Laureth

02 de Septiembre de 2007, a las 22:36 - Laurelin (Telpi en el foro)
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Capítulo 17: Culurien

Era un día soleado y la luz de la madrugada entró en la habitación de Laureth. Ésta se levantó. Su hermano estaba bien, o eso creía ella. Además, ya no le dolía la pierna, ni el brazo. La luz que entraba le molestó, pero Laureth se sentía bien. Dentro de lo que cabía estaba bien: tenía un sobrino encantador, su hermano y Cermië iban a tener otra criatura... Suspiró. Eso estaba mejor. Penasar en positivo. Salió de la cama y cogió un camisón que había encima de la cama. Se lo puso y lo olió: seco, limpio... Y precioso. Se miró en un espejo cerca suyo. Dio una vuelta para observarse mejor y sonrió. Exepto el golpe de la mejilla todo iba bien. Parecía que se hubiese duchado antes. ¿O la habían duchado? Laureth pestañeó. Daba igual. Se sentía fresca, limpia y con ganas de ir a visitar toda la Ciudadela. Se recogió el cabello en una coleta y salió de la habitación. Miró desde la parte superior de la escalera la casa. Estaba tan limpia! Laureth se sintió como en un palacio. Bajó el primer escalón de la escalera.
- No tendríais que estar fuera de vuestra habitación, señorita... - Una voz femenina la hizo pararse. Se giró. Detrás suyo había una señora mayor con ropa doblada en los brazos.
- Ya me encuentro bien... No me duele nada. Pensaba que podría dar una vuelta por la casa...
- Sois de la misma família que vuestro hermano, sin duda. Esperadme un segundo, y ahora os acompaño.- La señora desapareció un segundo y después volvió junto con Laureth.- Soy Culurien, la encargada de que la limpieza aquí sea constante.
- Laureth, encantada.- Laureth le tendió la mano. Culurien observó su mano y la miró a ella. A Laureth le dio gracia su comportamiento y la abrazó. Se notaba que estaba contenta.
- Señorita, no hace falta tanta...- Culurien se separó de Laureth.
- Perdona...
- Da igual, pequeña.- Bajaron las escaleras.- Aquí es donde está la sala de estar: su chimenea, la mesa... Se come aquí también.- Pasaron a otra sala, dónde había un tipo de escritorio con pergaminos por todas partes.- El despacho. A vustro hermano le gusta escribir. Antes lo hacía mucho. Ahora tiene bastante trabajo...- Pasaron a la cocina, sin que Culurien dejase preguntar nada a Laureth.- Y la cocina. Si me permitís, tengo que hacer la comida.
- Os puedo ayudar, si quiere...- Laureth observó la olla al fuego y su estomago gruñó. El olor que salía de allí era intenso y muy sabroso.
- Gracias, encanto.- por primera vez Culurien sonrió.- Muy amable, pero ya lo hago yo. Puedes pasar al patio, después de ponerte algo mejor. Le he dejado un vestido en vuestra habitación.
- gracias, Culurien. Sois muy eficiente.- Laureth le sonrió y fue hacia su habitación. Culurien la observó y sonrió, halagada. Nunca nadie le había dicho nada semejante. Cogió el cuchillo y empezó a cortar las pocas verduras que quedaban.

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Laureth estaba en el patio, mirando las pocas flores que ahí crecían. Había cogido unas semillas de una planta rohaniana que daba una flor azulada y la plantó en una de las macetas sin planta del patio. La regó con cuidado y las ordenó para que les diese el sol bien. Al ordenarlas, descubrió una cajita. La abrió y comprobó lo que había ahí dentro: dos guantes de cuero para montar, sin duda. Los miró y los recordó. El regalo de su padre para Belgomir. ¿Cómo había llegado ahí? No lo entendía. Cagió la caja y dos macetas y subió a su habitación. Ya en ella puso las dos macetas en la ventana. De repente se le quitó la alegría que tenía en la cara. Justo delante de ella se veía una sombra, una tormenta en la que caían centellos amenazadores. El sol dejó de calentarle, se acordó de todo lo que había sufrido, le dolió la pierna. Se giró con la caja en las manos.
- Señorita...- Culurien se asomó por la puerta.- ¿Quiere que le ayude en algo?
