El forastero de Treaselgard

28 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Emanuel Ramos Peña
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9. Restos en la Oscuridad

Ethelred  camino silenciosamente por el largo pasillo, creyó haber visto la sombra de alguien al final del pasillo. Pero al  llegar ahí pudo ver que la sombra que había visto era de una rama de un árbol que se movía violentamente con el aire. Estaba tronando muy fuerte, la lluvia se había convertido casi en una horrible tormenta de relámpagos. En el interior del Monasterio resonaban los estruendosos truenos. Pero de pronto algo ahogo el rugido de los truenos.
Un grito.
¡Es Jumella, esta en el sótano! Pensó Ethelred rápidamente. Entonces corrió por el pasillo hasta llegar a la división de caminos. Estaba completamente oscuro, no se veía absolutamente nada
- ¿Dónde estas? - pregunto Ethelred y  camino  por el angosto pasillo y de pronto le sobrevino otro escalofrió al oír otro grito que le penetro siniestramente en su cabeza.
- ¡Ethelred! -
Fue un grito más fuerte, un alarido de pánico que pareció escucharse en todo el lugar. Jamás había escuchado algo así. Bajo las escaleras rápidamente con la antorcha por delante y una brisa fría de pronto le pego en el rostro al pisar el suelo del sótano. No volvió a escuchar nada. No se veía ni se escuchaba nada. Dio algunos pasos hacia enfrente de las escaleras pero no podía ver nada mas allá de tres metros. La luz de la antorcha solo resplandecía pero parecía no iluminar el sótano.
- ¿Jumella? - pregunto Ethelred en voz baja. Trataba de escuchar hasta el más mínimo sonido.
Camino cautelosamente pegado hacia la pared, sintió la pared fría como hielo. Al estar avanzando hacia delante vio una mesa con sillas alrededor. Se acerco un poco y vio mas adelante algo en el suelo. Era lo que parecía ser un bulto oscuro. Al acercarse más, notó que era Jumella que yacía tirada en el suelo, inconsciente. Se acerco rápidamente a ella y se acuclillo para ver que era lo que le había pasado, pero de pronto vio que había algo a unos pasos detrás de ella.
Era una figura grisácea, difusa en la oscuridad. No cabía duda que era una figura de apariencia humana, parecía estar de pie a unos pasos detrás de Jumella. Estaba quieta, solo se mecía suavemente hacia los lados, pero mantenía sus ojos fijos en Ethelred. Pudo notar el frío brillo de sus ojos reflejados en la luz de la antorcha.
Ethelred se quedo helado al ver a la siniestra figura, y aun más cuando esta se movió y se dirigió hacia él.


En la habitación del Arzobispo Jumella y Geb estaban buscando entre los cajones vacíos del escritorio y la cama, pero no habían encontrado nada. Había desaparecido cualquier rastro de manuscritos y documentos en todo el Monasterio. De pronto vieron por la ventana el resplandeciente rayo que caía en un árbol cercano y pudieron ver como se partía en dos y se incendiaba una parte de este. Las llamas continuaron un momento, pero con la fuerte lluvia pronto se apagaron.
- ¿escuchó eso? - pregunto Geb en tono serio a Bassanti.
- si, creo que si - dijo Bassanti al tiempo que se acercaban a la puerta, tratando de escuchar algo.

¡Ethelred! se escucho un espeluznante grito de Jumella

- ¡Es Jumella! - dijo Bassanti rápidamente.
- ¡Viene de los sótanos! - se apresuro a decir Geb mientras bajaba rápidamente las escaleras detrás de Bassanti que llevaba por delante la antorcha. Llegaron hasta el pasillo y corrieron hacia donde topaba el camino.
- ¿hacia donde vamos? - pregunto Bassanti desesperada, de pronto se le había acelerando su corazón, estaba jadeando nerviosa igual que Geb.
- no lo sé - dijo Geb, que de pronto parecía estar sudando a chorros - Mira, es hacia allá - dijo señalando hacia la izquierda.

Corrieron a través de un pasillo que se hacia mas angosto a medida que avanzaban y luego llegaron a las escaleras. Bassanti estuvo a punto de caer pero alcanzo a aferrarse de la pared. Vieron que en el fondo del sótano se veía una mortecina luz naranja.
- ¿Quién esta ahí? - pregunto Geb con la voz nerviosa mientras bajaban por las escaleras rápidamente.
- yo, Ethelred - dijeron desde abajo - ¡vengan rápido! - ordenó tajantemente. Se escuchaba tenso, asustado.
- ¿que paso? ¿Por qué gritaron? - pregunto Bassanti que llego hasta el ultimo escalón y vio a Ethelred con una antorcha que le iluminaba de manera siniestra su rostro y con la otra mano sostenía una espada amenazadoramente.  Pero no los miraba a ellos dos. Miraba hacia delante, pero Bassanti ni podía distinguir nada. Por un instante creyó que había asesinado a Jumella. Pero después pudo notar que ella estaba viva, estaba parada unos pasos frente a él. Pero... no, no era ella. Algo estaba frente a Ethelred, estaba una figura grisácea, una figura fantasmal y etérea que apenas si se podía distinguir entre la oscuridad.
Geb y Bassanti se acercaron cautelosamente hacia donde estaba Ethelred. De pronto confundidos comenzaron a gritar. En la habitación resonaron los ecos de voces preguntando y respondiendo todas al mismo tiempo, había una total confusión que creaban un ambiente claustrofóbico y demencial.
- ¿y Jumella? - grito desesperada Bassanti.
- ¡ahí esta! - respondió Ethelred en voz baja y señalando hacia el suelo.
- ¿Que pasa aquí? - interrumpió gritando Geb
- ¿Quién es el? - volvió a preguntar Bassanti.

