La flor de fuego

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - elf-moon
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CAPÍTULO 6. PETICIÓN CONCEDIDA

Año 2176 de la Tercera Edad

Los grillos entonaban sus canciones a plena potencia. Naurloth lanzó una ramita a la hoguera y se levantó silenciosa, pasando al lado de Gandalf. Los caballos movieron las orejas al verla. El mago, que parecía dormir recostado en las raíces de un árbol, entreabrió sus ojos y la observó. Después de tres semanas viajando juntos, podía asegurar dos cosas: que el genio de la elfa era impresionante y que su ansia por llegar a su destino la estaba carcomiendo.
-Los elfos dormís poco pero tú, jovencita, debes ganar a toda la gente de tu raza  en resistencia.
La elfa lo escuchó desde la oscuridad de la noche. Se volvió levemente.
-Tú tampoco duermes demasiado, Gandalf el Gris.
El aludido empezó a reírse por lo bajo.
-Después de tres semanas de viaje, sigues sin perdonarme que nombrara a tus padres.
-Ya que sabes quién soy, deberías recordar como han sido los miembros de mi estirpe -la voz de la elfa adquirió un tono de retintín.
-Ah... es eso.
-¿Eso? ¿Qué es "eso" ?
-Lo que ocurrió no te incumbe para nada, jovencita. Al fin y al cabo, no habías nacido.
-¿Hablas en tu nombre o en el de otros?
La palabra "otros" sonó realmente desagradable. Gandalf frunció el ceño.
-Jovencita, deja de adquirir ese tono perdonavidas y siéntate.
El tono de Gandalf no admitía réplicas. La elfa dio un resoplido y se acercó al fuego, sentándose cara a cara con el mago.
-Ya está, ya me he sentado.
-Bien, acomodémonos entonces y pongamos las cartas sobre la mesa -anunció incorporándose levemente. Naurloth lo miraba atenta y a la vez contrariada -. ¿No te gusta que te nombren a tus padres o no los quieres recordar?
-No me gusta que los nombren, ya te lo dije.
-Tu dolor seguirá muy hondo si nunca quieres volver a hablar de ellos. Nadie podrá borrar de tu alma el dolor, pero si no te esfuerzas en atenuarlo, seguirá mortificándote, ahora y siempre.
-¿Y si yo no quiero que desaparezca ese dolor nunca?
El mago arqueó una ceja.
-¿Qué crees entonces que te ocurrirá, jovencita? Lo único que conseguirás es que crezca y crezca y acabe destruyendo todo lo hermoso que podrás encontrar en tu vida, porque el dolor lo anegará todo.
-Tal vez, lo único que nos queda a los elfos en la Tierra Media es el dolor por lo que se perdió, Gandalf.
-Eso no es lo único que te queda a ti. Y lo sabes aunque no quieras aceptarlo. Tu padre nunca aceptó quedarse únicamente con el dolor por lo pasado y decidió vivir. Porque él, como tú, no había nacido cuando todo se precipitó. Y aunque sabía cual era el peso de su nombre y de su estirpe y aunque conocía el dolor mejor que nadie, nunca dejó que el dolor lo dominara. Y eso es lo que precisamente haces tú.
No parecía a primera vista que las palabras de Gandalf agradaran en exceso a la elfa. Su expresión seguía siendo hosca y ceñuda y sus ojos seguían clavados en el mago.
-Hablas como si lo conocieras muy bien.
Gandalf sonrió levemente, más para sí que para ella. El tono de la elfa se había levemente sosegado.
-Nunca has hablado con Elrond de él, ¿verdad?
Entrecerró los ojos al oír la pregunta. Gandalf no dejó de notarlo.
-Ah... ya veo que no... tal vez deberías hacerlo.
-¿Por qué?
La pregunta fue directa y en el tono de voz de la elfa había mucho de orgullo y mucho de curiosidad, todo a un tiempo.
-Porque Elrond se crió con él. Por eso te envió con él.
Ella frunció el ceño.