- No... Bueno, sí.- Laureth quería quitar esa visión de su cabeza. Volvió a sonreir.- Me voy a quedar en esta habitación, así que si me ayudas a cambiarla un poco...
- Claro! Será un placer.- Culurien señaló las sábanas de la cama.- La cubierta puede ser de otro color... Y bueno... La habitación puede ser diferente. Te pondré otras cortinas. Ahora vuelvo. Mientras, si quieres vas pensando en lo que quieres poner alrededor, así hago la lista de la tela que tengo que comprar...- Culurien desapareció por la puerta.
Laureth observó su alrededor. Su cama, la ventana, una mesa, una silla, una estantería y un armario. Ah! Y un canto para lavarse, con un espejo. Miró su silla de montar y la acarició. Sacó de ahí su espada, su manta, su arco y sus flechas. Las dejó en la cama. Sacó su manta y estornudó. La tiró al suelo. Hacía mucho que no la lavaba. Sacó unas telas que estaban metidas dentro de la manta y se sorprendió. ¡Una bandara de Rohan! Acarició el caballo blanco y lloró. No podría volver, y lo echaba de menos. La puso de cubierta de la cama, solo para la parte de las piernas. Miró en el armario y tosió. Hacía mucho que no utilizaban esa habitación.
- Ah, no! Apártese de ahí, no vaya a ser que le dé un ataque de tos.- Culurien dejó un rollo de tela en la cama, y con un trapo de su cinturón empezó a limpiarlo. Al final lo consiguió. Después, golpeó el trapo fuera de la ventana.- Bueno, puedes utilizar ése armario ya. El rohaniano que estuvo aquí antes no utilizó la habitación...
- Un rohaniano?? ¿Quién?- Laureth cogió a Culurien de un hombro.
- No me acuerdo bien... Sólo estuvo un día. Ah! Os dejó esto: - Culurien le tendió una cajita con un caballo grabado en la tapa. Laureth se emocionó. La cogió y la estrujó.
- Alrod...- Laureth abrió la caja y la vio igual que estaba antes, con todos sus recuerdos preciosos: pulseras de hilo de plata, brazaletes de cuero, collares metálicos que simulaban flores de Gondor... pero le faltaba una pulsera: la que le regaló Alrod el día de su quinceabo cumpleaños...- ¿Os dijo algo más?
- Que no la había necesitado...- Culurien limpiaba las estanterías con una rapidez asombrosa.- Y nos compró cosas... No lo entiendo, ya que no tenía pinta de tener mucho dinero.- Culurien continuó la sesión de limpieza. Laureth pensó y hurgó dentro de la caja y encontró un papel enrollado dentro de un cisme de papel. Laureth se sentó y abrió el papel.
"He tenido que vender la pulsera para pagar bien a tu hermano, Laureth. Espero que hayas llegado bien. Deseo que te guste el cisne que he hecho para contrarestar la pérdida de la pulsera. Mis mejores deseos, compañera. Besos." Laureth sonrió y miró el cisne. Éste era de cuero. Miró la cabeza del cisne y encontró una pulsera idéntica a la que le había regalado en su cumpleaños. Laureth se mordió el labio inferior.
- ¿Os encontráis bien? Ya he terminado de limpiar... - Culurien subió las cejas.
- ¿Ya? Habéis ido muy rápido entonces...- Laureth sintió dolor en su pierna y se sentó en la cama.
- Siempre lo hago igual, pero gracias.- Culurien cogió una tela y empezó a coser. Laureth se sorprendió con la facilidad que tenía Culurien para hacer las cosas.
Laureth se levantó y fue a guardar sus armas. Sonó el sonido de alguien que subía corriendo las escaleras. Laureth continuó con sus armas y abrió el armario. Bayard entró corriendo a la habitación y fue hacia su tia. Laureth se espantó y se le cayeron las armas encima de Bayard. Éste permaneció sentado y las armas cayeron con un repiqueo metálico. Laureth, en un intento de que a Bayard no le pasase nada intentó coger las flechas, que era lo que más daño podía causarla, pero se le escaparon.
