La flor de fuego

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - elf-moon
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CAPÍTULO 8. UN COMPAÑERO INESPERADO

Año 2200 de la Tercera Edad


-Hola, pequeña.
Naurloth se sobresaltó y se volvió al oír la voz. Glorfindel estaba en la puerta.
-Glorfindel… creía que estabas…
-¿Durmiendo? La respuesta es no –dijo entrando. Una rápida ojeada le confirmó que la elfa preparaba su marcha -. ¿Pensabas irte sin despedirte?
-No. Aún queda un buen rato para que me vaya.
El elfo de cabellos dorados se acercó hasta ella. Se fijó en el medallón que ahora colgaba de su cuello semioculto por su cabello y sus ropas. Alzó la mano y apartó con delicadeza el cabello de Naurloth, para dejarlo totalmente a la vista y lo tomó entre sus dedos. Ella lo miró.
-¿Sabes… lo que es?
-Sí. Laurelin y Telperion, los dos árboles que iluminaban Valinor con su luz inmaculada y los silmarils que encierran su luz por siempre jamás –le dio la vuelta y observó la otra cara -. Y el símbolo de la Casa de Fëanor… tu Casa.
Naurloth cerró su mano sobre la de Glorfindel y el medallón y titubeó al levantar la cabeza y mirar a los ojos de su amigo.
-¿Lo… sabes?
-Elrond me lo ha dicho. Aunque creo que en el fondo lo sabía pero no quería aceptarlo.
Por la mente de Naurloth pasó toda la historia de Glorfindel que conocía. Aunque nunca habían hablado de su pasado, sabía quién era, qué había hecho durante su existencia pasada y lo que había sufrido y vivido.
-Si no me quieres hablar nunca más, lo entenderé.
-Si no me hablas con normalidad, nunca te perdonaré.
Abrió los ojos de par en par al oírlo. La sonrisa de Glorfindel seguía ahí, como siempre, iluminando su rostro.
-Siempre me he preguntado qué escondías. Siempre me has recordado el pasado, y no siempre eran recuerdos alegres. Y durante todo este tiempo no me había dado cuenta de que me recordabas a Maglor cuando cantabas. Que en tus ojos veía a lo mejor de tu casa, el coraje de Maedhros. Y que tu espíritu es como el de Fëanor, ardiente. Pero a la vez, algo te aleja de ellos. Y ahora sé que es.
-¿Qué?
-Que tú eres diferente a todos ellos. Algo de la sabiduría de Nerdanel debió derramarse sobre tú espíritu cuando fuiste concebida. Pero mi pequeña Naurloth es diferente a todos ellos. Tal vez porque naciste en el crepúsculo de nuestra gente y has visto y sufrido más de lo que hubieras debido. Tal vez porque tu destino es diferente al de todos ellos y eres la última de tu estirpe, seas la mejor de todos ellos. Y espero que cuando regreses, sigas siendo mi pequeña Naurloth de siempre.
-Gracias, Glorfindel.

Naurloth sonrió para sí mientras recordaba su última conversación antes de partir de Rivendel con Glorfindel. Había sido quizá la más inesperada y también la más hermosa para ella, porque el elfo de cabellos dorados había demostrado que pese a saber su origen, seguía siendo el de siempre, algo que había temido no ocurriera. Tal vez, como bien decía Elrond, lo que hubieran hecho sus mayores no tenía porque afectarla a ella. Levantó la mirada. Después de diez días de viaje y con más de 200 millas a su espalda, sin apenas mucho descanso, a lomos de su montura élfica, contempló la vista que se extendía a su alrededor. Había atravesado el Baranduin por el vado del Sarn, se había encaminado hacia el noroeste, dejando las hermosas Colinas Verdes a su derecha y enfilaba su destino por caminos poco transitados. El sol lucía esplendoroso por encima de los verdes campos. Envuelta en su capa de sombra y oro, dejó que el corcel siguiera a su propio ritmo por el camino, bordeado por un pequeño canal por el que discurría agua cristalina. La vista era hermosa, apacible, deliciosa y sabía que aquellos caminos eran relativamente seguros para un jinete solitario y sin prisa alguna. Observar toda la belleza de las fértiles y apacibles tierras de la Comarca, su belleza, alegraban su espíritu y dejó de lado cualquier preocupación, relajando las riendas. El caballo, como agradeciendo su gesto, redujo a la mínima expresión su paso y casi estuvo a punto de detenerse… cuando de repente, el caballo frenó en seco, y estuvo a punto de encabritarse cuando una figura bajita atravesó corriendo el camino. Naurloth, que controló con mano firme su montura, se quedó mirando al causante de su parada, puesto que la figura frenó también al llegar al margen del camino y se volvió al darse cuenta de que había estado a punto de ser arrollado por un caballo, miró al corcel y a su jinete y con una reverencia de saludo, espetó sin previo aviso.
