Laureth

02 de Septiembre de 2007, a las 22:36 - Laurelin (Telpi en el foro)
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Capítulo 12: Coincidencias.

Bayard leía el libro que tenía entre manos sin interés. Últimamente estaba demasiado cansado y aburrido para concentrarse en clase. Su profesor explicaba porqué sucedió la Guerra de la Ultima Alianza. Miles de nombres pasaron por la cabeza de Bayard sin ser prácticamente escuchados. No le interesaba saber eso. Quería saber algo más de los Elfos, o de cómo surgieron los hombres, de dónde nacieron. Aunque, si no se hablaba de los rohanianos, ¿cómo se iba a hablar de los Elfos? Bayard suspiró. La historia de Elendil ya se la sabía. El daño de Isildur, y todas sus consecuencias. Su profesor ni siquiera se enteró de que Bayard, su alumno predilecto se aburría.
Por fin acabó la clase y Bayard disimuló un suspiro. Ahora iría a casa y descansaría un poco hasta que llegase su madre o su padre. Hoy no tenía ganas de ir a la plaza. Salió corriendo y se fue, ignorando a sus compañeros, corriendo a su casa.
Pasó dos de las siete murallas de la ciudad y llegó a su casa. Tocó a la puerta.
Enseguida apareció Culurien, la que se ocupaba de todas las cosas de la casa, por la puerta. Culurien era bastante alta, con el cabello oscuro y muy rizado. Sus ojos siempre se fijaban en todo lo que hacían los miembros de la casa, y por sus oídos pasaban todos los cotilleos de la Cuidad. Había pasado ya de la cuarentena, y unas pequeñas arrugas pasaban por su frente. Era muy amable y aguantaba todas las bromas de Bayard.
- Pasa, señorito. Has llegado muy pronto tú hoy, ¿verdad?- preguntó mientras abría la puerta.
- Hoy no tenía ganas de jugar en la plaza, y me he aburrido mucho en clase... - Bayard corrió hacia la cocina.
- ¡Cuidado con el...!- Culurien se giró viendo como Bayard corría, caía y daba vueltas por el suelo.- ¡Pero, bueno! ¿Cuándo me harás caso? Siempre tienes que correr hacia donde no debes, y...- Culurien observó que Bayard no se movía. Le entró pánico. No, no podía ser... Le cogió en brazos y lo sentó en un sofá de la casa. Le tocó la cabeza y la tenía hirviendo. Se maldijo a ella misma. Cuando estaba a punto de salir corriendo por unas cuantas hierbas, Bayard le rodeó el cuello con sus brazos y le dijo:
- Eres demasiado buena... - sonrió.
- ¡Maldito hijo del demonio!- Culurien estuvo a punto de pegarle, pero se rió de lo histérica que se había puesto. Le hizo unas cuantas cosquillas.- No sabes lo malo que eres. No sé cómo lo haces para calentarte así la cabeza e imitar tan bien a alguien herido...
- Soy listo.- Bayard sonrió y la abrazó.- Voy a ver si está Alrien...
- Está bien, pero no le hagas una broma así a nadie. Y ten cuidado.
- ¡Volveré pronto!
Bayard salió a su patio y miró para todas partes. Corrió a una calle contigua y la encontró. La llamó y ella levantó la cabeza. Bayard se escondió en una columna que estaba junto a la silla de Alrien. Ésta miró por un lado de la columna y Bayard la llamó por el otro lado. Alrien giró. Entonces, Bayard se fijó que no estaba. Subió una ceja. Y miró hacia todos los lados. En un instante, Alrien se lanzó a la espalda de Bayard y se quedó colgada.
- Te gané.- y se rió.
- ¡Baja de ahí!- Bayard se movió un poco, para quitársela de encima, pero no para tirarla.
- Eres un caballo malo... Quieto... - Alrien se rió y se aferró más. Bayard se empezaba a hartar.
- ¡¡Baja!!- Bayard gritó. Alrien bajó, aún riéndose.- No puedes hacer eso, no se vale.
