La flor de fuego

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - elf-moon
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CAPITULO 1. UNA PEQUEÑA REVOLUCIÓN

Año 2124 de la Tercera Edad

-¡Naurloth!1
La voz cristalina y pura resonó por el pasillo. Elrond levantó la cabeza al reconocerla.
-Creo que hay alguien que te busca...
Unos ojos grises se clavaron en él. Una sonrisa tímida en un rostro despierto que asomó por el borde de la mesa lo saludó. Elrond sonrió a medias. El rostro volvió a ocultarse y se oyó una risilla. El medio elfo volvió la vista hacia su escritorio mientras oía los correteos y las risillas de su "espía". No le prestó demasiada atención hasta un buen rato después cuando sintió como tiraba de la manga de su túnica.
-¿Qué hacéis?
-Trabajar -contestó sin mirar el medio elfo.
Un nuevo tirón  intentó captar más profundamente su atención.
-¿Jugáis conmigo?
-Naurloth... no deberías estar aquí.
La voz argentina de Celebrían los asaltó. Elrond levantó la cabeza al oír a su esposa, que había aparecido de improviso en la puerta. Sus cabellos plateados resplandecieron cuando la luz del sol los rozó. Delicada, como el soplo de la brisa, Celebrían se acercó envuelta en un hermoso vestido de color blanco, que contribuía a que la imagen de la dama fuera, si aquello era posible, más espectacular, bella y sublime. La rebelde se apartó del Señor de Rivendel y corrió hasta su esposa. Celebrían se agachó y poniéndose a la altura de la niña, apartó un mechón oscuro de sus ojos grises y dijo:
-Vamos, sabes que no debes estar aquí. A tu habitación.
La niña miró con sus ojos grises a Elrond. El medio elfo no hizo gesto alguno al principio; pero de repente, sonrió y dijo:
-Si te portas bien, jugaremos.
Naurloth sonrió y salió como una estampida de la habitación. Celebrían se acercó a su esposo con una sonrisa. Él le tomó la mano al llegar a su vera y la besó.
-Siempre merodea a tu alrededor... no lo entiendo... deberías ser tú el que se ocupara de darle algo de modales. Puede que así aprenda algo.
-¿Tan difícil resulta?
El bello rostro de Celebrían se frunció un instante.
-He tenido tres hijos y ninguno de ellos ha resultado tan rebelde como esa pequeña.
-Se adaptará, Celebrían... dale tiempo.
Ella sonrió. Retiró su mano y se alejó hacia la puerta, con una sensación de suavidad flotando a su alrededor. Pero antes de llegar a ella, se volvió un instante.
-A propósito... será mejor que intentes hacerle comprender que las espadas no son juguetes, ya que a ti es el único que parece hacer caso
-¿Espadas? ¿Juguetes? -se sorprendió el medio elfo.
Celebrían sonrió burlona.
-Debe venirle de familia... porque  cuando no la encontramos, está aquí o en la armería.
Elrond suspiró, aunque en el fondo, le divertía la situación. Se permitió media sonrisa, una broma privada entre su esposa y él.
-Mientras no amenace con acercarse a una forja...
Celebrían abrió los ojos como platos, miró a su esposo indignada y aunque se le escapaba una sonrisa por la comisura de los labios, dijo:
-Espero que nunca tenga semejante tentación... porque entonces, te aseguro que te lanzo a ella yo solita.

