El forastero de Treaselgard

28 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Emanuel Ramos Peña
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La Mano de Zarpanitum

Era medianoche y Ethelred Gorm se preparaba para abandonar la pequeña provincia de Kongsport, un pequeño pueblo que sé ubicada al suroeste del Santuario, en las verdes tierras de Wayland. Ethelred se dirigía hacia La Rogue, un pequeño campamento que servia como estancia en el cruce de caminos de viajeros y comerciantes que se dirigían hacia las principales ciudades que se encontraban alrededor. El campamento se ubicada en los Valles Bajos al sur de Erebos.
En realidad no quería abandonar su hogar, el hogar donde había vivido largos años de tranquilidad, largos años sin preocupación. Pero los rumores de las tierras septentrionales comenzaban a llegar a la provincia. La gente tenía miedo. Algo había pasado, lo sabia, también tenia el presentimiento de que iba a volver. Estaba despertando.

Ojalá y solamente fueran eso. Rumores, decía para si mismo Ethelred Gorm. Ya había terminado todo, no puede regresar, no debe regresar, se dijo de nuevo a si mismo con un rostro de preocupación, con miedo en sus ojos.

La gente que conocía a Ethelred opinaba que era un hombre muy reservado y distante. Vivía en una pequeña casa alejada del pueblo desde hace unos pocos años. Nunca tenía un hogar fijo, siempre cambiaba de hogar durante un lapso indeterminado de tiempo, por lo que la gente no llegaba a conocerlo en realidad demasiado. Era amable con la gente que lo trataba, pero en general era alguien ermitaño. Nunca visitaba las tabernas y bares de los pueblos en los que se encontraba, ni asistía a las fiestas del pueblo, y cuando lo hacia, se desaparecía de pronto sin decir mas.
Esto asustaba a algunas personas, pues creían que hacia cosas malas y que traía malas cosas a los pueblos a donde llegaba. Algunos juraban decir que era hechicero o maleante, pero nunca trajo problemas a ningún lugar a donde fue. A pesar de las injurias que algunos campesinos recelosos hacían, la mayoría de la gente con la que se topaba lo respetaba y le tenía cierto aprecio.
Tenia cinco años de vivir en Kongsport, la gente ya lo conocía un poco, pero pocos sabían su nombre, siempre lo llamaban con apodos de "el extranjero","el forastero","el trotamundos" y cosas así. Pero poco a poco se fue ganando la confianza de esa gente.
Por su parte Ethelred tenía sus razones por cambiar de hogar y de vida constantemente, siempre que sentía que ya llevaba demasiado tiempo en un solo lugar. En realidad esto en ocasiones le molestaba, pero era algo que tenia que hacer, su condición lo obligaba. Aun recordaba la vez que se quedo a vivir por mucho tiempo en una ciudad, los problemas llegaron como agua en un rió crecido. Esto le enseño que su vida seria eternamente errante. Nunca tendría un hogar o lugar fijo.
Ethelred tenía una vida desahogada económicamente hablando. Tenia una bolsa mediana con monedas de oro y con eso le alcanzaba para vivir bien. Satisfaciendo las necesidades básicas. Pero a pesar de poder vivir desahogado de la pobreza que acosaba a algunos lugareños, el no aparentaba tener el dinero que en realidad tenia. Vivía en una austera casa, su alimento consistía principalmente en los pocos animales de granja que compraba y en las hortalizas que cosechaba cuando era el momento.
Pero las envidias no se hacían esperar. Campesinos celosos del hombre que parecía mantenerse de una manera misteriosa, comenzaban a hablar a sus espaldas. No veían que trabajara más que su hortaliza y el criar a sus animales. Pero se preguntaban de donde había conseguido el dinero para comprar aquellos animales. ¿Con que dinero? Si parecía no trabajar. Algunos mal intencionados esparcían rumores de que traficaba con productos prohibidos o robados, algunos mas injuriosos lo acusaban de mercadear con objetos peligrosos, principalmente cosas de hechicería y pócimas venenosas, obviamente esto jamás fue comprobado.
La realidad es que Ethelred durante los últimos años de su vida había podido obtener una vida pudiente, debido sus continuos viajes y negocios que tenía con los mercaderes que se encontraba en el camino o con la gente de los pueblos a donde llegaba. No tenía un trabajo fijo. Hace mucho había dejado la legión, hace mucho había dejado de ser un guerrero como los tantos que habían pertenecido a la Orden durante hace ya mucho tiempo. Los caballeros entrenados por Zarpanitum.

