Luego de la furiosa embestida del monstruo intenté en vano incorporarme. ¿era ese el fin? El mundo giraba en torno mio cuando me alcanzan voces indistintas ¿es que mis amigos dan gritos de victoria? ¿a cuento de que? la respuesta se me provee enseguida: flechas ardientes como estrellas alcanzan al espectro convirtiéndolo en una tea que lanza horribles gritos sobreagudos. El fantasma se perdío en la espesura.
-ya me creia finado, camaradas
dije, intenté saludar a Rúmil, quién se me acercaba, pero en esos momentos perdí el conocimiento.
Desperté tras un largo tiempo vacío, y al abrir los ojos no supe si lo que veia era bueno o malo: es que estaba entre las enramadas de Lorien, y a mis lados tenía a dos elfos, hombre y mujer. Algo más allá estaba Dimas, atendido también y al parecer satisfecho. Y más allá todavía varios otros de mis camaradas hablaban con un elfo alto y de cabellos albos y con otro.
Mis curadores me ofrecieron una rara bebida a la que yo rechacé
dejadme...tengo aquí medicinas de los mios...¿es que ignorais que entre los orcos hay buenos médicos?
Examiné mi pierna y advertí allí heridas. Extraje de uno de mis bolsillos de campaña la cajita de madera del ungüento curativo y me lo aplique. Ardía
-Eres testarudo y orgulloso, orco-dijo el elfo- no dudo de tu medicina, pero la nuestra es de efecto seguro y rápido
Yo guardo malos recuerdos de los elfos del Bosque Negro, quienes me trataban muy despectivamente en mis épocas de mercenario al servicio del rey Thranduil, pero estos dos parecían empeñados en mostrarse amables conmigo a pesar de mi ceño fruncido, y cuando la muchacha se ofreció a controlar el estado de mi lastimadura, finalmente accedi. A poco advertí que aquello si era bueno: no más acepté la bebida el dolor se fue y ya pude caminar. Los otros heridos también parecían repuestos y los saludé efusivamente. Al fin y aunque aún me sentía mareado, me uní a la rueda de todos para escuchar a Broceamonde (tal el nombre del sujeto de cabellera larga y blanca) que hablaba dando muestras de generosa erudición.
Umbrías son las montañas, mas la ciudad brilla:Se diría una gran mortaja flotando entre el cielo y la tierra.
Quién se adelante hacia ella procedente de Ithilien la verá brillar cuando aún le resten millas para arribar la misma.
Quién llegue a ella desde el interior de Mordor la advertirá contenida en el valle como una gema de ominosa belleza.
Quien se acerque con oído atento se asombrará del rechinar de la portentosa maquinaria (ingenio de alta relojería) que mueve tu gigantesca torre.
Pensar que (ay!)muchos piensan que la ciudad sólo cobija dolor y miedo.
Ya sabrán la verdad.
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