Para cuando Celebrían salió de la habitación, el objeto de su conversación con su esposo estaba encaramada a una de las barandillas de madera trabajada asomándose peligrosamente al vacío, balanceándose hacia delante.
-¡Naurloth!
La pequeña se balanceó peligrosamente hacia el vacío. Pero una mano la agarró y la sacó de su peligrosa situación sosteniéndola por las ropas y dejándola colgando de ellas.
-Caramba, ¿qué tenemos aquí?
Celebrían llegó corriendo hasta el oportuno recién llegado, aún vestido con polvorientas ropas de viaje, retiró la capucha que ocultaba sus rasgos, que se mostraron bellos e intemporales, tocados con una luz blanca, con sus cabellos dorados revueltos a causa de su capucha.
La ahora presa miró indignada con sus ojos grises a su salvador, y murmuró algo ininteligible mientras el elfo de cabellos dorados la observaba con curiosidad.
-Hantalë, Glorfindel.
-¿Y tú quién eres? -preguntó mientras dejaba a la pequeña en el suelo.
Pero no estaba muy dispuesta a contestar y tras sacarle la lengua, corrió y se ocultó tras Celebrían. La dama, más repuesta del susto, miró a Glorfindel. El elfo parecía divertido ante el descaro de la niña e hizo intención de acercarse a ella, lo que provocó que esta gravitara alrededor de Celebrían ocultándose.
-Naurloth, haz el favor de presentarte como es debido y dar las gracias a Glorfindel.
La niña miró a Celebrían molesta, volvió a mirar a Glorfindel, le volvió a sacar la lengua y salió corriendo. Glorfindel soltó una carcajada mientras Celebrían intentaba guardar la compostura, aunque finalmente, soltó una suave risa, miró al recién llegado y dijo:
-Disculpa, Glorfindel... y mae govannen a casa.
Glorfindel sonrió, saludó con la cabeza y se alejó hacia la habitación de Elrond mientras Celebrían seguía a Naurloth. Al llegar a ella, golpeó suavemente con los nudillos y entreabrió la puerta, justo cuando volvió a oír a Celebrían llamando a la pequeña. Elrond levantó la cabeza y al ver quien era el intruso, hizo una seña para que entrara.
-Mae govannen, Glorfindel, Alassië nar i hendu i cenantet!2
-Hantalë, Elrond... ¿quién es ese diablillo que parece llevar de cabeza a tu esposa? -preguntó mientras se acercaba.
-¿Diablillo? Ah, te refieres a Naurloth... sí, es un poco revoltosa... ¿qué ha pasado fuera? ¿Te ha arrollado a su paso? -dijo mientras indicaba que se sentara.
-No... sólo que casi comprobamos si una elfa vuela sin alas cual águila de Manwë.
Elrond suspiró por un instante. Aquella criatura parecía tener el don de meterse en líos uno detrás de otro. Glorfindel sonreía divertido.
-¿Cómo ha ido tu viaje?
-Bien... dime una cosa... esa pequeña... ¿de dónde ha salido?
El medio elfo arqueó una ceja.
-Una vieja deuda... que ahora se ha transformado en una pequeña revoltosa que ha revolucionado Imladris desde que llegó y trae loca a mi esposa.
-¿Y hace mucho que tenemos esa pequeña revolucionando?
-No... tú te fuiste hace cinco meses y ella llegó hace dos.
El elfo miró fijamente a Elrond.
-¿Familia de alguien conocido? Su rostro me resulta familiar...
-Sí -y dejó en suspenso la respuesta.
Glorfindel lo miró atento. No era corriente que Elrond se guardara para sí secretos. Percibió que cuando llegará el momento, sabría quién era en realidad aquella pequeña, pero en aquel momento, no era oportuno decir más. Asintió silencioso, dando entender que no preguntaría más y se acomodó lo mejor que pudo.
-¿Cómo está Arahael?
-Bien, te envía saludos. Ciertamente, parece que las cosas se hayan tranquilizado por el Norte... aunque nunca se sabe cuando puede surgir de nuevo el peligro.
-¿Elladan y Elrohir se han quedado con él?
-Así es. Tus hijos dijeron que volverían antes del otoño. Preferían quedarse con los Dúnedain una temporada más.
-Extraños designios nos acompañan. Temo que la Sombra sólo intente despistarnos e intente de nuevo algo contra los pueblos de la Tierra Media. Ojalá pudiera ver cuando.
Glorfindel asintió.
-Eso quisiéramos todos, amigo mío. Y precisamente porque no sabemos cuando ni dónde volverá a atacarnos, debemos permanecer en guardia.
-Tú lo has dicho, Glorfindel. Permaneceremos en guardia, más cuando ya ninguno de los tres reinos del Norte sobrevive como tal. Larga será la espera, me temo, hasta que realmente veamos libre de la Sombra la Tierra Media -sentenció Elrond mientras su mirada gris adquiría un brillo profundo.
-Y cuando llegue el momento, estaremos preparados, Elrond -sentenció Glorfindel. 

