La flor de fuego

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - elf-moon
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CAPITULO  2. LOS GEMELOS

Año 2124 de la Tercera Edad

 Todo el bosque se había teñido con los colores del otoño. Dorados, verdes y rojos se mezclaban en una explosión de color de una maravillosa y vistosa contemplación y el viento, que empezaba a ser realmente frío, anunciaba que el invierno no tardaría en llegar, mientras el sol brillaba en lo alto del cielo, marcando el punto de inflexión del día.
Arahael se arrebujó en su capa de colores pardos y guió a su corcel de hirsutas crines a través del sendero, siguiendo a los dos jinetes que le precedían. Siempre le gustaba volver a Rivendel, donde había pasado su infancia y donde podría disfrutar de cierto descanso. Tras él, dos jinetes más lo seguían, compañeros suyos, fieles y leales, que como él, deseaban llegar cuanto antes al abrigo de la Última Morada y descansar.
Unas voces y risas empezaron a escucharse flotando entre los árboles Los dos jinetes que encabezaban la marcha, se rieron al escucharlas. Uno de ellos, el más próximo a Arahael, se volvió y desde las profundidades de su capucha, dijo:
 -Bienvenido a Rivendel, de nuevo, Arahael, hijo de Aranarth.
 El dúnadan sonrió y saludó con un movimiento de cabeza las palabras. El Capitán de los Dúnedain incluso se permitió una pequeña risilla.
 -Gracias, Elrohir, pero aún reconozco el lugar donde crecí.
 Las risas de Elrohir y Elladan, que encabezaban la marcha, corearon la de Arahael. Era una pequeña broma particular entre los tres que cada vez que Arahael volvía a Rivendel, los gemelos le hacían y la había esperado todo el día.
 Las risas y voces se elevaron, saludando a los viajeros y Rivendel apareció ante sus ojos, cálida y bella visión que provocó un espoleo de los corceles y acució la prisa por llegar.
 Nada más pisar el suelo, varios elfos les salieron al encuentro, recibiéndolos con alegría. Arahael se sintió aliviado, aún cuando apenas hacía unos instantes que pisaba la Última Morada. Viejos amigos los recibieron afectuosamente y mientras Elladan y Elrohir dejaron caer sus capuchas y exhibieron sendas sonrisas de alegría.
 Pocos hubieran podido diferenciar a los gemelos, uno del otro. Como dos gotas de agua, los hijos de Elrond y Celebrían, de negros cabellos y ojos grises, vestían ropas de colores verdes bajo sus mantos grises y exhibían los bellos rostros de los elfos. Habían vuelto a casa en busca de solaz y descanso y sus ojos chispearon al ver a sus amigos y las sonrisas afloraron en su rostro. Y la alegría se elevó en grado sumo cuando la resplandeciente y bellísima presencia de su hermana Arwen, se personó ante ellos.
 -Mae govannen -saludó la deliciosa voz de la Estrella de la Tarde.
 Arahael, por detrás de Elladan y Elrohir, sonrió al verla, mientras los gemelos iban a su encuentro y la saludaban. Sus dos compañeros, por detrás, quedaron sobrecogidos ante su belleza, incapaces de decir más, cuando un terremoto salió por detrás de Arwen, cruzó por entre los gemelos y se quedó plantado ante Arahael, clavando unos ojos acerados sobre el dúnadan por un instante y volvió corriendo hasta Arwen, parapetándose por detrás de ésta.
 Elladan y Elrohir contemplaron con sorpresa el terremoto que se escondía tras las vestiduras de su hermana.
 -¿Y tú quién eres? -preguntó uno de ellos doblándose para quedar a su altura.
 Naurloth, pues era ella, miró fijamente al recién llegado, frunció el ceño y se parapetó totalmente tras Arwen, ocultándose. Pero el recién llegado insistió y se movió para seguir viéndola.
 -Elladan, la asustarás -advirtió divertida Arwen -. Su nombre es Naurloth. Vamos, pequeña, este es Elladan  y este de aquí -señaló a su gemelo -, es Elrohir. Son mis hermanos.
 La elfa miró a Elladan y luego a Elrohir concienzudamente. Que se parecían a Elrond y a Arwen era tan evidente que incluso a Naurloth, que jamás los había visto, pese a su comportamiento, se había dado cuenta. Miró a Arwen y tirando de la manga de su vestido, reclamó su atención.