De pronto algo hizo que todos se callaran. Un grito fuerte y rasposo que provenía de aquella fantasmagórica figura. Sus ojos se abrillantaron aun más en medio de la oscuridad. Todos se quedaron quietos y asustados.
Una voz seca y rasposa habló frente a ellos - ¡no le hice daño, lo juro! -
- ¿Quién es usted? - grito Geb que tenia el mazo sujetado con las dos manos, preparado para atacar.

No respondía. Solo se escuchaba una respiración rápida y rasposa, veían a la sombra mecerse de un lado a otro.

-¡acérquese lentamente! - le grito Ethelred sujetando fuertemente la espada. - o si no le rebanare la cabeza de una estocada -

Pudieron ver que se acercaba lentamente y la luz de las antorchas por fin pudo iluminar por un instante una cara pálida con unos ojos negros y brillantes, de pronto desapareció. Corrió hacia atrás y se escuchó un ruido como de una silla caerse. Ethelred trataba de seguir el sonido hacia donde se había ido huyendo. De pronto vio como una sombra grisácea paso junto a él corriendo rápidamente y cayo una repisa con trastos detrás de él, haciendo un ruido que hizo temblar todo el sótano. Ethelred se había salvado por un instante de que le cayese encima. Bassanti y Geb trataron de cerrarle el paso, pero los esquivo agachándose y salió corriendo de la habitación.

- ¡Bassanti, tu quédate con Jumella! - ordeno Ethelred - ¡Vamos Geb! - dijo cuando se iban a toda prisa subiendo las escaleras. Alcanzaba a escuchar los pasos y la respiración entrecortada de la persona que perseguían. Viro hacia la izquierda y Ethelred lo siguió corriendo a toda prisa y atrás le seguía Geb. Tiro la antorcha al final del pasillo, haciendo que saltaran chispas en el suelo. Iba a salir hacia el claustro ya que si subía hasta la casa del Arzobispo quedaría encerrado, pensó el.
 - ¡Detente o te mato! - amenazo Ethelred cuando había salido hasta el claustro y vio corriendo a una persona con una larga túnica gris que estaba muy sucia y raída. De pronto se detuvo y volteo lentamente. La capucha de la túnica le cubría parte del rostro

Era un hombre, un hombre ya mayor, con el rostro de un color cetrino pálido, demasiado pálido. Se apreciaban las arrugas y la larga barba blanca estaba sucia y mal recortada. El rostro lo tenia cubierto parcialmente por la capucha, pero se le podían ver unos ojos negros que reflejaban miedo y malicia. El hombre sintiéndose atrapado alzaba las manos con los puños cerrados, demostrando que estaba desarmado.

- ¡tire lo que tiene en las manos! - grito Ethelred.

El hombre asustado temblaba y los miraba con terror como si lo fueran a degollar ahí mismo. Abrió las manos y tiro en el suelo algo marrón que llevaba en su mano derecha. Cayó sobre sus rodillas y se hincó en un charco de lodo. Entonces rompió a llorar inclinándose hacia delante mientras se cubría la cabeza con sus brazos.
 - ¡No lo hice a propósito!, ¿Qué mas podía hacer? ¡Tenía que sobrevivir! - decía el hombre sollozando y llorando fuertemente.
- ¿hay alguien mas en este lugar? - pregunto Ethelred.
- ¡esta por todos lados! ¡Me sigue por todos lados! - decía el anciano con cara de pánico.
- ¿Quién? ¿Quién te sigue por todos lados? -
- ¡todos están muertos! ¡Todos! - volvió a aullar el anciano.
- ¿Quién los mato? - pregunto de nuevo Ethelred.
El anciano comenzó a llorar de nuevo.
Geb miro a Ethelred, con un ademán le dijo que no siguiera preguntando. El anciano en realidad parecía estar fuera de si.
Geb y Ethelred se acercaban lentamente hacia el, rodeándolo. El estaba tirado en el piso meciéndose sobre sus rodillas, luego descubrió su cara y con unos ojos llorosos empezó a suplicar - ¡no me hagan daño! Yo no hice nada, ¡señor, no me haga daño! - decía el hombre que lloraba inconsoladamente, pero de pronto cambio su expresión e hizo una torcida sonrisa y sus ojos negros se cruzaron con los de Ethelred con una fría y malévola mirada.
- ¡ya estaban muertos! - musito el hombre en voz baja, y luego comenzó a reírse.
Pero era una risa de demencia, ahogada en la locura. Después el anciano se tiro en el piso quedando boca arriba mientras se carcajeaba sonoramente, escuchándose en todo el lugar. El hombre era calvo, salvo unos cuantos cabellos largos y sucios que salían de los lados de su cabeza. Estaba completamente sucio de la cara y al reírse se le notaba lo sucio y podrido que tenia los dientes y la falta de algunos de estos.
Geb y Ethelred aprovecharon la oportunidad de amagarlo mientras estaba tirado en el piso riéndose sin sentido como cual demente. Rápidamente le amarraron las manos detrás de la espalda, y nuevamente volvió a su rostro su anterior expresión de pánico. Gritaba y suplicaba que no le hicieran daño. Parecía estar loco, hablaba y gritaba cosas sin sentido. De pronto estaba llorando y al momento siguiente reía frenéticamente. Cambiaba de humor intempestivamente y sin sentido.

