El forastero de Treaselgard

28 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Emanuel Ramos Peña
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7. Verbatim et Literatim

Una nueva fría mañana, pero con un brillante sol que se reflejaba en el colosal y ambicioso castillo de Scosgleen. Oethen se levanto de la elegante cama con una lujosa cabecera de roble; coronada con el elegante dosel de madera fina y sus cuatro columnas retorcidas de donde pendían unas cortinas de tul blanco que cubrían la cama con sus sabanas de seda color carmesí con finos bordados dorados de diseños rebuscados. 
Afuera del castillo se escuchaba más ruido del habitual, pero es porque era domingo, cuando la gente del pueblo estaba de descanso y se le oía ir y venir por el castillo. El eco del bullicio de las voces de los lugareños chocaba contra las paredes de piedra de Argnoth, gente cantando, platicando. De vez en cuando había justas de hombres a caballo en los campos que se encontraban frente al castillo. Era una de los espectáculos favoritos para la empobrecida población de Scosgleen; una gran exhibición de fanfarronería a caballo, donde hombres hacían presunción de su fuerza y coraje montados a caballo con sus lanzas de madera para derribar al contrario, haciendo alarde de destreza, lujo y fantasía de sus participantes.
Entre las angostas y bulliciosas callejuelas dentro de Argnoth, la gente se ocupaba de su taller o comercio, en los patios laterales del castillo había pequeñas casas de labranza y parcelas cercadas. Algunas mujeres de todas edades paseaban cargando cestas de verduras con la cabeza envuelta en un paño blanco, por lo que solo se les veía el rostro. Unos cuantos soldados recorrían el adarve observando la multitud. Había caballeros que se paseaban a lomos de sus monturas y enarbolaban flameantes estandartes con los colores de Scosgleen o la orden a la que pertenecían.
Desde la ventana de la habitación de Oethen, ella podía observar toda la extensión de la plaza y a veces se quedaba horas ahí en la ventana observando el movimiento. Nunca se aburría de mirar el constante movimiento que había en la ciudadela.

Después de haberse arreglado para ir a comer algo, hizo su regular camino desde el quinto nivel del castillo hasta un pasillo antes de llegar al Salón Comedor en el primer nivel, donde se encontró a Gulzar Wak, el Comandante en Jefe de la Milicia de Scosgleen, que se dirigía hasta el Salón Comedor.

- buenos días princesa, luce radiante el día de hoy -  dijo al momento que le tomaba la mano y se la besaba suavemente.
- Buenos días mayor, gracias, me da gusto verlo - decía Oethen seriamente. Realmente no toleraba mucho al Comandante - ¿Cómo ha visto a mi padre? ¿Ha notado algo raro? -
- No, solo esta incomodo por la presencia de los soldados de Rhutkaran. Están por todo el castillo esperando que les den la mercancía, además Alrynor nos esta presionando cada vez mas para que aumentemos la cantidad de mercancía, y no le podemos cumplir. Tu padre esta preocupado por eso, somos un pueblo pobre. No completamos ni para nosotros mismos - dijo el comandante con un semblante serio.
- Si, entiendo, cada vez que vienen los soldados de Rhutkaran se siente una lacerante incomodidad, ¡son unos salvajes! - dijo Oethen con la cara llena de rabia.
- No se preocupe madame, solo están esperando la mercancía y se irán en unos cuantos días. No tiene por que temer, estamos aquí para protegerla, no tiene nada porque preocuparse - dijo Gulzar tratando de tranquilizarla.
- Si lo sé, pero es que odio que vengan a invadir nuestro espacio -  declaro Oethen enojada.
- madame no podemos hacer nada, no están haciendo nada fuera de los tratos entre Rhutkaran y Scosgleen. - dijo Gulzar tratando nuevamente de tranquilizar a Oethen al momento en que ponía una mano sobre su hombro.
Oethen quito la mando de Gulzar de su hombro bruscamente, y disgustada le contesto - ¡Ya lo sé!, eso es lo que más me repugna, que no podemos hacer nada, somos un pueblo débil que baja la frente cuando llega un invasor que no son capaces de...
- ¡¿Asesinarlos y declararles la guerra?! - interrumpió Gulzar con firmeza. - discúlpeme princesa pero con todo respeto, tiene que volver a la realidad. Rhutkaran es un reino fuerte que nos doblan o triplican en el número de soldados. Tienen mucho más riquezas que nosotros. Tienen además a su mando al demente Alrynor, el no se tocaría el corazón para destrozarnos, y usted lo sabe mas que nadie. Scosgleen esta agonizando - expresaba Gulzar cambiado a un suave y abrumador tono - necesitamos trabajar más y necesitamos que el pueblo recobre su autoestima y la confianza en su gobernante, pero...  desgraciadamente no la tienen. -  termino Gulzar casi suspirando.
Oethen se sorprendió en la manera que Gulzar la había interrumpido, pero no lo tomo mal, sabia que tenia razón. Sabía que se había exaltado, seria estúpido hacer algo contra esos soldados, en vez de ayudar. Perjudicaría, y en mucho a su pueblo.
- Tiene razón mayor, creo que exagere las cosas, es cierto que mi padre no infunde un sentimiento de confianza en el pueblo - dijo Oethen tratando de calmarse un poco.
- no lo tome a mal, pero su padre esta viejo y enfermo, además las ultimas decisiones no han sido muy acertadas como hemos podido ver -  completo Gulzar con una voz desanimada. - fue un gran error él haber confiado en Alrynor, se dio cuenta de nuestra vulnerabilidad después de la peste, y nos quito casi la mitad de nuestro territorio, el mas rico en posos de metales preciosos. -  decía Gulzar con una tristeza que se reflejaba en sus grandes ojos miel y poniéndose al lado de la princesa.
- Claro que lo se, yo misma lo he vivido. - dijo Oethen, ahora ella poniendo una mano en el hombre.
- No se preocupe, todo va a salir con bien.- dijo Gulzar con una media sonrisa, y tomándola de su mano le dijo - los siento madame, me tengo que ir. Fue un placer haber platicado con usted -
- el gusto fue mío - dijo Oethen.
- desearía volver a conversar con usted, tengo inquietud en tratar asuntos personales con usted, pero creo que ahora el tiempo es nuestro peor enemigo, con su permiso -