 -¿Y él?
 Arahael sonrió al oír como la elfa reclamaba una presentación sobre su persona. El dúnadan se adelantó hasta ella y dijo:
 -Arahael, hijo de Aranarth a tu servicio.
 Naurloth clavó sus ojos acerados de nuevo sobre el rostro del dúnadan. Arahael mantuvo la mirada durante el escrutinio, divertido ante el comportamiento de la elfa. Que era una noldo era evidente a los ojos de Arahael, que se había criado entre los elfos de Rivendel y que no era natural de aquel lugar lo confirmaban la sorpresa de Elladan y Elrohir al verla. Pero algo en la manera en qué hablaba, un ligero matiz en su acento, también le informaba de su origen. Reconoció el ligerísimo acento que los elfos de Lindon conservaban cuando hablaban y que los meses en Rivendel no habían logrado borrar del todo. Y aunque fuera difícil explicar, también adivinó un orgullo que el tiempo elevaría en el espíritu de la pequeña. Ella sonrió levemente, salió de su escondite tras Arwen y se acercó a Arahael. Todos la observaban amagando sonrisas, elfos y hombres, al contemplar la curiosa estampa que se producía: el Capitán de los Dúnedain, descendiente de reyes y bravos guerreros  inclinado ante una pequeña elfa noldo.
 -Naurloth -se presentó a sí misma.
 -Bonito nombre -alabó el dúnadan.
 La elfa pareció pensar el halago de Arahael. Finalmente, sonrió, miró un instante a Arwen y dijo con su voz infantil cuando Arwen le hizo una seña con la cabeza:
 -El señor Elrond te espera.
 Arahael se enderezó sonriendo. Miró al resto de elfos y siguió a Arwen cuando esta le mostró el camino con una leve indicación. Pero Naurloth lo miró mientras se alejaba, seguido de sus hombres y los elfos. Elladan se retrasó un instante, la miró y le hizo una seña para que los siguiera. La elfa dudó un instante en seguirlos. Pero la perspectiva de corretear entre los Dúnedain y los hijos de Elrond pudo más. Así que corrió hasta Elladan, que la esperaba, lo miró fijamente y dijo:
 -Te pareces mucho al señor Elrond.
 -Gracias -respondió cortés Elladan y divertido -. Lo considero un cumplido.
 Le tendió la mano. La elfa la estrechó y lo siguió a través de Rivendel, encaminándose hasta donde su padre los esperaba.
 Para cuando Elladan llegó, los demás ya estaban saludando a Elrond. Casi al mismo tiempo que entraban, Naurloth se soltó y corrió hasta Arwen, parapetándose tras ella, para ver y oír lo que allí se dijera, mientras Elrond hablaba con Arahael.
 -¿Habéis tenido buen viaje?
 -Sin incidencia alguna -respondió Arahael -. Incluso demasiado tranquilo, diría yo.
 -Lo cual es una buena noticia... aunque nunca se sabe lo que puede encontrarse uno por el camino.
 Elrohir, que estaba junto a Arwen, miró de reojo a la pequeña y le guiñó un ojo. Naurloth parpadeó sorprendida. El medio elfo miró entonces a su hermana, que se había dado cuenta de su gesto y sonreía. Se acercó a ella y en un susurro, preguntó:
 -¿De donde ha salido?
 -Más tarde te lo explico -concedió.
 Mientras, Naurloth no despegaba su mirada de Elrohir, sin prestar atención a las palabras de Elrond ni de Arahael y de vez en cuando miraba también de reojo a Elladan. A los ojos de la pequeña, que nunca había visto gemelos de su raza, resultaban fascinantes. Como dos gotas de agua, tan parecidos que muchos prácticamente no podían diferenciarlos, los escrutaba una y otra vez mientras oía las voces de Elrond y Arahael.
 -... apenas hay incursiones orcas estos últimos meses, pero nunca podemos bajar la guardia.
 Las palabras de Arahael llamaron la atención de Naurloth.
 -Es bien cierto. Nunca podemos bajar la guardia. El Enemigo tiene muchas formas y no sabemos como ni cuando volverá a aparecer. Pero ahora estáis aquí. Imladris os acoge alegremente y espera que vuestra estancia sea un bálsamo para vuestro cansancio.
 La pequeña elfa tiró de la manga de Arwen. Ella la miró.  
