El forastero de Treaselgard

28 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Emanuel Ramos Peña
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10. La Tentacion del Oro

El sonido de estrujantes golpes continuos había despertado a Oethen. En cualquier otro día, esto se le hubiera echo sumamente molesto, pero no hoy, hoy era un buen día para Oethen. Los soldados de Rhutkaran martillaban tablones de madera, hacían carretas, cajones y ruedas para poder llevarse la mercancía que les había entregado el pueblo de Scosgleen. A pesar de que los enviados de Alrynor se preparaban para llevarse grandes cantidades de alimentos y otros bienes, Oethen se alegraba de esto, porque significaba que el día de mañana ya no iba a estar la maldita presencia de aquellos soldados que tanto aborrecía ella.

Oethen le costaba levantarse ya que era temprano, pero al fin lo hizo. De todos modos no hubiera podido dormir mas por el ruido que se oía afuera. Se levantó y se puso su albornoz de algodón color azul pálido y unas blancas zapatillas de forma sencilla pero con un lujoso grabado en oro en las cintillas, digno atuendo de la vida de la realeza. Como siempre que hacia al levantarse, iba hacia la ventana, como si esperara que el paisaje cambiara de un día a otro, o algún cambio repentino se pudiera apreciar en el pueblo.
Estaba ahí de pie, con los codos recargados en el alfeizar de la ventana y su rostro caía despreocupadamente en sus manos, mirando los patios interiores del castillo. Estaban ahí numerosos soldados vestidos de gris y café oscuro, los colores de la milicia de Rhutkaran, que estaban ocupados trabajando para prepararse para partir el día de mañana.

Algunos estaban  martillando y construyendo carretas, otros estaban cargando alimentos y mercancía variada, y claro, explotando algunos lugareños como si fueran esclavos. Esto era una de las cosas que odiaba de aquellos soldados, que disponían de su gente de manera salvaje y ni siquiera eran sus gobernantes. Ya le había contado a su padre lo que hacían aquellos hombres, pero al parecer su padre, Theodoric Weohstan, prefería que aquellos combatientes hicieran lo que les viniera en gana, con tal de no tener ningún problema con el reino de Alrynor. Tenía demasiado miedo en que desencadenara en una guerra. Guerra que muy probablemente perdería Scosgleen. 
Ahí abajo en el patio, también estaban unos cuantos soldados vestidos de negro y gris, estos, de la mesnada de Scosgleen, entre ellos estaba Gulzar Wak, el Comandante en Jefe de la milicia de su padre, que vigilaba impotente los insultos y las maneras poco humanas en que los soldados trataban a los lugareños. Oethen prefirió voltear hacia otro lado, era demasiado temprano como para ponerse de mal humor. No tenía caso preocuparse por algo que no podía resolver, mejor fijo su vista a lo lejos, en la posada que se encontraba a unos quinientos metros al norte de los campos que estaban frente al castillo, pero el frente de la posada estaba directamente frente a ella. Una modesta posada de dos plantas con algunos árboles tupidos a los lados y pequeños arbustos delante de ella, arbustos y zarzas que apenas se podían distinguir desde ahí.
Admiraba la belleza azulosa de las montañas a lo lejos, en general le gustaba todo el paisaje después de las murallas del castillo. De pronto, algo había distraído su vista y volteo hacia el cielo, el sol la deslumbró un poco y apenas vio la mancha de una figura que se acercaba hacia donde estaba ella. Repentinamente cambio de dirección y pudo notar ya sin el deslumbramiento de los rayos del sol matutino sobre su cara, la figura de una golondrina que se planeaba hacia la derecha y se posaba hábilmente en la orilla de un nido, y empezaba el incesante piar de las crías pidiendo comida.
Y la golondrina madre alimentaba con tanta dedicación a sus polluelos, como lo hiciera una madre humana. Cada vez que podía o se acordaba, le echaba una mirada hacia aquel nido. Al verlo, para Oethen cambiaba todo su panorama, y la hacia ver las cosas de mejor manera. De modo más positivo. Después de esto, Oethen se alejo de la ventana aferrándose el dorado cabello con su mano izquierda, movimiento que hacia siempre cuando estaba ansiosa.
Después de arreglarse como siempre, fina y discretamente, Oethen bajo hasta el salón comedor para desayunar con su padre, pero el no había bajado al desayuno. Se había quedado en su alcoba, al parecer porque no se sentía muy bien. Era uno de esos días, se decía en su mente, sintiendo un poco de pena y lástima por su padre. Después del desayuno salió del salón comedor por un pasillo de atrás, a un costado del comedor con paredes de piedra grises y cuadros con pinturas de artistas famosos que habían retratado a personajes de la nobleza de Scosgleen.
Caminó por el largo pasillo y doblo hacia la izquierda y luego camino por otro mas ancho con al menos diez pesadas bancas de madera  a cada lado del corredor en toda la extensión de este. Llego hasta una ancha puerta de madera obscura y  decorada con elaboradas tallas de madera. A un lado de la puerta, estaba un soldado sentado en una banca que estaba dormitando, se estremeció cuando vio pasar a Oethen. Se incorporó enseguida haciéndole una pequeña reverencia y le abrió la puerta.
Entró Oethen en la amplia y lujosa habitación de su padre, una habitación en el primer nivel del castillo, que usaba desde hace unos cinco años. Cuando ya no pudo subir y bajar las escaleras debido al terrible dolor en sus huesos. Además, a esta habitación le habían construido una enorme chimenea a un costado del cuarto que calentaba agradablemente toda la habitación. Ahí estaba su padre recostado sobre una gran cama con largas columnas hexagonales de madera, y la ropa de cama de un acogedor color carmesí con bordados dorados en las orillas. Estaba recargando su espalda sobre cojines del mismo color. La habitación estaba armónicamente decorada e iluminada con antorchas, ya que carecía de ventanas. Tenia junto a la puerta un escritorio de madera tallada con libros y pergaminos sobre este, y una extraña lámpara con cinco velas encendidas. Había una pequeña sala a la derecha de la enorme habitación con los muebles de madera y piel, un pequeño librero enfrente de la sala, ya que a Theodoric gustaba de la lectura.