-Nunca me lo ha dicho.
-Nunca se lo has preguntado, ¿verdad?
Sin decir más, Naurloth cogió una rama del suelo y la echó al fuego. Cuando volvió a mirar al mago, la frialdad volvió de nuevo a sus ojos brutalmente. Gandalf, con los ojos entrecerrados bajo sus espesas cejas, suspiró y negó con la cabeza levemente.
-Dijiste que me viste por primera vez en los Puertos Grises...
El mago arqueó las cejas al oírla. Aunque sus ojos parecían decir otra cosa, parecía que la curiosidad de la elfa se había despertado.
-Sí, allí te vi por primera vez, en brazos de tu madre. Apenas tenías unos meses de vida. Una pequeña elfa preciosa.
-Dijiste que me parecía a ella...
Gandalf sonrió. Asintió con la cabeza.
-Sí. Mucho. Tu madre era una hermosa criatura y una espléndida persona. Aún recuerdo como sus ojos se iluminaban al mirarte. Te quería mucho.
El fuego se reflejaba en los ojos grises de la elfa en aquel momento, ofreciendo una extraña imagen de llamas emergiendo de su iris.
-Ella... murió por mí...
Su voz se había quebrado. Pero de repente, se levantó.
-Otro día me hablarás de ellos, Gandalf.
El mago asintió.
-Cuando quieras.
La contempló mientras se alejaba. El mago suspiró, se envolvió en su capa y cerró los ojos.

El día se había levantado apacible. Gandalf canturreaba una canción mientras sus corceles seguían el desdibujado camino. Unos pasos más atrás, Naurloth lo seguía silenciosa, calada la capucha sobre los ojos y con la apariencia de no hacer demasiado caso ni al mago ni a lo que la rodeaba. El bosque era espeso, a tramos sombrío, pero solitario. El camino, si se le podía otorgar nombre semejante, podía haber sido siglos atrás de cierta entidad, una calzada que uniera diferentes puntos del norte de la Tierra Media, tal vez uno de los caminos que llevaba de Rivendel hacia alguno de los pasos septentrionales de las Montañas Nubladas y que llevaban más allá de estas, hacia Rhovanion. Pero el tiempo, el desuso y el bosque lo había casi aniquilado y ahora era casi una simple vereda que en algunos tramos, incluso resultaba difícil saber donde empezaba y donde acababa. La elfa, pese a que a simple vista parecía que lo que la rodeaba no le importaba, estudiaba absolutamente todo lo que veía. Jamás había viajado tan al norte de Rivendel y hubiera jurado que la vegetación se hacía más agreste y salvaje a medida que sus pasos la alejaban de su hogar.
-Estás muy silenciosa.
La voz de Gandalf reclamó su atención.
-Jamás había viajado tan lejos de Rivendel.
-Creía que Elladan y Elrohir te dejaban viajar con ellos.
-Sí, pero nunca hacia el norte y nunca muy lejos de Rivendel. Es con Glorfindel con quién más lejos he viajado, pero jamás al norte.
El mago se puso a su altura, cabalgando a su lado.
-Entonces debe ser una pequeña aventura acompañarme, ¿no?
-Creo que más bien es una pequeña tortura para ambos.
Se río al oírla, no solo por lo que había dicho sino como lo había dicho. Oyó una risilla por lo bajo desde las profundidades de la capucha de la elfa.
-Al final, hasta seremos amigos, me temo, jovencita.
-Estamos condenados entonces, Gandalf -lanzó con una sonora carcajada.
Frenó su caballo. El mago la imitó con curiosidad. La elfa observaba con detenimiento el camino.
-No hace mucho que alguien ha pasado por el camino.
Y señaló unas ramas rotas. El mago las estudió.
-Curioso. No es un camino transitado, como puedes ver.
Pero de repente, azuzó su caballo y adelantó a Gandalf, que la miró con curiosidad, parándose en un recodo del camino.
-Algo se mueve en el horizonte.
Gandalf frenó su montura. Confiaba en la penetrante vista de los elfos por experiencia.
