El forastero de Treaselgard

28 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Emanuel Ramos Peña
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11. Otra Pesadilla

Oethen se levantó alarmada de su cama. Otra pesadilla. Últimamente había tenido una serie de desagradables sueños, pero... no, este no lo era, no era un sueño. Escuchaba horribles gritos que provenían de alguno de los patios del castillo. Se levantó apurada, se puso sus zapatillas y corrió hasta la ventana.
Pudo ver que abajo que había un grupo de soldados que corrían por el patio en dirección hacia el templo o la biblioteca. Parecía haber sucedido algo, se escuchaban gritos y ordenes para que fueran hacia algún lado. Rápidamente tomo un albornoz y abrió la puerta de su habitación, frente a ella estaban dos de sus soldados que estaban en guardia a cada lado de la puerta.

- lo siento, princesa, pero no puede salir de la habitación - dijo él mas alto de ellos.
- ¿Qué esta pasando? ¿Quién grita? - pregunto Oethen que aun podía escuchar los gritos desde ahí.
- no lo sabemos, ya fueron a investigar el Comandante en Jefe - dijo el otro soldado - por favor, tenga la amabilidad de regresar a su habitación -
- ¡tengo que ver a mi padre! - se apresuro a decir Oethen y camino hacia enfrente.
Los soldados le cerraron el camino y uno le dijo amablemente - su padre esta bien, esta escoltado por un grupo de soldados, no tiene nada por que preocuparse. Deje que se arregle la situación y la llevaremos con su padre lo mas pronto posible -
- No tiene por que preocuparse, estaremos a cargo de su seguridad - dijo el otro soldado.

Oethen regreso a su cuarto preocupada. Fue hacia la ventana y veía en el patio ir y venir soldados, hablando y caminando rápidamente. Pero aun oía esporádicamente un horrible grito que venia de allá afuera. Era un grito fuera de este mundo, un grito lastimoso, un grito que solo alguien demente podría hacer. No sabia lo que pasaba y se sentía nerviosa. Quizás algún soldado había asesinado a algún lugareño, ó viceversa. Se quedo ahí esperando a que pudiera salir y poder hablar con su padre, también se preocupaba por él, por como se sintiera.


El Comandante en Jefe a cargo de la milicia de Scosgleen, Gulzar Wak, se despertó de pronto porque le tocaban frenéticamente a su puerta. Se levantó malhumorado de que lo molestaran a tan altas horas de la noche y abrió la puerta con el ceño arrugado.

Un joven soldado con cara pálida estaba frente a él y le decía rápidamente. - ¡Mayor, a ocurrido un accidente! Tiene que venir a los patios. -
- ¿de que se trata soldado? - preguntó molesto.
- se trata de un soldado de Rhutkaran, tuvo un accidente - decía nervioso el joven soldado con impaciencia.
- ¿Qué le paso? - pregunto Gulzar, mientras se amarraba rápidamente el pantalón a la cintura.
- no lo sabemos, pero murió... al parecer un muro se le vino abajo, y ya se han juntado un grupo de soldados de Rhutkaran y de Scosgleen. No tardan en empezar los problemas y peleas entre ellos -
- ¿un muro? ¿Cual? - pregunto con extrañeza Gulzar que ya se había puesto una camisa gruesa de piel.
- uno de los de atrás, entre la atalaya y el oratorio... -
- ¿se derrumbo parte de la montaña? - interrumpió bruscamente Gulzar y tomo su casco y salió rápidamente por un pasillo con el soldado siguiéndolo unos pasos atrás.
- no, al parecer estaba haciendo un túnel, o escarbando y se le derrumbó el muro -
- ¿hay sobrevivientes? - pregunto Gulzar mientras bajaban unas escaleras de piedra hasta llegar a un costado del Salón Comedor.
- solo uno, pero al parecer esta muy afectado - dijo en tono sombrío el soldado.
- ¿herido? - pregunto Gulzar cuando estaban saliendo del castillo y veía ir y venir soldados de un lugar a otro, todos con las caras sorprendidas y adormiladas. Gulzar aun no sabía lo que sucedía pero le molestaba ver a tanta gente. Esto no es una maldita feria, se decía en silencio.
- no, salvo algunos pequeños raspones, pero no ha dicho una sola palabra desde entonces, ha estado gritando - terminando de decir esto, oyeron un grito que se oía a la vuelta de la esquina, ya no muy lejos. - Esta muy mal, hasta se orinó encima, señor - dijo el soldado.
Gulzar miro al soldado y noto la seriedad con que lo decía. Sintió de pronto una profunda preocupación.

