El forastero de Treaselgard

28 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Emanuel Ramos Peña
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13. El Bosque Jakzfhye

Llevaba ya tiempo despierta pero Oethen aun estaba acostada en su cama. Mirando hacia el techo, como si estuviera hipnotizada viendo las vigas de madera que sostenían la piedra del techo. No le apetecía bajar a desayunar, ya era avanzada la mañana. La cálida luz del sol entraba por la ventana, pero ella no tenía ni la mínima intención de ir hacia la ventana como lo hacia comúnmente. Estaba cansada, no había dormido bien. Después de anoche, que ocurrió lo del accidente del soldado, ya no había podido concebir el sueño. Estuvo con su padre hasta que este se durmió y luego fue hasta su habitación escoltada por unos soldados suyos.
Se levantó, fue hacia la ventana, pero hoy solamente fue por instinto. Regresó a bañarse y vestirse rápidamente, se había asomado a la ventana como si se cerciorara de que ahí seguía todo como ayer. En apariencia, así lo era.
Después de haberse vestido  y arreglado con finas ropas, salió de su habitación y bajo hasta el Salón Comedor, donde estaban enormes fuentes doradas llenas de fruta fresca sobre la mesa. Tres lugares de la larga mesa estaban preparados con el servicio de alimentos. Ahí estaba su padre, vestido con una camisón blanco y un elegante camisón color azul marino con bordados de oro hilado. Arriba de esto una capa del mismo color con bordados dorados que se sujetaba al cuello con un broche de plata.

- te estábamos esperando hija -
- ¿esperando? ¿Quienes? -
- el Comandante Gulzar, y yo, claro esta. - le dijo sonriendo su padre.
- ¿y donde esta? -
- salió a poner orden allá afuera, parece que los caballeros de Rhutkaran habían tenido un altercado con nuestros hombres -
- si, entiendo - dijo quedándose un momento callada, luego pregunto - ¿Ya saben exactamente lo que paso anoche? -
- fue solamente el accidente que un entrometido se merecía - dijo una voz atrás de ellos.
Vieron que venia entrando Gulzar rápidamente y se detenía frente a Oethen.
- espero que haya descansado bien, mi señora - le decía mientras le tomaba la mano y le daba un beso de caballerosidad.
- si, un poco - contestó ella retirándole la mano rápidamente.

Gulzar pasó por detrás de Sir Theodoric y caminó hasta la silla que estaba frente a Oethen. Actuaba, porque eso era lo que hacia, pensaba Oethen, con mucha propiedad, con una manera exagerada su motivada elegancia - ¿de qué me he perdido?  -
- de nada - contestó Theodoric - mi hija solo quería saber que fue lo que había pasado ayer por la noche -
- como le decía, mi señora. Fue un accidente que se provocó uno de esos estúpidos soldados de Rhutkaran. Quiso, por algún motivo que no entiendo, hacer un túnel en una pared de nuestro castillo. Se le vino encima el muro. Es la única forma en que lo hemos podido explicar, ya que su otro compañero al parecer se ha vuelto loco, dicen que no ha vuelto en si desde ayer, y que grita como una mujer pariendo desde que pasó eso - dijo Gulzar haciendo una pequeña sonrisa.

A Oethen no le gustaba en la forma que hablaba, parecía poco preocupado por estudiar y resolver las cosas. Además esa frase de: una pared de nuestro castillo... parecía sugerir como sí fuera de su propiedad. Como queriéndose adueñar del castillo. Era algo que desconfiaba de Gulzar. Hacia cambios y reglas en el pueblo que parecía como si él fuera el que gobernaba. Y todo esto bajo los ojos ciegos de su padre.

- ¿no han sacado los escombros del supuesto túnel que intentaba excavar? - preguntó de manera calificante Oethen.
Gulzar le dio un pequeño sorbo a una pequeña taza plateada y le contestó de una manera molestamente condescendiente para Oethen - no se preocupe princesa, haremos todas las investigaciones que estén en nuestras manos. Todo esta bajo control -
Esto era exactamente lo que le provocaba insatisfacción a Oethen, que miraba a su padre sentado en su silla como si pareciera que se quedaba dormido por momentos - tiene razón, no tengo por que preocuparme -

Un sirviente trajo una pequeña variedad de quesos en una charola de plata. Otro venía con una larga charola rectangular de madera con pan recién hecho y un último sirviente traía una charola con mermeladas, vino y leche.

Comieron en silencio, menos Theodoric Weohstan que tomaba un poco de vino sorbiéndolo ruidosamente y mojando un pequeño trozo de pan en leche. Batallaba mucho para comer alimentos sólidos, con el simple tragar de la saliva, hacia un esfuerzo increíble por controlar el dolor que le causaba en su seca garganta. Cualquier movimiento que hacia era una hazaña, hasta el comer se hacia un doloroso trabajo. Había días en que no comía nada y solo bebía un pequeño vaso de agua tibia.
Oethen no comió mucho. Solo una rebanada de pan con mermelada de manzana y un pequeño trozo de queso. Acomodó los cubiertos en el plato y lo empujó un poco hacia delante, junto sus manos tocándose ligeramente los labios, mirando fijamente a Gulzar que había llenado ya tres veces su plato de pan y queso. Momentos después un sirviente le retiro el plato vacío que estaba frente a ella.