-¿Puedes vislumbrar algo?
La elfa concentraba su atención en el horizonte.
-Dos jinetes. Se alejan.
-Curioso, dos jinetes y más en este camino -se permitió decir el mago -. Prodigiosos son tus ojos, jovencita.
Naurloth sonrió para sí bajo su capucha.
-¿Cúando dejarás de llamarme jovencita, Gandalf?
-Cuando me demuestres que no lo eres -se burló el mago.
No pareció que la elfa se tomara a mal semejante comentario. Gandalf, que esperaba una respuesta, seguramente cortante, incluso intentó escudriñar su rostro al ver que no la recibía.
-Parecen tener prisa.
-¿Tal vez dúnedain?
-Lo dudo. No lo parecen en absoluto. O almenos, no se parecen a los que he conocido en Rivendel.
El mago miró el camino pensativo. La elfa esperaba una respuesta.
-Si forzáramos los caballos, los alcanzaríamos... pero tal vez no valga la pena.
-Viran hacia el oeste.
Esta vez, el mago frunció el ceño.
-Me intriga la presencia de jinetes en estas latitudes. Tal vez sí que merezca la pena seguirlos.
-Entonces no perdamos tiempo -anunció la elfa azuzando a su montura.
Siempre que tenía la ocasión de montar un corcel élfico, Gandalf se maravillaba de su velocidad, su resistencia y su docilidad hacia sus jinetes. Y aquel que montaba ahora, regalo de Elrond, no lo era menos. Ambas monturas respondieron a las órdenes de sus respectivos jinetes con celeridad y mientras galopaban por el camino, el mago se preguntaba quienes podían ser los jinetes misteriosos que los precedían. Se detuvieron en un recodo del camino, los corceles nerviosos por la carrera.
-¿Los ves?
Naurloth tenía la mirada fija en el camino.
-Sí.
El mago notó que el tono de la elfa se había vuelto desenfadado. Escrutó su rostro oculto aún en las sombras de su capucha.
-Parece que sepas quienes son.
-Sí, ahora sé quienes son -respondió sonriendo -. Son dos buenos amigos. Elladan y Elrohir.   
-Entonces cerca estamos de nuestro destino. Arahael ha movido su campamento hacia el sur.
-No perdamos tiempo entonces -conminó la elfa mientras iniciaba la marcha.
Gandalf la siguió, los caballos galopando por el camino como si les persiguiera una tropa de orcos durante un buen rato. Pero sin previo aviso, Naurloth frenó su montura, lo que a punto estuvo de encabritarla, y Gandalf tuvo que hacer lo propio y acabó sujetándose el sombrero para no perderlo en el intento, tal fue la brusquedad de la maniobra.
-¿Qué ocurre?
-Que han desaparecido.
La elfa desmontó mientras hablaba y empezó a mirar el camino y el rastro que habían dejado los caballos de los gemelos. Levantó la mirada hacia el mago.
-Se han metido en el bosque.
-Bien, pues nosotros haremos lo mismo -dijo desmontando.
Ambos se introdujeron en el bosque, llevando los caballos por las riendas, la elfa abriendo camino y el mago siguiéndola.
-Parece que sabes rastrear bien...
Naurloth se rió por lo bajo. Dejó caer su capucha.
-Digamos que mucho me han enseñado.
El mago asintió. El bosque se hacía más y más impenetrable a medida que se alejaba del camino, aunque parecía que la elfa no tuviera demasiados problemas en seguir el rastro. Un par de veces pareció dudar, pero casi inmediatamente, retomó la marcha. Gandalf la observaba concienzudamente mientras la seguía. El humor de la elfa parecía haberse mudado totalmente en relación con aquellas últimas semanas desde que había vislumbrado a Elladan y a Elrohir en la lejanía. Ahora era como una alegre campanilla que correteaba aquí y allí por el bosque siguiendo un rastro apenas perceptible. Un riachuelo interceptó su paso.