- quédate aquí - le dijo Ethelred a Geb. - vigílalo, yo voy por Bassanti y Jumella -

Geb se quedo junto con el viejo que habían arrastrado hacia un pasillo porticado. Geb lo miraba de soslayo tratando de no cruzar las miradas. Realmente lo intranquilizaba. El viejo estaba sentado en el piso hablando cosas sin sentido, de pronto se soltaba riéndose. Con una risa aguda y chillante que se escuchaba en todos los rincones del Monasterio.
Ethelred caminó a grandes zancadas por el claustro y entro al pasillo interior, encontró la antorcha que había soltado cuando iba de salida y la cogió para después dirigirse hacia el sótano. Al llegar a las escaleras vio que Bassanti y Jumella subían con dificultad, la ultima rodeando el cuello de Bassanti y apoyándose sobre ella para caminar. Ethelred tomo a Jumella y caminaron más rápido hasta el claustro. Atravesaron el jardín que estaba inundado de agua y lodo por una vereda de piedra y llegaron hacia donde estaba Geb y el anciano.

- ¿Qué paso? - pregunto Geb mirando Jumella y luego a Bassanti.
- La golpeó el maldito anciano - dijo Bassanti.
 Jumella asintió con la cabeza. Estaba sangrando un poco del lado derecho, arriba de la sien
- Estaba desmayada - termino de decir Bassanti.
Geb se levanto y agarro el mazo con las dos manos amenazadoramente dirigiéndose al anciano.
- ¡No le hagas nada! - Dijo fuertemente Bassanti, y luego redujo la voz - quizás nos puede ayudar -
- el viejo esta loco, no se cansa de decir incoherencias - le reclamaba Geb, mientras el hombre se cubría la cara con la capucha y con una mano se golpeaba en la cara.
- ¿A dónde se fue Ethelred? - pregunto Jumella medio distraída justo cuando la estaban sentando en el piso, unos pasos alejada del anciano.
Todos miraron hacia el patio y los pasillos. Había desaparecido.
- ¡Ethelred! - grito uno de ellos.
- Aquí estoy - contesto tranquilamente mientras regresaba del jardín en el que llovía fuertemente y las gotas salpicaban en la parte inundada del jardín.
- ¿no te has cansado de mojarte? - pregunto en broma Geb, tratando de levantar los ánimos.
Ethelred no contesto, llego hacia donde estaban mirando un pequeño objeto alargado y delgado de un color marrón con blanco, y se lo dio a Jumella - míralo - se lo entrego en su mano y luego comenzó a hablar - ¿recuerdan el mal olor de sótano? - Hizo una pequeña pausa, - creo que este hombre ahí comía lo que cazaba -
- es verdad - dijo Bassanti mirando hacia Ethelred como si de pronto lo hubiera visto - es un hueso - dijo después casi en un susurro.
- si lo es - dijo Ethelred tomándolo y continuó - pero me da mala espina, ¿porque tener que comer en un lugar tan frió y oscuro, que escondía este anciano? -
- quizás tenia miedo - dijo Jumella que había permanecido callada desde hace un rato.
- ¿de quien? Aquí no hay nada - le pregunto Geb.
- tengo que ir de nuevo a allá abajo - dijo Ethelred.
- por eso mismo - dijo Jumella - quizás este ambiente tenebroso y extremadamente solitario hiciera que se escondiera por miedo. Quizás también le tenía miedo a ladrones y asaltantes que pudieran llegar hasta aquí, quizás... -

El anciano se levanto rápidamente y trato de huir, pero Geb lo agarro y lo sentó de un empujón hasta el suelo. El anciano se quedó quieto, tenia media cara tapada con la capucha, respiraba rápidamente con la boca abierta y los ojos negros miraban con odio y malicia a Geb. Este lo miró y sintió una sensación de maldad por lo que desvió rápidamente su mirada, volviéndola hacia Ethelred. El anciano tenía una mirada muy penetrante.

- ¿Quién va conmigo? - pregunto Ethelred.
- ¡yo! - dijo Geb tan rápido como si le fueran a ganar el lugar. Realmente no quería quedarse con el anciano, sabia que el era mas fuerte, mas joven, pero había algo en el anciano que le daba miedo y pronto sabría el porqué.
- bien, yo me quedo con Jumella - dijo Bassanti trayéndose dos sillas cercanas que estaban en una sala junto al pasillo. Puso una al lado de Jumella para que se sentara y ella se sentó frente al anciano para vigilarlo.

Geb tomo la antorcha que llevaba Bassanti y Ethelred llevaba la suya, caminaron rápidamente por el oscuro pasillo con un poco de menos cautela, dieron vuelta y bajaron las angostas escaleras para volver a llegar al oscuro y frió sótano. El olor había empeorado, o al menos eso parecía mientras caminaban por el sótano, era un olor de carne en estado de putrefacción.
Las dos antorchas no alumbraban mucho, pero al menos sentían la seguridad estar el uno con el otro. Recorrieron  todo el rincón que estaba frente a las escaleras. No encontraron nada. Luego caminaron hacia donde estaba una mesa con varias sillas, algunas de estas quebradas y tiradas en el suelo. Había platos, tarros y otras cosas tiradas en el suelo, al lado de la mesa estaba el mueble que se había caído mientras trataba de huir el anciano. Y caminaron más al fondo en la cámara subterránea.
Quizás era  sugestión o el olor empeoraba cada vez mas, el frió entumía las manos que sujetaban la fría espada de Ethelred que brillantemente se reflejaba con la lumbre de la antorcha y las manos de Geb también las sentía heladas mientras sujetaba el oscuro mazo que se camuflajeaba en el oscuro sótano. Caminaron más hacia el fondo y Ethelred pisó lo que creyó haber sido una rama, miro al suelo pero vio que era algo blanquecino hecho astillas.
 - Al parecer aquí es donde come - dijo Ethelred dándole una pequeña sonrisa de seguridad a Geb.
Siguieron caminando hasta llegar al fondo de la habitación. Encontraron por fin lo que parecía despedir ese terrible hedor. Geb estuvo apunto de vomitar y salir corriendo de ahí.
En aquel rincón estaban cientos de huesos y carne putrefacta, gusanos salían de entre las carnes que estaban arrinconadas a pesar de que el sótano estaba muy frió. Lo peor fue cuando avanzaron hacia el rincón opuesto. Vieron varios cráneos humanos apilados en la esquina, algunos todavía con pedazos de piel y cabellos, otros eran pequeños, al parecer eran de niños y estaban formados en forma de una grotesca pirámide. Junto a estos espeluznantes adornos, estaba una pequeña alfombra echa con matas de cabello de diferentes colores y tamaños, sobre esta, estaban unas viseras purulentas desagradablemente acomodadas en una hilera, junto con pequeños objetos blancos que parecían ser dientes.
Geb se alejo de ahí conteniendo las nauseas que esto le provocaba. No podía creer lo que veía. ¡El anciano se había comido esos cuerpos! El suelo donde pisaban estaba manchado de algo pegajoso, se veía de un color muy oscuro, quizás su hubiera la suficiente luz, se podría ver el color café oscuro de la sangre impregnada en el piso de piedra.
- ¡esto es espantoso! - dijo Geb asqueado.
Ethelred no dijo nada y con la espada pico una cuenca del ojo de un cráneo y lo levanto.
- larguémonos de aquí - dijo Ethelred de forma tranquila y salieron del sótano hasta subir y llegar al claustro.

