La noticia de la muerte de Fernando hizo doblar de dolor a Farahir, pues los dos compañeros habían vivido juntos inefables aventuras. Por un rato le vi llorar en silencio , con ira contenida y temple varonil. Me acerqué a él , pues lo advertía ajeno al bullicio circundante, mas apenas le puse la mano en el hombro él sacudió la cabeza , suspiró como perdiendo el alma y me dijo:
-no te preocupe por Fernando, que ya está muerto, ni por mí, que no olvido que soy un montaraz. Esto ha sido tan sólo un revés de guerra...
Y se metió sin más en el bullicio de la fiesta, dispuesto a sepultar su pena.
Yo me acerqué a Dimas (ideal compañero de alegrías) y él me instó a cantar con él y así lo hicimos, formando un dúo de voces de bajos. Más allá Adan tañía su instrumento, al que se unieron algunos parroquianos desconocidos ejecutando chirimías y bajones en un animado contrapunto, Abârmil y los elfos se subieron a las mesas vacías para danzar y las muchachas batieron palmas, tímidamente al principio y, viendo la rápida recuperación de Farahir, nos sorprendieron con una pequeña actuación que resultó de las delicias de todos.
Al fin la noche crecía y a todos nos empezó a pesar la cabeza. Yo quise ponerme de pie de golpe, y casi voy al piso. Dimas se reía de mi estado, pero a la postre él no estaba mejor. Al fin descubrimos que la única forma posible de abordar la empinada escalera que nos llevaría a nuestra habitación era apayándonos el uno contra el otro.
Al fin y en medio de las risas de todos (y de nosotros también) nos acostamos en esa habitación amplia provista de una ventana cuya vista se extendía por sobre las campiñas anteriores a la ciudad, y cuyo interior era caldeado por una agradable chimenea. Intenté dormir regocijándome en la idea de que jamás había yo contado con tan cálidos amigos, y casi lo había logrado cuando un grito sobreagudo y bien conocido me sobresaltó: el graznido del Nazgül.
Me levanté justo a tiempo para que la ventana me lo mostrase.
- Estás allí, maldito seas- monologué como si él pudiese oírme- ve sabiendo, señor de la carroña, que ahora no estoy solo
Allí mis compañeros se despertaron, ya por el grito del Espectro, ya por mis palabras
-Descansad- les dije- el terror es su arma y no debemos caer en su juego
Finalmente todos nos sumimos en un duermevela que sólo en parte nos descansó.
La mañana trajo gritería de alarma y corridas de botas: la ventana mostraba enormes ejércitos desplegados ante las orgullosas murallas.
-No se puede pelear con la "panza vacía"- dijo Lanceloth
Y todos aceptamos la sugerencia, y bajamos a la taberna por un desayuno intranquilo.
Allí estaban las hermanas, quienes habían decidido luchar a la par del resto
-Las mujeres de Rohan no somos de las que se quedan hilando en casa mientras todo arde- me replicó la belicosa Aradna ante mi pregunta de que harían-¿Y Farahir? preguntó María
Y allí caímos en cuenta de que ni él ni Adan estaban.
Hallamos a nuestros amigos casi enseguida, muertos de cansancio y cargados de armas
- Quítate esa coraza de Rohan que aún tienes y colócate esta otra
Me dijo Elder y yo le obedecí, aunque mareado por los cambios de papel a que me obligaba esta guerra singular.
De pronto sonaron trompetas (las de Gondor, llamando a la defensa) , y roncos cornos (los de los asediadores llamando al ataque), y todo se precipitó: caían lluvias de cabezas cortadas y otros horrores que yo bien conocía
-¡¡ Morid, malditos orcos!!
dijo alguien a mi lado y la verdad que yo sentí que ya no sabía dónde estaba, pero si con quienes peleaba: Allá estaban los elfos haciendo cantar sus arcos, más allá Adan, los dos valientes rohirrims; el adusto Abârmil. el infatigable Dimas: además de mi causa de solitario oprimido, era por la amistad por lo que luchaba.
Una torre de asalto se acercaba ya podía escuchar las palabrotas en lengua negra de los uruk-hai atacantes
-¡¡Garn!!- grité yo también- ¡¡Por Minas Morgul libre!!
Umbrías son las montañas, mas la ciudad brilla:Se diría una gran mortaja flotando entre el cielo y la tierra.
Quién se adelante hacia ella procedente de Ithilien la verá brillar cuando aún le resten millas para arribar la misma.
Quién llegue a ella desde el interior de Mordor la advertirá contenida en el valle como una gema de ominosa belleza.
Quien se acerque con oído atento se asombrará del rechinar de la portentosa maquinaria (ingenio de alta relojería) que mueve tu gigantesca torre.
Pensar que (ay!)muchos piensan que la ciudad sólo cobija dolor y miedo.
Ya sabrán la verdad.
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