-Espero que no se les haya ocurrido seguir el curso del riachuelo... ¿sabes acaso donde estamos, Gandalf?
-Si no me equivoco y mi memoria no falla, deberíamos remontar el riachuelo hasta una pequeña cascada.
Naurloth montó de nuevo.
-No perdamos el tiempo entonces -anunció mientras conminaba a su corcel a meterse en el riachuelo y el mago la seguía.
Como había dicho, no tardaron demasiado en encontrar una pequeña cascada. El mago indicó entonces a su compañera de viaje que debía internarse en el bosque. Y apenas había salido del riachuelo, una voz los detuvo.
-¿Gandalf?
Frenaron sus monturas. Al paso les salió un hombre, envuelto en una capa parda, armado con carcaj y arco.
-Ah, Galdor, buenos días -saludó Gandalf al reconocerlo.
El aludido saludo con una leve inclinación de cabeza y sonrió.
-No has tardado mucho, Gandalf.
-Ya os dije que tardaría menos de lo que creíais.
Galdor empezó a reír por lo bajo mientras se apoyaba en su arco.
-Un mago nunca llega tarde. Ni pronto, llega exactamente cuando se lo propone -parafraseó imitando el timbre de voz del mago -. Pero no os entretengo más. Seguid el sendero y llegaréis.
-Gracias.
Naurloth estaba mirando lo que Galdor había denominado "sendero". Si el camino que habían dejado atrás apenas merecía el nombre que llevaba, el sendero, en opinión de la elfa, ya no merecía definitivamente ese apelativo. Frunció el ceño un instante y miró al mago. Cuando Gandalf la alcanzaba, oyó que murmuraba por lo bajo:
-Si esto es un sendero... a qué llamará camino...
Gandalf sonrió por lo bajo. Ambos enfilaron el sendero, apenas perceptible, a través del bosque hasta que el olor de madera quemada y voces apagadas los alertaron que llegaban a su destino. Sin previo aviso, llegaron a un pequeño claro en el que varios dúnedain descansaban en torno a un fuego. Al verlos, la mayoría se levantaron y dos figuras, envueltas en capas oscuras, corrieron hasta ellos al reconocerlos.
Elladan abrazó a la elfa tan buen punto descabalgó.
-¡Tithen nin! 15 ¡Qué ganas tenía de abrazarte!
Naurloth sonrió ante la efusividad de su amigo. Pero antes de que pudiera contestar, Elrohir la levantó en volandas.
-¡A mis brazos, hên nin! 16
-¡Elrohir! ¡No seas bruto!
Las voces y las risas de los tres hicieron que los dúnedain se miraran entre sí y sonrieran. Gandalf, apoyado en su callado, se reía por lo bajo mientras Elrohir aún tenía a Naurloth en sus brazos y daba vueltas sobre sí mismo con ella y su hermano sonreía.
-Nunca me cansaría de tenerte entre mis brazos.
-¡Pues sino me bajas inmediatamente, acabaremos en el suelo!
Elrohir consintió entonces en dejarla en el suelo. La elfa se recompuso más o menos y los miro cara a cara con sus ojos de acero, aunque Elrohir parecía dispuesto a seguir jugueteando con ella y no la soltaba. Gandalf estaba apoyado en su cayado y se reía por lo bajo.
-Rápido la has traído, Gandalf -observó Elladan dirigiéndose al mago, al cual saludó efusivamente.
-Y más rápida hubiera venido si la hubiera dejado a su aire.
Uno de los dúnedain se acercó hasta Gandalf. El mago se volvió y al verlo, una expresión de alegría cruzó su rostro.
-¡Ah, Aranuir! ¡Cuánto tiempo sin verte, amigo!
-¿Qué nos has traído, Gandalf? Intuyo que por las exclamaciones de Elladan y Elrohir, la elfa de la que tanto hablan y mi padre desea ver.
-Así es.
Mientras, Elrohir, al verlo hablar, empujó a Naurloth y la plantó entre su hermano y Gandalf.
-Aranuir, esta es Naurloth -presentó sin ceremonia alguna.
