la hoja. La vaina imitaba el mismo dibujo que la empuñadura. Tomó la espada con decisión y la desenvainó. La luz del candil brilló en su hoja inmaculada y reveló su verdadera forma: una hoja ondulada de principio a fin, como si fuera una llama, liviana y brillante.
-Naraklar, harma nulda 21!.
Envainó la espada y salió de la forja envuelta en mil y un recuerdos.

Todos los presentes silenciaron sus conversaciones para oír el rumor que el viento traía consigo y dejaba flotando. La voz se oyó más claramente, y se elevó limpia, cristalina, bella, evocadora de un tiempo lejano, cuando la oscuridad no había tocado el corazón de los elfos y ni siquiera estos pensaban en abandonar las lejanas tierras de los Valar. Era una voz que podría estremecer hasta el corazón más duro y crecía a medida que la canción seguía su curso. Elrond la escuchaba pensativo. Glorfindel, a su lado, cerró los ojos, como si al hacerlo, la canción aún se elevara y fuera más sublime. El medio elfo lo miró, estudiando su rostro. Cuando la canción se acabó y la voz se apagó, Elrond susurró:
-¿Acaso te recuerda algo?
Glorfindel abrió los ojos y miró al medio elfo. Una sonrisa indefinida se esbozó en sus labios.
-Sí. Algo que un día verás con tus propios ojos.
Elrond sonrió divertido ante la respuesta. Glorfindel se levantó.
-Prodigiosa voz la suya... increíblemente bella, increíblemente evocadora, increíblemente fascinante... pasión, fuerza, conocimiento... puro noldo. Si hubiera nacido en la primera edad, creo que hubiera sido capaz de enfrentarse a un dragón totalmente sola.
-Le viene de familia.
Semejante afirmación hizo que Glorfindel arqueara una ceja y contemplara a Elrond.
-Casi diría que te enorgulleces de ella.
-¿Lo crees así? -planteó el medio elfo burlón.
Glorfindel frunció el ceño.
-Lo afirmo -sentenció serio. Pero casi inmediatamente, soltó una carcajada -. Lástima no ser más sociable... muchos se rendirían a sus pies.
Las palabras de Glorfindel bailaron en la mente de Elrond. Vio como Elladan y Elrohir se levantaban casi al unísono y salían de la sala. Una nueva canción empezó a elevarse y volvió a silenciar la sala. Mavrin y Arwen, que se sentaban junto a Celebrían, no muy lejos de ellos, escuchaban sorprendidas la canción, como el resto de los habitantes de la Última Morada. Esta vez, el tema era de todos conocido... y resultaba doloroso para muchos y a muchos se les agarrotó el corazón al reconocerlo... porque el canto de la Caída de los Noldor, la Noldolantë, se elevó vibrante y triste y estremeció el alma de cuantos lo oyeron. Porque era la primera vez que oían aquel canto con la voz de Naurloth y al Señor de Imladris le pareció que los mismos cimientos de la Última Morada se estremecieron. Glorfindel frunció el ceño.
-He oído ese canto cientos de veces... pero jamás destilando tanta pasión. En sus labios resulta aún más doloroso. ¿Cómo puede cantarlo de esa manera?
Elrond se levantó y miró a su amigo.
-Precisamente porque sabe lo que significa, porque sabe perfectamente sus consecuencias, eleva ese canto. Es su herencia, su historia, y nadie más en toda la Tierra Media no podría entonarlo con mayor pasión y mayor dolor, viejo amigo.
Glorfindel miró a Elrond. Su mente vislumbró algo en sus palabras. Su semblante se frunció. El medio elfo le hizo una señal e indicó que lo siguiera.