Gulzar dio la media vuelta y se fue caminando decididamente por el corredor que va hacia los patios. Llevaba un yelmo tomado en una mano y la otra sujetaba la grande espada que tenia ceñida al lado derecho, como asegurándose de que todavía estaba ahí. Llevaba una pesada indumentaria de guerra, y al caminar hacia un ruido sordo y metálico debido a roce de su armadura.
Era raro haber platicado con Gulzar, pensó Oethen. El siempre ha sido un frió caballero con el que pocas veces había cambiado mas que saludos corteses después de que ella rompió su compromiso con el, y hoy entablo una conversación, que si mas no era la mas alegre, al menos había platicado un poco.
Desde un tiempo atrás, Oethen había tenido una corta pero accidentada relación con el Comandante. La tormentosa relación se vino abajo pero Gulzar Wak aun tenia interés en cortejarla, pero ella mino todos sus esfuerzos porque ya no quería estar con el. Desde ese entonces, Gulzar fue mucho mas frío con ella, mas cortante, apenas si la miraba, pero ahora parecía querer volver a insistir como antes. Cuando era buen amigo de Izual.
Pero Oethen seguía pensando lo mismo sobre el. Gulzar no era más que el típico caballero que trata de conquistar a una mujer mostrándole cuan fuerte y hábil era con la espada. Aunque no lo consideraba desagradable, ya que era un hombre que andaba en sus años treintas, era alto, de cabello oscuro y largo hasta los hombros. Sus facciones eran toscas y muy masculinas, pero seguía siendo un hombre con gran atractivo y modales correctos.
Pero a ella no le atraía mucho, a pesar de que a su padre le hubiera encantado que Gulzar la desposara, pero no, no quería tener como esposo a un hombre que lo único que había echo en su vida era el haber asesinado a personas. Había otras cosas que buscaba en un hombre.

Oethen bajo al Salón Comedor y desayuno en compañía de su padre. Estuvieron platicando sobre diversos temas, evitando hablar sobre la presencia de los soldados de Rhutkaran, sabiendo que a su padre, el solo oír hablar de ellos le cambiaba el carácter. Tenia ganas de estar tranquila sin tener que discutir con su padre.

- este maldito frió me esta matando - decía Theodoric al tiempo que se acariciaba las manos enfundadas en unos guantes afelpados de color café.
- déjeme ver - dijo Oethen al tiempo que lo agarraba de las manos y se las acariciaba con delicadeza, tratando de crear calor en las sensibles manos de Theodoric.
Le quito el guante de una mano, y luego le quito unas bandas delgadas de gasa con las que se envolvía las manos y los dedos. Comenzó a masajear sus manos, tratando de que la sangre circulara por ellas y se calentaran un poco, después hizo lo mismo con la otra mano. Ya estaban tomando un poco de color, antes las huesudas manos eran de un color casi blanco, pálidas, como si estuvieran muertas. Pero ya se veían mejor. Pero aun lucían desagradables a la vista, huesudas, con dedos torcidos y nudosos que no podía casi mover.