-Mae govannen, brennil nin 17.
-Hannon le. Sé quién eres. El hijo de Arahael.
Aranuir saludó con una inclinación y una sonrisa en sus labios. Se parecía mucho a su padre, reconoció interiormente Naurloth, cuando lo había conocido medio siglo atrás. Podía leer en sus ojos grises el orgullo de la estirpe y la sabiduría de los que han pasado mucho, todo al mismo tiempo, y una corriente de simpatía recorrió su cuerpo cuando sus miradas se encontraron.
-Debería haber viajado más a Rivendel para conocer a tan hermosa dama después de las palabras de mi padre y de mis amigos.
La elfa lanzó una ligera carcajada ante el piropo. Los gemelos silbaron burlones.
-¿Bella esta cabra loca? -exclamó Elrohir. 
El medio elfo recibió un codazo de castigo por parte de Naurloth mientras Elladan, pese a reír, miraba atentamente a la elfa.
-Amigo mío, pese a que los elfos tenéis la vista muy penetrante, tú demuestras en este momento no tenerla -replicó Aranuir sonriendo.
Mientras la discusión seguía, no muy lejos, una figura se acercó desde la espesura y se quedó observando la conversación desde las sombras que proyectaban las ramas de los árboles. Arahael entonces la vio entre su gente, los gemelos y Gandalf. Hacia años que no la tenía ante sí. Cada cierto tiempo, desde que la conociera cincuenta años atrás, la había visto, fuera en Rivendel fuera junto a los gemelos en sus viajes. Pero ahora, al verla envuelta en aquel manto de sombra y oro, se dio cuenta de lo mayor que se había hecho. Aún no la consideraban una adulta a los ojos de los suyos, puesto que aunque ya sobrepasaba los cincuenta, muchos seguían viéndola como una niña, aunque en términos de mayoría de edad de su raza ya la tenía, pero el dúnadan, criado en Rivendel y conocedor de la estirpe de los Primeros Nacidos, supo en ese instante que ya lo era. La inocencia de Naurloth se había quedado en Forlindon, cincuenta años atrás y aunque su cuerpo durante todos aquellos años no decía lo mismo, sus ojos siempre lo habían hecho. Y ahora, al verla entre sus hombres y con los gemelos pululando a su alrededor, tuvo la absoluta certeza que lo era. Sus cabellos oscuros como el ala de un cuervo flotaban mientras caminaba y se dio cuenta que tal vez él y no los gemelos, se daba cuenta de que no era niña. Para ellos era la pequeña elfa cabezota y temperamental que correteaba por Rivendel. Pero una mirada del dúnadan a sus hombres, constató que ellos no la veían del mismo modo. Aunque algunos la habían visto otras veces, todos estaban hechizados por su belleza.
-Hermosa, ¿verdad?
La voz de Gandalf lo envolvió cuando se acercó a él en silencio. Era el único que se había percatado de su presencia.
-Sí. He visto con mis propios ojos las más bellas damas de los eldar. Pero incluso habiendo visto a la más hermosa de todas ellas, Gandalf, incluso después de haber contemplado los ojos de Arwen Undómiel, te digo que ella es diferente a todas ellas. ¿Qué es lo que la hace tan diferente? ¿Por qué a mis ojos es tan hermosa?
El mago pareció pensar mucho antes de contestar.
-Tal vez porque en cierta manera, ves que es especial. Tu corazón te dice que es especial, Arahael. Es especial como cada uno de nosotros lo es por él mismo. Y es especial por su propia herencia. Naurloth es la última de su estirpe y lo sabe.
-Ah, Gandalf, ojalá no fueras tan misterioso a veces y me explicaras porque es tan especial... porque sé que no me lo dirás, viejo amigo.
No dio tiempo a más. El mago esbozó media sonrisa justo cuando Naurloth se acercaba con Elladan y Elrohir. La elfa lo miró. Si en algún momento la sorprendió el aspecto de Arahael, no lo demostró en ningún momento, porque la sonrisa nunca desapareció de sus labios.