- imagino que ya se fueron los soldados de Rhutkaran ¿no es así? - preguntó Oethen.
- no, princesa, se van a quedar el día de hoy y partirán mañana por la mañana -
- ¿por que? Se iban a ir hoy ¿o no? - dijo un poco decepcionada.
- así debería de ser, pero como ocurrió un accidente con uno de sus caballeros... tenemos que completar el protocolo de investigar el accidente. No queremos tener problemas con Alrynor ¿o si? -
- pero si no llegan hoy sus soldados, se va a alarmar y va a traer más de su gente -
- ya lo avisamos. Escribí una carta dirigida a Alrynor explicándole los hechos. La envié con uno de sus soldados. No creo que tengamos más problemas de los que tenemos por que se queden otro día. Solamente es hoy. Mañana volverá a ser como siempre - terminó de decir Gulzar y le dio un trago a una dorada copa con vino.
- si esta bien, creo que un día más o un día menos no hace la diferencia - dijo Oethen.
- exactamente, princesa -
Entonces se hizo un pequeño silencio hasta que el comandante pidió la palabra.
- ¿Qué hará esta tarde? - pregunto tímidamente Gulzar.
Oethen asombrada de la pregunta del mayor le contestó - este... nada. Este, si, si tengo algunas cosas que hacer, tengo que estudiar unos libros en la biblioteca -
- ¡bien! Es algo que puede aplazar para otros días ¿verdad?  Me seria muy grato que me permitiera su compañía en esta tarde, ¿me acompañaría a dar un paseo en el bosque? -

Oethen miraba nerviosa a su padre, esperando que se negara a tal invitación, pero el permanecía ido, como si estuviera dormido con los ojos abiertos.
Al ver la cara de Oethen y adelantándose a una negativa le mencionó - no crea que iremos solos, nos acompañara un destacamento de caballeros, pero creo que le gustara la hermosa vista de las cascadas del río Géfion. En ese lugar quiero reacomodar algunos trabajadores para la producción de madera. Últimamente Jakzfhye ha estado muy abandonado -
- este, no se si mi padre... -
- le había comentado a su padre esto desde la mañana y no a presentado ninguna objeción. Así es que solo estoy esperando su respuesta, princesa. - Gulzar miraba atentamente Oethen, casi conteniendo la respiración.
- esta bien - aceptó con la más mínima señal de entusiasmo.
Gulzar se vio de pronto aliviado de la respuesta de Oethen y se levantó casi de un salto - Gracias mi señora, no se arrepentirá, ahora si me disculpa, tendré que arreglar algunos asuntos. La llamare por la tarde - y salió del Salón Comedor sin despedirse de Sir Theodoric.

Oethen se sentía mal por haber aceptado, pero ¿Qué podría hacer? Su padre parecía no importarle el disgusto que le provocaba a ella.

- es un buen hombre - le dijo Theodoric que parecía haber salido de trance y miraba a los ojos a su hija.
- si lo es padre, pero... -
- es bueno que salgas con el, es un hombre que se preocupa por ti y que ama a Scosgleen - le decía su padre poniendo una de sus manos sobre la mesa.
- pero padre, ya sabe que no me interesa Gulzar - se quejó Oethen.
- nuca debiste de haber roto el compromiso, hija -
- jamás hubiera funcionado - dijo ella moleta.
- ¿acaso fue tan malo? ¿La herida que sufriste fue mortal? - dijo el anciano con voz seca y rasposa.
- me lastimo tanto como yo a él, padre. De eso no es de lo que estoy hablando. No quiero... -
- hija, necesitas un hombre a tu lado, alguien de peso político, alguien con un noble carácter que se preocupe por tu pueblo -
- ¿crees que no soy lo suficiente hábil para llevar el control de mi pueblo? - preguntó Oethen ofendida, sintiendo rabia de la necedad de su padre.
- hija no hagas las cosas más difíciles, sabes que me estoy muriendo y no te quiero dejar desamparada -
- ¿desamparada? ¿A mí o a Scosgleen? Parece que no te preocupas por mí mas que por el pueblo que has llevado a la ruina - acabando de decir esto Oethen supo que no lo debió de haberlo dicho.

A Theodoric de pronto se le encendieron los ojos de un color azul fulgurante lleno de rabia. Se tensó su acartonado rostro y salieron unas palabras con una frialdad que Oethen siempre temía de su padre. - ¡vas a salir con él, por que yo lo digo! Ya estoy harto de tu egoísmo Oethen, aprende a hacer sacrificios... La vida esta llena de sacrificios - terminó de decir golpeando la mesa con un bastón que tenia en la mano derecha.
- ayúdenme a ir a mi habitación - dijo Theodoric  malhumorado a dos sirvientes que estaban detrás de él.

Oethen se quedo sola en la mesa. Su padre había salido ayudado por dos sirvientes y ella estaba frente a la mesa con una mano en su cara y recargada en la mesa. Estaba llena de rabia y a la vez estaba apenada por lo que había pasado. Quizás su padre tenia razón, quizás esto solo era parte de su egoísmo, de pensar solo en sus intereses y no velar en cosas más importantes. Debía hacer lo que decía su padre. La vida esta llena de sacrificios. Con una mano agarró el bastón de su padre que había dejado sobre la mesa y empezó a jugar con él. Era un bastón de madera fina y lustrosa, con un mango de oro con zafiros y rubíes. Estaba mirándolo, pero sin atención. Su mente estaba en otra parte.