- ¿Cómo estas, hija? - dijo desde la cama con una voz débil y rasposa.
- Bien, padre. Pero me preocupo por usted. - dijo Oethen que se acercaba hacia la cama y se sentaba a un lado de esta, tomándole la mano a su padre.
- ¡Esta helado! ¿Por qué no se ha puesto los guantes? - le pregunto preocupada Oethen que le acariciaba las manos.
- no te preocupes por mi, ya soy un viejo - dijo despreocupadamente Theodoric Weohstan.
- no eres un viejo, aun eres un Rey, recuerda, el Rey de Scosgleen. - le dijo seriamente Oethen acercando su mirada con la de su padre.
Theodoric se echo a reír débilmente.
- hay hija, me gusta tu forma de ver las cosas - le decía mientras apretaba débilmente las manos de su hija.
- no es en la forma que lo veo, es usted Sir Theodoric Weohstan, Rey de Scosgleen - expuso Oethen mientras le ponía unas vendas blancas en las manos de su padre.
- para ellos ya no soy nada. Lo he demostrado - dijo Theodoric mirando tristemente hacia la chimenea.
- no se desespere, todo cambiara, cuando se recuperes... -
- ¡Oethen por favor! - Cortó desesperado Theodoric - me estoy muriendo desde hace mas de seis años, lo se, lo acepto y no me da miedo. Por favor acéptalo tú. - terminó de decir mirando fijamente a los ojos tristes de Oethen.
- lo se, pero es que no me gusta pensar en ello - dijo mirando hacia el suelo.
- pues tienes que ir pensando en ello, recuerda que tu serás la que gobernará este pueblo y tienes que estar preparada. No cometas los mismos errores que cometí yo - dijo preocupado Theodoric. - De la traición en la que torpemente caí al creer que Shargorath era un pueblo aliado - explicaba con los ojos llorosos y la voz quebrada - ¡somos muy débiles! Y no tenemos ningún aliado para poder vencer a Rhutkaran, nuestros soldados son pocos y la mayoría o son muy viejos como yo... - dijo con una falsa sonrisa. -...o demasiado jóvenes para una guerra, por eso no nos podemos resistir.
¿Sabes? En los últimos dos años ha estado a punto de estallar más de diez ocasiones una guerra entre nuestros reinos, pero he estado haciendo tratos con ellos. Firmando tratados, aumentándoles la cantidad de mercancía que cada seis meses les damos ¡Siempre! Tratando de impedir, y por que no decirlo, de aplazar una invasión - terminó de decir Theodoric con una expresión sombría y mirando fijamente a su hija que le había puesto unos guantes de cuero.

A Oethen se le escaparon unas lágrimas que recorrieron sus rosadas mejillas para luego caer en las sabanas color carmesí. No tenía previo conocimiento de lo que le había dicho su padre y se sentía realmente mal, al pensar muy en el fondo, aunque jamás se lo hubiera dicho a nadie, que su padre era un cobarde. Que había manejado a Scosgleen conduciéndolo a una mediocridad de la que se aprovechaba el vecino reino tiránico, y que su pueblo soportaba sin protestar. Al saber esto, comprendía un poco más a su padre, viéndolo desde otro contexto y poniéndose en el lugar en que se encontraba su padre: protegiendo a su gente.

- no sabia... -
- lo se - interrumpió Theodoric débilmente. - me siento cansado hija, quiero dormir un poco, ¿me disculpas? -
- claro que si padre -  Oethen se levanto y acomodo las colchas, tratando de arropar a su padre.
- yo puedo, gracias - dijo Theodoric que débilmente agarraba las sábanas y se cubría el pecho con ellas. Tratando de demostrar que aun podía hacer algo por mas minúsculo que esto sea.
- si me necesita, hágamelo saber ¿si? - dijo Oethen que caminaba hacia la puerta.
- lo haré, hija, gracias -

Oethen se dio media vuelta, abrió la puerta y salió caminando rápidamente. Sabía que su padre no tenía sueño. En realidad lo había dicho para que lo dejara solo, había recordado cosas que le lastimaban y no quería que su hija lo viera llorar. Quizás creía que haciéndolo perdía la poca fuerza y valentía que le quedaban. Pero Oethen no pensaba de esa manera, ella estaría junto a su padre hasta el final.
Comúnmente, Oethen se preguntaba acerca de su vida o el cómo seria si algunas cosas no hubieran pasado. Soñaba con ser otra persona, una simple campesina del pueblo. Sin tener mas preocupaciones que las de una familia normal, sin tener que sonreír y agradar a todo el mundo, sin tener una responsabilidad de tener a un pueblo que pende de un hilo, sin tener que ser la heredera de un peligroso trono, sin tener que haber sufrido la muerte de su madre y su hermano, sin tener a su padre enfermo. Esto último era quizás lo que más le pesaba. Desde que su madre y hermano murieron ocho años atrás, Oethen se había convertido en una especie de todo hacia su padre. Lo cuida siempre que podía, ya que su padre no confía mucho en las manos de la servidumbre, en cierta manera había dejado de vivir su vida para estar al completo cuidado de su padre.
Aunque podían cuidar de él una gran cantidad de siervos, Oethen tenia que estar siempre con  él. Desde que enfermo su padre, ella ha abandonado y dejado a un lado toda su vida. Las amistades que tenia las había perdido por su ocupación completa que tenia hacia su padre, porque el la necesita y ella no lo podía dejar solo. A veces cuando la rabia la invadía por la infelicidad de su vida, Oethen deseaba que se padre muriera, y que la dejara libre para poder hacer lo que le plazca. Un paralogismo. Se culpaba por ello, por su egoísmo de soñar con cosas banales y no pensar en el sufrimiento de su padre. Un sufrimiento tanto físico como el dolor y agonía que sentía en su alma.