-Mae Govannen, Naurloth.
-Hannon le, Arahael.
-Me alegra ver que has acudido rápido para satisfacer mi petición. Ah, cuánto has crecido desde la última vez que te vi. Cada día más hermosa.
-Harás que me ruborice, Arahael -reprendió.
-¿Por qué? ¿Por decir la verdad? No querida, no, hermosa, esa es la palabra justa. Como todos los Primeros Nacidos, bella, y en ti misma, hermosa.
Los ojos de la elfa brillaron, cálidos, hermosos, como si el hielo que casi siempre los envolvía se hubiera esfumado. Arahael sonrió.
-Adulador. Más de lo que has sido nunca, amigo.
El mago, que hasta entonces había observado el pequeño diálogo atento, vio como entonces, Elladan envolvía a la elfa en un abrazo por la espalda y sin soltarla, decía:
-¿Ves, Arahael? Te dije que si hacia falta, reventaría el caballo por llegar hasta ti.
-Creo que lo haría por cualquier amigo, Elladan. Pero dejemos estas conversaciones, menuda hospitalidad la mía si no os ofrezco aunque sea un vaso de agua -cortó indicando que era hora de dejar descansar a los recién llegados.

-Nunca había estado tan al norte de Rivendel.
-Ah, entonces Elladan y Elrohir hicieron bien sus deberes. Sé que a Celebrían no le gustaba la idea de que viajaras hacia aquí. Aunque a Elrond no le desagrada la idea de que viajes con ellos, a Celebrían la sola idea de que te alejes demasiado de Rivendel, la pone enferma.  
-¿Por eso utilizaste de mensajero a Gandalf?
-Sí. Sabía que con él, vendrías. Aunque me ha sorprendido que no viniera nadie más contigo.
-Si lo dices por Glorfindel...
-No lo digo por él. Debe haberlo costado lo suyo a Elrond convencer a Celebrían de que podías hacer el viaje sola sin peligro alguno con Gandalf.
Por un instante, por la mente de la elfa pasaron sus tiras y aflojas con el mago.
-Más bien tenía sus dudas por la seguridad de la barba de Gandalf...
Arahael empezó a reírse.
-¿Acaso te has discutido con él?
-No te contesto.
-Aaaahhh, entonces, eso es un sí.
-Hemos tenido... nuestros roces.
-Te temo, mal genio.
Naurloth puso cara de no haber roto un plato en su vida. Arahael, en cambio, se rió al verla. La elfa, sentada en el tocón de un árbol, estiró sus piernas y dio una ojeada al panorama que se contemplaba desde el pequeño altiplano cercano al campamento de los dúnedain.
-Tu hogar es hermoso -cambió de tema.
-Lo fue más antaño. Pero la oscuridad nos envolvió y destruyó aquello que crearon mis antepasados. No muy lejos de aquí, más allá del Mitheithel 18, se extienden las Landas de Etten, donde aún habitan criaturas malignas. Más al norte, se alzaba Angmar. El mal nos alcanzó a todos los que una vez pertenecimos a Arnor. Cayeron los tres reinos, Rhudaur, Cardolan y finalmente Arthedain.
-No fuisteis los únicos. Mi gente también ha visto como se destruían los reinos que habían creado. 
-Ojalá mi reino volviera a florecer -se lamentó.
-Puede que algún día lo haga, Arahael.
El dúnadan sonrió al oírla.
-Aunque yo no lo veré.
El silencio se impuso como una losa. La elfa bajó la mirada hacia el suelo. Él la miró.
-¿Te entristeces?
-Sí. Sé porqué querías que viniera.
-¿Tan evidente es?
La elfa entornó los ojos.
-Tu raza envejece muy rápido, Arahael, más de lo que un elfo desearía para un amigo.
-Tus palabras me sorprenden. Los hombres aún envejecen más rápido que aquellos que llevamos sangre de Númenor en nuestras venas. ¿Cómo nos ve una de los Primeros Nacidos?