 -¿Ellos también se vienen a vivir aquí?
 Arwen sonrió.
 -No... sólo vienen a descansar.
 -¿Y se irán pronto?
 -Nunca se sabe, pequeña.
 En aquel momento, Celebrían entró seguida de dos doncellas. Arahael saludó a la dama con una inclinación de cabeza, así como sus dos acompañantes.
 -Mae Govannen, Arahael. Me alegra volver a verte.
 -Mi señora, es un placer veros de nuevo. 
 La Dama de Rivendel sonrió. Elrond hizo una seña con la cabeza a su esposa. Sin mediar palabra alguna, Celebrían entendió el mensaje y con sus gráciles movimientos, señaló la salida y añadió.
 -Vamos, seguro desearéis cambiar vuestras ropas y poneros cómodos. Mis doncellas os mostrarán vuestras habitaciones.
 Era una invitación clarísima para abandonar la estancia. Todos, excepto Arahael, se encaminaron hacia fuera, mientras Celebrían cerraba la marcha. El Capitán de los Dúnedain, una vez a solas con Elrond, miró al Señor de Imladris. Éste le señaló un sitial, invitándole a tomar asiento mientras hacia lo propio en el suyo. Arahael lo contempló. El rostro intemporal de Elrond asumió una expresión de curiosidad.
 -Ciertamente, no esperaba que vinieras esta vez.
 -Mentiría si dijera que la tentación de pasar una temporada en Rivendel ha sido la única causa por la que he viajado hasta aquí. Ha sido otro el motivo por el que me ha impulsado a abandonar el Norte.
 -Dime, entonces, lo que te ha impulsado a esta visita.
 El dúnadan se acomodo en el sitial.
 -Lo que he dicho antes, es cierto: apenas hay incursiones en el Norte, pero mi gente ha comprobado que algunas huestes orcas se han aposentado en las Montañas Nubladas e incluso, algunas hemos constatado que se han movido hacia las Ered Luin.
 -Por desgracia, sé bien que algunas de esas criaturas execrables se han movido hacia las Ered Luin... pero no creo que bajen demasiado hacia el sur. Los Puertos Grises son demasiado poderosos aún para ellos.
 -Sin embargo, esta aparente paz no me gusta -arguyó Arahael -. Es como si algo se preparara y nos hubieran dado aparentemente un respiro.
 -Curiosas resultan tus palabras... opinas lo mismo que Glorfindel. Es por eso que no debemos bajar la guardia...
 De repente, un susurro alertó a ambos de que no estaban solos. Elrond enarcó una ceja. Arahael, estuvo a punto de levantarse de un salto del sitial. Elrond se volvió.
 -Naurloth...
 Una risilla se oyó por detrás de una cortina. La cabellera negra de la elfa asomó un instante. Elrond se levantó y se acercó hasta la cortina. La apartó y la elfa apareció tras ella. El Señor de Imladris la miró serio. Hubiera jurado que había salido tras Arwen.
 -Sabes perfectamente que no deberías estar aquí.
 La elfa exhibió una sonrisa traviesa. Elrond señaló la puerta. La elfa corrió hasta ella y desapareció. Elrond suspiró.
 -A veces creo que luchar contra un orco sería más fácil que controlar a esa pequeña.
 Arahael estalló a carcajadas de repente.
 -Mi seño Elrond, ¿tan difícil resulta?
 Elrond sonrió, pese a todo.
 -Arahael, a veces envidio a los hombres... crecéis muy rápido.
 El dúnadan sonrió recordando su infancia en Rivendel. Se levantó del sitial.
 -Me retiro, si me lo permites.
 El Señor de Imladris asintió con la cabeza. Pero antes de que saliera de la sala Arahael, dijo:
 -Si vuelves a ver a mi revoltosa pupila, mándala a su habitación...
 -Así lo haré, descuida.

 Mientras Arahael dejaba a Elrond, Arwen, Elladan y Elrohir conversaban paseando por Rivendel.
 -¿De dónde ha salido esa pequeña? -preguntó Elladan.
 -Llegó hace unos meses desde los Puertos Grises. Cirdán nos la envió. Atacaron su casa y por lo que explicaba en su carta, le encomendaron enviarla hasta aquí. Es un terremoto -acabó Arwen sonriendo.