Oethen no quiso salir ni a la biblioteca ni a los parajes fuera del castillo. Subió a su alcoba y se recostó en su cama. No tenía ánimos de nada, hasta se le había olvidado el cuadro que había estado pintando desde hace ya varios días. Y durmió intranquila, pero profundamente.

Durmió casi toda la tarde, solo se levanto y ceno algo ligero. Un poco de pan con queso y vino tinto de Romaglk´n. Fue a la biblioteca un rato a terminar unos escritos que había dejado inconclusos y regresó de nuevo a su alcoba, ya de noche, ya oscuro. Se lamentaba de haber dormido demasiado por la tarde, ya que iba a tener dificultad para dormir de noche y por eso había subido con un libro de historia de los pueblos del este. Mando a que le prepararan un té hierbas silvestres para poder conciliar el sueño.

 Se recargo sobre el respaldo de su cama y comenzó a leer, pero después de un largo tiempo se le cansaron sus ojos, ya que la luz de la lámpara que estaba en la mesa de noche, al lado de la cama, no iluminaba demasiado. Además, ya era entrada la noche. Entonces apago la lámpara y se recostó en su cama. Comenzó a dormitar, pero en lo más profundo de su mente supo que algo no estaba bien. Algo iba a suceder.


Era pasada la media noche en los oscuros patios internos del castillo de Scosgleen. Un soldado de Rhutkaran caminaba haciendo guardia para cuidar la mercancía en la parte de atrás del patio. A lo lejos, en los pasillos que conducían hacia la biblioteca, podía ver de cuando en cuando, a otro compañero cuando este salía hasta el patio. La mayoría de sus compañeros estaban dormidos en las habitaciones del castillo, se las habían ofrecido por orden de Rhutkaran.

Nudd estaba caminando en ese momento, tiritando de frío, exhalando pequeñas nubes de vapor y estaba sobándose las manos para entrar en calor a pesar de que estaba bien abrigado. El rostro lo sentía tan helado que dolía, su nariz y sus orejas las sentía rojas del frío a pesar de que no se las podía ver. De vez en cuando, acercaba sus manos hacia una antorcha de las que estaban colgadas en los muros del castillo para calentarlas un poco.

Las tropas de Rhutkaran hacían dos rondas por la noche, y Labraid Nudd era un joven soldado de medio rango que acababa de empezar la segunda ronda. Labraid, un delgado hombre con piel muy blanca, era el tipo de personas que siempre se metían en problemas. Tenia una natural repelencia hacia las reglas y por ello se había salido desde muy joven de su hogar, para alistarse en el ejercito de Alrynor. Al entrar al ejército su carácter no cambio, y en numerosas ocasiones fue duramente castigado por algún teniente o jefe militar. Comúnmente Labraid era una persona muy carismática, pero solía gastarle bromas pesadas a sus compañeros y se había ganado esa fama a pulso, por lo que muchos no lo tomaban muy enserio.

