El forastero de Treaselgard

28 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Emanuel Ramos Peña
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

Scosgleen

Era una fría mañana.
Un tímido sol iluminaba poco a poco la habitación de la princesa Oethen. Ella se levantó de su cama y se puso como única prenda, una larga bata de algodón color azul pálido que le llegaba hasta los tobillos. Luego se dirigió hacia la ventana del casillo, y se recargo en el alféizar de esta. El paisaje era hermoso, exótico. Las Altas Tierras del Norte combinaban un paisaje de todos los colores: blanco, gris y marrón por las nevadas montañas y por las estepas al frente del castillo, y el lustroso verde de las llanuras cercanas y el denso bosque que colindaba con el pueblo.

El castillo de Argnoth, corazón de la ciudad de Scosgleen, estaba construido delante del Monte Urmeat, la montaña más grande de la cordillera de montañas nubladas. Este monte da a Argnoth la seguridad por la inaccesibilidad y protección en la parte trasera del castillo y en su flanco derecho. El otro costado del castillo estaba parcialmente al borde de un desfiladero, por lo que solamente la parte frontal de este es por donde se puede entrar.
 
Oethen mirando por la ventana pudo admirar lo bello del día. Veía gente a lontananza trabajando, podía ver el pueblo a su izquierda parcialmente cubierto por el bosque. Pudo distinguir en el pueblo a artesanos trabajando, otros arreando el ganado en los campos de plantío, lugareños trabajando el arado en las tierras de labranza, y un grupo de comerciantes que atendían puestos de comida en las villas cercanas.
Le gustaba su ciudad, aunque creía que podía llegar a ser mas prospera cuando ella misma dirigiera Scosgleen. Creía en su gente, pero la ciudad necesita a alguien fuerte que les inyectase vitalidad y respeto por la vida misma. Mirando a su derecha, dentro de los patios del castillo, pudo observar que debajo de la cornisa de la torre más cercana, junto a una ménsula que le da soporte a la torre, vio que estaba un nido de golondrinas, y por el sonido que se escuchaba creyó que había unos pequeños polluelos, ¡si los había! Tres pequeños picos se abrían y cerraban mientras piaban frenéticamente para que la madre les diera algo que comer, por fin la golondrina madre emprendió el vuelo hacia la estepa arbolada en busca de comida.
La Princesa Oethen, estaba ya arreglada y vestida con un sencillo vestido de seda blanca con finas incrustaciones doradas. Estaba ajustado hasta la cintura y luego caía pesadamente sobre sus pies y las mangas igualmente ajustadas hasta las muñecas donde se ensanchaban con gran extravagancia. Traía puesto un fino y delgado collar de plata que le resaltaba su delgado cuello. Con sus finas facciones, sus ojos azul cielo y su rubio cabello ondulado que le caía hasta la cintura, no había duda de que era una mujer hermosa. Una hermosa princesa.
Estando lista, salió de la habitación atravesando varios corredores y bajó las escaleras de caracol de la torre del homenaje hasta donde estaba el Salón Comedor, y ahí se encontraba su padre sentado en el extremo de la mesa. Sir Theodoric Weohstan, Rey de Scosgleen junto con Gulzar Wak, el Comandante en Jefe a cargo de milicia de Scosgleen.

