La flor de fuego

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - elf-moon
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CAPÍTULO 12. ENCUENTRO Y RECUERDO

Año 2200 de la Tercera Edad

Lirian Celebeth29 se deslizaba grácilmente a través de las calles de Mithlond saludando a aquellos que la conocían, con sus largos y plateados cabellos flotando a su espalda, cuando vio a una figura baja, revoltosa y de cabellos rizados cruzar una de las calles seguida por una elfa de negros cabellos y un sinda que se reía a carcajadas. Se quedó parada, preguntándose si había tenido una visión. Pero cuando la figura baja, revoltosa y de cabellos rizados volvió a cruzar de nuevo la calle, perseguida de nuevo por aquella pareja, se convenció que no soñaba despierta.
Reconoció al sinda como uno de los guardias de la ciudad, pero no a la elfa. Y a juzgar por las expresiones que veía a su alrededor, la inmensa mayoría de elfos con los que se cruzaba el grupo, experimentaban la misma sensación que ella y aún intrigada, siguió su camino. Al llegar a la Casa de Círdan, se encontró a su esposo en una de las primeras terrazas que se abrían hacia el Golfo de Lune.
-Nolwe, ¿puede ser que haya visto un mediano?
El noldo sonrió a su esposa, besó su mano y respondió.
-Sí, querida, creo que a estas horas medio Mithlond y tú habéis visto al señor Isengrim Tuk.
-Nunca había visto un hobbit en Lindon.
-Jamás había entrado uno en la ciudad. Pero Círdan lo permitió. No creo que tarden en volver. Se acerca la hora de la cena.
-¿Tarden?
Como si Nolwe hubiera escrutado el destino, en aquel momento pudieron oír perfectamente como la voz del hobbit se elevaba en uno de los corredores cercanos. Aunque no fue el único que elevó la voz. Sus dos compañeros hicieron lo mismo y por un instante, las tres voces se cruzaron en un torrente de exclamaciones y carcajadas. Lirian miró a su esposo sorprendida.
-Sí, querida. Ahí lo tienes.
En aquel instante, el hobbit se paró ante la puerta y fue alcanzado por la elfa de negros cabellos que se reía alegremente. Lirian clavó sus ojos en ella mientras su esposo observaba su reacción.
-¿Nimwen?
Su voz fue una mezcla de sorpresa y de incredulidad.
-Se le parece mucho, ¿verdad? –dijo Nolwe -. Su viva imagen. Es Naurloth, su hija.
-¿La hija de Glînmallen? La creía en Rivendel.
-Y así era hasta hace poco.
Lirian escrutó el rostro de su esposo.
-¿Y él sabe que está aquí? -dijo misteriosamente.
-A estas horas ya debe saberlo. Seguro que Círdan le ha avisado que ella ha vuelto a Mithlond.
  
-¿Quién canta, Estelion?
El sinda dio un respingo involuntario cuando Naurloth reclamó su atención.
-¿Cantar? –escuchó momentáneamente los sonidos que transportaba el anochecer.
-Sí, alguien está cantando.
-Es la Dama Lirian. Su voz es inconfundible.
Naurloth escuchaba atentamente. Isengrim, encaramado en la balaustrada de la terraza donde se encontraba, volvió su cabeza.
   -Esa canción me suena –saltó Isengrim de repente -. Alguna vez la has cantado.
-Sí Isengrim. Así es.
Estelion, al lado de la elfa, se acercó un poco más a ella, pero sin tocarla, y dijo:
-El Señor Círdan dijo que cantabais.
-Sí, y lo hace muy bien –contestó Isengrim bajando de la balaustrada, atravesando la terraza y corriendo hacia un rincón de la sala repleta de libros en la que estaban los dos elfos.
-Ahí tienes a un admirador –se burló la elfa.
-¿Por qué no cantáis ahora?
Los ojos glaciares de Naurloth se posaron sobre Estelion. Brillaron burlones.
-Ahora no, tal vez en otro momento.
-Oye, Estelion –interpeló de nuevo el hobbit.
-Dime.
-¿Por qué te mantenías apartado cuando hablaba con Nolwe?
-Porque Nolwe no es un elfo cualquiera, Isengrim –contestó Naurloth.
-No lo es. Antaño fue consejero del rey Fingon y de su hijo, el rey Gil-Galad. Es uno de los elfos más sabios de la Tierra Media.
-¿Y no podías decírmelo antes? Ahora he quedado como un hobbit maleducado.
-¡Ni siquiera me ha dado tiempo a decir que chocabas con él! –se excusó el sinda.
-No te preocupes, Isengrim, Nolwe es lo suficientemente inteligente como para saber que tú no sabías quién era y excusarte por ello.
Un ruido gutural los interrumpió. Incluso el sinda se sobresaltó levemente. Isengrim se volvió enrojecido.
-Lo siento, tengo hambre.