- ¡Carrera hasta la otra punta!- Alfirin salió corriendo y Bayard corrió detrás.
Corrieron durante un buen rato, pues no encontraban nunca la calle principal, pero al final, Bayard, que estaba el primero ahora, se paró. En la calle principal había mucha gente aglomerada, mirando algo. Bayard cogió a Alrien y se acercó. Había una persona, al parecer rohaniana por su cabello rubio, haciendo extraños trucos con las manos. Los trucos eran extravagantes. No se sabía cómo conseguía hacer aparecer a diferentes mariposas de papel de dentro de su boca, o con dos dobles en un papel, pasaba una mano por encima y conseguía hacer un pequeño caballo. Con un simple papel conseguía hacer miles de figuritas. Las enseñaba al público alardeándose de su gran capacidad. La gente estaba impresionada. También vendía los pequeños papeles. Aunque tuviese una gran capacidad con sus manos, tenía pinta de tener hambre, estar cansado y pobre.
El señor cerró la tienda al atardecer, y no consiguió mucho dinero. Suspiraba cada vez que guardaba una figurita de papel. Bayard se acercó. Además de que le gustaba saber cosas de los rohanianos, le encantó la forma en que hacía las figuras.
- ¿Me podrías dar la figurita del caballo?- preguntó Bayard. El rohaniano se giró y lo miró subiendo las cejas.- Te lo puedo pagar y creo que lo necesitas...
- ¿Lo necesito? Bueno, podría necesitarlo, pero no lo digo. Podría aguantar perfectamente un par de días más. Pero, gracias, de verdad.
- ¿Todos los rohanianos son como tú? ¿Y los rohirrim? ¿Todos saben hacer lo mismo que tú?...- Bayard lanzó una ronda de preguntas que el rohaniano negó con la cabeza.
- ¿Te gusta Rohan?- Bayard afirmó.- Pues Rohan es una planicie, un universo verde en que los caballos y sus jinetes van tranquilos por sus llanuras... Los rohanianos no son iguales todos, al igual que los gondorianos no sois iguales. Los rohirrim van con sus caballos, cómo si fueran una sola persona, arrastrando a cualquier enemigo. Rohan es en general, un país libre... - El rohaniano bajó la cabeza, mientras cogía una figura de un caballo, la más grande y hacía cómo si galopara.- Al menos hasta ahora.- Bajó la cabeza y suspiró.
- ¿Pasa algo?. Alrien se acercó.
- Ahora se dedican a desterrar a la gente que esté en contra de ciertas personas, y la gente que destierran se puede morir en la miseria, o morir de pena...
- ¿Desterrar?- Bayard arrugó la nariz. El rohaniano salió de sus pensamientos y se fijó a quién estaba tirando sus penas.
- Tranquilos, pequeños. No me hagáis caso. ¿Sabéis? Por haberme hecho un poco de caso y porque me caéis bien os voy a regalar dos figuritas. Os las merecéis.- Cogió un caballo y un cisne y se los tendió.- Espero que os gusten. Y tened cuidado, no los aplastéis.
- ¿Tienes algo para comer?- Bayard seguía preocupado.- Puedes venir a casa y comer algo...
- No, pequeño. Te lo agradezco, pero de verdad que no vale la pena.
- Y yo digo que sí. Tú me has dado la figura y yo te doy algo de comer... - Bayard seguía hablando.
- ¿Se puede saber qué estás haciendo por aquí?- Cermië y Belgomir venían cabreados.- Te he buscado por todas partes y no te he encontrado. Y tú, Alrien, tu madre está preocupada.- Cermië cogió a Bayard de la mano y a la pequeña en brazos.
- ¿Se puede quedar?- dijo Bayard señalando al rohaniano.
- Vete con tu madre y ya lo veremos.- Belgomir besó a Cermië y ésta y los niños se fueron. Se giró y miró el rohaniano. Al lado de su tienda tenía su montura y un par de armas visibles.- ¿Te dedicabas a esto en Rohan?
El rohaniano le miró y suspiró. Al final le contaría la historia a cualquiera que pasase.