- Eso es todo su majestad, solo quería que estuviera informado - Señaló Gulzar.
- Gracias Gulzar, te puedes retirar - dijo Theodoric
- ¡Hola padre, buen día! - Dijo Oethen con una amplia sonrisa, al tiempo que fue a besarle la mano.
- Hola  hija - contestó su padre sin expresión alguna.
- Hola mayor, gusto en verlo - saludó Oethen con un poco de aspereza.
- El gusto es mío, bella doncella - dijo al momento que hacia una reverencia. - Disculpe pero, tengo que retirarme -
Oethen  notó el mal humor de su padre, pero tratando de animarlo un poco, le preguntó - ¿Quiere salir a pasear un poco, padre? El día es frío pero si te abrigamos un poco...
- ¡No Oethen! - Interrumpió Sir Theodoric casi gritando. - ¿No entiendes que este frío me cala hasta los huesos? ¡Me es casi imposible levantarme  y caminar más de veinte pasos! - Dijo molesto el anciano, entonces bajando cada vez mas la voz dijo - los dolores cada vez son más terribles - 
- lo siento padre, no pensé lo que estaba diciendo, soy un tonta - dijo Oethen con la voz casi quebrada.
- no te preocupes hija, es solo que no es mi mejor día - contesto Sir Theodoric en un tono suave, y levantándose débilmente de la silla al tiempo en que se quejaba del dolor, dijo - Además las cosas no van muy bien. Los soldados de Alrynor están en Scosgleen vigilando que el pago de mercancía llegue con bien hasta Rhutkaran - dijo caminando lentamente hacia la ventana. - siento que se me esta yendo de las manos -
- No padre, todo estará bien, solo tiene que ser fuerte y perseverar en sus convicciones para mejorar nuestro pueblo, y vera que a la gente regresará la confianza y Scosgleen volverá a ser el de antes - Dijo ella tratando de hacerlo sentir bien. Sabía que no daba mucho resultado.
Entonces ella fue hacia su padre lentamente contemplando su triste semblante y le dio un beso en la mejilla. - todo saldrá bien, las cosas mejoraran - le dijo contemplando la frágil sonrisa de su padre. Luego se volvió y salió del cuarto añorando que pudieran regresar los buenos tiempo.
Recordaba todo, la buena vida en ese tiempo, los colores, los sonidos de gente alegre, la belleza de una hermosa ciudad. Aun cuando en realidad nuca lo había vivido, solo a base de historias que le contaba su padre o manuscritos de los registros que se tenían de esa época. Los mejores tiempos de Scosgleen habían pasado hace muchísimo tiempo.