Si Naurloth hubiera dado carta blanca al hobbit, empezó a pensar que hubiera acabado con las reservas existentes en la mesa de Círdan después de dos pollos y un par de patas de conejo. Incluso Estelion, callado normalmente ante la presencia de altos personajes, parecía animado ante la locuacidad del hobbit y sus exclamaciones de júbilo. Cuando, ya en los postres, varios elfos trajeron fuentes repletas de frutas confitadas, Isengrim tuvo unas tentaciones enormes de acabar con la más cercana a sus manos, y apenas prestó atención a lo que le rodeaba mientras lo hacía hasta que Estelion a su izquierda, le dio un suave codazo. Cirdán se levantó en aquel momento, dando por concluida la cena. Todos lo imitaron –incluido Isengrim que seguía mirando las frutas confitadas con hambre- y lo siguieron hacia una de las terrazas que daban hacia el Golfo de Lune.
-Tú eres Naurloth –interpeló sin previo aviso una elfa de cabellos plateados acercándose al trío. Estelion hizo una reverencia mientras Isengrim daba cuenta de una pera confitada que aún tenía en su mano. No muy lejos, Nolwe hablaba con un par de elfos noldor.
-Sí, lo soy –contestó.
-Mi nombre es Lirian Celebeth. No sé si te acuerdas de mí.
-Lo siento, no os recuerdo… aunque a decir verdad, muchas caras que he visto hoy en Mithlond me resultan conocidas y extrañas a la vez. 
Lirian sonrió comprensiva.
-No siempre recordamos lo que hemos vivido cuando ha sido un momento triste.
-Y en cambio, otras veces, lo recordamos todo como si fuera ayer mismo cuando lo vivimos… lo sé. Muchos recuerdos han acudido a mí estos últimos días y no era consciente de haberlos perdido. Pero aunque no os recuerde, sé quién sois. La madre de Mavrin. Os parecéis, aunque ella tenga el cabello azabache de los noldor.
La elfa de cabellos plateados sonrió ante la mención de su hija.
-También tú te pareces a aquellos que te precedieron… aunque seguro ya te lo han dicho antes.
Naurloth la miró por un instante sorprendida. Pero una sonrisa curvó sus labios. Porque con aquellas palabras, Lirian había sido delicada y suave para hablarle de sus padres, sin mencionarlos directamente. 
-Gracias.
Isengrim y Estelion, mudos observadores de la conversación, miraban a las dos elfas atentos. Al hobbit se le escapaban casi todos los mensajes ocultos. Pero el sinda los estaba captando todos y el hobbit se había dado cuenta por su expresión. Estaba tentado de reclamar una explicación a éste cuando Lirian lo miró. Al sentir los ojos de la elfa sobre sí, hizo una reverencia.
-Ah, pero soy una maleducada con nuestro invitado hobbit.
-Isengrim Tuk a vuestro servicio.
-Sí, ya me ha hablado de ti mi esposo, joven Tuk. Espero que tu estancia en los Puertos Grises sea agradable.
-Por ahora, lo que está resultando es excitante –contestó entusiasmado por participar de la conversación.
Todos sonrieron al oírlo. En aquel momento, Nolwe se acercó a ellos.
-Señor Isengrim, veo que ya conoces a mi esposa.
El hobbit sonrió.
-Sí, es un placer… y antes la hemos oído cantar, ¿verdad Estelion?
El sinda, silencioso como siempre cuando se acercaba algún alto personaje, asintió con la cabeza mecánicamente.
-A Isengrim le encantan las canciones de los eldar –explicó Naurloth -, aún cuando no entiende la letra.
-¿De verás? Entonces puede que me oigas bastante, joven Tuk –observó Lirian.
-¿Si? ¡¡¡Será fantástico!!!
Las sonrisas volvieron a surgir al oírlo.
-Si tanto deseas oír los cantos de los eldar, será mejor que nos movamos. Todas las noches muchos de los nuestros cantan a Varda y las historias de nuestro pueblo –dijo Nolwe haciendo un gesto con su mano, indicando que debían seguir la marcha hacia uno de los corredores.
Nadie se hizo de rogar e iniciaron el camino. Pasaron por varios corredores y llegaron a una sala amplia y espaciosa, iluminada por hermosas y extrañas lámparas que arrojaban una luz suave y tenue y decorada con hermosos murales. Muchos elfos se congregaban ya en ella, sentados aquí y allí, de cara a la terraza que alargaba la sala y desde donde se veían las estrellas y las luces de la ciudad reflejándose en las aguas del Golfo de Lune. Isengrim estaba entusiasmado ante lo que veía. Sobre la terraza colgaban zarcillos de hiedras, madreselvas aún floridas y jazmines blancos, que embriagaban el ambiente con su aroma.
En un lateral, una figura sombría observaba. Era un elfo serio, vestido con ropajes solemnes y oscuros. Llevaba sus cabellos negros recogidos en una larga trenza. Una cicatriz cruzaba su mejilla izquierda y se perdía en su barbilla. Aunque no afeaba su rostro, sí que le daba un aspecto aún más tenebroso del que por sí le conferían sus vestiduras y en aquel momento, miraba a Naurloth fijamente desde que había llegado, con la mano enguantada sobre la empuñadura de la espada que colgaba a su izquierda. La elfa lo contempló. De repente, parpadeó varias veces y sonrió, olvidándose de Nolwe, Lirian, Isengrim, Estelion y del resto del universo. Se detuvo en seco, se apartó, se acercó hasta el elfo y este hizo una reverencia.
-¿Faron30? –llamó.
Él sonrió por primera vez en mucho tiempo, algunos hubieran dicho que en muchos siglos. Sus ojos verdes brillaron cálidos.
-Máratulda, aranelinya31.
-Faron, meldonya32!
-Alassië nar i hendu i cenantet, aranelinya33.
Ninguno de los dos paró atención a aquellos que los rodeaban y los miraban sorprendidos, oyendo como hablaban en quenya. El elfo abrió sus brazos y Naurloth lo abrazó.
-Has crecido mucho, pero te reconocería aún entre una multitud. Porque en tus ojos veo vivo a tu padre y en tu rostro a tu madre, mi pequeña princesa.
-Faron, pensé que nunca más te vería.
Él le cogió la barbilla y la miró a los ojos.
-Aunque hubiera tenido que viajar a Mordor, me hubieras vuelto a ver, ya te lo dije en Rivendel.
Naurloth sonrió aún en brazos de Faron. Isengrim, que contemplaba la escena, hizo amago de acercarse, pero Estelion lo detuvo poniendo la mano sobre sus hombros.
-No. Ese momento les pertenece, Isengrim, y nosotros no somos quién para entrar en él sin ser invitados. Vamos, joven Tuk.
Nolwe, que había escuchado las palabras de Estelion, asintió con la cabeza cuando el hobbit lo miró y como si se hubiera dado una orden muda, todos se alejaron, dejándolos solos. Pero unos instantes después, vio como abandonaban la sala.
-¿Quién es ese elfo, Estelion? –preguntó Isengrim mientras se alejaban.
-Su nombre es Faron. Es uno de los mejores guerreros de los Puertos Grises.
-¿Y de qué lo conoce ella?
-Naurloth vivió un tiempo en los Puertos, Isengrim. Él era su protector. Y fue él quien la llevó a Rivendel.
-Parece muy serio… es diferente a ti.
-Bueno, Faron es diferente, como bien dices. No es muy amigo de nadie en especial, pero todos lo respetan.