Caminaron hasta donde estaban Jumella y Bassanti, que al principio no reconocían lo que llevaba en la punta de la espada. Solo veían una rueda blanca amarillenta y manchada. Ethelred ya estaba a su lado y dejo caer el cráneo al lado del anciano.

Jumella y Bassanti lo miraron asombradas. - ¿de donde los has sacado? - pregunto Bassanti confundida.
- del sótano, hay mas de veinte como estos - contesto Ethelred mirando fijamente hacia el anciano.

El anciano al ver que caía el cráneo a su lado, volteó hacia el otro lado negándose a mirarlo. Comenzó de nuevo a llorar, sus ojos estaban hinchados de tanto llanto. - ¡ya estaban muertos, señooor!  Tenia... tenia que sobrevivir - decía el anciano encorvándose y tratando de darles la espalda. Y luego comenzó a gritar, casi era un lastimoso aullido y  volvía de nuevo a sollozar mirando de reojo hacia donde estaban las demás personas.

 - ¡pero te los comiste! - le grito Ethelred clavando su espada en el piso a pocos centímetros del anciano - ¡comiste carne humana! -

El anciano seguía llorando cabizbajo, escondiendo su rostro con el cuello de la túnica, como si fuera un niño al que regañaran por haberse portado mal, pero de pronto hizo otro de sus volátiles cambios de humor. Miro con rabia hacia Ethelred con los ojos centelleantes en rabia. Grito tan fuerte que pareció que todo se había desaparecido y permanecía silencioso, solo el rugido de su voz. - ¡lo tenia que hacer! ¡No quería morir! ¡No mate a nadie! - grito el anciano haciendo que gotas de saliva saltaran mientras decía aquello.

Los demás solo miraban sorprendidos, no podían concebir que aquel hombre con una apariencia tan anciana y macilenta de pronto demostrara poseer tanta fuerza, pero más que todo los sorprendía que hubiera devorado la carne de más de veinte personas.
Ethelred encolerizado se acercó hacia el tomándolo del cuello, lo levantó sosteniéndolo casi en el aire. El hombre olía terriblemente mal, parecía que no se había bañado en años. La túnica estaba impregnada de sangre y suciedad que había permanecido casi una eternidad sin lavarse. Olía a podrido, tenia una sucia barba blanca en la que se veían pedazos amarillentos de suciedad y bullían piojos de esta.
El anciano miraba a Ethelred muerto de miedo, mas que a cualquiera de los otros, y un hilo de saliva le colgada de si labio inferior. Mientras Ethelred lo tenia agarrado del cuello, sintió algo bajo la capucha en el cuello. Lo arrojo contra el suelo y cayo violentamente golpeándose en la cabeza. Ethelred se hincó frente a el y le jalo la túnica y pudo ver que tenia un delgado collar de oro hilado con un rectángulo en medio. Lo tomo despacio y lo observo cuidadosamente, dándole la espalda a sus compañeros para que no pudieran ver lo que el estaba observando.
Era un pequeño rectángulo en el collar de color dorado y sucio, con mugre acumulada probablemente por años. En el centro del triangulo tenia un símbolo. Esto fue lo que le intereso:

Lo había reconocido. ¡El era! Pensó rápidamente Ethelred haciendo una sonrisa.
El anciano miró a Ethelred con desagrado y comenzó a gritar - ¡Ladrón! ¡Eres un ladrón! - decía mientras manoteaba con furia.
Rápidamente Ethelred golpeo al anciano y tapo la cadena con la capucha del anciano y se incorporo de nuevo. El anciano parecía haberse dormido, respiraba profundamente haciendo un sonido rasposo y se encogía para calentarse un poco.
- ¿Qué hacías? -le pregunto Bassanti aun asustada por todo lo que había visto.
- nada, estaba viendo si lo había lastimado demasiado - mintió Ethelred con tranquilidad.
- deberíamos matar ahora mismo a esta bestia del infierno - dijo Geb con rabia y miedo.
- no, nos lo llevaremos a La Rogue - dijo Ethelred con tranquilidad sin importarle la molesta mirada de los otros que no ocultaban su enojo.

El cielo se había aclarado un poco, las nubes parecían haberse desvanecido un poco. Los relámpagos ya solo se escuchaban a lo lejos y la intensa lluvia se había convertido en una llovizna con delgadas gotas plateadas cada vez mas alejadas una de otra. Por fin parecía haber acabado la tormenta. Pero el sol ya estaba por esconderse en el horizonte, la noche ya estaba cerca y parecía que iba a llegar acompañada por el frío.