Naurloth se quedó sin habla, mirando fijamente a Arahael. Frunció el ceño unas cuantas veces y resopló otras tantas. El dúnadan, que sonreía, empezaba a darse cuenta que acababa de ponerla en un aprieto con la pregunta. Pareció que la elfa iba a responder dos veces, pero las dos veces, se quedó callada. Arahael decidió zanjar el asunto y de repente, dijo:
-No hace falta que me respondas si no puedes.
-Efímeros -soltó sin previo aviso.
-¿Cómo?
-Fugaces.
Arahael parpadeó varias veces intentando digerir las dos palabras.
-¿Fugaces? ¿Así nos veis?
-Yo hablo por mi misma... no sé como os ven los demás.
El dúnadan pensó en las palabras de la elfa.
-Nunca pensé en semejante definición.
-Tal vez Elladan y Elrohir tengan otra definición... son más viejos.
La elfa dijo la palabra "viejos" riéndose. Arahael sonrió.
-Ah, te he visto reír una vez más. Tu risa es como una canción de primavera, mi dama. Me gusta cuando te ríes. Las risas de los Primeros Nacidos nunca deberían abandonar la Tierra Media.
-Tal vez no la abandonemos en cierta manera nunca. Pero no digas a Elladan y a Elrohir que los he llamado viejos... me matarían.
-No se lo diré... Fugaces... nunca pensé que nadie me llamaría fugaz... pero ha sido interesante conocer tu punto de vista... ¡y yo que me consideraba viejo!
Naurloth se levantó del tocón de árbol y se alejó unos pasos. La sonrisa había vuelto a desaparecer de su rostro.
-¿Cuándo será?
-No lo sé. Soy viejo, y mi vida se acaba. ¿Cuándo será? Lo ignoro. Aún siendo un dúnadan y gozando de una vida más larga que el resto de los hombres, moriré. Así está decidido desde antes que nacieran mis padres y los padres de mis padres y mi estirpe.
-Ojalá pudiera detener el tiempo.
Se alejó apresuradamente. Arahael se levantó para detenerla, pero una voz lo detuvo.
-No, Arahael. Déjala.
Era Gandalf. El mago se acercó.
-¿Nos has escuchado?
-No lo he podido evitar. No la sigas, Arahael, debe aceptarlo sola.
-Debe ser muy duro para ella.
-Lo es. Es una elfa y siempre resulta duro para ellos entender la muerte, sobre todo la de aquellos que aprecian y aman. Pero ella ya sabe lo que implica perder a alguien.
-Tal vez no debería haber pedido que viniera.
-Entonces, ella jamás te lo hubiera perdonado. Porque a pesar de todo, Arahael, y del dolor que pueda sentir, en el fondo, ella deseaba venir.
Arahael suspiró. Gandalf puso su nudosa mano sobre su hombro.
-Me siento culpable por verla así.
-Amigo mío, creo que ella se enfurecería si te oyera. Disfruta de su presencia, porque ella nunca consentirá que sientas lástima o te sientas culpable por ella.
El dúnadan asintió en silencio. El mago se dio la vuelta y se alejó, siguiendo los pasos de la elfa. No tardó en encontrarla, junto a su caballo, acariciando su vigoroso cuello. Ella lo vio de reojo.
-No soy una compañía alegre en estos momentos, Gandalf -advirtió.
-Ya lo sé. Es duro, ¿verdad?
-Ya sabes la respuesta a tu pregunta. Curioso papel el que te ha tocado en este viaje.
El mago arqueó sus pobladas cejas al oírla.
-¿Curioso? No te entiendo.
La elfa se permitió media sonrisa mientras sus ojos de acero se clavaban en el mago.
-Primero, una recalcitrante elfa que se molesta por todo y no consiente que le digan la verdad; y luego, la misma elfa entristecida porque la verdad es demasiado amarga para ella. No he sido una compañía muy amable que digamos ni agradable.
-No es mi destino juzgar si tu comportamiento es o no correcto. Pero entiendo lo que te ocurre.