-Sabía que algún día vendrías a Mithlond, pero no tan pronto.
-¿Consideras que es pronto?
-Sí.
La elfa sonrió mientras dejaba que la brisa del mar jugueteara con sus cabellos.
-Te he echado en falta muchas veces.
-Lo sé. Pero Rivendel y sus gentes seguro que te han cuidado muy bien.
Faron acarició sus cabellos con dulzura. Ella se acercó aún más, cerrando los ojos y dejando que aquel momento se le grabara en la memoria.
-Tantas veces he deseado que estuvieras conmigo en Rivendel…
-No podía ser mi princesa. Debíamos separarnos.
Un silencio extraño se impuso entre ambos. Pero en aquel momento no necesitaban las palabras. Porque la elfa era feliz teniéndolo a su lado. Y él hubiera dado su vida por ello.
-¿Fue duro, mi princesa?
-Sí. No estabas conmigo.
-Fue duro para ambos. Pero sé que tienes buenos amigos en Imladris. Y yo no podía cuidarte. No en ese momento.
-Pero te fuiste tan rápido…
El elfo respiró profundamente antes de hablar.
-Para mí también fue doloroso. Debía dejarte allí y volver. Y tal vez no lo hubiera soportado si me hubiera quedado un tiempo.
-He estado en Forlindon, Faron –anunció de repente.
Lo miró son sus ojos grises.
-Lo he supuesto cuando Círdan me dijo que habías venido.
-¿Por qué nos pasó aquello? ¿Acaso estamos malditos?
-No, mi princesa. Nunca pienses eso, porque no lo estamos y tú menos que nadie.
Ella se acercó aún más a él. Y de la misma forma que había hecho años atrás, cuando era una niña, la abrazó, quedándose en silencio mientras las canciones de su gente les llegaban amortiguadas junto al susurrar del mar.