- ¿Cómo se siente joven Jumella? - pregunto Geb acercándose hacia ella.
- estoy bien. Solo fue un golpe, si acaso salió un poco de sangre pero lo demás es solo hinchazón - respondió Jumella ocultándole que en realidad sentía un dolor pulsante dentro de su cabeza, y un lacerante dolor como si tuviera agua hirviendo dentro de ella.
- cúbrase la herida con esto - le ofreció Ethelred una frazada obscura. - y apriétese fuertemente contra la herida -
- ya es tarde, no tardara en anochecer - dijo Geb con agobio, temiendo quedarse una noche en el Monasterio.
- ¡No pienso quedarme aquí! - dijo Jumella exaltándose y levantándose de su silla y tambaleándose un poco.

Geb se alegro de la reacción de Jumella. No quería ser el único en temer quedarse en el Monasterio. Si aun cuando era de día, los cuartos y salas estaban tétricamente oscuros, no quería imaginarse como seria pasar la noche ahí. En medio de las frías paredes del Monasterio, escuchando los múltiples ecos de goteras, el sonido del viento silbar a través de las ventanas y puertas, los numerosos pasillos obscuros y sus habitaciones húmedas.
Le daba pánico pensar que tuviera la necesidad de salir huyendo rápidamente de un cuarto y no poder encontrar un lugar a donde ir, en medio de un laberinto de cuartos y pasillos sin salida. Le aterraba la impenetrable oscuridad del lugar aunada al ambiente maldito que se respiraba. Pero había algo que le incomodaba más. Temía dormir en un lugar donde en el sótano había mas de veinte cadáveres que aguardaban pacientemente en el frió y oscuro sótano.  No quería estar cerca de los restos en la oscuridad.

- entonces viajaremos de noche - dijo Ethelred, observando las caras de alivio de sus compañeros.
- si, seria lo mejor - continúo Bassanti y se paro rápidamente tomando su arco y poniéndoselo al hombro.

Ethelred y Geb levantaron al anciano que dormía profundamente, roncando como si estuviera cómodamente dormido en una tibia cama junto a una chimenea. El hombre estaba muy flaco y pálido, se asemejaba fácilmente a una calavera. Se despertó el anciano, pero esta vez no grito ni lloro, solamente se quedo callado con la mirada baja. Se mantuvo tranquilo, caminando con lentitud y apoyándose contra la pared.
Caminaron todos juntos, el anciano iba adelante atado de las manos y le seguía Ethelred que permanecía vigilándolo.  Salieron con un poco de dificultad entre los edificios y pasillos que tenía el Monasterio. Todos parecían iguales, un claustro se parecía al otro, una sala era idéntica a la que acababan de cruzar. Realmente eso causaba nerviosismo en los viajantes, y la noche comenzaba a cernirse sobre el Monasterio.
Después de un rato, comenzaron a caminar aprisa. Tenían la necesidad de alejarse lo más pronto del Monasterio. Nadie lo decía, pero todos lo sentían, ninguno quería que les anocheciera ahí dentro y apresuraban el paso cada vez que creían ver una salida. Excepto el anciano, que en ocasiones se resistía a caminar y lo tenían que llevar a empujones. Pero al fin después de pasar por tantas salas, patios, comedores y pasillos, llegaron a la antesala por la que habían entrado, pero algo estaba mal.
Estaba cerrada.
Los viajeros miraron hacia todos lados asegurándose de que era el lugar correcto, pero si lo era, pero se hallaba con la puerta cerrada. Ethelred trato de abrirla haciendo a un lado al anciano pero no pudo. Estiro hacia adentro y hacia fuera fuertemente, pero la pesada puerta pero no abría, solo rechinaba la madera al apenas moverse unos milímetros. El anciano de pronto se echo a reír. La misma malvada risa que se escuchaba fuertemente y hacia eco en las paredes de la pequeña antesala.
 Los demás se empezaban a poner nerviosos, dentro de la sala iluminada con la débil y mortecina luz anaranjada de las dos pequeñas antorchas, creaba un aspecto lúgubre. Los nervios parecían estar de punta. La risa demencial del anciano y los intentos fallidos de abrir la puerta estaba comenzando a crear una crisis nerviosa que invadía a todos.
Ethelred comenzó a golpear la puerta, a empujarla, pero esta no cedía. Entonces Geb fue hacia el frente y con el mazo empezó a golpear fuertemente la puerta. La puerta crujía y saltaban numerosas astillas, pero esta no cedía y solo lograba que el fuerte ruido de los golpes hiciera estallar de impaciencia a los que se encontraban ahí. De pronto el anciano empezó a gritar fuertemente. Eran fuertes y espeluznantes alaridos de terror. El anciano hacia unas espantosas muecas que desfiguraba su rostro mientras gritaba. Parecía como si estuviera viendo a la misma muerte.
 Las caras de  los que estaban ahí, tenían una expresión combinada de pánico y confusión enfermiza. Tensaban los músculos del rostro aguantando la respiración. La trémula luz de las antorchas iluminaba los rostros perlados por el sudor de los viajeros. Geb seguía golpeando fuertemente la puerta. Cada vez había más nerviosismo al no poder abrirla y no querían regresar e internarse en los oscuros pasillos de nuevo.
Entraron en histeria.
Al mismo tiempo comenzaron a gritar todos, haciendo retumbar las paredes de la antesala y creando una confusión y pánico mayor del que ya existía.
- ¡Detente Geb!-
- ¡abre la puerta!-
- ¡que esta pasando! -
- ¡tenemos que regresar!-
-¡Cállense!- grito aun más fuerte Ethelred ahogando los gritos de los demás. Parecía estar tenso pero no a tal grado que los demás. Parecía saber lo que sucedía.