 -Lo parece... me pregunto por donde debe andar ahora -observó Elrohir.
 Arwen miró hacia atrás. Volvió a mirar a sus hermanos y dijo:
 -Nos está espiando. Viene por detrás. Creo que le resultáis curiosos.
 Los gemelos sonrieron. Elladan se volvió y poniéndose en jarras, se paró y miró a su perseguidora.
 -Vamos, aquí te enteraras de lo que hablamos y desde ahí no.
 Naurloth, que espiaba por detrás de una columna después de haber sido expulsada por Elrond de su gabinete, frunció el ceño pero salió de su escondite y trotó hasta los tres hermanos. Elladan le tendió la mano. La pequeña la estrechó y reiniciaron la marcha.
 -Creía que estarías en Lothlórien -dijo Elrohir mirando a su hermana.
 -Al final decidí quedarme un tiempo más -y miró a la pequeña que seguía a Elladan y estaba pendiente de ellos.
 -¿Cómo es Lothlórien?
 -El lugar más hermoso de la Tierra Media para muchos -contestó Arwen.
 -¿Más que Rivendel?
 Los gemelos sonrieron.
 -Sí, en muchos aspectos -contestó Elrohir.
 La pequeña pareció pensar la respuesta. Miró a Elladan, tiró de su mano, para reclamar su atención y dijo:
 -¿Algún día podré ir?
 -Cuando quieras.

 La tarde había empezado a declinar. Los gemelos y Arahael estaban charlando tranquilamente en un claro de Imladris, tranquilos y relajados cuando Celebrían apareció de improviso en el claro, seguida de dos elfas más. Elrohir, el menor de sus hijos, se acercó a su madre y preguntó al ver el gesto de decepción que cruzó su rostro:
 -¿Ocurre algo?
 -¿No habréis visto a Naurloth por aquí?
 -¿Naurloth? -repitió Elrohir -. No, no la hemos visto.
 La elfa suspiró.
 -¿Ocurre algo? -se interesó Arahael.
 -Nada. Sólo que ha vuelto a desaparecer como ya viene siendo habitual... y comienza a ser exasperante.
 -¿Siempre desaparece? -preguntó Elladan.
 -Siempre que le place y has dejado de vigilarla un instante. No está con tu padre, así que tendré que ir hasta la forja... a ver si está en ella.
 -¿La forja? -se interesó Arahael sorprendido -. ¿Y qué haría una elfa tan pequeña en ella?
 Celebrían se permitió una risilla. Sus damas sonrieron por detrás.
 -Os sorprenderá, querido Arahael, pero Naurloth tiene predilección por la forja y todo lo que la rodea. Si no está con mi esposo, corretea por ella. Y ya que Arwen tampoco la ha visto desde este mediodía, sospecho puede estar en ella. Así que si me permitís, me acercaré para ver si la encuentro -dijo mientras empezaba a caminar.

 Pero Naurloth no estaba en la forja, ni con Elrond ni con Arwen. Estaba espiando a Glorfindel, que leía en un rincón, semi-oculto a los ojos de todos y aparentemente abstraído de cuanto lo rodeaba. La elfa espiaba escondida tras unos arbustos, mientras el elfo pasaba página. Le había tomado cierta estima a Glorfindel, aunque nunca se acercaba del todo a él. Parecía tenerle miedo. El noldo sabía que ella estaba allí, pero aparentaba no saberlo, y aunque estaba sorprendido por el hecho de que no estuviera siguiendo a Elladan y compañía, la novedad desde que habían llegado, en cierta manera se enorgullecía que aquella tarde, Naurloth lo hubiera escogido a él como objeto de sus pesquisas.
 Volvió a pasar página y levantó un instante la mirada para ver donde estaba la elfa. Esta se acurrucó aún más tras los arbustos.
 -¿Piensas estar mucho rato ahí?
 Naurloth ni siquiera respiró al oírlo. Glorfindel sonrió divertido.
 -Te lo digo porque desde aquí, la vista es mejor que desde donde estás.
 La elfa asomó un poco por detrás del arbusto. Sus cabellos negros brillaron cuando la luz del sol los acarició. Finalmente, se acercó, casi furtivamente y se sentó al lado de Glorfindel pero separada de él. El elfo no se movió y siguió leyendo. Naurloth estiró la cabeza para saber que leía. De repente, el elfo de cabellos dorados la miró, e hizo una seña para que se acercara. La pequeña se lo pensó y finalmente, se sentó a su lado. Glorfindel sonrió triunfante. Naurloth lo miró.