La voz de Naurloth hablando con Isengrim que parloteaba sin cesar admirado por todo aquello que lo rodeaba, llegaba claramente hasta él. La elfa se reía al escucharlo y se asomó un instante. El hobbit estaba corriendo de un lado a otro, y ella, sentada en un rincón, lo observaba divertida. Sonrió. Se alegraba de ver como ella era feliz. Una parte de su corazón revivía al verla y saber que ella sonreía y reía lo alegraba profundamente. La voz de Isengrim provocaba sonrisas en todos los elfos que lo oían. Pero oír la risa de la elfa lo transportaban a un tiempo que pese a ser un elfo, ya le parecía muy lejano...

Forlindon, año 123 de la Tercera Edad

La figura estaba totalmente inmóvil, envuelto en un manto pardo con capucha, observado con sus penetrantes ojos el bosque circundante, apostado en lo alto de un árbol. Algo se movió cerca de su posición y entrecerró un instante los ojos para localizarlo. Pero la alarma se desdibujó al reconocer al intruso y volvió a concentrarse en el bosque.
El intruso llegó hasta su improvisada atalaya y miró hacia arriba.
-Faron, ¿alguna novedad?
El elfo que hacía de vigía retiró su capucha. Sus ojos verdes chispearon un instante y su cabello negro quedó revuelto cuando miró hacia abajo.
-Buenos días, Glînmallen. Por ahora, nada.
El recién llegado asintió con su cabeza oculta bajo una capucha parda. Faron descendió de su posición ágilmente y de un salto se colocó al lado y se apoyó en su arco.
-Te invito a desayunar –ofreció Glînmallen.
Faron sonrió.
-Estoy hambriento… vamos, entonces –aceptó mientras se desperezaba.
Glînmallen se rió levemente. Deslizó su capucha hacia su espalda. Sus cabellos, largos y recogidos en varias trenzas, brillaron negros como la noche. Tenía un rostro agradable y una sonrisa perenne. Sólo sus ojos de acero ensombrecían su expresión cuando en muchas ocasiones, destilaban gélidos o tristes. Faron se apoyó amigablemente en él, pasando su brazo por los hombros de su amigo.
-¿Nimwen ha cocinado tortitas?
-Por eso te he venido a buscar, porque sé que te encantan.
Empezó a pensar en las tortitas dulces de Nimwen, recubiertas de caramelo. Adoraba como la esposa de Glînmallen cocinaba y se deshacía por aquellas deliciosas tortitas.
-Deja que repita y te serviré hasta el fin de las edades, Glînmallen.
-Exagerado.
-Tu esposa es una maravilla cocinando, amigo mío.
-Lo que ocurre es que tú eres un goloso. Vamos o Nimwen nos matará por llegar tarde.
Ambos iniciaron el camino de vuelta a casa, con Faron casi tirando de su compañero deseoso de probar aquellas tortitas y Glînmallen burlándose de él, hasta llegar a su refugio. Era una pequeña aldea enclavada en lo más profundo del bosque. Apenas la habitaban una veintena de elfos, que habían construido su hogar entre altos cedros. No habían construido ni hermosos y airosos talan como los sindar de Lothlórien ni habían excavado cavernas maravillosas como los silvanos del Bosque Negro, ni habían construido un acogedor Imladris. Aquella pequeña aldea había sido construida por manos habilidosas de herreros y guerreros que sin embargo, lejos de la belleza que antaño dotaran a sus moradas, habían erigido sus nuevos hogares a la semblanza de acogedoras y elegantes cabañas de piedra y madera. Muy pocas cosas delataban realmente quienes eran sus amos. Nadie hubiera acertado señalando a los hombres como artífices de aquel poblado y sin embargo eran noldor sus habitantes y constructores. Faron soltó a Glînmallen al llegar a su vera y casi trotó hasta una de las cabañas, que a la sombra de dos inmensos cedros, se erigía como pieza principal de un círculo. Un aroma  delicioso envolvía la cabaña y antes siquiera de que Faron acertara a poner la mano sobre el picaporte, la puerta se abrió y una pequeña revolución salió de repente del interior, sus cabellos negros flotando tras ella, vestida con los mismos colores que sus mayores: pardo y gris.