Todos se callaron, excepto el anciano que seguía aullando terriblemente, con los ojos tensamente cerrados y las venas de su frente hinchadas del esfuerzo. Era terrible el sonido que hacia. Nadie se atrevía a voltear hacia atrás, nadie se atrevía a mirar hacia el pasillo oscuro que estaba atrás de ellos, donde se desvanecía el sonido de los gritos y se transformaban en espeluznantes ecos.
El anciano no se callaba y comenzaba a gritar más fuerte a mediada que pasaba el tiempo. Entonces Ethelred le dio un fuerte golpe en la espalda al anciano. Este cayo inconsciente cortando el último grito de tajo que había echo un eco que se desvanecía entre ahora un siniestro silencio que comenzaba a inundar la antesala. Ahora solo se escuchaban las agitadas  y jadeantes respiraciones de los presentes.

- tenemos que regresar, saldremos por un patio - dijo con una voz baja y decidida Ethelred que le brillaban gotas de sudor en todo el rostro. Agarro al anciano que se encontraba inconsciente y lo cargo en su hombro como si fuera un bulto. Y se internaron de nuevo en el oscuro pasillo. Los demás le seguían despacio, con los nervios de punta, sentían como temblaban sus cuerpos como si se fueran a desvanecer.
Jumella estaba aterrorizada. Quizás más que el resto del grupo. Se había preparado consistentemente para la batalla y la muerte, eso no le asustaba en lo absoluto. Pero ahora era diferente, estaba encerrada en un lugar que no conocía, un lugar terriblemente oscuro. Era algo a lo que no se había preparado nunca. Había estado en otras ocasiones en las junglas de Kinryas y Nunus, completamente sola por varios días, pero ahí sentía la libertad de ir a donde quisiese, pero aquí era diferente, la falta de luz y los pequeños espacios cerrados sin salida era algo que le aterraba.
Ahora el silencio era abrumador, quizás mas aterrador que cuando el anciano gritaba a todo pulmón. El viejo estaba loco, de eso no había duda, pensaba ella, pero algo lo volvió así. Vio algo terrible que lo hizo perder la razón.  Mientras caminaba, sentía las piernas débiles, temblaba a cada paso que daba y sentía un intenso frió a pesar de que sudaba copiosamente. Pero seguía en pie, caminando detrás de Bassanti y delante de Geb, que de vez en cuando miraba hacia atrás.

Llegaron a un enorme claustro. Un patio enorme que tenía gran cantidad de árboles de diferentes tipos. Había dejado de llover, pero había mucha humedad y olía a tierra mojada. Estaba oscureciendo, el sol se escondía entre las montañas y el Monasterio cada vez estaba más oscuro y frió. Había comenzado a aparecer una pálida niebla en los alrededores que comenzaba a cubrir el Monasterio.
Ethelred se quedo viendo hacia la muralla que era de unos cuatro y medio metros de altura, realmente alta como para ser brincada, y la pared era demasiado lisa como para ser escalada. Los demás miraban hacia los lados, buscando un árbol  que pudieran trepar o una escalera que utilizar, pero al parecer no había nada. Los monjes del Monasterio habían precavido en no plantar árboles cerca de la muralla como efecto de que nadie pudiera salir sin permiso, o también el evitar que extraños se metiesen al Monasterio usando algún árbol para entrar sin problemas.

- ¡Las mesas! - dijo Bassanti en voz alta.
Ethelred volteo rápidamente hacia ella y le sonrió mientras entraba hacia el refectorio - Buena idea Bassanti - le dijo y agarro del hombro a Geb y dijo - ustedes quédense aquí, vigilen al viejo - dijo señalando al anciano que había dejado recostado y recargado contra un árbol. Aun estaba inconsciente.

Geb y Ethelred se internaron en el refectorio, aún nerviosos, y vieron tres mesas largas de madera lisa, cada uno agarro el extremo la larga mesa y Ethelred puso la antorcha en el centro de la mesa. Trataron de levantarla pero era demasiado pesada, muy apenas podrían moverla entre los cuatro, y además era muy baja como para poder alcanzar la barda y no podrían apilar otra mesa sobre ella.

- tenemos que buscar otra cosa - dijo decepcionado Ethelred.

Siguieron buscando metiéndose en la cocina que no era muy ancha, pero si muy larga. Tenía una hilera de enormes hornos de piedra y varias cuencas en forma de chimenea, donde metían casuelas y pan para preparar los alimentos. En el pasillo había dos mesas de madera, mucho más pequeñas que las del refectorio. Y de nuevo cada uno se aferró a un extremo de la mesa y Ethelred puso la antorcha en medio de la mesa para tener ambas manos libres. Empezaron a levantar y empezaron a moverla despacio, era muy pesada, pero no lo suficiente para no moverla.
La antorcha se movía con el movimiento de la mesa y las llamas se movían temblando según se moviese la mesa, haciendo que la luz  parpadeara y el cuarto en pequeños instantes permaneciera oscuro. Arrastraron la mesa que rechinaba fuertemente hasta el claustro y ahí la pudieron acomodar junto a la muralla, pero aun estaba muy alta. Jumella y Bassanti estaban muy impacientes por salirse de aquí, querían ir a ayudar para hacer el proceso mas rápido, pero tenían que cuidar del loco anciano que ya había despertado y estaba recostado atontado y babeando su sucia túnica.
Sacaron la otra mesa en medio de estruendosos rechinidos de la dura madera. Ethelred y Geb se sorprendieron al salir que ya había oscurecido completamente. La neblina se hacia mas densa y ya cubría con una fantasmal alfombra todo el Monasterio. Rápidamente se pusieron los cuatro a acomodar la mesa, lo hicieron con mucha dificultad. La colocaron de forma vertical sobre la primera mesa que habían sacado. Ya podían alcanzar la muralla.
 Primero subió Jumella haciendo gala de su agilidad, se montó sobre la gruesa muralla de al menos un metro de espesor para ayudar a Geb, que subió con un poco de dificultad y este también se montó sobre la pared pasando una pierna a cada lado. Entre Ethelred y Bassanti subieron con dificultad al anciano que estaba tranquilo a pesar de estar un poco asustado.
Entre Jumella y Geb lo agarraron y lo tomaron firmemente para que no cayera ni los hiciese caer. Luego subió Bassanti también sin problema alguno y esperando a darle una mano a Ethelred que apenas estaba subiendo. Ya casi estaba arriba, cuando sintió que se le resbalaba la espada de la vaina, pero tenía las dos manos ocupadas, y vio que parecía caer lentamente  y luego desaparecer en la niebla, escuchando que había caído sobre la tierra mojada.