Estaba caminando hacia el fondo del patio donde estaba una atalaya que estaba vacía. Al parecer nadie estaba vigilando ahí esa noche, además, eso les correspondería a los los soldados residentes. Llego hasta donde estaba el muro que topaba contra el Monte Urmeat, que tenia unas barras de hierro como refuerzos en toda la extensión de ese muro. Estaban clavadas con inmensos pinchos de hierro sobre el muro, esto para servir como contrafuerte para el muro de la montaña.
Labraid se devolvió pero de pronto algo atrajo su mirada hacia atrás, cuando de reojo pudo ver algo. Era un pequeño brillo amarillo en la base de la muralla. Insignificante quizás, pero intrigado Labraid se acercó hacia donde estaba ese pequeño punto amarillo que contrastaba con la oscuridad de la noche, apenas iluminada por unas cuantas estrellas que no habían tapado las nubes. Pero al acercarse el brillo desapareció.
Quizás fue solo el juego del reflejo de la luz sobre las barras de hierro que estaban empotradas en la base de la pared, pensó Labraid, pero sintiéndose intrigado por ello, siguió caminando de nuevo hacia donde estaban las carretas, a unos cien metros. Estaba ahí caminando de un lado a otro tratando de calmar el espantoso frío que hacia en aquella noche.  Entonces otra vez volvió a ver desde lo lejos un ligero brillo en el mismo lugar.
Tratando de no hacer demasiado ruido ni llamar la atención, Labraid se acerco rápidamente. Si lo descubrían, abandonando su lugar de vigilancia, seguramente lo castigarían con golpes y flagelaciones. Era usualmente lo que se utilizaba contra faltas menores en la milicia de Rhutkaran. Se acercó de nuevo, estaba a unos treinta metros del muro y el brillo se apagó otra vez. El joven soldado se desespero, creía que el frío y el hambre le estaban haciendo jugarretas cuando debería de estar vigilando las mercancías.
Entonces retrocedió caminando hacia atrás y vio de pronto que un pequeño punto amarillo apareció. Labraid se detuvo. Camino hacia el muro y desapareció de nuevo. Pero ya había fijado el punto exactamente de donde había salido ese extraño reflejo. Se acerco lentamente hasta el muro y miro detenidamente. Estaba una larga y gruesa barra de hierro, y sobre esta, estaban enormes clavos de hierro a una distancia de un metro cada uno, para poder sostener la barra en el muro. Al parecer no había nada fuera de lo normal, de donde había salido el brillo era un pincho opaco y viejo como todos los demás. Pero...
Rápidamente vio la diferencia, era igual, la misma forma, pero era un poco menos opaco que los demás. Viéndolo concienzudamente, resaltaba de entre los otros. Labraid saco una pequeña daga, que reflejó por un instante la luz blanca de la luna y luego raspó el pincho y lo encajo lentamente con fuerza. La aguja penetró el metal lentamente, y Labraid se dio cuenta de esto, y raspo un poco más. Estaba sumamente emocionado. Entonces con la hoja arrastro un pequeño trozo de metal y lo vio caminando lejos del muro, para que le diera la luz de la luna.
Era brillante y... dorado. ¡Es oro! Pensó Labraid emocionado, y luego se acercó de nuevo al muro y con la daga empezó a tratar de sacar el pincho de la barra. Batalló, pujó y estiró, creyendo que iba a romperse la daga, pero el pincho de unos quince centímetros de largo cayo frente a sus rodillas. Se escucho el ruido metálico en todo el silencioso patio. Labraid asustado volteo hacia todos lados fijándose si venia alguien y se guardo el enorme clavo en un bolsillo. Camino buscando en los demás pinchos que había en la pared pero los demás solo eran de un común y corriente hierro.
Trato de desmontar el otro pincho para quitar la barra de hierro. Con mucha dificultad lo logro, se sentía emocionado, un hormigueante cosquilleo recorría su cuerpo. Estaba sudando por el nerviosismo y por el esfuerzo que había echo, cayo el otro, y también se desplomó la barra de hierro. Era una barra  unos quince centímetros de ancho y un metro de largo, pero Labraid la tomó antes de que cayera al suelo y se escuchara en todo el lugar y hubiera despertando a todo mundo. La pared estaba echa por grandes bloques de piedra de al menos un metro de profundidad, calculo Labraid. Con su daga empezó a raspar el contorno de la piedra donde había estado el valioso pincho. Quizás había encontrado algo.
El bloque de piedra se movió apenas unos milímetros, Labraid le recorrió una emoción en todo su cuerpo. Ese bloque al parecer era más delgado que lo normal, podría tener unos veinte o treinta centímetros de ancho. Pero seria muy difícil el sacarlo el solo. Creyó escuchar a alguien que caminaba a lo lejos, y corrió sigilosamente hacia donde debería de haber estado vigilando. De pronto la tensión y la emoción le habían devuelto el color al soldado. Entonces cogió una antorcha que estaba colgada en la pared y raspó con la daga el enorme clavo, y si, al parecer estaba todo echo de oro.

Labraid estaba emocionado, sentía la excitación de la adrenalina en su cuerpo. Esa pieza de oro que tenia en el bolsillo valdría una fortuna. Ansiosamente caminaba de un lado a otro, al parecer de tanta excitación se le había quitado el frío, solo pensaba en porque los demás pinchos no eran iguales. Alguien lo había colocado ahí como una señal, alguien puso ese pincho de oro chapeado con algún metal corriente señalando algo, pensaba Labraid sin soltar de sus manos la valiosa pieza.

Quizás es un tesoro, podría haber miles de piezas como la que tengo en mis manos ahí adentro, se dijo entre murmuros. De pronto se olvido de todo lo que lo rodeaba, del frío, del hambre, de la oscura noche, de lo pesado que era vigilar en la última ronda de la noche. Se sentía más fuerte, creía poder ver más en aquella oscuridad, se sentía mas vivo. No pensaba en otra cosa más que en regresar hacia esa pared, quitar el bloque de piedra y encontrarse con un gran tesoro que lo sacaría de la pobreza en la que se encontraba, y huiría de Rhutkaran. Se iría hacia otros lugares menos hostiles para disfrutar de esa fortuna que le esperaba.
Pero había un problema.
A pesar de que el bloque era mas pequeño de lo normal, seria imposible sacarlo sin ayuda. Necesitaría varios días para hacerlo, y al amanecer partirían hacia Rhutkaran. Tenía que ser esta noche. No podía esperar otro día mas, era hoy o nunca se decía en su mente. Pensó en Weland, el otro soldado que peinaba la zona donde se ponían los puestos de mercaderes, a un lado de la Torre del Homenaje. Era en el único de los que estaban despiertos en quien podía confiar. Desde ahí, lo podía ver caminar vacilante hasta llegar al pasillo que comunicaba a la biblioteca, y luego regresaba de nuevo.
Odiaba el tener que compartir su tesoro, pero seria lo mejor, no se podía arriesgar a perderlo todo si lo dejaba así como estaba y regresar dentro de seis meses para llevárselo. Probablemente ya hubieran hurgado donde había quitado la barra de hierro. Le molestaba tener que haberlo descubierto el tesoro el último día que le quedaba ahí. Quizás, pensaba Labraid, ¿si hiciera algo?, ¿Si fingía un robo en la mercancía? ¿O soltaba a los caballos para ganar más tiempo y llevarme el tesoro? Pero no, no podría hacer algo así, era demasiado arriesgado. Alguien podría sospechar y el plan se vendría abajo, era mejor no arriesgarse. Además, si la sola indicación del tesoro era un gran clavo de oro de quince centímetros de largo, ¿cuanto más habría dentro de la pared? No tenía que ser tan avaricioso. Tenía que conseguir la ayuda de alguien. 

Se acercó al pasillo que estaba junto a la biblioteca y se paro junto a una columna para ver sin ser visto, ya que estaba muy oscuro el pasillo. Estaba ahí, ansioso esperando que diera vuelta su compañero y platicarle su plan. Espero un rato parado en aquel pasillo, mirando hacia la esquina del edificio principal. Al fin vio dar vuelta a un hombre del que solo se veía su negra silueta caminar por el patio, en el que el suelo se veía de color plateado por la luz de la luna. Vio que se acercaba más, pero aun no podía distinguir su rostro, caminaba pesadamente, sonaba el roce de sus ropas y pequeños sonidos de cadenas al mover sus brazos por la cota de malla que llevaba puesta.
Labraid hizo un suave chiflido imitando a un ave.
El hombre  desconcertado se acercó al pasillo para ver de donde provenía el sonido.