-¡Atto!
La pequeña esquivó a Faron y se echó sobre Glînmallen que la levantó del suelo como si una pluma se tratara, elevándola por encima de su cabeza.
-¿Ya te has despertado, Silnarmírë? –preguntó besando sus mejillas.
-Sí y no estabas.
Su tono fue de reproche. Faron sonrió para sí al oírla. Glînmallen abrazaba a su pequeña orgulloso y feliz y acariciaba sus negros cabellos.
-¿Y ya has desayunado?
-No. Mamá ha dicho que debíamos esperar a Faron –y sacó la lengua a éste.
-Pues venga –dijo bajándola -. Vamos a desayunar.
Naurloth se metió corriendo en el interior. Faron esperó a Glînmallen.
-¿Alguna vez me explicarás porque a ti te llama papá en quenya y a Nimwen la llama mamá en sindarin?
-Viejas costumbres, Faron. En el fondo, me encanta que hable la lengua de mis mayores y la mantenga viva, de la misma forma que yo la llamo de una manera y su madre y todos vosotros de otra.
El aroma de las tortitas recién hechas los envolvió al entrar en la cabaña. Dividida en tres espacios, el principal estaba ocupado por una amplia sala y la cocina. Las paredes estaban decoradas con hermosos tapices que tanto gustaban a los elfos y en el centro, una mesa rectangular rodeada de sillas presidía la sala, en aquel momento ya dispuesta para el desayuno y la pequeña Naurloth ya se había encaramado en una silla. Faron casi arrolló con el mobiliario para ocupar un sitio y Glînmallen, que sonreía divertido al ver a un elfo de más de seis milenios competir con una elfa de apenas quince años por tomar posiciones para darse un atracón de tortitas, cerró la puerta tras su paso y se dirigió con paso tranquilo hasta su sitio en la cabeza de la mesa. En aquel momento, Nimwen, su esposa, apareció con una bandeja repleta de tortitas y la dejó en la mesa. Faron contempló la bandeja emocionado. Nimwen se plantó entre él y su esposo y dijo:
-El primero que toque las tortitas sin estar yo delante, se queda sin ellas.
Faron la miró reconociendo que la advertencia iba para él. Nimwen estaba retando a Faron con la mirada. Ambos sonrieron. El elfo hizo un amago de tocar las tortitas y Nimwen frunció el ceño.
Tenía todo el encanto, la belleza y la gracia de las noldor y para su amigo, era la más bella de los eldar de la Tierra Media. Aún se preguntaba como Glînmallen había conseguido su mano y su corazón, porque Nimwen, aún ahora transmutada en una apacible esposa y madre, cuando se enfurecía era temible, aunque como bien sabía Faron, la principal cualidad de Nimwen era su paciencia y como decía Glînmallen, hubiera sido capaz de tranquilizar a un dragón enfurecido simplemente con sus palabras. En aquellos momentos, el reto mudo entre ambos era contemplado por un divertido Glînmallen y de repente, una manecilla reptó por la mesa hasta la bandeja y se apropió de una de las tortitas. Los tres vieron como Naurloth, en pie sobre su silla, se llevaba la tortita hacia su territorio y le arreaba un buen mordisco.
-¡Naurloth! –reprendió Nimwen.
La pequeña sonrió con la tortita aún entre sus manos.
-Has dicho que no podían tocarse si tú no estabas delante, pero lo estás.
-¡Bien dicho! –exclamó de repente Faron ya dispuesto a apropiarse de un par de tortitas. Pero fue interceptado por Nimwen, que le arreó un buen golpe en los nudillos -. ¡Auch!
Glînmallen estalló en carcajadas.
-Déjalo ya, Nimwen, o lo dejarás sin tortitas –intercedió mientras señalaba a su hija, que ya se había agenciado otra tortita sin acabar la primera.
-¿Cómo queréis que aprenda modales si entre los dos la mimáis en exceso?
-Vamos, Nimwen –rogó Faron.
La elfa se rió abiertamente, cogió una tortita para sí y se sentó al lado de su esposo, abriendo la veda. Faron estuvo tentado de echarse encima de la bandeja, pero se contuvo mientras empezaba su particular competición con Naurloth…