- ¡Por las crines de todos los Mearas!- Laureth observó que Bayard se había cortado en el pecho.- Tus padres me van a amtar... Tranquilo, pequeño, no pasa nada...- Laureth cogió a Bayard y lo puso en la cama. Culurien corrió a por telas.- Ahora no llorarás, verdad?- Laureth le quitó la camisa y corrió hacia su silla de montar. Cogió el potecito de própolis y, al no tener tela cerca rasgó un trozo de manta. Bayard se tocó la herida, que empezaba a sangrar en abundancia.- No, no te la toques, amor...- Laureth puso el líquido negro en la tela y limpió la herida de Bayard.- Ahora picará, pero como tú eres tan valiente no llorarás.
- No lo haré!- Bayard estaba blanco de miedo. Laureth le sonrió y pasó la tela por toda la herida, que empezaba a cerrarse un poco. Laureth sonrió y acarició la cara de Bayard.- ¿Ya ha terminado?
- Ahoora te vendaremos la herida y ya está.- Culurien le tendió la tela y Laureth empezó a vendarle.- Ya puedes respirar, Bayard. Has sido más valiente que muchos de los rohanianos que conozco.-
Culurien colocó una camisa nueva a Bayard y se sentó en la silla, cansada. Laureth se sentó en la cama. Le volvía a doler la pierna. Laureth miró a Bayard y su cara de miedo. Le tocó la cabeza y le hizo que le mirase a los ojos. Sonrió y Bayard pronto lo hizo.
- La señora Cermië se va a cabrear mucho cuando vea esto...- Culurien recogió las armas del suelo y las guardó en el armario.- ¿Se lo diremos?
- Sí, mucho me temo... Diré que fue culpa mía, porque así ha sido.- Laureth miró hacia la ventana y suspiró.
- Voy a por la comida... Creo que los señores no van a venir.- Culurien se dirigió a la puerta.
- Culurien, ¿os encontráis bien?- Laureth se levantó.
- No, señorita... Creo que es el susto que me ha dado la herida del señorito...- Culurien suspiró y miró la escalera, cómo intentando escapar.- Me da mcuho miedo la sangre.
- Lo siento, Culurien. No pude evitarlo.- Laureth bajó la cabeza, arrepentida.
- Tía... Tengo miedo.- Bayard se metió dentro de la sábana.
Laureth recogió un pequeño caballito hecho en madera y se lo tendió:- Ten, Bayard. Él te protegerá.
Bayard lo miró, cómo asustado y lo cogió acariciándole como si fuese un caballo verdadero.
- Quiero tener un caballo, tía.- Bayard la miró, con fuego en los ojos.- Me podría convertir en un buen jinete si me dejasen.
- Estoy segura que sí. Yo te regalaré uno cuando seas un poco más grande...
- ¿Un meara?- Bayard la miró con ilusión en los ojos. Laureth subió las cejas mientras Culurien ponía un bol de sopa encima de una pequeña bandeja y se la tendía a Bayard. Bayard continuaba mirando a Laureth esperando una respuesta. Esta sorbió un poco del humeante caldo y agradeció a una Culurien más calmada.- ¿Tía?
- Nadie tiene un meara exepto los reyes, Bayard. Son una especie difícil de... Bueno, son caballos que eligen su dueño. No todo el mundo puede montarlos...- Laureth volvió a sorber el caldo. Bayard la miró, decepcionado. Laureth lo notó:- Pero te regalaré un caballo que sea justamente inferior a los mearas. Si te perece... Y si tus pedres te dejan...- Añadió Laureth al ver a Culurien mirarlos con cara de sospecha.
Acabaron de comer la esquisita sopa de Culurien y, después de una larga charla sobre los mearas y de diferentes leyendas, Bayard se durmió. Laureth lo tapó y besó la frente. Miró a Culurien, que acababa de colgar las nuevas cortinas en la ventana.
- ¿Os encontráis mejor ahora?- Laureth observó a Culurien que recogía todos los platos de la comida.
- Sí, señorita, mucho mejor.- Culurien bajó las escaleras cargada con todo. Laureth no entendía eso, ella podía ayudar. Cuando volvió la cogió de los hombros. Culurien la miró, asombrada:- ¿Qué sucede?
- Iros a dormir, por favor. Yo me encargo de Bayard y de la casa.- Laureth la miró. Culurien negó.- Por favor, os encontráis mal y no quiero ser la causante de que mañana no podáis trabajar tan bien como lo haces...
- Aún tengo que haceros las medidas para un traje...- Culurien intentó quitarse de los brazos de Laureth.