-Isengrim Tuk  a vuestro servicio.
-¿Siempre cruzáis los caminos de esta manera? –saltó Naurloth desde las profundidades de su capucha, con su voz matizada por las ropas.
El hobbit exhibió una enorme sonrisa y soltó:
-Siempre que tengo cierta prisa.
La elfa no pudo evitar empezar a reírse ante el desparpajo del hobbit. Éste, que parecía haber olvidado el propósito de su carrera, se quedó plantado mirándola curioso al notar algo extraño en su voz, mientras alisaba sus ropas y se balanceaba ligeramente hacia los lados cual péndulo. Observó los arreos de su caballo y saltó entusiasmado, sin previo aviso:
-¡Sois un elfo!
-¿Qué te hace pensar que lo soy? –preguntó curiosa.
El hobbit la miró pensativo, asumiendo una expresión de concentración total que se evaporó pronto.
-Pues… que los hombres que pasan por aquí, ni llevan caballos como el vuestro, ni utilizan arreos tan hermosos para los mismos… y me recordáis a los elfos que a veces, en las noches oscuras, atraviesan la Comarca.
La elfa retiró su capucha. Sus cabellos oscuros se deslizaron por su espalda y su belleza resplandeció bajo el sol que acariciaba la Comarca. El hobbit se quedó clavado en su sitio. Jamás había visto un elfo tan cerca, sólo las figuras lejanas que atravesaban la Comarca envueltas en una extraña y pesada tristeza, que hacia que se le encogiera el corazón. Pero aquella elfa de oscuros cabellos no emanaba tristeza, no en aquel momento, sino que sus glaciales ojos, le estaban dedicando una mirada afectuosa, divertida y a la vez curiosa, y sus labios se curvaban en una sonrisa amigable. Desmontó con la gracia infinita de los elfos y se plantó ante él, envuelta en sus ropajes oscuros.
-Naurloth, al tuyo –se presentó haciendo una reverencia grácil que provocó en el hobbit una nueva reverencia de respuesta.
-Nunca había visto a un elfo tan cerca –empezó con entusiasmo, estudiando su rostro, con los ojos abiertos de par en par y una sonrisa enorme en sus labios.
-Lo mismo puedo decir yo de un perian22.
-¿Qué es un perian?
-¿Cómo os llamáis a vosotros mismos? … ¿hobbits?
-Sí.
-Pues un perian es un hobbit en la lengua de los elfos.
-Perian –repitió -. Suena bien.
-¿Todos sois tan impetuosos?
Isengrim sonrió, se rascó la cabeza y algo avergonzado, respondió:
-No todos... pero los Tuk somos... algo... revoltosos.
-Así, no todos sois así ni cruzáis los caminos sin mirar…
-Es que no os había visto.
Naurloth frunció el ceño sorprendida y miró a su corcel y luego al hobbit y más tarde a los campos circundantes. Era imposible que no se la viera. El trigo apenas sobrepasaba la cintura del hobbit y ella, montada sobre su corcel y envuelta en su capa de sombra y oro, debía destacar como una hoguera inmensa en la noche más negra. Aunque a ella le había costado ver al hobbit, se debía a que había salido del canal que bordeaba el camino y que su atención no se dirigía a este, sino a los campos.