-¿Faron?
La voz rompió sus recuerdos. Se volvió. Nolwe estaba en el umbral de la habitación, escrutando las sombras.
   -Estoy aquí, Nolwe –contestó.
Se acercó majestuosamente hasta él. Faron volvió de nuevo a mirar a la elfa y al hobbit. Cuando notó que Nolwe llegaba hasta él, su mirada se posó en el sabio noldo.
-Es muy hermosa.
-Lo es. Como su madre antes que ella.
-¿También es orgullosa?
-Como toda su estirpe.
-Aprende muy rápido, incluso para ser noldo como  nosotros…
Faron entrecerró los ojos. No olvidaba quién era Nolwe. Un elfo de Valinor, que había servido fielmente a Fingolfin y a su muerte a Fingon y a su hijo Gil-Galad, uno de sus consejeros más fieles. Nunca se habían caído bien; pero aún en su particular animadversión, reconocía que Nolwe era sabio y justo.
-Adelante, pregunta lo que te ronda desde que ha llegado.
Nolwe sonrió más para sí que para su interlocutor. Si Faron era famoso en algo en los Puertos Grises era porque podía llegar a ser no sólo orgulloso sino a veces incluso desagradable y cortante.
-Siempre me pregunté porqué no te quedaste con ella en Rivendel.
-¿Acaso te molesta tenerla cerca?
-No. Pero eso no contesta a mi pregunta.
Los ojos verdes de Faron relampaguearon.
-¿Importa eso ahora? ¿Qué preferías, una digna hija de la Casa de Fëanor o una elfa que sabrá sobrellevar el nombre sin ser como ellos?
Los ojos de Nolwe se entrecerraron. Pero no dejó de sonreír.
-En otra época, tus palabras me hubieran molestado. Sé que la quieres mucho… pese a que habéis estado separados mucho tiempo.
Tardó en responder. Cuando lo hizo, su voz sonó profunda.
-Tú tienes una hija, Nolwe. Darías cualquier cosa por ella. Incluso tu vida. Mi señor y mejor amigo lo dio todo por ella, por su hija. Nunca olvidaré quién es ella y las palabras de su padre me dijo antes de morir. Pero aunque no me las hubiera dicho, la vi nacer y por ella, cruzaría las profundidades de los abismos. Pero lo último que necesitaba cuando la llevé a Rivendel era un elfo sediento de venganza a su lado. Era lo mejor para ella. Y no me he equivocado.
Las últimas palabras hicieron pensar a Nolwe.
-¿Y cómo sabes que no te has equivocado? Porque ella está aquí, ha vuelto a Mithlond.
Tardó en responder. No lo miró directamente, sino que su mirada volvió al Golfo de Lune.
-Me lo dice el corazón… y algo que vosotros jamás veréis.
-¿El qué?
-Su mirada. Su auténtica mirada.
-¿Te ha bastado un instante para saberlo?
-No. Me ha bastado su voz. Mi princesa se ha transformado en una mujer maravillosa. Llevará siempre consigo lo que es y quién es. Pero el odio no la acechará como lo ha hecho conmigo. Por ello la llevé a Rivendel.