Iban cruzando el pasillo de la biblioteca y después pasaron junto al Templo. Más adelante estaba el muro, y pudo ver a varios hombres con antorchas iluminando lo que parecían ser un montón de escombros. Gulzar pasó junto aun pedazo de roca que se encontraba a más de cincuenta metros del muro. Se le hacia extraño que hubiera llegado hasta allá. Se iban acercando cada vez mas y soldados de los dos reinos. Llevaban pedazos de roca para apilarlos donde no estorbaran, se escuchaba la habladuría de los hombres que ahí se encontraban. De pronto los patios se cubrieron de gente y del bullicio que provocaban.
Entonces llegó hasta donde estaban y estos se hicieron a un lado. Encontró y observo a un joven soldado sentado en el piso, cubierto de polvo blanco en todo el cuerpo, pero este no lo miraba. Tenía los ojos perdidos, viendo hacia la nada. Bajo él, estaba un charco, probablemente orín. Luego volteó hacia la derecha y vio ahí el cuerpo del otro soldado, sucio y lleno de polvo. Estaba de espaldas al suelo, pero no tenía cabeza. No parecía haber sido decapitada o aplastada por un pesado bloque de piedra, sino que parecía como si se la hubieran arrancado. Tenia jirones de piel y arterias que le colgaban del cuello, y algo blanco que parecía ser el inicio de la columna vertebral. Todo esto bajo un charco de sangre que había salpicado a todo alrededor.
- la cabeza... ¿donde esta? - pregunto a las caras sorprendidas y curiosas que estaban a su lado.
- Aquí esta, señor - dijo una voz de entre los soldados que estaban frente a él.

Gulzar camino hacia ahí, y los soldados le abrieron paso. Entonces vio la cabeza que estaba de lado. Le impresiono demasiado verla, aun con los ojos abiertos, vidriosos, como si aun estuvieran vivos aun, pero lo más espantoso era la boca. Tenía la boca anormalmente abierta, haciendo una grotesca mueca de terror que parecía que se le había zafado la mandíbula. Su cabello también parecía tener algo anormal, estaba blanco, como sí...
Un espantoso grito.
En eso todos se estremecieron cuando Weland empezó a gritar de nuevo. Un grito largo, que empezaba con un tono muy agudo y luego al final se tornaba grave y prolongado, deprimente y suplicante, hasta ahogarse cuando respiraba. El pobre hombre irritaba a los que lo escuchaban. Era difícil de describir el sonido de su grito, una especie de lamento, combinado con terror, algo que no era agradable de oír. Como si estuviera suplicando por que lo rescataran del mundo de locura en el que había entrado.

Gulzar se incorporo sintiéndose incomodo de todo lo que había visto. Entonces se dirigió a los soldados de Alrynor - ¿Cómo se llamaba este soldado? -
- Labraid Nudd, soldado de medio rango de la legión del reino de Rhutkaran, señor - contesto uno de ellos.
- bien, tomen el cuerpo y pónganlo en las mazmorras, y lleven a este hombre - señalando a Weland - a que se tome un baño tibio, y que descanse un poco - ordenó Weland a sus soldados.
- Sí, señor -
- ¿Quién esta a cargo de ustedes? - pregunto Gulzar dirigiéndose hacia los soldados de Alrynor.
- en realidad nadie, porque El Teniente Savitar a salido a enviar un mensaje a nuestro General. Pero un compañero esta a su cargo, Sopdet, pero esta ocupado removiendo los escombros. Savitar es el que se encarga de tener al tanto de lo que pasa a nuestro legión. - explicó un soldado.
- si entiendo, pues dile a ese Sopdet que vaya mas tarde a él Gran Salón, para mandarle una carta a su señor Alrynor, esta noche.
- Sí, claro, señor. -

Gulzar se fue de ahí y se dirigió al interior castillo caminando entre la gente que ya se había disipado un poco. Entró en Argnoth y llego hasta la Torre del Homenaje, donde estaban soldados y algunas personas de la servidumbre despiertas por el caos que se había desatado. Luego entró en el Salón Comedor dirigiéndose hasta la habitación de su majestad. Caminó por un amplio corredor donde había cerca de una docena de soldados cuidando la puerta del Rey, le abrieron la puerta dos soldados que estaban junto a ella.
Al entrar vio que ahí estaba el Rey Theodoric Weohstan, sentado y recargado sobre unos cojines. A su lado estaba la princesa Oethen. A los ojos de Gulzar, parecía más hermosa de lo regular, con el cabello suelto que le caía libremente por los hombros y con su albornoz celeste en el que se le transparentaban sutilmente sus pezones y su abultado pecho. Oethen se dio cuenta de la mirada de Gulzar, y se puso rápidamente una capa oscura ocultando cualquier rastro de su cuerpo.

- ¿Qué ha pasado? - preguntó preocupado Theodoric tratando de levantarse, pero su hija que lo tenia aferrado a su mano lo impidió.
- un incidente con un soldado de Alrynor - dijo Gulzar y le comenzó a platicar de lo ocurrido.

Gulzar miraba la cara preocupada de Theodoric por tratarse de un soldado de Rhutkaran. No quería que esto empeorara la relación que tenia con su rey Alrynor, y tomase esto como una agresión. Gulzar trataba de tranquilizar a los dos que no paraban de preguntar de lo sucedido, pero Gulzar parecía estar más preocupado por la tranquilidad de la princesa, pero al parecer ella no se daba cuenta. Después de informarles lo sucedido, Gulzar salió decididamente por la puerta para arreglar algunos asuntos de ultima hora.

- ¿Qué pasara, padre? - pregunto Oethen con preocupación a su padre.
- no lo sé hija. No lo sé -



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