-¿También sois cortos de vista?
Esta vez, quien frunció el ceño fue el hobbit.
-No, que yo sepa.
-Entonces, explícame como no me has visto.
Fue entonces cuando Isengrim se dio cuenta de que era imposible no verla, por su caballo, sus vestiduras y por ella misma. Enrojeció a ojos vista.
-Bueno… la verdad es que… yo… bueno, que no estaba atento al camino –concluyó.
-Buena explicación, señor hobbit.
De repente, Isengrim alargó su mano y acarició la capa de la elfa. Esta lo miró curiosa.
-Qué tejido más raro… parece que cambie de color.
-Muchos afirmarían que lo hace. Sólo los elfos tejemos así.
-¿También cantáis? ¿Y bailáis? ¿Y hacéis cosas maravillosas? ¿Y sois sabios y poderosos? ¿Y…?
-Para, para, maese Isengrim, que te vas a ahogar y no puedo contestarlo todo a la vez –interrumpió la elfa riendo -. ¿Siempre tenéis tanta prisa?
El hobbit se rió.
-No. Pero es que nunca había hablado con un elfo. ¿Vais muy lejos?
La última pregunta la dejó un tanto sorprendida.
-Pues en realidad, sí.
-¿Con mucha prisa?
-Ninguna.
-Yo nunca he salido de la Comarca… bueno, alguna vez he cruzado el Brandivino pero poco más. ¿Cómo es el mundo fuera de la Comarca? ¿Hay orcos? ¿Hay lugares maravillosos de ciudades en piedra que se encaraman por las montañas? ¿Hay torres tan altas que las nubes cubren su cima? ¿Hay ciudades bajo las montañas? ¿Hay…?
-¡Tranquilo, maese Isengrim! –interrumpió de nuevo la elfa -. Hay muchas cosas, algunas las conozco y otras no. Pero si sigues hablando atropelladamente, realmente te ahogaras.
-Me gustaría conocer todo aquello que hay más allá de la Comarca.
-¿Todo?
-Todo –afirmó rotundamente.
De repente, un sonido un tanto gutural interrumpió la conversación. Isengrim se llevó las manos al estómago y enrojeció. Naurloth estuvo a punto de estallar en carcajadas.
-Lo… siento… es la hora de la merienda…
-¿Por eso corrías tanto?
-Bueno, pues… sí.
Se volvió y buscó en sus alforjas. Sacó una bolsa de cuero y se la tendió al hobbit.
-¿Sirve para calmar tu hambre?
Isengrim la aceptó emocionado, la entreabrió y descubrió que estaba repleta de almendras tostadas.
-¡Gracias! Eres muy amable –acabó llevándose un puñado a la boca.
La elfa sonrió mientras veía como el hobbit devoraba las almendras con delectación. De repente, Isengrim cerró la bolsa y exclamó:
-¡Ven conmigo!
-¿Dónde?
-Te llevaré a un lugar donde podrás comer todas las cerezas que desees. Son dulces, enormes y están deliciosas.
Casi sin darle tiempo a reaccionar, la tomó de la mano y tiró de ella. La elfa lo siguió divertida arrastrada por el hobbit, seguida por su corcel, atravesando los campos de trigo. Un buen rato después, llegaron a una pequeña depresión, donde una multitud de cerezos maduraban sus frutos al sol. Isengrim la soltó y corrió directo hacia uno de los árboles. Naurloth observó como cogía las cerezas entusiasmado y las iba devorando. La elfa dejó que su caballo pastara libremente y se sentó sobre la hierba fresca mientras no perdía de vista al hobbit. Se volvió sin previo aviso y corrió hasta ella, derramando un montón de cerezas en su regazo.
-Come, verás lo buenas que están.
-Si sigues comiendo tantas, luego no podrás moverte.
-Come, come –insistió.
La elfa probó las cerezas para complacer a su compañero, que la miraba ansioso por conocer su opinión. Asintió con la cabeza y el hobbit se sentó a su lado, dispuesto a devorar su botín.