Rivendel, año 2124 de la Tercera Edad

Elrond bajó las escaleras de dos en dos tras el aviso de Sibrethil, capitán de su guardia. Se quedó paralizado al ver al recién llegado. Un presentimiento aciago lo asaltó, y el Señor de Rivendel, sintió un escalofrío atroz recorriendo su espalda.
-¿Faron?
Lo llamó casi con temor, esperado que sus ojos lo engañaran. El recién llegado lo miró de hito en hito y lo saludó con una reverencia.
-Mi señor Elrond…
Una figura pequeña se movió al lado de Faron, agarrándose a sus ropas. Elrond la contempló sorprendido. Por detrás de él, Celebrían bajó la escalera y al ver a los recién llegados miró a su esposo. La Dama bajó hasta los recién llegados y se acercó a la pequeña. Se acuclilló para quedar a su altura.
-Aiya, tithen34… ¿cómo te llamas?
La pequeña la miró con unos ojos glaciares, en aquel momento asustados. La Dama sonrió y le tendió la mano.
-Naurloth. Ese es su nombre –dijo Faron.
-Tienes un nombre muy hermoso, Naurloth. ¿Quieres venir conmigo? Tal vez encontraremos alguna golosina…
La pequeña miró a su protector. Él asintió.
-Vamos, ve con la Dama Celebrían.
Naurloth finalmente accedió. Estrechó la mano de Celebrían y la Dama la tomó en brazos y la levantó. Se sorprendió de su liviandad, pero mantuvo la sonrisa mientras se llevaba a la elfa y cruzaba una mirada cómplice con su esposo. Elrond bajó hasta Faron. Por un momento, intentó recordar cuánto hacía que no lo veía. Y se dio cuenta que tal vez, desde poco después del nacimiento de su hija, casi dos mil años atrás.
-Faron… ¿qué haces aquí?
-Mi señor, Elrond. Traigo dos cartas para ti.
Elrond hizo una seña para que guardara silencio y otra para que lo acompañara. Faron lo siguió mientras los guardias se miraban intrigados.
Una vez solos, en su gabinete, Elrond lo contempló. Una cicatriz cruzaba su mejilla izquierda y por su aspecto, era reciente. El siempre risueño Faron ahora estaba apagado.
-¿Qué ha pasado? ¿Qué haces aquí, Faron?
El elfo miró un instante al suelo y luego volvió su mirada hacia el medio elfo.
-Nos atacaron… y lo destruyeron todo.
Sacó dos cartas. Tendió una a Elrond. Él la tomó, miró el lacre y al reconocerlo, murmuró:
-Círdan…
Rompió el sello y la leyó ávidamente. Miró al elfo.
-¿Cómo…?
-Eran demasiados. No teníamos oportunidad alguna.
La tristeza se aposentó en el rostro del medio elfo. Bajó la mirada hacia la carta de Círdan. Pero Faron le tendió la segunda carta y tuvo que tomarla. Al abrirla, un medallón se escurrió de ella y cayó en su mano. Elrond lo contempló. Lo reconoció inmediatamente porque toda su vida lo había visto en el cuello de alguien muy querido. Lo apretó en su mano y abrió la segunda misiva.