A la hora de comida se escuchaba en el patio trasero el barullo de poco más de sesenta soldados de Rhutkaran, y otros trescientos cincuenta de Scosgleen. Se oían los sonidos metálicos de cuando se les caía algún casco o el movimiento de las cotas de malla que usaban y el tintineo de los cubiertos al comer. El patio se dividía inconscientemente en dos partes. En la izquierda estaban los soldados de Scosgleen de gris y negro, y a la derecha en un grupo menor estaban los soldados de marrón y gris de Alrynor. Se concentraban mesas en grupos de al menos doce soldados comiendo juntos, platicando y bromeando entre ellos. También había algunos más reservados que comían solos en una mesa, pero la mayoría se juntaba en grupos, que se hacían cada vez mas grandes mientras concluía la comida.
A la derecha, siempre que terminaban de comer, poco a poco iban reuniéndose para escuchar a Bladud, un soldado de Rhutkaran que siempre contaba historias chuscas y hacia bromas e imitaciones de sus mayores y gobernantes, así como de sus mismos compañeros que no perdían oportunidad para pasarse un rato agradable, riéndose de las habladurías de Bladud.

Dos soldados que estaban a unos pasos apartados del grupo que estaba con Bladud, platicaban mientras se oían las sonoras risas y rechiflas por las bromas del soldado.
- entonces ¿no se a recuperado? - decía un soldado preocupado
- no, ya nadie se quiere quedar con el. Sigue gritando todo el día hasta que logra cansarse y quedar dormido. Ya van tres veces que le cambian la ropa porque hace sus necesidades en sus ropas -
- no puedo imaginar que le paso ¿Qué habrá visto? - preguntó a su compañero.
- no lo se. Quizás se impresionó de ver a Labraid muerto -
- no lo creo, cualquiera de nosotros ha visto un montón de muertos y no ha pasado nada, además Labraid y Weland no eran muy amigos. No fue algo emocional -
- no se lo que habrá sido, pero ha de haber sido algo terrible para haberlo dejado así - terminó de decir el otro con una mirada pensativa. Pero de pronto sintió un golpe en la cabeza y era Bladud que estaba a su lado y todos los demás se reían de él. Al parecer le había echo una broma pero el no se había dado cuenta. Después de esto, se integro al grupo y se olvido del tema.

 Oethen estaba en su cuarto tratando de terminar el cuadro que había tenido una elaboración muy accidentada. La mayoría de los cuadros que ella había echo, los terminaba en menos de tres semanas, y este en particular llevaba casi un mes intentándolo y aun no acababa. Solo faltaban algunos detalles finales, pero por alguna extraña razón no lo terminaba. En varias ocasiones se sintió tentada por lanzarlo por la ventana, pero no podía hacerlo, se había fijado una pequeña meta en la que debía terminarlo y estaba por hacerlo. Solo tenia que darle más luminosidad al cielo rojizo en el horizonte y algunos detalles en las texturas de los edificios.
Pero seguía algo que le incomodaba en la pintura. Aquella mancha oscura en la parte inferior del lienzo, en donde estaba la muralla. Aunque no era muy notoria, sentía que atraía la atención y no la había podido eliminar. Había tratado de aclararla, de darle un tono base como el de la muralla, pero aun se resistía a desaparecer. Quizás desaparezca cuando le de los toques de textura a la piedra de la muralla, eso será suficiente para que desaparezca o quede como una tímida sombra de alguna torre que no sale en el cuadro.
Tocaron la puerta de la habitación, Oethen rápidamente puso los pinceles en una alargada caja de madera color oscuro y cubrió el lienzo con una manta blanca. Sabía que era Gulzar, tendría que ir a acompañarlo a dar un paseo por el bosque. Solo esperaba que no durara por mucho tiempo. Entonces  fue hacia la puerta y abrió.

- disculpe molestarla, mi señora, pero la esta esperando el Comandante Gulzar en el Salón de Gala - dijo un soldado de piel blanca y cara que aparentaba ser muy joven.
- gracias, un momento mas bajo -
- aquí estaré esperando, mi señora -
- no, tu ve a avisarle, yo bajare sola, gracias - dijo Oethen con un tono cortante. No quería sentirse presionada de que la esperaran frente a su puerta, ya bastante tenía en tener que haber aceptado.