-Yo también entiendo lo que me ocurre, Gandalf. Que lo acepte o no, es otra cuestión.
Se alejó, dejando al mago observándola.
-No hay duda alguna, eres digna sucesora de tu casa -dijo para sí mismo.

Elladan vio como la elfa volvía al campamento con rostro triste y serio. El medio elfo frunció el ceño y la interceptó de inmediato.
-¿Le ocurre algo a mi pequeña?
Lo miró sin sonrisa en sus labios.
-Nada, Elladan.
-¿Nada? Tu rostro no dice lo mismo.
-Por una vez, me gustaría que aquellos que aprecio, no desaparecieran de mi vida.
El medio elfo no contestó. Tomó la mano de la elfa y se la llevó a sus labios.
-Ojalá pudiera concederte tu deseo. Pero no está en mi mano.
-Nunca cambies, Elladan, pase lo que pase. 

Naurloth observó como el sol desaparecía al oeste. Su tiempo con los dúnedain se acababa, no porque ellos desearan su marcha, sino porque la elfa así lo había dispuesto después de tres largas semanas con ellos. El bosque se extendía a sus pies. Volvía a estar en el pequeño altiplano desde que había contemplado los alrededores con Arahael días antes.
-No te entristezcas, mi dama.
La voz de Arahael la asaltó por detrás. Y ella contestó sin mirar.
-Lo siento. Es algo que no puedo evitar porque no entiendo vuestro don.
-La mayoría no lo entienden. Tal vez, ni yo mismo lo entienda. Pero debo aceptarlo.
El silencio se impuso entre ambos. Arahael tenía la extraña sensación que debía consolarla. E inició un movimiento para abrazarla. Pero antes de llegar a hacerlo, la voz de ella se impuso y lo detuvo.
-Y así fue como Eru Ilúvatar lo dictaminó. Que los Primeros Nacidos estén ligados a las esferas del mundo y los Segundos Nacidos no. Supongo que en el fondo de mi corazón, lo he sabido desde que aprendí lo que quería decir la palabra Adan 19. Pero te echaré de menos, Arahael y siempre en mi corazón la imagen de un dúnadan que bajaba de su caballo siguiendo a Elladan y a Elrohir en Rivendel se quedará.
Lo miró de reojo. El dúnadan sonrió. Allí, bajo la luz crepuscular, sus miradas se cruzaron. Supo que aquella imagen lo acompañaría siempre, porque era la última que ella le ofrecería. Sus cabellos negros flotando con el viento, capturando los últimos rayos de sol y envolviéndola en un halo rojizo, su sonrisa cercana, su mirada de acero una última vez cálida para él.
-Silnarmire. Cuan acertado fue el que te otorgó ese nombre, mi dama -dijo recordando su verdadero nombre, el nombre que una vez, como una merced especial, ella le dijera en Rivendel cincuenta años atrás.
-Fui su más preciada joya, Arahael. La última y la más preciada.
-Para mí también lo eres, mi dama. Mi última joya. Y siempre agradeceré que cumplieras mi petición viajando hasta mí.
-Habría hecho cualquier cosa que me hubieras pedido, Arahael.

Un año después, cercana la noche, la mirada de Naurloth estaba fija en el norte. Aquel día, no había canciones que salieran de sus labios. Mavrin la había buscado toda la tarde. Pera la joven elfa no había aparecido en sus lugares frecuentados. Lejos de la compañía de los suyos, la elfa había caminado hasta encontrar un apartado claro, por encima del valle de la Última Morada. Allí, se había detenido y fijado su mirada en el norte. Y en un momento dado, cerró los ojos y lágrimas silenciosas surcaron sus mejillas.
-Namarië, Arahael.


15 Tithen nin: Mi pequeña.

16 Hên nin: Mi niña.

17 Mae govannen, brennil nin: Bienvenida, mi dama.

18 Mitheithel: Río Fontegrís.

19 Adan: hombre.



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