Theodoric con una sonrisa mezclada con tristeza miró a Oethen y le dijo - Gracias hija, gracias por todo lo que haces por mi, vas a ser una gran Reina. -
- No diga eso padre, todavía me falta mucho para ocupar el trono y le falta a usted mucho por hacer en Argnoth - decía Oethen con un tono de amargura.

Después de ese comentario se quedaron ahí en el comedor un tiempo solos, comiendo en silencio sin cruzar palabra. Después de un rato, Oethen se salió por un largo pasillo de piedra que daba directamente hacia los patios. Salió al patio y se vio deslumbrada por el sol, por haber salido del castillo donde todo estaba en sombras y no había mucha luz, y de repente al salir rápido de ahí, y con el fuerte sol del mediodía que se reflejaba fuertemente sobre los muros del castillo, se sintió deslumbrada un momento.
Después pudo notar claramente la gran cantidad de gente que había en las callejuelas de la ciudadela. Unos soldados haciendo guardia frente al arco de la entrada, niños corriendo entre los estantes de comerciantes, un humilde hombre vestido de pantalón y camisa café con una bolsa negra trabajando una pequeña parcela, un herrero martillando para darle forma a una armadura, otro soldado recargado contra la pared del castillo mordiendo una pieza grande de pollo, mujeres con canastas, un caballero con armadura de placas con su espada y escudo a cada mano mientras iba caminando tranquilamente con su caballo a su lado, un carnicero con un delantal negro sacrificando a un cerdo que chillaba sonoramente y si, ahí estaban los soldados de Rhutkaran.
Como los odiaba, sentía asco con el simple hecho de mirarlos. Invadiendo su espacio, su pueblo, su gente. Eran unos salvajes, en más de una ocasión le había tocado ver que ellos comenzaban a golpear lugareños por el simple hecho de divertirse, a veces se robaban animales domésticos u otros objetos de los puestos, y trataban de pasarse de listos con las mujeres del pueblo.
En una ocasión tuvo la oportunidad de ver como un soldado alto y fuerte golpeo a un niño pequeño, simplemente porque choco contra el al estar corriendo y mirando hacia otro lado. Lo golpeó tan fuerte que casi lo mata, haciéndole una terrible herida en la cabeza. Cuando trataron de reclamarle los pobres mercaderes que había ahí cerca, ya había más de quince soldados con sus espadas en guardia listos para cualquiera que se les quisiera enfrentar. Oethen recordaba eso con tanta rabia que no podía mirar a esos soldados de frente.
Y ahí estaban, eran dos soldados que se encontraban frente a ella, estaban platicando tranquilamente. Vestidos con pantalones cafés y una ligera cota de malla que en el centro tenía un escudo grande y plateado con una figura de lo que parecía ser un ave. Uno de ellos se quito el casco, que era de esos que solamente le tapaban el cráneo y en la frente tenían una placa en forma de T, para poder ver y respirar cómodamente.
Ese tipo de cascos son para soldados de medio rango, porque los de alto rango llevaban un yelmo plateado con un crestón como adorno y un varascudo con el que se adornaba la parte trasera de la nuca. Mientras que los de más bajo rango solo usaban una capucha de maya que les protegía mucho menos.
El soldado que se había quitado el casco se le quedo viendo, con una sonrisa lujuriosa y sucia incomodando a Oethen. Tenia el rostro lleno de suciedad, las únicas partes que se le veían limpias era por donde el sudor había escurrido por su cuello, Oethen decidió mejor caminar.
Caminado y perdiendo de vista a aquellos soldados, dio la vuelta a la Torre del Homenaje para llegar al pasillo que lleva hacia la biblioteca. Desde el pasillo, se podía observar en la gran altura de la atalaya, a dos soldados platicando que sin lugar a dudas estaban muy entretenidos. Oethen camino por un pasillo porticado pasando por las altas columnas donde en la base de estas había macetones con pequeñas flores blancas. En esa parte del patio no había mucha gente y se podía sentir un poco mas de tranquilidad. Llego a la biblioteca y encendió una lámpara de combustible. La biblioteca, con una altura de siete metros, tenia dos grandes estanterías repletas de libros que ocupaban las dos paredes a lo largo del amplio aposento. La biblioteca no tenía mucha iluminación, que aunque tenía grandes ventanas y dos tragaluces, no era suficiente para iluminar una habitación tan grande, por eso siempre tenía a su lado una lámpara de petróleo.
Estuvo leyendo unos libros de historia y luego uno de los nuevo libros que le habían llegado, el verbatim et literatim, de canciones típicas y poemas de los monjes de Ambrosia cerca de Khanduras. Los habían traído en base de un largo y tortuoso camino según lo que le habían dicho los monjes. También había documentos de la iglesia de Zarpanitum y algunos escritos con canciones y cuentos antiguos de los pueblos aledaños.
Después de estar un largo tiempo estudiando sus libros, Oethen salió de la biblioteca notando que ya no había tanta gente como hace un rato. Iba de regreso al castillo, pasando por un pequeño puesto de legumbres y de repente se topo con tres soldados de Rhutkaran que le obstruían su paso. Estaban de frente a ella,  intento pasar por un lado y uno de ellos se le puso enfrente para impedírselo, Oethen casi topaba contra el. Casi vomitaba, ese olor a rancio, ese hedor sucio de ese soldado que parecía que jamás se había bañado le había dado un asco terrible. Entonces ella se movió para el otro lado y el soldado hizo lo mismo, sonriéndole de manera estúpida. Oethen estaba por darle un golpe, o al menos eso quería, fue entonces que el soldado se hizo a un lado haciendo un ademán de reverencia tonta y exagerada al tiempo que le decía - Pase usted su majestad -  Oethen solo camino apresuradamente sin ni siquiera voltearlo a ver. No soportaba hacerlo.