Tardo unos pocos minutos en bajar al Salón de Gala, donde se llevaban a cabo enormes fiestas donde se derrochaba un gran lujo y dinero para impresionar a los amigos del Rey. Oethen llego al salón y se quedo a un lado de la puerta y ahí estaba Gulzar Wak sentado en el extremo de una de las tres mesas que había en el salón. Vestía una armadura completa de placas color negro. En el centro del peto llevaba un escudo del mismo color del metal, con la figura de un león de pie sujetando una lanza. Tenía la cabeza descubierta, solo vestía una capucha de malla unida a la cota debajo de la armadura de acero. En los brazales tenia adornos rebuscados de un color plateado mate.
El Comandante estaba platicando con un grupo de caballeros de menor rango con armadura plateada. Gulzar vio que estaba Oethen entrando por la puerta y se puso de pie rápidamente y fue hacia ella con paso decidido. Con cierto aire de imperialidad despreocupada, haciendo un pequeño ruido metálico al caminar a causa de los escarpines que protegían el empeine mientras que con una mano tenía sujetado su casco.
En realidad parecía haberse esmerado bastante en tratar de impresionar a Oethen con esa armadura de gala. Parecía haberse preparado para una encarnizada batalla, tenía puesto más de cuarenta kilogramos de armadura sobre su cuerpo. No se le había olvidado absolutamente nada. Llevaba la gorguera, las bufas que protegían las clavículas, la hombrera, la pancera que cubría las partes desprotegidas del estomago, los guardabrazos, los brazales, los codales. Llevaba también unos guanteletes también negros con piezas móviles para cada dedo y dejando libre la palma de la mano para poder asir las armas, mientras que la parte posterior, la copa de la manopla protegía las muñecas.
Todos los accesorios para ir a la guerra traía puestos en ese momento Gulzar, vistiendo las musleras, las rodilleras que iban acompañadas con unos abanicos en el exterior de las rodillas que cuidaban de los golpes laterales, y las grebas que protegían la parte baja de las piernas, la parte inferior a las rodillas y los grebones que protegían las pantorrillas. Todas las partes de color negro con elaborados adornos góticos de gran belleza. Era una armadura fabricada con superficies lisas y bruñidas, suavemente curvadas y que tendían a converger en un punto, especialmente en los dedos de los pies y en los codos, tan solo finamente decoradas en los bordes.
Este tipo de armaduras, son las mas imponentes jamás forjadas, a pesar de ser ideadas para su funcionalidad, porque son comúnmente usadas en las batallas por los elementos superiores. No cabe duda que su belleza nunca ha sido superada, con su gran toque elegante pero a la vez temerario. Sin duda eran el tipo de armaduras que usaba la realeza. Armaduras de alta factura. Gulzar hacia un tintineo al caminar por la larga espada plateada que llevaba ceñida a su cintura.

Gulzar parecía un increíble caballero, podía amedrentar a cualquiera con su imponente presencia. Aunque esto parecía impresionar a muchas personas, a Oethen no le llamaba la atención. Nunca había sentido la más mínima atracción hacia la vida militar. En el caso de Gulzar, le veía como si quisiera impresionarla, el típico acto de fanfarronería caballeresca tratando de conquistar a una frágil damisela; esto a Oethen le producía risa y un poco de pena, por el. Pero ahí estaba esperando a que se acercara el caballero negro.

- ¿esta lista, mi señora? -
- si claro, lo estoy esperando a usted -
- pues si así es, entonces partamos ahora mismo - dijo Gulzar y volteó hacia atrás dirigiéndose hacia un soldado detrás de él. - soldado, traiga los caballos -

El soldado se puso su yelmo y salió rápidamente por una puerta posterior. Mientras Gulzar y Oethen platicaban lo mas amenamente que se podía.

- ya es tiempo, princesa, no están esperando - dijo Gulzar cortésmente y los dos salieron hacia un patio lateral a la Torre del Homenaje. Ahí estaban dos caballos, uno blanco, con una elegante montura color negra y azul. En ese se subió Oethen rápidamente, rechazando la ayuda de Gulzar, y este se subió a un caballo gris con una montura enteramente negra.
Gulzar se colocó en su cabeza un yelmo de acero con un penacho de crines de caballo color blanco. Detrás de ellos, estaban otros quince caballeros con armaduras grises. Dos de ellos sujetando largas astas con enormes estandartes con los colores rojo y negro, en medio estaba la silueta de un león en pie, símbolo de Scosgleen. Los caballos iban cubiertos con gualdrapas de paño negro tachonado de plata de alta factura. Gulzar salió a la cabeza del grupo junto con Oethen. Los dos soldados que sujetaban los estandartes iban unos pasos detrás de ellos.
A todo galope iban los caballeros cruzando la explanada. Los coloridos estandartes se ondeaban ya a la cabeza del grupo que cada vez se alejaban más del castillo. Hasta perderse de vista cuando se adentraron al bosque.

El sol se estaba poniendo en el horizonte, coloreando el cielo con tonalidades rojizas y amarillas. En el otro extremo, ya se podían ver las estrellas en un claro cielo azul. Al parecer hoy iba a ser una noche con el cielo claro. Ya había pasado un par de horas desde que el pequeño destacamento había ido al bosque Jakzfhye. Gulzar le quería mostrar a Oethen como iban los trabajos en el bosque: la tala de madera, la explotación en los pozos de cantera y metales, así como las barracas militares que estaban ocultas en las entrañas del bosque. Ahí, miles de soldados de Scosgleen practicaban las artes de la guerra y ayudaban a transportar las mercancías a las bodegas y los graneros.

Ya estaba casi oscuro. Las estrellas comenzaban a tachonar el cielo azul rey. De entre las oscuridades del bosque salían dos jinetes con antorchas que iluminaban el paso. Detrás de estos, venían también a paso rápido otros quince jinetes. Era el destacamento con el que había salido Oethen y Gulzar, que venían a todo galope hacia el castillo, justo a la hora de la cena.
Entraron por el puente levadizo a toda velocidad. Resonando los cascos de los caballos en la madera del puente. Entonces llegaron hasta el patio, donde Gulzar se apeo rápidamente con un ágil salto y ayudó a bajar a Oethen. Los demás caballos relincharon y caracolearon por un momento, después los jinetes fustigaron a sus monturas y rápidamente fueron hasta la caballeriza, perdiéndose de su vista al dar vuelta. Los  sonidos de los cascos sobre el piso de piedra se fueron desvaneciéndose a medida que se alejaban.