La historia de Zarpanitum, la iglesia de religión monoteísta, se remonta hacia la última mitad del siglo V. Cuando la iglesia de Zarpanitum había ganado importancia en todo el este del Ultimo Santuario, cuando las visiones y profecías de Masaya se extendieron por todo el mundo para a las masas del mundo. La iglesia alistó a un grupo de sus más fieles y devotos sacerdotes y los envió  a tierras lejanas e inhóspitas con el fin de convertir a los pueblos del oeste.
Desafortunadamente la iglesia no había preparado a estos hombres para los rigores de tal viaje, y a los riesgos inesperados del violento mundo en que se vivía entonces. Los sacerdotes que sobrevivieron a tales viajes, contaron sobre lo mundano del clima, los dolorosos suplicios que pasaron, los ataques de bandidos y también de los encuentros con horribles animales. Después de esto, la iglesia preocupada por la seguridad de sus mojes y sacerdotes, entrenó a hombres hábiles y fuertes, pero también, puros del corazón, para convertirlos en los santos guerreros, los Paladines,  los caballeros que acompañaban y salvaguardaban a sus misioneros.
Unas décadas después, los guerreros fueron llamados a servicio. Esto durante una época turbulenta de sombrías y extensas guerras. La iglesia entrenó a una segunda campaña de conversión, la inquisición de Zarpanitum se esparció por las tierras como una tempestad, acrecentándose las sospechas sobre de que en las provincias del norte se había formado un determinado número de supuestos Cultos de Muerte, conducidos por un Capitán llamado Leoric. En esta que había sido la nueva generación de Paladines eran conocidos como La Mano de Zarpanitum. Estos caballeros reclutados por todos los Reinos que rendían culto a Masaya, vencieron al poderoso ejército del Capitán Leoric, que había caído bajo un poder corrupto. Estos caballeros de justicia cambiaron el mundo a través de las tierras, expulsando las manchas de contaminación pagana que habían encontrado en su camino.
En medio de esta sangrienta cruzada, se levantó una rebelión entre rangos de los paladines de Zarpanitum. Los rebeldes condenaban los métodos de la inquisición, proclamando que su nueva Orden de Paladines debía proteger a los inocentes, y que la corrupción maléfica contra la que habían luchado simplemente no era mas que una evidencia de el fracaso de sus antepasados. Y así, la rebelión dejó Zarpanitum para ahora si aventurarse al oeste.
Los caballeros de la Mano de Zarpanitum que talaron los ejércitos de Leoric, fueron educados en templos guerreros para purificar su corazón y siguen religiosamente las enseñanzas de Zarpanitum que Masaya a puesto en sus libros, la religión de la Luz. Son guerreros de batalla para quien la fe es su escudo más poderoso, luchan por lo que creen tener la razón.
  
Esto ya no parecía tener ningún sentido para Ethelred, cuando el se alisto a las filas de la Mano,  fue porque creyó que iba a hacer algún bien al mundo. Iba a rescatar de la mísera y de la pobreza a los desgraciados paganos. Estando dentro, se dio cuenta que no podía, una institución tan grande como lo era la Mano de Zarpanitum tenia muchos huecos en sus raíces supuestamente firmes y puras.
Haría un mejor bien estando solo, actuando individualmente. Ya lo había echo antes. Así que decidió salirse de las filas del la Santa Orden, pero al salirse, era desterrado automáticamente por Zarpanitum con el titulo sobre su frente de traidor y pagano. Quizás esto le habría molestado en otro tiempo, pero en ese momento no lo sintió como una maldición, sino como un alivio.
Después de estar fuera de la Orden, siguió viajando, conociendo lugares, viviendo por temporadas en distintos lugares. Casi había estado en todos los reinos y lugares del Ultimo Santuario, como se le llamaba al mundo. Le gustaba vivir así. Pero esta vez deseaba quedarse más tiempo en Kongsport. No tenía planeado partir hasta que pasara más tiempo, pero la llamada era urgente.
Debía partir inmediatamente.

Para llegar a Erebos se tenia que ir por el Río Lu hacia el norte, río arriba hasta llegar a Khanduras, después de ahí, tendría  que hacer su recorrido a caballo para llegar al campamento de la Rogue. Será sencillo, se dijo Ethelred, así que se aseguro de preparar todas sus cosas (que no eran muchas), solo un pequeño fardo para guardar sus cosas personales. Los animales los liberaría y la casa la dejaría abierta para que la ocupara quien quisiera. Estaba seguro de que no volvería.
El equipaje que llevaba era demasiado liviano, en La Rogue tenia algunos conocidos que le podrían prestar algunas cosas que pudiera necesitar. Además de que probablemente ahí se quedaría a vivir temporalmente, además, tenía que ver a su informante. Ella seguramente le tendría noticias de lo que pasaba.
Entonces Ethelred en su habitación con la iluminación de una pequeña lámpara, se puso a recoger sus cosas. Se preocupo por guardar en una tela de linaza roja en el que guardaba un manojo de monedas de oro. Las acomodo en una hilera y envolviendo la tela a manera de cinturón, se la puso en el pantalón en la cintura, después se puso sobre este un cinto grueso de piel café oscuro.
Se guardo una larga daga plateada con empuñadura negra y se la guardo en una vaina negra a un costado de su cintura, amarrada esta al cinturón. Lo que pareció importarle mas no fue el empacar su dinero o sus armas, fue una larga caja de madera y forrada en piel oscura, reforzada en las esquinas con plata. En el centro de la caja tenia grabados unos dibujos de árboles, astros y extraños animales, en las orillas de la caja estaba adornada con extrañas letras y símbolos antiguos. Eso era todo lo que llevaba. Todo lo que necesitaba.