 -No eres como los demás.
 -¿No? ¿Por qué dices eso? -preguntó burlón Glorfindel.
 Naurloth entrecerró los ojos. Su rostro adquirió una expresión de profunda concentración.
 -Porque te veo diferente a los demás.
 El elfo se rió.
 -¿En qué sentido?
 La pequeña pareció pensar en la respuesta. Frunció el ceño. Estaba claro que no sabía explicar la sensación que le producía Glorfindel. Se encogió de hombros.
 -No eres como los demás... porque tu luz se ve diferente.
 -Muchos afirman que es diferente. Es una vieja historia. Tal vez te la cuente un día.
 Naurloth lo miró seria.
 -Entonces, tal vez yo te cuente la mía un día.
 Esta vez el sorprendido fue Glorfindel al oírla. Y justo cuando estaba a punto de preguntar a qué se refería, la voz de Elladan, el mayor de los gemelos, los interrumpió.
 -Así que estaba contigo...
 Ambos lo miraron. Elladan se acercó hasta ellos y sonriendo, se inclinó hacia Naurloth.
 -Te están buscando... desde hace un buen rato.
 La elfa sonrió un instante, y su rostro asumió una expresión traviesa. Sus ojos acerados brillaron y se rió juguetona.
 -Creo que ya sabe quién la buscaba -sonrió Glorfindel -. Esta pequeña es demasiado traviesa...
 Naurloth se levantó de un salto y correteó hasta el arbusto donde se había escondido anteriormente. Glorfindel y Elladan la siguieron con la mirada.
 -Yo que tú, la seguiría inmediatamente -advirtió Glorfindel -, o corres el riesgo de perderla.
 Elladan le guiñó el ojo a Glorfindel y dijo en voz alta:
 -¿Hay alguien por aquí que quiera venir conmigo hasta el vado?
 -No te lo aconsejo, a tu madre no le agradará -susurró Glorfindel intentando detenerlo. Pero ya era demasiado tarde. Naurloth salió de detrás del matorral y antes de que acabara de hablar Glorfindel, estaba tirando de la manga de Elladan.
 -Yo quiero ir.
 -Pues en ese caso, nos vamos -dijo mientras miraba a Glorfindel asumiendo su pequeño error. Tendió la mano a la pequeña y esta le estrechó -. Hasta luego, Glorfindel.
 Naurloth sonrió a Señor de la Flor Dorada y se alejó siguiendo a Elladan. Glorfindel se levantó. Sería mejor avisar de con quién estaba la pequeña si no quería asistir a un enfado monumental de Celebrían, y se fue en busca de la Dama. Mientras, Naurloth, cogida de la mano de Elladan, empezó a canturrear. El medio elfo la miró de reojo y sonrió. Reconoció la tonada, aunque la elfa la cantaba muy baja. Al tomar el camino hacia los establos, se encontró con Arahael, también inmerso en la búsqueda de la pequeña.
 -Veo que ya la has encontrado.
 -Estaba con Glorfindel. Y ahora nos vamos al vado.
 -¿Quieres venir? -invitó Naurloth de improviso.
 El dúnedan se lo pensó.
 -Esta bien. No me irá mal un paseo.
 El trío, se dirigió hacia los establos de nuevo y antes de llegar, la voz de Naurloth volvió a elevarse.
 -¿Eres un dúnadan?
 Arahael sonrió.
 -Sí, lo soy.
 Elladan, divertido ante la pregunta y consciente que Naurloth no tenía porque saber de donde venía Arahael ni quién era en realidad dada su edad y de donde provenía, añadió:
 -Arahael es el Capitán de los Dúnedain, Naurloth.
 La elfa pareció meditar la revelación mientras caminaba.
 -Lejos está tu casa entonces.
 -Sí, un poco. ¿Y la tuya?
 -No... mi casa ya no está lejos. Ahora mi casa es esta -respondió seria.
 -¿Y te gusta? -preguntó Elladan curioso.
 -Sí, me gusta -pero dejó la respuesta en suspenso y aparentemente, se ensombreció su rostro.