- espero que haya disfrutado esta tarde tanto como yo, princesa - le dijo Gulzar que encaminaba a Oethen por el pasillo.
- si, fue agradable - decía Oethen aun con ese dejo de cierto desdén hacia su acompañante.
- me agradaría, princesa, que pudiéramos pasar más tiempo juntos -
- me encantaría mayor, pero, soy una mujer ocupada. Me debo a mi padre y es lo único que me importa en este momento, pero es bienvenido cuando quiera comer con nosotros. Le hemos abierto las puertas en este castillo con todo el gusto y honor que se merece -
- soy un hombre paciente princesa - dijo Gulzar mirándola fijamente.
- ¿perdón? -
- que pase buenas noches, la veré mañana - dijo con entereza.
- buenas noches - dijo Oethen y camino rápidamente subiendo hasta su habitación.

A pesar de su negativa, no la había pasado del todo mal con Gulzar esa tarde. Habían ido al bosque para llevar a unos aldeanos a que trabajen en la madera del bosque, y después fueron ellos solos hacia un acantilado donde se veía la hermosa vista de las cascadas del río Géfion. Que caían de una forma escalonada por una distancia de unos doscientos metros con caídas de cinco a treinta metros de altura, hasta llegar al nivel de las claras aguas del río. Ese río que venia desde las montañas frías mas al norte y que pasaba cerca del pueblo de Scosgleen. Este río también abastecía de agua al castillo por medio de canales subterráneos naturales.
Le había gustado la vista desde ese lugar. Era lo que mas había disfrutado, ya que la compañía de Gulzar por momentos se tornaba monótona, sin emociones, barnizada de formalidades que no creaban una atmósfera agradable. El caballero trataba en vano y por el camino equivocado de siquiera llegar crear una relación mas cercana entre los dos. Aunque sabia que era un hombre valeroso, leal y recto en sus convicciones religiosas y generosas. No era lo que ella buscaba, no necesitaba de ello.
El paseo la había agotado. Solo comió un poco de fruta que le habían subido hasta su habitación, después se recostó en su cama y no tardo mucho en quedar profundamente dormida.


Era ya de  noche, y Bladud estaba platicando animadamente con otros cinco compañeros acerca de sus vidas amorosas. La mayoría de ellos inventando fantásticas historias que en realidad jamás habían existido, pero entusiasmados las contaban hasta el punto de casi creer sus propias farsas.
Se hallaban en un pequeño cuarto iluminado por dos antorchas y una pequeña ventana donde entraba un poco de la luz de la luna. Eran los cuartos que Scosgleen les había proporcionado a los soldados de Rhutkaran, y se encontraban en el primer piso. En la parte trasera donde se entraba por una puerta lateral, para no tener que cruzar el Salón Comedor o los salones principales de Argnoth. Principalmente, para disminuir la molestia que causaban a los residentes. Bladud, estaba sentado en el camastro y recargado contra la pared, otros estaban acostados en sus camastros y otros dos estaban sentados en el suelo sobre unas mantas platicando calurosamente.
En ese momento tocaron la puerta fuertemente y la abrieron de golpe. Casi le golpeaba a Huemac que estaba sentado en el suelo. La puerta golpeó fuertemente en la pared. Entró rápidamente un soldado. Un Teniente llamado Savitar. Un hombre blanco, alto y de cuerpo atlético, pero con una expresión de pocos amigos, sus ojos verdes siempre estaban a la defensiva.
No era del agrado de sus compañeros. Siempre quería liderar de la peor manera a pesar de que lo habían ascendido hace pocos días, tratando con eso, llamar la atención de sus superiores. Desde que entro a la milicia, anhelaba desesperadamente subir a un puesto más alto y cumplir sus sueños de poderío. Ordenar y hacer ejecutar ordenes a sus súbditos, carácter que le empezaba a redituar logros. Había pasado muy poco tiempo, menos de dos años en pasar de un simple soldado de bajo rango, a obtener los honores de un soldado de medio rango. Ahora era Teniente, pero esperaba muy pronto alcanzar las filas de los guardias especiales del General Nox.

- ¡Bladud! - dijo el soldado casi gritando.
- ¿para que gritas? Sabes que soy yo - dijo Bladud, un soldado aperlado medio gordinflón que lo miraba en forma desafiante.
El Teniente Savitar no le contestó, solo dijo en forma exclamativa - te toca vigilar esta noche, tu ronda empieza desde este momento -
- bueno amigos, me tengo que ir - dijo levantándose casi de un brinco.
- te toca en el interior del castillo, en la zona oeste, a un lado de las cocinas- dijo Savitar mirándolo fijamente.
- ¿es donde esta Weland? - preguntó decepcionado.
- si, ahí es donde tendrás que vigilar esta noche -
- no, no quiero vigilar ahí. Esta el pobre hombre como poseso y si me quedo ahí me volveré loco, si es que antes no lo mato con mis propias manos - reclamó Bladud.
- vas a vigilar allá porque es lo que se te ha ordenado, no querrás problemas con Nox, ¿verdad? -
- esta bien, esta bien, iré ahora mismo -
- ¡ah! Se me olvidaba, tienes que vigilarlo después de cada cierto tiempo, no queremos que le pase nada. Aún es uno de los nuestros - le dijo Savitar seriamente.