-¿Viajaras muy lejos?
-Sí, mucho.
-Tiene que ser maravilloso viajar tan lejos y ver tantas cosas y lugares interesantes.
-Lo es.
-¿Y viajas sola?
-En efecto.
-Creía que los elfos no viajaban solos.
-¿De donde sacas eso?
-De veros por las noches.
Naurloth lo miró atenta.
-Lo que has visto por las noches son aquellos que viajan hacia Occidente en busca de los Puertos Grises y del mar.
-¿Y tu destino es ese?
-Sí y no. Ese es el camino que tomaré, pero mi destino es otro.
Isengrim asumió un semblante de concentración impresionante. La elfa, que se estaba llevando una cereza a la boca, lo miró extrañada. Y estuvo a punto de dar un bote al oír al hobbit:
-¿Y eres muy vieja?
-¿Cómo?
El hobbit enrojeció. No era muy cortés preguntarle la edad a una dama, acababa de recordarlo, ni siquiera a una elfa que podía vivir milenios.
-Lo siento… no debía preguntarlo.
Las carcajadas de la elfa hicieron que hasta su caballo levantara la cabeza.
-Tengo noventa y tres años, maese Isengrim. Es decir, que para mi gente, soy muy, muy, pero que muy joven.
-Yo tengo veinticinco… aún no soy mayor de edad –soltó con una risilla por lo bajo.
-¿Y cuando se te considerará como tal? –interrogó la elfa curiosa.
-Cuando cumpla treinta y tres. ¿Y por qué vas de viaje?
La elfa se desconcertaba un poco los repentinos cambios de tema del hobbit, pero la curiosidad y la manera de expresarse le agradaban.
-Porque tengo que solucionar varios temas que quedaron pendientes hace mucho tiempo.
-¿Y no es peligroso viajar sola?
-Sé defenderme.
En aquel momento, Isengrim miró el caballo de la elfa. De su silla pendían una espada y un arco con un carcaj. No se había dado cuenta hasta aquel momento.
-¿Y no te sientes sola?
Naurloth, con la boca llena de cerezas, negó con la cabeza.
-¿Y no es un viaje muy largo?
-Lo es.
-¿Y que harás luego?
-Volver a casa.
-¿Y no te gustaría ir acompañada?
-Nunca pensé en hacer este viaje acompañada.
La conversación fue derivando a mil y un temas. El hobbit exhibía una curiosidad increíble y Naurloth se divertía intentando saciar su sed de saber. Sin apenas darse cuenta, el tiempo fue pasando y cuando el sol empezaba a declinar, el hobbit dio un salto, se puso en pie y exclamó de repente:
-¡Hora de cenar!
-Me temo que no podré ayudarte. A parte de las cerezas, poco más podrás comer aquí.
-Ven conmigo, en casa podrás comer cuanto quieras y descansar.
La idea de pasar una velada rodeada de hobbits inquisidores y curiosos alarmó a la elfa. Aquello podía desembocar en una velada alocada y desenfrenada.
-Gracias por tu oferta, pero prefiero descansar y tener las estrellas por techo.
-Pero si no vienes, mañana no te veré.
-¿Acaso quieres volver a verme mañana?
-Sabes tanto y yo tan poco… y eres divertida.
-Divertida… curioso adjetivo.
Isengrim asintió vehemente.
-Sí, lo eres.
-Entonces, señor Tuk, nos veremos de nuevo mañana, aquí mismo.
El rostro del hobbit se iluminó.
-¡Fantástico! ¡Mañana nos veremos!
Sin dar tiempo a más, hizo una reverencia y salió corriendo.
-¡Hasta mañana!
Naurloth lo observó mientras se alejaba sonriendo. A lo lejos, pequeñas lucecitas empezaban a encenderse en las ventanas de los smiales.