- ¿Weland? - dijo Labraid en voz baja y saliendo rápidamente detrás de la columna.
Weland se estremeció asustado y se le cayó el casco que llevaba en una mano. El casco rodó ruidosamente hasta los pies de Labraid.
- ¡no hagas ruido, tonto! -
- ¡maldito! Me asustaste - decía enojado Weland que se agachaba por el casco y luego le dio un golpe en el pecho a Labraid.
- baja la voz, ¿quieres que todo el mundo se despierte? - le decía Labraid haciéndole un ademán con el dedo índice poniéndoselo cerca de la boca.
- sigues como siempre, mejor ve a hacer tu trabajo. Yo haré el mío - dijo Weland y dio la media vuelta.
- ¡no te vayas! Necesito mostrarte algo - dijo en tono suplicante.
- ¿otra de tus bromas? No gracias. Así estoy bien - dijo Weland caminando y levantando la mano derecha.
Labraid lo siguió y corrió hasta llegar junto a él - encontré algo allá en la muralla trasera, donde están las barras de hierro. Quite un enorme clavo y resulto ser de oro, pero lo mas importante es que encontré una piedra falsa, que no es mas ancha que mis dos manos juntas. Estoy seguro que allá abajo abra mas cosas como esta - le platicó Labraid visiblemente emocionado, y sacó de su bolsillo el clavo.
- nos meteremos en problemas - dijo Weland tomando sin interés lo que le enseñaba su compañero.

Weland observo el enorme pincho viéndolo con la luz de la luna, y luego yendo hasta donde estaba una antorcha. Labraid se quedó callado, mirándolo impacientemente.

Weland miraba el objeto detenidamente y luego dijo - Sigue soñando, esto es solo un corriente... - hizo una pausa mirándolo más de cerca y acercándose más a la luz de una antorcha que estaba en la pared - ... ¡pedazo de oro! ¿De donde lo sacaste? - lo miró acusadoramente.
- ¿no te estoy diciendo?, lo saque de las barras de hierro que están en la pared trasera -
- ¿Quién mas lo sabe? - pregunto Weland rascándose con una mano la barbilla.
- nadie, solo tu y yo. Nadie debe de enterarse, ya sabes como son esas ratas de los jefes mayores. Si se llegasen a enterar nos lo quitarían todo, y ellos se forrarían los lomos de riqueza mientras que a nosotros probablemente nos encerrarían de por vida en algún calabozo, en el mejor de los casos. ¿No es verdad? - decía Labraid rápidamente, casi sin hacer pausas.
Weland asintió con la cabeza - ¿Cuántos mas hay? - 
- solo este, los demás son como lo que querías decir, un corriente pedazo de hierro. Me cerciore de ello. Y como te decía, creo que alguien escondió un tesoro ahí,  puso este pincho como señal para poder buscarlo sin necesidad de un mapa - dijo Labraid tomando el pincho de la mano de su compañero y mostrándolo emocionado.
- pues el que lo hizo, no se caracterizaba por su inteligencia - dijo Weland
- lo se -
- un estúpido - recalcó Weland.
- lo se, lo se. ¿Pero a quien le importa? Lo único que quiero es llevarme todo el oro que esta ahí, y tiene que ser hoy, Weland, hoy o nunca. - dijo ya desesperado de que Weland aun no se convencía. - ¿te animas? Lo repartiremos por la mitad. Ten en cuenta que estoy siendo muy generoso, tomando en cuenta que yo fui el que lo descubrió, y me correspondería la mayor parte, pero aun así te estoy ofreciendo esta oferta porque tu sabes la amistad que hemos llevado desde hace... -
- ¡Cállate Labraid! - dijo fastidiado Weland. - lo haces simplemente porque no puedes solo y necesitas mi ayuda, o se podría decir, la ayuda de cualquiera que estuviese haciendo guardia junto contigo -
Labraid como si no estuviera poniendo atención solo lo miraba - ¿y entonces? -
- ¡pues vamos! - dijo Weland.

Los dos jóvenes soldados si dirigieron hasta el muro de piedra y se inclinaron para ver la situación y planear como sacar esa piedra que sobresalía apenas milímetros de la pared. Labraid intentaba sacar un poco la piedra introduciendo la pequeña daga en los bordes de la piedra floja y la pared, pero no se podía. La daga era demasiado pequeña.

- ¿y tu espada? - le pregunto Weland a Labraid.
- la deje en los dormitorios, ¿y la tuya? - pregunto mientras le salían unas pequeñas gotas de sudor de la frente. Producto del nerviosismo que lo apresaba.
- voy por ella, la deje recargada junto a la pila - dijo Weland y se levantó y corrió con los brazos pegados al cuerpo, evitando que sonara demasiado la armadura de malla que llevaba puesta.
- ¡Weland! - grito un poco Labraid.
Weland volteo y se regreso un poco - ¿Qué quieres?
- consigue una cuerda -
- ¿para que?
- tu solo consíguela, y no te tardes - le dijo Labraid, y Weland se fue hacia el castillo.

