El décimo miembro

29 de Mayo de 2005, a las 19:52 - María Cuña
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LA CIUDAD BLANCA

Estuvieron tres días seguidos cabalgando hacia Gondor, lo más deprisa que podían, pero Aina no podía llevar la marcha de Sombragris por mucho que lo intentase. Finalmente llegaron a la Ciudad Blanca. A Lúthien le dio un vuelco al corazón al ver su ciudad de nuevo, su casa.
A los pocos minutos de ver la ciudad, ya estaban atravesando los grandes portones, que le resultaban muy familiares. Todo estaba exactamente igual, que la última vez que lo vio. Todo se reconstruyó después de le guerra, y ahora apenas había diferencia, según Lúthien, entre lo original y lo reconstruido. Todo seguía siendo de piedra blanca, incluso las calzadas. Gandalf instaba a Sombragris a subir por las calles de la ciudad, mientras Aina le seguía. Subieron por todas las escaleras de la ciudad a caballo, hasta llegar al patio de piedra, donde el Árbol Blanco aguardaba la llegada de un nuevo rey.
Lúthien se quedó contemplando el árbol desde el caballo.
- Es el árbol. – exclamó el hobbit.- ¡Gandalf! ¡Gandalf!.
Pero este no giró para mirar al hobbit, sino que caminó hacia las puertas del palacio
- Sí, el Árbol Blanco de Gondor. El Árbol del Rey.- dijo el mago, y Lúthien sintió algo extraño al oír El Arbol del Rey.- El Señor Denethor, no obstante, hace las veces de rey.- continuó Gandalf.- Es solo su senescal, un administrador del trono.
Cuando los tres estuvieron delante de las puertas de palacio, Gandalf se giró a sus dos compañeros, pero en especial a Pippin.
- Ahora atended. El Señor Denethor es padre de Boromir, darle la noticia de la muerte de su hijo amado sería más que imprudente. No mencionéis a Frodo, ni al Anillo. Y, ni una palabra de Aragorn... Digo más, mejor no abras esa boca, Peregrin Tuk. 
Pippin se quedó mirando a Gandalf sorprendido por que se dirigiera solo a él, mientras que el mago, y Lúthien entraban por las puertas del palacio.
La sensación de Lúthien al entrar en la sala del trono fue muy intensa. Todo a su alrededor le era familiar, solo que las paredes no estaban decoradas con frescos de esa guerra, sino que estaban desnudas. Las estatuas eran las mismas, y la sala tenía el mismo silencio de siempre, y la misma inmensidad. Sin embargo, no era Lúthien la ocupaba el trono de senescal en aquellos momentos. Un hombre cabizbajo, entrado en años, con una gran calva en la coronilla; estaba sentado allí, con algo en las manos, y melancólico.
- ¡Salve Denethor, hijo de Ecthelion, Señor y Senescal de Gondor!... – dijo Gandalf, pero Denethor no levantó la vista.- ¡Traigo nuevas en esta hora sombrías, y también consejo!
Hubo unos momentos de silencio, hasta que Gandalf, Pippin y Lúthien se acercaron enteramente al trono del senescal. Por fin Denethor habló.
- Tal vez vengas a explicarme esto.- dijo alzando el cuerno de Boromir, y su mirada.- Tal vez tu llegada me aclare por qué mi hijo ha muerto
Lúthien recordó con pesar los últimos momentos que pasó con Boromir, y como el guerrero le había pedido perdón, por su vergonzoso comportamiento durante todo el tiempo en el que se conocieron. Recordó a Aragorn sentado a su lado, y ofreciéndole sus últimas palabras.
Lúthien se dio cuenta de cómo la mirada del senescal se quedaba prendada en ella, y como la miraba sin prestar menor atención a lo demás.
Pero Pippin no estaba dispuesto a permitir que las cosas quedaran sin aclarar.
- Boromir murió por salvarnos, a mi gente y a mí.- dijo el hobbit adelantándose a sus amigos, y haciendo una reverencia. Cayó defendiéndonos de innumerables enemigos.
- ¡Pippin!- le llamó Gandalf para que se callase.
 Pero el pequeño hobbit ignoró su advertencia, y se dirigió directamente al senescal.
- Os ofrezco mi servicio, por pobre que sea, en pago de esa deuda.- dijo Pippin con toda su buena fe.
Lúthien lanzó un gran suspiro, y miró a Gandalf, que cerró los ojos un instante, y antes de que Denethor pudiese decir nada, le dio un bastonazo a Pippin en la pierna que tenía adelantada en su reverencia.
- ¡Levanta!- le exclamó.- Mi Señor, habrá tiempo para dolerse por Boromir, pero no ahora. La guerra es inminente. ¡El enemigo está a vuestras puertas ¡Como Senescal debéis defender esta ciudad! ¿Dónde están los ejércitos de Gondor? Aún contáis con amigos, no estáis solo en esta contienda. Avisad a Theoden de Rohan, encended las almenaras.
Pero Denethor parecía estar en otro mundo, y eso desesperaba a Lúthien, y Gandalf.
- Te crees sabio, Mithrandir, y entre tanta sutileza no hay sabiduría.- le insinúo Denethor.-  ¿Crees que los ojos de la Torre Blanca no ven nada? He visto más de lo que sabes. Con tu mano siniestra me usaría como escudo frente a Mordor mientras tu diestra intentaría suplantarme. Sé quién cabalga con Theoden de Rohan. ¡Ah sí! A llegado a mis oídos ese tal Aragorn hijo de Arathorn, y te digo desde ahora que no rendiré pleitesía a ese montaraz del norte, el último de un linaje hace tiempo privado de su señorío.
Lúthien quedó perpleja. Todo era avidez de poder, y esa era una de las cosas que más detestaba en el mundo. Lanzó otro suspiro, pero mucho más molesto y profundo que la vez anterior.
- No te ha sido otorgada la autoridad de negar el retorno del Rey, Senescal.- le gritó Gandalf con toda la razón.
- ¡El gobierno de Gondor es mío, y de nadie más!- les gritó levantándose del pequeño trono. Todo era avaricia. Lúthien detestaba a la gente como él. Gandalf también estaba que echaba chispas, así que dándose la vuelta, abandonó la sala del trono para salir al patio de piedra
- Ven.- le dijo Lúthien a Pippin, para seguir a Gandalf. 
- Todo se ha tornado en vana ambición.- se quejó Gandalf, cuando Lúthien y Pippin se reunieron con él.- Usaría su dolor como manto. Cientos de años esta ciudad a estado. Ahora al mando de un tirano caerá. Y el Arbol Blanco, el Arbol del Rey, nunca volverá a florecer.
Lúthien le dirigió una mirada a su estimado árbol, mientras Gandalf caminaba lentamente hacia el borde del patio, donde se podía ver como la ciudad descendía formando escalones. Mientras tanto hablaba con Pippin, de cosas que Lúthien ya sabía. Pero ella no estaba lo suficientemente cerca de él como para oírle, sí no que estaba sentada enfrente del árbol, como antaño solía hacer. Aunque para los que estaban con ella fuese el futuro, para ella era el pasado en toda su regla. Todo había cambiado en muy poco tiempo, aunque hacía ya casi un año que estaba en el pasado. Después de contemplar el árbol, y reflexionar un pequeño rato, se reunió con sus dos compañeros al borde del patio.
- Mordor.- susurró Pippin con la vista al frente, contemplando los resplandores que se elevaban en la Tierra de las Sombras
- Si, ahí mora. Esta ciudad siempre ha estado a su sombra.- dijo Gandalf, pero el hobbit ya no miraba al frente, sí no al cielo.
- Se acerca una tormenta.- dijo en voz baja.
- no es un fenómeno meteorológico. Esto es obra de Sauron. Una nube de humo, que envía a sus tierras enemigas. Los orcos de Mordor no soportan la luz solar, así que les envía esta nube para cubrir el sol, y facilitarles el camino a la guerra. Cuando esta sombra cubra por completo a Minas Tirith, empezará.- dijo Lúthien, a lo que sus dos compañeros la miraron sorprendidos, más Pippin que Gandalf.
- Bueno... - empezó Pippin con tono bastante jovial.- Minas Tirith es... un sitio interesante. ¿a dónde iremos ahora?
Gandalf bajó la vista hacia el pequeño hobbit y contestó:
- Ahora ya es tarde, Peregrin.- dijo en tono calmado.- No podemos abandonar la ciudad. La ayuda debe venir a nosotros.