Mi querido amigo,
Largos años han pasado desde que cruzamos nuestros caminos por última vez. Muchas veces he deseado llegar a ti y compartir aunque fuera una última vez, una velada contando nuestras viejas historias. Pero ahora que sé que no volveremos a encontrarnos en la Tierra Media, te pido una última cosa. En tus manos dejo mi más preciada joya, mi pequeña. Su nombre, el nombre que le di el día que la vi entre mis brazos por primera vez es Silnarmírë, pero mi adorada Nimwen le dio otro y así la llamamos todos: Naurloth. Es la última de mi sangre. Habría dado cualquier cosa por verla crecer y convertirse en una criatura maravillosa, pero eso lo verás tú, querido amigo, porque sé que conseguirás que lo sea. Me muero. Las heridas que he recibido en la última escaramuza son demasiado graves y lo sé. No sobreviviría ni siquiera hasta Mithlond y te pido que cuides de mi pequeña. En cuanto a si debes o no debes explicar quién es mi pequeña, quedará a tu sabiduría, aunque temo que muchos no entiendan o puedan llegar a aceptar que un miembro de la casa de Fëanor aún viva en la Tierra Media. Ojalá nuestros caminos se vuelvan a encontrar algún día.
Glînmallen

Elrond levantó la mirada hacia Faron.
-¿Dónde está Nimwen?
-Muerta, mi señor. No pudimos hacer nada. Fue una de las primeras que cayó. Los orcos surgieron en la noche y atacaron el poblado. Nimwen trató de proteger a Naurloth… y lo consiguió, pero a un alto precio. Glînmallen pareció enloquecer al verla muerta… luchó sin descanso pese a sus heridas. Hubiera dado mi vida porque él fuera el que sobrevivió y no yo. Pero sus heridas eran muy graves y cuando se retiraron, apenas pude hacer algo por él. Lo último que me pidió fue que te entregara la carta… y a Naurloth.
-¿Y tú, Faron? La carta habla de ella, pero no de ti.
-Sólo soy el emisario, mi señor. Volveré a Forlindon, porque tengo que ajustar las cuentas con una banda de orcos.
-¿Y ella lo aceptará?
Respiró profundamente antes de hablar.
-Mi señor, no creo que un elfo errante como yo sea apropiado para cuidar de ella. Aquí aprenderá mucho, más de lo que yo pueda ofrecerle. Y ese fue el deseo de Glînmallen, no el mío. Él quería que ella fuera feliz.
En aquel momento, Celebrían entró casi de soslayo. La voz de Faron se endureció.
-Y creo que mi presencia sólo haría que recordarle aquello que ha visto.
-¿Lo que… ha visto? –la voz de Elrond se quebró al darse cuenta de lo que implicaban sus palabras.
-Mi señor… ella lo vio todo.
Un silencio hiriente, doloroso, se impuso entre ellos.

-Debió ser doloroso dejarla.
-Hubiera sido más doloroso ver como se destruía con el odio que conmigo hubiera llevado consigo. ¿No crees?
Y miró a Nolwe mientras apartaba los recuerdos que lo invadían.


29 Lirian Celebeth ( Lirian significa “Reina de la canción” y Celebeth,  “Voz de plata” ) es un personaje creado por Lily Bleeckler-Bolsón para su relato Corazón de Hobbit. Muchas gracias por prestármela, Lily ;-).

30 Faron: Cazador.

31 Máratulda, aranelinya: Bienvenida, mi princesa.

32 Meldonya: Amigo mío.

33 Alassië nar i hendu i cenantet, aranelinya: Dichosos son los ojos que te ven, mi princesa.

34 Aiya, tithen: Hola, pequeña.



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