Isengrim se había levantado antes incluso de que el sol empezara a despuntar. Excitado, se había vestido como una centella procurando hacer el menor ruido posible, de puntillas se había encaminado hacia la cocina donde había devorado una docena de pastelillos de semillas y sin apenas tiempo a que estos llegaran a su estómago, se había envuelto en su capa azulada, embutido un par de cosas en un pequeño macuto y después de cruzar atropelladamente unas palabras con su madre, había salido apresuradamente de su agujero hoobit, como si lo persiguiera una alimaña. Trotando por los caminos, con cierto temor a que la elfa hubiera desaparecido y no la encontrara, aunque se hubiera cruzado con un troll, no hubiera visto nada. Cuando el sol empezaba a iluminar los campos de la Cuaderna del Oeste, llegaba al campo de cerezas. Únicamente cuando vio al caballo de Naurloth pastando tranquilamente a lo lejos, frenó su paso. Una canción lejana lo envolvió, dulce y desconocida y en un idioma para él ininteligible. El hobbit se detuvo, escuchando extasiado y no fue hasta que la canción murió, que no volvió a ponerse en marcha. El olor a madera quemada lo condujo hasta su destino.
Naurloth estaba cerca del lugar donde la dejara el día anterior, sentada junto a un grupo de olmos que delimitaban varios campos. Los restos de una fogata aún humeaban a sus pies.
-¡Buenos días!
-Temprano has venido, Isengrim.
-No podía dormir –anunció sonriendo.
-Te dije que estaría aquí. No iba a romper mi palabra así como así.
-Lo sé… pero quería venir pronto. ¿Eras tú quien cantaba?
-Así es.
-Cantas muy bien. ¿Qué decía la canción?
-Habla de las hermosas moradas de los elfos que se perdieron hace mucho tiempo –contestó la elfa mientras se levantaba y se aseguraba que su fuego estaba apagado.
-¿Y sabes muchas canciones?
-Muchas.
-¿Y me las enseñaras?
-¿Enseñártelas?… podría enseñarte algunas, las hermosas y alegres.
-¿Tenéis canciones tristes?
-Más de las que quisiéramos. Pero son canciones en lengua de los elfos, no en lengua de los hobbits.
-Aprendo rápido.
-No lo dudo, pero… debes saber que me reinicio mi viaje hoy.
Y señaló a su caballo, ya preparado.
-Tenemos tiempo.
-¿Tiempo?
La elfa lo miró curiosa. El hobbit se ajustó su petate, se alisó la capa y sus ropas y anunció grandilocuentemente:
-¿Cuándo nos vamos?
-¿Nos... vamos?
-Sí, a correr aventuras –asintió sonriendo.
Primero frunció el ceño; luego abrió la boca pero no dijo nada; a continuación resopló y finalmente, con media sonrisa, dijo:
-¿Quién ha dicho que vamos a correr aventuras?
-Isengrim Tuk ha decidido que no puede dejar a una dama sola por esos caminos y la acompañará para protegerla.
-Isengrim... ni siquiera eres mayor de edad entre los tuyos, lo dijiste ayer –dijo pacientemente Naurloth.
-Bueno... eso... es un detalle sin importancia –respondió el hobbit con cara de autosuficiencia.
-¿Y se puede saber en qué viajarás?
El hobbit se quedó con la boca abierta. Miró sucesivamente al caballo y a la elfa y enrojeció.
-Hummm, no lo había pensado – murmuró en voz baja.
Empezó a reírse. El hobbit deseó por un instante desaparecer de aquel lugar. Pero de repente, algo lo elevó por el aire y se encontró sentado sobre el caballo. Miró a su lado y vio a la elfa sonriendo.
-Será interesante viajar con un hobbit... y ya que ese es tu deseo, no seré yo quien te lo niegue.
Isengrim sonrió al darse cuenta de que la elfa acababa de aceptarlo como compañero de viaje. Ella subió tras él, tomó las riendas y calándole la capucha, añadió:
-Bien, Isengrim, ¿preparado?
-Sí –respondió con voz fuerte pero excitada.
-Pues entonces, no nos demoremos más.
Azuzó al caballo y un instante después, Isengrim inició su particular aventura con aquella elfa de ojos glaciares y cabellos negros.


22 Perian: Hobbit.



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