- Culurien...- Laureth rogó.- No haré nada malo, ni quiero quedarme sola, pero tú necesitas dormir y descansar.
Después de un buen rato de reflexión, Culurien se fue, después de darle un abrazo a Laureth. Laureth miró a Bayard, durmiendo en su cama. Giró su vista hacia su montura y suspiró. Quitó su mapa, junto a algunas cartas de familiares y lo colocó dentro del escritorio. Abrió un pequeño bolsillo y sacó varias pulseras de hilo: regalos de niños. Las cogió con cariño y las metió en la caja con adronos. La caja la colocó en la estantería. Miró la habitación: tendría que comprar velas, ya que no podía iluminarla con las antorchas que llevaba. Miró el cajón del armario y las metió dentro. Sacó la comida y la colocó en la silla. Lo único que le quedaba eran sus hierbas curativas, dentro de su estuche de cuero. Sacó varias semillas y las plantó en las macetas de su ventana.
Le faltaban cosas en la silla, pero ahora no tenía ganas de pensar en ello. Cogió la comida y la bajó a la cocina. Colocó la comida que le quedaba en los diferentes estantes. Volvió a subir a su habitación y cogió su montura y la guardó en el armario. Ya no quedaba nada que delatase que ella era una "rohirrim" fugada. Suspiró y miró a Bayard. ¿Cómo podía dormir tan bien? Cogió la figura de madera y se la puso a Bayard entre sus bracitos. Comprovó su herida y iba mejorando. Menos mal que no era profundo, no era muy bello para un niño de... "máximo cuatro años", pensó Laureth.
Salió de su habitación y comprovó la casa. Bajó la escalera y observó el comedor. Se sentó en el sillón dónde se solía sentar su padre. Se sintió sola. Su padre murió en una trampa dunledina. No quiso matar a ningún dunledino porque decía que también tenían família. Laureth no se lo creía eso, pero después pensó que era real. Eran personas... Pero eso no salvó a su padre. Se sintió muy sola cuando lo perdió... Vivía con él, al igual que Belgomir vivía con su madre... también muerta. Laureth suspiró. ¿Le tenía que tocar lo malo a ella siempre? Tenía esa sensación.
Alguien tocó la puerta y Laureth se sobresaltó. Se levantó del sillón y abrió un poco la puerta.
- Venga, Culurien! Ya sabes quién soy. Vengo a hablar.
Laureth se asomó poco a poco a la puerta y observó a un sonriente Derufin, que se sobresaltó a observar a Laureth. Ésta abrió la puerta y lo observó de arriba a abajo. ¿Todos habían cambiado? Al menos, con la armadura parecía más adulto... Laureth sonrió y lo abrazó. Derufin reaccionó un poco más tarde y le abrazó también.
- No puede ser que seas tú...- Derufin la miró y sonrió ampliamente.- Parece que has mejorado bastante. No pareces una niña como antes...
- Tú lo sigues siendo...- Laureth le hizo entrar y lo volvió a abrazar.
- Excepto por ese golpe de ahí.- Derufin observó el golpe de su mejilla.- Bueno- dijo cambiando de tema-, tendremos un duelo ahora, ¿no?. Tengo que recriminarte por decirme que sigo pareciéndome a un niño...
- ¡Oh! No me dejan... Estoy de reposo absoluto.
- Bueno, pues... Hacemos un duelo de insultos... A ver quién pone más verde al otro.- Derufin sonrió ampliamente y se rió junto con Laureth. Se volvieron a abrazar.- Te he echado de menos, mucho.
- Tía... Hacéis mucho ruido...- Bayard apereció medio dormido. Al ver a Derufin sonrió.- Me voy a levantar.
- ¡Quieto ahí!- Laureth le paró cuando iba por el primer escalón.- No vas a hacer el loco, bien? Yo no diré nada de tu herida y tú tampoco de las mías.
- Bien!- Bayard se lanzó a los brazos de Derufin.
- ¿Cómo fue todo en Rohan?- Derufin captó la pesadumbre de Laureth. Ésta empezó a hablarle.


Siento mucho haber tardado tanto en escribirlo, pero he tenido problemas con mi ordenador. Si queréis comentar, os ruego me envieis un mensaje a: laurelin@ono.com
Muchas gracias.



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