 La elfa tiró súbitamente de la mano de Elladan y lo conminó a seguir hacia los establos, arrastrándolo consigo. Los siguió hasta ellos. Y mientras el medio elfo y el dúnadan ensillaban sus corceles, los observaba en silencio, atenta a sus movimientos. Justo cuando Elladan acabó, se volvió hacia ella y le hizo una seña. La elfa corrió hasta él y la aupó hasta la silla. Arahael, que ya había montado en su caballo, se encaminó hacia fuera mientras Elladan tiraba de las riendas y hacia lo propio con el suyo. Una vez fuera, montó tras la pequeña y tomaron el camino hacia el vado.
 -Hermoso día de otoño -se permitió Arahael mientras abría la marcha -. Me recuerda mi estancia aquí.
 -¿Has vivido en Rivendel? -saltó de golpe Naurloth.
 Arahael sonrió. Miró hacia atrás, clavando sus ojos grises sobre la pequeña elfa que lo miraba entre los brazos de Elladan.
 -Sí, pequeña, me crié aquí.
 Naurloth volvió la cabeza hacia Elladan.
 -¿Yo me puedo quedar todo lo que quiera?
 -Por supuesto.
 -¿Y podré ir al vado siempre que quiera contigo?
 -También.
 La pequeña sonrió. A medida que se adentraban en el bosque, Elladan espoleó a su caballo con premura, seguido de Arahael. Un buen rato después, llegaron al vado del Bruinen, donde el río seguía su curso mansamente. Elladan desmontó y ayudó a la pequeña, que inmediatamente corrió hasta el agua. Arahael se les unió. De repente, la voz de Naurloth se elevó por encima del rumor del río.
 -¿Cómo es tener un gemelo?
 -No te lo puedo explicar... no sé que es no tenerlo -contestó Elladan.
 La elfa tomó un guijarro de la orilla, lo examinó y lo lanzó al agua.
 -En mi familia también los ha habido... pero yo no los conocí.
 Elladan frunció el ceño. No era muy normal la existencia de gemelos entre su gente. Incluso Arahael se sorprendió ante el comentario de la pequeña.
 -¿Los ha habido? -repitió Arahael.
 Naurloth lo miró.
 -Sí, los hubo.
 -¿Y dónde están?
 La pequeña tomó otro guijarro y lo sopesó.
 -Palan4...
 Lanzó el guijarro, se volvió y correteó hasta Elladan sonriendo.
 -¿Jugamos?
 Y estalló en carcajadas mientras salía corriendo hacia el bosque.

Celebrían se acercó silenciosa hasta Elrond y Glorfindel, que charlaban despreocupadamente a la luz de las velas. El Señor de Rivendel le tendió la mano, la dama la estrechó y Elrond se la llevó hasta los labios para besarla.
 -¿Ya has conseguido que se fuera a dormir?
 -Sí... aunque ha costado lo suyo... creo que la próxima vez, serán Elladan y Elrohir los encargados de intentar que se acueste... me la han alborotado tanto que era casi imposible lograr que se acostara. He tenido que contarle tres historias diferentes para lograrlo.
 Glorfindel se rió. Elrond sonrió divertido. Celebrían se sentó a lado de su esposo, que aún mantenía su mano en la suya; su cabello plateado brilló a la luz de las velas y su belleza pareció iluminar la estancia.
 -Bueno, no te preocupes, se le pasará. Creo que todos, excepto Glorfindel, por el que parece sentir fascinación, hemos sufrido ese periodo de examen e interés.
 -Querido Elrond, te participo que he conseguido que incluso se siente a mi lado -anunció Glorfindel con una sonrisa de triunfo- después de cinco meses de intentarlo.
 -¿Y cuándo ha sucedido ese hecho extraordinario? -interrogó el medio elfo.
 -Esta tarde. Parece que está dejando de tenerme miedo.
 Celebrían se recostó sobre el hombro de Elrond y dijo burlona:
 -Fantástico. Ahora te utilizaré de niñera.
 -Celebrían... perdería a un guerrero -apuntó el Señor de Rivendel divertido.
 -Ríete, Elrond, pero Glorfindel resultaría una niñera excelente.
 El aludido arqueó una ceja. La perspectiva de controlar a tan revoltosa criatura lo asustó más que una docena de orcos.
 -No, por favor. No me creo capaz de semejante proeza.
 Los tres empezaron a reír. Una sombra se perfiló a su lado y Arahael se acercó.