Hace tiempo, Scosgleen era una de las ciudades mas prosperas de las Altas Tierras del Norte, le llamaban también, la Ciudad de los Cielos porque se ubicaba junto a la montaña más alta de las tierras bárbaras, el Monte Urmeat.
Argnoth, la magnifica fortaleza de Scosgleen que se elevaba a gran altura escalando el Monte Urmeat, representaba todo el poderío y toda la avanzada y colosal civilización de la que era capaz construir el hombre en esos tiempos. Con sus cientos de ventanas y troneras, sus innumerables teas dispuestas a lo largo de las almenas de la muralla y plagada de torres y edificios altísimos, era una fortaleza inexpugnable.
Había una extensa explanada de llanuras y campos yermos frente al castillo que topaban con una enorme barbacana formada por dos altas torres semicirculares que daba entrada a una amplia pasarela y un puente levadizo que daba acceso al castillo. Debajo del puente, había un peligroso foso de quince metros de ancho, no llevaba agua pero era muy profundo. Después del puente levadizo estaba otra gran barbacana que daba entrada hacia el interior del castillo, por medio de una reja de hierro y después una pesada puerta de madera y hierro.
En el extremo izquierdo de la muralla, a un lado del contrafuerte de una corpulenta torre instalada en la esquina norte, estaba construida una enorme rampa que daba entrada hacia el castillo, con una gran puerta de madera y hierro que tenia un espesor de unos cuarenta centímetros y estaba protegida exteriormente por una pesada reja de hierro. Esta entrada no era tan utilizada como la del puente levadizo, pero servia para una evacuación rápida o cuando el trafico era muy pesado. Principalmente para movimiento militar. Había otra pequeña entrada entre el puente y la rampa que era para tráfico ligero, era la que comúnmente estaba abierta en tiempos de paz.
La gran muralla color oscuro que protegía el castillo tenía una gran torre semicircular en el centro y otras cuatro más pequeñas en cada esquina de la muralla. Dentro del recinto se alzaba otra muralla completa recargada hacia atrás, provista de varias torres redondas, y en el centro se encontraba el castillo propiamente dicho, con una oscura torre rectangular que tenía en lo alto unos enormes campanarios que eran tocados en ocasiones importantes. Después estaba la torre del homenaje que estaba al final de un largo pasillo exterior, con estatuas de reyes y héroes primigenios a los lados.
La ciudadela del castillo era un gran complejo de enormes torres y edificios que formaban una ciudad con callejuelas, patios, jardines, terrazas y extensas zonas abiertas. Parecía haber sido construida en la montaña misma, como si estuviera empotrada en ella.
De las torres pendían enormes estandartes de color rojo y dorado, que adornaban la torre del homenaje. Pendones que se ondeaban suavemente en las albarranas mostraban los colores de Scosgleen. Al entrar directo en la Torre del Homenaje, se entraba en inmensas salas y habitaciones lujosas. A un lado estaba el Salón Tribunal que resaltaba entre los demás edificios por una gran cúpula de piedra oscura.
Asimismo en la parte de atrás y a la izquierda de la ciudadela, se encontraba una atalaya, la torre mas alta donde de se puede observar los campos y el pueblo, a la derecha se encontraba el Templo y la biblioteca, mas adelante esta el granero y múltiples bodegas.
En los patios interiores se ubicaban bodegas, corrales y chozas. La parte trasera del castillo, estaba unida a una gran pared de piedra caliza, parte del monte Urmeat que se elevaba dominantemente sobre la fortaleza. Había también en los interiores junto a la montaña, extensos jardines con árboles y plantas de todo tipo, pero además de estos, estaban también otro inmenso jardín detrás de una muralla en la parte trasera de la ciudadela. Inmensos árboles de todo tipo y plantas de igual forma lo cubrían por completo, también adornados por hermosas fuentes y estatuas de piedra blanca. Estos jardines solo se encontraban a disposición de la nobleza, y solo se podían cruzar pasando por la torre flanqueante que estaba junto al Templo cruzando un pequeño túnel.
En  tiempos de paz, el castillo era  un centro activo social, la gente iba y venia con total libertad para ver al señor, o entregar mercancías. Solo de noche permanecían cerradas todas sus puertas.
Pero una cadena de acontecimientos, trazaron un paisaje sombrío en los moradores de Scosgleen. Primero fue el levantamiento de una fuerte Horda de salvajes bárbaros del norte, sus corruptos gobernantes de clanes de los valles de Margawse, que habían asaltado la ciudad de Luonnoatar, acrecentando su poder esclavizando a las pequeñas provincias nativas del este. Fue entonces cuando la Horda de salvajes que se hacían llamar Chernobog se levanto y comenzó la guerra. La Horda de salvajes se desplazo hacia el sur, atacando fuertemente a Erebos y otros tantos pueblos al norte, sacudiendo a Scosgleen.
Fue esto lo que provocó la edificación de una Alianza que comprendía a los reinos de Shargotath, Scosgleen, Erebos y Marduk. La Alianza estaba liderada por el Rey Amaethon, de Erebos y Theodoric de Scosgleen para combatir la dura amenaza que se cernía sobre ellos.
La guerra combatida contra la horda Chernobog dejó a la Alianza de Amaethon en un estado de trastorno y confusión. Los soldados de Chernobog sedientos de sangre, bajo el mando poderoso del Jefe Porphiryion Svarozic, atravesaron y devastaron las tierras de los vikingos, y también arrasaron muchas de las provincias centrales de Scosgleen y Erebos. Los implacables soldados de Porphiryion llegaron a saquear y derrumbar completamente a Luonnoatar, que se encontraba en el sureste, antes de que su carrera de destrucción fuera finalmente detenida. Luonnoatar era un reino meridional que se había mantenido neutral a la guerra.
Los ejércitos de la Alianza, guiados por Sir Theodoric y su mano derecha, el Comandante Nunamnir de Scosgleen, Asgard Skuld de Shargorath y Meshkent, Comandante General de la milicia de Marduk, obligaron a retroceder a la horda de Chernobog hacia el sureste, hacia la ruinosa tierra de Luonnoatar, el primer reino que cayo bajo su despiadado ataque.
Las fuerzas de la Alianza rodearon la volcánica ciudadela de Luonnoatar y levantaron sitio contra sus defensas. En un último esfuerzo, Porphiryion y sus tenientes se lanzaron en una temeraria carga desde Luonnoatar y arremetieron contra los paladines de  Nunamnir en el centro de las estepas desiertas. Porphiryion y Nunamnir se enzarzaron en una titánica batalla que dejó a ambos combatientes maltrechos y exhaustos. Aunque Porphiryion consiguió por poco, vencer a Nunamnir, la muerte del gran héroe no tuvo el efecto que el jefe había esperado.
Dhakhan, el Teniente en quien más confiaba Nunamnir, recogió la espada manchada de sangre del Comandante y reunió a sus afligidos hermanos para un salvaje contraataque. Bajo los andrajosos estandartes de Scosgleen y Shargorath, las tropas de Dhakhan masacraron en gran medida a las fuerzas restantes de Porphiryion en una gloriosa y terrible avanzada. Los pocos malparados soldados que sobrevivieron, no tenían más que una salida, huir hasta el último pequeño bastión del poder de Chernobog que aun seguía en pie: las vastas tierras de Rhuthend.
Dhakhan y sus guerreros persiguieron a esos soldados restantes a través los Altos Glaciares del Norte, hacia las profundas y sombrías Grutas de la Angustia, donde se salía hasta los Páramos Helados del norte. Con la horda destruida, y la Alianza inquebrantable, se enzarzaron en la que seria la última y más sangrienta batalla de esa interminable guerra que duro veinticinco años. Los soldados de Chernobog, inferiores en número y trastornados por la maldición de su sed de sangre, cayeron inevitablemente bajo la ira de la Alianza. Porphiryion fue hecho prisionero y escoltado hasta Scosgleen  donde murió tiempo después, mientras que sus deshechos clanes eran hostigados y empujados hacia el este, de regreso a Luonnoatar.
Después de la gran batalla, la Alianza logro reunir a la mayor parte de los clanes renegados que todavía quedaban. Los Campos de Hacinamiento que se construyeron después de la guerra, estaban a rebosar y eran custodiados a todo momento, pero solo había un grupo lo suficientemente grande y fuerte para alterar la frágil paz que se había establecido en Scosgleen: el clan de Weskaran.
El clan de Weskaran, liderado por un insidioso caballero llamado Cramitor, había conquistado y mantenido una amplia zona del Rhuthend septentrional, utilizando pequeñas unidades a pie.