Bladud rápidamente se puso su casco y agarró su espada. Salió del cuarto enojado lanzándole una mirada intimidante mientras pasaba al lado de Savitar. Caminó por un oscuro pasillo, pasó por una serie de corredores y pasillos y después viró a la derecha. Entonces pudo escuchar los débiles gemidos que provenían de la última habitación al fondo. Era donde habían acomodado a Weland después del accidente.
Realmente estaba molesto por tener que hacer guardia ahí, en ese lugar, con Weland. Hubiera preferido mil veces el estar allá fuera vigilando la mercancía y soportando el intenso frío de la noche. Le ponía los nervios de punta el estar vigilando los oscuros pasillos interiores de Argnoth, y peor aun, en la zona donde estaba el pobre soldado. Nadie quería quedarse con el, por esa razón lo habían aislado en esa zona alejada del regimiento. Había estado llorando y gritando continuamente desde el accidente hasta que lograba cansarse de sus propios gritos y quedar dormido durante un rato, para luego despertarse en medio de sus más horribles pensamientos y comenzando todo de nuevo.
El pobre Weland no ha comido casi nada. Unos soldados intentaron darle de comer pero escupía la comida y tenia esa escalofriante mirada de terror. Esos ojos azules increíblemente abiertos, sudando a chorros, y acostado en el suelo arrinconado en un extremo del cuarto, cobijado por unas cuantas mantas. Eso hacia temer a cualquiera.
Cuando empezó a oscurecer, unos soldados quitaron la antorcha que había en su cuarto tratando de que el pobre soldado durmiera un poco, pero este empezó a gritar mas fuerte. Gritos desgarradores que se escuchaban casi en todo el edificio. Lamentos que solo infundían miedo, terror, locura. Era algo muy molesto, los soldados que lo escuchaban, trataban de pensar en otra cosa ya que el estar escuchando por tanto tiempo sus gritos, era como si enfermase a la mente, algo contagioso, algo que todos deseaban no escuchar.

Bladud estaba acercándose cada vez más a la habitación, caminando por el pasillo que estaba iluminado por unas pocas antorchas. Estaban un tanto separadas, así es que había trechos realmente oscuros. En los que parecía que al pasar por ahí, uno quedaría atrapado en medio de las sombras.
Estaba llegando al final del pasillo y escuchó los débiles lloriqueos de Weland que gemía con una especie de amargura lastimosa. Se compadeció de él, el sonido de su llanto parecía decir que estaba en un lugar horrible. Estaba encerrado. De pronto empezó a gritar de nuevo. Bladud, se estremeció al oírlo, y trato de pensar en otra cosa. Era un grito prolongado y vacío, cambiaba de un tono agudo hasta acabar en un tono grave apenas audible. Entonces se escuchaba que tomaba un poco de aire y continuaba de nuevo.
Bladud quedó frente a la puerta de la habitación. Tenía miedo de abrirla. No quería encontrarse con la demencial cara de Weland que hace apenas unos pocos días había platicado con el y estaba feliz por que iba a casarse muy pronto. Ella era una joven muchacha, hija de un comerciante de Rhutkaran. Entonces abrió lentamente la puerta.
Ahí esta el, arrinconado en la oscura esquina del cuarto. Respirando agitadamente y de nuevo comenzaba a gritar igual que la vez anterior. Bladud sujetaba su espada que tenía en la cintura, se sentía realmente angustiado al escuchar la deformada voz de su compañero. La luz de la antorcha que estaba en el cuarto le iluminaba un poco el rostro brilloso con pequeñas gotas de sudor en su frente. Había una pequeña ventana en su cuarto, a una altura de unos dos metros y medio, pero daba hacia un muro exterior, por lo que no podía entrar luz de afuera.
Bladud se acercó hacia el cautelosamente. Sentía desconfianza al ir con su compañero, pero se acercó y le acarició cabello, sintiéndolo húmedo al contacto. Entonces le comenzó a hablarle un poco. Quizás volvería en si. Weland al sentir las manos de sus compañero se calmó un poco. El grito se ahogo hasta convertirse en un siseo apenas audible. Estaba un poco mas tranquilo, aunque aun respiraba agitadamente. Tenía el rostro increíblemente mas pálido de lo normal, y alrededor de los ojos tenía unas oscuras ojeras que hace días no existían. 
Weland no reaccionaba, no miraba a Bladud. Solo permanecía poco mas tranquilo, con su rostro tenso y su respiración entrecortada. Solo se reflejaba miedo y locura en ellos. Había tensado tanto su cuerpo que las  puntas de los dedos las tenia blancas al cubrirse el cuerpo con una manta de color café. Bladud le hablaba y le platicaba algunas cosas para tranquilizarlo, y parecía que lo lograba un poco, pero aun el pobre hombre tenía los ojos muy abiertos mirando hacia la pared de enfrente, como si su visión pudiera atravesar los muros y pudiera ver un mundo diferente. Un mundo oscuro y neblinoso. Plagado de locura y miseria.
Era demasiado.
Bladud se puso de pie y se despidió de Weland. No soportaría estar mas tiempo con el, salió del cuarto y cerró la puerta tras de él. Iba caminando unos pasos cuando empezó de nuevo. Otro grito que parecería no terminar nunca, se apuró para caminar mas rápidamente tratando de alejarse del espantoso sonido y dio vuelta a la izquierda. Caminó mas lentamente, aunque también ahí se escuchaba el ruido resonante que chocaba contra las frías paredes de los pasillos. Caminó un poco más y llegó hasta una intersección de los pasillos y quedo en medio de los corredores, mirando hacia un cuadro al final del pasillo al que había llegado.
Era un pasillo espacioso y extremadamente largo. Una hilera de antorchas a cada lado iluminaba secciones de este hasta el final del pasillo. Caminó hacia allá, pues era parte del recorrido que tendría que hacer toda la noche. Aunque en los interiores del castillo eran menos fríos que afuera, se sentía un frío intenso en los pasillos. Bladud sentía las manos heladas y solo caminando podía olvidar un poco el frío. Veía el vapor que salía de su nariz mientras caminaba. Llegó hasta el final del pasillo, ahora tendría que regresar, pero trataba de hacerlo más lentamente. No quería estar cerca de donde estaba Weland, así es que aminoraba el paso mientras estaba en ese corredor.