- ¡Diablos! - dijo Ethelred con la voz apenas audible.
- ¿Qué paso Ethelred? - le pregunto Jumella que era la que estaba mas alejada de el.
- se me cayo la espada, tengo que volver por ella - dijo mientras bajaba de nuevo y saltaba sobre la mesa de abajo, desapareciéndose entre la niebla.

Jumella y Bassanti lo miraron atentamente, realmente no les agradaba la idea el tener que bajar nuevamente, al igual que Geb que lo único que quería hacer era alejarse de ahí. Ya había oscurecido totalmente, se empezaba a sentir el frió de la noche con la abundante niebla que cubría toda la extensión del valle. Las llanuras y los enormes sauces sobresalían de la niebla que cubría el Sant E Mer´se.

Ethelred había bajado hasta el suelo húmedo pero no podía ver nada, la blanca niebla era tan densa que no podía ver nada más allá de la extensión de sus manos. Se agacho en busca de la espada y la encontró después de palpar la tierra mojada. La envaino y la aseguró amarrándose con un cordón la vaina y la espada para que no se le volviera a caer.
Subió rápidamente a la mesa aun sin poder ver nada, sintiendo el frió en la cara y en las manos. Quería salir lo antes posible de ahí, pero Ethelred no caía preso de terror tan fácilmente. Siempre trataba de despejar sus ideas, y pensar lógicamente sin dejarse llevar por las situaciones. Esto realmente no era nada como lo que había vivido hace tiempo. Así es que siguió subiendo la segunda mesa y llego hasta la alta pared donde lo esperaban atentos y nerviosos sus compañeros. Se sintió bien por eso, hubiera sido fácil para ellos irse corriendo y dejarlo solo, ya que como había visto en la antesala, todos habían salido fuera de control, pero ahí estaban esperando, tendiéndole la mano para subir.

- ahora la bajada - dijo exhalando Geb mirando hacia el suelo, que se veía desde ahí impresionantemente alto.
- eso no será problema - dijo Jumella y le entrego a Ethelred para que sujetara al anciano, y se sentó de frente al exterior del Sant E Mer´se.
- es verdad -  dijo Bassanti que estaba sentada igual que Jumella.

Casi al mismo tiempo, las dos saltaron hacia abajo extendiendo ambos brazos como si hubieran querido volar. Tenían las piernas juntas y extendidas en el aire, al momento en que tocaron el suelo flexionaron las rodillas quedando en cuclillas para amortiguar su peso. Luego se pararon y las dos muy sonrientes voltearon hacia arriba.
Geb se quedo sorprendido de lo que acababa de ver, parecía haber sido muy sencillo. Podría haberse animado a hacerlo, pero pensándolo bien... era demasiado alto. Casi cinco metros de altura, posiblemente terminaría con algún hueso roto. Las dos mujeres allá abajo se veían muy pequeñas y Geb de pronto pensó que no iba a poder saltar, sabia que iba a hacerse daño.

- arrojen al viejo - dijeron desde abajo. Y  se pusieron una al lado de la otra - aquí lo agarraremos. -
 Ethelred y Geb lo tomaron y lo dejaron caer acostado. Y vieron como caía y como hábilmente lo habían atrapado entre las dos allá abajo.
- ¡Ahora el siguiente! - gritaron desde abajo - déjense caer acostados, déjense caer de espalda - les indicaron desde abajo.
Ethelred movió la cabeza en forma asentimiento a Geb, pero este se negó.
- primero tu - dijo Geb que se estaba poniendo nervioso. Estaba arriba de la muralla pero aun estaba demasiado cerca del Monasterio, e iba a ser el ultimo en salir de ahí y eso le aterrorizaba. Temiendo que se cayera en el interior del Monasterio y se quedara solo toda la noche ahí adentro, probablemente se volvería loco, igual que el anciano, quizás fue eso lo que le paso. Era un pensamiento que le daba vueltas en su cabeza durante ese lapso de tiempo.
- nos vemos abajo, Geb - le dijo Ethelred y este se paro en la muralla, cerró los ojos, y se dejo caer de espaldas.
- ¡Bien echo! - gritaron las dos mujeres allá abajo.
- ¡ahora tu Geb! - Le grito Ethelred desde abajo - no va a pasar nada, aquí te agarraremos -
- ¡esta muy alto! - dijo Geb que se notaba muy nervioso.
- no pasa nada, aquí te atraparemos, hacemos esto todo el tiempo - decía Jumella con una voz jovial - solo cierra los ojos y déjate caer -
- no pasa nada Geb, a lo mucho puedes caer mal y romperte el cuello o quedar como el anciano que sacamos del Monasterio -  agrego Ethelred bromeando, tratando inútilmente de tranquilizar a Geb.
- ¡no seas tonto! - le dijo Bassanti a Ethelred, pero conteniendo la risa por el ácido comentario que había echo.
- muy gracioso Ethelred - dijo murmurando Geb para si mismo y los demás no lo escucharon. - Esta bien - dijo animándose un poco.