Mientras Elrond y Glorfindel conversaban en estos términos, Elladan y Elrohir, se había situado en una de las terrazas paralelas al lugar donde salían aquellas maravillosas notas. Casi en las sombras, los gemelos observaron a la criatura que cantaba y hacia estremecer a Rivendel por completo. Naurloth, solitaria, sentada junto a la baranda, elevaba su voz hasta lo sublime y desgranaba la Noldolantë.
Allí estaba ella. Cálida como las llamas más ardientes, inalcanzable sin dolor como ellas, brillante, pura y altiva. En Rivendel adoraban como cantaba, como su voz se elevaba sublime, intemporal, hermosa; pero a muchos les estaba estremeciendo el corazón al oír como elevaba la Noldolantë, porque de todos los cantos y canciones de los elfos, era aquel el que adquiría un carácter de dolor y pérdida casi inaguantable con su voz, cosa que no acababan de entender muchos que la estaban oyendo en aquel momento dada la juventud de la elfa. Los mismos gemelos, que no habían vivido los hechos que se narraban en ese canto pero que de sobras lo conocían, estaban asombrados y perplejos ante lo que estaba transmitiendo en aquellos momentos.
-Nunca antes había cantado esa canción -dijo Elrohir
Elladan no respondió inmediatamente. Sus ojos se clavaban en la elfa fijamente.
-Parece como si se le desgarrara el corazón...
-Ni siquiera cuando se murió Arahael cantó así.
-Se está despidiendo.
Se volvieron. Su madre estaba tras ellos.
-¿Despedirse? -preguntó Elladan. Su voz titubeó. 
-Sí. Se va. Naurloth se va lejos de Rivendel.
-¿Con quién? -saltó Elrohir -. Glorfindel no ha dicho nada.
-Es que no se va con él. Se va sola.
-¿Sola? ¿Dónde?
Celebrían se acercó hasta la baranda y contempló a la elfa.
-Donde encontrará muchas respuestas a sus preguntas... y tal vez sane sus heridas.

Mientras la voz de Naurloth desgranaba la Noldolantë, Elrond, seguido de Glorfindel, llegaba a su gabinete. La voz se iba amortiguando a medida que se alejaban de ella, pero seguía llenando el ambiente de tristeza y dolor y era casi imposible deshacerse del canto. Glorfindel observó a Elrond. El medio elfo, que se había acercado a un pequeño cofre colocado en una estantería, preguntó mientras le daba la espalda:
-¿Recuerdas lo que me preguntaste el día que viste a Naurloth por primera vez?
Glorfindel frunció el ceño.
-Varias cosas... quién era y de dónde había salido.
-También dijiste que te recordaba a alguien...
-Así es.
-¿Y quién era ese alguien? -preguntó Elrond mientras sacaba algo del cofre.
Un silencio extraño se impuso sobre ambos. Glorfindel tardó en responder y cuando lo hizo, su voz fue extrañamente dura.
-Elrond... ¿qué es lo que tratas de explicarme?
El medio elfo lo miró.
-Has dicho que no entendías como podía cantar la Noldolantë con pasión y dolor, y te he respondido que esa era su herencia, amigo mío. Y esa es la respuesta. Cuando Naurloth llegó a Rivendel, recibí dos cartas y una petición. La petición era que me hiciera cargo de ella, entonces una niña. Y una de las cartas no sólo me pedía eso, sino que me explicaba quién era.
Y en aquel momento, Elrond le tendió una carta, doblada cuidadosamente. Glorfindel dudó un instante en tomarla. Fijó su mirada en ella y clavó sus ojos en el lacre que la había sellado hacia ya tiempo. Porque reconoció el símbolo en él impreso. Un signo que hacía siglos que no contemplaba y arrastró consigo multitud de recuerdos, vivencias y hechos. Miró a Elrond. Y el medio elfo asintió.
-Naurloth es ni más ni menos que descendiente de Fëanor, amigo mío. La última de todos ellos.


20 Sibrethil es un personaje creado por Lily Bleecker-Bolsón para su relato Corazón de Hobbit. Gracias por prestármelo, Lily ;-).

21 Naraklar, harma nulda: ¡Brillo de fuego, tesoro secreto! ( Quenya ).



1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13

  
 

subir

Películas y Fan Film
Tolkien y su obra
Fenómenos: trabajos de los fans
 Noticias
 Multimedia
 Fenopaedia
 Reportajes
 Taller de Fans
 Relatos
 Música
 Humor
Rol, Juegos, Videojuegos, Cartas, etc.
Otras obras de Fantasía y Ciencia-Ficción

Ayuda a mantener esta web




Nombre: 
Clave: 


Entrar en el Mapa de la Tierra Media con Google Maps

Mapa de la Tierra Media con Google Maps
Colaboramos con: Doce Moradas, Ted Nasmith, John Howe.
Miembro de TheOneRing.net Community - RSS Feed Add to Google
Qui�nes somos/Notas legalesCont�ctanosEnl�zanos
Elfenomeno.com
Noticias Tolkien - El Señor de los AnillosReportajes, ensayos y relatos sobre la obra de TolkienFenopaedia: La Enciclopedia Tolkien Online de Elfenomeno.comFotogramas, ilustraciones, maquetas y todos los trabajos relacionados con Tolkien, El Silmarillion, El Señor de los Anillos, etc.Tienda Amazon - Elfenomeno.com name=Foro Tolkien - El Señor de los Anillos