Pero Lúthien no fue a dormir con Pippin y Gandalf aquella noche. Se habían instalado en una de las habitaciones de invitados que tenía el palacio, Lúthien se las sabía de memoria. Pero ella estaba dando un largo paseo nocturno por las largas calles de la ciudad, que tan pocas veces había visitado. Volvió al lugar donde tuvo su primer beso, con aquel chico por el que se sintió atraída en la adolescencia. Por que aunque por las apariencias fuese una niña, su mente estaba totalmente en contra con su físico. Tenía mucha más experiencia, que las mujeres aventuradas en años. Las experiencias eran distintas a las de las mujeres normales, pero eso no la hacía menos sabia, ni más ignorante. Ella ya no se veía como una niña. Recordó las cosas que hizo por los alrededores de su palacio de más pequeña, y eso la arrancó una leve sonrisa de la cara. Todo le era tan familiar y conocido, pero a la vez extraño. Pensar que estaba en el pasado, y que estaba en el mismo lugar que estuvo en el futuro la desconcertaba. Ojalá pudiese quedarse allí.
Sigilosamente abrió las puertas del palacio, y contempló el trono del rey. Subió las escaleras a este muy despacio, y se sentó en él. Todo era igual que antes, solo faltaba que su padre volviera a traspasar las puertas principales como de costumbre y abrazarla como siempre hacía. Se sacó el colgante del escote de la camisa, y lo contempló detenidamente. Brillaba con la misma intensidad que siempre, o al menos eso parecía, ya que a la tenue luz a la que estaba expuesto no se apreciaba bien.
Recordó a Légolas. La primera vez que se vieron, aquel día que se rompió la pierna en Caradhras y Légolas tuvo que llevarla a cuestas la mayor parte del camino, aquella noche en Lórien y la Rohan... la joven miró al frente, alarmada, y después al colgante que dejó caer en su pecho. Era imposible. Era... simplemente lo era. Pero estaba en el pasado. ¿Cómo ocurrían cosas de esas en el pasado?. ¿Y ahora que haría?. Era muy joven, demasiado joven para algo así. El corazón le latía a toda prisa, y apenas podía respirar por la nariz. Emitió un gran suspiro, mientras se tapaba la cara con las manos. Estaba embarazada.



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