En los años que siguieron a la derrota de la Horda, los líderes de las diversas naciones de la Alianza comenzaron a discutir y altercar sobre las propiedades territoriales y la disminución de su influencia política. El Rey Theodoric Weohstan, el patrono de la Alianza, comenzó a sospechar que el frágil pacto que habían forjado en su momento más oscuro, no duraría mucho tiempo. Theodoric había convencido a los líderes de la Alianza, a que invirtieran riquezas y trabajadores para ayudar a reconstruir la ciudad de Luonnoatar, que había sido destruida durante la ocupación de Chernobog. Estos impuestos, unidos al enorme gasto que suponía mantener a los Campos de Hacinamiento, llevaron a muchos dirigentes, en concreto al Teniente Nyankopom y su Rey Asgard Skuld de Shargorath, a creer que sus reinos estarían mejor si se separaban de la Alianza.
Para empeorarse aun mas las cosas, los bruscos y altos dirigentes de Erebos retiraron su apoyo a la Alianza y declararon que el precario liderazgo de Theodoric Weohstan había llevado a la quema de sus bosques durante la guerra. A pesar de que Theodoric recordó con mucho tacto a los dirigentes, en especial a su Rey Amaethon, que no habría quedado nada si no hubiera sido por los valientes guerreros que habían dado sus vidas por defenderla. Los dirigentes de Erebos tercamente decidieron tomar su propio camino, poco después de su partida, los guerreros de Shargorath se fueron y Marduk de las junglas de Tekkeitsertok levantaron el campamento y se marcharon.