Labraid se quedo solo esperando a que regresara su compañero y de pronto se dio cuenta de lo frías que tenía las manos. No se había dado cuenta de ello, quizás por la distracción que le ocasionaba haber descubierto lo que parecía ser un tesoro. Pero poco a poco el frío volvió a sentirse, el sudor de su frente hacía que se le helaran las sienes. Juntó sus manos y comenzó a soplar, calentándolas con el vapor que salía de su boca. El castillo se veía más oscuro, los altos vientos habían arrastrado un gran número de nubes tapando cualquier luz que viniese de la luna y las estrellas. Ahora el castillo estaba más oscuro, solo iluminado por unas pocas antorchas alejadas que estaban a cada pared del castillo.
Esperó un rato más y escuchó pequeños tintineos metálicos provenientes del pasillo de la biblioteca, pero no se podía ver nada, ni siquiera una silueta, hasta ya, a mitad del patio pudo ver a Weland que traía consigo una larga espada plateada.
 
- te tardaste - reclamo en voz baja Labraid.
- me quede platicando con Anhert, que esta de guardia vigilando la parte frontal del castillo, y ahí estaban otros soldados de Scosgleen - dijo sentándose frente a la piedra.
- no te deberías haberte tardado tanto. No estamos como para encuentros sociales - le reclamó Labraid.
- tenia que despistarlo, no podría haberme venido así como así, ya sabes como es, tu mejor que nadie sabe como es el - le contesto Weland.
- un gran bocón - dijo Labraid con molestia.
- si, y tenia que despistarlo - afirmo Weland.
- no le habrás contado nada ¿o si? - lo miró Labraid agudamente.
- claro que no, no quiero mas que tu, compartir este botín - dijo Weland que empujaba la hoja de la espada entre la piedra y la pared, haciendo un raspante sonido.
- bien - concluyó Labraid.

Weland metía la hoja de la espada arriba de la piedra y Labraid agarraba lo que sus dedos podían de los lados, tratando de estirarla. No se podía. Luego Weland hizo lo mismo, pero Labraid con dos dagas. Las encajo a los lados de la piedra, y jalaron juntos haciendo fuerza, provocando que se deslizara ruidosamente la piedra. Se entusiasmaron por un instante, pero luego vieron que solo se había movido apenas medio centímetro y ya llevaban tiempo intentándolo.
Dejaron de intentar de hacer eso, si seguían igual, les amanecería y apenas estarían quitando el bloque de piedra. Además, no debían de dejar tanto tiempo desocupados sus lugares de vigilancia. Estaban los dos hincados frente al bloque de la pesada piedra, pensativos, tratando de idear un plan para sacar la maldita piedra de ese lugar. Si seguían así, vendrían otras personas y le tendrían que decir adiós al plan.

- ¿Qué opinas? - pregunto Weland estremeciéndose por el frío y a la vez limpiándose las gotas de sudor de la frente.
- no se, tiene que haber alguna forma - Hizo una pequeña pausa - ¿Dónde podríamos conseguir herramienta? -pregunto Labraid.
- no es buena idea. La herrería esta frente al castillo, y allá esta un montón de gente a la que le tendríamos que explicar para que queremos herramientas de trabajo a unas cuantas horas antes del amanecer - dijo Weland moviendo la cabeza en  negación.
- intentemos de nuevo - dijo Labraid.

En realidad Labraid no quería que Weland estuviera pensando siquiera en pedir ayuda a otra persona, ya con dos era suficiente. Había batallado muchísimo en decidir platicarle a Weland, y el permitir que otra persona se incorpore al plan seria el colmo. Sería mas difícil de controlar la situación, empezarían las envidias, comenzarían las peleas por la repartición del botín, probablemente se correría la voz, alguien hablaría, quizás hasta llegaría a intentar asesinar al resto y quedarse con todo. ¡Diablos! Comenzaba a razonar como un loco, pensó Labraid. Lo mejor era seguir trabajando.

Siguieron intentando en silencio, sin dirigirse la palabra. Estaban haciendo lo mismo que antes y poco a poco se fue deslizando la piedra. Ahora ya estaba casi diez centímetros afuera. Estaban sudando y jadeando un poco, luego con las manos estiraron el bloque de piedra que se deslizó rápidamente y cayo sobre el suelo. Lo arrastraron un poco lejos del lugar con un ruido rasposo y chillante a la vez.

- ¡lo logramos! - dijo emocionado Labraid en voz baja.

Weland asintió con la cabeza y empujo el bloque de piedra que habían sacado hacia un lado, era de unos veinticinco centímetros de profundidad. El muro completo en ocasiones podía tener un espesor de tres o cuatro metros. Labraid estaba emocionado, se acariciaba las manos tratando de entrar en calor, pero también estaba nervioso. Debían hacerlo rápido, pronto llegaría alguien y los descubriría, pero por lo pronto veía hipnotizado la entrada a un pequeño túnel.
 Ahí estaba.
Como una boca abierta y negra. Un oscuro hueco rectangular del tamaño de una pequeña caja, de ahí, parecía salir un ligero olor a encerrado. A algo antiguo. Los dos soldados lo notaron pero ninguno dijo nada. Labraid se apresuró y metió la mano dentro del negro hueco pero no tocó nada, no podía alcanzar el fondo. Probablemente continuaba mucho mas adelante.