- NO me gustaría meterme en cosas personales, pero tengo familiares ahí y puedes tener información y...- Belgomir miró las ropas rasgadas del rohaniano- a lo mejor necesitas ayuda de algún tipo.
- Vaya... No, de verdad. Me voy apañando por ahora. Aún me queda comida por ahí.- Éste recogió del todo y guardó el bulto junto con su silla de montar.
- ¿Qué te sucedió? No pareces alguien especialmente pobre... Además, tu silla y tus armas... - Belgomir las volvió a ver. El rohaniano que había recogido todo, al verse asaltado por la pregunta se le cayeron las armas con un repiqueo metálico.- Más bien de un rohirrim.
- No pensaba encontrarme con alguien que supiese de armas rohanianas, o simplemente de la suerte de un pobre rohaniano desterrado... - Éste se mordió la lengua. No quería ir diciéndolo por ahí. La gente se iba a creer que quería hacer pena a posta.
- ¿Te han desterrado...? ¿Por alguna falta grave?- Belgomir ayudó a recoger una hacha larga del suelo. La contempló un segundo y después se la dio.
- Ayudar a una amiga... Simplemente eso. De repente llegué a Edoras y vi que la estaban juzgando. Yo no sabía porqué, pues es una persona extremadamente benévola y... Bueno, me metí en medio y salí en su defensa. No sé qué había hecho ella, pero me acusaron de ser su cómplice y me tiraron.
- ¿Sabías algo sobre Eoreth? Tenía un grave problema con su nombre, ya que era igual al de la “forma militar”, por así decirlo, de los rohirrim.- Belgomir bajó la cabeza. Su padre.
- Nadie en Rohan se había quedado exento de su relato. Le llamaban así ya que era capaz de igualar a un eoreth en fuerza. UN buen señor... - El rohaniano pensó un segundo. Había hablado de él, y a quién ayudó era la hija de Eoreth, y éste tenía un hijo gondoriano. ¿Sería él?- ¿Tú eres...?
- Sí, lo soy. Por eso intento ayudarte. Ya que no le pude ayudar a él, al menos a un conocido suyo. ¿Llevas mucho tiempo fuera de Rohan?
- Exactamente tres días. Acabo de llegar aquí.
- Y la “amiga” que intentaste ayudar...- Belgomir se esperaba lo peor. No podía ser que todo lo desagradable le pasase a él.
- Si sois el hijo de Eoreth, era vuestra hermana. También a ella la han desterrado. Lo siento.- El rohaniano miró a Belgomir, que estaba a punto de pegar patadas a todas las paredes de la Ciudad. Se controló y bajó la cabeza. Siempre le tocaba algo desagradable, definitivamente.- Se las sabrá apañar. Es una buena rohirrim, aunque a ella no le gustaba que le dijeran “rohirrim”. - Le puso una mano en el hombro a Belgomir.
- Perdona, me llamo Belgomir. Aunque creo que ya lo sabías.- Belgomir le tendió la mano.
- Se puede decir que mi nombre no sea original, pero me gusta que me llamen Alrod. No sé por qué. Tranquilo, Laureth siempre o casi siempre tenía una buena escolta de amigos para ayudarla. Yo no pude hacerlo porque pensamos que si fuéramos separados, todo nos iría mejor.
- Insisto en que te quedes en mi casa esta noche. Te podrás quedar un tiempo hasta que encontremos alguna casa pequeña para ti. Si ésas armas son hechas por ti, te podrías dedicar a eso.
- NO me gustaría aprovecharme de tu buena voluntad... Creo que te he dado malas noticias.
- Son las malas noticias en sí, las que tienen la culpa, y no quién las dice.- Belgomir cogió unos bultos de los muchos que tenía Alrod ahí.- Será un placer tenerte en casa durante unos días. A mi hijo le encantará, y siempre es bueno tener a alguien que conoce a tu familia.- Belgomir le hizo un gesto, indicando “vamos”. Alrod recogió sus bultos y subió con él a casa, agradeciéndoselo.



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