Había comenzado a sudar de nuevo. Al parecer le tenía miedo a las alturas y jamás lo había sabido... hasta ahora. Se paro lentamente sobre la pared, sintiendo que fácilmente podía caerse hacia adentro del Monasterio a pesar de que la pared era de casi un metro de espesor. Estaba sudando y sentía como la pequeña brisa lo empujaba como si fuera un fuerte tornado tratando de hacer que perdiera el equilibrio.
Estaba de pie y mirando hacia fuera, no quería tener que voltearse, ya no quería mirar hacia el siniestro Monasterio invadido por la niebla y la oscuridad, pero lentamente empezó a dar vuelta. Estaba parado exageradamente en la orilla exterior de la barda, casi al borde de esta, como queriendo estar lo mas alejado posible del interior del Sant E Mer´se. De pronto perdió el control y un pie le patinó en el aire y se tambaleo hacia delante.
Jumella lanzo un pequeño grito. Bassanti se tapo la boca y Ethelred lo miraba absorto.
Geb cayó en la barda y se golpeo el estomago. Se sofoco, pero no lo bastante para notar que por poco y estaba otra vez en donde había querido salir con tanta desesperación. Con las manos se empujo hacia arriba y después quedo colgado de las manos en la barda, en el lado exterior.
- ¡déjate caer! - le gritaban desde abajo.
Geb cerró los ojos y se dejo caer.
Se deslizó rápidamente, raspándose y pegándose contra la pared, pero finalmente estaban en tierra y fuera de Sant E Mer´se, que era lo que mas importaba. Estaba con las ropas rasgadas y con feos raspones en las manos y el rostro. Pero se sintió feliz de estar afuera. Ethelred cargo al anciano y lo puso al hombro y los demás le siguieron rodeando el Monasterio hasta la puerta donde estaban los caballos. Pasaron junto a la puerta y Geb se acerco hacia ella, al parecer había recobrado su valentía. Quería saber porque se había cerrado. Empujo la pesada puerta y no se movía, la empujo fuertemente con un costado pero no se movía y solo se escuchaba el cruel rechinido contra el piso, la madera estaba hinchada y topaba con el piso de piedra.

- jamás hubiéramos salido por ahí - dijo Geb que  regreso con sus compañeros que ya empezaban a montar los caballos.
Ethelred se llevó al anciano que estaba atontado y débil, Bassanti se fue con Jumella dejando a Geb solo en su caballo.
- ¿Cómo sigues Jumella? - preguntó Ethelred que aminoró el paso para quedar junto a ella.
Por un momento Jumella no sabía porque le preguntaba aquello, pero pronto se acordó del golpe que le había dado el anciano, y le dijo mientras se tocaba la cabeza. - pues creo que bien, la verdad si me duele un poco - dijo Jumella que de pronto sintió de nuevo como le palpitaba la cabeza y le ardía la herida.
 Ethelred pareció no hacerle caso a Jumella, puesto que este volteaba de un lado a otro mirando hacia el bosque y luego dijo - espérenme un momento, no tardo -  dijo apeándose de su caballo y fue con una antorcha hacia el bosque metiéndose entre los arbustos. Estaba ahí agachado, caminando mientras miraba al suelo, como si estuviera buscando algo que se le había caído y desapareciendo entre los árboles, solo se veía la luminiscencia de la antorcha que llevaba en la mano.
 - ya quiero largarme de aquí - dijo con cierto enojo Geb - y este hombre aun quiere hacer exploraciones en el bosque -

Bassanti y Jumella no dijeron nada, permanecían calladas, sentadas sobre un fuerte caballo negro, no tenían la intención de iniciar una conversación. Solo querían llegar a La Rogue, comer un poco, tomar el revitalizante té de wela que preparaba Aradia y un buen descanso.
 Después de un rato, Ethelred llego con un manojo de hierbas y hojas húmedas.

-  come esto, son plantas silvestres - le dijo Ethelred a Jumella.
Jumella masticaba y comía las hojas ruidosamente
- Gracias, están deliciosas - dijo Jumella, y no era mentira, en realidad tenían un buen sabor.
- La planta de hojas redondas y dentadas es tanaceto, te ayudara a aliviar el dolor y la de tallo claro es sauce, es para reducir la inflamación. - explico Ethelred que también le dio unas pocas a Geb que estaba raspado de las manos y de la cara al rozar con la muralla mientras caía.
- Gracias - agradeció Geb - son buenas. -

 Se fueron adentrando en el bosque neblinoso, se sentían aliviados de estar lejos del Monasterio, pero nadie decía nada. Sus ropas estaban empapadas y se cubrieron con unas capas que llevaban cada uno en el precario equipaje que cargaban los caballos, menos Bassanti, que su caballo había perecido presa de la salvaje corriente del río crecido.
De todos modos, las capas no ayudaban en mucho, ya que las bajas temperaturas del bosque, sumadas a la ropa mojada, eran lo suficientemente fuertes como para congelar a cualquiera. Solo pudieron entrar en un poco de calor cabalgando rápidamente por el bosque, iban callados, cansados y con sueño, pero preferían alejarse lo suficiente de Sant E Mer´se,  y acampar en el bosque antes de llegar a Treaselgard.
Ethelred quería llegar lo más pronto posible al campamento de La Rogue. Tenia la urgencia de ver a Aradia,  platicar con ella, necesitaba saber unas cosas y lo más importante, tenía que llevar al anciano demente frente a ella. Seguro ella sabría perfectamente quien era en realidad. Entonces sabría exactamente que pasaba, le podría ahorrar muchos problemas. Aunque en realidad ya sabía lo que sucedía, el manuscrito que le había dado Aradia se lo decía.
Tenía la débil esperanza de que no fuera cierto.
Desafortunadamente, la esperanza se debilitaba a medida que iba avanzando el tiempo.



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