Pasaron los años y las tensiones iban disminuyendo; por fin se estableció una paz duradera en Scosgleen. El Rey Theodoric Weohstan y el Arzobispo Lupercus Drakes trabajaron sin cesar para reconstruir su reino y llevar ayuda al resto de las naciones de la fragmentada Alianza. El reino septentrional de Scosgleen prosperó y volvió a convertirse en una potencia militar bajo el visionario liderazgo del Rey Theodoric. Ardarel, el Comandante en Jefe de la legión militar, mantuvo la paz en Scosgleen, solventando disputas civiles y sofocando levantamientos rebeldes por todo el reino. El almirante Geidler, cuya flota patrullaba las líneas comerciales persiguiendo a piratas y maleantes, mantenía el orden en altamar de una nueva generación de héroes que capturaban la imaginación del pueblo.
El único hijo varón del Rey Theodoric, Izual Weohstan, se había convertido en un hombre fuerte y seguro de si mismo. El joven príncipe había sido educado como un guerrero por Deramulun, hermano del rey Asgard Skuld, de Shargorath, y a pesar de su juventud, era considerado uno de los mejores espadachines de Scosgleen, solo le secundaba su mejor amigo Gulzar Wak, hijo de Ardarel, el Comandante en Jefe a cargo de la milicia. A la temprana edad de diecisiete años, Izual fue introducido en la Orden de la Mano Dorada, que en aquel entonces estaba bajo el mando de Ardarel.

Todo pareció ir bien en Scosgleen. Todo estaba perfecto hasta que dos años más tarde, un terrible brote de peste negra diezmó a más de la mitad de los habitantes de Scosgleen, incluyendo a varios miembros de la nobleza, y fuerza militar, incluyendo al Comandante Ardarel. Fue casi un milagro que la familia real no se hubiera infectado de tan cruel epidemia que duró cerca de cuatro años. Todos los días se veían hogueras donde prendían fuego a cientos de cadáveres de los pobres desgraciados lugareños. Después de la peste, por los campos sin trabajar y la muerte de sus animales domésticos, los residentes de la Ciudad de los Cielos fueron presa de la pobreza y la hambruna que complico la situación y de nuevo la población se redujo drásticamente.

Oethen sentía aversión al recordar esa escena, demasiada gente muerta en un mismo lugar. Aunque era pequeña, podía recordar aun aquello.

En ese entonces Scosgleen se encontraba en una posición crítica y frágil, pero se recuperó en poco manteniendo la paz y una sólida apariencia de orden. Después de casi ocho años de paz, empezaron a circular rumores de una guerra. Los agentes del Rey informaron de que un joven Jefe advenedizo llamado Alrynor, hijo del poderoso líder rebelde Cramitor Styvangz, se había alzado y había reunido a los pocos clanes rebeldes que quedaban para formar una fuerza de combate élite.
El joven jefe tenía la intención de arrasar los Campos de Hacinamiento y liberar a su gente de sus cadenas. La resurgida Horda, había atacado a la ciudad de Erebos y al ahora débil reino de Scosgleen en un intento de rescatar a sus prisioneros. La Horda había destruido las fortalezas que supervisaban la seguridad de los Campos de Hacinamiento, y habían asesinado a los oficiales que la dirigían. El Rey Theodoric envió a sus tropas más poderosas para sofocar el levantamiento de los ataques de Alrynor, pero los astutos salvajes nunca fueron hallados.
El joven jefe demostró ser un genio táctico y eludió los mejores intentos de Theodoric de rodear sus ataques, y en solo dos años más, logro reunir y organizar a su pueblo de Weskaran y otros clanes.
Así edificaron en las verdes estepas de Rhuthend, un nuevo y corrompido reino llamado Rhutkaran, liderado por Alrynor Styvangz, que trato de sacar ventaja de la frágil situación de pobreza y hambruna en la que se encontraba Scosgleen. Quiso tomar y apoderarse de la ciudad. Entonces se produjo una gran y única batalla en la que murieron miles de personas.