Labraid saco su brazo y se levanto con la cara preocupada - alguien tendrá que meterse en el hueco -
- ¿y por que me miras así? - Dijo Weland sintiendo de pronto un ligero miedo - tu eres el mas delgado, yo jamás cabria en un hueco como ese. Es demasiado angosto - dijo Weland comparando su fornido cuerpo con el de Labraid, que sin ser esquelético, era por mucho mas delgado que Weland.
- tienes razón, Weland - dijo pensativamente.
- ¿entonces que esperas? - Le apresuró Weland - tenemos que apresurarnos. Allá afuera no tardaran en preguntarse por que estamos fuera de nuestros puestos, tenemos que sacar rápido todo lo que encontremos y largarnos lo mas pronto posible -
- no esperaras, que me meta así nada mas en ese oscuro hueco, ¿o si? - Decía Labraid señalando el angosto hueco densamente oscuro que resaltaba sobre la parda muralla - voy a traerme una antorcha -  termino de decir mientras caminaba rápidamente hacia la pared del castillo a cien metros.
- ¡llamaras la atención! - le indico Weland.
- no me importa -

Weland se quedo ahí sentado sobre el bloque de piedra, mirando hacia el oscuro agujero, sin fondo. Sentía alivio de no ser él, el que se tendría que meter en aquel hueco, aquel hueco tan negro, tan estrecho, ¿Qué pasaría si se llegara a derrumbar? O se atorara y no pudiera salir y quedara atrapado entre las frías paredes de ese siniestro túnel, pensaba el soldado al tiempo que sentía un escalofrío.  Hace demasiado frío, dijo el soldado así mismo mientras se frotaba las manos.
Seguía ahí sentado a un lado del hueco. Esperando que Nudd se metiera y sacara valiosas joyas, y quitarse de los problemas de estar en el ejercito. Donde los trataban casi igual que a los esclavos, donde los humillaban y los denigraban como si fueran bestias. Como le gustaría poder obtener ese oro y estar igual con igual con Nox, el General la milicia de Rhutkaran. Deseaba tratarlo como el lo hacia con sus hombres, que los trataba como si fueran basura, escupiéndoles en la cara diciéndoles lo miserables que eran cada vez que podía. Era una bestia, maldecía Weland al recordarlo. Solo a los caballeros de primer rango eran por los que sentía un poco de respeto.
Soñaba  con que ese día llegase. Y era esta noche. Esta noche cambiaria toda su vida, era la oportunidad que siempre estuvo esperando. Solo esperaba a que llegara Labraid. No tardo mucho, venia caminando con paso acelerado y con la antorcha en la mano izquierda.

- listo, deja me  meto - dijo Labraid hincándose frente al hueco.
- espera - dijo Weland y se agacho frente al hueco. Metió la cabeza un poco, notando que estaba oscuro, frío y sentía una pequeña brisa que entraba hacia el oscuro canal.
- ¿Qué haces? -
Weland saco la cabeza y se incorporo frente a Labraid - solo me cercioraba de que no oliera extraño, tu sabes, estamos al lado de una montaña y esta podría expeler gases venenosos o que con las llamas de la antorcha pudieran ocasionar alguna explosión -  explico Weland - pero creo que esta seguro -
- ¡vaya si eres listo! - dijo Labraid con una sonrisa burlona.

El otro soldado no dijo nada, solamente se quedo serio. En realidad estaba nervioso. Quizás tenia miedo, pero... ¿por que? No había razón para tener miedo, se trataba de autoconvencer Weland, pero en realidad sentía algo extraño. Algo en el lugar no estaba bien.
Labraid se hincó frente al hoyo y metió la antorcha en el hueco. Estaba un poco más espacioso adentro y no tendría tanta dificultad para moverse, pero también notó que estaba ligeramente inclinado hacia abajo. Labraid se dirigió a Weland.

- pásame la cuerda -
- ¿para que la quieres? - dijo Weland que se levanto para ir por la cuerda.
- es un pequeño túnel, y esta inclinado un poco hacia abajo. Me tendré que atar la cuerda a mi cintura por si llego a resbalar, así es que tu debes estar atento y no vayas a aflojar la cuerda, ¿esta bien? -
- esta bien, si necesitas que te estire, solo estira la cuerda y yo te sacare de ahí - le contesto Weland que lo ayudaba a amarrarse la cuerda a la cintura.

Labraid metió su cabeza en el angosto hueco sintiéndose de pronto como si estuviera en otro mundo. Un mundo plagado de oscuridad y frío. La antorcha iluminaba las paredes de piedra que estaban tremendamente frías, como hielo, y húmedas. Le costo un poco meter todo el cuerpo por el hueco, pero ya estaba en el pequeño túnel. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al estar dentro del pequeño túnel. Por un instante se arrepintió de haberse metido al túnel.
El hueco por donde había entrado era muy estrecho y le costaría salir con mucha dificultad. Además, no podía dar vuelta, solo lo podría hacerlo gateando hacia atrás. En ese momento se imagino mil cosas que le pudieran pasar, pero trato de concentrarse en el oro. En todo lo que podría hacer con su fortuna.