A Ethelred le esperaba un largo viaje, pero no le importaba, se veía y se sentía joven y fuerte. Era alto, mayor que el promedio de la gente, su cuerpo era grande con un espalda ancha y sus músculos se dibujaban disimuladamente bajo la camisa de manga larga color marrón que llevaba puesta. Tenía  el cabello castaño que le caía suavemente hasta los hombros. Una pequeña cicatriz se dibujaba en una de sus cejas obscuras y pobladas que se hacían contrastar con sus aceitunados ojos expresivos y su uniforme piel apiñonada.
Tenía una presencia agradable, por lo que era asediado comúnmente por las damas con que se encontraba, pero la resequedad de su carácter minaba las esperanzas de muchas de ellas. Había tenido algunos fugases encuentros amorosos, pero eran cortos y mínimos. No le gusta enlazarse con alguien, es un compromiso muy grande para el, un compromiso que tarde o temprano le traería problemas, al igual que las amistades. Ya le había sucedido antes.
 
Salió de la casa dejándola abierta y fue a la granja y libero a los animales. Ya caminando en la oscuridad de la media noche, se dirigió al muelle del río Lu donde se encuentran algunos lancheros y pescadores que viven ahí o duermen después de embriagarse durante toda la noche. Llegando ahí encontró el muelle vacío, las pequeñas lanchas parecían estar vacías.
Camino unos metros mas hasta que encontró una con alguien adentro. Se acerco y vio a un lanchero dormido boca abajo, estaba sucio, estaba descalzo, tenia la sucia barba un poco larga y mal cortada.

- ¡Hey hombre, levántate!- dijo Ethelred en voz alta. 
El lanchero no se movió, paresia estar durmiendo como un niño. Como un niño ebrio y baboso, pensó el al ver el charco de saliva que tenia bajo sus mejillas. Entonces  Ethelred lo pateó suavemente, diciendo - ¡levántate! -
Entonces el lanchero se movió aun adormilado. Ethelred le volvió a dar un ligero puntapié y dejo que se despertara.
El hombre se despertó malhumorado y volteó hacia donde estaba Ethelred. Parecía estar aun dormido pero con los ojos abiertos, y con un fuerte hedor alcohólico que salía de su boca
- ¿Qué quieres? - dijo el.
- Tu bote - respondió Ethelred con firmeza. 
El lanchero lo miró y se rió secamente con una risa falsa e irónica mientras le decía  - ¿Cómo dices? -
- ya te lo dije, quiero tu bote. Pagare por el, por el dinero no te preocupes, yo tengo lo suficiente como para que te compres otro - dijo Ethelred con ya un poco de tranquilidad.
- ¡Ja! ¿Que te lo venda? - Dijo el lanchero riéndose con sarcasmo - me lo gastare en alcohol la misma noche en que me lo des -
- necesito su bote señor. Pagare el doble del valor por el bote -
- ¡Es todo lo que tengo, es mi casa, y es mi trabajo!  Estaría loco si te lo vendo - Dijo el lanchero dudoso. Después pareció pensar un poco y pregunto - Mm. ¿A dónde va? -
- Hasta Khanduras -  respondió Ethelred.
- tu suerte parece sonreírte, pensaba ir mañana a visitar viejos amigos ¿quieres que te lleve entonces? Claro, el viaje te costara.- dijo el lanchero con una amplia sonrisa, en ella se podían distinguir sus amarillentos y podridos dientes.
Ethelred se sacó del cinto de linaza, y del montón de monedas agarró dos y se las arrojó al piso del bote mientras decía - te daré seis más de estas al llegar a donde te pido, pero nos tenemos que ir ahora mismo. -
El lanchero sonrió de nuevo y agarró las dos monedas rápidamente, asegurándose de que eran de oro y después le hizo un ademán de que subiese al bote, desamarró las cuerdas en el muelle y empezó a remar.
- No tardaremos mucho, haremos a lo mucho tres días hasta Khanduras. Parece tener mucha prisa señor... ¿como se llama mease? - pregunto el lanchero.
- Gorm - respondió, sin mucho ánimo de comenzar una platica.
- Claro mease Gorm, ¿y tiene mucha prisa mease? - volvió a preguntar.
- No es asunto suyo - dijo Ethelred con su capacidad de paciencia a punto de explotar.
- ¿Por qué ese mal humor mease? - Insistió el hombre - solo es una simple pregunta por la curiosidad de un pobre lanchero -
- Limítate a hacer tu trabajo - asevero Ethelred ya de mal humor.

El lanchero solo lo miró con una expresión de desprecio en su rostro iluminado por la luna. Se quedo callado mirándolo de soslayo mientras remaba en la oscuridad.  Maldito extranjero arrogante, pensó el lanchero. Solo lo llevaba porque no tenia ninguna moneda en el bolsillo, necesitaba dinero urgentemente y este desgraciado tenía dinero. Vaya que lo tenía. Sabia que terminando el viaje se iba a ganar dinero, mucho dinero.



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