Mientras la conversación de Elrond y Glorfindel adquiría semejantes términos, Celebrían seguía persiguiendo al pequeño diablillo que escasos instantes antes había protagonizado lo que Glorfindel había descrito como un intento de vuelo sin alas. La pequeña, lejos de hacer caso a su orden de dirigirse a su habitación, había tomado una nueva dirección y en aquellos momentos, correteaba por Rivendel juguetona, escondiéndose y apareciendo ante la dama mientras lanzaba pequeñas risas divertidas, hasta que estuvo a punto de chocar con  alguien que caminaba tranquilamente y que apenas tuvo tiempo de pararla agarrándola por los hombros.
-Quieta, pequeña.
Naurloth frenó en seco y miró la aparición vestida de azul marino, con sus largos cabellos oscuros flotando a su espalda. Arwen Undómiel sonrió divertida mientras observaba como su madre seguía a la pequeña elfa.
-No deberías correr así si no quieres causar algún accidente, Naurloth.
La elfa sonrió. Le gustaba la hija de Elrond y tendió las manos hacia ella para que la tomara en brazos.
-¿Juegas conmigo?
Arwen la tomó en brazos al tiempo que Celebrían llegaba a su altura.
-¿Qué has hecho esta vez, Naurloth?
La respuesta fue una carcajada. Celebrían suspiró.
-Aparte de merodear como siempre al lado de tu padre, demostrar a Glorfindel que es una descarada.
-¿Eso has hecho?
Naurloth sonrió y hundió su rostro en el hombro de Arwen. La Estrella de la Tarde vio como su madre, pese a todo, sonreía. Al fin y al cabo, todo el mundo en Rivendel se mostraba comprensivo con aquella pequeña. Apenas hacia dos meses que vivía entre ellos y había costado casi todo ese tiempo que sonriera. Oírla, aunque fuera a causa de una travesura, reír, era alivio para todos y tanto Arwen como Celebrían entendían que Elrond estuviera siendo relativamente muy liberal con ella, que la dejara corretear por cualquier lugar y que incluso, las más de las veces, apareciera jugueteando en sus habitaciones. La pequeña se había aferrado a Elrond como a ningún otro habitante de Rivendel, como si la vida le fuera en ello. Arrancarla del lado del Señor de Rivendel resultaba una tarea casi imposible si no era Celebrían o la misma Arwen quienes lo hacían y esta última notó como la pequeña se agarraba a su cuello y volvía a preguntar:
-¿Juegas conmigo?
-Si prometes portarte bien, jugaremos.
La pequeña pareció pensar sus palabras. Finalmente sonrió a modo de respuesta afirmativa y Arwen la depositó en el suelo. La tomó de la mano, y tiró de ella. Sin decir palabra, Arwen miró a su madre y asintió en silencio. La Dama sonrió, pero no apartó la mirada de ambas mientras caminaba siguiéndolas
Recordaba perfectamente el día en el que un mensajero de Cirdán había traído consigo a Naurloth con un mensaje del Señor de los Puertos Grises y una carta para Elrond, solicitando su ayuda. Arrancar una palabra de labios de la pequeña, había costado más de una semana y conseguir que aceptara a los habitantes de Rivendel como compañeros, casi un mes. El mensaje de Cirdán había sido muy claro y en él se explicaba que Naurloth había llegado a los Puertos Grises desde un asentamiento elfo de Forlindon, que había sido arrasado por una partida de orcos que había descendido desde las Montañas Azules. Los pocos sobrevivientes del asentamiento habían conseguido alcanzar los Puertos Grises con penas y trabajos y con una carta para Elrond, de la que Cirdán desconocía el contenido y la solicitud de que la pequeña fuera trasladada a Rivendel. El día que había llegado Naurloth, Celebrían había podido contemplar en sus ojos el rastro de lo que había vivido. Aunque ahora fuera una traviesa elfa que correteaba por Rivendel, una sombra de dolor seguía ahí presente y temía que con el tiempo, la elfa se endurecería... porque los acerados ojos de Naurloth habían visto mucho y amenazaban con endurecerse aún más.
De repente, la voz de Naurloth se elevó mientras caminaba cogida de la mano de Arwen.
-¿Por qué te llaman Undómiel?
-Porque dicen que soy la Estrella de la Tarde de nuestro pueblo, Naurloth. Muchos dicen que les recuerdo a Lúthien Tinúviel, que soy su viva imagen.
-¿Conoces la historia de Lúthien Tinúviel? -preguntó Celebrían
La elfa no respondió inmediatamente. Y justo cuando Arwen estaba a punto de empezar a hablar, su voz se elevó limpia y clara, con un tono increíblemente bello.
-Las hojas eran largas, la hierba era verde,
las umbelas de los abetos altas y hermosas
y en el claro se vio una luz
de estrellas en la sombra centelleante.
Tinúviel bailaba allí,
a la música de una flauta invisible,
con una luz de estrellas en los cabellos
y en las vestiduras brillantes.
Allí llegó Beren desde los montes fríos
y anduvo extraviado entre las hojas
y donde rodaba el Río de los Elfos,  
iba afligido a solas.
Espió entre las hojas del abeto
y vio maravillado unas flores de oro
sobre el manto y las mangas de la joven,
y el cabello la seguía como una sombra.

Madre e hija la contemplaron sorprendidas. Jamás en Rivendel se había oído a ningún elfo cantar la historia de Beren y Lúthien con aquella voz prodigiosa que surgía de la pequeña elfa. Naurloth se calló.
-¿Y también te enamorarás de un edain como Lúthien?
Arwen se rió.
-Nunca se sabe, Naurloth.
-¿Quién te ha enseñado a cantar así, Naurloth? -preguntó Celebrían.
La elfa miró a la dama. La alegría desapareció de su rostro y sus ojos acerados se endurecieron.
-Atto3
Simplemente pronunció aquella palabra. Soltó a Arwen, se volvió hacia Celebrían  y se echó en brazos de la Dama, rompiendo a llorar. Celebrían la abrazó mientras trataba de tranquilizarla, susurrándole al oído tiernas palabras. Pero en el fondo de su corazón, sabía que el dolor de Naurloth tardaría mucho en consolarse y tal vez, jamás lo sería del todo.


1 Naurloth: Flor de fuego

2 Alassië nar i hendu i cenantet: Dichosos son los ojos que te ven

3 Atto: Papá



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