El implacable Rey Theodoric Weohstan pudo preservar su reino a pesar de que habían sobrevivido muy pocos de los suyos, pero como pueblo derrotado, tenia que pagar un tributo a Alrynor, gobernante del reino de Rhutkaran. La situación en Scosgleen no se podía mejorar. La mayor parte de lo que producían y las ganancias que obtenían, lo tenían que entregar a Rhutkaran, además muchos de sus habitantes habían huido de la pobreza hacia lugares más seguros.
Sir Theodoric hacia tiempo que estaba enfermo, y cada vez estaba más débil, sus huesos alojaban un dolor terrible, haciendo un suplicio el simple hecho de moverse y caminar. Este echo no era tan considerable para el, sabiendo que el trono lo heredaría a su hijo Izual. La corona estaba asegurada e Izual estaba preparado para ello. El era un hombre noble e inteligente que hubiera podido llevar a Scosgleen hasta la cima. Pero hace cerca de seis años salió con Natalya, su madre, y esposa de Theodoric, junto con un pequeño grupo de soldados en dirección a un pueblo pequeño en las provincias centrales de Shargorath.
Se dirigieron hacia los Altos Glaciares del Norte en busca de Abbadon, un muy respetado zahorí, un hechicero famoso por sus curas contra males extraños, como el de su padre. En el trayecto hacia Shargorath, tuvieron que pasar por lugares muy hostiles, como el frío intenso de los Pantanos Grises hasta llegar a las Grutas de la Angustia, que estaban  llenas de pasillos estrechos y confusos. Muchas personas, habiendo querido aventurarse, habían quedado atrapadas entre sus confusos pasajes.

Pero desafortunadamente, se toparon con un clan de vikingos, los Lochlainach, que eran los habitantes del país de los lagos, los más brutales de todos los clanes vikingos. Tenían la nombradía de que eran saqueadores, sanguinarios asesinos dispuestos a conseguir riquezas a sangre y fuego. Los vikingos se enfrentaron con los soldados de Theodoric y hasta con el mismísimo Izual. La lucha fue encarnizada, los bárbaros, que los superaban en numero y en fuerza, además tenían mas variedad de armas. Los más fuertes usaban un  hacha de guerra, bastante pesada y con mango largo. Podía llegar a metro y medio de longitud y solía tener la hoja labrada con filigranas. También había otras hachas de guerra más ligeras, hechas para ser arrojadas. Otros tantos usaban lanzas o venablos, usadas tanto como arma arrojadiza o en la lucha cuerpo a cuerpo. La mayoría usaba una espada larga y de doble filo; que era el objeto personal más valioso para un vikingo, al que daban nombre propio; tanto la empuñadura como los pomos solían estar profusamente decorados con oro, plata y cobre, sobre todo las de los ricos, que se mandaban hacer lujosas espadas que mostrasen su fortuna.
Por el contrario los soldados de Theodoric, solamente tenían tres arqueros, diez espadachines y ocho en caballería armada. No duró mucho el enfrentamiento, los destrozaron cruelmente, murieron todos excepto uno; dejaron vivo a un paladín que lo mandaron a Argnoth atado a un caballo con los dos brazos amputados. Así hablaría y atemorizaría a la gente y minarían los intentos de invadir los terrenos que los Lochlainach proclamaban como suyos. Así, galopando por la fría hondonada hasta Scosgleen, el paladín llego desangrado y casi inconsciente, pero no lo suficiente como para poder contar lo que sucedió. Murió un tiempo después.