Como odio a esos estúpidos, mascullaba Oethen a si misma. ¡No los soporto, desearía que desaparecieran de la tierra! 
Entro al castillo por el corredor hasta llegar a las escaleras principales para subir a los niveles superiores, después cruzo unos pasillos y subió una pequeña escalera de caracol para llegar su habitación. Llegando ahí, se dejo caer sobre su cama queriendo descansar. Aunque acostada ahí no podía verlo, oía el sonido de los polluelos de golondrina del nido que estaba afuera de su habitación. Era lo único agradable que había escuchado en todo el día, pero el disgusto que había tenido allá abajo no podía abandonarla.
Se incorporo de su cama y camino hacia la ventana. Tenía que distraerse en algo, entonces quito la tela blanca sobre el lienzo de la pintura y comenzó a observar su pintura.  Le faltaba poco para terminar, solo le faltaba dar unos toques a las nubes y ponerle algunos detalles a las casas del pueblo. Pero se había dado cuenta que ahí seguía esa mancha.
Esa mancha obscura donde estaba la muralla, entonces no había sido por efecto de la oscuridad del día anterior, pensó ella. Entonces trato de corregir el desperfecto con un gris mas claro para contrarrestar la mancha con el color general de la muralla, y lo logro, o al menos eso creyó por un momento. Al secarse la pintura. La mancha volvió a aparecer, no se veía tan mal ahora, pero aun Oethen sentía que distraía la vista hacia ese punto, en vez de que resaltaran la belleza de las altas montañas nevadas y el pueblo a lo lejos con su zona boscosa. Decidió no tomarle tanta importancia a ello, lo mas seguro es que otra persona no lo notaria, pero en realidad le tomaba cierto malestar. Era muy estricta con ella misma, siempre se la pasaba regañándose y culpándose a si misma.

Cuando la cena ya había terminado y se disponía a dormir, subió a su habitación que estaba de un suave color azul por la luz de la luna que iluminaba parte de su habitación. Un color que se combinaba perfectamente con el amarillo y naranja de la lámpara de combustible que tenía sobre una mesita junto a la cama. Se cambio su fino vestido por ropa de cama y se recostó en la cama, apago la lámpara que tenia a su lado y como absorbida por el cansancio se quedo dormida rápidamente.

De pronto escuchó un ruido.
Algo se había caído.
Era allá afuera.
Oethen al principio no pareció entender lo que sucedía. Escucho el sonido como si proviniera de alguna habitación de a lado, un sonido metálico, como si se hubiera caído algún objeto. Entonces se escucho de nuevo, pero este pareció ser diferente, un rumor, un extraño rumor.
Algo estaba afuera de su habitación.