- ¿estas bien? - le pregunto Weland desde afuera.
- si, estoy bien -

Labraid se asustó de pronto con su propia voz que resonaba en el pequeño túnel por el que iba gateando, el eco chocaba en las frías paredes y luego de pronto se ahogaba y quedaba solo silencio. Un siniestro silencio. Siguió avanzando tratando de ver algo hacia delante, pero solo estaba el impenetrable fondo negro. No lograba ver nada a pesar de que forzaba su vista. Mientras avanzaba, estaba olfateando cualquier cosa extraña que pudiera percibir, pero tampoco había nada. Solo escuchaba su propia respiración, y el arrastre de su propio cuerpo en el túnel
Avanzó un poco y llego a un punto donde el túnel se hacia mas angosto.  El techo también se hacia mas pequeño, solamente podía avanzar casi acostado, solo impulsándose con sus antebrazos y sus pies. Esto lo lleno de desconfianza, de miedo, pero tenia que continuar. Aun podía escuchar que le hablaba Weland desde afuera. Se escuchaba muy cerca ya que no había avanzado mucho. Pero no quería hablar, estaba concentrado en lo que habría al final del túnel.
Estaba empezándolo a molestar la estrechez del túnel, lo frío de las paredes, la oscuridad que se veía hacia delante. Además de que había empezado a oler a algo. No era algo peligroso, al menos eso creía, pero era un olor a algo antiguo. Ancestral. No lo podía explicar, era algo inconcebiblemente antiguo, que sin oler a algo putrefacto no era algo del todo agradable. Además había comenzado a sentir mas frío ahí adentro, no había brisa, pero se sentía un extraño frío que le congelaba las manos, sentía que algo estaba mas adelante. En la oscuridad.
Siguió avanzando un poco mas, pero ahora con cierto temor. Por primera vez, comenzaba a tener temor verdadero. Temor palpable. Entonces mientras avanzaba la llama de la antorcha se empezó a debilitar lentamente, el túnel fue oscureciéndose siniestramente. Labraid se asustó y trato de regresarse, entonces la antorcha de nuevo recobró su luminosa llama que tenia anteriormente. Quizás le falta aire, pensó Labraid, pero no podía ser, el podía respirar perfectamente.
Avanzó de nuevo hacia delante y vio como la flama de la antorcha se debilitaba, esta vez la dejó un poco más, pero se asustó al ver que esta casi se apagaba. Por un instante, pareció como si la oscuridad se le hubiera abalanzado. Volvió a arrastrarse hacia atrás. La flama recobro de nuevo su fuerza. Esto ya no le estaba gustando nada. Trataba de iluminar hacia adelante pero no veía absolutamente nada, y ese comportamiento de la antorcha era inexplicable. No faltaba aire, no había brisa que debilitara la antorcha. Además, con el aire no se apagaba de esa forma una flama, y aquí se debilitaba como si estuviera perdiendo fuerza, como si la oscuridad que había adelante debilitara la llama lentamente.
Labraid se sentía cobarde, sabia que estaría un gran tesoro en aquel lugar, pero tenia miedo, preferiría salirse de ahí y vender el poco oro que ya había obtenido. Se fue arrastrando hacia atrás y se atoró un poco. La flama de la antorcha empezó a debilitarse lentamente. La oscuridad empezaba a ganar espacio lentamente. Las sombras acariciaron las paredes como siniestras lenguas.
Labraid estaba ya aterrorizado, estaba estrujándose contra las frías paredes que parecían haberse angostado apretándolo con sus frías garras.
- ¡Weland! Sácame de aquí. - grito asustado.

El grito le penetro en su cabeza haciéndole eco. Estaba en pánico. La llama de la antorcha cada vez se hacia mas débil, y la densa oscuridad cada vez se acercaba mas. Una oscuridad fría y siniestra como no la había visto nunca jamás. Labraid estaba forcejeando tratando de salir, jadeando y sudando rápidamente. - ¡Weland! - volvió a gritar, resonando su voz deformada por el pánico en el túnel.
Había oscurecido cada vez mas, la flama cada vez se debilitaba a cada segundo que pasaba. Ahora apenas si podía iluminar las paredes. Sintió un violento escalofrió y se debilito mas la flama hasta que la tela de la antorcha quedo al rojo vivo. De pronto también la tela se apagó, entonces Labraid supo que no estaba solo. Algo tan oscuro y frío como esa cámara estaba frente a él.
Negrura.
Todo a su alrededor era negrura. Había una frialdad de malevolencia en aquella oscuridad. Labraid estaba ahí solo en medio de la más inmensa y aterradora oscuridad. Sentía que algo estaba delante del, algo maligno, algo que había devorado malsanamente la luz. De pronto un intenso frío hizo que se le helara su rostro. Labraid no podía ver ni escuchar nada pero sabia que lo estaban en la oscuridad se movía hacia el. Lo podía sentir en el aire. Entonces el terror lo invadió anidándose en todo su cuerpo. Entonces comenzó a gritar horrorizado pero al hacerlo de pronto sintió como un aire intensamente frío entraba a su boca. Un olor a malignidad antigua.
Por mas que intentaba no podía retroceder, sentía los tirones de la cuerda pero no se movía. Había perdido el habla, de su boca solo salían sonidos informes y gritos con grotescos gorgoteos. Un escalofrío le estrujaba violentamente el cuerpo. Entonces pareció escuchar algo, algo suave. Un murmuro suave que provenía delante de él. En la oscuridad. Esto lo volvió loco de horror. Comenzó a llorar incontroladamente y escuchando el murmuro que en ocasiones podía escuchar como una pequeña risa. Una risa maligna. Trataba de mirar que era pero no veía más que la intensa negrura de la oscuridad. Cerró los ojos al sentir que algo se acercaba. Estaba demasiado cerca.
Entonces sintió que algo terriblemente frío lo tocaba.


Weland se estremeció del grito tan fuerte que soltó Labraid. Era un alarido de terror que le hizo tambalearse y sentir que su piel se erizaba. Jamás había escuchado un grito tan espantoso como ese. No podía ser de un humano, pensó por un instante. Rápidamente fue a estirar la cuerda, pero estaba atorado.
Escuchaba como Labraid seguía gritando, pero parecía no ser él. Parecía ser alguien más, una voz transformada por el horror. Weland seguía estirando la cuerda pero no podía sacar a su compañero. De pronto se escuchó un fuerte crujido y la voz de Labraid se acallo. Weland soltó la cuerda asustado y de pronto el muro pareció retumbar y trono fuertemente.
Bloques de piedra con polvo y grava saltaron violentamente por todos lados derribando a Weland. Se formo una pequeña nube de polvo que le provoco escozor en la nariz y en los ojos. La nube de polvo seguía ahí, aun había pequeños granos de piedra que caían sobre el piso. Weland se levanto adolorido y volteó hacia su lado derecho y vio el cuerpo inerte de Labraid. Pero entonces comenzó a ver que algo salía de la cámara. Algo oscuro como una niebla negra de maldad fue tomando forma lentamente frente a él, y en un movimiento espeluznantemente rápido lo envolvió en un manto de fiera locura.
De pronto Weland supo por que había gritado su compañero.
Entonces comenzó a gritar.



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