Esto cubrió de un paño mortuorio la antaño fascinante valentía del Sir Theodoric, empezó a apartarse de sus fieles súbditos y le perjudico grandemente a su salud y a su alma. Su esposa y su hijo fueron asesinados como si fueran bestias. Es antinatural el sobrevivir a la muerte de un hijo. Se decía continuamente.
Por estos acontecimientos ha cambiado considerablemente su semblante. Antes, cuando era un importante y fuerte soberano y ahora, que es un Rey viejo y decrepito. El caminar es un suplicio por el dolor en los huesos de las piernas y caderas, sus manos huesudas y nudosas no le sirven para nada. Un simple abrir y cerrar de manos significaría el mas terrible de los tormentos, por si no tuviera suficiente, el clima frío de estas tierras hace mas peligrosa y dolorosa su enfermedad. Siempre, este soleado o no, debe tener puestos gruesos guantes en las manos. Si se enfría demasiado es posible que se le gangrenen las manos y se las tengan que amputar.
 Ya no se mueve mucho, las salidas fuera del castillo han menguado, se la pasa sentado, mirando por las ventanas, o haciendo y firmando ordenes de las finanzas. A cada tiempo que pasa se le ve mas afligido y pensativo, con su barba blanca y mal cuidada, el cabello plateado que le llega a sus hombros, su rostro pálido y sin facciones, su piel frágil, seca como si fuera papel arrugado.
Siempre estaba solo y se ha estado encerrando en si mismo, alojando muchos temores y rencores que solo envenenan el alma. Su único pasatiempo es el estudio, tienes miles de libros de cultura, arte, historia, filosofía, teología, aritmética, gramática, música, arquitectura entre otras en una gran biblioteca, pero siente predilección por la historia, es un erudito en toda clase de culturas y lenguas. Gusto que también comparte su única hija, Oethen Weohstan, que es la que administra la biblioteca, ordenando, conservando y restaurando los libros.

Oethen salió del comedor, se le había quitado el apetito después de ver la pobre apariencia de su padre, se sentía mal por el pero no podía hacer nada. Salió a los patios y camino por un pasillo con arcos de piedra oscura hasta llegar a una gran puerta de roble. Era la biblioteca, su refugio, estaba revisando algunos libros nuevos que le habían mandado monjes de la abadía anexa a Scosgleen. Unos ni si quiera eran libros, algunos eran solo escritos que le mandaban para traducciones en lenguas antiguas. De los libros que le habían llegado todos estaban en su idioma a excepción del verbatim et literatim  (palabra por palabra, carta por carta), que solo era de canciones y poemas.
Se aburrió de estar leyendo, no andaba de humor para estar leyendo y traduciendo escritos encerrada dentro de la biblioteca, tenia ganas de salir. Empezó a divagar en cuando era una niña, cuando ella y su hermano Izual andaban de un lugar a otro del castillo, escondiéndose en la capilla, jugando en la biblioteca, explorando los sótanos y mazmorras o subiendo a las torretas. Causándole muchos problemas a los siervos que se dedicaban a su cuidado. Pero una vez descubrieron un pasadizo secreto, un pasadizo que estaba casi a la vista de todos y por lo mismo, a los ojos distraídos de la gente, era invisible.

El Gran Salón, era un lugar extremadamente elegante. Era una grandísima habitación redonda, de donde se sostenía con hermosos pilares de mármol blanco que llegaban hasta el techo para formar la estructura de una enorme cúpula que en el centro tenia un pequeño tragaluz que iluminaba perfectamente la habitación del trono. El salón era de color claro y estaba plagado de adornos flamígeros y complicados arcos que formaban ojivas y pequeñas estatuas de bestias que sostenían en sus manos pequeñas lámparas forjadas en hierro ennegrecido, donde se sujetaban unas grandes antorchas.
Una gran cantidad de cortinas y estandartes púrpuras colgaban de los balcones y el techo. En esta habitación también llamada "La Sala de Tribunal" se llevan a cabo reuniones importantes, juntas de estado donde se tratan asuntos de vital importancia para la ciudad de Scosgleen. 
El salón era altísimo, con cortinas largas de seda en color púrpura con las orillas en oro de alta factura colgaban desde el techo hasta el suelo. En el centro del salón, había unos elegantes diseños en el suelo hechos de mármol azul y negro, con los contornos dorados, que formaban el símbolo de la ciudad de Scosgleen. Un león de pie sujetando una lanza y una gran letra "S" detrás de ellos. Frente esto estaba un gran trono sobre un pedestal por el que se tenía que subir por una pequeña escalinata redonda de cuatro pequeños escalones tapizados con una alfombra color carmesí.
Era un impresionante lugar que tenia nueve altísimos balcones alrededor del salón, a una altura de unos diez metros. Era desde donde hablaban personas importantes en las juntas que se llevaban a cabo. Había armaduras de antiguos reyes y héroes como decoración en el gran salón, dos a cada lado de cada una de las cinco enormes puertas en forma de ojiva.