 -Buenas noches a todos.
 -Arahael, ya que estás aquí, ¿te ofreces como niñera? -lo asaltó Celebrían divertida.
 El dúnadan ni siquiera se inmutó. Simplemente sonrió.
 -Creo que no es necesario, mi señora. Para ello ya tenéis a Elladan y Elrohir. Acabo de verlos persiguiendo a vuestra revoltosa pupila.
 Celebrían y Elrond, aunque más la primera que el segundo, asumieron una expresión de "ya empezamos". Glorfindel empezó a reírse. Y en aquel momento, unas risas escandalosas los asaltaron por detrás. La voz de Elrohir llamando a su hermano se elevó más de la cuenta y la risa de Elladan y de Naurloth corearon unidas. Los tres se levantaron y seguidos de Arahael, se dirigieron hacia el alboroto. La escena con la que se encontraron no pudo ser de lo más chocante: Elladan se reía a mandíbula batiente mientras su hermano trataba infructuosamente de agarrar a la elfa, que correteaba aquí y allí. Celebrían suspiró. Elrond, pese a que una sonrisa pugnaba por surcar sus labios, decidió imponer el orden.
 -Naurloth, deberías estar en la cama...
 La elfa frenó en seco, se volvió y al verse sorprendida por tan augusto público, corrió a refugiarse tras Elladan, que parecía ser el cómplice de su travesura y la tomó en brazos.
 -Creo que nos han descubierto -susurró divertido.
 Elrond miró al mayor de sus hijos.
 -Como que veo que os lleváis muy bien, te tocará a ti conseguir que se duerma. Y creo que te va a costar.
 Su hijo asintió aceptando la reprimenda, aunque sonreía. El Señor de Rivendel se volvió entonces hacia Elrohir. Antes de que llegara a decir algo, el menor de los gemelos claudicó.
 -De acuerdo, yo también voy...
 Los tres se alejaron. Arahael, hasta entonces en un segundo plano, preguntó:
 -¿De dónde ha salido?
 -De Forlindon -respondió Elrond.
 -E aquí la respuesta al enigma -observó Arahael.
 -¿Qué enigma? -preguntó Celebrían.
 -Su acento -respondió de golpe Glorfindel -. Aún mantiene algunos trazos de su acento.
 El dúnadan se cruzó de brazos.
 -Y no sólo eso -dejó escapar enigmático.
 Los tres lo miraron fijamente. Esta vez, ni siquiera Glorfindel captó a qué se refería.
 -¿Cómo dices? -preguntó Celebrían.
 -Es curioso que tan pequeña... y ya demuestre el orgullo de su estirpe. Es noldo, no cabe duda.
 Elrond entrecerró los ojos, pensando en las palabras de Arahael.
 -En otra época, tus palabras me hubieran preocupado... pero ahora sólo me producen cierta alegría...  y añoranza a la vez.
 Celebrían estrecho su mano. Una mirada entre ambos se cruzó. Una mirada que decía mucho, aunque sólo era para ambos comprensible.
 -Pobre Naurloth... tan pequeña y ya con tanto sufrimiento a su espalda -suspiró la Dama.
 -¿Qué le ha pasado? Porque en sus ojos, una pizca de tristeza se entrevé, pese a todo.
 -Naurloth proviene de Forlindon, Arahael. Su morada fue destruida por una incursión orca hace unos meses y Cirdán de los Puertos Grises nos la envió para que cuidáramos de ella. Lo ha perdido todo, familia, conocidos, casa... no le queda nada. Puede que la veas ahora corretear detrás de mis hijos, y reírse ante las bromas y hacer travesuras. Pero aún siendo tan pequeña, puesto que apenas tiene quince años, ha sufrido mucho más de lo que nadie desearía a un niño, incluso a un adulto. De ahí proviene esa tristeza que asoma de vez en cuando en sus ojos -explicó Elrond.
 Arahael pareció pensar en las palabras de Elrond.
 -Extraño, pues, será su destino... porque me temo esa tristeza la endurecerá con el tiempo.
 Glorfindel suspiró.
 -Ojalá tu augurio no sea cierto, Arahael. Porque esa dureza puede que la haga aún más orgullosa. Y el orgullo, en nosotros, los noldor, no siempre lleva a buen puerto.


4 Palan: Aquí está traducido como lejos (quenya).



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