Ya tenia mucho tiempo haciendo guardia, caminaba despacio venciendo el sueño que quería apoderarse de él. Estaba cansado. Era pasada la media noche y su relevo aun no llegaba. Ya quería estar dormido y cubierto con las gruesas mantas de su camastro. Soñar con cosas agradables, como estar en casa con su familia o simplemente estar fuera de Scosgleen. Pero temía que esta noche solo podría tener pesadillas, había estado demasiado tiempo escuchando los gritos y lamentos de Weland.
Acababa de darle una vuelta y ahí seguía despierto. Seguía gritando y llorando. Bladud no entró esta vez, solo se asomó un poco, después cerró la puerta y caminó por el tenebroso pasillo. Casi al doblar a la esquina empezó a gritar de nuevo. Ese grito ya había sacado a Bladud de sus casillas. Hacia eco en todo el lugar que parecía acoger y multiplicar esos desgarradores gritos entre los tentáculos de las sombras del castillo, y resonaba fuerte y repetitivamente en su cabeza.
Pero... algo andaba mal.
Algo había cambiado.
Este grito parecía no ser como los demás, parecía haber cobrado cada vez más intensidad. Bladud seguía caminado, ya había dado vuelta a la esquina pero seguía escuchando el grito, cada vez era más fuerte. Bladud se detuvo, no se podían mover sus piernas y temblaba incontroladamente. Se quedó helado escuchando los gritos que empezaban a ser mas como alaridos de terror. Era como si de pronto hubiera despertado a la conciencia y estuviera siendo atacado. Eran grotescos sonidos guturales que se hacían cada vez más fuertes y creaban una horripilante cacofonía en el castillo y dentro de su cabeza.
Algo le estaba sucediendo.
Bladud estaba temblando incontroladamente, escuchaba solo terror. Solo terror. Mientras el pobre hombre gritaba desgarradoramente, de pronto el grito se corto. Pero no fue de una manera normal, parecía como si de pronto lo hubieran cortado de tajo. Como si un músico estuviera tocando una melodía y de pronto le arrebataran su instrumento cortando la melodía de forma abrupta.
Antinatural.
El eco del último grito resonó en su mente, Bladud aun estaba parado sin moverse. No podía hacerlo. El repentino silencio le había echo congelar la sangre. De pronto sintió algo en su cabeza. Un presentimiento horrible, un miedo desconocido y entonces dio la vuelta rápidamente. Agarró su espada con su mano derecha y la izó hacia adelante. Fue a corriendo hacia la habitación, agarró una antorcha en el camino como si esto le diera mas seguridad. Iba corriendo escuchando solo sus fuertes pasos sobre el piso y se detuvo ante la pesada puerta de madera. La abrió con miedo y pudo ver que estaba oscuro. La habitación estaba completamente a oscuras. La antorcha que estaba en la habitación estaba apagada, el cuarto estaba completamente oscuro. Negro. No se veía nada.
Bladud entró con un miedo inconmensurable sosteniendo la antorcha fuertemente. Veía con pavor como se transformaban las sombras a su paso. Estaba ahí de pie frente a Weland que estaba acostado dándole la espalda en el rincón.