Hace muchos años, cuando Oethen y su hermano jugaban en el Salón del Tribunal, fueron a donde estaba una armadura, a la izquierda de una las puertas que comunicaba a un pasillo interior. Estaba una gruesa columna a cada lado de la puerta y el boquete correspondiente que daban a la armadura como si estuviera en un cancel de piedra. Así es que una vez, tratándose de esconderse detrás de tal armadura, Oethen descubrió que el muro del lado izquierdo, justo detrás de la columna, tenía una ligera separación con esta.
Podía sentir una ligera brisa que salía de ahí, trato de moverlo pero no podía era pesado. Después de intentarlo un poco, con la ayuda de Izual que era más grande y tenía brazos más largos, metió la mano entre los muros y pudo alcanzar algo. Era como una cadena, entonces la estiro un poco y como por arte de magia el angosto muro se movió sin esfuerzo alguno, gracias a un mecanismo de pequeñas poleas y engranes.
El pasaje descubierto era oscuro y tenebroso,  pasaba justo por un lado del pasillo que daba a la torre del homenaje, después se desviaba hacia la derecha y llegaba hasta unas escaleras descendentes. Estas escaleras eran rectas, pero después se encontraban otras de caracol. Rodeaba sobre la torreta de la esquina trasera del castillo y bajaba por los sótanos. Era una camino largo, luego estaban unas escaleras rectas pero muy empinadas, y al final llegaban a un pequeña cámara que daba a un corto pasillo y topaba de frente con un muro falso, como el habían descubierto arriba.
Salían al flanco derecho del castillo, justo en el foso. Para salir de ahí tenían que subir escalando por una ladera escarpada de piedras puntiagudas hasta llegar a tierra firme a un costado del castillo. Ese pasaje lo usaron cientos de veces para salir a escondidas e ir a conocer el pueblo. Otras veces les hacían broma a los guardias de la puerta, porque salían por el pasadizo y entraban por la puerta principal. Los guardias se les quedaban viendo atónitos, puesto que no los veían salir. Al recordar eso Oethen, aun se reía por las caras de confusión que hacían los soldados.

Después de comer, Oethen fue a cabalgar fuera del castillo, por el bosque y las tierras de labranza, pasando por riachuelos y caminos de tierra. Hacia eso la mayoría de los días, le gustaba estar en contacto con el ambiente, disfrutando del aire libre, los paisajes, los olores del campo, era amante de la naturaleza. Luego ya de regresar de aquel paseo por el campo, subió hasta su habitación, tratando de terminar su pintura. Además de la lectura era gran aficionada a la pintura

En su amplio cuarto y cerca de la ventana tenía un lienzo, en el que había comenzado a pintar la hermosa vista que tenia desde la ventana. La muralla con sus altas torres, al frente a unos quinientos metros al norte y después de las llanuras frente al castillo, estaba una pequeña posada y una choza mas alejada, entre las enormes piedras y los lagos dispersos que cubrían esa zona. A su izquierda estaba la vereda pedregosa que llevaba hasta el pequeño bosque de pinos, sauces y secoyas que cubrían un poco el pintoresco pueblo con sus casas de madera. Desde su ventana se podía ver el pequeño monasterio, y la pequeña plaza.
Estaba casi terminando el cuadro, pero había algo que no le gustaba del todo, una mancha obscura en la muralla del castillo que la distraía. No recordaba haberla visto antes, quizás solo eran los efectos de la falta de luz porque ya estaba obscureciendo, pero la desconcertaba el no haberse dado cuenta de aquello. Cubrió el cuadro con tela de gasa, un tanto molesta y se fue a la cama.
No pudo dormir tranquila, no tuvo ninguna pesadilla pero existía en ella un sentimiento de que había sido invadida, como si alguien más estuviera en la habitación, una presencia difícil de explicar, pero notaba algo extraño. Por fin entrada la noche pudo conciliar el sueño.



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