Oethen se despertó rápidamente pero no vio nada, la habitación estaba tranquila, con la espectral iluminación de la luna sobre el cuarto. Oethen se levanto de su cama y se puso un ligero albornoz y camino en dirección a la pesada puerta del cuarto. La abrió cautelosamente y sintió como una brisa fría entro al cuarto que soplaba desde el pasillo. Esto hizo que su piel se pusiera de gallina, sintió de pronto una necesidad de cerrar la puerta y volver a su cama pero no pudo.
Salió al pasillo pero no vio nada fuera de lo normal, probablemente había sido algún soldado que estaba patrullando por el lugar, pensó Oethen al regresarse a su cuarto. Al regresar a su cuarto vio que la manija de la puerta del lado exterior estaba en el suelo, la levanto y pudo notar que estaba quebrada, como si hubieran tratado de abrir a la fuerza y la hubieran quebrado, pero era imposible, era de hierro.
Volvió a entrar a la habitación pero sintió algo, un frió escalofrío, y rápidamente volteo hacia el final del cuarto. Hace un momento la habitación estaba más iluminada por la luz de la luna. Ahora, las sombras ganaban más espacio y eran más obscuras. Quizás una nube impide el paso de la luz, pensó Oethen, pero no era cierto, el cielo estaba totalmente despejado.
Dejando todos sus miedos, entro a la habitación. Sintió un escalofrió en todo el cuerpo, sentía una presencia, algo mas estaba en la habitación. Pero no podía ver nada, Oethen estaba parada ante la puerta, entonces salió del cuarto rápidamente y tomo una antorcha que había en el pasillo y entro de nuevo. Camino lentamente en dirección a su cama sin dejar de mirar hacia el fondo de la habitación que lucia más negro que nunca.
Pudo sentir que además de la tremebunda oscuridad, había bajado la temperatura y podía ver el vapor que salía de su boca al exhalar. Casi al llegar a la cama la lámpara se apago. No había corriente alguna de aire que apagara la lámpara, se quedo atónita. Levanto la vista y la negrura de la sombras se había multiplicado.

Estaba enfrente de ella.
Estaba avanzando hacia ella.
Entonces trato de correr hacia la puerta y vio atemorizada que ya no estaba, la sombra la había tapado, la habitación estaba envuelta en oscuridad, y ella ahora estaba atrapada entre las sombras. Estaba temblando, mas que por el frió era por miedo, sus piernas estaban a punto de desplomarse, sentía su corazón que latía violentamente, creía que se iba a desmayar, pero esto no amainaba las intenciones de las oscuridad. La oscuridad se acercaba cada vez mas, no podía ver nada a través de ella. Entonces la envolvió y su mundo se volvió de un impenetrable color negro.

Oethen de pronto se despertó sudando y jadeando. Asustada observo la habitación pero todo parecía estar en orden. La habitación estaba normalmente iluminada por la luna y las estrellas, y estaba cálida, el frío solo estaba en sus sueños. Se levanto y se puso un albornoz y abrió la puerta. Se cercioro que las dos manijas estuvieran en su lugar. Fue por una antorcha encendida que estaba en el pasillo y aun con cautela, sabiendo que había tenido una pesadilla, Oethen fue hasta el fondo de la habitación asegurándose de que nadie estuviera ahí.
Se limpio el sudor de su frente. Aun se sentía nerviosa. Jamás había tenido un sueño tan vivido, casi podía jurar que había sido real. Fue hasta la ventana para despejarse un poco y noto que no se podía ver el suelo, una neblina baja hacia imposible ver lo que había allá abajo. Era más densa que la mayoría, puesto que en las altas zonas del norte, en la que se encontraba el castillo, siempre en las noches aparecía una neblina que cubría casi hasta el primer piso del castillo y desaparecía al llegar los primeros rayos del sol al amanecer. Esta noche la neblina estaba mas densa, una masa gris y fría que cubría toda la extensión del patio. Solo se podía ver las sombras de la muralla y la barbacana que se elevaban fuera de la neblina.

Oethen regreso hasta su cama y se sentó un rato tratando de tranquilizarse, no tenía porque asustarse, ya tenia suficiente edad como para no asustarse por una simple pesadilla, pensaba ella. No había porque preocuparse, mas sin embargo algo le molestaba, aun sentía un ligero frío que acariciaba su cuello. Debía pensar en algo más, entonces después de un rato se recostó y cerró los ojos. Le fue un tanto difícil volver a conciliar el sueño pero al final pudo dormir con tranquilidad.



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