- ¿Weland? - pregunto con la voz entre cortada - ¿estas bien? -

No respondió.
Entro en la habitación y sintió como salían gotas de sudor de su frente a pesar del frío que sentía. Sus dientes castañeaban y sujetaba temblorosamente la antorcha. La habitación estaba se iluminaba con una flama temblorosa e intermitente. Se acercó a Weland agachándose y poniéndose de cuclillas frente a este. Lo movió del hombro para que despertara pero no reaccionaba. No se escuchaba su acelerada respiración como hace un momento. Lo estiró mas fuerte volteándolo para donde el estaba y el rostro quedó frente a Bladud.
Bladud aterrorizado casi se cae del susto. Quiso gritar pero su voz se le ahogo en la garganta al ver que Weland tenía la garganta destrozada. Como si se la hubieran arrancado con una fuerza sobrehumana, había jirones de piel y arterias que sobresalían de su cuello, formando un oscuro hueco sanguinolento. Debajo de su cuello se formaba un pequeño charco de sangre oscura. Bladud miro la pared y esta también estaba salpicada de sangre por todos lados.
El cadáver de Weland tenía un rostro pálido, con los ojos abiertos que parecían haberse salido de sus cuencas, estaban vidriosos. Tenía la boca abierta. Pareciera que la última expresión de su rostro fuera una grotesca mueca de terror que le tenso los músculos del rostro formando esa mascara espantosa. El cabello lo tenía blanco, como si hubiera desaparecido el color junto con su vida, con su alma.
Bladud se conmociono demasiado al ver esto. Se tambaleó y casi cae hacia atrás de nuevo, pero se levantó rápidamente dejando caer la antorcha a su lado. El cuarto quedo iluminado pobremente.
Salió corriendo de la habitación.
- ¡Asesinaron a Weland! - grito desesperado.

Gritaba mientras corría por el pasillo, escuchando como hacia eco su voz y se desplazaban los gritos entre los pasillos. Escuchaba sus pasos, su respiración, el corazón que le palpitaba violentamente. Corría lo más rápido que podía, sentía tensarse los músculos de sus piernas y le sobrevino un dolor por el esfuerzo. Estaba sudando copiosamente. Entonces dobló a la izquierda y caminó hasta donde estaba un largo corredor donde estaban las habitaciones. Observó que empezaban a abrirse las puertas de estas.
Seguía gritando. Ya no sabia ni lo que decía, parecía como si todo el sonido hubiera desaparecido. Sabía que gritaba pero no lo escuchaba. Vio que de las habitaciones salían hombres adormilados y confundidos en ropa de cama. Bladud estaba frente a ellos y se detuvo descansando, apoyando sus manos sobre las rodillas un poco arqueadas.
Un soldado se le acercó y se agachó para estar a la altura de su rostro. Vio que movía los labios. Le estaba hablando pero no lo escuchaba. No podía pensar en nada más que en la imagen de aquel soldado con la garganta desgarrada, en un siniestro cuadro diabólico que le daba vueltas en la cabeza. ¿Quién pudo hacer esto? ¿Quién tenia estomago para hacer algo como esto?  Sentía nauseas. Había estado con el apenas unos instantes de que sucediera, pero... ¿Por qué se encontraba apagada la antorcha? Era una sensación de pavor e impotencia.
Estaba seguro de que nadie había entrado y nadie había salido mientras el estaba patrullando, pero aun así alguien entró y asesinó a un hombre. Weland sabía que lo asesinarían, pensaba Bladud, se encerró en las tinieblas de su mente. Esos últimos gritos guturales jamás le iban a abandonar sus pensamientos. De pronto sintió un golpe que provenía desde adentro de su cabeza, como una explosión en su cerebro y empezó a escuchar el barullo de gente confundida. Voces y sonidos de puertas rechinando, hombres gritando, pidiendo explicaciones.
El hombre que estaba frente a él estaba gritándole y sacudiéndolo, tomándolo de los hombros. Bladud fijo su mirada perdida en el, y reconoció el rostro. Era Savitar, sus ojos verdes se fijaban preocupadamente en los de él y poco a poco pudo escuchar lo que sus labios dibujaban.
- ¡Bladud! ¡¿Estas bien?!-
- ¿¡que paso!? - le gritaba desesperado.
- es Weland - apenas logró decir con una voz apenas inteligible, sintiendo que el aire se escapada de sus pulmones.
El hombre le dio una palmada en el hombro y le dijo algo que no pudo comprender y se  fue corriendo por el pasillo. Bladud estaba impresionado viendo hacia el suelo, atónito por lo que había visto, aun no salía del trance. Se dejó caer en el suelo, ahí de rodillas en medio del pasillo. Viendo las figuras de hombres que salían de sus habitaciones y corrían por el pasillo, gente que se acercaba a él preguntando de lo sucedido. Nadie entendía la situación. Era una confusión enloquecedora.

Gulzar tenía su habitación en el tercer piso de la Torre del Homenaje. Por lo regular los jefes mayores no dormían en la Torre Homenaje. Siempre tenían sus pequeñas habitaciones en otras instalaciones del castillo, pero el siempre había sido muy cercano a Theodoric Weohstan. Las tácticas militares y civiles habían echo desde su llegada, mas optima la economía de Scosgleen, y el Rey le cedió un lugar dentro del castillo. En una habitación mas no muy lujosa, pero con el honor de dormir dentro de los aposentos. Además de que así podía estar mas al cuidado y seguridad de su majestad.
Se encontraba dormido en una cama amplia, de lujosa madera oscura. Soñando tranquilamente hasta que su sueño se interrumpió con el incesante tocar de la pesada puerta de madera. Esta vez Gulzar no se molestó, al contrario, se levantó apurado poniéndose rápidamente unas calzas negras de lana arriba del jubón. Apresuradamente trató de ponerse las botas con indudable torpeza a causa de la oscuridad. Seguían tocando con gran insistencia. Gulzar optó por caminar descalzo por el frío piso de piedra y abrió la pesada puerta. Ahí estaba un soldado que parecía ocultar su nerviosismo tratando de aparentar una tranquilidad forzada.
- ¿Qué pasa soldado? -
- otro soldado, señor. Otro muerto -



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